08.05.2013 Views

LETRAS MEXICANAS - Fondo de Cultura Económica

LETRAS MEXICANAS - Fondo de Cultura Económica

LETRAS MEXICANAS - Fondo de Cultura Económica

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

<strong>LETRAS</strong> <strong>MEXICANAS</strong>


<strong>LETRAS</strong> <strong>MEXICANAS</strong><br />

Calzada <strong>de</strong> los Misterios


VILMA FUENTES<br />

Calzada<br />

<strong>de</strong> los Misterios<br />

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


Primera edición, 2012<br />

Fuentes, Vilma<br />

Calzada <strong>de</strong> los Misterios / Vilma Fuentes. – Mexico : FCE, 2012<br />

214 p. ; 21 × 14 cm – (Colec. Letras Mexicanas)<br />

ISBN 978-607-16-0979-3<br />

1. Novela 2. Literatura Mexicana – Siglo XX I. Ser. II. t.<br />

LC PQ7297 Dewey M863 F674c<br />

Esta novela fue escrita, en parte, gracias al apoyo <strong>de</strong> Conaculta<br />

y a la hospitalidad <strong>de</strong> Roberto F. Hernán<strong>de</strong>z y Magdalena Flores Peñafi el.<br />

Distribución mundial<br />

Diseño <strong>de</strong> portada: Teresa Guzmán Romero<br />

D. R. © 2012, <strong>Fondo</strong> <strong>de</strong> <strong>Cultura</strong> <strong>Económica</strong><br />

Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738, México, D. F.<br />

Empresa certifi cada ISO 9001:2008<br />

Comentarios: editorial@fondo<strong>de</strong>culturaeconomica.com<br />

www.fondo<strong>de</strong>culturaeconomica.com<br />

Tel. (55) 5227-4672; fax (55) 5227-4640<br />

Se prohíbe la reproducción total o parcial <strong>de</strong> esta obra, sea cual fuere<br />

el medio, sin la anuencia por escrito <strong>de</strong>l titular <strong>de</strong> los <strong>de</strong>rechos.<br />

ISBN 978-607-16-0979-3<br />

Impreso en México • Printed in Mexico


ÍNDICE<br />

I. Calzada <strong>de</strong> los Misterios. Tepeyac Insurgentes • 11<br />

II. Avenida Niño Perdido. Vértiz Narvarte • 21<br />

III. Retorno <strong>de</strong>l futuro. Valle <strong>de</strong> las Luces • 31<br />

IV. Cerrada <strong>de</strong>l Desierto. Chimalistac • 39<br />

V. Callejón <strong>de</strong>l Diablo. Insurgentes Mixcoac • 51<br />

VI. Calle Fuente <strong>de</strong> la Inspiración. Fuentes <strong>de</strong>l Pedregal • 63<br />

VII. Calle <strong>de</strong>l Despertar. Quinto sol • 83<br />

VIII. Calle Laguna <strong>de</strong> los Ensueños. Selene • 92<br />

IX. Calle <strong>de</strong>l Mar <strong>de</strong> las Crisis. Selene • 106<br />

X. Antiguo Camino <strong>de</strong> las Santas Ánimas. Tepoztlán • 127<br />

XI. Callejón <strong>de</strong> la Amistad. Refugio • 144<br />

XII. Avenida <strong>de</strong> la Playa Bruja. Jardines <strong>de</strong> Morelos • 157


XIII. Calle Fuente <strong>de</strong>l Retiro. San Miguel Tecamachalco • 167<br />

XIV. Antiguo Camino <strong>de</strong> Santa Fe. Buena Vista • 177<br />

XV. Callejón <strong>de</strong>l Muerto. San Pablo Atlazalpa • 193<br />

XVI. Calle <strong>de</strong> la Estrella Vacía. Novela mexicana • 205


Para Tania, Alain y Pablo<br />

y también para otro niño,<br />

el narrador <strong>de</strong> El ladrón <strong>de</strong>l tiempo


•<br />

I. Calzada <strong>de</strong> los Misterios<br />

TEPEYAC INSURGENTES<br />

El vicio <strong>de</strong> los regresos lleva acaso a lugares que no tienen lugar.<br />

Duro vicio, ése <strong>de</strong> volver, cuando las horas no vuelven.<br />

Pero en aquel entonces, si miraba hacia atrás, mi mirada<br />

no iba más allá <strong>de</strong> unas cuantas horas y tenía que preguntar<br />

mis recuerdos. Los olvidos me <strong>de</strong>jaban creer que no había<br />

principio ni término. En la escuela me enseñaban a memorizar.<br />

El tiempo iba creciendo, invisible, alre<strong>de</strong>dor mío.<br />

Una tar<strong>de</strong>, mis tías me llevaron a conocer el nuevo <strong>de</strong>partamento,<br />

muy cerca <strong>de</strong>l viejo. Era el tercer cambio <strong>de</strong> casa que<br />

harían mis padres <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi nacimiento.<br />

Recorrí las piezas sin muebles, <strong>de</strong>smesuradamente gran<strong>de</strong>s<br />

como lo es siempre el vacío: todo pue<strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r don<strong>de</strong> no hay<br />

nada. Habíamos ido a pie y yo estaba segura <strong>de</strong> reconocer el<br />

camino y po<strong>de</strong>r indicar al chofer <strong>de</strong>l camión escolar mi nueva<br />

dirección. Mi madre, menos segura <strong>de</strong> una memoria que recurría<br />

a la suya, la anotó en un papel que miré sin po<strong>de</strong>r leer y el<br />

cual <strong>de</strong>be haberse perdido entre los bultos y paquetes que invadían<br />

la entrada y la sala.<br />

La excitación que me causaba la mudanza apenas me <strong>de</strong>jó<br />

dormir. Habría querido asistir y participar, dos actos que mi<br />

madre prefi rió evitarme a pesar <strong>de</strong> mis ruegos y la promesa<br />

<strong>de</strong> mis tías, ellas mismas <strong>de</strong>masiado jóvenes, <strong>de</strong> ocuparse <strong>de</strong><br />

mí. Para consolarme, la mayor <strong>de</strong> dos <strong>de</strong> las hermanas <strong>de</strong> mi<br />

madre me llevó a comprar unos panes <strong>de</strong> chocolate llamados<br />

conchas, tal vez por su forma parecida el caparazón <strong>de</strong> algunos<br />

11


mariscos. Pero, a diferencia <strong>de</strong> las almejas y las ostras, las conchas<br />

no encerraban ningún molusco vivo en su interior. Encerraban,<br />

en cambio, un misterio que volvía a presentarse en casa<br />

al mismo tiempo que coincidía con la presencia <strong>de</strong> Gloria: <strong>de</strong>saparecían.<br />

La <strong>de</strong>saparición era <strong>de</strong>scubierta a diario, hacia las<br />

siete <strong>de</strong> la noche, poco antes <strong>de</strong> mi merienda. No había más<br />

remedio que correr a buscarlas en alguna pana<strong>de</strong>ría abierta a<br />

esas horas.<br />

Gloria, alegre, servicial, inquieta por los caprichos <strong>de</strong> su sobri<br />

na, segura <strong>de</strong> alcanzar la vida eterna <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su confesión,<br />

se ofrecía a ir a comprar esas conchas indispensables a mi<br />

sueño. Yo no entendía por qué mi madre se enojaba con su<br />

hermana cuando ésta, en lugar <strong>de</strong> quedarse tranquilamente a<br />

mirar sus telenovelas, se daba la molestia <strong>de</strong> ir a buscar, en<br />

ocasiones durante más <strong>de</strong> una hora, esos panes cuya <strong>de</strong>saparición<br />

era <strong>de</strong>scubierta por ella, atenta a un placer que yo hubiese<br />

podido olvidar procurarme y que ni siquiera me pasaba por la<br />

cabeza en ausencia <strong>de</strong> mi tía.<br />

Otro anochecer era mi tía Luz quien acompañaba a Glo ria<br />

en su peregrinación a las pana<strong>de</strong>rías, pero ocupada como estaba<br />

Luz haciendo paquetes a causa <strong>de</strong> la mudanza, mi madre <strong>de</strong>cidió<br />

que fuese yo quien le sirviera <strong>de</strong> compañía en su recorrido.<br />

