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Queiroz Eca_Jose Maria-La Reliquia - Portal Educativo de Medellín

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139<br />

En tanto, alre<strong>de</strong>dor oíanse las amistosas curiosida<strong>de</strong>s: "¿Y la salud?" "¿Qué tal Jerusalén?"<br />

"¿Qué tal las comidas?"<br />

Mas la tía golpeóse una rodilla con el abanico, recelando que tan familiar alborozo<br />

molestase a san Teodorico. Y el padre Negrón acudió en seguida, con un celo melifluo:<br />

—¡Método, señores, método!... Así, todos a una, no se goza. Es mucho mejor <strong>de</strong>jar hablar a<br />

nuestro interesante Teodorico.<br />

Detesté aquel nuestro, odié a aquel padre. ¿Por qué había tanta miel en sus palabras? ¿Por<br />

qué se le distinguía sentándole en el sofá, rozando sus rodillas las castas ropas <strong>de</strong> mi tía?<br />

Mas el doctor Margari<strong>de</strong>, abriendo su caja <strong>de</strong> rapé, asintió, diciendo que el método sería<br />

más conveniente.<br />

—Aquí nos sentamos todos en rueda, y nuestro Teodorico nos cuenta por or<strong>de</strong>n todas las<br />

maravillas que vio.<br />

El galguesco Negrón, con una escandalosa privanza, corrió hacia <strong>de</strong>ntro en busca <strong>de</strong> agua<br />

azucarada con que yo pudiese endulzar las palabras. Tosí y comencé a esbozar la soberbia<br />

jornada. Expliqué el lujo <strong>de</strong> Málaga; Gibraltar y su peñón cubierto <strong>de</strong> nubes; la abundancia<br />

<strong>de</strong> las "mesas redondas" con agua <strong>de</strong> Seltz y gaseosas...<br />

—¡Todo a lo gran<strong>de</strong>, a la francesa! —suspiró el padre Pinheiro con un brillo <strong>de</strong> gula en los<br />

ojos—. Pero, naturalmente, todo muy indigesto...<br />

—Sí, todo gran<strong>de</strong>, a la francesa; pero cosas saludables que no recalentaban los intestinos.<br />

Hermoso rosbif, hermoso cor<strong>de</strong>ro...<br />

—¡Que no valían ciertamente los <strong>de</strong>sperdicios <strong>de</strong> lo que aquí se come, excelentísima<br />

señora! —exclamó el Negrón, junto al hombro puntiagudo <strong>de</strong> la tía.<br />

Execré a aquel hombre. Y agitando el agua con azúcar <strong>de</strong>cidí en mi interior, para cuando yo<br />

dominase en el Campo <strong>de</strong> Santa Ana, que jamás la comida <strong>de</strong> mi familia resbalase por las<br />

aduladoras traga<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> aquel siervo <strong>de</strong> Dios.<br />

Entre tanto, el buen Justino sonreía embobado. ¿Y cómo pasaba yo las noches en<br />

Alejandría? ¿Conocía yo a alguna familia <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>ración con la cual pudiese tomar el té?<br />

—Sí, Justino; conocía. Mas, a <strong>de</strong>cir la verdad, sentía repugnancia en frecuentar casas <strong>de</strong><br />

turcos... ¡Es gente que no cree sino en Mahoma! ¿Sabe lo que hacía <strong>de</strong> noche? Después <strong>de</strong><br />

cenar me iba a una iglesia <strong>de</strong> nuestro culto y allí hacía mis <strong>de</strong>vociones; <strong>de</strong>spués iba con mi

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