Queiroz Eca_Jose Maria-La Reliquia - Portal Educativo de Medellín
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120<br />
Después, estos recuerdos agonizaban como una lámpara a la cual faltase el aceite. En mi<br />
alma solamente quedaban cenizas, y <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> las ruinas <strong>de</strong>l monte Ebal o bajo las<br />
pomaredas que perfuman a Siquen, no hacía otra cosa sino bostezar.<br />
Cuando llegamos a Nazaret, que aparece en la <strong>de</strong>solación <strong>de</strong> Palestina como un ramillete<br />
posado en la piedra <strong>de</strong> una sepultura, ni siquiera me interesaron las hermosas judías por<br />
quienes se bañó <strong>de</strong> ternura el corazón <strong>de</strong> san Antonio. Con su cántara bermeja al hombro,<br />
subían por entre los sicomoros a la fuente don<strong>de</strong> María, madre <strong>de</strong> Jesús, iba todas las<br />
tar<strong>de</strong>s, cantando como ellas y como ellas vestida <strong>de</strong> blanco... El alegre Potte, retorciéndose<br />
los bigotes, les murmuraba madrigales en voz baja. Ellas sonreían, bajando las pestañas,<br />
gran<strong>de</strong>s y negras. Era aquella suave mo<strong>de</strong>stia la que san Antonio, apoyado en su bordón, y<br />
sacudiendo la barba, ensalzaba: "¡Oh virtu<strong>de</strong>s claras, heredadas <strong>de</strong> María llena <strong>de</strong> gracia!"<br />
Yo, en cambio, sólo murmuraba secamente: "¡Remilgadas!"<br />
A través <strong>de</strong> caminos don<strong>de</strong> la viña y la higuera abrigan casas humil<strong>de</strong>s, como cuadra a la<br />
dulce al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> aquel que enseñó la humildad, trepamos al monte <strong>de</strong> Nazaret, batido siempre<br />
por el viento que soplaba <strong>de</strong> Idumea. Allí Topsius, quitándose el gorro, saludó aquellas<br />
planicies, aquellas lontananzas que Jesús, ciertamente, iría a contemplar, concibiendo en<br />
presencia <strong>de</strong> su luz y <strong>de</strong> su gracia las incomparables bellezas <strong>de</strong>l reino <strong>de</strong> Dios... El <strong>de</strong>do<br />
<strong>de</strong>l docto historiador me iba señalando todos los lugares religiosos, cuyos nombres sonoros<br />
caen en el alma con una solemnidad <strong>de</strong> profecía o con un fragor <strong>de</strong> batalla: Esdrelón,<br />
Endor, Sulen, Tabor... Yo miraba, liando un cigarro. Sobre el Carmelo sonreía una blancura<br />
<strong>de</strong> nieve; las planicies <strong>de</strong> Perea fulguraban en una polvareda <strong>de</strong> oro; el golfo <strong>de</strong> Caifa era<br />
todo azul; una tristeza cubría a lo lejos las montañas azules <strong>de</strong> Samaria; gran<strong>de</strong>s águilas<br />
revoloteaban sobre los valles... Bostezando, murmuré:<br />
—Bonita vista.<br />
Al fin, una madrugada, comenzamos a <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r hacia Jerusalén. Des<strong>de</strong> Samaria a Ramá<br />
fuimos agasajados por esos gran<strong>de</strong>s y negros chubascos <strong>de</strong> Siria, que no tardan en producir<br />
rugidores torrentes entre las rocas bajo los almendros en flor; <strong>de</strong>spués, junto a la colina <strong>de</strong><br />
Gibeá don<strong>de</strong>, en otro tiempo, bajo los cipreses <strong>de</strong> su jardín David tañía el arpa mirando a<br />
Sión, todo se vistió <strong>de</strong> serenidad y <strong>de</strong> azul y una agitación engolfóse en mi alma, como un<br />
viento triste en una ruina... Yo iba a Jerusalén, ¿a cuál? ¿Sería aquella que un día contemplé<br />
resplan<strong>de</strong>ciendo majestuosamente al sol <strong>de</strong> nisán, con sus torres formidables, y el templo<br />
color <strong>de</strong> oro y color <strong>de</strong> nieve, y el Acra llena <strong>de</strong> palacios y Bezeta regada por las aguas <strong>de</strong><br />
Enrogel?<br />
—¡El-Kurds! ¡El-Kurds! —gritó el viejo beduino con la lanza en el aire, anunciando por su<br />
apodo musulmán la ciudad <strong>de</strong>l Señor.