Esa noche tuve una primera revelación cuando Gloria levantó<br />

uno <strong>de</strong> los velos que envolvían su presencia en esta tierra,<br />

que ella encarnaba con la naturalidad <strong>de</strong> las antiguas vestales,<br />

poseída como ellas por un dios; pero, más mo<strong>de</strong>sta o<br />

menos respetuosa <strong>de</strong> lo sagrado <strong>de</strong> su ofi cio, tanta era su familiaridad<br />

con los habitantes <strong>de</strong>l Cielo, o <strong>de</strong> los Infi ernos, lo ejercía<br />

en la calle, fuera <strong>de</strong> los templos, como un juego <strong>de</strong> escondidillas,<br />

para mí sola. El velo que levantó me reveló la hondura<br />

<strong>de</strong> su secreto: como todos los verda<strong>de</strong>ros misterios, el suyo enriqueció<br />

al manifestarse, antes <strong>de</strong> huir y, oculto tras nuevos velos,<br />

burlar mi mirada profana.<br />

Murmurado con <strong>de</strong>ferencia por mis abuelos, mi madre,<br />

12 Calzada <strong>de</strong> los Misterios


mis tías y, con algo <strong>de</strong> sorna, por mi padre, pero que todos callaban<br />

cuando aparecía en persona el origen viviente <strong>de</strong>l enigma,<br />

anterior al <strong>de</strong> la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong> las conchas, existía otro<br />

misterio: la muerte <strong>de</strong> Gloria.<br />

Verda<strong>de</strong>ro fantasma <strong>de</strong> ella misma, con<strong>de</strong>nada por los médicos<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> su infancia a morir antes <strong>de</strong> la pubertad, su vida era<br />

motivo diario <strong>de</strong> sorpresa, suspenso, temor y maravilla. Cada<br />

amanecer era una noche ganada a la muerte, cada <strong>de</strong>spertar la<br />

esperanza <strong>de</strong> un nuevo triunfo <strong>de</strong> la vida, cada anochecer el<br />

miedo <strong>de</strong> ver exten<strong>de</strong>rse su sueño para siempre, cada día el cumplimiento<br />

<strong>de</strong> un milagro, sobre todo ahora que Gloria había<br />

<strong>de</strong>jado atrás su adolescencia y, a sus dieciocho años, emanaba <strong>de</strong><br />

ella esa belleza que sólo los ángeles y los seres marcados por el<br />

sello divino, esos a quienes Dios llama a su seno aún inocentes<br />

y la muerte arranca prematuramente <strong>de</strong> este mundo.<br />

El fallo ineluctable dictaminado por los médicos sobre su<br />

temprana muerte, que con tanto cuidado le escondían, había<br />

hecho <strong>de</strong> Gloria casi una analfabeta. Deseosos <strong>de</strong> procurarle<br />

toda la dicha posible durante los cortos años <strong>de</strong> una infancia a<br />

los cuales se vería reducida su existencia, y <strong>de</strong> alargar lo más<br />

posible su estancia en la Tierra evitando cualquier esfuerzo a<br />

un corazón tan frágil, mis abuelos <strong>de</strong>cidieron sacarla <strong>de</strong> la escuela<br />

cuando apenas comenzaba a <strong>de</strong>letrear. ¿Qué caso tenía<br />

martirizarla con los <strong>de</strong>beres escolares, a fi n <strong>de</strong> forjar un futuro<br />

para quien no poseía ninguno? Gloria se vio <strong>de</strong> ese modo librada<br />

a sus más pequeños gustos, respirando el aire libre <strong>de</strong> los<br />

campos <strong>de</strong> la hacienda, mientras sus hermanos y hermanas<br />

iban a la escuela, consentida por todos —sabedores <strong>de</strong>l secreto<br />

<strong>de</strong> su muerte—, mirada con piedad, jamás contradicha, envuelta<br />

por el cariño que sus padres vertían sobre su persona,<br />

tan generosa como sobriamente lo expresaban al resto <strong>de</strong> su<br />

progenitura. La inminencia <strong>de</strong> la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong> Gloria les<br />

permitió enterrar, casi distraídamente, a dos <strong>de</strong> sus hijos fallecidos<br />

durante la infancia <strong>de</strong> manera repentina: eran muertes<br />

Calzada <strong>de</strong> los Misterios 13


sin augurio ni anuncio, su anticipación no les dio quizás el<br />

tiempo para prepararse a sufrirlas.<br />

A sus dieciocho años, Gloria leía con difi cultad, y su escritura,<br />

si con esta palabra pue<strong>de</strong> nombrarse a las letras garabateadas<br />

que formaba su mano, era tan in<strong>de</strong>scifrable como el<br />

enigma <strong>de</strong> su vida y su muerte. A falta <strong>de</strong> cualquier otra ocupación,<br />

Gloria había pasado los años escuchando canciones y radionovelas,<br />

antes <strong>de</strong> que apareciera la televisión, cultivando <strong>de</strong> esa<br />

manera un espíritu romántico y novelesco así como un carácter<br />

risueño motivado por la seguridad que aún guarda en la<br />

rápida llegada <strong>de</strong> los fi nales felices.<br />

En efecto, en el curso <strong>de</strong> su larga y milagrosa existencia,<br />

Gloria ha obtenido más fi nales felices que sus nueve hermanas,<br />

sin per<strong>de</strong>r nunca la jovial esperanza <strong>de</strong> alcanzar otro más cuando<br />

ve agotada la dicha <strong>de</strong>l anterior.<br />

Hemos <strong>de</strong> haber caminado una cuadra cuando la luz ciega <strong>de</strong>l<br />

crepúsculo cedió el paso a un cielo negro don<strong>de</strong> las estrellas parecían<br />

caer <strong>de</strong>l fi rmamento, perseguidas unas por otras en su<br />

carrera hacia la Tierra, cuando en realidad, inmóviles entre ellas<br />

en la armonía <strong>de</strong> su <strong>de</strong>splazamiento absolutamente lejano, sólo<br />

se iban multiplicando, innumerables, extendiendo entre ellas el<br />

espacio para crear un lugar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el cual abrir el paso a la luz.<br />

Sobre mi cabeza, algunos faroles tiritaban una luz amarillenta,<br />

pero esa proximidad me causaba una alegría casi eufórica<br />

al sentir la magnifi cencia <strong>de</strong> la noche a<strong>de</strong>ntrarse en las calles,<br />

por toda la ciudad, oscura y <strong>de</strong>nsa, envolviéndome con sus vestiduras<br />

<strong>de</strong> un negro profundo, las cuales hacían relucir el espectáculo<br />

<strong>de</strong> las joyas brillantes con que se adorna.<br />

Gloria me soltó <strong>de</strong> la mano, miró a lo lejos, algo, alguien, y<br />

se me quedó viendo unos instantes, dudosa.<br />

—¿Quieres que te enseñe a hacer magias?<br />

Lo había presentido: iba a presenciar un milagro, dos, tal<br />

vez tres.<br />

14 Calzada <strong>de</strong> los Misterios


Le respondí que sí con la cabeza, muda <strong>de</strong> asombro, temerosa<br />

<strong>de</strong> que una sola <strong>de</strong> mis palabras o un sonido cualquiera<br />

rompiese el encanto.<br />

—Voy a hacer aparecer un automóvil, muy gran<strong>de</strong> y muy<br />

elegante, para ir a buscar tus conchas. ¿Cómo lo quieres? ¿Un<br />

<strong>de</strong>portivo o un Cadillac negro? Yo preferiría el <strong>de</strong>portivo convertible<br />

para sentir el aire <strong>de</strong> la noche en la cara y en el cuello…<br />

con un chofer que nos conduzca. Un muchacho rubio, ¿te parece?<br />

Sí, un rubio muy guapo que nos abra las puertas y nos lleve<br />

al parque <strong>de</strong> Las Américas a columpiarte un rato. Cierra los<br />

ojos. Rápido. No los abras. Si los abres, la magia no tiene efecto.<br />

Me pasó su mano sobre la frente y la bajó <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mis<br />

ojos cerrados.<br />

—Hay que cerrar los ojos, y creer con mucha, mucha fe,<br />

para que las palabras mágicas surtan efecto. Repite en silencio:<br />

Burundú, burundá, babalú, que aparezca un automóvil blanco,<br />

burundí, burundá, con un chofer, babalú, babalú, burundá.<br />

Oí el ruido <strong>de</strong> un motor y traté instintivamente <strong>de</strong> abrir los<br />

ojos, pero la mano <strong>de</strong> Gloria me lo impidió.<br />

—Quieta, no lo asustes. El chofer no sabe en dón<strong>de</strong> está.<br />

No sabe nada: acaba <strong>de</strong> aparecer. Vamos a tener que contarle<br />

quiénes somos. Contarle, tal vez, quién es él mismo.<br />

Gloria quitó su mano <strong>de</strong> encima <strong>de</strong> mis párpados, que alcé<br />

<strong>de</strong> inmediato.<br />

No me asombró ver, frente a nosotras, un chofer rubio sentado<br />

al volante <strong>de</strong> un automóvil blanco, <strong>de</strong>portivo, con la capota<br />

levantada: la sorpresa habría sido no verlo, tanta era la seguridad<br />

que tenía en la existencia incluso <strong>de</strong> seres imagi narios.<br />

El chofer sonreía como si ya conociera a Gloria.<br />

Yo habría querido aparecer, al igual que él, en un lugar y<br />

tiempo remotos, <strong>de</strong> los que no supiera nada, don<strong>de</strong> los otros<br />

me narrasen su vida, fantástica, distinta a la <strong>de</strong> la gente que<br />

conocía y <strong>de</strong> la mía, cargada <strong>de</strong> suspenso como en los cuentos<br />

que mi padre me leía algunas tar<strong>de</strong>s.<br />

Calzada <strong>de</strong> los Misterios 15


Levanté la vista y miré una estrella para pedirle que cumpliera<br />

ese <strong>de</strong>seo. Ignoraba entonces que uno <strong>de</strong> los riesgos que<br />

se corren al <strong>de</strong>sear verda<strong>de</strong>ramente una cosa es verla realizarse.<br />

