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Queiroz Eca_Jose Maria-La Reliquia - Portal Educativo de Medellín

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<strong>de</strong> <strong>de</strong>voción... El escuálido Topsius presenciaba aquellos piadosos aprestos fumando en su<br />

pipa <strong>de</strong> loza.<br />

—¡Oh, Topsius, lo que me va a valer esto! Y diga usted, amigo mío, diga usted. Entonces<br />

¿usted cree que puedo afirmar a mi tía que esta corona <strong>de</strong> espinas fue la misma que...?<br />

El doctísimo hombre, por entre el humo leve, lanzó una solidísima máxima:<br />

—<strong>La</strong>s reliquias, don Raposo, no valen por su autenticidad, sino por la fe que inspiran:<br />

¡Pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir a su tía que fue la misma!<br />

¡Bendito seas, doctor!<br />

<strong>La</strong> misma tar<strong>de</strong>, el erudito Topsius acompañó a los túmulos a la Comisión <strong>de</strong> Excavaciones<br />

Históricas. Yo partí solo al Huerto <strong>de</strong> los Olivos porque no había en los alre<strong>de</strong>dores <strong>de</strong><br />

Jerusalén lugar <strong>de</strong> sombra don<strong>de</strong> más gratamente se gozasen las <strong>de</strong>licias <strong>de</strong> una pipa.<br />

Salí por la Puerta <strong>de</strong> San Esteban; troté por el puente <strong>de</strong>l Cedrón; gané el atajo, entre pitas,<br />

hasta el muro cálido y albeado que cierra el Jardín <strong>de</strong> Getsemaní. Empujé la puerta ver<strong>de</strong><br />

pintada <strong>de</strong> fresco, que tenía su aldabón, <strong>de</strong> cobre, y penetré en el lugar don<strong>de</strong> Jesús,<br />

arrodillado, gimió bajo el follaje <strong>de</strong> los olivos. ¡Allí viven aún aquellos árboles santos que<br />

extendieron sus ramas sobre la cabeza <strong>de</strong>l re<strong>de</strong>ntor, fatigada <strong>de</strong>l mundo! Son ocho, negros,<br />

carcomidos por la <strong>de</strong>crepitud, enrodrigados con estacas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, amodorrados, olvidados<br />

ya <strong>de</strong> esa noche <strong>de</strong> nisán en que los ángeles, volando sin rumor, espiaban a través <strong>de</strong> su<br />

ramaje el <strong>de</strong>sconsuelo humano <strong>de</strong>l hijo <strong>de</strong> Dios... En las puntas <strong>de</strong> sus ramas, hojas tenues,<br />

ver<strong>de</strong>s, sin savia, muy separadas unas <strong>de</strong> otras, temblaban como las sonrisas <strong>de</strong> un<br />

moribundo.<br />

Me senté <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l más viejo <strong>de</strong> los olivos. El fraile guardián, risueño santo <strong>de</strong> barbas sin<br />

fin, regaba, con el hábito arremangado, las plantaciones <strong>de</strong>l huerto. <strong>La</strong> tar<strong>de</strong> caía con<br />

melancólico esplendor.<br />

Y, llenando la pipa, yo sonreía con mis pensamientos. ¡Sí! Al día siguiente <strong>de</strong>jaría aquella<br />

cenicienta ciudad, que allá abajo se agachaba entre sus muros fúnebres, como viuda que no<br />

quiere ser consolada... Después, una mañana, cortando el vago azul, avistaría la sierra<br />

fresca <strong>de</strong> Cintra; las gaviotas <strong>de</strong> mi patria vendrían a darme el grito <strong>de</strong> bienvenida volando<br />

en torno <strong>de</strong> los mástiles; Lisboa surgiría <strong>de</strong>spués, poco a poco, con sus blancos edificios,<br />

sus tejados llenos <strong>de</strong> hierba, indolente y dulce a mis ojos... Gritando "¡Oh, tía; oh, tía!", yo<br />

treparía las gradas <strong>de</strong> piedra <strong>de</strong> nuestra casa en Santa Ana; y la tía, con hilos <strong>de</strong> baba en la<br />

barbilla, temblaría ante la gran reliquia que yo le ofrecería mo<strong>de</strong>sto. ¡Entonces, y en<br />

presencia <strong>de</strong> celestiales testigos: san Pedro, nuestra señora <strong>de</strong>l Patrocinio, san Casimiro y

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