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La memoria herida<br />
de Félix Luis Viera<br />
AIMÉE G. BOLAÑOS<br />
FÉLIX LUIS VIERA<br />
le tocó vivir, como a casi todos<br />
los hombres, tiempos difíciles<br />
Jorge Luis Borges<br />
LA REFLEXIÓN<br />
El corazón del rey, 1 la más reciente no -<br />
vela de Félix Luis Viera, suscita emociones<br />
y reflexiones intensas. En ese<br />
sentido, me parece formidable la elec -<br />
ción del punto de vista personal. Al<br />
final es como la de cualquier autor y<br />
lector, aunque no siempre asumido. Y<br />
con lo personal quiero decir escribir<br />
desde las pertenencias culturales, socia -<br />
les, modos de ver y estar en el mundo,<br />
incorporando todo aquello que singulariza,<br />
especialmente la diferencia.<br />
Al calor de la escritura de Memo -<br />
rias de Adriano, Marguerite Yourcenar<br />
piensa: “En nuestro tiempo, la novela<br />
histórica o lo que, por comodidad, se<br />
admite considerar como tal, solo puede<br />
ser inmersa en su tiempo reencontrado,<br />
apropiándose de un mundo interior.” 2<br />
1 Félix Luis Viera, El corazón de rey, In -<br />
novación Editorial Lagares, México, 2010.<br />
2 Marguerite Yourcenar, Caderno de notas<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
La narrativa de Viera asume en exten -<br />
so e intensivamente un tiempo reencon -<br />
trado desde su interior: vida cotidiana<br />
privada, experiencia social e imaginarios<br />
son narrados desde el individuo en sus<br />
intrincados nexos. Es el caso del erotis -<br />
mo, que siendo distintivo de la escritura<br />
del autor, se desenvuelve gozosamente<br />
en esta novela para retratar interiormen -<br />
te a los personajes, sus motivaciones<br />
profundas, modos de relacionarse y par -<br />
ticipar en un imaginario colectivo.<br />
El corazón del rey ofrece una vi -<br />
sión de realistas trazos socioculturales<br />
y marcados efectos de referencia. Cons -<br />
tituye una puesta en trama de profundos<br />
conflictos cuyo referente mayor es<br />
la sociedad cubana de los años sesenta,<br />
localizada en Santa Clara. Esta ciudad<br />
tiene un papel protagónico, su cartogra -<br />
fía aparece con notable precisión ilusionista,<br />
se describen prácticas sociales,<br />
instituciones, tipos, calles, bares, hoteles,<br />
restaurantes, tiendas, lugares de espar -<br />
cimiento y trabajo, a la par y de ma -<br />
nera sobresaliente, modos de vivir la<br />
ciudad, su clima espiritual y aura, crean -<br />
do una imagen de múltiples facetas,<br />
un cosmos en miniatura, de convincen -<br />
tes detalles y trazado. La ciudad contiene<br />
el enmarañado tejido social en<br />
das Memórias de Adriano, Record, Rio de<br />
Janeiro/ São Paulo, 1995.<br />
3
4<br />
plena épica revolucionaria. No es mar -<br />
co, sino contexto-praxis del vivir nove -<br />
lesco. Una fascinante ficción de ciudad<br />
entra en la topografía imaginaria de la<br />
narrativa cubana. En esa ciudad-prisma,<br />
quien ve y escucha, quien piensa<br />
y narra es un sujeto escéptico, contem -<br />
plativo, analítico, entre la vagancia y los<br />
devaneos, que se está descubriendo co -<br />
mo poeta, con su peculiar escala de<br />
valores y maneras de interpretar la per -<br />
turbadora temporalidad en que está<br />
inmerso.<br />
La novela de Viera me lleva de ma -<br />
nera natural al concepto de ficción de<br />
Juan José Saer. Para el escritor argen -<br />
tino, la ficción es una antropología es -<br />
peculativa; por consiguiente, no podría<br />
pretender saber de antemano cómo la<br />
realidad está hecha. Y argumenta: “Aun<br />
cuando la intención de veracidad sea<br />
sincera y los hechos narrados riguro -<br />
samente exactos, sólo que no siempre<br />
es así, sigue existiendo el obstáculo de<br />
la autenticidad de las fuentes, de los<br />
criterios interpretativos y de las turbu -<br />
lencias de sentido propios a toda cons -<br />
trucción verbal.” 3<br />
Me inclino a pensar que en la fic -<br />
ción, más significativa que la verdad<br />
—“Nunca sabremos cómo fue James<br />
3 Juan José Saer, El concepto de ficción,<br />
Seix Barral, Buenos Aires, 2004, p. 10.<br />
Joyce”—, 4 resulta la verosimilitud. El<br />
mundo narrado de El corazón del rey<br />
es coherente y verosímil, dialoga eficaz -<br />
mente con el discurso de la historia, la<br />
sociología y el pensamiento contempo -<br />
ráneo sobre esos asuntos, así como ape -<br />
la a las experiencias y expectativas del<br />
lector interesado en este tipo de nove -<br />
la. El novelista pone en duda, conjetura,<br />
cuestiona con sus efectos de realidad y<br />
convincente imaginario. Nos sumerge<br />
en las “turbulencias del lenguaje”, tam -<br />
bién en las de la historia. Su visión es -<br />
pecula en profundidad y de manera<br />
abarcadora.<br />
Viera se interesa no solo en la his -<br />
toria, sino en cómo contarla. Obsesiona -<br />
dos por la narración, los narradores<br />
de la metaficción historiográfica colocan<br />
en primer plano el paso del conocer al<br />
decir, privilegiando la subjetividad, las<br />
visiones contrastantes y las disonancias.<br />
No por casualidad, Paul Ricoeur piensa<br />
la ficción como laboratorio de formas.<br />
En ese espíritu estético, más específica -<br />
mente de poética narrativa, El corazón<br />
del rey desenvuelve “una historia per -<br />
sonal, existencial, íntimamente univer -<br />
sal”, en la que la época llegará, dice su<br />
autor, como “en aluvión”. 5 La microhis -<br />
4 Idem., p. 9.<br />
5 Véase más adelante la conversación con<br />
el autor.
toria desata la macrohistoria y el foco<br />
se sitúa en el conflicto entre el sujeto<br />
y el proceso social a través de discursos<br />
y prácticas irreconciliables, de mo -<br />
do que las interpretaciones chocan en<br />
el cotidiano relevante, es ahí que las<br />
personas tocan con sus propias manos<br />
el abstracto y, a veces, ininteligible cur -<br />
so de la historia.<br />
La poética narrativa de Viera da<br />
rango principal a la constitución de un<br />
sujeto que se hace al contar una fase<br />
de su vida, es decir, la novela traza una<br />
identidad narrativa. 6 Percepción, me -<br />
moria e imaginación se entretejen en<br />
esa identidad que pone de manifiesto<br />
el carácter temporal de la vida humana<br />
tejida por la ficción y configura al su -<br />
jeto como acontecimiento estético. El<br />
protagonista innominado relata un tiem -<br />
po de la historia social cubana al contar<br />
avatares de su vida. Esos fragmentos<br />
de la temporalidad personal y social al<br />
interrelacionarse en el texto, también<br />
en la lectura, hacen la historia interpre -<br />
table, legible, lo que en modo alguno<br />
significa conclusiva, ni limitada a una<br />
interpretación de las tantas posibles,<br />
sobre todo si no perdemos de vista que<br />
el pasado en la ficción es una construc -<br />
6 Ver Paul Ricoeur, Sí mismo como otro,<br />
Siglo XXI Editores, Madrid, 1996, y Del tex -<br />
to a la acción, FCE, México, 2001.<br />
ción literaria, de la que participa el<br />
trabajo de la imaginación.<br />
El corazón del rey ficcionaliza la<br />
temporalidad histórica desde la subje -<br />
tividad de figuras humanas atrapadas<br />
en el laberinto de sí mismos que es, a<br />
la par, el laberinto de una revolución,<br />
cuyo movimiento, significados y reali -<br />
zaciones concretas están en debate. Por<br />
tanto, resultan esenciales las maneras<br />
de sentir y pensar en medio de gran -<br />
des conmociones y cambios radicales,<br />
asumida la sociedad en sus pulsacio -<br />
nes vitales, singularizada en sujetos que<br />
5
6<br />
piensan y discuten, no en abstracto,<br />
sino comiendo, bebiendo, haciendo el<br />
amor y las “colas”, buscando trascendencia<br />
y “buscándose” la vida, me -<br />
drando o apenas sobreviviendo en las<br />
turbulencias de una época muy compleja<br />
por la confrontación extrema de<br />
las utopías con las prácticas sociales.<br />
En ese contexto, el protagonistapersonaje-narrador<br />
es fabuloso y precario.<br />
El corazón del rey tiene la for -<br />
ma de una novela de formación y de<br />
artista (una especie de versión criolla<br />
del Bildungsroman y Künstlerroman).<br />
A la vez, bordea la autoficción que le<br />
concede una cualidad memorial y de<br />
testimonio muy atrayente a su enuncia -<br />
ción de primera persona. La novela no<br />
es, en lo fundamental, de intertextua -<br />
lidad historiográfica, sino de lo vividorecordado-imaginado<br />
porque ese sujeto<br />
narrador de sí mismo está reconfigu -<br />
rando vestigios de su ser que han que -<br />
dado en la memoria. Pero además, al<br />
escribir el autor partes significativas de<br />
una historia de vida, quién sabe si utili -<br />
zando un material autobiográfico, man -<br />
tiene con los acontecimientos biográficos<br />
narrados una relación de identidad, tam -<br />
bién de otredad, trasmutado en otro yo<br />
al constituirse en personaje de ficción,<br />
mezcladas sus identidades. De cierta<br />
forma, proyecta deseos y aspiraciones<br />
que tal vez nunca fueron “reales”, pero<br />
definen a la persona como si lo fue -<br />
ran, mostrando el continuo proceso de<br />
hacerse/deshacerse.<br />
Como un héroe de la alta mo -<br />
dernidad, el protagonista busca sentidos<br />
en un mundo que parece estarlos<br />
perdiendo, pero es un héroe proble -<br />
mático; tampoco está por encima de<br />
esa enajenación. Y aunque lleva en sí<br />
muchas de las contradicciones de su<br />
tiempo —según san Agustín, somos el<br />
tiempo—, no renuncia a la búsqueda<br />
problemática, como le aconseja su men -<br />
tor Robertón Pérez, ya entre el delirio<br />
y la muerte: “Escúchame bien, que de<br />
tantas cosas importantes que te he dicho<br />
en la vida, creo que ésta es la más im -<br />
portante de todas… Escúchame: dedi -<br />
ca tu vida a buscar y hallar el corazón<br />
del rey, búscalo siempre, existe, existe,<br />
el corazón del rey existe, que ésa sea<br />
tu divisa: buscar y hallar el corazón del<br />
rey y tomarlo para ti… Si lo hallas, ha -<br />
brás triunfado y triunfarás toda la vida,<br />
¿entiendes?...”<br />
Ese protagonista tiene sentimien -<br />
tos contradictorios, propios de los años<br />
iniciales de la revolución y de sus años,<br />
pues es muy joven y vive su iniciación<br />
como hombre, ciudadano, artista, con<br />
sus ritos de paso. Habita y es habitado<br />
por la frustración, piensa por negación<br />
y puesta en duda, a la par, tiene sus<br />
certezas que le vienen de su sensibi-
lidad poética, una vocación intelectual<br />
de “pensar el mundo” y un entrañable<br />
sentido humano —no ha leído a César<br />
Vallejo sin consecuencias—, humanidad<br />
nada impoluta o irreal, sino hecha de<br />
furias, carencias y miserias, posiblemen -<br />
te las que hicieron desear una revolución<br />
antes de la revolución. Como dice el<br />
autor, su personaje “está en el camino<br />
infinito del automejoramiento humano”. 7<br />
En medio de tan grandes tensio -<br />
nes, la novela continuamente desestabi -<br />
liza, incitando al lector a preguntarse,<br />
a trazar su trayectoria. Y no me refiero<br />
sólo al significado de la historia social,<br />
un poco menos enigmático por los años<br />
transcurridos, aunque existan tan con -<br />
trapuestas versiones y una guerra de<br />
la memoria; sino a la manera de vivir la<br />
historia, a la participación, a las creen -<br />
cias, a los actos de fe y oportunismo o<br />
cobardía.<br />
El corazón del rey da de lleno en<br />
el corazón de uno, conduce a nuestra<br />
propia narrativa de vida. Y es así que<br />
son abiertas preguntas cardinales pa -<br />
ra el lector, tanto el que ha vivido el<br />
tiempo narrado como el que se depara<br />
con el tema desde una relativa exterio -<br />
ridad. Cualquier lector podrá preguntarse<br />
sobre la eficacia de las utopías,<br />
7 Véase más adelante la conversación con<br />
el autor.<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
sobre el desfasaje entre los ideales y las<br />
prácticas sociales, sobre las derivas hu -<br />
manas cuando las palabras parecen caer<br />
en el vacío del ejercicio del poder, so -<br />
bre el derecho a ser uno mismo, a apar -<br />
tarse, a disentir. Preguntas que no son<br />
de una específica generación, o mundo<br />
cultural y social, sino relativas a la sig -<br />
nificación de las personas y en las per -<br />
sonas de un proceso social que ha puesto<br />
en su centro las aspiraciones de justicia<br />
social y desalineación. Pudiera decirse,<br />
siguiendo la lógica ficcional de Viera,<br />
de “grandes expectativas” e “ilusiones<br />
perdidas”, tema mayor de la moderni -<br />
dad literaria que, desde Balzac y Dic -<br />
kens, no cesa de ser reinterpretado.<br />
Ese choque sordo pero violento,<br />
con las tendencias deshumanizadoras<br />
del entorno, sin posibilidad de conci -<br />
liación, sitúan al protagonista “fuera<br />
del juego”, permitiéndole asistir de ma -<br />
nera crítica y advertida a un teatro de<br />
época. Con el desarrollo de la trama,<br />
esa figura principal deviene una espe -<br />
cie de conciencia crítica que intenta en -<br />
tender y explicar problemas como el<br />
dogmatismo, la falta de corresponden -<br />
cia entre los hechos y la historia oficial,<br />
el antagonismo insalvable entre las as -<br />
piraciones personales y la política del<br />
poder. Y quien analiza no es un nihilis -<br />
ta, ni un individualista típico burgués.<br />
No son las memorias del subdesarrollo,<br />
7
8<br />
sino las de un ex-céntrico en relación a<br />
la estructuras del poder, las de un suje -<br />
to con sentido creciente de su lugar de<br />
enunciación, palabras y postura vital.<br />
El corazón del rey despliega un<br />
sutil juego de temporalidades. Los even -<br />
tos narrados se sitúan en el presente o<br />
en un pasado perfecto (tiempo performático,<br />
dramático), con algunas retros -<br />
pectivas al pasado reciente, típicas del<br />
canónico tiempo narrado. Pero también,<br />
y abriendo el foco, los contenidos se<br />
tornan más complejos con la perspec-<br />
tiva del tiempo transcurrido entre el<br />
tiempo novelado y los de la escritura/<br />
lectura. Vale reparar en esta declara -<br />
ción que, aunque hecha una vez, se<br />
proyecta a todo el texto, modelando sus<br />
estrategias de lectura: “Dejo constancia<br />
para ti, eventual lector en ese futu -<br />
ro que ya será pasado remoto.”<br />
En esa dimensión retrospectiva de<br />
más largo alcance, cobra relevancia el<br />
trasiego de la memoria que recupera y<br />
transfigura; selecciona e imagina. Repa -<br />
rando en el lapso que media entre el<br />
tiempo de la escritura y el de los even -<br />
tos, se destaca la efectiva amalgama del<br />
horizonte del narrador, el personaje ac -<br />
tuando y el autor que está escribiendo.<br />
El medio siglo transcurrido, entre<br />
el tiempo de la trama figurado por la<br />
memoria y el tiempo de su escritura,<br />
hace a la novela aun más envolvente.<br />
En verdad, ese autor-narradorprotagonista<br />
está en posición privilegia -<br />
da y sabe aprovecharla para, desde su<br />
marginalidad, ver más allá de ella. Co -<br />
mo Tiresias es diferente, su relativa ce -<br />
guera existencial le confiere el don del<br />
vaticinio. Escuchado hoy, se percibe más<br />
nítidamente su tono profético, de augu -<br />
rios agoreros: “El caos de lo habitual,<br />
que traza una épica de lo cotidiano que<br />
tal vez no sea registrada en ningún libro<br />
—porque éstos se dedican fundamentalmente<br />
a la épica de las armas, o, en
general, a aconteceres supuestamente<br />
menos nimios—, requiere de un tesón<br />
para vencer el Absurdo, que estará más<br />
allá de la resistencia de muchos seres<br />
cuyas vidas, de principio a final, en este<br />
devenir socialista, se convertirán en uno<br />
de los más pulidos emblemas de la zo -<br />
zobra. Y, según lo que se anuncia, po -<br />
drán irse por este camino de la angustia<br />
sin final varias generaciones.”<br />
La novela me recuerda a La mon -<br />
taña mágica, hasta Hans Castorp anda<br />
por una de sus páginas. No lo apunto<br />
para empequeñecerla en la comparación<br />
con una obra maestra de la cultu -<br />
ra espiritual contemporánea, sino para<br />
referirla a una genealogía, a una tradi -<br />
ción creativa en la que las novelas se<br />
articulan, dicen lo que tienen que de -<br />
cir de manera original, como lo hace<br />
El corazón del rey. En esta reescritura<br />
de paradigmas sobresale su estética<br />
del cotidiano revisitado y desacralizan -<br />
te humor, por momentos humor negro.<br />
La novela pide ser leída con un ojo que<br />
llora y otro muerto de risa, hasta para<br />
salvarse uno de la autoconmiseración.<br />
Su lectura es un banquete cubano, de<br />
frutos humildes, minimalistas, si bien<br />
suculentos, porque menos puede ser<br />
más, cuando es así trabajado narrativamente.<br />
Dentro de tanto desafuero,<br />
deslenguada, iconoclasta, jocosa, gro -<br />
sera e irreverente, nos hace partícipes<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
de una portentosa conversación interminable,<br />
como lo está la historia.<br />
Viera es brillantemente reflexivo,<br />
de pensamiento polémico desplegado de<br />
modo consistente. Su narrativa recoge<br />
una buena parte de los discursos de épo -<br />
ca, lo que fue dicho y lo que se sigue<br />
diciendo en el discurso doctrinario,<br />
con sus dogmas y cantaletas extenuan -<br />
tes porque el sujeto —la muy ilustrativa<br />
situación del protagonista— debe<br />
ser esclarecido, reclutado, salvado, re -<br />
primido, asustado. Simultáneamente, y<br />
en contrapunto, está el discurso de es -<br />
te protagonista con su auténtica vibra -<br />
ción humana, así como el de otras voces<br />
singulares que vienen a matizarlo. Tan -<br />
to sus argumentos, enriquecidos por las<br />
variaciones temáticas de Robertón (con<br />
sus apuntes) y la Samaritana (antoló -<br />
gico el manuscrito real-delirante de las<br />
“colas”), como los de los antagonistas<br />
(Benito de Palermo, Magalí, Maritza),<br />
son desarrollados por extenso. El tex -<br />
to, siendo de pensamiento, hace pensar<br />
al lector, moviliza su horizonte moral<br />
y sus experiencias.<br />
Con sus voces plurales, los perso -<br />
najes argumentan y replican, exponen<br />
percepciones y modos de ver. Sus in -<br />
terpretaciones de lo que están viviendo<br />
causarían la envidia de no pocos her -<br />
meneutas de profesión. Así sucede con<br />
la Samaritana y Robertón, filósofos de la<br />
9
10<br />
existencia, populares y de tradición oral,<br />
que viven en el límite, transgresivos, am -<br />
bivalentes. Su saber no ha sido canoni -<br />
zado por ninguna academia, más que la<br />
del cotidiano y la picaresca, de ahí sus<br />
trazos ingeniosos, divertidos, que también<br />
pueden ser patéticos y grotescos.<br />
En este ámbito, el habla resulta<br />
deslumbrante por su fluencia podero -<br />
sa y diversificados registros, hacedora<br />
de realidades. Los personajes hablan<br />
sobre y con la historia, desde otra sen -<br />
sibilidad, hablan y viven humanamente,<br />
sobreviviendo en la picaresca actualiza -<br />
da, por tanto, sin moralizaciones hipó -<br />
critas ni declaraciones grandilocuentes,<br />
al darle cuerpo de palabras a temas de<br />
envergadura universal: la amistad, el<br />
amor, la busca de sentido. Hablan de<br />
ellos, para ellos y entre sí de una ma -<br />
nera esclarecida, elocuente, juguetona,<br />
dramática. Sus palabras tienen resonan -<br />
cia porque no han enajenado el víncu -<br />
lo con la vida.<br />
En este incesante “hablar la épo -<br />
ca”, recurre la reflexión sobre el curso<br />
de la historia que los personajes críticos<br />
interpretan como un tiempo que no ha<br />
llegado a ser ni será. Significativamen -<br />
te ese tiempo perdido no es narrado<br />
desde la nostalgia (punto de vista que<br />
ya dio sus mejores frutos en la litera -<br />
tura del exilio cubano), aunque se con -<br />
figura como un mundo declinante, en<br />
el que casi todo está acabando cuando,<br />
en teoría, debía comenzar; mundo<br />
en el que muchos se van o se quieren<br />
ir, se mueren o se están quedando mu -<br />
dos porque no hay espacio real para<br />
ser oído y participar, o ya no se tiene<br />
nada que decir.<br />
Pocas veces la literatura cubana<br />
actual ha logrado ir tan a fondo en la<br />
conciencia individual dilacerada. La no -<br />
vela es de cuestionamientos candentes<br />
porque son la persona, su identidad en<br />
crisis que a duras penas logra ser y<br />
expresarse. Una época paradójica está<br />
aquí fabulada, época sobre la que nos<br />
es vital escribir y leernos.<br />
Dominantemente memorialista,<br />
pero sin pretensiones de abarcar el mo -<br />
vimiento de la sociedad en un metarre -<br />
lato totalizante, Viera recrea, ¿exorciza?,<br />
la memoria herida. Esa memoria subterránea,<br />
clandestina y marginal, te ma -<br />
tizadas sus zonas de silencio, entra en<br />
el flujo, ya sin fin, de las memorias so -<br />
terradas que vuelven a la luz.<br />
El corazón del rey marca un pun -<br />
to de giro en la cultura literaria cu -<br />
bana por la mirada en profundidad, en<br />
cierto modo liberadora. Su crítica nos<br />
permite reconocernos imperfectos, limi -<br />
tados, frágiles, para vislumbrar otras<br />
posibilidades en la ficción inagotable,<br />
acaso tan relativas e inciertas como<br />
cualquier obra humana. Novela sin-
cera (que no es una palabra más en la<br />
cultura cubana), de indagación en las<br />
tremendas implicaciones morales y<br />
creativas de interpretar una historia di -<br />
fícil del tiempo humano. Novela fluida,<br />
leve, lúdica; de densidad de la memo -<br />
ria y reflexiva admirables. Novela sorprendente<br />
por su capacidad de iluminar<br />
nuevas dimensiones de la historia y la<br />
recusa a resolver las contradicciones,<br />
como pudiera leerse en este final que<br />
imprime otros sentidos a lo narrado,<br />
con su forma abierta y elíptica, tal vez<br />
alusiva a la impasible presencia de la<br />
vida en medio de tanto Absurdo: “Mira,<br />
está lloviznando.”<br />
LA CONVERSACIÓN<br />
—¿Qué me dices de ese título: El co -<br />
razón del rey? ¿La busca de algo así<br />
como un Santo Grial? ¿Tendría algún<br />
vínculo con tu cita inicial de Tomás<br />
Moro, creador por excelencia de uto -<br />
pías?<br />
—Un símbolo si quieres, un símbolo<br />
de lo máximo o algo así... Cosas<br />
de Robertón: alcanzar los atributos in -<br />
telectuales y espirituales (¿cuáles se -<br />
rán?) para resultar un vencedor o algo<br />
parecido. O quizá sólo el camino infi -<br />
nito del automejoramiento humano. No,<br />
no tiene que ver con el epígrafe de To -<br />
más Moro, que está ahí en el pórtico<br />
porque hoy, mirando aquella cosa que<br />
llamamos revolución, hoy, digo, queda<br />
claro que tomamos por una montaña a<br />
lo que era no más que una piedrita. Pe -<br />
ro una piedrita generadora de tantas<br />
tragedias, que abarcaría infinitud de<br />
montañas.<br />
—¿Cómo ha influido el transcurso<br />
del tiempo entre la historia narrada<br />
11
12<br />
(años sesenta) y tu visión actual? ¿Gra -<br />
vita la experiencia de posexilio en la<br />
novela? Y hablando de tiempo: ¿dia -<br />
logan los tiempos en el interior del<br />
texto?<br />
—Empecé a escribirla en abril de<br />
1990, como consta en la fecha al pie.<br />
En máquina de escribir, con trozos de<br />
cinta en mal estado “conseguidos” aquí<br />
y allá. Y con hambre, yo estaba pa -<br />
sando hambre. Demoré cerca de tres<br />
años en el primer borrador. La rees -<br />
cribí, dos años más, y la pasé en lim -<br />
pio en las mismas circunstancias, trozos<br />
semidestruidos de cinta, y hambre. Y<br />
de nuevo vi que el tono del narrador pro -<br />
tagonista no me “daba”. Y que había<br />
sobrante: eran 751 páginas, en cuarti -<br />
llas de máquina de escribir, a 30 líneas,<br />
60 golpes de tecla; lo notaba, había so -<br />
brante. Vine con esa “jaba de novela”<br />
para México en 1995. Entonces pensé<br />
que era mejor escribir Un ciervo herido<br />
y dejar El corazón... para luego. De -<br />
diqué a la primera desde principios de<br />
1996 a 2000. Retomé El corazón del<br />
rey en 2000 hasta el 2005 (si bien en<br />
el lapso 1996-2000 le pasaba la mano<br />
y la mente constantemente). Y volví so -<br />
bre ella, para afinar más detalles, del<br />
2006 al 2008. (Asimismo, de 1995 a<br />
2009 escribí el poemario La patria es<br />
una naranja, publicado el año pasado<br />
en Miami por Ediciones Iduna.)<br />
Ésta es la historia, a grandes ras -<br />
gos, de la escritura de El corazón del<br />
rey. De la versión primera a la última<br />
(¿será la última?) le rebajé aproxima -<br />
damente 150 cuartillas y le cambié no<br />
pocos tonos, personajes, desenlaces. Lo<br />
más difícil resultó siempre “literatu -<br />
rizar” un contenido tan árido.<br />
No, no gravita la experiencia pos -<br />
exilio, porque yo concebí y escribí el<br />
primer borrador en Cuba, en el insi -<br />
lio, en la fecha dicha.<br />
Los tiempos que se cruzan son<br />
los de aquellos asuntos de la década<br />
de 1960, autoralmente hablando, y la<br />
mirada hacia atrás, que no se ve, pe -<br />
ro que es una ventaja del autor cuando<br />
el narrador vaticina el desastre, que ya<br />
ha ocurrido cuando el autor comienza<br />
la novela.<br />
—¿Quisieras darnos, a tus lecto -<br />
res, algunas pistas? ¿Autoficción? ¿Po -<br />
drías referirte al protagonismo de Santa<br />
Clara y a las extraordinarias figuras de<br />
la Samaritana y Robertón?<br />
—Si te refieres al narrador, no,<br />
no se parece a mí. Ése era uno de los<br />
problemas que tenía la primera versión:<br />
el narrador se parecía a mí. Bue -<br />
no, hay que escoger una locación, y<br />
la locación que conocía para tal no -<br />
vela era Santa Clara.<br />
La Samaritana y Robertón me ayu -<br />
daron mucho para escribir esta obra,
y aún me ayudan para luchar en la vi -<br />
da. Los personajes novelísticos existen,<br />
tienen vida autónoma después que son<br />
creados o, tal vez sería mejor decir,<br />
después que se “aparecen” en una<br />
obra. Estos dos existen, como el gran<br />
Benito de Palermo y otros; unos para<br />
bien y otros para lo contrario.<br />
Siempre escribo —no sé hacerlo<br />
de otra forma— a partir de mis vivencias.<br />
Lo que pasa es que las vivencias<br />
de uno no son sólo las que uno vive co -<br />
mo protagonista, sino además las que<br />
otras personas te trasvasan. Éstas tam -<br />
bién son vivencias personales. Por ejem -<br />
plo, yo no tengo senos y por tanto no he<br />
padecido cáncer de seno. Ni tampoco<br />
he trabajado como enfermera. Pero en<br />
la novela breve de este servidor, Ingla -<br />
terra Hernández, tenemos a una en -<br />
fermera que padece cáncer de seno.<br />
Ésa es una vivencia mía: ese problema<br />
lo viví como mío, se hizo mío en la me -<br />
dida en que se metió en mi vida por<br />
quien sí era enfermera y padecía cán -<br />
cer de seno. Creer que lo que uno vi -<br />
ve es sólo lo que uno vive en “directo”,<br />
es un error.<br />
—Siento deambular por esta no -<br />
vela algunas sombras generosas, tal vez<br />
las de los novelistas del Bildungsro -<br />
man, Balzac, Mann, la picaresca, y<br />
acorto para no hacer una lista intermi -<br />
nable. ¿Te consideras un buen lector?<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
—No, no soy un buen lector. No<br />
he leído ni leo con un orden lógico, ya<br />
sea por autores, regiones, épocas... Lo<br />
hago más bien de manera arbitraria.<br />
Los llamados autores “clásicos” qui -<br />
zás no pasen, hoy, de ser, en alguna<br />
medida, y en algunos casos, una ma -<br />
nía nuestra. Ha pasado el tiempo, si -<br />
glos, todo ha cambiado. Hoy se leen<br />
obras que superan a las de aquellos<br />
“clásicos”, y es natural, por lo antes<br />
dicho. Sólo que sería muy difícil, creo,<br />
determinar si éstos que escriben hoy<br />
dichas obras serán clásicos en el fu -<br />
turo. Si dentro de cien años seguimos<br />
citando como clásicos a los que enumeras<br />
en esta pregunta, pues deberá<br />
ser por ha raganería... Porque cada día<br />
—por la abundancia de autores, por<br />
la calidad de sus obras— ha resultado<br />
y resultará más difícil desbrozar ese<br />
monte para destacar los mejores árbo -<br />
les. Es mejor seguir citando a Calderón<br />
de la Barca —sin dudas, un clásico—<br />
hasta el infinito. Es más cómodo. Ha -<br />
go pocas relec turas. Rindo tributo a<br />
todo autor que he leído, desde Cervan -<br />
tes a otros muchos muy humildes.<br />
—Me gustaría oírte pensar sobre<br />
asuntos principales que tu novela re la -<br />
ciona con riqueza de matices. Me refie -<br />
ro a ficción, historia y memoria. ¿Cuáles<br />
son para ti los principales problemas<br />
de un abordaje crítico de la historia en<br />
13
14<br />
la ficción? ¿Tu novela pudiera ser de<br />
una memoria profundamente herida?<br />
En relación a experiencias sociales trau -<br />
máticas ¿acreditas en la reconciliación<br />
de la memoria lo que Ricoeur llama el<br />
“difícil perdón”?<br />
—La ficción es algo relativo en mu -<br />
chos casos; en la literatura es más re -<br />
lativo aún. Ya se sabe que, sobre una<br />
época determinada, hemos aprendido<br />
más con las obras narrativas de los au -<br />
tores de esa época que con la historio -<br />
grafía. Lo contrario, escribir novelas a<br />
partir de los documentos “establecidos”<br />
sobre una época remota, sí ya va siendo<br />
más difícil, y más insensato en ciertos<br />
casos. Si, por ejemplo, alguien publi -<br />
cara hoy en día una novela sobre José<br />
Martí, yo no la leería. Pero creo que la<br />
leerían muchas personas, precisamen -<br />
te porque a la mayoría de las personas<br />
les gusta la ficción.<br />
Los principales problemas de un<br />
abordaje crítico de la historia en la fic -<br />
ción son la lealtad a los hechos, costum -<br />
bres e idearios, primero, y luego está<br />
el tremendo problema de darle categoría<br />
de arte a estos aspectos. Pero lo<br />
que sucede, o al menos a mí me suce -<br />
de, es que uno escribe la historia, la<br />
novela, y lo demás va surgiendo... el<br />
asunto de época digo. Dicho con otras<br />
palabras: uno está tentado por tratar<br />
(y digo “tratar” con toda intención) de<br />
escribir una historia personal, existen -<br />
cial, “íntimamente universal” —o como<br />
quiera definírsele— y arranca; y luego,<br />
como en aluvión, llega la época, el mar -<br />
co histórico, lo que sea. Pensar en la<br />
época y luego en los personajes es tra -<br />
bajo de algunos autores que escriben<br />
las llamadas novelas históricas, según<br />
he visto; y según he visto, otros de este<br />
mismo género se fascinan con un perso -<br />
naje histórico e investigan lo suficiente<br />
sobre éste y sobre su época. Es cues -<br />
tión de registro narrativo, hay quien pue -
de hacer esto, hay quien no. Como<br />
todo en la vida.<br />
Un novelista, un cuentista, un poe -<br />
ta, pueden mentir en su obra, y estas<br />
mentiras son “para siempre”; son más<br />
“para siempre” que las mentiras de un<br />
historiador, porque éstas se pueden<br />
desmentir.<br />
Creo que sólo en muy pocos ca -<br />
sos de la vida el perdón es algo “difícil”<br />
y, en menos, “imposible”.<br />
Guillermo Rosales *<br />
JOSÉ MANUEL PRIETO<br />
Fácil es establecer un paralelo entre la<br />
vida que llevó en los Estados Unidos<br />
el escritor cubano Guillermo Rosales (La<br />
Habana, 1946, Miami, 1992) en los<br />
márgenes de la experiencia americana<br />
y la existencia imaginada de su alter<br />
ego William Figueras en un asilo para<br />
locos e indigentes o boarding home,<br />
como se les llegó a conocer en Miami.<br />
Rosales, un eterno inadaptado a quien<br />
tempranamente los médicos le habían<br />
diagnosticado una severa equizofrenia,<br />
había llegado al exilio en 1979 con un<br />
* Prólogo a la edición en inglés de La<br />
casa de los náufragos.<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
historial de padecimientos mentales y<br />
no tardó en descender al único lugar<br />
disponible para él: “uno de esos refugios<br />
marginales a donde van a dar las<br />
gentes desahuciadas por la vida”.<br />
De su paso por varias de estas<br />
instituciones, Rosales sacó el material<br />
para escribir la novela que el lector tie -<br />
ne en sus manos. La obra misma, la<br />
fuerza con que denuncia desde sus pri -<br />
meras páginas la dantesca existencia<br />
de los alineados que malviven en asilos<br />
bajo la mirada cómplice de admi -<br />
nistradores tramposos, invita a ser leída<br />
en esa clave. Rosales habría querido<br />
destapar la existencia de aquel infierno,<br />
contar las muchas casas como esas<br />
que funcionaban ante la mirada indi -<br />
ferente de una comunidad obnubilada<br />
por la consecución del sueño america -<br />
no, de exiliados del castrismo que, si<br />
bien seguían rumiando su dolorosa ex -<br />
pulsión de Cuba, se habían propuesto<br />
triunfar a toda costa.<br />
El asilo de la novela no es sin<br />
embargo la eficaz institución carcela -<br />
ria, trasunto del estado opresor que apa -<br />
rece en One flew over the Cuckoo’s<br />
Nest de Ken Kesey, un lugar donde<br />
reina el orden y la limpieza. En Ro -<br />
sales la descripción del boarding home<br />
abunda en símiles cenagosos con baños<br />
siempre “tupidos con sábanas, cami -<br />
sas, cortinas”, inundados las más de las<br />
15
16<br />
veces, “lleno de heces, papeles y otras<br />
inmundicias”. La misma piel de Arse -<br />
nio, el siniestro lugarteniente de Cur -<br />
belo, es “sucia como el agua de un<br />
charco”, mientras que el ojo de uno de<br />
los locos, Reyes, supura constantemen -<br />
te. El lugar es una suerte de cloaca<br />
donde van a dar los inadaptados y don -<br />
de preda Curberlo, el administrador,<br />
que no casualmente tiene como su prin -<br />
cipal afición la pesca submarina.<br />
A este lugar siniestro como círcu -<br />
lo del infierno han ido a parar perso -<br />
najes provenientes de todos los estratos<br />
de la sociedad miamiense: Ida, “la<br />
gran dama venida a menos”; René y<br />
Pepe, “retrasados mentales” a quienes<br />
Figueras observa pelear con indiferen -<br />
cia; Hilda, la vieja decrépita de quien<br />
Arsenio abusa sexualmente; Edy, un<br />
loco que lo perdió todo en Cuba y que<br />
pide con insistencia que los Estados<br />
Unidos tire una bomba atómica que<br />
acabe con los comunistas. Los cuba -<br />
nos no son los únicos inquilinos, está<br />
Louis, el norteamericano, que jura y<br />
maldice todo el tiempo, y Napoleón,<br />
el peruano, un enano de cuatro pies,<br />
“macizo —dice Rosales con esa increí -<br />
ble precisión suya— como una pera<br />
de box”.<br />
En contraste con los demás in -<br />
quilinos, Figueras es un hombre ilus -<br />
trado: “Yo, William Figueras, que leí<br />
a Proust completo cuando tenía quin -<br />
ce años, a Joyce, a Miller, a Sartre, a<br />
Hemingway, a Scott Fitzgerald, a Albee,<br />
a Ionesco, a Beckett...” Rosales, que<br />
poseía él mismo una impresionante cul -<br />
tura literaria, también dota a su personaje<br />
de un rico bagaje intelectual.<br />
Será Figueras, poseedor de una fuer -<br />
te voz narrativa, quien conduzca con<br />
firmeza la narración sin que en nin -<br />
gún momento trastabille, caiga en el<br />
desvarío de un habla demente.<br />
Tan sólo un detalle destaca en él:<br />
es un hombre postrado, ha llegado al<br />
asilo acabado por la historia, con ma -<br />
yúscula. “Creyeron que llegaría un fu -<br />
turo triunfador, un futuro comerciante,<br />
un futuro playboy… y lo que apareció<br />
en el aeropuerto… fue un tipo enloque -<br />
cido, casi sin dientes, flaco y asustado…”<br />
En esencia, y esto es importante<br />
para comprender el libro, Figueras es<br />
un sobreviviente, alguien que no logra<br />
hacerse una vida fuera de Cuba. Es<br />
alguien que ha escapado de la avasa -<br />
lladora experiencia totalitaria, pero en<br />
quien el daño perdura. Es el gólgota de<br />
la heroína de William Styron en So -<br />
phie’s choice y también el de la galería<br />
de personajes “dañados” de la novela<br />
Enemigos, de Isaac Bashevis Singer.<br />
Esto explica su pasividad, su in -<br />
capacidad de adaptarse al nuevo país,<br />
el que haya descendido al boarding
home sin hacer resistencia alguna. Pe -<br />
ro lo que hace verdaderamente complejo<br />