Pero ¿cómo podía intuir en esa época que la existencia no es<br />

sino una sucesión <strong>de</strong> apariciones y que las mías ya habían comenzado?<br />

De repente, una duda me asaltó:<br />

—¿Va a <strong>de</strong>saparecer?<br />

Quise preguntarle cómo era ese lugar <strong>de</strong> ninguna parte a<br />

don<strong>de</strong> iba la gente cuando <strong>de</strong>saparecía. Si me hubiese respondido,<br />

sin duda aún hoy creería en su respuesta. Pero la magia<br />

<strong>de</strong> Gloria no iba tan lejos y no sólo no pudo leer en mi mente<br />

la cuestión que yo no conseguía formular y, en vez <strong>de</strong> elucidar<br />

el misterio <strong>de</strong> la <strong>de</strong>saparición, reaccionó como si fuéramos nosotras,<br />

y no el conductor, quienes acabásemos <strong>de</strong> aparecer.<br />

—Aquí estamos —dijo a la mirada interrogativa <strong>de</strong>l muchacho<br />

rubio.<br />

—¿Quién es? —inquirió señalándome con la curiosidad<br />

que también yo habría tenido si hubiese brotado <strong>de</strong> la nada en<br />

ese instante, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> percatarme que los aparecidos se interesan<br />

más en los otros que en ellos mismos.<br />

Gloria me izó <strong>de</strong>l suelo <strong>de</strong> la acera y me pasó por encima<br />

<strong>de</strong> la carrocería <strong>de</strong>scubierta al asiento trasero <strong>de</strong>l auto. En seguida,<br />

ella misma pasó <strong>de</strong> un salto, sin abrir la portezuela, con<br />

el vuelo <strong>de</strong> una bailarina, haciendo fl otar su larga falda ver<strong>de</strong>, al<br />

interior <strong>de</strong>l coche y se sentó a<strong>de</strong>lante, al lado <strong>de</strong>l chofer.<br />

—Arranca rápido, no vayan a verte —or<strong>de</strong>nó mi tía al conductor.<br />

Dejamos la calle con la rapi<strong>de</strong>z que <strong>de</strong>be tener un fantasma<br />

cuando presiente una mirada capaz <strong>de</strong> atravesarlo sin percibir<br />

su presencia.<br />

—¿Cómo es el lugar <strong>de</strong> don<strong>de</strong> vienes? —pregunté al chofer.<br />

—¿Cómo que cómo es el lugar <strong>de</strong> don<strong>de</strong> vengo? —me dijo<br />

mirándome por el retrovisor: vi el refl ejo <strong>de</strong> su cara y me tran-<br />

16 Calzada <strong>de</strong> los Misterios


quilicé pensando que, al menos, no se trataba <strong>de</strong> un vampiro<br />

aunque hubiese emergido <strong>de</strong> la noche.<br />

—¡Ay, Carlos! —dijo mi tía riéndose suavemente—, acabo<br />

<strong>de</strong> aparecerte por arte <strong>de</strong> magia y mi sobrina quisiera saber<br />

cómo es el lugar <strong>de</strong> don<strong>de</strong> vienes.<br />

La imaginación <strong>de</strong> Carlos, un joven estudiante <strong>de</strong> arquitectura,<br />

había sido encogida sin duda por los años <strong>de</strong> estudios.<br />

La <strong>de</strong>scripción que se vio obligado a hacerme <strong>de</strong>l lugar <strong>de</strong><br />

don<strong>de</strong> venía, más para dar gusto a Gloria que para satisfacer<br />

mi curiosidad, fue precisamente la <strong>de</strong>l lugar <strong>de</strong> ninguna parte.<br />

Los espacios eran, para él, cubos más o menos regulares, vacíos,<br />

puestos unos sobre otros, en fi la, agujereados aquí y allá<br />

por ventanas y puertas, equipados por escaleras para comunicar<br />

<strong>de</strong> un piso a otro. Tuve la impresión <strong>de</strong> un multifamiliar en<br />

cuyos cuartos langui<strong>de</strong>cían, mordiéndose las uñas, solitarios,<br />

sombríos, casi invisibles, todos esos seres que más parecían expiar<br />

una con<strong>de</strong>na que estar a punto <strong>de</strong> aparecer.<br />

—¿Ya has aparecido otras veces?<br />

—Claro que sí.<br />

—¿Muchas?<br />

—Muchísimas.<br />

—Entonces, ¿ya conocías a Gloria?<br />

—Evi<strong>de</strong>ntemente. Gloria, ¿por qué contarle esas historias?<br />

No nos va a <strong>de</strong>jar platicar nunca.<br />

—¿Has aparecido en otros tiempos?<br />

—En las mañanas.<br />

—Digo en otro tiempo, por ejemplo en la época <strong>de</strong>l rey<br />

Arturo.<br />

—Gloria, dile que se calle un rato. Ya con tu hermana Luz<br />

es una lata: no para <strong>de</strong> reír a carcajadas junto contigo. Pero tu<br />

sobrinita…<br />

—Vamos a llevarla al parque <strong>de</strong> Las Américas. La columpiamos<br />

un rato y nos <strong>de</strong>ja en paz.<br />

Cuando bajamos <strong>de</strong>l carro frente al parque, la noche era<br />

Calzada <strong>de</strong> los Misterios 17


completa. Los altos árboles frondosos ensombrecían aún más<br />

la oscuridad <strong>de</strong> ese jardín tenuemente iluminados por la luz<br />

ama rillenta <strong>de</strong> algunos faroles. Las parejas se paseaban, enlazadas<br />

por los brazos o con las manos unidas, en busca <strong>de</strong> un lugar<br />

todavía más oscuro don<strong>de</strong> pudiesen hacerse las confi <strong>de</strong>ncias<br />

que quizá sólo el cuerpo es capaz <strong>de</strong> expresar.<br />

Que los lugares —jardines, monumentos, edifi cios, ciuda<strong>de</strong>s,<br />

campo, montañas— también cambian <strong>de</strong> domicilio es un<br />

hecho que, a lo largo <strong>de</strong> los años, me fue <strong>de</strong>mostrando el parque<br />

<strong>de</strong> Las Américas. Situado en ese entonces en los límites <strong>de</strong>l<br />

sur <strong>de</strong> la capital, cerca <strong>de</strong>l río <strong>de</strong> La Piedad, al otro lado <strong>de</strong>l cual<br />

se extendían vastos terrenos baldíos confundidos a lo lejos con<br />

el campo, hoy se halla en el centro <strong>de</strong> la Ciudad <strong>de</strong> México y<br />

ningún río fl uye cerca <strong>de</strong> él. Algo más hundido en la aguas<br />

subterráneas, cubiertas <strong>de</strong> tierra fl otante para erigir sobre ellas<br />

la ciudad, su islote poblado <strong>de</strong> árboles viaja lentamente hacia<br />

el norte sin por ello reducir ni un ápice la distancia que lo separa<br />

<strong>de</strong>l espacio que ocupan Catedral, el Templo Mayor y Palacio<br />

Nacional. La distancia que recorre no le permite escapar a<br />

su propio sitio. Las personas que, a cierta edad, creen que ya<br />

no se mueven porque no cambian <strong>de</strong> casa, dicen que ya nada es<br />

como antes; no ven que el lugar don<strong>de</strong> viven también cambia<br />

<strong>de</strong> domicilio, <strong>de</strong>sarraigando brutalmente a quienes creen haber<br />

plantado sus raíces para siempre y las pier<strong>de</strong>n cuando el lugar<br />

don<strong>de</strong> creyeron enterrarlas se aleja <strong>de</strong> ellas.<br />

Los columpios estaban situados en un claro <strong>de</strong> luz <strong>de</strong>sierto<br />

a esas horas tardías. Gloria me empujó durante algunos minutos.<br />

Sentí que volaba: el impulso que había tomado mi columpio<br />

me permitía exten<strong>de</strong>rme, acostada por completo en el aire,<br />

mirando el cielo cuando el vuelo alcanzaba su apogeo. Cerré los<br />

ojos y vi los refl ectores iluminar mi traje <strong>de</strong> baño <strong>de</strong> lentejuelas<br />

<strong>de</strong> oro y plata. Solté las manos <strong>de</strong> las cuerdas <strong>de</strong>l columpio sin<br />

per<strong>de</strong>r el equilibrio, como había visto hacerlo en el circo a los<br />

trapecistas, con las piernas plegadas a la altura <strong>de</strong> las rodillas en<br />

18 Calzada <strong>de</strong> los Misterios


la tablita que sirve <strong>de</strong> asiento. Sentí el aire rozarme la cara. Abrí<br />

los ojos y vi las estrellas parpa<strong>de</strong>ar en el fi rmamento muy negro.<br />

Los cerré y conté hasta tres antes <strong>de</strong> dar el triple salto mortal.<br />

