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Queiroz Eca_Jose Maria-La Reliquia - Portal Educativo de Medellín

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11<br />

—¿Un poquito más <strong>de</strong> la ternera guisada? A mí me gustan los muchachos alegres y <strong>de</strong><br />

buen diente.<br />

Y el padre Pinheiro, palpando el estómago:<br />

—Feliz edad, feliz edad en que se pue<strong>de</strong> repetir <strong>de</strong> la ternera.<br />

Él y la tía hablaban entonces <strong>de</strong> enfermeda<strong>de</strong>s. El padre Casimiro, con la servilleta atada al<br />

cuello, el plato lleno y la copa llena, sonreía beatíficamente.<br />

Cuando, en la plaza, entre los árboles, comenzaban a lucir los faroles <strong>de</strong> gas, Vicenta se<br />

ponía su chal viejo <strong>de</strong> cuadros y me llevaba al colegio. A esa hora, los domingos, llegaba a<br />

casa <strong>de</strong> mi tía el sujeto <strong>de</strong> la cara afeitada, que era el señor José Justino, secretario <strong>de</strong> la<br />

cofradía <strong>de</strong> San José. En el patio, sacándose ya su gabán, me hacía una fiesta y preguntaba<br />

a Vicenta por la salud <strong>de</strong> doña Patrocinio. Él entraba, nosotros salíamos y cerrábamos el<br />

pesado portón. En la calle respiraba con libertad: aquel caserón me entristecía con sus<br />

damascos bermejos, sus santos innumerables y su olor a capilla.<br />

Por el camino, Vicenta me hablaba <strong>de</strong> la tía, a la cual llevaba seis años sirviendo. De esta<br />

manera fui enterándome <strong>de</strong> que la tía pa<strong>de</strong>cía <strong>de</strong>l hígado, que tenía mucho dinero en oro en<br />

una bolsa <strong>de</strong> seda ver<strong>de</strong>; que el comendador Godinho, tío <strong>de</strong> ella y <strong>de</strong> mi madre, le <strong>de</strong>jó<br />

doscientos mil duros en fincas y la granja <strong>de</strong>l Mosteiro, cerca <strong>de</strong> la Viana, y vajillas <strong>de</strong><br />

plata y <strong>de</strong> lozas <strong>de</strong> la India... ¡<strong>La</strong> tía era muy rica! ¡Era necesario ser siempre bueno y<br />

agradar siempre a la tía!<br />

A la puerta <strong>de</strong>l colegio, Vicenta me <strong>de</strong>cía:<br />

—Adiós, señorito.<br />

Y me daba un gran beso. Muchas veces, <strong>de</strong> noche, abrazando a la almohada, yo pensaba en<br />

Vicenta y en los brazos que le había visto arremangados, gordos y blancos como la leche.<br />

Así fue naciendo en mi corazón, púdicamente, una pasión por Vicenta.<br />

Un día, un muchacho, ya crecido, me llamó lameplatos, durante el recreo. Le <strong>de</strong>safié,<br />

citándolo en las letrinas, y le ensangrenté la cara con un puñetazo bestial. Des<strong>de</strong> entonces<br />

fui respetado y fumé cigarros. Crispín había salido <strong>de</strong> los Isidoros; yo ambicionaba saber<br />

otras cosas; mi gran<strong>de</strong> amor por Vicenta <strong>de</strong>sapareció un día insensiblemente como una flor<br />

que se pier<strong>de</strong> en la calle.<br />

Así fueron pasando los años: por las vísperas <strong>de</strong> navidad se encendía un brasero en el<br />

refectorio; yo colgaba mi abrigo forrado <strong>de</strong> bayeta y ornado con un ribete <strong>de</strong> astracán;<br />

<strong>de</strong>spués llegaban las golondrinas que anidaban en nuestro tejado; en el oratorio <strong>de</strong> mi tía, en

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