a este personaje es que Figueras<br />
no es tan solo una víctima sino también<br />
un victimario. Se trata —y Rosa -<br />
les lo entendió bien, la ambigüedad de<br />
su personaje es su mayor logro— de la<br />
manera absolutamente más destructora<br />
con que el Estado totalitario te convierte<br />
en cómplice de su crueldad y<br />
del terror. Al final del pasaje que ya<br />
cité anteriormente, el que comienza con<br />
“Yo, William Figueras, que leí a Proust<br />
completo cuando tenía quince años…”,<br />
añade: “Que viví veinte años dentro de<br />
una revolución siendo victimario, testigo,<br />
víctima…” (Las cursivas son mías.)<br />
En ello radica la profundidad de<br />
la tragedia de Figueras. Más que una<br />
denuncia del boarding home, del Mia -<br />
mi o el capitalismo inhumano en el que<br />
no hay lugar para los perdedores como<br />
él, Rosales desplaza decididamente los<br />
orígenes del drama de su personaje al<br />
pasado, el momento anterior a su llegada<br />
al exilio.<br />
De ahí la importancia que tienen<br />
los sueños, los recuentos de su sueños<br />
proféticos de los que en este libro hay<br />
siete. En ellos Figueras escudriña zonas<br />
enteras de su vida en Cuba, que afloran<br />
en sus sueños como imágenes y re -<br />
velaciones. En la novela, la función de<br />
estas visiones es explorar más allá del<br />
presente cenagoso del boarding home,<br />
mostrar los sustratos donde ha ocurrido<br />
el daño. Así, en el primer sueño,<br />
Figueras describe una ciudad fantasmal<br />
y abandonada, imagen que luego<br />
se amplifica en el quinto sueño en que<br />
se pasea por una Habana devastada.<br />
En el segundo, el personaje se ve ama -<br />
rrado a una roca, un ser “con uñas…<br />
largas y amarillas como las de un faquir”.<br />
Una suerte de Prometeo encadenado<br />
que, sin embargo, se halla rodeado de<br />
17
18<br />
pulpos a los que tiraniza con sadismo:<br />
“los pulpos lloraban gruesos lagrimo -<br />
nes cristalinas por mi crueldad”. Está<br />
amarrado a la roca pero los tiraniza has -<br />
ta el llanto, los obliga a buscarles te -<br />
soros que al instante descarta con risa<br />
diabólica. Sueña luego con que bom -<br />
bardea una casa en la que Fidel Castro<br />
(también uno de los personajes de la no -<br />
vela, aunque sólo aparece en sus sueños)<br />
se movía “con la agilidad de un gato<br />
montés”, eludiendo sus disparos. Fidel<br />
Castro y todo lo que representa es un<br />
pasado profundamente instalado en él,<br />
difícil de eliminar, indestructible. En<br />
el penúltimo sueño Fidel ha muerto pe -<br />
ro se abre el ataúd, sale de él, se sienta,<br />
pide un café: “Bien. Ya estamos<br />
muertos —dijo Fidel—. Ahora verán que<br />
esto tampoco resuelve nada.” El daño<br />
inflingido, quiere decirnos Rosales, va<br />
más allá, persistirá aún después de la<br />
muerte.<br />
En otro pasaje revelador, Figue -<br />
ras está viendo en la televisión al Puma,<br />
un célebre cantante latinoamericano, y<br />
no deja de establecer una clara dife -<br />
rencia entre la vida de éste, una existencia<br />
apolítica, y la suya propia, la<br />
carga que arrastra. El Puma es alguien<br />
que vive sin ese dolor, superficialmen -<br />
te podría decirse, porque: “Jamás abra -<br />
zará desesperadamente una ideología<br />
y luego se sentirá traicionado por ella…<br />
Nunca su corazón hará crack ante una<br />
idea en la que se creyó firme, desespe -<br />
radamente. No sabrá quiénes fueron<br />
Lunarcharsky, Bulganin, Trotsky, Ka -<br />
menev o Zinoviev. Nunca experimentará<br />
el júbilo de ser miembro de una<br />
revolución y luego la angustia de ser<br />
devorada por ella. Nunca sabrá lo que<br />
es la Maquinaria. Nunca lo sabrá.”<br />
Es la misma diferencia que existe,<br />
vale la pena señalarlo, entre los demás<br />
internos del boarding home, locos rea -<br />
les, enajenados y la imagen que el na -<br />
rrador tiene de sí mismo. En ningún<br />
momento, en las cien páginas del libro,<br />
el autor apunta a algún problema real -<br />
mente serio, “médico” o “mental”, de<br />
su personaje. Difiero radicalmente de la<br />
lectura que se ha dado de la novela co -<br />
mo un trasunto del drama biográfico,<br />
puntualmente real del autor, según lo<br />
cual nuestro protagonista sería alguien<br />
como el propio Rosales, con agudos pro -<br />
blemas mentales. Esta distinción es tam -<br />
bién importante, porque apunta a que<br />
los demás internos han ido a parar al<br />
boarding home sin culpa o como sin<br />
culpa. Son verdaderos dementes. Sólo<br />
Figueras, que se sabe culpable, conser -<br />
va paradójicamente la razón. Los otros<br />
son víctimas puras, por decirlo así.<br />
Figueras se sabe culpable (siempre<br />
en el sentido antes señalado, de alguien<br />
que tomó parte activa y entusiasta en
la crueldad inevitable de la Revolución)<br />
pero no ha hallado la redención. Se<br />
asocia en “mafia” con Arsenio y en un<br />
momento hacia la mitad del libro llega<br />
a reconocer: “he dejado de ser un tes -<br />
tigo y comienzo a ser un cómplice de las<br />
cosas que pasan en el boarding home”.<br />
De vez en cuando es visitado por su<br />
amigo, el Negro, un poeta con quien ha -<br />
bla de literatura y en los ratos de ocio,<br />
lacerado por el deseo, hojea revistas<br />
pornográficas: su personaje no está del<br />
todo muerto, quiere decirnos el autor.<br />
Es entonces que aparece Francis:<br />
“Hay una loca nueva sentada frente al<br />
aparato [del televisor]. Debe tener mi<br />
edad. Su cuerpo, aunque parece ultra -<br />
jado por la vida, conserva aún algunas<br />
redondeces.” Es una mujer todavía jo -<br />
ven, pero lo más importante es que la<br />
“nueva loca” no ha perdido su huma -<br />
nidad, y Figueras lo percibe al instante.<br />
Este detalle está dado en el libro de<br />
manera magistral en el temblor que<br />
acomete a la mujer cuando Figueras<br />
se acerca a ella por primera vez y la<br />
inspecciona inescrupulosamente. Fran -<br />
cis, como él mismo, está totalmente<br />
consciente de la sordidez del boarding<br />
home. No es una “loca”; es más bien<br />
una “náufraga”, como Figueras, y éste<br />
se siente atraído al instante por ella.<br />
Figueras oscila entre la ternura<br />
y la crueldad. En dos ocasiones co -<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
mienza a estrangular a la mujer hasta la<br />
asfixia, la hace perder el conocimiento.<br />
Francis no se opone a la tortura porque<br />
se confiesa quebrada, “vacía” y es la<br />
única que, como él, ha entendido su<br />
culpa, la dualidad terrible de su con -<br />
dición. Y esta culpa compartida se<br />
constituye en la base de su entendimien -<br />
to. Durante su primer paseo por la Pe -<br />
queña Habana, ya como novios, hablan<br />
de eso. “Mi cielo”, le pregunta Francis,<br />
“¿Fuiste comunista alguna vez?” “Sí”,<br />
responde Figueras. “Yo también”, con -<br />
firma Francis. Y acto seguido, en una<br />
escena desgarradora por su profundo<br />
significado y que para mayor simbo -<br />
lismo el autor coloca en los portales de<br />
una iglesia bautista, “grande y gris”,<br />
ambos entonan un himno “de los pri -<br />
meros años de la revolución”. Los dos<br />
parecen decirse: sí, tuvimos un pasado<br />
en la Revolución, creímos en ella, ento -<br />
namos himnos y consignas, fuimos parte<br />
de su maquinaria terrible.<br />
Asombra que este momento haya<br />
pasado inadvertido por casi la totalidad<br />
de la crítica. Y estamos ante lo que<br />
puede considerarse el centro neurálgico<br />
del libro. De aquí parte todo, su<br />
importancia, su génesis misma. Porque<br />
una vez comprendida la culpa, se recu -<br />
rre al arte para redimirla, para dejar<br />
testimonio de lo pasado.<br />
Es lo que hace grande este libro,<br />
19
20<br />
le aporta su profundo significado huma -<br />
no. Rosales, como ningún otro escritor<br />
cubano antes que él, supo abandonar<br />
la estrecha vía del victimismo por la ma -<br />
yor, aunque más ardua, responsabilidad<br />
admitida. Miró al fondo de la tragedia<br />
y se descubrió parte de ella. Ésta es su<br />
verdad, el importante descubrimiento<br />
que su libro aporta: todos somos res -<br />
ponsables, todos, de un modo u otro<br />
participamos en ello, fuimos pequeñas<br />
piezas, no importa que inconscientes,<br />
de ese aparato mayor opresor. Nece -<br />
sita, entonces, imperiosamente, comu -<br />
nicar su descubrimiento, ponerlo en<br />
palabras. De ahí la importancia que<br />
tiene la literatura para su personaje,<br />
las conversaciones que éste sostiene<br />
sobre sus ídolos literarios: Hemingway,<br />
Truman Capote. De ahí también que<br />
Figueras llegue al asilo con un libro de<br />
poetas ingleses: la literatura es la he -<br />
rramienta para la gran tarea que ve<br />
ante sí, la de dejar un testimonio veraz<br />
y contundente del infierno del boar -<br />
ding home, pero más que nada y signi -<br />
ficativamente, de su pasado como parte<br />
de la gran Maquinaria.<br />
Tan sólo un obstáculo se opone<br />
a ello: la experiencia de esa existencia<br />
dentro de “la historia”, la naturaleza<br />
del fenómeno totalitario es de una otre -<br />
dad tal que resulta virtualmente intraducible.<br />
Es una queja recurrente en la<br />
literatura escrita por exiliados, por so -<br />
brevivientes del totalitarismo. Aparece<br />
en Milán Kundera, en Joseph Brods -<br />
ky, en el propio Alexander Solzhenitsin.<br />
Es un escollo que se les antoja insal -<br />
vable. “Nadie entiende esta historia”,<br />
confiesa Francis en otro momento clave<br />
del libro al hablar de los años vividos<br />
en Cuba, durante la euforia de la Revo -<br />
lución. “Yo se la cuento al psiquiatra<br />
y sólo me da pastillas de estrafón forte.”<br />
Se requiere entonces del talento<br />
de un gran escritor para articularlo, el<br />
tesón de quien vislumbra tal tarea co -<br />
mo el gran objetivo de su vida, aunque
se declare vencido desde el comienzo<br />
mismo: “La casa decía por fuera Boar -<br />
ding home, pero yo sabía que sería mi<br />
tumba.” Una vez allí, sin embargo, lucha -<br />
rá por dejar una huella; se sabe perdi -<br />
do, pero aportará su testimonio. Para<br />
su infinito asombro, Figueras descubre<br />
que Francis es también artista. Pinta y<br />
lo hace tan bien que él reacciona asom -<br />
brado cuando la mujer le muestra los<br />
dibujos que ha venido haciendo de los<br />
habitantes del asilo: “Está dibujado en<br />
el estilo de los pintores primitivos. Es<br />
muy bueno (…) Todo es exacto. Y todo<br />
tiene vida... ¡Es admirable! El alma de<br />
todos nosotros ha sido captada.” Igual<br />
que la hazaña de las Memorias, de Pri -<br />
mo Levi (otro suicida como Rosales),<br />
igual que la hazaña de los poderosos<br />
Relatos de la Kolyma, de Varlam Sha -<br />
lamov, de todo sobreviviente artista.<br />
En su arte la tragedia innombrable ad -<br />
quiere voz, es vencida. El artista lucha<br />
por dejar su huella, se sabe perdido,<br />
pero hará que las víctimas hablen en<br />
su libro.<br />
Aquí cierra con fuerza majestuo -<br />
sa la novela, el momento en que fulgu -<br />
ra la posibilidad de vencer el destino:<br />
los novios hacen planes, optan por creer<br />
en un milagro que los saque de allí. Fi -<br />
gueras se imagina viviendo con Francis<br />
como un hombre normal: “Con unas<br />
libras de más y un poco de cuidado<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
será bonita”. Se siente tan seguro que,<br />
durante el paseo que da una vez que<br />
ha acordado con Francis dejar el boar -<br />
ding home, confraterniza con descono -<br />
cidos en la calle y se encuentra, ¡gran<br />
suerte!, a una vecina de su niñez en<br />
Cuba. Figueras se sabe salvado en lo<br />
interior, el tono de la narración cambia:<br />
“Al pasar junto a Reyes… le cojo<br />
la cabeza calva entre las manos y le doy<br />
un beso en ella… Me echo a reír.”<br />
Finalmente, el sueño de la huida<br />
se frustra, pero para Figueras ya no<br />
importa. No sólo encontró el amor, si -<br />
no a una persona que, como él, se ha<br />
purificado por el arrepentimiento, ha lo -<br />
grado la refundación moral…<br />
Poco es lo que se conoce sobre<br />
cómo el desconocido que fue Guiller -<br />
mo Rosales llegó a convertirse en el<br />
escritor de excelentes recursos que aquí<br />
aparece, dueño de un estilo único y<br />
autor de lo que es sin duda uno de los<br />
mejores libros cubanos de la segunda<br />
mitad del siglo XX, sólo comparable qui -<br />
zá con la ya mítica Hombres sin mujer,<br />
de Carlos Montenegro, o con las célebres<br />
memorias Antes que anochezca,<br />
de Reynaldo Arenas, llevadas al cine<br />
por Julian Schnabel en el 2001. Aun -<br />
que Rosales hizo periodismo en Cuba<br />
y se consideró siempre un escritor, en -<br />
tre el año de su arribo a Miami y la<br />
mañana aciaga de su suicidio, es poco<br />
21
22<br />
lo que se puede destacar literariamen -<br />
te hablando. Participó, eso sí, junto al<br />
hoy conocido internacionalmente Rey -<br />
naldo Arenas en el más interesante pro -<br />
yecto cultural de esos años: la Revista<br />
Mariel (1983-1985). En ella Rosales<br />
público la única entrevista que le hicie -<br />
ron en vida y en la que, aparte de<br />
hacer referencia a la experiencia de su<br />
doble exilio, del Miami pequeñoburgués<br />
y de la Cuba revolucionaria, hace<br />
una aclaración muy reveladora sobre<br />
sus personajes que confirma la lectura<br />
que propongo aquí y que sitúa la de -<br />
nuncia de los estragos del totalitarismo<br />
como tema central de esta novela.<br />
Sus personajes, dice Rosales, “son cu -<br />
banos afectados por el totalitarismo cas -<br />
trista, guiñapos humanos”.<br />
En algún momento de 1987 su<br />
amigo, el también escritor Carlos Vic -<br />
toria, envió el manuscrito de Boarding<br />
home al prestigioso concurso Letras<br />
de Oro, organizado bajo el patrocinio de<br />
American Express y con Octavio Paz,<br />
el futuro premio Nobel mexicano, en el<br />
jurado. El libro resultó premiado por<br />
sus patentes cualidades formales y la<br />
fuerza cataclísmica de la historia. No<br />
obstante, nada pasa: el libro es recibi -<br />
do tibiamente por la crítica y durante<br />
años es conocido tan sólo por unos<br />
pocos.<br />
En 2003 aparece la edición espa -<br />
ñola con el título La casa de los náufra -<br />
gos. Al año siguiente la edición francesa<br />
de Actes/Sud con el título de Mon ange<br />
tiene una recepción clamorosa. El pe -<br />
riódico Le Monde la elogia como “una<br />
espectacular fábula autobiográfica”,<br />
una novela “lírica y lapidaria”.<br />
Todavía en Cuba, Rosales rozó la<br />
fama o tal vez la esperanza de una me -<br />
jor suerte para su literatura con El juego<br />
de la viola, novela que en 1968 quedó<br />
finalista en el prestigioso concurso “Ca -<br />
sa de las Américas”. De una colección<br />
de cuentos aún inédita, El alambique<br />
mágico, de 1990, han aparecido cuen -<br />
tos en publicaciones periódicas. Gui -<br />
llermo Rosales tenía al morir 47 años.<br />
La lenta muerte de la crítica<br />
literaria académica<br />
PETER ACKROYD<br />
Traducción de Alberto Sierra Méndez<br />
Ahora que se escriben frenéticas cartas<br />
en The Times sobre el estado de la crí -<br />
tica artística contemporánea es bueno<br />
recordar que hay problemas de la crítica<br />
más severos en otra parte. La críti -<br />
ca literaria —para referirnos al ejemplo<br />
más importante pero menos discutido—
está ahora casi paralizada; esto no tie -<br />
ne que ver con los reseñistas, quienes<br />
realizan una función pública necesaria<br />
y quienes, en cualquier caso, nunca as -<br />
pirarían a las vertiginosas alturas de “los<br />
críticos”. Me refiero a los críticos universitarios,<br />
los cuales publican largos ar -<br />
tículos en revistas arbitradas, escriben<br />
libros sobre Henry James o Samuel John -<br />
son y, en suma, están por encima de<br />
Grub Street y sus alrededores. En diez<br />
años no han producido nada original.<br />
Aún no leo a un crítico académico con -<br />
temporáneo que escriba más inteligente -<br />
mente, o lea más cuidadosamente, que<br />
un buen reseñista. Aún tengo que co -<br />
nocer a alguien que no sea un siervo<br />
voluntario de alguna de las modas ideo -<br />
lógicas que mantienen a la academia<br />
en la esclavitud.<br />
La Universidad de Cambridge vie -<br />
ne al caso. Fue aquí donde se fundó<br />
el “estudio” de la literatura inglesa y<br />
donde ha degenerado ahora en un sin -<br />
número de disputas académicas sobre<br />
una tendencia u otra: confundiendo a<br />
los estudiantes y provocando ataques<br />
generalizados de nervios entre los pro -<br />
fesores. Cambridge había sido, hasta<br />
hace poco, el tranquilo hogar de críticos<br />
liberales, humanistas, que escribían en -<br />
sayos sobre La tempestad y que, por lo<br />
que sé, nunca le hicieron daño a ningu -<br />
na alma viviente. Pero su humanismo<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
se hizo cada vez más chapucero y la<br />
atmósfera cambió. El socialismo y la so -<br />
ciología se pusieron de moda y hubo<br />
una crecida de críticos marxistas que<br />
discutían los libros como si fueran un<br />
agregado de la teoría social. Y ahora los<br />
franceses, o cuando menos los discípulos<br />
de los franceses, han llegado<br />
armados con textos y meta-textos, dispuestos<br />
a jurar que el suyo es el único<br />
modo de leer libros. Y, cuando todos<br />
los demás se han acobardado, ¿qué pue -<br />
de ser más atractivo que un complejo<br />
conjunto de instrucciones terriblemen -<br />
23
24<br />
te rígido sobre cómo leer y cómo es -<br />
cribir? Para los asediados académicos<br />
que no saben lo que están haciendo o<br />
por qué lo están haciendo, esto les llega<br />
como una bendición inesperada. Es co -<br />
mo volver nue vamente al libro de primaria.<br />
Esto es, por supuesto, una historia<br />
abreviada pero algo muy parecido es el<br />
contexto de dos libros de dos académicos:<br />
Explorations, de L. C. Knights,<br />
y The unnatural scene, un estudio de las<br />
tragedias de Shakespeare, de Michael<br />
Long. Hay algo en esos libros más pro -<br />
fundo que sus diferencias en tono y mé -<br />
todo, aunque ambos podrían negarlo:<br />
Cambridge. Los libros fueron concebi -<br />
dos, nacieron y se desarrollaron en esa<br />
atmósfera, y se nota.<br />
El problema central puede plantearse<br />
de manera muy sencilla: ¿qué es<br />
esta literatura que aceptamos sin poner<br />
en duda, y cuáles son sus características<br />
particulares que la hacen susceptible<br />
de ser enseñada y objeto de conferen -<br />
cias? Estas preguntas merodean en al -<br />
guna parte de la mayoría de los libros<br />
de crítica académica, con la punzante<br />
duda que tiene que ser constantemente<br />
apaciguada: que tal vez, después de<br />
todo, la literatura no sea realmente una<br />
disciplina universitaria. Así, Mr. Knights,<br />
en este civilizado conjunto de ensayos<br />
sobre una variedad de tópicos literarios,<br />
se siente obligado a describir la literatu -<br />
ra como “una forma de conocimiento”,<br />
como un “medio irremplazable para lle -<br />
gar a verdades que son de la máxima<br />
importancia para nosotros”. Quien pre -<br />
guntara ¿cuáles son esas verdades?, no<br />
necesitaría esperar una respuesta, por -<br />
que no hay ninguna. “Verdad” y “cono -<br />
cimiento” se sugieren pero nunca se<br />
definen; le prestan una espuria fuerza<br />
al argumento crítico sin iluminarlo en<br />
ningún momento.<br />
Por supuesto, los literatos acadé -<br />
micos siempre han dependido de esta<br />
imprecisión para reforzar la demanda<br />
por sus estudios y, de hecho, la torpeza<br />
y la confusión pueden a menudo ser<br />
tomadas por virtudes; ésta es la peculiar<br />
característica de los estudios literarios<br />
que se reclaman “una forma de<br />
conocimiento” al mismo tiempo que re -<br />
chazan cualquier investigación especial<br />
o general por no ser concreta, no estar<br />
presentada refinadamente o no ser hu -<br />
mana. Pero el problema es más amplio.<br />
Describir la literatura como una forma<br />
de conocimiento, y luego dejar el asun -<br />
to en la vaguedad como Mr. Knights<br />
hace, es hacerla rehén de la fortuna ideo -<br />
lógica. Una “forma de conocimiento”<br />
que en realidad no tiene ninguna forma<br />
está deplorablemente mal equipada pa -<br />
ra resistir las lisonjas de cualquier moda<br />
sociológica, ideológica o crítica que sea
arrastrada a la escena. De ese modo<br />
el marxismo, el estructuralismo, el for -<br />
malismo, la crítica práctica, e incluso el<br />
simple y viejo humanismo, son suministrados<br />
alternativamente de acuerdo<br />
con el colegio, la política y la edad del<br />
autor, y la inteligencia del estudiante.<br />
Mr. Kinights es, sospecho, un ho -<br />
nesto, viejo humanista él mismo; su<br />
ideología viene de Coleridge y Arnold<br />
y es uno de los que sostiene cosas co -<br />
mo “la unidad” del trabajo creativo y<br />
—más importante— su utilidad moral.<br />
Como Knights dice, “cuál, para decirlo<br />
crudamente, es su utilidad moral,<br />
educativa e incluso política”. O, para<br />
decirlo todavía más crudamente, si los<br />
estudiantes llegan a Cambridge a estu -<br />
diar literatura, y a mí se me paga para<br />
enseñarla, gracias a Dios, tiene que ser<br />
útil. Si no lo fuera la facultad de literatu -<br />
ra se derrumbaría como un castillo de<br />
naipes.<br />
Hay algo más en juego aquí, pe -<br />
ro es un terreno difícil de cruzar en un<br />
pequeño artículo: sin embargo, por mu -<br />
cho que los profesores puedan discutir<br />
complejidades morales y fragilidades<br />
de la respuesta, no obstante lo mucho<br />
que Mr. Knights pueda disculparse en<br />
su libro por parecer demasiado “predeterminado”<br />
para extraer ejemplos o<br />
lecciones morales, por más refinado y<br />
cuidadosamente expresado que sea, lo<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
que los críticos académicos tratan y gus -<br />
tan hacer es devaluar el lenguaje escri -<br />
to y convertirlo en un simple ve hículo<br />
para la transmisión de ciertas verdades<br />
y valores humanos. Como dice Knights<br />
de La tempestad: “nos ayuda a enfren -<br />
tar con algo que no es tristeza ni deses -<br />
peración las dificultades y limitaciones<br />
de la vida”. No sorprende que las aca -<br />
demias estén en confusión cuando los<br />
críticos literarios se complacen en trillados<br />
sermones, cuando una obra es<br />
utilizada como calmante, y cuando la<br />
crítica se convierte en una suerte de ad -<br />
junto de la filosofía moral. Cuando la<br />
literatura es examinada en este contex -<br />
to, permanece subordinada a cualquier<br />
teoría nueva, por brillante y entreteni -<br />
da que le sea impuesta; no se le concede<br />
una forma por sí misma.<br />
Michael Long no es un humanis -<br />
ta, hasta donde uno puede distinguirlos<br />
estos días, pero ha adoptado un lengua -<br />
je cuasi-científico que está cercanamen -<br />
te alineado al estilo más urbano de<br />
Knights. En el libro de Mr. Long se en -<br />
cuentra también ese énfasis constante<br />
en la utilidad de lo que él y sus colegas<br />
están haciendo: “convertir la expe -<br />
riencia de sus tragedias [de Shakespeare]<br />
en una especie de entrenamiento en la<br />
intensidad de los sentimientos, en el re -<br />
finamiento de la respuesta emocional”.<br />
Hubo un tiempo en el que sólo los pre -<br />
25
26<br />
dicadores y psicólogos realizaban esa<br />
impráctica tarea. Y para Long también<br />
la crítica literaria se convierte en un va -<br />
go sustituto de la sociología y la teoría<br />
ética: “Las obras contienen una comprensión<br />
sutilmente ejecutada, en la ba -<br />
se de su visión trágica, de la distancia<br />
social y los sistema de estratificación, de<br />
etnocentrismo…” Pobre Shakespeare,<br />
para Knights se convierte en teólogo y pa -<br />
ra Long en sociólogo. Y la literatura,<br />
cuando es vista en esos términos estéticos<br />
y morales, va a dar, atada y amor -<br />
dazada, a manos de los académicos con<br />
una tarea que cumplir. No es sor pren -<br />
dente que los estudios literarios se es -<br />
tén derrumbando; cuando antes mejor.<br />
(1976)<br />
Un coloso en Big Sur<br />
Matías Serra Bradford<br />
Punto de encuentro de aves migratorias,<br />
coyotes, mar y silencio, Big Sur es<br />
una zona montañosa en la costa de Ca -<br />
lifornia, a doscientos kilómetros de San<br />
Francisco. Sin electricidad y sin teléfo -<br />
no hacia el año 1947, que es cuando el<br />
autor de Trópico de Cáncer y Trópico<br />
de Capricornio se mudó allí. Henry Mi -<br />
ller ansiaba los lujos de la soledad pe -<br />
ro arreciaban las visitas: “Buscar un<br />
escondite de acceso más difícil es inú -<br />
til. El fan que quiere conocerte, que<br />
está decidido a conocerte, aunque más<br />
no fuera para estrecharte la mano, no se<br />
detendrá ni con el Himalaya.” Toda -<br />
vía le quedaba media vida por delan -<br />
te, pero consideró que era momento de<br />
hacer memoria y balance: “Para hacer<br />
un buen autorretrato, uno debe estudiar<br />
las cenizas. El hombre se crea a partir<br />
de las ruinas de sus previas identida -<br />
des.” Si cada libro de Miller es una re -<br />
trospectiva —de un periodo, de amigos,<br />
de lecturas—, Big Sur y las naranjas<br />
de El Bosco es un repliegue panorá -<br />
mico, en el centro y la cima de una vida,<br />
para dar cuenta de lo escrito y perpetrado<br />
hasta esa fecha.<br />
El resultado es uno de sus mejores<br />
libros y lo pueblan, entre otros, dos hi -<br />
jos y una mujer de la que se está sepa -<br />
rando. En sus libros Miller se plantea<br />
casi constantemente cómo vivir, y Big<br />
Sur se pregunta además cómo vivir jun -<br />
tos. (Otro de los leit-motif en Miller es<br />
uno de los más peligrosos y más eva -<br />
didos de la literatura: la felicidad.) No<br />
faltan en Big Sur conversadores recalcitrantes<br />
y personajes bizarros. Miller<br />
esperaba la llegada del correo como<br />
quien espera al Mesías: “Una de las<br />
pocas recompensas que un autor ob -
tiene por su trabajo es la conversión de<br />
un lector en un amigo íntimo.” La co -<br />
rrespondencia fue siempre un asunto<br />
capital para Miller y Hugo Manning de -<br />
cía que se la había pasado escribiendo<br />
una larga carta abierta al mundo. Lo<br />
prueban las misivas que intercambió<br />
con virtuosos epistolares como Durrell<br />
y John Cowper Powys. (Algunos críticos<br />
se han preguntado por qué escritores<br />
que eran mejores que Miller lo admi -<br />
raban.)<br />
La protagonista de Big Sur pudo<br />
haber sido la naturaleza: soberbios pai -<br />
sajes que aún hoy no han envejecido<br />
un solo día. Ya conocemos la geografía<br />
como narración épica en la literatura<br />
norteamericana: Thoreau, Faulkner,<br />
Wolfe y Kerouac, que también tiene<br />
un Big Sur más oscuro. En este caso,<br />
y como en casi toda su obra, Miller se<br />
concentra en el arte del retrato. Lo más<br />
destacable de Miller no está, como po -<br />
dría pensarse, en la descripción de sí<br />
mismo o de mujeres sino en la de hom -<br />
bres, sobre todo artistas, escritores y<br />
esforzados de toda laya. (Donde más<br />
detalló lugares fue en el mejor de sus<br />
libros, El coloso de Maroussi, que de<br />
todas maneras incluye una larga gale -<br />
ría de personajes notables.) Ya desde<br />
los años cuarenta, Big Sur funcionaba<br />
como una especie de colonia de artistas:<br />
“Es mi convicción que el artista in -<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
maduro muy raras veces prospera en<br />
ambientes idílicos”, soltaba Miller otean -<br />
do el horizonte.<br />
Henry Miller nació en Nueva York<br />
en 1891 y se crió en Brooklyn. Sus<br />
primeras andanzas están narradas en<br />
El libro de mis amigos, escrito para<br />
honrar a sus camaradas de infancia.<br />
Paseaba horas en bicicleta, que apro -<br />
vechaba para refinar el arte de hablar<br />
solo. Trabajó en una fábrica de cemen -<br />
to Portland, en la sastrería de su padre<br />
y en el correo. Abandonó estudios de<br />
piano porque su lema, decía, era “todo<br />
o nada”. Empezó a escribir tarde, en<br />
1924. Hizo su primer viaje a Europa<br />
en 1928, adonde regresó en 1930. En<br />
París hizo vida de desocupado serial y<br />
se convirtió definitivamente en escritor<br />
cuando decidió que lo suyo sería, pre -<br />
cisamente, derribar la barrera entre vi -<br />
da y literatura. No se consideraba un<br />
escritor en el sentido ordinario de la<br />
palabra, sino “un hombre que cuenta<br />
la historia de su vida”. Un epígrafe de<br />
Emerson abre el primer Trópico —“En<br />
el futuro, ¿las novelas cederán el paso<br />
a las obras autobiográficas?”— y sigue<br />
resonando.<br />
Miller era efectivo a la hora de<br />
contar el momento de la transformación<br />
—fugaz, inasible— de una vida, gracias<br />
al cual, por ejemplo, alguien se vuelve<br />
un escritor. (A propósito, el paso que<br />
27
28<br />
convierte a un alguien en escritor no<br />
es disímil al que convierte a otro en otra<br />
clase de lector, por ejemplo dejando<br />
atrás a un autor como Miller.) El autor<br />
de Días tranquilos en Clichy era una<br />
rara avis: un megalómano modesto. Es<br />
una extraña demagogia la de quien de -<br />
clara a los cuatro vientos su humildad<br />
y su deseo de anonimato. Miller era una<br />
criatura enfática, de subrayados: leía<br />
con un lápiz en la mano, como después<br />
le pasaría a no pocos de sus lectores.<br />
Como el ajedrez que practicó desde<br />
los ocho años, la escritura de este exi -<br />
mio jugador de ping-pong mejoró poco<br />
y nada en décadas. Era cada vez más<br />
indiferente “a su destino como escritor,<br />
y me sentía más y más seguro de su<br />
destino como hombre... No me impor -<br />
taba si lo que escribía era considerado<br />
malo. Lo bueno y lo malo fueron erra -<br />
dicados de mi vocabulario... Mi vida mis -<br />
ma se convirtió en una obra de arte.<br />
Había encontrado una voz”. En Prima -<br />
vera negra alude a “una especie de tar -<br />
tamudeo divino”. Lo que logró y lo que<br />
más se recuerda de Miller es, en efecto,<br />
la voz (y es una y la misma, no importa<br />
en cuáles y cuántos idiomas se lo lea).<br />
El ensayista Frank Kermode lo<br />
tomó al pie de la letra cuando afirmó<br />
que el modo en que Miller escribía mal<br />
era similar al modo en que lo hacía<br />
cuando escribía bien. En La sabiduría<br />
del corazón Miller se le anticipaba por<br />
apenas meses: “El artista se expresa a<br />
sí mismo con y por medio de la imper -<br />
fección.” Nada más literario, parecía<br />
retrucar Kermode, que posar de antiliterario.<br />
Y no hay dudas de que la<br />
irregularidad de Miller —exceptuando<br />
Cáncer, El coloso de Maroussi, Recor -<br />
dar para recordar, El libro de mis ami -<br />
gos, Los libros en mi vida, Cartas sobre<br />
Hamlet, Big Sur— provoca cierto mareo<br />
y desazón en el lector. Hay algo anacró -<br />
nico en Miller que se hace patente en<br />
los momentos en que se larga a sermo -<br />
near o a posar de incomprendido, o del<br />
único que puede comprenderlo todo.<br />
Miller más gusta cuanto más se deja dis -<br />
traer, cuando se olvida de su brío misio -<br />
nero. Según Miller, la médula pasaba<br />
por otro lado, por un recurso tan despreciado<br />
en ciertos casos como sobre -<br />
valorado en otros: la intensidad. Ir hasta<br />
el fondo de las cosas, ése fue el norte<br />
de Miller. Igual que Céline, Baron Cor -<br />
vo y Harold Pinter, Miller fue un escri -<br />
tor con bruxismo: tipeaba o redactaba<br />
con los dientes apretados.<br />
Allí está Trópico de Cáncer para<br />
ratificarlo. Miller fue un buen retratis -<br />
ta de tiempos estrechos —“el culo al<br />
aire y la lengua afuera”—, un excelen -<br />
te radiólogo de París. Leídas a los quin -<br />
ce años, las proezas sexuales de Miller<br />
eran la promesa de un espejismo; re -
leídas hoy, suenan teatrales, tediosas y<br />
aun risibles. Como con Cortázar, la lec -<br />
tura de Miller es un gusto temprano,<br />
inaugural, que nos inocula al pasar gus -<br />
tos ajenos, acaso más perdurables. Los<br />
de Miller se centraban en escritores que<br />
no se parecían a él pero sí había sabido<br />
detectar la singularidad que enarbola -<br />
ban: Blaise Cendrars, Kenneth Patchen,<br />
John Cowper Powys y Knut Hamsun.<br />
Son sugestivos los modos con que<br />
Miller buscaba delimitar un territorio<br />
propio: “La única diferencia que hay<br />
entre los demás y yo es que por mi par -<br />
te expreso lo que ellos esconden deba -<br />
jo de las palabras cuando escriben sus<br />
libros.” Cyril Connolly lo llamaba “el<br />
mejor escritor amateur contemporáneo”.<br />
Entre sus admiradores había reclutado<br />
a T.S. Eliot, Aldous Huxley, Raymond<br />
Queneau, Edmund Wilson, Colin Mac -<br />
Innes, Norman Mailer y Alain Robbe-<br />
Grillet. En referencia a la censura que<br />
pesó sobre los Trópicos, Ezra Pound<br />
dijo: “Por fin un libro que no puede<br />
darse a la imprenta, pero que es conveniente<br />
leer.” George Orwell, que sa -<br />
bía lo que era pasar hambre, dentro y<br />
fuera de París, decía que los primeros<br />
libros de Miller supieron crear un mun -<br />
do propio. Gore Vidal hacía sus salvedades<br />
pero reconoció en Miller a un<br />
luchador que contribuyó a derrumbar<br />
las barreras de la censura.<br />
HENRY MILLER<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
Una de las actividades a las que<br />
más se entregaba Henry Miller en la<br />
paz de Big Sur era la acuarela. Ad -<br />
mitía que no tenía ninguna habilidad:<br />
“Tal vez estos ‘defectos’ son el resultado<br />
de mi esfuerzo inconsciente por<br />
dejar mi sello.” Adoraba los cuadros<br />
de George Grosz y de Paul Klee. Es -<br />
cribió diversos ensayos sobre pintura<br />
y hay numerosos pasajes en sus libros<br />
consagrados al arte. Alguna vez apuntó:<br />
“Lo importante que aprendí con las<br />
acuarelas fue no preocuparme, que no<br />
te importe demasiado. No tenemos que<br />
29
30<br />
producir una obra maestra por día.”<br />
Y agregaba: “El júbilo más grande y<br />
la mayor victoria en arte llegan en el mo -<br />
mento en que, al caer en la cuenta de<br />
que has dominado el medio en toda su<br />
extensión, deliberadamente lo sacrificas<br />
con la esperanza de descubrir una<br />
verdad vital, oculta dentro tuyo... El<br />
gesto descuidado es tan correcto, tan<br />
cierto, tan válido, como la pincelada<br />
más cuidadosamente planeada.” Este<br />
hombre de aspecto oriental —a él mis -<br />
mo lo impresionaba el parecido de su<br />
cara con la de Mishima— era un entusiasta<br />
de Hokusai y Hiroshige, y de<br />
varios frutos originados en Japón: las<br />
novelas de Tanizaki, las recopilaciones<br />
de Lafcadio Hearn, Rashomon de Kuro -<br />
sawa, las mujeres nacidas en esa isla<br />
invencible. En su libro Sexteto señaló<br />
“la mezcla en los japoneses de crueldad<br />
y ternura, y de violencia y apacibilidad”,<br />
y aseguró que la seriedad absoluta le<br />
jugó una mala pasada a Mishima. Le<br />
parecía a Miller que, excepto en el hu -<br />
mor de los maestros zen, esta seriedad<br />
absoluta es una característica típica del<br />
japonés. Fue el budismo zen, sobre<br />
todo, lo que produjo en él una especie<br />
de conversión laica. La literatura y el<br />
zen en Estados Unidos tienen una historia<br />
respetable y una distinguida serie<br />
de aficionados: los poetas Gary Snyder<br />
y Philip Whalen, J.D. Salinger y Peter<br />
Matthiessen, John Cage y Thomas Mer -<br />
ton. El zen, decía Henry Miller, es “lo<br />
más cercano a lo que soy incapaz de<br />
decir en palabras”.<br />
Esa tregua, esa obediencia al si -<br />
lencio, nos insinúa acaso que Miller es<br />
un autor ideal para cuando un lector<br />
está pasado de literatura. Un soplo de<br />
aire, una desintoxicación. “Muchos de<br />
los libros con los que uno vive en su<br />
mente son libros que nunca ha leído”,<br />
escribió una vez. Quizás a Henry Mi -<br />
ller tampoco lo hayamos leído todavía<br />
(fue hace tanto, éramos tan distintos).<br />
En una oportunidad, el poeta Robert<br />
Creeley comentó lo siguiente sobre uno<br />
de los grandes héroes de Miller, D.H.<br />
Lawrence: “Para tener una literatura<br />
Lawrence juzgaba necesario tener un<br />
alma. Y nos hemos reído de él. Qué<br />
divertido. ¿Qué tan gracioso resulta<br />
ahora?”