Durante las noches <strong>de</strong>l largo verano lluvioso que siguió, muchas<br />

veces conté hasta tres con los ojos cerrados. Las apariciones se<br />

sucedieron a cada paseo nocturno: Carlos, Juan, Jeró nimo, Pedro,<br />

Pepe, Agustín, Sergio, Mario, Rogelio, Cadillacs, Chevro lets,<br />

Lin colns, Jaguares, Fords, Austins, Oldsmobiles, <strong>de</strong>portivos, convertibles,<br />

<strong>de</strong> dos o cuatro puertas, <strong>de</strong> carrera, <strong>de</strong> aparato, último<br />

mo<strong>de</strong>lo o <strong>de</strong> colección, e incluso una bicicleta.<br />

No sé durante cuánto tiempo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que mi tía Gloria<br />

volvió al norte <strong>de</strong>l país, seguí creyendo en esas apariciones.<br />

Debo haber tenido unos once años cuando, como ya no creía<br />

en los po<strong>de</strong>res mágicos <strong>de</strong> Gloria, me pareció fácil romper el<br />

secreto <strong>de</strong> aquellas noches <strong>de</strong> verano. Es raro que se traicione<br />

lo que ya no se cree: al faltar a mi promesa sólo traicioné a una<br />

niña <strong>de</strong> cinco años, la única que había creído y seguiría creyendo<br />

en todas esas apariciones. Gloria estaba casada por segunda<br />

vez y vivía en Estados Unidos, lejos <strong>de</strong> la vigilancia, ahora inútil,<br />

<strong>de</strong> mi madre, y más lejos aún <strong>de</strong> aquellas noches <strong>de</strong> verano<br />

en el parque <strong>de</strong> Las Américas.<br />

Una tar<strong>de</strong> escuché discutir a mis padres sobre la compra<br />

<strong>de</strong> un nuevo automóvil y la difi cultad que implica estacionar<br />

un coche <strong>de</strong>masiado gran<strong>de</strong>: sus voces me llegaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

comedor hasta mi recámara en un murmullo sordo. Apenas<br />

puse atención a ellas: era una conversación que no escondía<br />

ningún enigma y en la que no había nada que no pudiese compren<strong>de</strong>r.<br />

Seguí leyendo, pero, entre las líneas, don<strong>de</strong> en ese momento<br />

veía el duelo a muerte entre mosqueteros <strong>de</strong>l rey y guardias<br />

<strong>de</strong>l car<strong>de</strong>nal, vi surgir una vieja visión con la fuerza que<br />

sólo tiene lo vivido, esos raros instantes que vuelven tal cual<br />

fueron, antes <strong>de</strong> cubrirse con los velos <strong>de</strong>l recuerdo.<br />

Me levanté <strong>de</strong> mi cama y me dirigí hacia el comedor.<br />

Calzada <strong>de</strong> los Misterios 19


—¿Por qué no compran uno <strong>de</strong> esos autos que se hacen<br />

reloj?<br />

Mis padres se me quedaron viendo sin compren<strong>de</strong>r <strong>de</strong> qué<br />

hablaba y yo malinterpreté su sorpresa: no conocían los automóviles-relojes.<br />

Segura <strong>de</strong> haber visto ese fantástico objeto como lo estaba<br />

<strong>de</strong> ver a mis padres sentados frente a mí, les <strong>de</strong>scribí su funcionamiento:<br />

el reloj contenía en su interior las partes <strong>de</strong>l auto<br />

que se iban <strong>de</strong>splegando una <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> otra. Bastaba con oprimir<br />

un botón. En forma inversa, el auto se plegaba, una parte<br />

tras otra, reduciéndose hasta alcanzar el tamaño y la forma <strong>de</strong><br />

un reloj, el cual podía guardarse en el bolsillo o ponerse en la<br />

muñeca <strong>de</strong>l brazo.<br />

—¿Dón<strong>de</strong> viste eso? —me preguntó mi madre.<br />

—No existe ese objeto, Pingo —me dijo mi padre.<br />

—Claro que existe: yo lo vi —contesté mirando a ambos.<br />

—Lo has <strong>de</strong> haber visto en la televisión —supuso mi padre,<br />

dando por concluido el asunto.<br />

—No, lo vi en la calle, con mi tía Gloria. Vi cómo se <strong>de</strong>splegaba<br />

y cómo volvía a plegarse haciéndose chiquito… Yo lo vi.<br />

—Lo que no inventa tu hermana Gloria —se rió mi padre,<br />

mirando <strong>de</strong> nuevo una revista.<br />

Me quedé callada: el auto-reloj existía, yo lo vi funcionar,<br />

me acordaba <strong>de</strong> él como <strong>de</strong> los po<strong>de</strong>res mágicos <strong>de</strong> Gloria en<br />

los que, sin embargo, había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> creer; pero ya había visto<br />

las apariciones, a pesar <strong>de</strong> todo reales, <strong>de</strong> cada uno <strong>de</strong> esos muchachos<br />

y esos automóviles a los cuales vi surgir <strong>de</strong> la nada al<br />

abrir los ojos. Yo los había visto, pero —ahora me daba cuenta—<br />

pertenecían al secreto: no podía hablarse <strong>de</strong> ellos; y el secreto,<br />

que les conservaría la vida mientras yo lo guardase, no<br />

tenía cofre más seguro que el silencio. De todos modos, para<br />

mí, imaginarios o reales, existieron.<br />

20 Calzada <strong>de</strong> los Misterios


•<br />

II. Avenida Niño Perdido<br />

VÉRTIZ NARVARTE<br />

Cuando el chofer <strong>de</strong>l camión dio vuelta en la esquina <strong>de</strong> Esperanza,<br />

me levanté <strong>de</strong> mi asiento y me acerqué a la puerta, dispuesta<br />

a saltar a la acera como los días anteriores.<br />

El conductor <strong>de</strong>tuvo el autobús frente al edifi cio <strong>de</strong> ladrillo<br />

rojo don<strong>de</strong> hasta entonces habíamos vivido. Pero ese mediodía<br />

no me esperaba nadie a la puerta.<br />

—A ver, señorita —dijo a la cuidadora <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> dar varios<br />

claxonazos—, tóquele ahí al timbre para que vengan por la niña.<br />

—¡Uy!, si hay que bajarse cada vez que <strong>de</strong>jamos a una<br />

niña…<br />

—Nomás las chiquitas, no pue<strong>de</strong> uno <strong>de</strong>jarlas tiradas en la<br />

calle.<br />

—Ya no vivimos ahí —les dije cuando la vigilante comenzaba<br />

a guardar su costura para levantarse <strong>de</strong> su asiento.<br />

—¡Cómo que ya no vives ahí! —exclamó el chofer con un<br />

tono <strong>de</strong> voz que implicaba, más que una duda en mis palabras,<br />

la certidumbre <strong>de</strong> escuchar una broma—. Yo lo sabría. Si se<br />

hubieran cambiado <strong>de</strong> casa, ya lo sabría yo. A ver, señorita,<br />

apúrele y tóqueles ahí el timbre. ¡Estas niñas! No saben qué<br />

inventar. Cuéntame qué hiciste. No <strong>de</strong>be ser muy grave. ¿Tienes<br />

miedo <strong>de</strong> que te regañen? Hay que portarse bien…<br />

—Le digo que hoy en la mañana se cambiaron, aquí al<br />

lado: ayer me llevaron a ver el nuevo <strong>de</strong>partamento. Nada más<br />

hay que dar vuelta en esa esquina —señalé la siguiente calle<br />

transversal— a la izquierda. Es un edifi cio muy alto.<br />

21


La cuidadora se había bajado <strong>de</strong>l camión y estaba tocando<br />

el timbre <strong>de</strong> ese <strong>de</strong>partamento ahora vacío.<br />

El chofer se volvió hacia mí y se me quedó mirando con<br />

sus ojos bondadosos:<br />

—Pero si no me dijeron nada en la mañana. Nada <strong>de</strong> nada.<br />

¿Cómo es posible que se cambien sin avisarle a uno? Nadie se<br />

muda <strong>de</strong> repente.<br />

—Aquí traigo la nueva dirección —le dije anticipándome<br />

al resultado <strong>de</strong> la búsqueda que comencé en mi lonchera: el<br />

papel había <strong>de</strong>saparecido. Mi termo, un resto <strong>de</strong> torta, una<br />

manzana mordida, unos charritos: regué todo en la primera<br />

banca. Seguía moviendo <strong>de</strong> lugar las cosas (como si su <strong>de</strong>splazamiento<br />

pudiese provocar la aparición <strong>de</strong>l papel perdido), algunas<br />

<strong>de</strong> las cuales fueron a dar al piso, cuando la cuidadora<br />

regresó al camión.<br />

—Es cierto: ya no viven ahí. No abre nadie.<br />

—Que no abra nadie no signifi ca que ya no vivan ahí.<br />

Comencé a guardar en mi lonchera todo lo que había sacado.<br />

Las voces <strong>de</strong>l chofer y la cuidadora se confundían con las risas<br />

