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Queiroz Eca_Jose Maria-La Reliquia - Portal Educativo de Medellín

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135<br />

—¡Me parece que nuestro señor Jesucristo no quedó <strong>de</strong>scontento <strong>de</strong> mí! —murmuraba, yo,<br />

alargando hacia la mermelada mi cucharilla <strong>de</strong> postre.<br />

Y todos mis movimientos los contemplaba la odiosa señora con veneración, como preciosas<br />

acciones <strong>de</strong> santidad.<br />

Después, con un suspiro:<br />

—Y, otra cosa, hijo... ¿Traes <strong>de</strong> allá algunas oraciones, <strong>de</strong> las buenas, <strong>de</strong> las que te<br />

enseñaron los patriarcas y los frailes?<br />

—¡<strong>La</strong>s traigo <strong>de</strong> rechupete, tía!<br />

¡<strong>La</strong>s traía en gran número, copiadas <strong>de</strong> las carteras <strong>de</strong> los santos, eficaces para todos los<br />

achaques! <strong>La</strong>s tenía para toses, para vísperas <strong>de</strong> lotería...<br />

—¿Y tendrás alguna para calambres? Que yo, a veces, <strong>de</strong> noche, hijo...<br />

—Traigo una infalible en calambres. Me la dio un monje, amigo mío, a quien suele<br />

aparecérsele el niño Jesús... Dice...<br />

Y encendí un cigarro.<br />

¡Nunca había osado yo fumar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la tía! Ella <strong>de</strong>testaba siempre el tabaco más que<br />

ninguna otra emanación <strong>de</strong>l pecado. Pero ahora arrastró golosamente su silla hacia mí como<br />

hacia un milagroso libro repleto <strong>de</strong> esas oraciones que dominan la hostilidad <strong>de</strong> las cosas,<br />

vencen toda dificultad, eternizan a las viejas sobre la tierra.<br />

—¿Me la darás, hijo? ¡Es una caridad que haces!<br />

—¡Oh, tía, vaya una ocurrencia! ¡Todas! Y diga, diga... ¿Cómo va <strong>de</strong> sus pa<strong>de</strong>cimientos?<br />

Ella lanzó un ¡ay! <strong>de</strong> <strong>de</strong>saliento infinito. Iba mal, iba mal. Cada día se sentía más flaca,<br />

como si se fuese a <strong>de</strong>shacer. En fin, ya no moría sin haber cumplido aquel gusto <strong>de</strong><br />

mandarme a Jerusalén a visitar al Señor: y esperaba que Él se lo tuviese en cuenta, como<br />

también los gastos que se le habían originado y la pesadumbre <strong>de</strong> la separación. ¡Pero se<br />

sentía mal, mal!<br />

Yo <strong>de</strong>svié el rostro para ocultar el vivo y escandaloso relámpago <strong>de</strong> júbilo que lo iluminó.<br />

Después animé generosamente a la tía. ¿Qué podía recelar? ¿No tenía ella ahora, para<br />

vencer las leyes <strong>de</strong> la <strong>de</strong>scomposición natural, aquella reliquia <strong>de</strong> nuestro señor?

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