Tres poemas<br />
LUIS VICENTE DE AGUINAGA<br />
DE LA NADA<br />
Apareces,<br />
te asomas de la nada,<br />
y el sol, tras la tormenta,<br />
parece respaldarte como un cómplice.<br />
Yo pienso de inmediato en otros tiempos:<br />
recuerdo con ternura<br />
la mirada inicial de aquel otoño<br />
y desempolvo aromas, paisajes, ocurrencias<br />
y charlas animadas —dijera el novelista.<br />
Hoy, lo que son las cosas,<br />
paso a tu lado sin mirarte,<br />
cuidándome, ya que no el corazón,<br />
sí ―no me culpes―<br />
la bolsa del dinero.<br />
31
32<br />
JUST FOR THE RECORD<br />
Nunca he debido preguntarme<br />
cómo ―en la práctica― llegaron<br />
los astronautas a la luna,<br />
las vueltas a la tuerca,<br />
Dios al octavo día.<br />
Siempre mis dudas fueron otras.<br />
Comenzando por hoy en la mañana,<br />
siempre ―que significa casi siempre―<br />
me han urgido cuestiones de otra índole,<br />
como qué da sosiego a los imanes,<br />
por qué nos duele que se rompa un vaso,<br />
cuándo la noche se hace madrugada,<br />
qué hay tan incómodo en los tres<br />
pies del gato,<br />
cuándo la madrugada<br />
también es la mañana,<br />
cómo ―en la práctica― llegaron<br />
los pájaros al pico,<br />
la serpiente al veneno,<br />
el oro a la moneda fraccionaria,<br />
las fortunas al índice de Forbes<br />
y otras dudas acaso menos tontas<br />
pero que, por pudor, mejor se olvidan.
A LA ESPERA<br />
Por ahora<br />
no estoy muriéndome.<br />
No estoy cantando<br />
ni despidiéndome de nadie<br />
ni llorando por gracias o de nada<br />
ni compartiendo el pan o el vino<br />
por ahora.<br />
Ya sé que no tengo razón,<br />
que le pido al serrucho<br />
que haga un árbol con trozos de madera<br />
y al martillo, en silencio, que acaricie.<br />
Pero en dónde, como no sea en la sombra,<br />
puedo siquiera buscar luz<br />
o nada más buscar<br />
y encontrar, por ahora, lo que sea.<br />
Estoy a la espera de señales<br />
claras, explícitas, rotundas<br />
en el tiempo, en el agua, en una nube<br />
o en los asientos del café:<br />
señales que desmientan<br />
que, hasta la fecha, nada<br />
quiere decir ni ha dicho nunca nada.<br />
33
Amigo sólo en las malas<br />
NORMAN PODHORETZ<br />
Traducción de Pedro Santander<br />
El mayor cumplido que me hizo Norman Mailer fue llamarme un “foulwea -<br />
ther friend”. Me lo dijo sonriente, satisfecho con el ingenio y felicidad de su<br />
expresión. * Yo reí también, tanto porque compartía su apreciación por la for -<br />
ma graciosa que había impreso a su cumplido como porque sabía que, ha -<br />
biéndome mantenido firme a su lado tanto en los buenos como en los malos<br />
tiempos, lo merecía. Nuestra amistad comenzó en un periodo particularmen -<br />
te duro para él y poco a poco comenzó a desmoronarse conforme él, de<br />
nueva cuenta, volvía a subir alto. Yo, por mi parte, tenía graves problemas<br />
en ese momento y él no mostró ser un amigo en las malas también para mí.<br />
Pero hay más mucho más que contar y falsearía la historia si diera la impresión<br />
de que el desarrollo y caída de nuestra amistad fue, para emplear una<br />
frase de Jay Gatsby, un asunto “meramente personal”.<br />
En la época en que conocí a Lillian Hellman, a finales de los años cincuen -<br />
ta, Mailer había escrito tres novelas y algunas secciones de lo que resultaría la<br />
abortada cuarta. La primera, The naked and the dead, había sido una sensa -<br />
ción desde su publicación en 1948, lanzándolo a los 25 años a la celebridad<br />
y las grandes ventas como autor de lo que la prensa popular consideraba “la<br />
mejor y definitiva novela sobre la Segunda Guerra Mundial”. Pero —y esto es<br />
una indicación de lo mucho que cambiarían las cosas en una década— el éxito<br />
de ese libro volvió sospechoso a Mailer a los ojos de la comunidad de críticos<br />
serios, igual que las obras de teatro de Lillian la ha bían hecho sospechosa.<br />
* La expresión usual en inglés es fairweather friend, o amigo sólo en los buenos tiempos,<br />
amigo interesado. Foulweather friend sería por lo tanto amigo sólo en los malos tiempos.<br />
×<br />
NORMAN MAILER<br />
35
NORMAN PODHORETZ<br />
36<br />
Mailer, por lo que supe cuando lo conocí, unos diez años más tarde,<br />
se sintió anonadado cuando descubrió que había un mundo literario cuyos<br />
personajes principales desdeñaban, si no es que definitivamente despreciaban,<br />
los best sellers y a las personas que los escribían. Podía ser un gradua -<br />
do de Harvard, pero se las ingenió para pasar cuatro años en Cambridge sin<br />
llegar a enterarse de que a finales de los años cuarenta la cultura en Nortea -<br />
mérica se dividía en tres: highbrow [alta o intelectual o elitista], middlebrow<br />
[mediana] y lowbrow [popular], y que la highbrow desdeñaba más o menos<br />
automáticamente cualquier best seller como producto middlebrow o lowbrow<br />
y por lo tanto no lo consideraba digno de ser tomado en cuenta; y que esa mi -<br />
núscula y oscura minoría highbrow, incapaz de dominar o desembolsar las<br />
mundanas recompensas del gran dinero y de la fama nacional, misteriosamente<br />
disfrutaba, sin embargo, del virtual monopolio de conferir un estatus<br />
verdaderamente literario.<br />
Había, por supuesto, excepciones a la regla de que el éxito comercial<br />
excluía a un escritor de la aceptación o aclamación highbrow, la principal<br />
era la del dios de Mailer, Ernest Hemingway, cuya carrera probablemente<br />
lo había desorientado en ese punto. Pero incluso Hemingway era sólo una ex -<br />
cepción parcial, pues había comenzado a publicar en las que alguna vez se<br />
denominaron “pequeñas revistas” y, cuando alcanzó el éxito comercial, se ha -<br />
bía establecido ya como un importante escritor experimental (con el imprimá -<br />
tur de uno de los cardenales de la iglesia avant-garde, Gertrude Stein). Mailer,<br />
en contraste, había logrado un gran éxito sin esas credenciales previas.<br />
Para empeorar las cosas, lo logró con una novela escrita en la tradición<br />
naturalista que en las últimas tres décadas la avant-garde, y los críticos highbrow<br />
que la apoyaban, se había negado a aceptar. Incluso las pocas escapa -<br />
das del naturalismo tradicional que Mailer se arriesgó a tomar en The naked<br />
and the dead consistían en técnicas tomadas de John Dos Passos, un novelis -<br />
ta cuyo prestigio entre los highbrow, si bien muy alto cuando completó su<br />
opus magnum, U.S.A., en 1930, se estaba desvaneciendo y pronto sería re -<br />
legado a la casi completa oscuridad crítica. La caída de Dos Passos se debió<br />
sin duda más a su paso de la izquierda radical a la derecha libertaria que<br />
al supuesto declive de sus últimas novelas como obras de arte —no quiero<br />
decir que esto fuera admitido en una época en que se suponía que los jui-
UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />
cios políticos no influían en los juicios estéticos—. Mailer, en agudo contras -<br />
te, estaba enfáticamente en la izquierda, pero desde el punto de vista de los<br />
highbrow, su izquierdismo, como el de Lillian, era de la variedad equivoca -<br />
da —es decir, estalinista— (aunque a diferencia de ella, él era sólo un compañero<br />
de viaje).<br />
He aquí cómo describo, en el ensayo que estaba escribiendo cuando lo<br />
conocí, la política que animaba The naked and the dead:<br />
En 1948, Mailer —quien pronto se habría de convertir en una figura relevante<br />
en la campaña de Henry Wallace por la Presidencia— aprobaba la idea de que<br />
nuestras dificultades de la posguerra con Rusia eran exclusiva responsabilidad<br />
del capitalismo norteamericano. Habíamos ido a la guerra contra Hitler no porque<br />
la clase dirigente norteamericana fuera antifascista, sino porque Hitler no<br />
había mostrado voluntad de jugar al juego capitalista de acuerdo con las reglas,<br />
y el siguiente paso era disponer de Rusia, el único obstáculo restante en el camino<br />
al poder total. La Segunda Guerra Mundial, entonces, fue la primera fase de<br />
una operación más ambiciosa, mientras tanto el ejército estaba siendo usado<br />
como un laboratorio de fascismo, un adelanto de la clase de sociedad que la<br />
clase dirigente norteamericana estaba preparando para el futuro.<br />
Para decirlo otra vez, esos puntos de vista evidentemente estalinistas ha -<br />
bían sido políticamente inaceptables en los círculos literarios highbrow. Tan<br />
inaceptables como el género literario middlebrow que usó Mailer para ex -<br />
presarlos. De hecho, había críticos que veían al middlebrowismo como una<br />
manifestación estética del estalinismo. Así, Robert Warshow, al escribir en<br />
Commentary un año antes de que The naked and the dead apareciera, trazó<br />
una línea directa entre el estalinismo “y la cultura de masas de las clases<br />
educadas: la cultura del ‘middlebrow’”. Y sin hacer la conexión explícita,<br />
Dwight MacDonald, quien se convertiría en amigo y campeón de Mailer, es -<br />
cribió un devastador artículo sobre Henry Wallace como fantoche del comunismo,<br />
y siguió unos años más tarde con un asalto igualmente devastador al<br />
middlebrowismo (o como él lo bautizo: midcult).<br />
Curiosamente, en los cientos de horas (¿o fueron miles?) que pasamos<br />
juntos después de convertirnos en íntimos nunca le pregunté a Mailer cuándo<br />
comprendió la importancia de la comunidad literaria highbrow y, en particular,<br />
de Partisan Review. No descubrí tampoco si el cambio radical que<br />
37
NORMAN PODHORETZ<br />
38<br />
sufrió, como novelista y en su orientación política, en los tres años que trans -<br />
currieron desde la publicación de The naked and the dead y la aparición de<br />
su segunda novela Barbary shore, tuvieron algo que ver con su nueva determinación<br />
de ganarse el consentimiento de los highbrow aun a costa, si fuera<br />
necesario, de otro éxito popular. Hay buenos motivos para pensar que la in -<br />
fluencia de Jean Malaquais, un trotskista que se convirtió en su primer traduc -<br />
tor y amigo cercano, jugó un importante papel. Supongo que al abandonar<br />
el naturalismo y el estalinismo de The naked and the dead y escribir Barbary<br />
shore, una alegoría kafkiana pro-trotskista, estaba haciendo una apuesta (no<br />
puedo decir si consciente o inconsciente) para ganarse la aprobación highbrow.<br />
Pero si eso fue lo que tramaba, calculó mal. Barbary shore fue un fracaso<br />
tanto con el público en general, para quien era demasiado oscuro, co -<br />
mo para los críticos highbrow, quienes le prestaron muy poca atención. Los<br />
high brow lo ignoraron en parte porque ya lo habían dado por perdido como<br />
otro middlebrow, y también porque, aunque había perdido (o abandonado) su<br />
toque popular, aún permanecía detrás la línea de la alta cultura. Para 1951,<br />
el modernismo de Barbary shore comenzaba a parecer tan anticuado como el<br />
naturalismo de The naked and the dead. En cuanto a la política de Mailer,<br />
convertirse en seguidor de Trotski era, desde el punto de vista de los highbrow,<br />
ciertamente una mejora respecto a ser compañero-de-viaje del estalinis -<br />
mo, pero Trotski también parecía viejo en 1951. (Mi esposa parafraseó así<br />
una reseña de Barbary shore que William Barret escribió para Partisan Re -<br />
view: “Oh, no, Mailer está recogiendo esa cosa.”) Pues era la época en que<br />
el mundo literario highbrow había comenzado a desencantarse del socialismo<br />
revolucionario, cualquiera que fuera su coloración. Estaba en proceso de<br />
formular una nueva reivindicación de “nuestro país y nuestra cultura”, como<br />
titularon los editores de Partisan Review el simposio que organizaron en 1952,<br />
en el que la transformada actitud de su comunidad hacia esos temas fue so -<br />
bresalientemente exhibida.<br />
Por otro lado, el hecho de que Mailer fuese invitado a participar en ese<br />
simposio significaba que Barbary shore lo había convertido por lo menos en<br />
un personaje con el que había que contar. William Phillips, co-editor de Par -<br />
tisan Review, reconoció más tarde que la inclusión de Mailer fue un “acto polí -<br />
tico” tanto desde el lado de la revista como del de Mailer, que significaba que
UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />
él se había convertido en “parte de<br />
nuestra comunidad”; y Mailer dijo,<br />
“en cierta forma, el simposio fue<br />
mi presentación en sociedad”.<br />
Pero siendo Norman Mailer,<br />
se presentó penduleando. En su co -<br />
laboración manifestó estar sorpren -<br />
dido por los supuestos del simposio<br />
y reprendió a los editores de<br />
Partisan Review, así como a varios<br />
viejos novelistas (mencionó especí -<br />
ficamente a Hemingway, Dos Passos,<br />
James T. Farrel, William Faulkner<br />
y John Steinbeck), por haber pasa -<br />
do del alejamiento a distintos grados<br />
de aceptación, si no es que al<br />
abierto proselitismo, del “Siglo Nor -<br />
teamericano”. Había una deliberada<br />
provocación e incluso ofensa<br />
en la referencia de Mailer al “Si -<br />
NORMAN PODHORETZ<br />
glo Norteamericano”, un término<br />
que el jefe de Time, Inc., Henry Luce, había acuñado unos años antes en<br />
la revista Life. Al usar ese término, Mailer estaba implicando casi explícitamente<br />
que los escritores que había mencionado se habían asociado por lo<br />
menos o, peor, vendido a lo que él consideraba el verdadero y más podero -<br />
so enemigo de todo lo que ellos habían representado tanto en cultura como<br />
en política. Pero esta obcecada postura de oposición a la sociedad norteame -<br />
ricana no significaba que Mailer fuera a persistir en su trotskismo o alguna<br />
otra clase de marxismo. Por el contrario, habiendo pasado del estalinismo<br />
al trotskismo, como los editores de Partisan Review mucho antes que él, los<br />
seguiría de nuevo, esta vez en su repudio del marxismo en particular y del<br />
pensamiento ideológico en general.<br />
No obstante, al dar ese paso, Mailer siguió un camino muy diferente al<br />
que los excomunistas y antiguos trotskistas de Partisan Review tomaron. Por<br />
39
NORMAN PODHORETZ<br />
40<br />
lo que concernía a la mayoría de ellos, la profecía del final del capitalismo<br />
occidental y el consiguiente triunfo de la revolución socialista conducida por<br />
una clase trabajadora despierta y movilizada, había mostrado ser una guía de -<br />
fectuosa para el futuro. Pues aquí estábamos en paz cuando el capitalismo,<br />
que desde el punto de vista del marxismo había sobrevivido a la Gran Depre -<br />
sión de los años treinta sólo gracias a haber sido sostenido artificialmente en<br />
vida por las necesidades económicas de la guerra, debía estar experimentan -<br />
do su pospuesto colapso final. Pero con el oxígeno desconectado, este sis -<br />
tema supuestamente moribundo mostraba una vitalidad incluso mayor que<br />
antes. Mientras tanto, los sueños revolucionarios de Marx se habían conver -<br />
tido en una pesadilla totalitaria en Rusia, y los trabajadores de E. U., el país<br />
más avanzado de los países capitalistas, se negaban obstinadamente a jugar<br />
el papel prescrito en el escenario marxista. En lugar de rebelarse contra sus<br />
explotadores y opresores, expresaban gran satisfacción con un sistema que<br />
estaba comenzando a realizar sus sueños de prosperidad e incluso de lo que el<br />
economista John Kenneth Galbraith haría famoso al denunciarlo como “opu -<br />
lencia”.<br />
Mailer estaba muy lejos de aceptar el fracaso de la revolución marxista,<br />
como puso en claro en su famoso ensayo “The white negro”. El cual apare -<br />
ció sorprendentemente como “Reflections on Little Rock”, de Hannah Arendt,<br />
en la revista Dissent, cuyo editor, Irving Howe (un ex-trotskista que aún conservaba<br />
la fe en algunos elementos de la teoría marxista), había evidentemen -<br />
te decidido, con base en el simposio de Partisan Review, que Mailer podía<br />
ser un aliado útil en la lucha por revivir la menguante influencia del socialismo<br />
entre los intelectuales. Pero si fue así, Howe finalmente descubriría que<br />
se había equivocado con Mailer. En “The white negro”, Mailer hablaba con<br />
respeto de la teoría marxista, pero afirma que había fallado su “implementación”<br />
porque había sido “una expresión del narcisismo científico que here -<br />
damos del siglo XIX” motivada por la “manía racional de que la conciencia<br />
podía reprimir el instinto”.<br />
Para Mailer la alternativa no era alguna forma de liberalismo, socialismo<br />
democrático o anarquismo (como para Lionel Trilling, Irving Howe y Paul<br />
Goodman, respectivamente). Era el “Hip”, al que Mailer describió pretensiosamente<br />
como la forma norteamericana de existencialismo. En el desarro -
UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />
llo del hipster (que funcionaba en la nueva teoría como una especie de sustituto<br />
del proletariado de Marx), Mailer detectaba “los primeros vientos de<br />
una segunda revolución en este siglo, que avanza no hacia la acción y la distribución<br />
más equitativa y racional sino hacia el ser y los secretos de la<br />
energía humana”.<br />
Esta “segunda revolución” no implicaría acción política o movilización<br />
de masas; se llevaría a cabo mediante la búsqueda de la gratificación inmediata<br />
que era la única raison d’être del hipster y que Mailer veía como la<br />
nueva ola del futuro. No importaba que esa búsqueda pareciera trivial y<br />
fuera además lamentable virtualmente a los ojos de cualquier filósofo moral<br />
desde Aristóteles a John Dewey. Mailer se impuso la tarea, mediante varias<br />
contorsiones intelectuales, de atribuirle una gran importancia metafísica.<br />
Pero, supuestamente, la prueba real de su teoría sería proporcionada no por<br />
su ensayo sino por su ficción, comenzando con su novela de Hollywood, The<br />
deer park, que apareció justo antes de “The white negro” en 1956. The deer<br />
park fue mejor que Barbary shore, pero no alcanzó las alturas que Mailer<br />
le atribuyó, y aunque le fue mejor que a su inmediata predecesora tanto con<br />
la crítica como con el público, se sintió decepcionado y frustrado.<br />
Entonces decidió que algo más osado y ambicioso era necesario para<br />
completar su nueva visión, y se embarcó en la producción del “auténtico li -<br />
bro de un proscrito”. Tan grande era el proyecto que le tomaría, pensó, diez<br />
años para completarlo. Además, recurriendo de forma característica a las me -<br />
táforas deportivas (aunque el boxeo más que el beisbol era el deporte que<br />
él favorecía cuando “se enfrentaba en el ring” con otros novelistas), anunció<br />
que representaría “la pelota que más alto suba en el agitado huracán de nues -<br />
tras letras”. Sería una novela que Dostoievski y Marx, Joyce y Freud, Sten -<br />
dhal, Tolstoi, Proust y Spengler, Faulkner, e incluso el viejo creador de moldes,<br />
Hemingway, podrían leer, pues llevaría todo lo que habían querido decir<br />
por otro camino.<br />
Todo lo que resultó de ese grandioso proyecto, sin embargo, fueron dos<br />
fragmentos. Uno de ellos, “The time of her time”, provocó furor debido a sus<br />
pasajes eróticos demasiado gráficos (que culminan con la descripción de la<br />
heroína alcanzando su primer orgasmo cuando es sodomizada a la fuerza por<br />
el héroe, con ambas partes de este evento, la activa y la pasiva, abordados<br />
41
NORMAN PODHORETZ<br />
42<br />
portentosamente por Mailer). El otro, “Advertisements for myself on the way<br />
out”, fue un completo fracaso a pesar de que fue aceptado para su publica -<br />
ción por Partisan Review y podría sólo por ello haber atraído más atención<br />
entre los highbrow de lo que hizo.<br />
Fue poco después de la aparición del artículo “Advertisements”, y sólo<br />
una semana después de que nos conocimos, cuando terminé el primer bo -<br />
rrador de mi ensayo sobre Mailer. Después de haber oído a Philip Rahv y<br />
Williams Phillips hablar despectivamente de su trabajo, me sorprendió que<br />
aceptaran publicar “Advertisements”, y asumiendo que habían modificado<br />
la idea que tenían de él, pensé que estarían contentos de publicar también<br />
mi artículo. Pero cuando se los mandé no se mostraron muy dispuestos a<br />
hacerlo y sólo lo aceptaron después de regañarme por tomar a Mailer demasiado<br />
en serio. Phillips: Rahv y yo teníamos nuestras reservas sobre el artícu -<br />
lo de Podhoretz, pero la situación se complicó por el hecho de que a Rahv<br />
no le gustaba que se alabara mucho a nadie… Pedimos cambios, pero siempre<br />
pedíamos cambios; los cambios particulares eran necesarios para silenciar<br />
su elogio de Mailer.<br />
Hasta ese momento, Mailer tenía todos los motivos para considerarme<br />
enemigo ideológico y literario. Nunca había reseñado o escrito sobre alguna<br />
de sus novelas anteriores, pero recibí un fuerte impacto de su celebración del<br />
hipster (el “white negro” del título) y por lo que Mailer describe como personalidad<br />
psicópata del hipster. Como muchos de los primeros lectores de<br />
“The white negro”, me sentí fascinado por el total descaro moral e intelectual<br />
que desplegaba, pero también me sentí perturbado por él. Sabía que Mailer<br />
no estaba conectado personalmente por su estilo literario, o por su comportamiento,<br />
con escritores como Jack Kerouac y Allen Ginsberg, pero en sus<br />
beatniks y en su hipster yo veía las mismas perniciosas implicaciones políticas<br />
y culturales, y lo hice explícito en mi ataque a los beats en “The knownothing<br />
bohemians.”<br />
En la conclusión de ese artículo cité la sugerencia de Mailer sobre la<br />
“segunda revolución” que debería llevarnos de vuelta “al ser y los secretos<br />
de la energía humana”. Sin muchos rodeos, sugerí que esa clase de discurso<br />
recordaba el fascismo (la historia, después de todo —y en especial la historia<br />
moderna—, enseña que hay una estrecha conexión entre las ideologías
UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />
del vitalismo primitivo y la voluntad de considerar la crueldad y el derramamiento<br />
de sangre con complacencia si no con franco entusiasmo”) y agregaba<br />
de inmediato que el espíritu del hipsterismo era muy similar al de la<br />
generación Beat y que era ese mismo espíritu el que animaba a los “jóvenes<br />
salvajes en chamarras de cuero” que andaban por ahí enloquecidos con<br />
sus navajas automáticas y pistolas improvisadas.<br />
¿Qué pensaba Mailer, me preguntaba, de esos “espantosos muchachos”<br />
responsables de la auténtica epidemia de violencia criminal juvenil (o “delin -<br />
cuencia” en la jerga de los trabajadores sociales de los años cincuenta) que<br />
parecía surgir de la pura maldad desconectada de los motivos acostumbrados<br />
de robo o venganza? ¿Qué opinaba de la pandilla que había apedreado<br />
hasta la muerte a un niño de 9 años en Central Park, en pleno día, unos me -<br />
ses antes, o de la que le había prendido fuego a un hombre que dormitaba<br />
en una banca frente al mar un día de verano? ¿De la que había brincado so -<br />
bre un niño lisiado y lo había apuñalado en una orgía de sangre una y otra<br />
vez incluso cuando ya estaba muerto? ¿Era eso lo que quería decir con la<br />
liberación del instinto y los misterios del ser? Había, dije, fundamentos para<br />
pensarlo, como el pasaje siguiente de “The white negro” lo demostraba: “Se<br />
puede sostener, por supuesto, que no se necesita mucho valor para que dos<br />
rufianes fortachones de 18 años, digamos, le destrocen el cráneo al dependiente<br />
de la dulcería… pero, valentía de cierta clase es necesaria, pues asesinan<br />
no sólo a un hombre débil de 50 años sino también a una institución,<br />
violan la propiedad privada, entran en una nueva relación con la policía e in -<br />
troducen un elemento peligroso en sus vidas. El rufián se atreve por lo tanto<br />
a lo desconocido.”<br />
Dije que ésa era una de las “ideas moralmente más horribles” con las<br />
que había topado y una clara idea de adónde podía conducir la “ideología del<br />
hipsterismo”.<br />
A pesar de esos enormes recelos, “The white negro” había despertado<br />
mi curiosidad por las novelas de Mailer, las cuales (joven highbrow esnob<br />
como era) no me había molestado en leer antes. Pero incluso si no hubiera<br />
sido estimulado a leerlas por “The white negro”, habría encontrado necesario<br />
hacerlo de cualquier modo: había estado jugando con la idea de emprender<br />
la escritura de un libro sobre la novela norteamericana de posguerra que<br />
43
NORMAN PODHORETZ<br />
44<br />
fuera más allá de After the Lost<br />
Generation de John W. Aldrige<br />
de 1951, y en un libro así el<br />
análisis de la obra de Mailer<br />
tendría que incluirse. Por ello<br />
recorrí con detenimiento los<br />
tres libros que había escrito<br />
hasta ese momento y me sorprendió<br />
concluir, como habría<br />
de escribir más tarde en mi en -<br />
sayo (un capítulo del libro que<br />
ahora estaba más decidido<br />
que nunca a escribir), que “Mailer era un gran novelista en ciernes”.<br />
Ignorante de lo que había escrito sobre él, Mailer me observó con una<br />
mezcla de ironía y amenaza cuando nos encontramos en la sala de Lillian<br />
Hellman y de inmediato asumió la guardia de boxeador que, habría de enterarme,<br />
le gustaba adoptar siempre que alguna disputa de cualquier tipo esta -<br />
ba a punto de estallar. Ésa era la primera vez que me veía en persona, pero<br />
yo lo había visto antes una vez, cuando fue el orador principal en un mitin<br />
de apoyo a Henry Wallace en su campaña por la presidencia, el cual tuvo<br />
lugar en el campus de Columbia en 1948; entonces yo tenía 18 años y él 25.<br />
Con una recién forjada celebridad y todavía sin experiencia como orador, hi -<br />
zo un papel tan pésimo (como lo haría a menudo después, incluso a pesar<br />
de cientos de actuaciones en los estrados públicos) que si no es por la inclusión<br />
del veterano cantante folclórico comunista Pete Seeger el mitin hubiera<br />
sido un completo fracaso. Al mirarlo noté que el joven delgado de 1948 ha -<br />
bía ganado en los años siguientes una buena cantidad de peso, junto con un<br />
considerable incremento de su seguridad. Todos los rastros de nerviosismo<br />
y timidez que habían atado su lengua en el mitin de Wallace parecían haber<br />
sido reemplazados por una presencia enfática y dominante.<br />
Si yo no hubiera estado armado con el secreto de mi siguiente artículo,<br />
habría tratado de evitar a Mailer esa noche. Pues incluso en una etapa<br />
muy temprana de mi carrera como crítico, aun antes de mi noche con Allen<br />
Ginsberg y Jack Kerouac, había descubierto cuán desagradable podía ser
UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />
una confrontación cara a cara con los amigos de un autor cuyo trabajo había<br />
criticado, ya no digamos con el autor mismo. En 1953, por ejemplo, había es -<br />
crito (para Commentary) una de las pocas reseñas negativas de The adventu -<br />
res of Augie March de Saul Bellow, y aunque fui lo suficientemente afortunado<br />
para no encontrarme con Bellow sino años más tarde (y no me había perdo -<br />
nado, y nunca lo haría), tuve la mala suerte, poco después de que aparecie -<br />
ra mi artículo, de toparme con el poeta John Berryman, quien era uno de<br />
los más ardientes secuaces de Bellow. Cayéndose de borracho sobre mí en una<br />
gran fiesta en el departamento de Willam Phillips, masculló: “Pagarás por<br />
eso así pasen diez años.”<br />
En el caso de Bernard Malamud —hice mi debut en Commentary con<br />
una reseña más bien crítica de su primera novela, The natural, también en<br />
1953— las cosas fueron diferentes. Cuando lo conocí, un poco después, fue<br />
extremadamente frío, pero tan pronto se dio cuenta de que yo era un gran<br />
admirador de sus cuentos, se ablandó un poco; y cuando manifesté esta ad -<br />
miración públicamente en un artículo en Partisan Review, nuestras relaciones<br />
se hicieron muy cordiales. (Hasta que se convirtió también en ex-amigo cuan -<br />
do rompí filas con la izquierda a finales de 1960. Malamud no era izquierdista<br />
y estaba menos interesado en la política ideológica de cualquier clase<br />
que cualquier otro escritor que conociera, pero tenía un aguda percepción<br />
de la política literaria y debió haber sentido —correctamente— que mantener<br />
su asociación conmigo después de que me había convertido en persona<br />
non grata en la comunidad literaria no le haría bien a su carrera.)<br />
Pero incluso si hubiera tratado de evitar a Mailer esa noche, en la casa<br />
de Lillian, no me habría valido de nada. Al adivinar quién era yo aun antes de<br />
que fuéramos presentados, me abordó —saltándose las convenciones sociales<br />
y fue directo al grano— con la inevitable acusación de haberlo malenten -<br />
dido y representado erróneamente. No recuerdo bien lo que dije en mi propia<br />
defensa, pero recuerdo haber interrumpido la discusión rápidamente dicién -<br />
dole que estaba trabajando en un largo artículo sobre el conjunto de su obra<br />
y que debía interrumpir el fuego hasta que pudiera leerlo. Él masculló que<br />
no era necesario leerlo para tener una buena idea de lo que diría un artícu -<br />
lo mío sobre él. “Qué apuestas”, le contesté recurriendo a la jerga de Broo -<br />
klyn de donde ambos procedíamos. “Te apuesto diez varos.”<br />
45
NORMAN PODHORETZ<br />
46<br />
Brooklyn fue alguna vez (y tal vez aún lo sea) un lugar con una cultura<br />
distintiva propia que dejaba su marca en todos los que crecieron ahí. De<br />
hecho, a lo largo de mi vida, cada vez que me descubría creando una relación<br />
instantánea con alguien que acababa de conocer, normalmente resulta -<br />
ba ser alguien, él o ella, que había crecido en Brooklyn. Así fue con Mailer.<br />
Él era de Crown Heights, un paso económico arriba del Brownsville de mi<br />
juventud pero gobernado por la misma cultura callejera, e incluso habíamos<br />
asistido a la misma preparatoria. Como yo, y prácticamente todo muchacho de<br />
Brooklyn al que había conocido, él era directo y belicoso e inmensamente<br />
preocupado por el asunto de la valentía masculina.<br />
Esta obsesión de “macho” le ha sido atribuida a menudo a la influencia<br />
de Hemingway, pero era mucho más producto del código de honor de<br />
los muchachos de Brooklyn y de su terror a ser considerados “maricas”. En<br />
el caso de Mailer, el problema estaba agravado por su reputación, en la adolescencia,<br />
de ser un niño mimado y sobreprotegido por su madre. De acuerdo<br />
con un amigo de su infancia: “Si no jugabas pelota, estabas frito… pero<br />
a Norman no lo dejaban jugar porque su madre temía que fuera a lastimar -<br />
se.” De acuerdo con otro de sus amigos de su adolescencia: “Existía la idea<br />
de que él era más propenso a hacer lo que sus padres decían. Ninguno de no -<br />
sotros obedecíamos a nuestros padres; él lo hacía… parecía tener una correa<br />
más corta, era más obediente, quieto… en aquellos días ninguno de los mu -<br />
chachos tenía modales. Norm tenía modales, era muy diferente al resto de<br />