<strong>de</strong> las niñas: sentirme mirada, oírme discutida, provocar la sonrisa<br />

irónica, <strong>de</strong>satar la carcajada que ya no pue<strong>de</strong> disimularse, ver<br />

algunos ojos más generosos <strong>de</strong>sviarse vergonzosamente, mirar los<br />

índices que señalan y marcan al mismo tiempo la frente culpable<br />

—cuando no se está sobre las planchas <strong>de</strong> un teatro, escudado<br />

tras el personaje que se representa, protegido por el disfraz que se<br />

viste, bajo la luz <strong>de</strong> los refl ectores que realzan la actuación <strong>de</strong><br />

cada uno <strong>de</strong> los gestos con que se retiene la atención <strong>de</strong>l público,<br />

ausente <strong>de</strong> ese cuerpo que se presta a otra vida—, en fi n, darme<br />

cuenta que era mi propia persona el origen <strong>de</strong> una dislocación<br />

grave en el or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l tiempo, sublevó un <strong>de</strong>seo que aniquiló el<br />

resto <strong>de</strong> mi voluntad: el retardo que hacía sufrir a los otros, retraso<br />

cuyos minutos nunca podrían ser recuperados y los cuales, al<br />

esfumarse, formaban el vacío don<strong>de</strong>, a causa <strong>de</strong> ese <strong>de</strong>sliz <strong>de</strong>l<br />

tiempo, habría querido <strong>de</strong>saparecer. Volverme invisible.<br />

22 Calzada <strong>de</strong> los Misterios


—Pues en todo caso —oí que <strong>de</strong>cía la cuidadora—, se <strong>de</strong>saparecieron<br />

<strong>de</strong>l <strong>de</strong>partamento.<br />

—¿Cómo cree usted que <strong>de</strong>saparecieron <strong>de</strong>jando a la niña<br />

con nosotros, señorita? Estarán ausentes y se les hizo tar<strong>de</strong>.<br />

Terminé <strong>de</strong> meter mis cosas en la lonchera, pero la misma<br />

precipitación me hizo cerrarla mal y vi rodar su contenido por<br />

el piso. Como no podía volverme invisible, traté <strong>de</strong> escaparme<br />

<strong>de</strong>l camión: bajé el primer escalón, <strong>de</strong>cidida a abandonar mi<br />

lonchera. Ya encontraría yo sola el camino al nuevo <strong>de</strong>partamento.<br />

Sentí la mano <strong>de</strong>l chofer sobre mis hombros, alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong><br />

mi cuello, atraparme como una tenaza: quedé inmóvil.<br />

—¿A dón<strong>de</strong> piensas que vas? Mire nomás, quién lo dijera:<br />

tan chiquitas y ya piensan en fugarse. A ver, dime dón<strong>de</strong> queda<br />

tu nuevo domicilio.<br />

—En esa calle, a la izquierda. Es un edifi cio muy alto.<br />

—Pues yo ahí no puedo dar vuelta a la izquierda, es sentido<br />

contrario. Voy a avanzar hasta la esquina y si <strong>de</strong> ahí vemos<br />

que alguien te espera, te <strong>de</strong>jo bajar.<br />

Cuando llegó al cruce <strong>de</strong> Esperanza con Yácatas, creí reconocer<br />

esta última calle, pero no alcancé a ver el edifi cio.<br />

—A ver, dime cuál es tu casa para que la señorita vaya a<br />

tocar.<br />

Me quedé callada: no alcanzaba a verla. El camión se había<br />

<strong>de</strong>tenido <strong>de</strong>l otro lado <strong>de</strong>l cruce y yo sólo podía ver la banqueta<br />

<strong>de</strong> Yácatas situada frente a mi nuevo domicilio.<br />

El chofer avanzó otra cuadra y se <strong>de</strong>tuvo en la esquina: me<br />

pareció igual a la calle anterior, otra vez creí reconocer alguna<br />

casa, unos árboles, pero tampoco pu<strong>de</strong> localizar el edifi cio <strong>de</strong><br />

siete pisos con sus balcones en cada uno <strong>de</strong> ellos.<br />

—¿No te acuerdas cómo se llama la calle?<br />

Apenas unas horas antes me había repetido el nombre y el<br />

número <strong>de</strong> la calle, cuando aún estaba segura <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r conducir<br />

al chofer a mi nueva dirección; pero en ese momento, se<br />

Avenida Niño Perdido 23


agolpaban, atropellándose, otros nombres y otros números <strong>de</strong><br />

calles don<strong>de</strong> vivían mis abuelos, una tía casada, una amiga con<br />

quien iba a jugar algunas tar<strong>de</strong>s.<br />

—¿No será Yácatas?<br />

—Sí, eso es: Yácatas número veinticuatro.<br />

—¿O Xochicalco?<br />

Mi recuerdo, que me pareció tan preciso segundos antes,<br />

se borró bajo el sonido <strong>de</strong> Xochicalco. Su eco, más sonoro, repercutió<br />

en el caracol <strong>de</strong> mis oídos y me convenció que esta<br />

palabra repetida varias veces al interior <strong>de</strong> mi cráneo era la<br />

misma que había repetido durante toda la mañana.<br />

—Sí, Xochicalco número veintidós.<br />

—¿Yácatas, Xochicalco o Monte Albán?<br />

La letanía <strong>de</strong> nombres que recitó el chofer terminó <strong>de</strong> confundirme.<br />

Palabras que <strong>de</strong>signaban calles aledañas, las cuales<br />

había oído con frecuencia —Yácatas, Uxmal, Xochicalco, Tajín,<br />

Palenque, Monte Albán, Chichen Itzá— sin prestarles atención:<br />

lugares tan vagos en la geografía <strong>de</strong> mi memoria —don<strong>de</strong><br />

el norte coincidía con la estación <strong>de</strong> ferrocarriles, las gran<strong>de</strong>s<br />

distancias estaban hechas <strong>de</strong> años, el Polo Norte quedaba en<br />

Navidad, la Tierra era redonda y podía darle la vuelta en veinticuatro<br />

horas— como los sitios prehispánicos don<strong>de</strong> habían<br />

sido erigidas esas pirámi<strong>de</strong>s.<br />

El chofer arrancó. Después <strong>de</strong> recoger y meter los restos <strong>de</strong><br />

mi almuerzo en la lonchera, volví a mi lugar, la segunda banca<br />

<strong>de</strong>l lado <strong>de</strong>recho, atrás <strong>de</strong> la cuidadora. Me consolé <strong>de</strong> sentirme<br />

perdida al ver que ya nadie se ocupaba <strong>de</strong> mí: todo mundo<br />

me había olvidado. Recargué la cara contra el vidrio <strong>de</strong> la ventana<br />

y me puse a mirar las calles. Una y otra vez creía reconocerlas.<br />

Vi el parque <strong>de</strong> Las Américas en dos o tres jardines. Distinguí<br />

los balcones <strong>de</strong> mi nuevo domicilio en más <strong>de</strong> seis<br />

edifi cios. Descubrí varias veces la barda <strong>de</strong> una vecindad, vista<br />

la tar<strong>de</strong> anterior durante la caminata hasta mi nueva casa. Creí<br />

que el chofer seguía buscando mi dirección.<br />

24 Calzada <strong>de</strong> los Misterios


Después <strong>de</strong>jé <strong>de</strong> reconocer y empecé a <strong>de</strong>scubrir lugares<br />

<strong>de</strong>sconocidos. Su novedad me distrajo: <strong>de</strong>jé <strong>de</strong> pensar en mi<br />

casa, en mis padres, mi hermanita, mis tías, yo misma. Descubrí<br />

niñas en las que nunca me había fi jado: una pelirroja se bajó <strong>de</strong>l<br />

camión frente a una casa con la fachada cubierta <strong>de</strong> mosaicos<br />

guindas. La vi reír antes <strong>de</strong> saludar a sus hermanos, dos muchachos<br />

pelirrojos como ella, que la esperaban subidos en un viejo<br />

automóvil <strong>de</strong>startalado. Le gritaron: “Elisa, ven, apúrate”. Ella<br />

corrió, riendo todavía, hacia la puerta abierta <strong>de</strong> la casa. “Nomás<br />

me cambio”, la oí respon<strong>de</strong>r perdida en la oscuridad <strong>de</strong>l<br />

interior. El camión arrancó y no pu<strong>de</strong> saber a dón<strong>de</strong> iban. Me<br />

habría gustado ir con ellos a ese lugar, fuera cual fuese: en mi<br />

imaginación no tenía contornos <strong>de</strong>fi nidos, era sólo un lugar<br />

cuyo camino hacia él hacía reír <strong>de</strong> placer, un lugar <strong>de</strong>sconocido<br />

como me lo era la vida <strong>de</strong> Elisa y <strong>de</strong> sus hermanos. Un lugar, a<br />

fi n <strong>de</strong> cuentas, que nunca conocería y por eso mismo sigue poseyendo<br />

ese encanto exclusivo, propio a los sitios que, apenas<br />

esbozados por nuestras quimeras, nunca serán suplantados por<br />

el que siempre podremos cambiar a nuestro antojo.<br />

Al lado <strong>de</strong> una iglesia <strong>de</strong> cemento, voluminosa y pesada,<br />

no obstante la altura con la cual ha <strong>de</strong> haberse intentado darle<br />

un carácter vertical —una gigantesca virgen, también <strong>de</strong> cemento,<br />

situada en su cúspi<strong>de</strong>, <strong>de</strong>ja caer los pliegues <strong>de</strong> su túnica<br />

