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Queiroz Eca_Jose Maria-La Reliquia - Portal Educativo de Medellín

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29<br />

¡Santo Dios! <strong>Maria</strong>na era la criada <strong>de</strong> A<strong>de</strong>lina. Corrí temblando, dando ya por cierto que mi<br />

bien amada estaba enferma.<br />

—¿Hay novedad, <strong>Maria</strong>na?<br />

<strong>La</strong> criada me llevó hacia el interior <strong>de</strong> un patio don<strong>de</strong> olía mal, y allí, con los ojos<br />

encendidos, ronca todavía <strong>de</strong>l escándalo que había tenido con A<strong>de</strong>lina, empezó a contarme<br />

cosas torpes, execrables, sórdidas. ¡A<strong>de</strong>lina me engañaba! El joven A<strong>de</strong>lino no tenía con<br />

ella ningún parentesco: era el querido, el chulo. Apenas yo salía, entraba él. A<strong>de</strong>lina se le<br />

colgaba <strong>de</strong>l cuello, y entonces me llamaban "carretón", buey y estafermo. Los cincuenta<br />

duros habían sido para que A<strong>de</strong>lino se comprara ropa <strong>de</strong> verano. Todavía había sobrado<br />

para ir a la feria <strong>de</strong> Belem en coche y con guitarra... A<strong>de</strong>lina adoraba a su chulo; le cortaba<br />

los callos; y los suspiros <strong>de</strong> su impaciencia cuando él tardaba, recordaban el bramar <strong>de</strong> las<br />

ciervas entre las matas calientes, en mayo... ¿Dudaba yo, quería una prueba? Bastaba que<br />

fuese aquella noche tar<strong>de</strong>, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la una, a llamar en la puerta <strong>de</strong> A<strong>de</strong>lina.<br />

Me limpié el sudor y murmuré <strong>de</strong>sfallecido:<br />

—Está bien, <strong>Maria</strong>na; está bien.<br />

Llegué a casa tan sombrío, tan abatido, que la tía me preguntó con una sonrisa si había<br />

caído <strong>de</strong> la yegua.<br />

—¡De la yegua no, tía! ¡De la yegua! Estuve en la iglesia <strong>de</strong> nuestra señora <strong>de</strong> la Gracia.<br />

—¿Por qué traes entonces esa cara tan tristona?<br />

—He tenido un disgusto: un condiscípulo que está muy malo.<br />

Y otra vez, como <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Justino, aprovechando reminiscencias <strong>de</strong>l primo Javier y <strong>de</strong> la<br />

calle <strong>de</strong> la Fe, referí a mi tía toda la miseria <strong>de</strong> aquel compañero enfermo. ¡Un muchacho<br />

muy <strong>de</strong>voto <strong>de</strong> las cosas santas!<br />

—Desgracias —murmuró la tía Patrocinio, moviendo las agujas <strong>de</strong> la calceta.<br />

—Tiene usted razón; <strong>de</strong>sgracias. Como el pobre muchacho no tiene familia, nosotros, los<br />

condiscípulos, vamos por turno a servirle <strong>de</strong> enfermeros. Hoy me toca a mí y <strong>de</strong>seaba que<br />

me diese licencia para estar fuera hasta cerca <strong>de</strong> las dos.<br />

<strong>La</strong> tía Patrocinio me dio licencia. Hasta se me ofreció para pedir al patriarca san José que<br />

fuese preparando a mi condiscípulo para una muerte edificante.

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