nosotros, quienes éramos como hooligans, terribles… nunca vi que Norm se<br />
peleara a golpes, aunque nos peleábamos entre nosotros.”<br />
Mailer pasaría el resto de su vida intentando vencer el estigma de su<br />
reputación como “buen niño judío”, haciendo de adulto cosas de hooligan<br />
que le hizo falta hacer en la niñez y la adolescencia.<br />
Pero como sea, Mailer era ciertamente reconocible como Brooklynita<br />
esa noche. Aceptando mi apuesta, y blofeando como un jugador de póker,<br />
Mailer procedió a especular sobre el contenido de mi artículo, lo que, según<br />
recuerdo, tomó la forma de una parodia del remilgo literario que él asociaba<br />
con críticos highbrow como yo. Pero yo me rehusé a subir la apuesta.<br />
“Sólo espera”, y me retiré para charlar con otras personas, como su (segunda)<br />
esposa, Adele, una bella y atractiva morena que, parada silenciosamen -
UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />
te durante nuestra conversación, me había dirigió una mirada profundamen -<br />
te coqueta y algo desdeñosa. Parecía querer decir: “Y yo te apuesto que no<br />
tienes las agallas para aceptar mi desafío.” (Ella tenía razón, como quedaría<br />
definitivamente confirmado algunos años después cuando, después de una<br />
riña particularmente depravada con él, casi abiertamente me invitó a ir a la<br />
cama con ella.)<br />
A pesar de la tensión entre Mailer y yo en ese primer encuentro, nos<br />
hicimos realmente buenos amigos, y, cuando dejé la fiesta de Lillian esa no -<br />
che, tenía la sensación de que volvería pronto a oír de él. Y así fue, en las<br />
siguientes semanas nos vimos varias veces, la mayoría de ellas por iniciativa<br />
de él. Luego, cuando finalmente le mostré las pruebas de imprenta de mi<br />
ensayo, se mostró tan complacido y feliz de que fuera a aparecer en Parti -<br />
san Review que nuestra creciente amistad se consolidó.<br />
Lo que más le gustaba a Mailer era discutir ideas conmigo, en especial<br />
sus propias ideas, que yo encontraba necias y con frecuencia tan disparatadas<br />
como siempre, incluso después de que comencé a admirar el poder y audacia<br />
de su escritura. Para mí, este graduado de Harvard parecía extrañamente<br />
ignorante (¿qué carambas le habían enseñado ahí?), sonaba como esos<br />
autodidactas que acostumbraban merodear por Greenwich Village soltando<br />
sus grandes y, usualmente, conspiratorias teorías. No era un secreto para él<br />
que era así como yo lo sentía, pero nunca pareció molestarse en lo más mí -<br />
nimo: sólo seguía tratando de persuadirme de que yo era demasiado “del<br />
sistema”, demasiado rígido y convencional en mi pensamiento.<br />
Además, a pesar de mis críticas, él sabía que yo lo consideraba un<br />
hombre que tenía que seguir su propio camino y descubrir las cosas por sí<br />
mismo, y que esa necesidad era uno de los generadores de su talento como<br />
novelista. Yo era alguien que podía aprender de los libros, o de la experien -<br />
cia y errores de los demás, pero no Mailer: si no lo registraba directamente<br />
con su mismo pulso y su propio sistema nervioso, no era para él. Estaba ab -<br />
solutamente decidido a hacer la cosas él mismo, inventar el mundo de nue -<br />
va cuenta y, debido a que me parecía admirable y valiente, tenía cuidado<br />
en no juzgarlo con demasiadas prisas.<br />
Por otra parte, no podía aguantar sus bufonadas, las vencidas a las que<br />
retaba a todo mundo a su alrededor, la repentina adopción de acentos (en<br />
47
NORMAN PODHORETZ<br />
48<br />
especial irlandés o sureño) sin ninguna razón discernible, su inclinación a<br />
liarse a golpes. (Un ejemplo notable sucedió en el famoso baile de máscaras<br />
que ofreció Truman Capote en el Plaza Hotel de Nueva York en 1965 para<br />
celebrar el gran éxito que tuvo con su “novela de no-ficción” In cold blood.<br />
Yo estaba sentado a la mesa con Lillian Hellman y McGeorge Bundy, el an -<br />
tiguo decano de Harvard que era entonces consejero de seguridad nacional<br />
del presidente Johnson, cuando Mailer, evidentemente ebrio, se acercó. Lo<br />
presenté a Bundy, quien era afable a su patricio modo, pero a los pocos mi -<br />
nutos lo invitó a salir a zanjar sus diferencias sobre Vietnam. Cuando Bundy<br />
declinó pelearse a golpes diciéndole que no fuera tan infantil, Mailer reculó,<br />
mascullando: “Le debo mis respetos.”<br />
Pero siempre tuvo mucho cuidado en no incurrir en esa actitud cuando<br />
estábamos solos, tal vez porque él, muy observador, se dio cuenta de que<br />
yo no lo iba a tolerar y podría alejarme. Gracias a esa auto-restricción nuestra<br />
amistad fue relajada, no competitiva. Éramos camaradas, intercambiábamos<br />
confidencias y generalmente nos leíamos uno al otro las cosas que acabába -<br />
mos de escribir, algunas veces en voz alta. Aunque yo no era exactamente su<br />
“conciencia intelectual”, como Edmund Wilson lo había sido para F. Scott<br />
Fitzgerald en los años veinte, Mailer le prestaba mucha atención a lo que yo<br />
decía en la conversación y en mis escritos (el título que quería proponerme<br />
para mi primera colección de críticas era Hanging jude [juez de la horca]<br />
pero consideré más prudente llamarlo Doings and undoings [logros y desastres])<br />
y de esa forma serví como freno a los vuelos más extremosos de su<br />
fantasía.<br />
Además, como el crítico que de hecho lo había acercado a la Familia *<br />
y dado el imprimátur para lo que el novelista Terry Southern llamó inolvida -<br />
blemente “negocio de la literatura de calidad”, sentí cierto interés de propie -<br />
tario en Mailer —él era mi tigre—. No sólo eso, yo creía que llevaba algo más<br />
grande en las espaldas. Cierta vez sostuve que la validez de una fase completa<br />
de la experiencia norteamericana —el paso de los años cincuenta del “dis -<br />
tanciamiento” a la auto-aceptación de ser americano— se hacía depender de<br />
* La Familia, el grupo de escritores e intelectuales que giraban alrededor de Partisan<br />
Review.
UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />
que Saul Bellow, quien estaba<br />
efectuando ese desarrollo en su<br />
obra, acabara siendo o no un<br />
gran novelista. En el mismo<br />
sentido, Mailer era el anti-Be -<br />
llow, y la viabilidad del nuevo<br />
radicalismo, el que él estaba<br />
atestiguando en su obra, podría<br />
a su vez depender del hecho de<br />
que él acabara o no siendo un<br />
gran novelista.<br />
Aparte de sus payasadas,<br />
había otros dos problemas más<br />
entre nosotros. Uno era su sé -<br />
quito. Como mucha gente famo -<br />
sa, a Mailer le gustaba rodearse<br />
de una multitud de cortesanos, muchos de los cuales no tenían nada recomen -<br />
dable que yo pudiera ver excepto su actitud de adoración por él. Llegué a<br />
estimar a unos pocos: Roger Donoghue, un ex-boxeador vuelto vendedor de<br />
cerveza; Mickey Knox, un actor menor inscrito en la lista negra; Bernard<br />
Farbar, un editor de revistas y aspirante a escritor. Pero incluso en la compañía<br />
de éstos, Mailer era de lo peor y, con los otros aduladores que iban y<br />
venían y a veces se quedaban, resultaba francamente intolerable —se daba<br />
aires, era mandón, acosaba y, sobre todo, adulaba.<br />
La adulación era especialmente evidente con las mujeres, no sólo co -<br />
mo medio de seducción sino principalmente como un medio de tornar román -<br />
tico y, de paso, inflar el significado de todo lo que pasaba por su vida. Podía<br />
decirle a una chica perfectamente ordinaria y sin interés que podría haber<br />
sido una gran madam en la mejor casa de citas de la ciudad o que escondía<br />
en su interior una brillante dominadora y, una vez que el impacto inicial se<br />
esfumaba, ella quedaba muy complacida. O podía, con el mismo efecto, de -<br />
cirle a un joven vacuo que era general de corazón o torero o que tenía todas<br />
las malvadas cualidades de un director de empresa.<br />
En especial, las esposas de Mailer recibieron ese tratamiento. Por<br />
49
NORMAN PODHORETZ<br />
50<br />
ejemplo, decidió que Adele (quien nació en Cuba y tenía raíces peruanas,<br />
pero llegó a Brooklyn a muy tierna edad y ahí creció) era una india primiti -<br />
va cuyas pasiones tenía que igualar y la animaba —o más bien la forzaba— a<br />
vivir de acuerdo con esa imagen. Una de sus amigas íntimas lo describe bien:<br />
“Norman inventa una persona, y si la persona, él o ella, se somete, si esa<br />
persona es vulnerable, lo acepta. La idea de que los latinos son más apasio -<br />
nados o sexuales que los judíos no es cierta, por supuesto, pero parecía<br />
como si estuviera haciendo una investigación, algo que estaba poniendo en<br />
práctica —la práctica de las cien formas en que él y Adele podían tener una<br />
pelea.”<br />
Creo haber sido testigo de por lo menos una docena o dos de esas “cien<br />
formas”, con Adele y con varias de las esposas que la siguieron, y era muy<br />
difícil de soportar. Como dejé en claro en relación con Allen Ginsberg [en<br />
otro ensayo], yo era un gran bebedor en esa época, pero no servía para las<br />
drogas. A mí sencillamente me daban miedo las drogas duras como la heroína,<br />
incluso la mariguana me parecía peligrosa. Como adolecente, con un amigo<br />
mayor que yo conectado con el mundo del jazz de la calle 52, había proba -<br />
do la mota y no me gustó. Me repelía también la mística que la rodeaba en<br />
los años cincuenta y que Mailer aceptó por completo. En los años siguientes<br />
la mariguana se haría tan común que la cháchara que circulaba entonces<br />
sobre sus poderes para expandir la conciencia e introducir la mente en nuevos<br />
reinos del ser parecía excesiva. Lo mismo que la solemnidad que rodea -<br />
ba su empleo.<br />
Mailer siempre estaba tratando de volverme adicto a la mota —por mi<br />
propio bien, por supuesto— y una noche, en una fiesta, en el departamento<br />
de Greenwich Village que él y Adele habían rentado recientemente, me di<br />
por vencido. En retrospectiva, la escena luce aún más ridícula de lo que me<br />
pareció en ese momento, con una docena de personas sentadas en círculo,<br />
pasándose un toque e inhalando por turnos con la reverencia de devotos cató -<br />
licos tomando la Eucaristía. En contraste con el aflojamiento de la lengua que<br />
el alcohol normalmente provocaba, todos en ese círculo se comunicaban<br />
sólo consigo mismos pero ninguno hablaba (lo que me condujo más tarde a<br />
sostener que si la mariguana se legalizaba jamás llegaría a sustituir el alcohol<br />
en las bodas y bar mitzvahs). De repente, la novia de un conocido actor
UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />
(quien, por cierto, estaba actuando en esa época en una obra de Jack Gel -<br />
ber que celebraba las glorias de la heroína) comenzó a vomitar por todas par -<br />
tes. Pero ni siquiera la vomitada alteró el tono religioso de la reunión. Todo<br />
mundo siguió sentado en su lugar escuchando, o simulando escuchar, la mú -<br />
sica de las esferas por medio de invisibles audífonos con los que gracias a<br />
dos chupadas se habían milagrosamente equipado. Para mí no hubo música<br />
de las esferas. Todo lo que obtuve fue un leve zumbido en la cabeza y una<br />
desagradable sensación en el estómago. Al día siguiente Mailer me regañó por<br />
resistir y por permitirle al lado establishment de mi carácter someter al radical<br />
que había en mí. Probablemente estaba en lo cierto. Con posterioridad<br />
hice otros dos intentos conscientes pero igualmente fallidos de vencer mi re -<br />
sistencia, y eso fue todo en cuanto a la mariguana y yo.<br />
El otro experimento que habría de hacer con drogas fue en Fire Island,<br />
en los sesenta, cuando uno de los cortesanos de Mailer (él no estuvo presen -<br />
te) me persuadió de aspirar una cápsula de anfetamina. El zumbido en mi<br />
cabeza no fue nada leve esta vez, y el mareo que me provocó no llenó la pro -<br />
mesa de una sensación extraordinaria y placentera. Creo recordar que Mailer<br />
se burló de mí cuando se lo conté, aunque él no era un gran partidario de<br />
las anfetaminas o de las drogas duras en general. En el fondo creo que él<br />
les temía más que yo. Me dio la impresión de que se sintió obligado a probar<br />
el peyote y tal vez el ácido, pero por lo que sé nunca usó heroína o cocaína.<br />
Luego estaba el sexo. Si respecto a la mariguana fui disuadido por el<br />
constante proselitismo de Mailer, tuve una reacción totalmente diferente fren -<br />
te a su preocupación incluso más obsesiva por el sexo. Había una complica -<br />
ción. Por un lado, creía que Mailer había ido demasiado lejos con el sexo en<br />
su escritura. De ningún modo pensaba que el sexo no tuviera importancia;<br />
por el contrario, en cierto modo yo estaba tan obsesionado como él. Pero<br />
no como tema. Había una parte de mí que resonaba con la pulla hecha por<br />
un crítico (creo que fue Henri Peyre) de que la literatura francesa estaba total -<br />
mente dedicada a algo que podía interesarle a una persona seria sólo unos<br />
diez minutos a la semana. Si tal señalamiento podía aplicarse a algún escritor<br />
norteamericano éste era Mailer (aunque después tendría mucha competencia<br />
de Philip Roth y John Updike). Por mucho que admirara el virtuosis -<br />
mo de su prosa, y por mucho que estuviera fascinado por la salvaje falta de<br />
51
NORMAN PODHORETZ<br />
52<br />
convencionalismo de sus ideas, estaba avergonzado por él por el significado<br />
apocalíptico que le atribuía al sexo en general y al retorcido o pervertido<br />
en particular. Me pareció inmadura su forma de abordar el sexo oral como<br />
la gran cosa en The deer park y atribuirle un significado verdaderamente me -<br />
tafísico a la penetración anal heterosexual en “The time of her time”.<br />
Eso por una parte. Por la otra, si él escribía e incluso hablaba como al -<br />
guien con una experiencia sexual tan limitada que perdía la perspectiva de<br />
ella, definitivamente estaba creando una falsa impresión en lo que a la experiencia<br />
misma concernía. Con lo cual quiero decir que él era salvajemente<br />
promiscuo, tanto en como entre sus matrimonios (de los cuales habría de te -<br />
ner seis). Podría uno describirlo como un pionero de la revolución sexual que<br />
vendría, excepto por el hecho de que, a diferencia de los radicales de la con -<br />
tracultura de los sesenta, para quienes el sexo casual era la norma, él no to -<br />
maba el sexo en acción menos ligeramente que en el papel. No importa<br />
cuántas mujeres se podía llevar a la cama, rara vez iba por una noche o por<br />
emparejamientos anónimos. Cuando Mailer se acostaba con una muchacha,<br />
ella estaba ahí probablemente por más que un encuentro físico. Antes de<br />
ser devuelta al camino, podía esperar una conferencia o un sermón o una<br />
sarta de consejos sobre cómo ser mejor de lo que ella pensaba que era; y la<br />
mitad de las veces él quedaba de verla otra vez, y luego otra vez y otra vez.<br />
Combinando la destreza del ilusionista profesional con el talento del encarga -<br />
do de la agenda en la Casa Blanca, podía mantener varias aventuras simul tá -<br />
neas durante años, algunas de ellas incluso sobreponiéndose a sus sucesivos<br />
matrimonios. De dónde sacaba la energía y el tiempo para esto mientras seguía<br />
produciendo varias páginas al día es algo que siempre me intrigó. Evidente -<br />
mente, vivir de esa manera era algo que lo nutría en vez de vaciarlo.<br />
Aunque yo desdeñaba sus ideas sobre el sexo, no podía evitar envidiar -<br />
le su práctica. Aquí también hay una complicación. Pues mientras yo era<br />
también “un buen niño judío de Brooklyn” como Mailer, e incluso un estudiante<br />
más serio en la escuela, tenía también una doble vida secreta (secreta<br />
para mis padres, quiero decir) como muchacho callejero. Me gustaba vagar<br />
con muchachos que eran, por lo general por buenos motivos, tenidos por<br />
vagos por los adultos del vecindario; frecuentaba los billares en la que los va -<br />
gos más grandes, mujerzuelas y delincuentes menores se juntaban. Me tra-
UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />
baba en peleas a golpes (aunque nunca voluntariamente sino sólo cuando mi<br />
terror a ser considerado gallina sobrepasaba el miedo a que me golpearan)<br />
y apostaba el poco dinero que tenía a los resultados deportivos y tiraba da -<br />
dos en las esquinas, lo cual ocasionalmente provocaba roces con la policía.<br />
Pero lo que era más importante en este contexto es que también había sido<br />
sexualmente más precoz que Mailer, comencé más joven y tuve bastante éxi -<br />
to con las muchachas, lo cual no era frecuente en esos días en que “coger”<br />
como realidad adolescente era la gran cosa (pero que ya no lo era) que Mai -<br />
ler, como adulto, quería revivir.<br />
Para cuando lo conocí, yo le había dicho adiós a todo eso. A la edad<br />
de (casi) 28 años tenía un año de casado y creía en la fidelidad marital. Esta<br />
creencia procedía no sólo de las nobles ideas morales sobre el matrimonio,<br />
sino también de una ideología enraizada en la primera etapa de la revolución<br />
sexual del siglo XX. De acuerdo con esa doctrina, el sexo era bueno y también<br />
necesario para la salud del hombre y de la mujer, pero la promiscuidad<br />
no era el camino para alcanzar la auténtica realización sexual. Ser promiscuo<br />
era estar atrapado en una etapa “infantil” o “inmadura” del desarrollo, privado<br />
de la experiencia erótica profunda que podía ser probada sólo en el sexo<br />
monógamo o marital.<br />
Éste no era el credo del “cuadrado”, como supondría después gente<br />
como los Beats y Mailer mismo; era la reflexión de un sentimiento muy sofisticado<br />
de la vida que escritores y pensadores, desde Sigmund Freud hasta<br />
D. H. Lawrence, predicaban. Hay que admitir que eso involucraba su propio<br />
tipo de solemnidad, sus propias exageraciones y sus mismos defectos de pers -<br />
pectiva de la relación del sexo con el resto de la vida. Pero aquellos de nosotros<br />
que lo adoptamos nos enorgullecíamos de ser más serios en lo que Lawrence<br />
llamaba “el duro comercio de las relaciones humanas”. Estábamos convencidos<br />
de que nuestra clase de sexo era más profunda, e incluso más excitante<br />
(pues, para ser francos, provocaba mejores orgasmos), que la variedad bohe -<br />
mia superficial que Lawrence había denunciado como “sexo mental”.<br />
Pero, por supuesto, yo era joven y de sangre caliente y las tentaciones<br />
estaban siempre presentes. Resistirlas era por lo menos tan duro como el “du -<br />
ro” comercio de construir un matrimonio bueno y duradero, y mi amistad<br />
con Mailer lo hacía aún más difícil. Él me pervertía explicándome que su<br />
53
NORMAN PODHORETZ<br />
54<br />
matrimonio con Adele, “de un<br />
modo chistoso” (una de sus expre -<br />
siones favoritas), había sido for -<br />
talecido, no debilitado, por sus<br />
infidelidades, permitiéndole libe -<br />
rarse de los resentimientos que<br />
de otro modo habría sentido al<br />
sentirse sofocado y aprisionado<br />
por ella. Ésta no era una treta<br />
sofista: Mailer tenía una gran<br />
simpatía por mi mujer, le tenía<br />
mucho respeto, y no quería da -<br />
ñar nuestro matrimonio. Sin em -<br />
bargo, creía que la fidelidad era<br />
sólo otro elemento del lado esta -<br />
blishment de mi carácter que te -<br />
nía que ser desplazado para poder<br />
realizar mi ambición de grande -<br />
za, la cual, yo le había dicho, era<br />
tan ardiente como la suya.<br />
Me enteraría finalmente de<br />
NORMAN MAILER<br />
que estaba equivocado en esto:<br />
mi ambición no podía igualarse a la suya. Pero su ambición de grandeza y<br />
la franqueza con que la expresaba y perseguía sin preocuparse de verse mal,<br />
o de hacer el ridículo, era una de las principales fuentes de mi atracción por<br />
él. En mi ensayo había citado su opinión, expresada en una entrevista, sobre<br />
su intención de explorar, como decía, “la posibilidad de que la novela, junto<br />
con otras formas artísticas, pueda alcanzar algo mayor y no menor, y la en -<br />
fermedad de nuestros tiempos para mí ha sido esta maldita cosa de que todo<br />
es cada vez más pequeño y menos importante… Todos nos estamos haciendo<br />
mediocres y pequeños, insignificantes y ridículos, y vivimos bajo la amena -<br />
za del exterminio”.<br />
A esta distancia es difícil para mí recapturar la emoción que sentí frente<br />
a la expectativa de que las artes y la vida que reflejaban pudieran “cre-
UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />
cer”, y la convicción que desarrollé de que el camino hacia esta feliz eventualidad<br />
pudiera comenzar sólo con romper las constricciones y los límites<br />
definidos por la moral tradicional y las categorías culturales. Al mismo tiempo,<br />
estaba convencido de que esto sólo podía lograrse abriéndose camino a<br />
través de esas categorías: haciéndolas simplemente a un lado con desprecio,<br />
como los intelectualmente filisteos Beat estaban haciendo, no conduciría<br />
sino a la esterilidad y el nihilismo. Si una nueva moral y un radicalismo cultural<br />
habrían de nacer, éstos tendrían que ser generados en el mundo de la<br />
teoría por gente como Norman O. Brown. En su libro Life against death (cuya<br />
fama yo había contribuido a extender mostrándoselo a Lionel Trilling), Brown<br />
formulaba un poderoso desafío a la doctrina de Freud de que las posibilida -<br />
des humanas eran inherente e insuperablemente limitadas. Pero lo hizo sin<br />
alegar, como habían hecho críticos anteriores, entre ellos Karen Horney y<br />
Erich Fromm, que las teorías del maestro eran válidas sólo, o principalmente,<br />
para la clase particular de sociedad en la que él mismo había vivido. Desde -<br />
ñando el relativismo barato de esas tácticas, Brown precisó que el pesimismo<br />
de Freud con respecto a las posibilidades humanas no necesariamente se<br />
deducía de su análisis de la naturaleza humana, un análisis que Brown acep -<br />
taba como razonable en sus aspectos esenciales. La brillantez de Life against<br />
deadh residía en la sorprendentemente creíble consistencia de la construcción<br />
de ese análisis a partir de su propia visión de la vida como “perversidad<br />
polimorfa”, una vida de juego y de completa libertad instintiva y sexual.<br />
La visión de Brown concordaba, por supuesto, perfectamente con la no -<br />
ción mucho menos rigurosa de Mailer sobre las implicaciones de la búsqueda<br />
de la gratificación inmediata del hipster, y eso me atemorizaba. Aun así,<br />
le dio una respetable justificación teórica a la inquietud sexual que no podía<br />
evitar sentir, y que Mailer se inclinaba a alentar —de nuevo, ¡por mi propio<br />
bien!— para que yo actuara de acuerdo con ella. Él estaba particularmente<br />
interesado en que yo participase en una orgía (esta exótica especie de la expe -<br />
riencia sexual se había convertido en un elemento central de su nueva filosofía)<br />
y yo finalmente lo hice, aunque sin su ayuda o conocimiento.<br />
Bajo el argumento de que participar en una orgía no era, estrictamente<br />
hablando, una forma de infidelidad, participé en una constituida completamente<br />
por gente que no había visto antes. Pero no estuve a la altura, y<br />
55
NORMAN PODHORETZ<br />
56<br />
acabó siendo un completo y humillante desastre para mí. Pero en lugar de<br />
sentir que Mailer me había malencaminado, decidí que sencillamente yo no<br />
era lo suficientemente bueno para romper mis propias y tristes limitaciones.<br />
Naturalmente, se lo conté, y él levantó la cabeza sorprendido. No era de eso,<br />
dijo, de lo que había estado hablando. A lo que yo había ido era a un “cam -<br />
po de concentración orgiástico” y había tenido suerte de salir de ahí con vida.<br />
Algunas semanas después me invitó a pasar la tarde con él y una de<br />
sus amigas de mucho tiempo, la cual estaría de visita en la ciudad por poco<br />
tiempo. Resultó ser una bella mujer que había leído, y le gustaban, mis escri -<br />
tos, y los tres pasamos un buen rato juntos mientras comíamos en un restau -<br />
rante. Luego fuimos a su cuarto de hotel para el último trago. La atmósfera<br />
estaba sexualmente cargada, y yo comenzaba a preguntarme, sintiendo que<br />
la boca se me secaba, qué estaría planeando Mailer cuando éste se excusó<br />
y fue al baño. A los pocos minutos regreso totalmente desnudo y dirigió su<br />
mirada directamente a los ojos de su amiga. Era como si hubiera decidido<br />
demostrarme cómo era una verdadera orgía. Pero su amiga, totalmente desprevenida<br />
para este vuelco de las cosas, se rió de él con una disculpa ingenio -<br />
sa para mí.<br />
Debo confesar que me sentí más desilusionado que aliviado. Pero esto<br />
no fue el fin de la historia. Unos diez años después, ella volvió a Nueva York,<br />
y esta vez almorzamos, y no cenamos, juntos. Cuando terminamos, ella mandó<br />
a Mailer a otro lado (quien al aceptarlo casi sin protestas me hizo sospechar<br />
que todo estaba arreglado) y me pidió que la acompañara a su hotel para una<br />
última copa (con lo cual quería decir, por supuesto, una “matinée”, en el ha -<br />
bla de la época). Pero, ¡ay!, su generoso esfuerzo por compensar la desilusión<br />
de la primera vez que nos vimos había llegado muy tarde, y ahora fue<br />
mi turno de decir no. No, Dios lo sabe, en venganza, sino porque a principios<br />
de los setenta había decidido que las ideas radicales en el campo sexual<br />
con las que había estado jugando no eran menos perniciosas que su contra -<br />
parte en el campo de la política y había vuelto para siempre a mis vieja creen -<br />
cias sobre la fidelidad matrimonial y todo lo que ello acarreaba.<br />
No sólo era sobre las drogas y sus ideas sobre el sexo que Mailer y yo<br />
teníamos diferencias. Estaba también el asunto de la lealtad. Como “amigo<br />
en las malas”, salí en su defensa cuando, en el curso de una violenta pelea
UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />
con Adele, al final de una gran fiesta en la que Allen Ginsberg me había<br />
gritado y yo había abandonado unas horas antes, él por poco la mata al<br />
apuñalarla con una navaja de bolsillo. En ese entonces estaban viviendo en<br />
la calle 94 West y nosotros unas manzanas más allá en el segundo piso de<br />
un edificio de departamentos que daba hacia la 106 West. Después de apu -<br />
ñalarla, Mailer escapó de su casa y corrió a la mía. Eran cerca de las cuatro<br />
de la mañana cuando se paró bajo nuestra ventana para llamarme, pero yo<br />
estaba tan profundamente dormido que nunca lo oí. Entonces se fue y espe -<br />
ró que avanzara el día para telefonearme y pedirme que lo viera en un café<br />
cerca del hospital al que Adele había sido llevada. Aún escondiéndose de<br />
la policía, se negó a decirme exactamente qué había pasado: si lo hubiera<br />
hecho, yo habría tenido que mentir y me habría metido en problemas. Pero<br />
lo que él quería sobre todo era que le prometiera que haría todo lo posible<br />
para evitar que fuera internado en un asilo mental. Prefería ir a la cárcel<br />
que a un manicomio, dijo, pues si fuera considerado mentalmente insano su<br />
trabajo nunca volve ría a ser tomado en serio.<br />
Mi impresión de la condición mental de Mailer difería de la de algunos<br />
de nuestros amigos mutuos, incluyendo a Diana Trilling, quien pensaba<br />
que “necesitaba ayuda psicológica”, y Lillian Hellman, quien pensaba<br />
(por lo menos de acuerdo con Diana) que era inseguro estar a solas con él.<br />
A diferencia de ellas, yo no creía que él estuviera clínicamente enfermo, y mi<br />
opinión era compartida por Lionel Trilling, quien, según Diana, “insistía en<br />
que no se trataba de una condición clínica sino de una maldad consciente… que<br />
Mailer estaba comprobando los límites de la maldad en él mismo, y que apu -<br />
ñalar a Adele había sido, por decirlo así, una diversión dostoievskiana de<br />
Mailer para ver hasta dónde podía llegar”. Estuve de acuerdo con Mailer en<br />
que ingresarlo a una institución haría que la gente tomara su obra con<br />
menos seriedad. Y, finalmente, como pensaba que se le permitiría elegir la<br />
cárcel en lugar del asilo mental, y que su aceptación de responsabilidad era<br />
más honorable que alegar locura, prometí ayudarlo en todo lo que pudiera.<br />
Hubo una reunión estratégica de la familia Mailer ese domingo en la<br />
noche en la que yo estuve entre los pocos extraños y en la que opiné conforme<br />
con lo que Mailer me había pedido que hiciera. Lo volví a ver al si -<br />
guiente día en el mismo café. Me pidió que lo acompañara al hospital, donde,<br />
57
NORMAN PODHORETZ<br />
58<br />
después de visitar a Adele, él se entregaría a la policía. Yo también fui a<br />
ver a Adele, quien, aunque temerosa y llorando, me dijo que había decidido<br />
no presentar cargos. Después la policía, que había estado vigilando la habi -<br />
tación, lo arrestó. Tal vez porque era una celebridad, fueron muy amables e<br />
incluso me permitieron acompañarlo a la estación de policía de la calle 100,<br />
donde fue fichado.<br />
Luego lo enviaron a Bellevue para hacerle un examen psiquiátrico y<br />
finalmente llegaron a un acuerdo, cuyos términos nunca supe, que lo puso en<br />
libertad dos semanas más tarde. El día en que fue liberado fue a nuestra<br />
casa a almorzar. Mi esposa recordaría después la escena: “Era el mismo de<br />
siempre, calmado pero no tranquilo… Norman siempre había tenido una ‘cor -<br />
te’ y cuando salió [de Bellevue] lo hizo con el doctor que lo había examinado…<br />
El doctor se había convertido en otro de sus cortesanos.”<br />
Me he preguntado a menudo si obré correctamente al acceder al pedido<br />
de Mailer; hoy, en una situación similar, apoyaría la ayuda psiquiátrica.<br />
Pero en 1960, cuando la terapia de electroshock (a la que yo le tenía horror)<br />
era el principal tratamiento empleado, temía el efecto que pudiera tener en<br />
la mente de Mailer. Estaba consciente de su vena de locura, pero no parecía<br />
muy profunda, y la mayor parte del tiempo estaba bajo control. Había notado<br />
que Adele lo molestó toda la noche y que la situación entre ambos se tornaba<br />
bastante fea —tanto que la novelista Barbara Probst Solomon, otra<br />
amiga mutua que estaba ahí, recuerda que le dije “no me gusta cómo se<br />
están poniendo las cosas”—. Su recuerdo es exacto. Después de haber sido<br />
testigo de una dosis mayor de escenas desagradables entre Mailer y Adele de<br />
la que estaba acostumbrado, decidí partir antes de que otra estallara. En cual -<br />
quier caso, mi convicción de que él no era mentalmente insano fue reforzada<br />
por el hecho de que no la culpara por provocarlo a apuñalarla, de que<br />
asumió la responsabilidad y de que estaba dispuesto a ir a la cárcel. Por ello<br />
me sentí sumamente intranquilo ante el hecho de que escapase al castigo y<br />
ante el temor de que se hubiera deshonrado permitiendo que algún dinero<br />
cambiara de manos para conseguir su libertad. No hay ninguna evidencia que<br />