<strong>de</strong> piedra—, dos gemelas bajaron <strong>de</strong>l camión. Su madre,<br />

rubia como ellas, las esperaba <strong>de</strong> pie bajo el sol, en la esquina<br />

<strong>de</strong> una callejuela lateral seguramente sin salida.<br />

La señora se acercó a la puerta <strong>de</strong>l camión y cruzó algunas<br />

palabras con el chofer. No pu<strong>de</strong> escuchar lo que ella <strong>de</strong>cía con<br />

una voz queda, pero su breve charla me dio tiempo <strong>de</strong> jugar a<br />

distinguir una gemela <strong>de</strong> la otra.<br />

Las dos niñas se parecían <strong>de</strong> una manera extraordinaria, no<br />

sólo entre ellas, sino también a la mujer adulta. La similitud<br />

<strong>de</strong> los gestos perfeccionaba las semejanzas físicas: los cabellos <strong>de</strong><br />

un amarillo pajizo estaban recogidos en dos trenzas alre<strong>de</strong>dor<br />

Avenida Niño Perdido 25


<strong>de</strong> cada una <strong>de</strong> las tres cabezas, <strong>de</strong>sproporcionadas al tamaño <strong>de</strong><br />

los cuerpos, pequeños en relación con el volumen <strong>de</strong> los cráneos;<br />

los ojos acuosos y azules, sin brillo, entrecerrados y huidizos,<br />

miraban <strong>de</strong> reojo atisbándose las unas a las otras, en el<br />

interior <strong>de</strong> ese trío que se repartía las complicida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> una<br />

manera sincronizada y casi rítmica; las tres narices, chatas, aleteaban<br />

al mismo tiempo el peligro o la posible caza; las bocas,<br />

carnosas y rojas, habrían podido ser sensuales si los dientes<br />

saltones y blancos no se hubiesen mostrado tan a menudo en<br />

un simulacro <strong>de</strong> risa repentinamente interrumpido por un acceso<br />

<strong>de</strong> tos. La única diferencia era la talla adulta <strong>de</strong> la madre<br />

y la estatura infantil <strong>de</strong> las gemelas. Quién era la caricatura <strong>de</strong><br />

las otras, habría sido imposible <strong>de</strong>scubrirlo aun teniendo en<br />

cuenta el or<strong>de</strong>n cronológico <strong>de</strong> aparición: un resto <strong>de</strong> candor<br />

aniñaba los rasgos faciales <strong>de</strong> la giganta y un <strong>de</strong>jo <strong>de</strong> dureza en<br />

la angulosidad <strong>de</strong> las facciones avejentaba los rostros enanitos.<br />

Si el traje sastre <strong>de</strong> la madre era una copia <strong>de</strong>l uniforme escolar<br />

que vestían las gemelas, el porte <strong>de</strong> éstas imitaba la rigi<strong>de</strong>z en<br />

los movimientos <strong>de</strong> una edad que ya no se permite, quizás por<br />

miedo al ridículo, los saltos, las maromas, las carreras, las cosquillas,<br />

los juegos, las carcajadas incontrolables, los accesos <strong>de</strong><br />

llanto, el contagio <strong>de</strong> la risa. El intercambio <strong>de</strong> las i<strong>de</strong>ntida<strong>de</strong>s<br />

había alcanzado su clímax en una i<strong>de</strong>ntifi cación total gracias a<br />

una rara simbiosis <strong>de</strong>l tiempo: las gemelas eran ya lo que serían<br />

y la madre había vuelto a ser lo que fue. Las tres cerraban las<br />

puertas a cualquier veleidad <strong>de</strong>l futuro.<br />

Vi bajar otras niñas <strong>de</strong>l camión. Algunas <strong>de</strong> ellas, más altas,<br />

más cerca <strong>de</strong> la edad <strong>de</strong> mis tías que <strong>de</strong> la mía, se habían ido <strong>de</strong>spojando<br />

<strong>de</strong>l uniforme azul marino <strong>de</strong> la escuela arrancando el<br />

cuello, los puños, el cinturón, levantando la altura <strong>de</strong> la falda,<br />

abriendo los botones <strong>de</strong>lanteros <strong>de</strong> la blusa a la altura <strong>de</strong> la garganta<br />

para formar un ligero escote y, al saltar <strong>de</strong>l autobús a la<br />

acera, terminaban <strong>de</strong> abandonar las maneras y el porte escolares,<br />

los cuales habían <strong>de</strong>svanecido, durante el curso <strong>de</strong> la mañana<br />

26 Calzada <strong>de</strong> los Misterios


pasada en el establecimiento dirigido por las religiosas, las calida<strong>de</strong>s<br />

particulares que hacían <strong>de</strong> cada una <strong>de</strong> ellas un ser único.<br />

El paso <strong>de</strong> ese último umbral <strong>de</strong> la escuela que era la puerta<br />

<strong>de</strong>l camión, ese salto a la banqueta <strong>de</strong> la calle, tenía las propieda<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> una metamorfosis que, a pesar <strong>de</strong> ser repetida a<br />

diario, no perdía sus virtu<strong>de</strong>s mágicas: <strong>de</strong>l uniforme azul marino<br />

que envolvía a una niña semejante a las <strong>de</strong>más, apenas algo<br />

más alta, confundida en el anonimato <strong>de</strong> las fi las —las fi las en<br />

que nos formaban <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l recreo, don<strong>de</strong> sólo contaba la<br />

diferencia <strong>de</strong> estatura <strong>de</strong> cada una para <strong>de</strong>signarnos un lugar<br />

en ese universo sin distinciones aparentes, las fi las <strong>de</strong> papeleras<br />

en los salones <strong>de</strong> clase, la salida en fi la hacia los camiones—,<br />

fi las <strong>de</strong> entre las cuales primero, <strong>de</strong> uniforme azul, por<br />

último, surgía una muchacha, casi una mujer, distinta a las<br />

otras, con un <strong>de</strong>stino propio que parecía recuperar en ese momento,<br />

un <strong>de</strong>stino que hubiese quedado en suspenso, colgado<br />

en el vestíbulo, adormecido, durante la estancia matinal entre<br />

los muros <strong>de</strong> la escuela.<br />

Quedaban unas cuantas niñas en el camión.<br />

Mi apetito, transformado en hambre dolorosa durante algunos<br />

minutos, se había convertido en mareo y repulsión <strong>de</strong><br />

cualquier alimento. Habría querido preguntar a la cuidadora<br />

cuándo iban, por fi n, a llevarme a mi nuevo domicilio, creyendo<br />

todavía que ése era el proyecto <strong>de</strong>l chofer. Mi confi anza en<br />

un or<strong>de</strong>n imperturbable, según el cual el hecho <strong>de</strong> subir al<br />

camión escolar a la hora <strong>de</strong> la salida conducía invariablemente<br />

<strong>de</strong> regreso a casa, reforzó una timi<strong>de</strong>z cuya <strong>de</strong>bilidad me mantenía<br />

en un estado cercano a la invisibilidad. Terminé por <strong>de</strong>saparecer<br />

en ella y me dormí.<br />

—Está perdida.<br />

Vi esfumarse las últimas imágenes <strong>de</strong> un sueño agitado por<br />

los sacudimientos <strong>de</strong>l autobús cuando el chofer, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

estacionarlo frente al portón <strong>de</strong> la escuela, apagó el motor, y las<br />

vibraciones que me habían mecido cesaron por completo.<br />

Avenida Niño Perdido 27


No sabía aún dón<strong>de</strong> estaba cuando escuché la voz <strong>de</strong> la<br />

cuidadora, la cual acabó <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertarme y recordarme así en<br />

dón<strong>de</strong> me hallaba.<br />

¿Cómo era posible que estuviese perdida si estaba ahí?<br />

“Ahí” era el camión escolar <strong>de</strong>l que acababa <strong>de</strong> bajar y podía<br />

ver al otro lado <strong>de</strong>l portón, estacionado enfrente <strong>de</strong>l número<br />

cuarenta y seis <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> Monterrey. Ahí era el patio <strong>de</strong><br />

ese establecimiento <strong>de</strong> educación primaria y secundaria para<br />

niñas y señoritas don<strong>de</strong> jugaba a la hora <strong>de</strong>l recreo. Ahí era la<br />

cuidadora que me llevó al lado <strong>de</strong> la monja encargada <strong>de</strong> recibir<br />

el reporte <strong>de</strong> los recorridos hechos por los autobuses. Ahí<br />

era esa misma religiosa a quien yo saludaba todas las mañanas<br />

al llegar a la escuela y <strong>de</strong> quien me <strong>de</strong>spedía al partir diariamente.<br />