apoyara esa sospecha y concluí que era indigno prestarle atención. En los<br />
meses siguientes defendí consistentemente a Mailer contra la mayoría de mis<br />
amigos de la Familia, lo cuales no necesitaban que Mailer fuera internado
UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />
para utilizar el apuñalamiento co -<br />
mo una buena razón para persistir<br />
en su rechazo a considerar su<br />
trabajo con seriedad.<br />
En consecuencia, nuestra<br />
amistad se profundizó y nos vi -<br />
mos más frecuen temente que an -<br />
tes. Para entonces yo me había<br />
convertido en el editor de Com -<br />
men tary, y estaba trabajando muy<br />
duro para sacar la revista del li -<br />
beralismo de la Gue rra Fría en la<br />
cual se había empantanado bajo<br />
Elliot Cohen y orientarla hacia la<br />
izquierda a la que yo mismo me había mo vido como crítico durante los tres<br />
últimos años.<br />
Por mutuo acuerdo, Mailer no figu ró al principio en este proyecto. Pa -<br />
ra comenzar, ambos reconocíamos que él era demasiado salvaje para una re -<br />
vista pa trocinada por la más pro-establishment de las organizaciones judías,<br />
el American Jewish Commitee. Como editor, yo gozaba de total independen -<br />
cia, y estaba haciendo completo uso de ella en artículos tanto de política<br />
doméstica como foránea, al grado de que los Tri lling y otros amigos de la<br />
Familia me acusaron de ser demasiado blando con el comunismo y demasia -<br />
do duro con Norteamérica. Pero tenía cuidado, al mismo tiempo, de no po -<br />
ner en peligro la institución de la que yo ahora era responsable, o mi posición<br />
en ella moviéndome demasiado rápido hacía una posición culturalmente ra -<br />
dical. Esto significaba, como mínimo, no palabrotas o material explícitamente<br />
sexual en los cuentos o los ensayos.<br />
La confirmación de que esa prudencia era necesaria llegó, a pesar de<br />
que llevaba casi cinco años dirigiendo Commentary y estaba ya bien establecida<br />
como el principal centro intelectual del nuevo radicalismo, cuando<br />
publiqué un artículo del psicoanalista Leslie H. Farber llamado “I’m sorry,<br />
dear”. Ésta era, tal vez, la primera crítica seria de los sexólogos Masters y<br />
Johnson, y el supuesto moral detrás de ella era realmente muy tradicional.<br />
59
NORMAN PODHORETZ<br />
60<br />
Pero como contenía una discusión franca del orgasmo femenino y una descripción<br />
de una película que Masters y Johnson habían hecho en la cual se<br />
mostraba a mujeres masturbándose, me provocó muchos problemas con el<br />
AJC. Un prominente miembro del consejo de la revista renunció como protesta,<br />
y se lanzó una campaña para que yo fuera despedido.<br />
Pero si Mailer al principio estuvo de acuerdo en estar fuera de Commen -<br />
tary, al poco tiempo comenzó a resentirse, como pude advertir por los co -<br />
mentarios que hacía sobre lo domesticada que era la revista. Luego, de pronto,<br />
me salió con una propuesta. Decidió que en Tales of the Hasidim de Martin<br />
Buber había algo del judaísmo que lo atraía —“un rudimentario sentimiento<br />
del clan a través de los siglos”—. Mailer había crecido en una familia “mo -<br />
destamente ortodoxa”, había ido a una escuela hebrea y pasado por “el rito<br />
existencial del bar mitzvah”. Pero nada había perdurado. “Nunca diría que<br />
no soy judío, pero no me sentí fortalecido por ese hecho… dejé la parte mía<br />
que pertenecía a Brooklyn y los judíos en las calles de Crown Heights.”<br />
En verdad lo hizo. Al borrar en él cualquier huella del “buen niño ju -<br />
dío de Brooklyn” hizo tan buen trabajo en la parte judía que incluso yo —a<br />
quien alguna vez se le atribuyó el “toque de judas” (“Todo lo que tocas se<br />
convierte en judío”)— no podía detectar la subsistencia de algún resabio en<br />
su personalidad o en su conducta. Este hombre, que se veía a sí mismo como<br />
un intrépido aventurero espiritual, aparentemente tenía miedo de explorar<br />
sus propias raíces espirituales y prefería, en su lugar, ser un “héroe existen -<br />
cial” sin ligas con el pasado.<br />
Pero ahora Mailer, probando quizá que yo tenía en realidad el toque<br />
de judas, llegó con el plan de escribir una columna mensual en la que repro -<br />
duciría cuentos de Buber y luego añadería sus comentarios sobre ellos. Si<br />
ésa fue su manera de vencer mi fastidiosa resistencia a que apareciera en<br />
Commentary, fue verdaderamente astuto. ¿Qué idea podía ser más adecuada<br />
que ésta para Commentary, uno de cuyos propósitos originales había<br />
sido despertar el interés en sus propios orígenes de escritores e intelectuales<br />
judíos desafectos? ¿Y qué cosa podía ser más esencialmente judío que un<br />
comentario añadido a un texto?<br />
Sin embargo, tenía mis dudas de que quisiera dicha columna. Commen -<br />
tary era, después de todo, una revista que se preciaba de mantener serios
UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />
estándares intelectuales y eruditos, y la ignorancia de Mailer del material<br />
que proponía elucidar era enorme. ¿Cómo podía yo, editor de la revista en<br />
la que el propio Buber y Gershom Scholem, la más grande autoridad viva<br />
en jasidismo, abordaban algunas veces el tema, permitir que lo que ellos lla -<br />
ma rían acertadamente un total am-haaretz (iletrado ignorante) metiera la na -<br />
riz en su territorio?<br />
Mientras estábamos sentados bebiendo en un bar, traté de decirle eso<br />
delicadamente, pero no cedió. Por primera vez en nuestra relación mostró<br />
verdadero enojo hacia mí llamándome “burócrata delicado”, desleal, y atribuyéndolo<br />
a la timidez del establishment que al final acabaría matándome<br />
como escritor. Con estos cargos, a los cuales era yo muy sensible, me de -<br />
rrumbó (lo cual creo que realmente quería, más que escribir una columna).<br />
Pero salvé el auto-respeto que pude insistiendo exitosamente contra su recha -<br />
zo inicial de que la columna fuera bimestral en vez de mensual.<br />
Como parte de su preparación para lanzar la columna, quería ver algunos<br />
hasidism de carne y hueso. Por lo tanto me pidió que lo llevara al servicio<br />
de la víspera del Yom Kippur a la sinagoga de la secta Lubavitch. La<br />
cual sucede que estaba localizada en Crown Heights, justo a la vuelta de la<br />
esquina donde había crecido. Yo estaba algo nervioso sabiendo que algo<br />
desagradable podía ocurrir si Mailer no se comportaba. Así que antes de ac -<br />
ceder a su petición lo hice prometer que se pondría un sombrero, un traje<br />
adecuado, sacaría las monedas que pudieran tintinear en su bolsillo y cuida -<br />
dosamente evitar hacer algo que ofendiera a la congregación. Con una docili -<br />
dad inusual en él, aceptó esas condiciones y llegó a la hora estipulada (bastante<br />
antes del ocaso, para no arriesgarse a ser atrapado violando la prohibición de<br />
viajar en un día santo) con un Fedora nuevo en la cabeza y vestido con un<br />
traje azul, camisa blanca y corbata.<br />
La sinagoga estaba situada en el sótano de un edificio que servía como<br />
cuartel del movimiento Lubavitch y (a la manera de muchas shtiblach, o pe -<br />
queñas casas de oración) era muy poco atractiva. El cuarto estaba desnudo,<br />
excepto por pesadas bancas de madera, y como la festividad aún no había<br />
comenzado, jóvenes estudiantes yeshiva andaban por ahí fumando y tirando<br />
las colillas en el suelo. Para mi alivio, nadie puso mucha atención en nosotros<br />
cuando entramos (los lubavitch, a diferencia de otras sectas jasídicas, esta-<br />
61
NORMAN PODHORETZ<br />
62<br />
ban acostumbrados a las visitas de curiosos judíos alejados), y pronto el<br />
cuarto estuvo tan atestado como el metro en la hora pico. Luego, sin ningu -<br />
na advertencia previa, alguien gritó en yiddish que el rebbe estaba entrando,<br />
y milagrosamente, como el Mar Rojo para los israelitas que huían de Egipto,<br />
la multitud se dividió en dos y nosotros fuimos casi decapitados cuando las<br />
bancas fueron levantadas con gran rapidez para que el rebbe se abriera<br />
paso entre la multitud. El servicio comenzó entonces sin más ni más, pero<br />
tan pronto acabó la oración inicial de Kol Nidre, Mailer musitó que ya había<br />
visto suficiente y preguntó si podíamos irnos. Una vez afuera, se mostró de -<br />
leitado por lo “desagradables y severos” que eran los hasidim. Su actitud,<br />
dijo (con considerable perspicacia), estaba “totalmente fuera de mi jodido<br />
camino”, y eso fue todo para él.<br />
“Responses & reactions”, como titulamos la columna, acabó siendo una<br />
especie de anticlímax, no provocó ni curiosidad ni escándalo. Después de seis<br />
entregas, Mailer perdió interés y la columna desapareció silenciosamente. Y<br />
aunque había ganado la contienda entre nosotros, el episodio nos dejó un mal<br />
sabor de boca —en la mía porque había cedido a su acoso, en el suyo porque<br />
yo no había sido totalmente leal con él.<br />
Pronto, sin embargo, yo habría de cometer lo que a los ojos de Mailer<br />
era un acto mucho más serio de deslealtad, y uno que no habría de perdonarme.<br />
Mailer había comenzado a obsesionarse con los Kennedy y había<br />
escrito un par de famosos artículos para Esquire sobre ellos. El primero,<br />
“Superman comes to the supermarket”, le había gustado a John F. Kennedy<br />
al representarlo como un auténtico héroe existencial (el mayor reconocimien -<br />
to que Mailer le otorgara a nadie). Pero el segundo “An evening with Jackie<br />
Kennedy, “la ofendió profundamente” (no es que fuera muy difícil hacerlo).<br />
Esto molestó a Mailer, a quien le gustaba mezclarse con los círculos del poder<br />
(aunque siempre en sus propios términos), y yo tenía la impresión de que<br />
estaba al acecho para arreglar las cosas con ella.<br />
Algunos meses después del asesinato de su marido, Jackie se mudó a<br />
Nueva York, y un domingo por la tarde, mientras yo estaba en mi departamento<br />
sin hacer gran cosa, recibí una inesperada llamada. Era de mi amigo<br />
Richard Goodwin, quien había desempeñado varias funciones para el presi -<br />
dente Kennedy y que de algún modo había llegado a dominar el truco de
UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />
permanecer en la Casa Blanca con Lyndon Johnson sin ser considerado traidor<br />
por los Kennedy (en cuyo gobierno en el exilio él figuraba como cortesano<br />
principal). Godwin me dijo que estaba en la ciudad con alguien que<br />
quería conocerme y quería saber si podían caerme para tomar una copa. En<br />
unos pocos minutos se presentó a mi puerta con Jackie Kennedy, ataviada<br />
con sus jeans de siempre.<br />
Ella y yo jamás nos habíamos visto antes, pero parece que congeniamos<br />
instantáneamente y, por iniciativa suya, comencé a verla regularmente.<br />
A menudo tomábamos té los dos solos en su departamento de la Quinta Aveni -<br />
da, en donde le podía proporcionar informes del mundo literario y de la comu -<br />
nidad intelectual neoyorquina —quién era bueno, quién estaba sobreestimado,<br />
quién era divertido, quién era realmente brillante— y ella en reciprocidad me<br />
hablaba de la mugre de la sociedad washingtoniana. Ella no pertenecía a la<br />
liga de Mary McCarthy del chisme malicioso (¿quién lo era?), pero se desem -<br />
peñaba bastante bien en su, al parecer, suave estilo. Yo disfrutaba esos in -<br />
tercambios y ella parecía hacerlo también.<br />
Después de un tiempo, me invitó (junto con mi esposa, a quien ella trataba<br />
como si fuera invisible) a unas cenas que comenzó a ofrecer. A la prime -<br />
ra de ellas yo llegué del West Side con lo que Jackie consideró una vestimenta<br />
inapropiada, y mientras me miraba de arriba abajo, de la cabeza a los pies,<br />
sonrió suavemente y dijo: “Así que cruzaste a toda prisa el parque con tu sa -<br />
quito café y tus enormes zapatos cafés.” A lo que el muchacho de Brooklyn,<br />
todavía vivo en mí, replicó: “No me jodas, Jackie.” Le gustó tanto mi exabrup -<br />
to que me di cuenta de lo cansada que estaba del servilismo con la que todo<br />
el mundo la trataba y de lo ansiosa que estaba por gente que pudiera pararse<br />
frente a ella en un plano de igualdad aunque fuera la más famosa y admirada<br />
mujer del mundo. Y así nos hicimos más amigos de lo que ya éramos.<br />
Las cenas de Jackie siempre estaban llenas de personajes, pero rara vez<br />
incluía figuras literarias. Obviamente, era seguro que casi cualquier persona<br />
que quisiera invitar aceptaría, pero evitaba invitar a gente que no conociera<br />
ya. En consecuencia, le pidió a Dick Goodwin que me pidiera organizar una<br />
fiesta en mi departamento en la que yo pudiera presentarle a algunos escritores<br />
e intelectuales de los que le había hablado. Pero Jackie me pidió que no<br />
invitara a Norman Mailer, con quien aún estaba resentida por el artículo que<br />
63
NORMAN PODHORETZ<br />
64<br />
escribiera sobre ella. Pero si<br />
yo conocía a William Styron,<br />
cuyas novelas ella admiraba y<br />
a quien ya conocía, le gustaría<br />
volver a verlo. De modo que<br />
invité a los Styron junto con me -<br />
dia docena de escritores igual -<br />
mente eminentes a quienes ella<br />
nunca había visto antes.<br />
Casi veinte años después<br />
—al explicar porqué se había<br />
unido al asalto general lanzado<br />
contra mi Making it cuando es -<br />
cribió una reseña para Partisan<br />
Review después de haberme<br />
asegurado en privado que el li -<br />
bro le había gustado mucho—<br />
Mailer recordaría sus “sentimientos<br />
mallugados” por no ha -<br />
ber sido invitado a la fiesta.<br />
Norman Podhoretz tenía muchas<br />
esperanzas de que mi reseña le<br />
salvara el día, de modo que fue una decepción para él, tal vez incluso más cruel<br />
que las otras. Desde su punto de vista, yo lo había traicionado. Y desde mi pun -<br />
to de vista lo traicioné hasta cierto punto. Pero también sentí que era justo, pues<br />
él me había traicionado antes con la fiesta de Jackie Kennedy. No sólo no me<br />
invitó sino que invitó a Bill Styron, quien era entonces mi máximo rival. Para<br />
mí, traicionar a Podhoretz, por lo tanto, no era lo peor. Era tal vez mi forma de<br />
decirle “Jódete ahora...” En el fondo de mí podría estar diciendo, “Esto es por<br />
la fiesta de Jackie Kennedy… Pudo tratarse de un fingimiento recíproco.<br />
Nada de amigo en las malas para mí, eso es seguro.<br />
Ninguno de los dos, sin embargo, estaba listo para permitir que su traición<br />
causara una ruptura total entre nosotros. Nos juntamos y hablamos. Yo<br />
estaba más herido y desconcertado que enojado —mis propios “sentimien-
UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />
tos mallugados” compensados por lo que él sufrió con la fiesta— y él parecía<br />
sentirse más incómodo que nunca antes. Alegó simplemente que había vuelto<br />
a leer el libro y cambiado su opinión, y que había tenido que decir lo que<br />
realmente pensaba. Ahora tenía que vivir con las consecuencias, aunque<br />
insidiosamente sugirió que yo “había dañado un libro prometedor”.<br />
Entre las consecuencias con las que ahora tendría que vivir estaba una<br />
nueva idea sobre él que comenzaba a tomar forma en mi cabeza. Estábamos<br />
en una época en que el radicalismo iba a gozar aún de más influencia y más<br />
poder del que había logrado en su punto más alto de los años treinta, y bajo<br />
esas circunstancias Mailer, otra vez, iba a mostrar lo mejor de sí. Era una<br />
figura más importante de lo que había sido como wunderkind autor de The<br />
naked and the dead. La mayor parte de los novelistas de su generación lo<br />
tomaba (según sus propias palabras) como al que había que vencer, la mayo -<br />
ría de los jóvenes escritores lo veía como el Maestro. Ocasionalmente sus<br />
bufonadas lo metían todavía en problemas —como cuando le bajaron el telón<br />
en la Y de la calle 92 al insistir en emplear un lenguaje obsceno durante una<br />
lectura, o cuando tuvo otro roce, aunque menor, con la policía (en Province -<br />
town, donde tenía una casa de verano)—. Pero los tiempos estaban cambian -<br />
do, y cuanto más escandalosamente se comportaba más admirado era por<br />
la cre ciente cultura radical de los sesenta.<br />
Su obra también era más y más admirada. En 1968, inspirado tal vez<br />
por In cold blood, Mailer publico The armies of the night, que él subtituló<br />
(tal vez para distinguirla de la “novela de no-ficción” de Capote) “La novela<br />
como Historia”. The armies of the night trataba de una manifestación contra<br />
la guerra en la que él había participado, y que ganó el Pulitzer Prize y el<br />
National Book Award.<br />
También ganó mi admiración, aunque ya comenzaba el proceso de<br />
romper filas con la perspectiva política bajo la cual fue escrita. La mayor par -<br />
te fue originalmente publicada en Harper’s, que podía pagarle más que yo,<br />
pero de cualquier modo me dio una sección a mí para Commentary. Con -<br />
sideré el libro una deslumbrante obra literaria, su mejor obra en cualquier<br />
género desde Advertisements for myself, al que llamé “una de las grandes<br />
confesiones biográficas de nuestro tiempo”. (Puesto que este extravagante<br />
juicio apareció en Making it, el ataque de Mailer al libro mostraba que Mai -<br />
65
NORMAN PODHORETZ<br />
66<br />
ler era tan incorruptible que ni siquiera ese gratificante juicio podía comprarlo<br />
o que su deseo de venganza era mayor a su apetito por los elogios. Sin<br />
compasión alguna me inclino por la segunda explicación.)<br />
Pero si admiraba The armies of the night, la ficción que Mailer estaba<br />
publicando le daba cada vez menos validez a mi antigua creencia de que “Mai -<br />
ler era un gran novelista en ciernes”. Ya en 1964, cuando aún contaba con<br />
que él hiciera realidad mi temprano vaticinio, me había sentido muy de -<br />
cepcionado con An american dream, y aunque Why are we in Vietnam? (que<br />
apareció tres años después y trataba en realidad de una cacería en Alaska y<br />
no tenía nada que ver directamente con Vietnam) estaba lleno con la descrip -<br />
ción de extraordinarios pasajes evocadores, me decepcionó igualmente. Lue -<br />
go, en 1983, mucho después de que todo hubiera terminado entre nosotros,<br />
publicó Tough guys don’t dance, una novela de misterio ambientada en Pro -<br />
vincetown que me impresionó porque era definitivamente tonta. En el mismo<br />
año hizo su ambiciosa novela sobre el antiguo Egipto (Ancients evenings),<br />
en la que vació todas sus obsesiones sobre la sodomía. Ésta fue seguida por<br />
la igualmente ambiciosa pero aún más tonta: Harlot’s ghost, la novela en la<br />
que pone en juego toda su romántica paranoia sobre la CIA. Ambos libros<br />
tienen sus momentos de esplendor y testimonian que el envejecido Mailer<br />
continuaba en posesión de una amplia reserva de energía creativa y de ta -<br />
lento. Pero tan disparatadas eran las ideas que plasmaba en ellos que senci -<br />
llamente no podía tomarlos en serio. Y tan molesto me sentí por el concepto<br />
de The gospel according to the son (1977), en el que escribe una versión del<br />
Nuevo Testamento imaginando que Jesús cuenta la historia, que ni siquiera<br />
comencé a leerla.<br />
El flujo constante de trabajos de no-ficción que fueron esparcidos entre<br />
estas novelas da testimonio también de la enorme provisión de energía litera -<br />
ria que Mailer conservaba en reserva. Pero nada de lo que siguió a The armies<br />
of the night alcanzó la altura literaria de ese libro. Miami and the siege of<br />
Chicago y St. George and the godfather (sobre las convenciones para nomi -<br />
nar candidatos presidenciales de 1968 y 1972) estaban bien escritos pero<br />
no dejaban una impresión duradera. A fire on the moon (1970), sobre los as -<br />
tronautas, fue uno de los pocos libros realmente aburridos de Mailer, y The<br />
prisoner of sex (1971) me pareció un esfuerzo timorato por aplacar al pode -
UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />
roso movimiento feminista, cuya sensibilidad había ofendido en muchos de<br />
sus anteriores pronunciamientos sobre sexo, mientras al mismo tiempo preten -<br />
día estar contra él. Se redimió de algún modo en 1979 con The executioner’s<br />
song, su muy aclamada novela de no-ficción sobre el asesino Gary Gilmore<br />
(con el que ganó el Pulitzer Prize), pero me pareció que respecto a de The<br />
armies of the night representaba una severa caída.<br />
La misma tontería que estropeó la mayoría de las últimas novelas de<br />
Mailer aparece en sus obras de no-ficción de los setenta y los ochenta. En<br />
su libro sobre Marilyn Monroe, por ejemplo, se complace sin inhibiciones<br />
en su inveterada debilidad de confundir los grandes éxitos del poder con el<br />
mérito intrínseco, y en el que hizo sobre el “arte” del graffiti vuelve a su<br />
vieja confusión entre creatividad y criminalidad. Para mediados de los años<br />
noventa, mi esperanza de ver salir algo valioso de él se debilitó tanto que<br />
no me tomé la molestia de leer sus trabajos sobre Picasso y Lee Harvey Os -<br />
wald, como tampoco su versión de los evangelios publicada un año más tarde.<br />
He reflexionado si estas reacciones adversas que me representaba como<br />
juicios estéticos desinteresados eran en realidad producto de consideraciones<br />
ideológicas. Es decir, ¿había concluido que Mailer no se había convertido en<br />
un gran novelista sólo porque yo había perdido simultáneamente mi fe en la<br />
revolución cultural cuya viabilidad, como había pensado alguna vez, se supo -<br />
ne que su obra confirmaría? Si bien no podía descartar esta posibilidad, tam -<br />
poco podía descartar la posibilidad contraria: es decir, que la debilidad de sus<br />
últimos libros fuera una evidencia —la especial clase de evidencia que la litera -<br />
tura, adecuadamente comprendida e interpretada, proporciona— contra el<br />
punto de vista del cual eran producto y para cuyo servicio se escribieron.<br />
Cualquiera que haya sido el caso, estoy razonablemente seguro, después<br />
de sondear concienzudamente las profundidades de la integridad crítica, que<br />
nada de resentimiento por su artículo sobre Making it persistía en mis duras<br />
críticas a sus últimas obras. Tampoco, debo reconocerlo, Mailer se rebajó a acu -<br />
sarme de ello. En realidad, aunque la confianza que nos teníamos nunca se<br />
recobró de los golpes que había recibido de Making it, nuestra amistad man -<br />
tuvo su solidez por casi diez años más.<br />
No, por cierto, tan solida, como había sido antes cuando, entre otros de<br />
sus involucramientos, lo había visto a lo largo de las dos esposas que suce -<br />
67
NORMAN PODHORETZ<br />
68<br />
dieron a Adele después de que se divorciaran. Primero fue lady Jean Camp -<br />
bell, nieta del gran editor británico de periódicos, lord Beaverbrook, e hija del<br />
duque de Argyle. Como si su linaje no fuera suficiente para provocar al conquistador<br />
sexual en Mailer, el hecho de que al conquistarla se estuviera apo -<br />
derando de la antigua amante del jefe de Time, Inc., Henry Luce, la hacía<br />
completamente irresistible (Allen Ginsberg escribió, “Estoy obsesionado con<br />
la revista Time”, pero en esto no se comparaba con Mailer, quien si por algo<br />
estaba impresionado era por el poder de la revista). A diferencia de Adele<br />
antes del acuchillamiento, Jeanne tenía miedo de Mailer: una vez en nuestro<br />
departamento, cuando Mailer comenzó a gruñirle, ella huyó de la sala y fue<br />
a refugiarse bajo las cobijas de nuestra cama y nos rogó que la dejáramos pasar<br />
la noche ahí.<br />
El matrimonio con Jeanne duró lo suficiente como para procrear un ni -<br />
ño. Luego vino Beverly. Como Adele (pero a diferencia de Jeanne, cuyo atrac -<br />
tivo residía más en su linaje que en su apariencia), Beverly era una belleza, si<br />
bien rubia y sureña y no morena y “latina”. Yo aún seguía por ahí cuando,<br />
después de romper con Beverly, se casó con una de sus amigas, Carole Ste -<br />
vens, para registrar a su hijo y de inmediato se divorció para desposar a Norris<br />
Church (con quien después de veinte años, en 1998, aún seguía casado). Para<br />
cuando Norris entró a escena, sin embargo, Mailer y yo nos habíamos ido<br />
alejando más y más. Por tres razones:<br />
En primer lugar, yo nunca pude hacer con Mailer lo que había hecho<br />
con Lillian Hellman, cuyos escritos había fingido admirar para mantener<br />
nuestra amistad. Él seguía interesado en mi opinión sobre su trabajo, insis -<br />
tía en que fuera franco, y tomaba mis críticas con extraordinaria benevolen -<br />
cia (si no siempre con buen humor). También insistía en arrastrarme a ver la<br />
filmación de las películas, terriblemente de aficionado, que comenzó a realizar<br />
a finales de los sesenta, y nunca me intimidó para que dijera algo bueno de<br />
ellas. También tuvo la consideración y el tacto de no presionarme para que<br />
lo apoyara cuando se postuló quijotescamente para alcalde de Nueva York con<br />
una plataforma que incluía, entre otras ideas originales, la propuesta de que<br />
las disputas entre los delincuentes juveniles se solucionaran mediante justas<br />
en Central Park. Con todo, ni siquiera Mailer estaba completamente libre de<br />
la ley según la cual la genuina amistad (o de cualquier clase de amistad) es
UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />
imposible con un escritor cuyo traba -<br />
jo uno no admira. Él se comportó muy<br />
bien en este particular asunto, pero<br />
inevitablemente el resentimiento sur -<br />
gió en él tanto como en mí. Al comprender<br />
que estaba cayendo en una<br />
falsa posición, me comencé a sentir<br />
más y más incómodo en su compañía.<br />
En segundo lugar, mi paciencia<br />
con sus tormentas maritales iba desa -<br />
pareciendo. A diferencia de Jeanne,<br />
Beverly no le tenía miedo a Mailer: le<br />
lanzaba constantemente pullas y lo<br />
enfrentaba cuando peleaban. Varias<br />
de esas peleas tuvieron lugar en mi<br />
presencia, y eran tan feas como las que<br />
tuvo con Adele (aunque, afortunadamente,<br />
nunca llegaron a la violencia<br />
real). La peor fue ver a Beverly coger<br />
NORRIS CHURCH Y NORMAN MAILER<br />
un plato de hongos que Mailer había<br />
preparado y lanzárselo mientras le gritaba que era “un malvado”, en una ri -<br />
ña que explotó mientras mi mujer y yo pasábamos un fin de semana con ellos<br />
en Provincetown. Cuando partimos, le dije a mi mujer que ya había tenido<br />
suficiente de Mailer y sus esposas.<br />
Luego, por supuesto, estaba la política. Al principio Mailer no podía<br />
creer que estuviera actuando en serio cuando comencé a mostrar signos de<br />
romper con las ortodoxias de la izquierda. ¿Cómo podía estarlo cuando dije<br />
que Norteamérica, lejos de ser el país “totalitario” que él creía que era (y más<br />
aún después de la guerra de Vietnam), era la única esperanza para derrotar<br />
el totalitarismo real que se extendía gracias al poder e influencia de la Unión<br />
Soviética? ¿Cómo podía creer que dijera que lejos de estar en el puño del “com -<br />
plejo militar-industrial”, que él tanto odiaba y temía, estábamos de hecho que -<br />
dándonos peligrosamente atrás en nuestra fuerza militar y necesitábamos<br />
aumentar nuestro armamento para contrarrestar el poder soviético? A Mailer<br />
69
NORMAN PODHORETZ<br />
70<br />
le gustaba discutir y nunca, en todos los años que lo traté, rehuyó una pelea<br />
política conmigo. Sólo una vez, en los setenta, mientras cenábamos en mi de -<br />
partamento, se molestó tanto con mis nuevas ideas políticas que dijo que no<br />
podía continuar la discusión y se levantó y salió de la habitación para serenarse<br />
antes de continuar. Pero al volver sugirió que cambiáramos de tema.<br />
Finalmente, sin embargo (como con Diana Trilling), fue Breaking ranks<br />
lo que puso punto final a nuestros veinte años de amistad. Por coincidencia,<br />
yo acabé de escribir el libro justo cuando Mailer estaba terminando The<br />
executioner’s song, y nos invitó a comer con Norris para celebrar en su casa<br />
de Brooklyn Heights. Me dijo que pensaba que me iba a gustar The executio -<br />
ner’s song y yo le dije que pensaba que le iba a disgustar lo que yo había<br />
escrito de él en Breaking ranks. “Bueno —me dijo—, me debes una”, y yo reí<br />
y contesté: “Sí, es cierto, pero ya veremos si sigues sintiendo lo mismo des -<br />
pués de leer el libro.” Fue una tarde verdaderamente agradable, mi esposa<br />
me lo dijo después, y yo estuve de acuerdo —con el agregado de que Mailer<br />
jamás me perdonó por Breaking ranks.<br />
Al contar la historia de cómo rompí con la izquierda, tengo que dedicar -<br />
le algún espacio a la recepción de Making it, que significó un viraje crucial en<br />
mi relación con el radicalismo de los sesenta. Obviamente, la parte que Mai -<br />
ler jugó constituye un elemento importante en este recuento y no me anduve<br />
con rodeos al presentar los hechos y analizarlos. Me describí llevando las prue -<br />
bas de imprenta a Provincetown porque, después de haber oído tanto del<br />
escándalo que el libro estaba causando, Mailer quería saber a qué se debía<br />
el alboroto. Luego conté que después de leer las pruebas me dijo lo bueno<br />
que era el libro y lo injustas e incomprensibles que le parecían las habladu -<br />
rías que circulaban por todas partes. Enseguida hice un resumen de lo que<br />
escribió después, en el que lo más amable que se animó a decir sobre Making<br />
it fue que “no eran unas memorias irresistibles” y en el que ahora culpaba<br />
a sus propios defectos y debilidades de los feroces ataques que había reci -<br />
bido. Y, por último, contaba la conversación que habíamos tenido en la que<br />
su única explicación de lo que yo no podía dejar de considerar una traición<br />
de “mi viejo gran amigo”, como se describía a sí mismo en el artículo, era<br />
que sencillamente había releído el libro y cambiado su parecer.<br />
Yo llegué a otra explicación y la expuse en Breaking ranks. Dije que
UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />
la primera vez que Mailer leyó el libro no comprendió (tampoco yo, sino<br />
hasta más tarde) lo ajeno que era a la línea del día del partido radical tanto<br />
en su opinión relativamente benigna de los valores de la clase media nortea -<br />
mericana como, más seriamente, en la negativa de que los intelectuales —y<br />
las clases educadas en general— representasen una alternativa verdaderamen -<br />
te superior. Pero entonces, al preparar su artículo, estudió más detenidamente<br />
las reacciones que provocó Making it y se convenció de que el libro<br />
había cruzado la raya de la completa apostasía. Defenderlo era más peligro -<br />
so de lo que había creído y, enfrentado al peligro, dije que “simplemente per -<br />
dió el valor”.<br />
Es cierto que, como el muchacho malcriado de las letras norteamerica -<br />
nas —un título honorífico en el clima de los años sesenta—, Mailer aún tenía<br />
licencia para provocar y rara vez vacilaba en usarla, incluso si algunas veces<br />
hiciera el ridículo a los ojos de sus admiradores. Pero había, dije, límites<br />
que instintivamente sabía que había que respetar; y los respetaba. Él podía<br />
excoriar a sus camaradas radicales sobre algunas materias en particular; po -<br />
día desconcertarlos con inesperadas simpatías (por políticos de derecha diga -<br />
mos; o la Guardia Nacional en el lado opuesto a las manifestaciones contra<br />
la guerra); podía incluso en ocasiones describirse a sí mismo (pavorosa pala -<br />
bra) como conservador. Pero concluía siempre con el gesto conciliador, el<br />
guiño de simpatía, la sutil seña de lealtad radical.<br />
Making it (como se quejó Lionel Trilling) no contenía ningún gesto de<br />
esa clase, ningún guiño, y defenderlo, para Mailer, significaba poner en ries -<br />
go “su popularidad nuevamente consolidada”. Sin embargo, atacarme a mí<br />
por haber sido demasiado atrevido implicaba el riesgo igualmente inacepta -<br />
ble de parecer cobarde, y lo que hizo en su lugar fue atacarme por haber<br />
arruinado lo que caracterizaba como “un libro potencialmente maravilloso”,<br />
no por haber ido demasiado lejos, sino por quedarme corto al exponer a la<br />
izquierda, la cual, reconocía, se había convertido en el nuevo establishment.<br />
Ésta, lo admito, era una táctica inteligente. Le permitía aparentar la<br />
valentía de realizar actos más importantes de traición contra la clase cultural<br />
gobernante de los que yo había sido acusado, mientras, al ratificar la sentencia<br />
que había sido decretada en mi contra, en realidad se estaba sometien -<br />
do, con el consabido guiño de complicidad, al ahora temible poder del nuevo<br />
71
NORMAN PODHORETZ<br />
72<br />
establishment. El hecho de que incluso Mailer, uno de los padres fundado -<br />
res de la cultura radical, hubiera sido intimidado para someterse (como, mu -<br />
tatis mutandis, un viejo bolchevique temeroso de ser denunciado por traición<br />
por sus propios camaradas estalinistas) era una prueba de lo poderosa que<br />
se había convertido dicha cultura. Significaba también que él “no era tan va -<br />
liente como pensaba que era”.<br />
Yo, por supuesto, sabía que no había nada —nada— que ofendiera más<br />
a Norman Mailer que ser acusado de cobardía, por lo que estaba seguro de<br />
que jamás me perdonaría.Y, en efecto, pasaron más de quince años antes<br />
de que me volviera a hablar. Indirectamente, por terceras personas, supe lo<br />
enojado que estaba, y algunos años después trató de darle vuelta a la tortilla:<br />
“Lo que encontré más perturbador es que [Podhoretz] nunca se preguntó si<br />
había perdido el valor de vivir en la izquierda en los sesenta. Pienso en todos<br />
esos años de alejamiento, todo el temor de la furia final a punto de estallar<br />
de la autoridad.”<br />
Él, que me había llamado cariñosamente “juez de la horca”, ahora<br />
pensaba que me había vuelto “demasiado crítico y restrictivo”: “Era más feliz<br />
en los viejos días. Ahora habla demasiado de cómo se preocupaba por mí esos<br />
días. Yo también me preocupé por él. Contra la opinión de mucha gente, lo<br />
defendí: ‘No, no, Norman no es tan clase media como parece. Es realmente<br />
un gran tipo, es duro.’ Ahora no resiste sin tener los brazos alrededor de un<br />
misil. Es tan valiente y duro como cualquier militar-industrial.”<br />
Él también está muy lejos de aquellos “viejos días”. Una vez, al final<br />
de los cincuenta, cuando los dos íbamos a debatir con Arthur Schlesinger Jr.<br />
y Mary McCarthy sobre los años treinta, me advirtió que pretendía aparecer<br />
en la plataforma con una camisa de trabajo y jeans porque se sentiría incomodo<br />
con traje y corbata. Ahora, si yo había acabado con los brazos alrededor<br />
de un misil, él lo ha hecho viviendo prácticamente dentro de un tuxedo.<br />
Así ataviado, aparecía por lo menos una vez a la semana en las fotografías<br />
de las páginas de sociales, y cuando me llegaba a topar con él en una fiesta<br />
se trataba invariablemente de una de blanco y negro.<br />
En los noventa suavizó su actitud conmigo. La primera vez que nos<br />
encontramos en uno de esos eventos, de inmediato comenzó a charlar. ¿Qué<br />
estaba yo haciendo ahí? ¿Me daba cuenta de que nuestra anfitriona busca-
UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />
ba la amistad de gente famosa y que me estaba halagando al invitarme?<br />
(Fue un error que ella no volvió a cometer.) Evidentemente estaba sondeando<br />
la posibilidad de un acercamiento, pero aunque amable, mantuve mis<br />
distancias con él. Y así fue todas las veces que lo encontré: él era cordial y<br />
yo frío, él deseaba hablar y yo alejarme.<br />
Así, en una cena a la que ambos inadvertidamente fuimos invitados,<br />
trató de engarzarme en una discusión sobre la Unión Soviética, donde re -<br />
cientemente había pasado varios meses investigando sobre Lee Harvey Os -<br />
wald. ¿Ahora que la Unión Soviética se había colapsado, estaba yo dispuesto<br />
a reconocer que me había equivocado respecto a su poderío durante la Guerra<br />
Fría? Me sentí aliviado, “de un modo chistoso”, al ver que vestir un smo -<br />
king no evitaba que se apegara fielmente a la línea de la izquierda, que en<br />
este caso sostenía que nuestra victoria en la Guerra Fría había sido consecuencia<br />
de las debilidades internas de la Unión Soviética y no de la política<br />
de Ronald Reagan. No acepté la provocación y sólo sonreí, luego le respon -<br />
dí con un “tal vez” cuando al despedirse me dijo que le gustaría discutirlo<br />
conmigo algún día.<br />
En 1998, cuando cumplió 75 años, Mailer no estaba pasando precisa -<br />
mente por malos tiempos, pero tampoco ocupaba la destacada posición que<br />
ocupaba en los años sesenta. Sus libros, aunque seguían proporcionándole<br />
enormes adelantos, no eran recibidos con entusiasmo y tampoco se vendían<br />
muy bien. Es cierto que seguía siendo una figura muy respetada e incluso reve -<br />
renciada en ciertos círculos literarios —hasta el punto que en el quincuagési -<br />
mo aniversario de The naked and the dead fue celebrado con la publicación de<br />
una antología de 1200 páginas de su obra, titulada The time of our time, y una<br />
gran fiesta en la que los boletos volaron—. Pero para su frustración —estoy<br />
se guro— no fueron ni remotamente tan codiciados como las invitaciones a la<br />
fiesta-baile en blanco y negro de Truman Capote en 1965, y la fiesta misma<br />
apenas tuvo resonancia. Tampoco The time of our time obtuvo más que una<br />
diplomática reverencia de los reseñistas, y de algunos de ellos ni siquiera eso.<br />
Uno de los golpes más despiadados que recibió con motivo de la aparición de<br />
la antología provino de un profesor de Columbia de nombre James Shapiro<br />
en el New York Times Book Review. Contenía muchos elogios por los prime -<br />
ros trabajos de Mailer, pero eran radicalmente minados por la atribución de<br />
73
NORMAN PODHORETZ<br />
74<br />
su declive después de 1980 al<br />
“profundo convencionalismo”<br />
de sus opiniones “sobre la fa -<br />
milia, la homosexualidad y, so -<br />
bre todo, de las relaciones entre<br />
los sexos, ocultos bajo su ex -<br />
travagancia superficial”. Para<br />
este profesor, en otras palabras,<br />
Mailer aún era el buen niño ju -<br />
dío de Brooklyn que él se había<br />
esforzado toda su vida por de -<br />
jar de ser.<br />
No es fácil imaginar na da<br />
peor para el punto de vista de<br />
Mailer y lo sentí por él. Tam -<br />
bién resentí oír a un grupo de<br />
jóvenes literatos describirlo co -<br />
mo un “hazmerreír” al mofarse de sus primeras obras y preguntarse cómo<br />
había yo podido considerarlo “un gran novelista en ciernes”. Tuve problemas<br />
para defenderme de este desafió, dado que jamás había releído las obras<br />
en las que había creído descubrir esa promesa cuando Mailer y yo éramos<br />
jóvenes (debido a que no había tenido corazón para mirarlos a la luz de lo que<br />
vino después tanto para él como para mí).<br />
Considerando cómo iban marchando las cosas en su carrera literaria,<br />
sospeché que Mailer podría ser capaz otra vez de recurrir al amigo en las<br />
malas que alguna vez fui para él. Esta sospecha se intensificó cuando, poco<br />
después de la gran fiesta, me telefoneó por primera vez después de veinte<br />
años. Escucharlo fue una sorpresa, pero la razón de la llamada fue aún más<br />
sorprendente. Parecía que uno de los hijos de Mailer, cuya madre había<br />
sido una gentil, y por lo tanto no era judío a los ojos de la ley rabínica, se<br />
había enamorado de una mujer judía ortodoxa y quería convertirse. “Podía<br />
recomendarle un rabí adecuado? Podía, y lo hice. Pero también manifesté<br />
mi sorpresa y le ofrecí mis burlonas condolencias por este inesperado vuelco<br />
de las cosas. Me recordaba, le dije a Mailer, a un descendiente directo de
UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />
Trotski que había acabado viviendo en Israel como uno de los extremistas<br />
judíos ortodoxos conocidos como haredi, e imaginaba que él mismo no estaba<br />
menos afligido de lo que el viejo revolucionario antisionista habría estado.<br />
No, dijo Mailer, para él no era así en absoluto. Él no objetaba de ninguna<br />
manera lo que su hijo estaba haciendo. De hecho, como padre de nueve hi -<br />
jos, encontraba fascinante ver como cada uno cogía su propio camino. “Bue -<br />
no, respondí, pensando en su propio alejamiento del judaísmo y de la judería,<br />
supongo, para citar otra parte del libro que tú trataste de reescribir, que ‘Dios<br />
no puede ser burlado’.” Hubo una pausa. “¿Dónde dije eso?”, preguntó. Me<br />
reí, “Tú no lo dijiste, lo dice el Nuevo Testamento”, y él rió también.<br />
Unos días después recibí una invitación para la fiesta y, después de pen -<br />
sarlo mucho, decidí no ir. Si era verdad que Mailer me necesitaba otra vez<br />
como amigo en las malas, no había la mínima posibilidad de que yo pudiera<br />
satisfacer esa necesidad. Durante nuestra conversación telefónica me vi im -<br />
pulsado a decirle, exactamente como había hecho varios años antes en su casa<br />
cuando Breaking ranks estaba a punto de ser publicado, que acababa de es -<br />
cribir algo sobre él (este capítulo) que no le iba a gustar. En ese entonces él<br />
respondió, “Bueno, me debes una”, y en esta ocasión su respuesta fue que,<br />
por supuesto, no esperaría otra cosa de mí en esta etapa de nuestras vidas.<br />
Tampoco le molestaría, continuó alegremente, si fue escrito con “un cora -<br />
zón limpio”. Pero aun recibiendo este perdón por adelantado (y asumiendo<br />
que se mantendría en lo dicho, lo que no hizo en el caso semejante de Brea -<br />
king ranks) no quise ponerme en una falsa posición participando en la cele -<br />
bración de una carrera que había decepcionado amargamente mis expectativas<br />
literarias. Además, después de pasar los últimos treinta años tratando de com -<br />
poner y borrar los daños que había hecho en cooperación con Mailer y muchos<br />
otros de mis ex-amigos, vivos o muertos, simplemente no me podía ver vol -<br />
viendo a él, o a ellos, otra vez.<br />
75
76<br />
No se ha muerto mi padre<br />
pero casi.<br />
Dos poemas<br />
LUIS ARMENTA MALPICA<br />
MIGAJAS PARA UNA DESPEDIDA<br />
La poesía empieza<br />
cuando ya has olvidado qué es lo que te asustaba<br />
pero aún tienes miedo.<br />
Benjamín Prado<br />
Es la palabra quieta<br />
de este poema. Es el hijo<br />
incompleto que me calla.<br />
Sombra del trigo estepa<br />
sin pisadas. El invierno se siente<br />
a cada impulso: un aire<br />
dolorado de espigas<br />
familiares y lobos en las sienes.<br />
Asombro que demora los relojes en las caras<br />
adultas igual que las abuelas hicieron
con el péndulo (detenido cuando alguien nos dejaba más<br />
solos en el mundo).<br />
Esta su muerte empieza desde hace varios<br />
libros y alguna rasgadura.<br />
(Los que no pueden ver<br />
expresan sombras.)<br />
La tristeza es impropia de los hombres.<br />
La lentitud de lo que no hemos dicho<br />
se nos siembra en los ojos.<br />
Yo pienso en este frío en el que hundo las manos<br />
con los aullidos párpados.<br />
Encuentro una palabra que aterida me llama. En la escritura<br />
del corazón hay un empeño<br />
por encontrar la tinta que en el pecho se amase.<br />
Nos rendimos al viaje de polvo<br />
revestidos. Mi padre y sus costumbres<br />
tan dulces y dañinas. Yo y la ceguera por todo<br />
lo que una huella quiebre.<br />
Desde la oscuridad escapan las palomas. Dejan mis manos<br />
libres para asir el silencio que llegue<br />
con la lluvia. Agua que nos responda<br />
por qué se deja atrás lo que incendiamos<br />
77
78<br />
para que hubiera luz.<br />
Un corazón de padre se agita en este poema.<br />
Por el llanto del pez conocemos los mares y esa suerte<br />
de suponer que todo se renueva si horneamos otro pan contra las olas.<br />
Él entra en la penumbra<br />
guiado por las migajas que he dejado al azar<br />
siguiéndolo en la muerte.<br />
Porque no sé si cavo (o quepo) en lo que soy de él<br />
nuestro miedo es la vela.<br />
ESCAFANDRA CON FISURA<br />
No puedo comenzar con lo que no se ve<br />
como hacen otros<br />
si nada veo.<br />
Nada la voluntad, el trazo<br />
Con los dedos del recuerdo<br />
me palpé<br />
lenta,<br />
despaciosamente,<br />
el pasado.<br />
(...)<br />
Toda esa luz me duele.<br />
Lucian Blaga
desde que me sumerjo en estas líneas<br />
al círculo concéntrico de otro<br />
ojo<br />
.<br />
Que Dios rellene los huecos de mi vista.<br />
tictac<br />
La tristeza se negaba a morir con los ojos del padre.<br />
La verdad yace abajo, entre las cicatrices que dejaron<br />
la sal y los cristales.<br />
Habría que ir al fondo, con los ojos cerrados<br />
pues los olvidos flotan.<br />
Yo solo veo las cosas recordándolas y las recuerdo<br />
mal, distorsionadas no sé<br />
si por la luz que a veces va imponiéndoles<br />
el tiempo o las sombras<br />
con que me protegía.<br />
A los ojos no los puedo acostar<br />
se les cae la mirada<br />
y buscan en el pez de lo ya escrito<br />
los lugares del padre.<br />
tictac<br />
Así como la luz no llega tan abajo<br />
79
80<br />
en mi pecho tardaba la alegría<br />
(también dejó secuelas).<br />
No me arrepiento (piaf) de asentir con un párpado<br />
o negar con el mismo a todas las preguntas que me hicieron.<br />
La mariposa también tiene dos alas y sale de un capullo.<br />
El gorrión que se muere en la garganta<br />
si yo me asfixio en ambos.<br />
¿Por qué será que aquí, bajo los años, todo<br />
recobra su natural desistimiento?<br />
tictac<br />
La mancha no es mi padre. Lo que ahoga mis ojos<br />
no lo he visto en el fondo<br />
inmaculado, enfermo de mis manos.<br />
Este cielo de sal (mapamundi en carey<br />
que utilicé en la escuela) resulta claro: no hay dios ni soberano<br />
en la absoluta rigidez de nuestro cuerpo.<br />
Por lento que sea el nado<br />
ni la sangre<br />
ni el gen<br />
vuelven la vista<br />
para que mis poemas cicatricen.<br />
Lo hacen ojos adentro.
Hierba quemada<br />
NADIA VILLAFUERTE<br />
A causa de aquellos artículos en el periódico, pero sobre todo de los carteles<br />
aparecidos una mañana en su casa, Bardem dejó de fotografiar a sus hijos.<br />
No se sintió aludido al principio; al principio quizá fue una ligera indig -<br />
nación. Después estaría confundido. La más escueta ficha artística de su trabajo<br />
decía:<br />
Bardem Damiani, 1934, Génova. Las exploraciones de la niñez y de la pubertad<br />
caracterizan sus imágenes. La mayoría de sus trabajos han sido muy cuestionados.<br />
Según los críticos, estos retratos “capturan las emociones confusas de la identidad<br />
sexual de una edad transitoria”. El fotógrafo italiano ha redescubierto para muchos<br />
una fotografía sin estridencias ni artificios, que conecta nuestro subconsciente a<br />
través de imágenes repletas de poesía.<br />
Niente!, vociferó al leer la única nota decorosa; acto seguido se fue a<br />
emborrachar. Pasó mucho tiempo en los bares, viendo desde las enormes o<br />
diminutas ventanas —si las había— la marcha militar de los demás, desfilan -<br />
do obedientes frente a sus narices.<br />
Era verano cuando tres cartulinas aparecieron pegadas a su puerta.<br />
Pornógrafo, la palabra marcada en rojo sobre aquel papel. También habían<br />
dejado, bajo una piedra para que el aire no se la llevase, una hoja de cuader -<br />
no que parecía brillar en mitad del jardín. La leyó una vez y sintió rabia. La<br />
leyó dos y fue como si el autor de la nota lo estuviese viendo en ese momento<br />
con su ojo acusatorio. Quemó el papel pero él sabía de palabras capaces de<br />
quedar sujetas con pinzas en el pequeño tendedero de la mente.<br />
81
NADIA VILLAFUERTE<br />
82<br />
A finales de mes lo despidieron<br />
del trabajo. La suspensión,<br />
las acusaciones, la tensión<br />
por el ominoso asunto en casa<br />
o frente al maldito catolicismo<br />
provinciano, como él decía, des -<br />
moronaron el de por sí frágil la -<br />
zo entre ellos. ¿Y quiénes eran<br />
ellos? Aldo, Belina, Sera, sus<br />
hijos; Dina, su mujer. El circo<br />
producto de su infeliz promiscuidad:<br />
una esposita más tres<br />
chicos ligeros de sangre y cuya<br />
virgen maldad flotaba alrededor,<br />
enrareciendo el contacto.<br />
Ellos, los que terminaron<br />
yéndose una noche. “No por esto, bien lo sabes, es el dinero, el dinero im -<br />
porta. Volveremos cuando puedas darnos una noticia mejor”, concluyó Dina<br />
y se marchó con aquellos críos que, después de todo, habían mamado la po -<br />
drida leche de los pechos maternos. De aquel mes, recuerda la expresión dura<br />
de Sera: sabía lo que pasaba —intuyó—, no comprendía exactamente qué,<br />
pero su rostro era ya precoz abriendo muy bien los ojos para captar los de -<br />
talles: las maletas, el cuarto antes lleno de calor y ahora semivacío, el pa -<br />
ñuelo con el que Bardem apretó el cuello de Dina frente a los hijos asustados.<br />
“Quiero quedarme contigo”, murmuró Sera, pero sonaba imposible.<br />
Incluso para él habría sido una amenaza: las palabras de la nota anónima<br />
habrían cobrado sentido. Muchas veces se preguntó cómo transcurrirían los<br />
fines de semana de ese acusador que fue capaz de perturbarlo todo con un<br />
puñado de letras, ahí donde imperaba una simulada normalidad, cierto<br />
sosiego.<br />
Algo fue peor que las líneas escritas con trazo preciso sobre aquella<br />
hoja de cuaderno. No el que se hubiera quedado solo, sin amigos ni trabajo,<br />
no la existencia evasiva de Dina —eso era bueno, por eso la amaba, confesó<br />
en una ocasión a su mujer—. No la fragilidad de Aldo, ni la serenidad de Be -
HIERBA QUEMADA<br />
lina (“¡Ya tienes pechos! ¡Ya te nacieron las tetitas como criaturas gemelas!”,<br />
le dijo Bardem en una sesión, burlándose de ella; Belina en cambio se mantu -<br />
vo imperturbable igual que un ave petrificada en el cielo lácteo). No las cami -<br />
natas por el muelle con neblina, ni los paseos al bosque, sin más animosidad<br />
que el del latido indócil de sus corazones cuando todos se acostaban sobre<br />
la hierba.<br />
Sera no estaba más. Conservaba cientos de negativos e impresiones,<br />
quizá las más importantes fotos de su destruida e incipiente carrera, pero a<br />
ella no.<br />
“¿Así estoy bien?”, preguntó aquel domingo; tenía seis años y le gustaba<br />
de ella la falta de dulzura, la carencia de ingenuidad. En la fotografía (20 x 25,<br />
bromuro y gelatina, verano: Bardem recuerda sobre todo que con ellos siem -<br />
pre hubo excesivo sol manchando las escenas), Sera está sentada en un sofá<br />
estilo imperio. Lleva un vestido negro con escarola de encaje, su cabello largo<br />
enfatiza las facciones expresivas (la boca y el filo de una mueca ya amarga,<br />
las ojeras bajo la mirada impúdica). Se divirtieron realizando la secuencia<br />
que Bardem llamó Velatorio. El detalle estaba ahí si se le veía bien: algo que<br />
no pudo ocultar la ojera: un golpe. El moretón rodeaba su ojo izquierdo y ese<br />
mínima añadidura transformaba el contexto en el que la pequeña repitió: “¿Así<br />
estoy bien, papá?” “Mejor que nunca”, respondió el fotógrafo, aturdido por<br />
aquel rostro golpeado y por el cuello suave, flagrante, una invitación a la<br />
mordedura o al estrangulamiento.<br />
En 1968 —el año astillado lo llamó él— conoció a Dina. Dina insistió en que<br />
viajaran a Milán y así lo hicieron. Ella era reportera pero tuvo que emplear -<br />
se en una casa para retrasados mentales. Vino el declive; Bardem, poco a<br />
poco vuelto un alcohólico, se sintió protegido por el calor maternal de una mu -<br />
jer cuyo trabajo consistía, entre otras cosas, en conseguir algo de calma a los<br />
momentos de constante peligro de esos tristes enfermos arañando su pasado<br />
en las paredes.<br />
Dejó Bardem que el presente lo intoxicara de sucesos: el matrimonio,<br />
la efímera dicha de la celda familiar, los chicos bulliciosos que le recordaban<br />
el paso epocal pero tanto removían su entusiasmo, la sencillez con que<br />
inició su profesión.<br />
83
NADIA VILLAFUERTE<br />
84<br />
Nada funcionó bien en Milán, volvieron a Génova. 1976, época en que<br />
comenzó a fotografíar a sus hijos. Fue una etapa feliz. Una espesura en desor -<br />
den creció alrededor. Vino la primera exposición, la segunda, luego la reprimenda:<br />
la duda de si en su trabajo había pornografía. Acaeció lo de la pérdida<br />
del empleo. Dina no aguantó. De nuevo el fracaso para Bardem. Se sintió en -<br />
fermo, infectado de un mal invisible que emponzoñaba lo que estuviera a su<br />
alcance. “Toqué fondo”, repetía. Era hora de abandonar Italia. No le intere -<br />
saba Norteamérica. Habría podido dirigirse a Nueva York, en donde había<br />
estado muy joven, la tierra del nunca jamás y el érase una vez, pero no lo hizo.<br />
Recordó que un amigo suyo había partido rumbo a La Habana y se quedó va -<br />
rado allá, junto a una de esas mujeres que él imaginaba lo suficientemente<br />
fogosas como para incendiar su retorno.<br />
Corría 1979. Cargó la Pentax consigo, cerró la puerta del basurero que<br />
habitaba y ya no podía alquilar, pidió a Dina, su ex-mujer, dinero. Fue Dina<br />
quien compró su boleto y lo vio partir; un alivio para ella, aunque también<br />
sintiera lástima: el hombre era un pobrediablo, un débil de carácter que se<br />
había dejado destruir cuando su carrera iniciaba y prometía reconocimiento,<br />
en definitiva, un falso provocador o en verdad un depravado. Dina le pregun -<br />
tó muchas veces cuál era la razón de su ofuscamiento: Bardem se limitaba a<br />
callar y a romperle las medias. Quizás él mismo no lo sabía, tal vez nunca deseó<br />
ser fotógrafo y todo fue una circunstancia pasajera, pensaba, sumido en la me -<br />
lancolía de no saber qué más hacer, a dónde dirigirse, cómo mirar hacia otros<br />
rostros que no fuesen la sombra de Sera, Sera deshaciéndose cuando sus pies<br />
descalzos tocaban el lago helado de su insomnio.<br />
Bienvenido a Managua, decía el cartel, a lo lejos; Bardem aguzó los<br />
sentidos tratando de entender el abrupto paisaje, igual a un lente que quiere<br />
enfocar los contornos sin lograrlo. Se instaló en la casa del periodista, que<br />
se había montado provisionalmente en el hotel Continental. Recordó a Dina<br />
y ese talante suyo para adaptarse a cuidar niños retrasados, a falta de un tra -<br />
bajo estable como la reportera que fue. “¿No te asustan?”, le inquiría cuando<br />
ella llegaba y se desvestía para tomar una ducha. “A mí me darían pánico…<br />
Los ojos estrábicos, los hocicos babeantes, las mandíbulas desencajadas”.<br />
Dina lo escuchaba hablar y lo veía como un desconocido, repitiendo: “Fue un<br />
error”, frente a quien había sido, en el flirteo, un “sensible artista”.
Primero fue el muro del idioma. Aquellas bo cas<br />
parlando con la lengua floja le provocaban risa. Des -<br />
pués, acostumbrarse a la humedad y sus vestigios de<br />
moho, a la devastación de las calles. No tenía ningún<br />
sentido el estar ahí, se dijo el primer mes, luego descubrió<br />
que la estancia era cómoda. No se ne cesitaba<br />
casi nada para vivir. Había conflicto, por tanto, cierta<br />
igualdad de condiciones: todos eran miserables, ningu -<br />
na expectativa se imponía en el horizonte, salvo sucum -<br />
bir a los repentinos tiroteos. Bastaba con respe tar el<br />
toque de queda, no meterse en lo que no le incumbía;<br />
bastaba, para gente como él, con tomar notas de una<br />
ruina que no era suya para sacar algún pro vecho, no un<br />
beneficio de trabajo sino uno personal: ocuparse mien -<br />
tras se desintoxicaba un poco; llenar, con la música<br />
de su trajín nuevo, la inmensidad de sa berse exiliado.<br />
No hay a dónde ir, nunca, pero algo debe uno<br />
hacer mientras tanto, ¿no?, era su frase de no-batalla<br />
en su vida nueva, convencido de que las fotografías<br />
no volverían a salir de su cámara, no al menos de la ma -<br />
nera en que él pensó, no con la silueta que lo tentaba<br />
a oscuras.<br />
En la casa del periodista, desde su recámara esti -<br />
lo americano, abrió y cerró las cortinas muchas veces,<br />
tantas que las cortinas parecían en realidad telones<br />
de un teatro donde se representaba continuamente la<br />
guerra. Mientras esta se desplegó, Bardem recordó<br />
la suya: el trazo de las palabras escritas en aquel papel que apareció en su<br />
patio en Génova, acu sándolo, no lo abandonaban.<br />
Lo que más le incomodó en aquellos años fue el silencio volátil, era como<br />
andar en un campo sembrado de minas. Podía estar con la mujer del mercado,<br />
o caminando de regreso a su cuarto en el viejo Continental, cuando<br />
un estruendo cristalizaba el aire.<br />
85
NADIA VILLAFUERTE<br />
86<br />
Todo era pólvora, eso fue bueno para Bardem, que no tuvo fin ni<br />
propósito alguno en la batalla de un país extranjero, más que guarecerse de<br />
sí mismo. Pero no era el único, porque Otto Smicks, Eduard Rodríguez y<br />
los demás periodistas a quienes conoció, habían llegado a Centroamérica de<br />
la misma forma. “No son gente sana”, se dijo Bardem; se necesitaba estar<br />
atrofiado de la mente para buscar el peligro latiendo en las esquinas, lejos<br />
de quienes poseían una vida colmada y no requerían, como ellos, huir de<br />
sus historias personales.<br />
Estaba Smicks: quién sabe qué razón lo llevó a renunciar a su tierra<br />
yéndose a México primero, donde dio clases, para embarcarse después en<br />
la locura de Nicaragua. Quién sabe qué ocultaba más allá de lo que hacía<br />
esas noches: noches de visitar los cuartos de los periodistas, rogarles que le<br />
permitieran copiar cintas en que se oyesen tiros para transmitir después —a<br />
sus compatriotas holandeses— grabaciones semejantes a una nueva versión<br />
de Pearl Harbour. “¿Qué te parece?”, insistía luego, después de correr el<br />
caset por quinta vez. “¿Qué crees que le haga falta?” “Una bomba atómica”,<br />
concluía Bardem. Nunca supo si el hombre de mentón cuadrado y ojos<br />
celestes tenía algún objeto de deseo que no fuese su tarea por leer la cuartilla<br />
con pésima dicción y dramatismo, o prender la grabadora convertida<br />
en arma, lanzando proyectiles de todo calibre.<br />
Estaba el comisario fotográfico aquél, Eduard Rodríguez (alto y rubio<br />
a pesar de ser de México, elegante como embajador inglés, muy formal y<br />
también muy prosaico a la hora de los chistes) que una madrugada los<br />
alcanzó en el 311 (cada vez más parecido al camarote de los Hermanos<br />
Marx), colgó su chaleco en el ropero y abrió la maleta en la que se dejaron<br />
ver camisas bien planchadas pero también un tomo de la Editorial Progreso<br />
de Moscú. “Servirá para entender esto”, dijo Rodríguez, con el tono heroi -<br />
co que sólo puede tenerse en la juventud, y Bardem no supo si sería frívolo<br />
conmoverse frente al talante ingenuo de quien estaba ahí, no para desquitar<br />
el sueldo sino para sumarse, con su oficio, a la lucha de la libe ración. Pensó<br />
Bardem que aun así seguían siendo sospechosas las nobles intenciones de<br />
sus compañeros. ¿Qué hacía en esa ciudad sin centro la muchacha neo yor -<br />
quina Luca Andrei, emergiendo, heroica, de las municiones? ¡Ah, far -<br />
santes! Seguramente cuando niños coleccionaron un zoológico de soldados
HIERBA QUEMADA<br />
romanos, guarkas etíopes, la caballería de Alejandro Magno y sus legiones<br />
moldeadas de plomo, añorando desde entonces los deseos lúdicos de pre -<br />
senciar una matanza, se dijo el italiano, riéndose, en el fondo, de la camada<br />
de perros en que se convertía el grupo masculino de prensa, cuando para<br />
seducir a la gringa, salían con ella a los frentes y sudaban adrenalina, reptando<br />
bajo un fuego cruzado, impulsados a competir entre sí por la imagen<br />
más aterradora, aunque en realidad deseosos de saber quién ganaba la ba -<br />
talla libidinal.<br />
Pero, si hubo de ser franco, Bardem tampoco tuvo tiempo de saber<br />
nada sobre los milicos que en el retén decían: “No rechiste. Nosotros le<br />
damos o no le damos según nos dé la gana”, ordinarios en sus odios y limi -<br />
taciones.<br />
Las horas, los días, los meses constituían un bastión contra la muerte,<br />
disipando cualquier otro objetivo. Lo era para aquel coche tapizado de cartulinas<br />
con la palabra TV en los cuatro vidrios; como para la mujer que, llorando,<br />
obligaba a ver el cadáver de su hija quinceañera, ametrallada la<br />
víspera. Lo era para el centenar de niños apuntándole a Bardem con armas<br />
inservibles, para que les tomara fotos; como para sí mismo, a veces acucli -<br />
llado frente a un hecho que, a fuerza de repetirse, perdía su misterio.<br />
No se lo creía: ese estar a la mitad de lo desconocido, la indiferencia<br />
antigua y feliz y, sin embargo, así se mantuvo, no un año sino varios, los<br />
suficientes como para aprender palabras nuevas.<br />
Pronunció, por ejemplo, la palabra guapa aunque lo dijera falsamente<br />
a los oídos de una mujer y otra, esforzándose en demostrarles que si él no<br />
podía convertirse en futuro esposo, al menos podría servirles como antídoto<br />
para sus tristezas. Supo pronunciar Masaya sintiendo el desconcertante<br />
apego a una tierra ajena que recorría hasta desparecer en la ruina de las<br />
construcciones. Ahí, pensó Bardem, daba lo mismo meter la mona que comprar<br />
un kilo de azúcar para el café de la noche; ver volar un avión y escombrar<br />
la basura, esconderse o decir estoy cansado.<br />
87
88<br />
La niebla en San Blas<br />
JORGE ESQUINCA<br />
Perro, Mike, cuéntame<br />
esa historia de la niebla en el puerto.<br />
No había niebla y la historia<br />
trata de un coquero, hombre<br />
sencillo y afortunado.<br />
Tenía un carrito de cocos,<br />
vendía el agua y la carne<br />
con limón y chile en bolsas de plástico.<br />
¿Pero la niebla, Mike,<br />
no decías que todo estaba<br />
cubierto de niebla?<br />
No. Era tarde soleada.<br />
Antes déjame te digo<br />
en qué consistía su fortuna.<br />
Su dicha era su mujer.<br />
La más bella de San Blas.<br />
Nos tenía hechizados.