Ahí era ese colegio don<strong>de</strong> sabían mi nombre, podían<br />

telefonear a mi casa y pedir a mi madre que viniera por mí. Ahí<br />

era ese sitio que yo creía conocer y que, en esos momento, me<br />

parecía tan distinto, sin el bullicio <strong>de</strong> las voces infantiles, <strong>de</strong>sierto,<br />

las sombras <strong>de</strong> los altos muros cubriendo más <strong>de</strong> la mitad<br />

<strong>de</strong> ese patio asoleado en las mañanas, el eco <strong>de</strong> las palabras<br />

<strong>de</strong> la cuidadora amplifi cado por el vacío. Ahí eran esas dos<br />

<strong>de</strong>sconocidas: la cuidadora y la hermana religiosa que hablaban<br />

<strong>de</strong> mí, no para regañarme ni para <strong>de</strong>cirme que me callara,<br />

sino para consolarme <strong>de</strong> una <strong>de</strong>sgracia aún invisible frente a<br />

mis ojos, pero la cual, tal como me lo probaba <strong>de</strong> manera contun<strong>de</strong>nte<br />

la conmiseración encerrada en el tono <strong>de</strong> sus palabras,<br />

ellas veían abatirse sobre mi persona. Ahí era ese camión<br />

escolar que, contra todas las disposiciones establecidas, en vez<br />

<strong>de</strong> llevarme a mi casa, me había conducido a la escuela a una<br />

hora que no era la fi jada y me <strong>de</strong>volvía, <strong>de</strong> golpe, al inicio <strong>de</strong><br />

ese día, a mediados <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, cuando las monjas, liberadas<br />

<strong>de</strong> nosotras, se encerraban <strong>de</strong> nuevo entre ellas y volvían a su<br />

misteriosa existencia para celebrar los ritos y ceremonias que<br />

nos estaban vedados. Y yo había venido a romper ese or<strong>de</strong>n,<br />

casi sagrado, con mi presencia imprevista en un lugar don<strong>de</strong><br />

28 Calzada <strong>de</strong> los Misterios


no <strong>de</strong>bía estar y a una hora en que hubiese <strong>de</strong>bido hallarme en<br />

otro lado.<br />

—Sí —oí respon<strong>de</strong>r con una voz dolorosa a la monja, al<br />

mismo tiempo que me acariciaba la cabeza con un gesto <strong>de</strong><br />

piedad—. Su madre acaba <strong>de</strong> telefonear. Se imaginó que la<br />

niña se había perdido cuando no la vio llegar.<br />

Yo había creído haber perdido un papel don<strong>de</strong> estaba escrito<br />

mi nuevo domicilio. Pero era yo quien estaba perdida aunque<br />

estuviese ahí.<br />

La cuidadora había dicho la verdad. Yo lo sabía: estar perdido<br />

era no estar en su lugar.<br />

¿Cuántas veces no había escuchado a mi madre, a mis tías, a<br />

otras personas, <strong>de</strong>cir, a propósito <strong>de</strong> un objeto que no encontraban<br />

en su lugar, que “estaba perdido”? Sin embargo, las llaves, el<br />

bolso, los cigarrillos o el pren<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>bían estar en algún sitio<br />

preciso, pero no era el lugar convenido en ese momento en que<br />

eran buscados o, al menos, no era el lugar que creían recordar.<br />

Que se les encontrase, más tar<strong>de</strong>, en un sitio distinto no signifi -<br />

caba que no se hubiesen extraviado. Y yo había estado perdida<br />

en esos momentos durante los cuales no supe dar mi dirección.<br />

Continuaba extraviada puesto que seguía estando en un<br />

lugar don<strong>de</strong> no <strong>de</strong>bía estar.<br />

—¿Tienes hambre? —me preguntó la monja con el mismo<br />

tono doloroso, como si ella sintiera una carencia en el estómago<br />

que yo no sentía, sin parar <strong>de</strong> <strong>de</strong>speinarme los cabellos con<br />

sus caricias.<br />

Como no respondí, interpretó positivamente mi silencio<br />

<strong>de</strong> acuerdo con el adagio que dice “quien calla otorga” y, sobre<br />

todo, porque su bondad le prescribía asistir al necesitado y dar<br />

<strong>de</strong> comer al hambriento, pero no le or<strong>de</strong>naba, para mi suerte,<br />

aparecer al <strong>de</strong>saparecido ni encontrar al extraviado.<br />

Recuperé el apetito cuando entré al comedor: yo creía, tal<br />

vez <strong>de</strong>bido a los instantes que me adormecí <strong>de</strong> manera profunda,<br />

que habían pasado varias horas, mucho tiempo. Sentí que<br />

Avenida Niño Perdido 29


atrapaba el paso <strong>de</strong> las manecillas <strong>de</strong>l reloj y estaba otra vez a<br />

la hora cuando vi varias alumnas <strong>de</strong> la escuela, vestidas con el<br />

uniforme azul marino, sentadas alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> una larga mesa<br />

rectangular, frente a platos <strong>de</strong> arroz blanco adornado con plátanos.<br />

Platicaban entre ellas, sin profesoras, sin monjas, sin<br />

cua<strong>de</strong>rnos: eran las mismas y eran distintas. Apenas empezaban<br />

a comer. Me senté entre ellas. El arroz, el hígado —que<br />

siempre me había negado a comer en casa—, las papas, el fl an:<br />

todo me pareció <strong>de</strong>licioso, diferente. Las niñas, más gran<strong>de</strong>s<br />

que yo, ya enteradas <strong>de</strong> mi pérdida, quizá distraídas <strong>de</strong> su rutina<br />

con mi presencia, me <strong>de</strong>jaron hablar y contarles quién era,<br />

qué hacía, qué iba a ser. Les pregunté por qué comían en la<br />

escuela. Me explicaron que eran internas: no regresaban a sus<br />

casas durante la semana, comían juntas, hablaban entre ellas,<br />

<strong>de</strong> igual a igual, hasta muy tar<strong>de</strong> en la noche, dormían juntas,<br />

se <strong>de</strong>spertaban acompañadas unas por otras. Durante las tar<strong>de</strong>s,<br />

una vez acabadas las tareas, po dían hacer lo que se les anto<br />

jara: ver la televisión, jugar, charlar con una amiga, caminar<br />

en el jardín <strong>de</strong>l convento, ir y venir como en un hotel. Sus padres<br />

venían por ellas los fi nes <strong>de</strong> semana, las llevaban a pasear,<br />

las consentían. Su ausencia era recompensada con besos y regalos.<br />

El encuentro valía la separación.<br />

Una religiosa entró en el comedor para anunciarme la llegada<br />

<strong>de</strong> mi madre, a quien vi en el umbral <strong>de</strong> la puerta acompañada<br />

por mis dos tías, sonriente, tendiéndome los brazos.<br />

Corrí hacia ella y me eché a llorar.<br />

—Tan valiente como se había portado: ni una lágrima hasta<br />

ahora.<br />

—Debe <strong>de</strong> haber retenido el llanto. Así pasa: uno estalla<br />

cuan do todo está terminado.<br />

—Ya no llores, ya vinimos por ti.<br />

¿Cómo explicarles que no lloraba por haberme perdido, que<br />

el único motivo <strong>de</strong> mi llanto era que me habían encontrado muy<br />

pronto y que hubiera querido seguir perdida mucho tiempo?<br />

30 Calzada <strong>de</strong> los Misterios


•<br />

III. Retorno <strong>de</strong>l futuro<br />

VALLE DE LAS LUCES<br />

Si estuve ausente <strong>de</strong>l cambio <strong>de</strong> casa, al cual hubiese querido<br />

asistir, no pu<strong>de</strong> estarlo <strong>de</strong>l cambio <strong>de</strong> escuela: era yo misma la<br />

<strong>de</strong>splazada y no me quedaba más remedio que asistir a un evento,<br />

si no en <strong>de</strong>fi nitiva ajeno a mi voluntad, era apenas <strong>de</strong>seado,<br />

y esto a causa <strong>de</strong> esa atracción que ejerce lo <strong>de</strong>sconocido cuando<br />

<strong>de</strong> todos modos no existe ninguna manera <strong>de</strong> escaparle.<br />

A semejanza <strong>de</strong> esas personas que, obligadas a <strong>de</strong>jar una<br />

ciudad, un país, <strong>de</strong>bido a una promoción en su trabajo o para<br />

seguir a la mujer amada, comienzan a sentir nostalgia <strong>de</strong> sus<br />

costumbres antes siquiera <strong>de</strong> haberse <strong>de</strong>shecho <strong>de</strong> ellas, acaso<br />

porque la inminencia <strong>de</strong>l viaje las aleja <strong>de</strong> las cosas aún presentes<br />

y las sitúa en un lugar don<strong>de</strong> todavía no están, yo continuaba<br />

yendo a la misma escuela, pero, sabiendo que <strong>de</strong>bería <strong>de</strong>jarla<br />

<strong>de</strong> un día a otro, me apegaba a mis compañeras <strong>de</strong> recreo, les<br />

<strong>de</strong>scubría virtu<strong>de</strong>s <strong>de</strong>sconocidas, sentía crecer en mí una ternura<br />

que iba a perdurar a pesar <strong>de</strong> la separación —estaba segura—,<br />

en esa otra escuela a la cual, si no mi cuerpo, mi mente se<br />

iba acostumbrando como si ya estuviera en ella, lejos <strong>de</strong>l patio<br />

en que seguía jugando todas las mañanas y don<strong>de</strong> miraba a mis<br />

camaradas <strong>de</strong> clase como si ya estuviese ausente.<br />

—Y el aire puro, cuñada, el aire <strong>de</strong> las montañas, con el Ajusco<br />

tan cerca, tanto jardín… Qué suerte tienes, Pingo.<br />

Nadie me llamaba nunca por mi nombre. Mi tía Ángeles se<br />

dirigía a mí con el mismo sobrenombre que utilizaba su herma-<br />

31


no menor. Mi padre me impuso ese apodo porque a su equipo<br />

favorito <strong>de</strong> béisbol, los Diablos, lo llamaban en ocasiones con el<br />

eufemismo <strong>de</strong> “pingo”, palabra con que en México se <strong>de</strong>signa<br />

cariñosamente a los diablillos. Mi madre, quien era la única persona<br />

en llamarme por mi nombre <strong>de</strong> pila, pronunciando así el<br />

suyo, cuando le daba motivos para regañarme, prefería <strong>de</strong>cirme<br />

—tal vez porque un sabio instinto le indicaba evitar esa i<strong>de</strong>ntifi -<br />

cación que algunas madres hacen con sus hijas cuando cesan <strong>de</strong><br />

mirarse en el espejo y comienzan a mirarse en su progenitura<br />

robando una juventud que no les pertenece—: “hijita”, “niña”,<br />

“criatura”, “amorcito”, términos con los que <strong>de</strong>signaba al mismo<br />

tiempo mi relación con ella, mi edad, mi condición temporal <strong>de</strong><br />

haber sido creada, su ternura hacia mí. Mi hermanita me llamaba<br />

“Mima” porque era uno <strong>de</strong> los pocos sonidos que conseguía<br />

articular a sus dos años, repitiendo con esa breve eufonía la<br />

palabra “mira”, la cual me oía <strong>de</strong>cirle a menudo para llamar su<br />

atención sobre algún objeto. En cuanto a mi abuela paterna,<br />

evitó los apodos <strong>de</strong> manera simple y <strong>de</strong>cidida cambiándome <strong>de</strong><br />

nombre, dispuesta a cumplir una promesa hecha a la Virgen<br />

<strong>de</strong> Guadalupe, cuyo nombre hubiesen <strong>de</strong>bido ponerme en la<br />

pila <strong>de</strong> bautismo. Menos imaginativas, o más perezosas, las hermanas<br />

<strong>de</strong> mi madre, cuando no me <strong>de</strong>cían “muñequita”, habían<br />

adoptado el apodo <strong>de</strong> Pingo. Cada uno, a su manera, se dirigía a<br />

mí utilizando un término más a<strong>de</strong>cuado a su punto <strong>de</strong> vista en<br />

la perspectiva <strong>de</strong> los propios <strong>de</strong>seos, los gustos, y sobre todo <strong>de</strong> la<br />

fusión <strong>de</strong> mi persona con la imagen que cada quien se hacía <strong>de</strong><br />

lo que yo <strong>de</strong>bería ser, transformándome a su antojo en un <strong>de</strong>monio,<br />

una virgen, una señal <strong>de</strong> atención, un juguete, una creación<br />

divina aunque mortal. Mi nombre había sido cuidadosamente<br />

olvidado. Yo misma, cuando a alguien se le ocurría<br />

pronunciarlo, tardaba algunos segundos en compren<strong>de</strong>r que se<br />

dirigía a mí.<br />

La conversación <strong>de</strong> mi tía Ángeles con mi madre era el resultado<br />

<strong>de</strong> una lucha tenaz, sostenida por ambas. Pero si el ob-<br />

32 Calzada <strong>de</strong> los Misterios


jetivo <strong>de</strong> esa campaña guerrera había sido inventado por la primera,<br />

los movimientos tácticos y estratégicos fueron <strong>de</strong>cididos<br />

por la segunda.<br />

Con catorce años <strong>de</strong> diferencia entre ellas —se hablaban<br />

<strong>de</strong> usted y siguieron haciéndolo durante cincuenta años <strong>de</strong> familiaridad,<br />

disputas, reconciliaciones, rencillas y, en el fondo,<br />

aunque sin jamás confesarlo, una admiración por sus respectivas<br />

inteligencias, muy distintas entre ambas, pero que las ayudaba<br />

a enten<strong>de</strong>rse gracias a vanida<strong>de</strong>s e intereses, ambiciones y<br />

cariños comunes—, estas dos hadas, que se daban tanto trabajo<br />

para <strong>de</strong>cidir mi suerte, mi dicha, la explotación <strong>de</strong> mis talentos,<br />

el lugar que <strong>de</strong>bería ocupar en el mundo —en esa época,<br />

por fortuna, limitado al escolar—, la domesticación <strong>de</strong> mis <strong>de</strong>fectos,<br />

vicios y manías —si la clarivi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> Ángeles le permitía<br />

<strong>de</strong>scubrir incluso los más ocultos, aquellos que se hallaban<br />

apenas en germen, mi madre veía en la enumeración y análisis<br />

<strong>de</strong> su cuñada la mala fe o una enfermedad óptica ex traña que<br />

la llevaba a <strong>de</strong>formar mis virtu<strong>de</strong>s en <strong>de</strong>fectos, mi alegría <strong>de</strong><br />

vivir en propensión al vicio y la expresión <strong>de</strong> mis talentos en<br />

manías—, la construcción <strong>de</strong> mi presente y <strong>de</strong> las fundaciones<br />

<strong>de</strong> mi futuro, mi vida misma, estas dos hadas, pues, con las varitas<br />

mágicas que extraían <strong>de</strong> manera casi compulsiva <strong>de</strong> la cajetilla<br />

<strong>de</strong> cigarros —varitas rubias en el caso <strong>de</strong> mi madre, oscuras<br />

en el <strong>de</strong> mi tía—, me cubrían <strong>de</strong> dones contradictorios que<br />

se anulaban unos a otros y tejían los hilos <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>stino en mi<br />

presencia, encantadas <strong>de</strong> ejercer ese antiguo arte femenino que<br />

consiste en retener la llegada <strong>de</strong>l futuro —ese porvenir que no<br />

era el suyo, pero al cual no <strong>de</strong>seaban ver escapar <strong>de</strong> sus manos<br />

como les había ocurrido con el propio— <strong>de</strong>shilando por las<br />

noches lo que hilaban durante el día.<br />

Mi tía Ángeles, a sus treinta y cinco años, era un mujer<br />

alta, con una ten<strong>de</strong>ncia a engordar que ha combatido con tenacidad<br />

y algunas treguas durante las cuales suplanta las dietas<br />

con el uso <strong>de</strong> fajas y corsés <strong>de</strong> varillas metálicas, aparatos más<br />

Retorno <strong>de</strong>l futuro 33


www.fondo<strong>de</strong>culturaeconomica.com<br />

La Ciudad <strong>de</strong> México es un ser vivo que crece constantemente<br />

y, al igual que una pequeña niña, sufre cambios que<br />

no pue<strong>de</strong> controlar. En esta obra, Vilma Fuentes nos cuenta<br />

una historia, un tanto autobiográfica, que comienza con la<br />

sentencia que la tía Ángeles impone sobre su sobrina: pasar<br />

doce años en la mejor escuela católica <strong>de</strong>l Distrito Fe<strong>de</strong>ral.<br />

Así pues, la realidad fantástica y las costumbres <strong>de</strong> Pingo,<br />

Mima, Muñequita —las distintas formas como se conoce a<br />

la protagonista— se ven invadidas por la imposición <strong>de</strong> nuevas<br />

y estrictas reglas, y la convivencia forzada con monjas<br />

intransigentes y compañeras conflictivas. Todo esto ocurre<br />

en el marco <strong>de</strong> una época (la primera mitad <strong>de</strong>l siglo xx) y<br />

un lugar (la Ciudad <strong>de</strong> México) que se transforman frente a<br />

los ojos <strong>de</strong> los protagonistas, quienes atestiguan cómo antiguas<br />

haciendas son <strong>de</strong>rrumbadas para construir nuevos<br />

edificios, y los ejidos <strong>de</strong>saparecen para dar lugar a calles y<br />

avenidas mal trazadas.<br />

La autora nos presenta una obra don<strong>de</strong> la cotidianidad<br />

<strong>de</strong> las familias mexicanas está perfectamente <strong>de</strong>scrita,<br />

pero sin <strong>de</strong>jar a un lado su estilo <strong>de</strong>licadamente irónico.<br />

Calzada <strong>de</strong> los Misterios evoca no sólo aquellos buenos tiempos<br />

<strong>de</strong> nuestra cambiante ciudad, sino que también nos<br />

hace recordar la inocente explosividad <strong>de</strong> la infancia y la<br />

altanera volatilidad <strong>de</strong> la adolescencia.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!