Estaba que se caía de buena.<br />
Todo sucedió en una cantina<br />
jodida, como ésta,<br />
con su piso de tierra,<br />
sus mesas de Corona,<br />
su olor a mar, su rocola<br />
y sus canciones de José Alfredo.<br />
¿Pero la niebla, Mike,<br />
no me contaste que apenas<br />
podían verse las caras?<br />
No. Espérate. La mujer<br />
era el deseo de todos,<br />
sí, pero nos lo callábamos,<br />
digo, por un elemental respeto<br />
al coquero, que era buen amigo.<br />
Todos, menos el hijo<br />
del presidente municipal,<br />
ese cabroncito<br />
alardeaba todo el tiempo,<br />
decía que la reina aquella<br />
tenía que ser suya.<br />
Esa tarde, ya ebrio, el muy pendejo<br />
comenzó a cacarear en presencia<br />
del coquero, en su mera cara.<br />
Que si él andaba en Mustang<br />
89
90<br />
y el otro en pinche bici,<br />
que si él era galán<br />
y el otro prieto y feo.<br />
¿Pero y la niebla, Mike?<br />
Ya dije que entonces no había niebla.<br />
El coquero aguantaba vara,<br />
aunque de lejos se veía<br />
que se lo estaba cargando<br />
la chingada del coraje.<br />
Era hombre de silencios.<br />
El otro siguió jodiendo, decía<br />
que iba a sonsacarle a la mujer,<br />
que iba a ponerle casa,<br />
que con él iba a saber<br />
lo que es coger sabroso.<br />
Fue demasiado. Sin decir palabra,<br />
en un mismo movimiento,<br />
el coquero agarró su machete<br />
y le rebanó de un golpe<br />
la tapa de los sesos.<br />
Tan fácil como lo cuento,<br />
como quien parte un coco ya maduro.<br />
¿Y entonces, Mike, perro?<br />
Entonces sí. Ya caía la noche<br />
y llegó la niebla, se posó
con su culo blando sobre San Blas.<br />
Sólo se podía ver<br />
el rojo reguero de sangre<br />
y al muerto, sentado en su silla,<br />
todavía agarrando su cerveza.<br />
Del coquero nunca supimos más.<br />
Se trepó a la bici y enfiló calle abajo.<br />
Como si se lo hubiera tragado<br />
la densa niebla de esa noche.<br />
(M.A.H.R., in memoriam)<br />
91
×<br />
HUGO GOLA<br />
La espiral del Ser<br />
JOSÉ HOMERO<br />
I<br />
La poesía de Hugo Gola es una refutación de los opuestos. No como negación<br />
de los seres y accidentes contrarios entre sí, sino de una condición donde<br />
esa contrariedad se asiente como inmutable. Con ello quiero decir que para<br />
Gola los opuestos son complementarios, uncidos y enlazados en una entreve -<br />
ración que los trasciende. Resonancia heraclítea.<br />
Constante en la reflexión poética es considerar el poema, la emoción es -<br />
tética, como un momento, un estado, de plenitud y comunión con el universo<br />
a través de una intuición, de un arrebato, que descubre la empatía entre todo<br />
lo creado y al mismo tiempo la singularidad de cada ser. La poesía, hermana<br />
de la gracia y de la revelación, muestra al hombre la unidad del mundo más<br />
allá de las apariencias. O al mundo en su esplendor de apariencias.<br />
algo muy tenue<br />
que se prolonga<br />
más allá de la apariencia<br />
(“Rotación”, p. 21)<br />
y cuando llegan<br />
las palabras<br />
nada te dicen<br />
sólo habla<br />
el fervor<br />
que deja atrás<br />
todas las<br />
93
JOSÉ HOMERO<br />
94<br />
cosas<br />
y los nombres.<br />
(“El tema del poema”, p. 44)<br />
Condición de la emoción poética es su intempestividad, su aparición en<br />
medio de la vida cotidiana. Como una de esas espadañas que yerguen su<br />
lábil virilidad a través de las oquedades o como ese musgo que tenaz escala<br />
la piedra con sus yemas húmedas, la poesía aparece en medio de la historia,<br />
en medio de la prisa, ahí donde no se espera esa interrupción que es irrupción.<br />
Es el poema como la hoja que detiene el movimiento en su caída y por<br />
un momento parece sostenerse en el aire, sin el aire<br />
la caída de cualquier hoja<br />
no se soporta<br />
porque estalla en el aire<br />
altera el vacío<br />
y cuando toca el suelo<br />
lo inunda todo<br />
con su esplendor.<br />
(“No es la hoja muerta”, p. 62)<br />
Pocos poetas tan conscientes, como Hugo Gola, de que la emoción es<br />
la esencia del poema; que la valencia de la poesía es el registro de esa emoción<br />
que no indica, que no enseña, pero que revela. Para Gola, el poeta es<br />
un sujeto agraciado con un don que lo separa del mundo como conjunto de<br />
singularidades y lo acerca al mundo como unidad. Como otros poetas moder -<br />
nos, Gola atiende a esa experiencia como única. El poema es un infiel registro<br />
de esa sensación. Por ello el poema más auténtico, más hondo, será aquel<br />
que comparta el momento de la experiencia y exprese esa vacilación. Como<br />
en la célebre dubitación de Juan de Yepes, el poema, testimonio de una emo -<br />
ción inefable, comparte esa oscilación. Musitación antes que titubeo:<br />
¿en algún recodo del subsuelo<br />
de allí surge<br />
sin embargo<br />
esa chispa inicial<br />
que nada quiere ser
que nada quiere<br />
sino arder<br />
o destruirse<br />
en el aire<br />
o quizá vivir<br />
en ese encuentro<br />
engendrado<br />
a partir de allí<br />
qué?<br />
algo<br />
algo<br />
que nadie sabe bien<br />
pero que arde<br />
arde<br />
tal vez un<br />
qué<br />
(“Nada hay más”, pp. 39-40)<br />
De raigambre mística la emoción del poeta, que niega la realidad y la gra -<br />
vedad, el tiempo cotidiano, necesita de los sentidos, de las sensaciones para<br />
expresarse. Si “el tema del poema/es el poema”, sin importar si se habla de<br />
árboles “o del destino/incierto/o del pesar/y el peso/de los días”, la emoción<br />
poética es en su anomalía, en su extrañeza, indisociable de esa emoción que<br />
nos embarga ante la naturaleza, ciertos momentos, ciertos instantes. Por ello en<br />
Gola el poema se entrevera con esas sensaciones y para describir ese estado<br />
único, ese momento de arrebato, precisa justamente de símiles sensoriales.<br />
El poema es “inundación”:<br />
de a poco<br />
siento venir<br />
el resplandor<br />
de a poco<br />
siento subir<br />
la luz<br />
quieto<br />
inmóvil<br />
aguardo<br />
aquella inundación<br />
LA ESPIRAL DEL SER<br />
95
JOSÉ HOMERO<br />
96<br />
aguardo<br />
aguardo<br />
tendido en la mañana<br />
(“De a poco”, p. 41)<br />
El poema es también una conjunción que estalla revelando la dicoto -<br />
mía y la continuidad, tal si se tratara de una banda de Moebius:<br />
y el poema agazapado<br />
escondido en algún sitio<br />
en algún repliegue<br />
asoma de pronto<br />
(...)<br />
estalla en esa conjunción<br />
afuera-adentro<br />
(“Nada hay más”, p. 39)<br />
La emoción poética, con su transustanciación mística, se presenta co -<br />
mo una experiencia única; de ahí que el verdadero poeta sea más un sujeto<br />
de experiencias que un artesano. El poema surge a través de una larga y a<br />
menudo imperceptible gestación. Así, en la segunda parte de Retomas, los<br />
varios poemas van configurando esta idea de lenta gestación y al mismo tiem -<br />
po de producción imprevisible:<br />
van creciendo<br />
las ganas<br />
aunque no sabes<br />
de qué<br />
unas ganas<br />
difusas<br />
pero ciertas<br />
no me puedo resistir<br />
a este deseo<br />
que viene no sé de dónde<br />
(“Van creciendo”, 46)<br />
el paso de los días<br />
de esos días<br />
que parecen vacíos
y perdidos<br />
va forjando<br />
en algún sitio<br />
imágenes sonoras<br />
o rayas oscuras<br />
trazadas sobre el plano<br />
figuras que crecen<br />
o se pierden<br />
visión interna<br />
o fuego grave<br />
(“Con frecuencia”, p. 48)<br />
LA ESPIRAL DEL SER<br />
El poema implica la conciencia de la escritura. El tema del poema es<br />
el poema en tanto poema connota aquí conciencia del lenguaje. La revelación<br />
de la unidad es indisociable de la conciencia matérica del poema. En su as -<br />
piración al silencio, a ese momento de revelación, el poeta, que elige el len -<br />
guaje, convierte al poema en una construcción metonímica, en una sucesión.<br />
Por ello el poema “pasa y pasa”. El ritmo es consustancial.<br />
CONCIENCIA DEL LENGUAJE<br />
Gola ha sido más conocido por su difusión de la escritura poética y sobre<br />
todo de la reflexión sobre la poesía. Desde aquella legendaria serie en la Uni -<br />
versidad Autónoma de Puebla, El Poeta y su Trabajo, hasta su labor como<br />
maestro y editor en la Universidad Iberoamericana, donde continuó esa se -<br />
dimentación en torno a las poéticas, ha propiciado en sus discípulos la conciencia<br />
de que poeta es quien reflexiona sobre el lenguaje. Por ello, en esa<br />
refutación de los opuestos, no es menor la aparente paradoja de que siendo<br />
Gola un poeta con una concepción cercana a la mística poética sea al mismo<br />
tiempo un poeta consciente de la naturaleza real de la experiencia poética.<br />
Un poeta que comprende que para plasmar la eternidad y levedad de la emo -<br />
ción poética requiere de un eficiente manejo de su material, de su herramien -<br />
ta. En su escritura, en sus poemas, la sensación que instaura la emoción poética,<br />
el estímulo inasible que aparece con el arrebato sensorial, resulta indisocia -<br />
ble de una conciencia del lenguaje, de una elección del ritmo y sobre todo<br />
de una exhibición de los procedimientos del lenguaje. Esos procedimientos<br />
97
JOSÉ HOMERO<br />
98<br />
son, para evitar malos entendidos,<br />
los que cada poeta toma de la tra -<br />
dición para su aprendizaje; el mo -<br />
delo de los mangos de hacha que<br />
diría Lu Chi en el Wen Fu.<br />
En lengua inglesa, Ezra<br />
Pound y William Carlos Williams<br />
elaboraron una poética fundada<br />
en sus experiencias y cimentada en<br />
una reflexión sobre el lenguaje.<br />
Gola, a la distancia, debe ser visto<br />
como el continuador, en lengua cas -<br />
tellana, de esa tradición moderna<br />
de buscar nuevas formas de ex pre -<br />
sión mediante el conocimiento y<br />
la conciencia del pasado. La fórmula de “Hacerlo nuevo” de Pound se convierte<br />
en la reflexión de Gola, especialmente en varios de los poemas de Re -<br />
tomas, tan cercanos y anhelantes del silencio, en un despojamiento del lastre<br />
de todo aquello que grava la revelación.<br />
No hay sin embargo poeta más consciente de la materialidad, de la<br />
condición lingüística del poema que quien reflexiona sobre los mecanismos.<br />
Y los exhibe. Gola ha sido, es, una tradición. Nos ha hecho reflexionar sobre<br />
la tradición y tomar de ella lo que nos importa; en este caso la conciencia de<br />
que cada poema establece un lenguaje. Señaló Eduardo Milán: “El trabajo<br />
de Gola está enraizado en una vertiente de la poesía latinoamericana que he -<br />
reda lo verdaderamente perdurable de las vanguardias esteticohistóricas de<br />
principios del siglo XX: la actitud reflexiva ante el lenguaje poético y el vislumbre<br />
de la creación como un acto de rebeldía frente a las formas este -<br />
reotipadas.” (“Detener el vértigo y recomenzar”, Letras Libres, enero de 2005.)<br />
Gola forma parte de una tradición. Es, por una rama, el poeta cosmopo -<br />
lita que dialoga con la gran tradición moderna, en especial con William Car -<br />
los Williams y asume las enseñanzas de Ezra Pound, y es también el poeta que<br />
sigue y modula las intuiciones, las enseñanzas de su particular don Juan: Jua -<br />
nele. Algo hay muy bello que se conserva en ese aliento: los mero deos, la espe -
LA ESPIRAL DEL SER<br />
ra, el reposo, la distracción atenta que Juan L. Ortiz cultivó. Por ello en Reto -<br />
mas, donde se escuchan los ecos del pasado, algo aparece del aura del sauce<br />
y también de las crecidas, corrientes y humedades del Gualeguay, el afluente<br />
del río Paraná ya inmortalizado por Ortiz:<br />
estar sentado<br />
bajo un sauce<br />
y sentir correr<br />
el río<br />
aunque no lo veas<br />
y sentir volar<br />
bandadas<br />
de cuervos<br />
o caranchos<br />
(“Me hubiera”, p. 33)<br />
Comprender la naturaleza de la unidad que conforman los opuestos es<br />
complejo. En la comprensión de esta aparente paradoja Gola se muestra a<br />
un tiempo heredero del pensamiento heraclíteo y a un tiempo eminentemen -<br />
te moderno. Es la consagración de la naturaleza que la poesía ejerce en el<br />
romanticismo con Wordsworth —¿cómo no ver en Wordsworth y su habitar<br />
de una tierra un modelo para la poesía de Ortiz, por ejemplo?— y es también<br />
la visión larga, digamos, del pensamiento taoísta. A la inmediatez, a la cortedad<br />
de miras y de registro, Gola ofrece una visión que advierte los ciclos, que no -<br />
ta la palingenesia de la vida y encuentra en la aparente contradicción continuidad.<br />
Si anoto y consigno esa fragancia lejana del orbe presocrático debo aco -<br />
tar que más nítido se percibe el aroma de la poesía y del pensamiento chino.<br />
Atender al dictum del poeta chino sobre escuchar los cambios de las estaciones 1<br />
1 Al estudiar el paso de las estaciones<br />
suspiramos,<br />
vemos las relaciones íntimas entre las cosas,<br />
aprendemos las innumerables<br />
formas del mundo.<br />
Lu Chi, Wen Fu. Sobre el arte de las letras, Mangos de Hacha, México, 2010, p. 12.<br />
Traducción de José Luis Bobadilla.<br />
99
JOSÉ HOMERO<br />
100<br />
revela la cíclica condición. Para Gola la figura sin embargo, más que la de<br />
un círculo, un ciclo cerrado, un eterno retorno, es la de una espiral:<br />
el camino no lleva<br />
a ninguna parte<br />
la espiral que no cesa<br />
empuja hacia un ascenso<br />
que no acaba nunca<br />
no se deshace el nudo<br />
los huesos enterrados<br />
sustentan la subida<br />
la semilla que encierra<br />
su energía<br />
enterrada en las tumbas<br />
impulsa a nuevos escalones<br />
(“Rotación”, pp. 23-24)<br />
Esa espiral que resuelve la paradoja de la sucesión de los contrarios o de<br />
los aparentes contrarios (primavera/invierno; día/noche; calor/frío) propicia<br />
asimismo, con su connotación de la reiteración, la conciencia de que la emo -<br />
ción poética, el estado de trance ocurrirá en ciertos momentos. El poeta debe<br />
envolverse en una atención distraída, debe propiciar las condiciones necesa -<br />
rias para la ocurrencia de ese inesperado pero previsible momento especial.<br />
He mencionado ya que en la segunda sección el poeta alude a esa gestación<br />
lenta, a esa emersión, ese estallido que conjuga el exterior con el interior, pero<br />
también a esa alerta distraída. Hay una concatenación de metáforas que re -<br />
funden la oposición en la idea de un salto y ese salto se convierte en la nega -<br />
ción o en la conjunción de las características contrarias:<br />
el reposo<br />
recupera<br />
mas el reposo es<br />
también<br />
un salto<br />
(“Me hubiera”, p. 33)
y el poema agazapado<br />
escondido en algún sitio<br />
en algún repliegue<br />
asoma de pronto.<br />
(...)<br />
estalla en esa conjunción<br />
afuera- adentro.<br />
(“Nada hay más”, p. 39)<br />
Al respecto, en su ensayo sobre Juan L. Ortiz, Gola señala que tenía<br />
la costumbre de ciertos pintores que se encierran en sus estudios “sin pro -<br />
pósito alguno y al rato están poniendo un color sobre la tela”. 2 Más adelante,<br />
en un ensayo sobre Juan José Saer, define con precisión este estado: “Aper -<br />
tura interior, una disponibilidad absoluta y neutra.”<br />
El poeta vive en un tiempo de espera. Escribir es sólo una experiencia<br />
secundaria; la experiencia es la impresión, la sensación de asistir a una re -<br />
velación. El ya citado Lu Chi asentaba esta condición como el preámbulo al<br />
acto poético:<br />
Con los ojos cerrados, se escucha<br />
la música interior, extraviados<br />
en el pensamiento y la reflexión. 3<br />
LA ESPIRAL DEL SER<br />
Agreguemos una circunstancia singular en la elección de la espiral como<br />
figura icónica. Se trata de comprender que si en tiempos el modelo armilar de<br />
las esferas o el círculo de los opuestos en la modernidad expresaba nuestro<br />
concepto del universo, en nuestra época tridimensional y de lógicas paradóji -<br />
cas, la imagen modélica es la espiral que gira y se convierte en su cara contra -<br />
ria: una hélice. Una mezcla de la cadena del ADN pero también de una banda<br />
de Moebio interminable. Ésa es la concepción de Gola: entender la vida como<br />
un espacio donde se suceden los contrarios, que a través del tránsito, de la tran -<br />
2 Hugo Gola, Las vueltas del río: Juan L. Ortiz y Juan José Saer, Mangos de Hacha,<br />
México, 2010, p. 25.<br />
3 L. Chi, Op. cit., p. 14.<br />
101
JOSÉ HOMERO<br />
102<br />
sición, van mudando hasta convertirse en su opuesto, todo ello en un despliegue<br />
por lo que no puede asentarse una dualidad sino un en lace. De ahí que men -<br />
cione las lógicas paradójicas porque parece que esta poe sía sólo se compren -<br />
de aceptando esa conversión de la contrariedad, de la co existencia de momentos<br />
y particularidades opuestas. No sorprende su concep ción de la existencia<br />
como espiral y tampoco que en los modelos matemáticos la hélice termine re -<br />
cordando a la mítica figura del uroboros. La imaginación matemática como<br />
ilustración mitográfica.<br />
La elección de la espiral como figura para describir la existencia o el<br />
concepto del mundo se enlaza con una más antigua conciencia que percibo<br />
en Gola. Me refiero a la idea de la gran cadena del ser, un concepto determi -<br />
nante en la conformación del pensamiento isabelino, que se advierte en cier -<br />
tos momentos de esta poesía:<br />
el camino no lleva<br />
a ninguna parte<br />
la espiral que no cesa<br />
empuja hacia un ascenso<br />
que no acaba nunca<br />
no se deshace el nudo<br />
los huesos enterrados<br />
sustentan la subida<br />
la semilla que encierra<br />
su energía<br />
enterrada en las tumbas<br />
impulsa a nuevos escalones<br />
y detrás del arrebato<br />
y la congoja<br />
hay un pez diminuto<br />
que lentamente sube<br />
a ave y el<br />
delfín que prefigura<br />
un relámpago de luz<br />
(“Rotación“, pp. 23-24)
II<br />
LA ESPIRAL DEL SER<br />
Confieso que nunca conocí a Hugo Gola; carencia que lamento. Sopeso cuán -<br />
to en mi formación debo a su distante y sin embargo presente magisterio.<br />
Gola nos reveló a quienes crecimos en los ochenta que la poesía era a un tiem -<br />
po inspiración e intuición pero sobre todo conciencia del lenguaje. El título de<br />
la serie El Poeta y su Trabajo es un lema. Señala que la poesía es un trabajo.<br />
Que el poeta debe trabajar para expresar la emoción. A la distancia advier -<br />
to que ahí, en medio de esa reflexión sobre los usos lingüísticos que continuaba<br />
el linaje de Ezra Pound y su tradición de reflexión sobre los procedimientos<br />
y prácticas escriturales de otros poetas, siguiendo, de nuevo a Lu Chi, estaba<br />
también otra idea: el poeta es su tierra.<br />
En aquellos años, ofuscado por la rutilancia de las poéticas que osten -<br />
taban sus procedimientos, no entendía por qué junto a poetas de más notoria<br />
aventura lingüística aparecía, por ejemplo, Cesare Pavese. No advertía, joven<br />
como era entonces, el vínculo que une a Wordsworth con los crepusculares<br />
poetas franceses que cantan a los barrios periféricos de París y a Cesare Pa -<br />
vese con William Carlos Williams. La poesía es revelación, es trascendencia<br />
pero también, al ser materialidad, es celebración de un espacio, de un lugar<br />
concreto. El lugar, el terruño se convierte en universal y el universo encarna<br />
en un espacio.<br />
Con ello quiero decir que el poeta, que sigue un modelo universal, que<br />
busca escapar a la mentalidad provinciana —uno de los peligros sobre los<br />
que siempre alerta Gola: al hablar de Juan L. o de Juan José Saer suele elogiar<br />
que escaparon a la mentalidad provinciana—, es también un individuo que<br />
elige un sitio o acepta ser elegido por un sitio y persigue, en su poesía, ser fiel<br />
a esa comarca. Gola ha señalado cómo el Piamonte y su conversión, su tras -<br />
mutación alquímica elaborada por Pavese, le indicaron una ruta a su genera -<br />
ción. Así lo señala al referirse a la literatura de Juan José Saer: “Alguna vez<br />
pensé que existía una indudable proximidad entre la obra de Saer y la de un<br />
escritor italiano que él admiraba, Cesare Pavese. Y esta proximidad estaba<br />
dada no sólo por la calidad de su obra, sino porque en ambas la poesía cons -<br />
tituye el origen y el fin de la escritura.” 4<br />
4 H. Gola, Op. cit., pp. 57-58.<br />
103
JOSÉ HOMERO<br />
104<br />
Para documentar esa vinculación entre literatura y lugar de origen re -<br />
mito a las confesiones en torno a Saer que Gola deja diseminadas en sus refe -<br />
rencias. Por ejemplo, que Saer le descubrió a Cesare Pavese en 1956. “Desde<br />
ese momento Pavese fue para nosotros, también para Saer, un escritor de<br />
culto. Leímos con creciente asombro toda su narrativa, sus ensayos, sus poe -<br />
mas. Nos sentíamos, en aquella distante ciudad de provincia, los depositarios<br />
de un pensamiento que nos exaltaba.” 5 Más aún: Gola describe la poética de<br />
Saer como la configuración de un espacio literario a través de la concreción<br />
de un sitio, vinculado al lugar natal, con un estilo que se cimenta en una ga -<br />
ma de hablas locales, de idiolectos: un orbe alterno, un mundo posible completo<br />
en sí a través del cual reverbera y advertimos el resplandor de nuestra<br />
realidad cotidiana. “Saer definía, desde el principio, un lenguaje, una entona -<br />
ción, utilizando los registros de la oralidad y la sintaxis de la lengua hablada<br />
que serán también la característica de toda su obra posterior. Se introducía,<br />
igualmente en ese primer libro, un escenario geográfico y humano en donde<br />
actuarán, posteriormente, todos sus personajes. Su ‘zona’ era un lugar preciso,<br />
pero allí sucedían conflictos universales. Algo semejante a lo que fue el Pia -<br />
monte para Pavese o Dublín para Joyce.” 6<br />
Si otorgamos validez a esta declaración de Gola (“Para algunos de noso -<br />
tros, Saer fue el escritor de nuestra lengua en el que pensábamos cuando un<br />
texto nuestro tomaba forma”), 7 entonces Saer es quien indica esa vinculación<br />
entre literatura y escritura en una suerte de idiolecto, un habla local más que<br />
una fidelidad a la neutralidad o a la “anquilosada preceptiva”.<br />
Hay algo de condición mítica en el respeto que Gola rinde a Juanele.<br />
A medida que aparecen los registros memoriosos y críticos de Gola al res -<br />
pecto, 8 resulta patente, tal si dudas hubieran, el respecto de Gola por Ortiz<br />
y también la ascendencia que su propia poesía guarda con respecto a la del<br />
5 H. Gola, Op. cit., p. 40.<br />
6 Op. cit., p. 43.<br />
7 Op. cit., p. 48.<br />
8 Gola escribió un prolijo ensayo que combina la disquisición crítica con la memoria perso -<br />
nal del poeta Ortiz. Este ensayo, primero una conferencia, se convirtió en un opúsculo: …Ais -<br />
ladamente nada existe, Juanele, editado por Ediciones Aquelarre en Argentina en 2008.<br />
Posteriormente este ensayo se recoge en el volumen que comento: Las vueltas del río.
LA ESPIRAL DEL SER<br />
autor de “El Gualeguay”. Sin embar -<br />
go la ascendencia, el discipulaje, no<br />
atraviesa por esa dudosa forma que<br />
es la epigonía, sino que la trasciende.<br />
Gola no toma de Ortiz el modelo lin -<br />
güístico sino el modelo vital. De ahí<br />
que en más de una ocasión en su<br />
evocación de Ortiz indique que su ac -<br />
titud, su renuncia a vivir de una mane -<br />
ra que no implicara esa suerte de vida<br />
dedicada a la espera del poema, fue -<br />
ron una lección para los jóvenes escri -<br />
tores. La impronta que Ortiz dejó en<br />
ese grupo que conforme pasan los<br />
años va cobrando, adquiriendo impor -<br />
tancia no sólo en la literatura argentina<br />
sino en la escrita en español, es la<br />
del grupo de Santa Fe, con Gola y Or -<br />
tiz como figuras emblemáticas. Esa<br />
impronta en Gola atraviesa por el con -<br />
cepto de la dedicación, del cultivo del<br />
poema no sólo escribiéndolo sino propiciando su aparición, a la que se refie -<br />
re cuando nos dice de las costumbres de Juanele: “Esa reiteración cotidia -<br />
na, esa repetición de momentos aptos para la escritura, coinciden con algo que<br />
pude observar a menudo. Juan L. vivió los últimos años de su vida en un es -<br />
tado de gracia —no lo puedo llamar de otra manera— casi permanente, de<br />
máxima concentración o de máxima distracción, como si atendiera sólo una<br />
voz interior que se manifestaba con una especie de ronroneo o murmullo<br />
constante. Un mecanismo en permanente oscilación entre la lucidez y el aban -<br />
dono, distraído pero atento, como digo, no alejándose nunca de aquel estado<br />
que fluía sin interrupción.” 9<br />
JUAN JOSÉ SAER<br />
La impronta va más allá de una lección ética, de una forma de escribir<br />
9 H. Gola, Op. cit., p. 25<br />
105
JOSÉ HOMERO<br />
106<br />
y de vivir, es también la concien -<br />
cia de que el poeta se encuentra<br />
ligado a un espacio, que la<br />
respiración de un poeta es la res -<br />
piración de un lugar. Yo llama -<br />
ría a este concepto ecológico. Hay<br />
atisbos de esa conciencia en va -<br />
rios poetas y narradores román -<br />
ticos; intuir que en ciertos valles<br />
habla el café a través de sus poe -<br />
tas, o el vino, como en cierto<br />
relato de Erckmann-Chatrian. En<br />
Juanele habla el río. Y ese río<br />
precisa de versos muy dilatados,<br />
de versículos llenos de reverbe -<br />
raciones, de reiteraciones de sus<br />
sonidos, de utilizar palabras con<br />
acentos en vocales débiles, de la<br />
predilección por ciertas coordinantes<br />
y complementos que si<br />
bien distienden y confunden la<br />
sintaxis, propician la conversión<br />
de los sonidos en un continuo, en<br />
una riada.<br />
Gola, qué sabio, advirtió que ahí existía una lección, un modelo, pero<br />
que ese modelo era único, singular, exclusivo para ese mundo casi en duerme -<br />
vela, tan simbolista, tan tardío simbolista, de Juanele. Mundo de brumas,<br />
de brisas, de murmullos, de contornos imprecisos, del crepúsculo. Gola no<br />
toma el aura del sauce para sí sino el modelo de un árbol. El mundo de<br />
Gola, a pesar de los ecos y de la vitalidad que el pasado tiene en su memoria,<br />
es el mundo del hoy. Sus árboles, su naturaleza, su asombro, está asentado<br />
en el acontecimiento. Por ello su poesía última tiene mucho que ver<br />
con el registro del diario poético de los poetas viandantes que contribuyeron<br />
al nacimiento del haikú. Poesía de las estaciones y cada vez más, bordean-
LA ESPIRAL DEL SER<br />
do el silencio, del momento mínimo. Gola busca aprehender el momento, la<br />
génesis de la sensación poética: caída de una hoja, nubes que se alejan, luz<br />
en los árboles. Cito a Jorge Monteleone: “Esa tensión siempre la vuelve creí -<br />
ble, de tal modo que al nombrar lo real como una epifanía dada en una hora<br />
cotidiana, el poema sostiene un aura soterrada: ‘Se oye un murmullo / a la dis -<br />
tancia / el viento pasa // vuela una hoja / el sol se apaga / el agua cae // cierro<br />
los ojos / desde el silencio / oigo una rama’.” 10<br />
Curiosamente esta poesía de la atención secreta, al movimiento casi im -<br />
perceptible, está también más cerca de Williams. Cómo no celebrar este poe -<br />
ma que es la mejor traducción/interpretación de aquel célebre de las cerezas<br />
de Williams.<br />
a fuego lento<br />
cociné<br />
salmón rosado<br />
no sólo para mí<br />
su sabor<br />
resultó delicioso<br />
tal vez<br />
por eso<br />
precisamente<br />
precisamente<br />
(“A fuego lento”, p. 107)<br />
Gola ha perseguido la idea de una suerte de idiolecto santafesino. Varias<br />
de sus observaciones en torno a la lengua de Ortiz apuntan a esta impresión.<br />
Conforme a Gola, a Ortiz no le interesaba la prosodia del castellano; de he -<br />
cho no le agradaba la sonoridad de nuestra lengua. Buscaba, influido acaso<br />
por sus lecturas en francés y sus modelos chinos, una música cimentada en<br />
la variedad tímbrica. Y aquí puede influir también esa búsqueda de un metro<br />
distinto, un metro que recuperara la música no acentual sino cimentada en<br />
10 Jorge Monteleone, “El oficio de poeta”, en La Nación, suplemento Cultura, Buenos<br />
Aires, Argentina, 6 de marzo de 2005. En línea.<br />
107
JOSÉ HOMERO<br />
108<br />
la combinación de la duración silábica, que igualmente intentaron ciertos mo -<br />
dernos como Ezra Pound o Allen Ginsberg. Escribe Gola sobre Ortiz:<br />
Lo sentía atiborrado de estridencias y de sonoridades puramente exteriores y con -<br />
vencionales. Su preocupación por la lengua era casi la opuesta: reducir la altiso -<br />
nancia, los acentos innecesarios, la música trivial. Hacer que el lenguaje sirviera<br />
para el registro de los matices, de los murmullos, de los silencios. (p.27)<br />
Una musicalidad muy distante de la que proviene de la prosodia tradicional, or -<br />
ganizando su tonalidad mediante variaciones tímbricas y acentuales que atendían<br />
más a la respiración del poeta que escribe en el momento que escribe. (p.28)<br />
Quien ha leído a Ortiz, especialmente en ese magistral poema “El Gua -<br />
leguay”, sabe que esa intencionalidad, esa volición por ocluir la natural inclina -<br />
ción a los elementos percusivos de la métrica, se cumple hasta propiciar una<br />
concatenación discursiva que propicia un estado de ensoñación semejante a la<br />
de quien se adormece frente al río.<br />
Gola, a la manera de Ortiz, ha buscado recuperar ese idiolecto. Si el<br />
poeta es como su tierra, el lenguaje del poeta habrá de reproducir los giros<br />
y los ritmos de esa tierra. No importa que ese dialecto se haya escuchado muy<br />
tempranamente en la vida. Poeta de la memoria, poeta del vacío, de la oclu -<br />
sión que ocupa la memoria —para Gola la memoria es más un vacío que una<br />
especie de catálogo o de archivo al que recurrir, su función es tornar al<br />
poeta consciente del vacío—, Gola vuelve en los poemas de su edad última a<br />
los momentos y acontecimientos de su edad primera. Y en esa recuperación<br />
de ciertas imágenes se halla también el eco de los nudos de un fresno. Es la<br />
atmósfera del fresno. El aura de una tierra.
Testimonio real<br />
JOSÉ ALBERTO GUERRERO<br />
Todo empezó a derrumbarse en mi cabeza un soleado domingo de verano.<br />
Everything started collapsing in my head one sunny Sunday in the summer.<br />
Desperté sudando del cuello y de la nuca. Woke up sweating in the neck and<br />
the nape.<br />
Shit. Mierda. Chingá. Fuck.<br />
Ni siquiera me había percatado de lo que estoy haciendo. Trataré de<br />
narrar mi extravagante caso en mi lengua materna. Si acaso llego a recurrir al<br />
inglés, pido al lector paciencia y mil disculpas, ya que es síntoma de mi grave<br />
enfermedad. So, I’m sorry. Mas tiene la ventaja de ser una clara evidencia<br />
de la veracidad de mi historia.<br />
Amanecí, como decía, empapado en sudor. Menos mal que Rebeca no<br />
se había quedado a dormir la noche anterior, she really hates la humedad<br />
de mi cuerpo. Es decir: detesta que transpire tanto. Estaba crudo y con lige -<br />
ra jaqueca. It was a hard night la noche anterior y no me sentía muy descan -<br />
sado que digamos. Saqué la última cerveza del refrigerador y puse a calentar<br />
el desayuno: un plato de pancita sebosa del día anterior. Yumi-yumi. (¿Ese<br />
qué idioma fue?) Prendí la tele para ver si todavía estaban las luchas de la<br />
Triple AAA pero ya habían terminado. After all, no era tan temprano como<br />
había pensado en un principio. Miré el reloj de la pared y marcaba ¡las tres<br />
de la tarde! Un nuevo récord, pues nunca había pasado de las doce del me -<br />
diodía.<br />
Me serví el plato tibio. Haciendo la grasa hacia un lado con la cuchara,<br />
terminé la mitad. Luego, la cerveza me cayó de maravilla bebida en dos tra-<br />
109
JOSÉ ALBERTO GUERRERO<br />
110<br />
gos. Por cable pasaban una película<br />
en francés, pero a mí esa lengua siem -<br />
pre me ha dado fuertes mareos, así<br />
que apagué la tele. Decidí salir por<br />
más cervezas o tal vez una botella. Al<br />
fin y al cabo, el lunes era feriado.<br />
La calle estaba vacía y no era<br />
para menos, pues el calor era abra -<br />
sador. Había que estar loco para es -<br />
tar afuera. Loco o sediento. Además,<br />
mucha gente pasó fuera el fin de se -<br />
mana y la ciudad se quedó desierta.<br />
A mí, Rebeca me invitó a Cuernava -<br />
ca con sus papás, pero no quise ir<br />
porque los viejos me odian y el sentimiento<br />
es mutuo.<br />
La mayoría de los negocios se<br />
hallaban cerrados y ya que tengo cier -<br />
tos problemas con los dependientes<br />
de las tiendas cercanas que sí trabajaron,<br />
tuve que ir a la licorería, que<br />
estaba un poco más lejos, y a riesgo<br />
de que también se hallara cerrada. Al llegar y ver la enorme botella inflable de<br />
tequila a la entrada solté un suspiro de alivio. La toqué discretamente para ase -<br />
gurarme de que no se trataba de un espejismo y entré. Había encontrado<br />
un oasis.<br />
Me palpé las nalgas, saqué la cartera y le pedí su opinión: cerveza. Mu -<br />
cha cerveza. Mucha cerveza fría, acordamos. Me acerqué al mostrador.<br />
Hi, afternoon. It’s so hot out there, you know? Dije inconscientemente,<br />
sin darme cuenta todavía de lo que hacía. El dueño estaba sentado en una si -<br />
lla reclinable con la cabeza hacia atrás, inflaba el estómago como un globo ca -<br />
da vez que respiraba, tenía la camiseta sudada y sucia y se espantaba las moscas<br />
con su gorra de los Pumas. Al escuchar mis pasos se talló los ojos y se levan -<br />
tó diciendo algo en una lengua que fui incapaz de entender en ese momento:
TESTIMONIO REAL<br />
Buenas. ¿Qué va a llevar hoy?<br />
Sorry? Contesté, y nos quedamos mirando confundidos el uno al otro,<br />
sonreí nervioso y dije Gonna take two six-pack of Modelos, extra cold, please.<br />
¿Va a pedir algo o…? Dijo señalando la salida.<br />
Tal vez está drogado, pensé, y decidí irme más lento y ser más gráfico.<br />
Saqué un billete de a doscientos y repetí Give me twelve beers, if they aren’t<br />
cold it’s OK. I’ll put them in the freezer. Y apunté hacia mi objetivo.<br />
Oh, latas, ¿cuántas quiere y qué juego trae ora? ¿Quiere practicar su in -<br />
glés conmigo? No, yo siempre fui cabeza dura para el estudio. Pero mi herma -<br />
no el menor, ese sí salió listo… para el atraco, digo, porque se volvió banquero.<br />
Al ver mi cara de estupefacción, se calló unos segundos.<br />
Está bueno, le voy a seguir la jugarreta, ¿cuántas querer llevar, mister?,<br />
¿guan, tu, tri?<br />
¿Séniorr? ¿Ono, dous, tries? Pobre hombre, estaba tan excedido, que<br />
apenas si le entendí eso último. Me preguntaba la cantidad, supuse. Le mos -<br />
tré mi palma abierta contando los dedos, Five, ten, twelve… y ya no hubo con -<br />
tratiempos, tomó mi billete, se cobró, me entregó la mercancía con el cambio<br />
y salí corriendo.<br />
Me gusta el trago, no lo voy a negar, pero soy responsable de mis actos y de<br />
mis fechorías, cumplo en el trabajo, cumplo con el casero, cumplo con Rebe -<br />
ca, así que no me parece tanto una adicción sino un gusto muy arraigado.<br />
Mis colegas lo saben y muchos hasta lo comparten, específicamente Estela<br />
y Marco Antonio, él es hijo de uno de los jefes; ella, simplemente llegó por<br />
su cuenta. Se conocieron en la farmacéutica hace tres años, un mes después<br />
ya vivían juntos. Yo entré a la compañía un poco después, pero de inmediato<br />
hice clic con ellos. Era común llamarnos los fines de semana para salir a<br />
algún lado, aunque yo aceptaba sólo cuando convencía a Rebeca de ir conmigo,<br />
pues nos estábamos dando otra oportunidad mi ex-mujer y yo, por el<br />
bien de nuestro hijo.<br />
Aquel fin de semana, ya que Rebeca y el niño se habían ido a una fiesta<br />
familiar a Cuernavaca, me sentía libre, tanto como había olvidado que se<br />
podía ser. Así que cuando Marco Antonio me llamó el sábado para invitar -<br />
me a no sé qué evento, I said immediately “Yes, of course, I’m in”. ¿Cómo<br />
111
JOSÉ ALBERTO GUERRERO<br />
112<br />
iba a pensar que luego de esa borrachera se me borraría el casete? Sin<br />
sospechar mi inminente desgracia, me metí a bañar, me afeité y me arreglé.<br />
Iba en plan de coqueteo pero sólo eso. Dados los avances en mi relación con<br />
Rebe, no quería arriesgarme.<br />
Se trataba del cumpleaños de un primo de Estela. El festejo fue en un<br />
bar en La Condesa, no recuerdo el nombre. Alcohol, droga, rock. Todo circu -<br />
laba a manos llenas. Yo pasé la mitad de la noche bailando gracias a una pasta<br />
de excelente calidad.<br />
Destapé la primera Modelo y le marqué a Rebeca para saber si ya venía de re -<br />
greso, me contestó cortante y en un idioma que yo ya no entendía:<br />
Dime, Mario.<br />
Hi. Are you and the boy enjoying yourselves?<br />
¿Perdón?, hubo un silencio largo hasta que me encargué de romperlo<br />
con mi nueva lengua.<br />
Are you coming already? I’m waiting for you. Miss you.<br />
Claro que no me entendió. Rebeca y yo nos conocimos en un curso de<br />
inglés que abandonamos juntos antes de aprender a decir Good morning. Su<br />
teoría era que amábamos tanto el castellano que cualquier otro idioma nos pa -<br />
recía simplemente hostil.<br />
Ella dijo en un tono que me pareció más hostil que cualquier lengua del<br />
planeta:<br />
No es un buen momento para jueguitos, tu hijo tuvo un accidente. Estu -<br />
ve tratando de localizarte toda la mañana pero supongo que estarías bastante…<br />
indispuesto. Como sea, me las tuve que arreglar sin ti, para variar.<br />
What’s the matter with you? Is that a kind of code? Don’t understand you.<br />
Sí, no te preocupes, el niño ya está bien, sólo se rompió un brazo. Tú pue -<br />
des seguir con tus pendejadas pero olvídate de nosotros.<br />
Y colgó.<br />
Y volví a marcar, esta vez fuera de mis casillas, pues no soporto que na -<br />
die me deje hablando solo.<br />
Fucking bitch, I wanna talk to my son. Right now.<br />
Esa primera frase debió de entenderla a la perfección porque me res -<br />
pondió Fuck you, bastard, y, en seguida, colgó y apagó el teléfono.
TESTIMONIO REAL<br />
What’s wrong with me. Algo pasaba conmigo. Podía sentirlo.<br />
Prendí la tele y fue cuando me di cuenta de que había olvidado por com -<br />
pleto mi lengua materna. Ya ni siquiera pensaba en español.<br />
El reloj de la sala hacía palpitar mi cerebro. Mi corazón rugía y balbu -<br />
ceaba algo que yo era incapaz de asimilar. Desesperado, fui corriendo al ba -<br />
ño a mirarme en el espejo. No. No me había vuelto rubio ni ojiverde, y, mejor<br />
todavía: no me había transformado en una repugnante cucaracha. Al menos<br />
no peor de la que ya era.<br />
Eso fue hace seis meses. Perdí mi trabajo, a Rebeca y a mi hijo. De inme -<br />
diato compré por Internet decenas de cursitos en video para volver a aprender<br />
español (mexicano), pero era inútil, ninguno funcionaba. Mientras más me<br />
esmeraba en aprender, más parecían esmerarse los “Doctores de la lengua”<br />
en confundirme. Incluso podría haber jurado que yo nunca antes había pronunciado<br />
palabra alguna en esa lengua tan arcaica que raspaba la garganta.<br />
Estaba desesperado y destruido. Y había perdido las ganas de vivir.<br />
Fue entonces cuando descubrí ¡Espaniol, senior! En tan solo dos meses<br />
he tenido un avance asombroso. Como usted podrá notar, mi historia está na -<br />
rrada casi por completo en español. Además, al reverso de cada página se<br />
encuentra su versión en inglés, para que usted coteje con su diccionario bi -<br />
lingüe a la mano. Porque, aunque arcaica y rasposa, ésta es una lengua must<br />
have en estos días.<br />
Los doctores aun no han podido catalogar ni tratar mi caso, pero yo<br />
encontré por mi cuenta el mejor tratamiento: ¡Espaniol, senior! Lo reco -<br />
miendo ampliamente.<br />
113
114<br />
Carpe diem del caballo<br />
de espadas<br />
ERNESTO LUMBRERAS<br />
Apostaría el elíxir de este presente (de verbos prontos<br />
a desmentirme) si el ánfora que contiene todos<br />
los ríos del mundo no tuviera una grieta (boca floja,<br />
pendenciera y sediciosa) que divulga a los cuatro<br />
vientos mis amores proscritos con la monja portuguesa.<br />
*<br />
Por supuesto, me regocijo de tanta vileza queriendo<br />
asaltar (con lanzas de bambú y catapultas de carroña)<br />
las fronteras de este minuto cobarde donde me solazo<br />
a mis anchas con las meretrices del fin del mundo.<br />
Aunque el Arzobispo de Constantinopla excomulgue<br />
esta sed mía de morir y renacer en el deseo de un ojo<br />
de tigre, rechazo de por vida mis faenas sonámbulas<br />
de limpiar las migas de pan de la mesa de un dios<br />
borracho.
*<br />
Y si sobrevivo con un perdigón detrás de los ojos<br />
y no me compadezco de amar la penumbra y los<br />
desfiladeros, imaginando mi lengua sobre un ombligo<br />
lleno de sol. Y si soy hombre muerto (hablo de una<br />
muerte pobre, incrédula y virgen) después de<br />
enamorarme de mi tiro de gracia en el instante ideal<br />
(arengando a una multitud en un campo nudista,<br />
por ejemplo), cuando ya una mano enguantada ha<br />
echado al aire la moneda de un imperio aniquilado<br />
(me aseguran que por tormentas de nieve provenientes<br />
del Sur) y dispuesto el sí o el no de mi manifiesto<br />
carnal.<br />
115
116<br />
Nadie, nadie escapaba<br />
FRANCISCO GARCÍA GONZÁLEZ<br />
Bien informado andaba el ángel, Luis Troncoso era el jefe de la planta eléctrica<br />
del penal. Lorenzo Peña trabajaba en uno de los talleres de mecánica<br />
que se encontraba junto a esta instalación y conocía de vista a Troncoso. El<br />
plan era el siguiente: en su primera fase el gordo Peña trataría de acercárse -<br />
le y lo pondría al tanto de la existencia de Zaldívar. Si la pista del ángel era<br />
buena, el jefe de la planta querría conocerlo y propiciaría una entrevista en<br />
la que cada uno mostraría sus cartas. La segunda estaba en dependencia del<br />
encuentro y seguro quedaba de pare de la iniciativa de Troncoso. La prohibición<br />
casi absoluta que tenían los presos para relacionarse con el personal<br />
civil, además de las restricciones de movimiento hacían sumamente difícil la<br />
ejecución de todo el plan. Pero la moraleja de relacionarse con los ángeles<br />
era la siguiente: si un ángel repara en ti es porque estás bien recomendado.<br />
La oportunidad de que Lorenzo Peña hablara con Troncoso vino de la mano<br />
del mismo jefe de la planta. Troncoso necesitaba de un mecánico para dar<br />
mantenimiento a uno de los motores de generación de corriente y el suyo<br />
estaba enfermo. El responsable del taller transfirió al Gordo por dos días y,<br />
sin esperarlo siquiera, Troncoso y Lorenzo Peña se encontraron uno frente<br />
al otro. Los guardias seguían, aburridos, el diálogo entre los dos hombres. El<br />
jefe de la planta hablaba de ejes, pasadores, cigüeñales, pistones y películas<br />
de grasa, pero sus ojos brillaban ajenos a su charla como la imagen misma de<br />
la confianza absoluta. En una de las preguntas que el Gordo le hace, el reclu -<br />
so introduce una referencia a Dios. La mirada de Troncoso fulgura… los guar -
NADIE, NADIE, ESCAPABA<br />
dias no se dan cuenta. Continúa la ex -<br />
plicación y la religión se desliza entre<br />
piezas de repuesto y demás accesorios.<br />
El Gordo cita a hurtadillas un pequeño<br />
fragmento de los evangelios (Lucas ii,<br />
3, 15) y el jefe no puede reprimirse y<br />
le pregunta al Gordo a qué iglesia pertenece.<br />
—Pertenezco a la Iglesia del Hom -<br />
bre en Cristo —dijo el Gordo con voz<br />
de conspirador y esgrimiendo un filtro de<br />
combustible.<br />
—Entonces, usted conoce al pastor<br />
Zaldívar —preguntó el de la planta<br />
sin apenas reprimirse la emoción y ob -<br />
servando de cerca el filtro.<br />
Le dio varias vueltas al artilugio<br />
que se notaba atascado de muerte y<br />
luego dijo con cara de entendido:<br />
—Sabíamos que a Nueva Gerona<br />
no iba a venir por eso estuve detrás de<br />
Zaldívar una semana por todo el país<br />
y, cada vez que llegaba a un pueblo,<br />
el pastor ya había pasado. Me llevaba<br />
un día de ventaja…<br />
Troncoso soltó el filtro y echó ma -<br />
no a una minúscula e inservible bujía.<br />
—Oí decir que levantaba inválidos<br />
y devolvía los ojos…<br />
—Así mismo —afirmó el Gordo to mando la bujía entre sus manos. Una<br />
mierda de bujía.<br />
—Después me enteré de que la Seguridad del Estado le había echado<br />
el guante y regresé a isla de Pinos —susurró Troncoso desenroscando la ta -<br />
pa del tanque del combustible. Por suerte el motor Ford todavía funcionaba.<br />
117
FRANCISCO GARCÍA GONZÁLEZ<br />
118<br />
—Estos motores rusos son una mierda —se quejó el Gordo.<br />
—Sí, señor. Motores los que entraban antes. Ahí sí había motor para<br />
rato —secundó Troncoso.<br />
—¿Qué sucede con los motores soviéticos, compañeros? —terció el guar -<br />
dia que más cerca estaba.<br />
—Qué clase de rendimiento —se defendió el Gordo—. Y casi no consu -<br />
men combustible.<br />
—Ah, bueno, yo pensaba —dijo el guardia y fue a pararse al lado del<br />
otro, sin dejar de vigilar al mecánico y al jefe de la planta.<br />
Troncoso terminó de explicarle al Gordo en qué consistían las fallas.<br />
—Usted no lo sabe… pero… —dijo el Gordo y dejó la frase en suspenso.<br />
Troncoso anotó algo en una tarjeta y después encaró al mecánico. No<br />
hacía falta que preguntara nada, se moría por saber qué iba a decir el Gordo.<br />
—Zaldívar está preso aquí —dijo y le echó una ojeada de cerca a una<br />
bomba de combustible. ¿Cómo aquella basura de motor podía trabajar? Era<br />
como si cada pieza estuviera construida para ejecutar lo contrario de su función<br />
original.<br />
Los ojos de Troncoso fueron una llamada de alegría. No hacía falta que<br />
hablaran pero el jefe de la planta y su mecánico ocasional ardían en deseos<br />
de echarse al suelo y pasarse la mañana en oración.<br />
Luis Troncoso pertenecía desde antes de la Revolución a la Iglesia Pen -<br />
tecostal de Occidente. Luego de las tribulaciones del Gobierno con los religiosos,<br />
no visitaba los cultos ni las casas de oración. Sus trances místicos, en<br />
los que solía hablar durante horas y horas en lengua (es decir, que de venir<br />
un ángel hubieran podido conversar largo y tendido de esto y aquello, en caso<br />
de que el aparecido tuviera dificultades con el castellano, porque de todo<br />
hay en la viña del Señor), aún eran recordados entre los fieles. En cuanto<br />
a su oficio de electricista, lo desempeñaba desde poco después que Batista<br />
inaugurara la planta eléctrica del reclusorio. Cuando el cambio de gobierno,<br />
las autoridades revolucionarias no encontraron en él nada condenable y<br />
fue llamado de nuevo, esta vez para hacerse cargo de la planta. A Troncoso<br />
le gustaba su trabajo y aceptó, además confiaba en que aquel desbarajuste<br />
durara poco, tanto como los americanos lo permitieran. Ahora ni se acaba-
NADIE, NADIE, ESCAPABA<br />
ba el desbarajuste ni llegaban los americanos. Y no es que Troncoso fuera<br />
un contrarrevolucionario de armas tomar ni mucho menos, era sencillamente<br />
una cuestión de calidad de motores que generaban la energía eléctrica. Por<br />
lo demás, alguien tenía que estar en las cárceles, y a Dios lo que es suyo.<br />
Después de intercambiar varios mensajes, fue fijado el día de la en trevista.<br />
Dado que reclusos y trabajadores civiles no podían intercambiar experiencias<br />
así como así, debía aprovecharse el único momento en que ambos<br />
bandos se mezclaban: las actividades culturales y los encuentros deportivos.<br />
Actividad cultural no había ninguna por esa fecha, pero dentro de una se -<br />
mana se celebraría, entre presos y trabajadores, un partido de beisbol en<br />
saludo al séptimo aniversario del Plan de Reeducación. Las inscripciones<br />
estaban abiertas para integrar los dos equipos rivales. Troncoso y Zaldívar<br />
se anotaron en ambas listas. En cuanto a los pormenores de la entrevista, el<br />
terreno diría la última palabra.<br />
Por fin llegó el ansiado día.<br />
De un lado del campo, por la parte de tercera, se encontraban los guar -<br />
dias y los trabajadores civiles que hacían de hinchas del equipo Leones del<br />
Mantenimiento. Y por la línea de primera, la hinchada reclusa que aupaba<br />
a los Cachorros del Plan. Nada de contactos que no fueran los de los deportistas<br />
durante el juego.<br />
El pequeño estadio resplandecía adornadote de banderas y de carteles<br />
que daban vivas al Plan de Reeducación. En medio de las dos fanaticadas, en<br />
una especie de tierra de nadie, se encontraba alineada la retreta que, bajo la<br />
batuta del maestro Walditrudis, hacía su estreno mundial. ¿Programa? “El him -<br />
no patrio”; “Presentación”; “El manicero”; Mambos, del tres al cinco; “La<br />
marcha del 26 de Julio”, compuesta decían en el mismo Presidio Modelo y<br />
“Llévame al matadero”, un montuno dodecafónico de la inspiración del propio<br />
Walditrudis.<br />
La retreta tocó su tema de presentación. Un poco desafinada la percusión<br />
pero, para ser presos y aficionados, no estaba tan mal.<br />
Y en medio del tema entraron los dos equipos y formaron uno frente<br />
a otro. De gris los Cachorros y de rojo y verde oliva los Leones. Zaldívar y<br />
119
FRANCISCO GARCÍA GONZÁLEZ<br />
120<br />
Troncoso se buscaron<br />
con los ojos. El pastor<br />
dio la espalda y dejó ver<br />
su número siete. Tron -<br />
coso lo imitó y Zaldívar<br />
vio el dos en la parte<br />
trasera de la camiseta.<br />
Los árbitros discutieron<br />
las re glas con los entre -<br />
nado res de cada equipo<br />
y los atletas fueron a<br />
sus respectivos dog outs.<br />
So bre el terreno quedaron los regulares de los Leo nes, novena home club.<br />
Troncoso jamás ha bía jugado beisbol, pe ro eso no evitó que lo colocaran<br />
en primera base. Al pajarado junto a la almohadilla, Zaldívar su po que<br />
la entrevista tenía que ser allí mismo. El problema estaba en llegar a prime -<br />
ra, daba lo mismo que con un hit que con una base por bola que con un pe -<br />
lotazo. Hacía más de doce años que el pastor no jugaba pelota. Zaldívar y<br />
Troncoso eran una vergüenza para el deporte nacional.<br />
A Zaldívar lo habían honrado con patrullar el jardín derecho y un honroso<br />
séptimo turno al bat.<br />
El lanzador de Leones terminó el calentamiento y se escucharon las no -<br />
tas del Himno Nacional. La percusión se había compuesto; ahora eran las trom -<br />
petas y el ritmo los que hacían aguas. Los peloteros tenían las gorras a la<br />
altura del pecho, pero era la peor versión que habían escuchado del Himno.<br />
Por increíble que pareciera, Zaldívar logró embasarse en la segunda en tra -<br />
da. Soltó un metrallazo por el short stop y al inicialista, como era de esperar,<br />
se le cayó la pelota. Quieto, decretó el árbitro. Zaldívar quedó varado en pri -<br />
mera. Troncoso temblaba de emoción. Los cinco minutos que estuvo el pastor<br />
en aquella posición bastaron para que el jefe de la planta se convirtiera en el<br />
más fiel seguidor que jamás hubiera tenido. El juego iba dos por cero a favor<br />
de los Cachorros. Zaldívar no pasó de la inicial.<br />
Troncoso fue retirado en dos ocasiones por la vía de los strikes. Zaldí -
NADIE, NADIE, ESCAPABA<br />
var, en su segunda vez al bat, volvió a llegar donde Troncoso por intermedio<br />
de un pelotazo en medio de la espalda. Troncoso tenía un pie en la almoha -<br />
dilla y lloraba disimuladamente. Eso debía doler. Y de nuevo fue el verbo.<br />
A Zaldívar le dio tiempo de cantar un himno y a Troncoso aprendérselo. El<br />
pastor tampoco pisó el home.<br />
Entre inning e inning, la retreta tocaba algo de su repertorio. La entusiasta<br />
hinchada de los Cachorros festejaba la victoria gritando desde las<br />
improvisadas gradas.<br />
Troncoso fue ponchado de nuevo y los parciales pidieron a gritos que<br />
los sustituyesen.<br />
Zaldívar se las arregló para ganar la primera base cuando el juego ya<br />
estaba de un solo lado. Del lado de los Cachorros. No obstante ser totalmen -<br />
te innecesario, el pastor se deslizó sobre la base. Los cuerpos se enredaron<br />
en el polvo y el árbitro aplicó la máxima de que, pisando y pisando, ventaja<br />
para el corredor. Zaldívar no esperó más y emplazó a Troncoso. Sólo él po -<br />
día ayudarlo a salir del penal. Para su sorpresa, el jefe de la planta le dijo que<br />
ya había pensado en eso.<br />
Esta parte del plan era tan sencilla o más que la primera. En el taller<br />
de Lorenzo Peña estaría la máquina del médico del reclusorio, un Chevy 52<br />
que cada veinte días el galeno entregaba religiosamente para que le revisaran<br />
el motor y los frenos. Si podía llegar hasta allí antes de mediodía, no<br />
habría problemas para que él y el Gordo salieran en ella por la puerta principal<br />
con ayuda de la propia posta. Era un ritual mecánico que ejecutaban<br />
a diario… Una larga conexión del octavo bat hizo que Zaldívar llegara a tercera.<br />
El plan quedó trunco y el tercer out lo cedió el propio Zaldívar tratando<br />
de regresar a primera.<br />
Finalmente Troncoso logró conectar de hit, mejor dicho Zaldívar hizo<br />
lo imposible porque la pelota picara delante de sus narices y lo consiguió<br />
impecablemente. La jugada valió otras dos anotaciones. El partido se puso<br />
nueve carreras por una. La hinchada festejó el hit de Troncoso.<br />
Fue en el último inning que Troncoso terminó de exponer su plan. Zal -<br />
dívar, víctima de otro bolazo, éste lanzado a ochenta millas, arribó a la al -<br />
mohadilla. Una vez fuera, llegarían hasta un punto de la carretera de Santa<br />
Fe. Allí abandonarían el Chevy 52 del doctor cuando vieran una camioneta<br />
121
FRANCISCO GARCÍA GONZÁLEZ<br />
122<br />
Ford cargada de estiércol y, sepultados entre la carga, llegarían a El Júcaro.<br />
El chofer se encargaría de presentarlos a la señora Eva Preston. Ella se ocuparía<br />
del resto. ¿Y los guardias? Si daba tiempo, en una hora estarían es -<br />
condidos en El Júcaro. La máquina del médico y la camioneta: ahí sí había<br />
motores. Al otro día él le mandaría un mapa con el recorrido hasta donde es -<br />
taría la camioneta en un punto de la carretera de Santa Fe. Sería un mapa tan<br />
sencillo como el de La isla del tesoro, bromeó Troncoso.<br />
Esta vez Zaldívar no avanzó de primera y el juego terminó diez anotaciones<br />
por una, con victoria para Cachorros del Plan sobre el Leones del<br />
Mantenimiento.<br />
Había sido un lindo espectáculo y la fecha de un nuevo compromiso<br />
quedó fijada para dentro de quince días.<br />
La retreta despidió el cotejo con “La marcha del 26 de Julio”, que, con -<br />
taban, fue escrita y compuesta en el mismo Presidio Modelo.<br />
Desde las circulares los presos “plantados”, como se les llamaba a los<br />
que no se acogían al Plan de Reeducación, no dejaban de abuchear y gritar<br />
consignas contrarrevolucionarias.<br />
La parte difícil del plan se solucionó de forma muy sencilla. Zaldívar y Wal -<br />
dy debían llegar a los talleres a la misma hora. El pastor lo haría llevando<br />
una pieza de una de las máquinas y el músico una de las tubas que no afina -<br />
ba bien por lo abollada que había quedado después de un accidente.<br />
Zaldívar se paró en la puerta de la tintorería y miró por última vez a<br />
Eloy. El otrora héroe fumaba un cigarrillo sentado en el lavadero. Al pastor<br />
le pareció que le tenía un cariño especial… ojalá y volvieran a encontrarse<br />
en mejor situación.<br />
Mientras esperaban a uno de los mecánicos, vieron al Gordo pasando un pa -<br />
ño por la parte delantera de la máquina del doctor. Los guardias estaban re -<br />
tirados dentro del taller. Y así como si nada, el Gordo se montó en el Chevy<br />
y los otros lo imitaron. Nadie parecía darse cuenta. El Gordo encendió el<br />
motor y el ruido y hubo la misma reacción. El Gordo, con toda la sangre<br />
fría que le insuflaba la presencia de Zaldívar, apretó el acelerador y se aleja -<br />
ron de los talleres. Desde su oficina Troncoso seguía al Chevy que de sa -
parecía por detrás de las<br />
circulares.<br />
Zaldívar oraba sentado<br />
en el asiento trasero<br />
y Waldy, a su lado, temblo -<br />
roso, aún llevaba la tuba.<br />
NADIE, NADIE, ESCAPABA<br />
Pasaron por debajo de una<br />
de las garitas y el custodio<br />
saludó a distan cia. El<br />
doctor lo había curado ha -<br />
cía poco de una gonorrea de garabatillo. El Gordo, con toda la san gre fría<br />
del mundo, sacó la mano y respondió el sa ludo.<br />
El Chevy se aproximaba a la puerta principal. El Gordo, asido al timón,<br />
sudaba copiosamente: sal-dre-mos-sal-dre-mos-sal-dre-mos-sal… Si no sincroniza -<br />
ba el movimiento, tendría que parar junto a lo guardias. Los labios de<br />
Zaldívar: firmes y adelante, hues tes de la fe, sin temor alguno, que Jesús nos<br />
ve… La preocupación de Waldy: lo más ridículo que he hecho en mi vida<br />
es tratar de escapar de una cárcel llevándome una tuba abollada…<br />
La posta encima de ellos… Y sería cierto eso de que Jesús los veía, tal<br />
vez, pero lo que eran los guardias, nada. Un cabo que se encontraba leyendo<br />
un periódico manipuló los botones de la puerta para dejar salir a quien,<br />
según sus ojos y costumbre, era el médico del penal. Y el Chevy 52, sin<br />
detener la marcha, salió limpiamente, veloz y seguro, bajo las manos del<br />
Gordo rumbo a carretera de Santa Fe.<br />
Lorenzo Peña retuvo en sus pupilas la imagen del cabo armado de una<br />
relumbrante kalashnikov.<br />
Zaldívar y Waldy se incorporaron en el asiento trasero. El pastor sacó<br />
el mapa. Tenía razón Troncoso, el mapa era tan sencillo y exacto como el<br />
que poseía Jonh Silver, el pirata de la pata de palo. Entre los dos, ridícula<br />
y abollada, estaba la tuba de la retreta.<br />
Así de fácil, menos complicado que en el cine, buenos dramaturgos los án -<br />
geles cuando decidían inmiscuirse en los asuntos de abajo.<br />
123
FRANCISCO GARCÍA GONZÁLEZ<br />
124<br />
Tres minutos después de que los prófugos montaran en la camioneta Ford<br />
y se sepultaran en el estiércol, llegaba el médico al taller en busca de su<br />
auto, modelo Chevy del 52, motor en V, ocho pistones, etcétera.<br />
Las sirenas retumbaron: ¡FUUUGA!<br />
Se había producido una fuga y las autoridades estaban seguras de que<br />
sería como tantas veces, cuando algún recalcitrante lograba evadirse. Hom -<br />
bres y mujeres informarían de su paso y el cerco se iría cerrando lentamen -<br />
te. Al final, el o los evadidos tendrían frente a sí el mar inaccesible, las olas<br />
rompiendo a sus pies sobre las negras arenas y los milicianos detrás… Nun -<br />
ca escapaban.<br />
La camioneta entró en el pequeño poblado marino de El Júcaro y se estacio -<br />
nó frente a un bungalow. Era una de esas casas de madera frescas y espacio -<br />
sas típicas de algún lugar de los Estados Unidos que sus ciudadanos habían<br />
construido cuando se asentaron en los campos de Isla de Pinos. El chofer<br />
se bajó y subió los escalones de madera y tocó el timbre. Zaldívar observaba<br />
debajo del estiércol. El hombre estrujaba su gorra de beisbol y se alisaba<br />
el cabello; por sus gestos se adivinaba que esperaba a alguien de respeto. Se<br />
escucharon unos ladridos dentro de la casa y la puerta se abrió.<br />
Una hermosa pelirroja conversaba con el chofer y hacían señas a la<br />
camioneta. Luego la mujer se dirigió hacia un portón que había junto al bun -<br />
galow y el chofer de nuevo subió a la camioneta.<br />
A esa hora las autoridades del penal recorrían sus alrededores seguidos<br />
de una veintena de milicianos y una inquieta jauría.<br />
La camioneta traspasó el portón y los tres hombres bajaron cubiertos<br />
de estiércol y Waldy, apenado, se deshizo de una buena cantidad de deshe -<br />
chos acumulada dentro de su instrumento. Y así, con esa facha, fueron presentados<br />
a la señora Eva Preston, pelirroja, hermosa entre las bellas.<br />
La Preston rió, seguro que de la mierda, y dijo que los ayudaba porque<br />
era cristiana y odiaba la libreta de abastecimiento y porque su amigo Luis<br />
Troncoso no hacía otra cosa que hablarle del señor pastor cada vez que la<br />
visitaba. Estaba encantada de recibir en su casa al pastor Eliaquim Zaldí -<br />
var. Por su parte, Zaldívar elogió su nobleza y valentía al acogerlos y la be -<br />
lleza de su nombre, el nombre primigenio. Y religión aparte, los evadidos,
NADIE, NADIE, ESCAPABA<br />
que eran hombres sin mujer, sintieron por debajo de la porquería algo más que<br />
el rubor instintivo propio de la ocasión. Y, como mansos corderos, siguieron<br />
a la americana dentro de la casa.<br />
En una hora los convictos eran otras personas y estaban sentados a la<br />
mesa de Eva Preston y, antes de disfrutar de un almuerzo como Dios mandaba,<br />
Zaldívar, inspirado, improvisó un pequeño sermón que fue recibido<br />
como una bendición caída del cielo. Cuando el pastor terminó, la hermosa<br />
Preston lo besó en la frente. Y todos dieron gracias a Dios por proveerlos<br />
de los alimentos terrestres.<br />
Eran las tres de la tarde y los perseguidores habían dado con el Chevy<br />
del médico y los perros daban vueltas y vueltas en el mismo lugar al parecer<br />
extraviados o mareados con el fuerte olor a mierda de vaca que aún quedaba<br />
esparcido en el ambiente.<br />
Esa noche pasó una patrulla por el poblado, compuesta de cinco milicianos<br />
y dos perros escuálidos. Iban en un Willis del ejército y llevaban cara de<br />
pocos amigos: a ningún miliciano le gustaba andar por ahí detrás de nadie<br />
a esa hora acompañado de dos perros inútiles y hambrientos.<br />
Zaldívar y sus seguidores estaban a buen recaudo en un cómodo sótano<br />
construido por el esposo de la Preston cuando la guerra de Corea. La mujer<br />
había dispuesto cada detalle con eficacia y cuidado anglosajones.<br />
A petición de la anfitriona, Zaldívar sermoneó durante un rato acerca de<br />
la virtud que une a pueblos de razas diferentes cuando se reconocen en el amor<br />
a Jesús. La Preston lloró esta vez… para cerrar la pequeña velada, el Gordo<br />
cantó un conmovedor himno de la inspiración de Walditrudis titulado “Ven -<br />
ga tu reino, Señor; la fiesta del mundo recrea y nuestra espera y dolor transforma<br />
en plena alegría. Aie, eia, ae, ae, ae, la chambelona.” Co mo el título<br />
era un poco largo, Zaldívar lo había rebautizado como “Dios el gozador”.<br />
El Gordo cantaba desafinado que partía el alma, pero le ponía tanto al<br />
himno que apenas dejaba escuchar el sonido grave y abollado de la tuba.<br />
Después de los cantos y las oraciones estuvieron conversando hasta tar -<br />
de. El Gordo y Waldy cabeceaban abatidos por el sueño y la americana pidió<br />
al pastor que subiera con ella porque quería mostrarle algo.<br />
Y ese algo estaba en la habitación de Eva Preston.<br />
125
FRANCISCO GARCÍA GONZÁLEZ<br />
126<br />
La mujer entró en su cuarto y Zal -<br />
dívar quedó parado en la puerta. La<br />
habitación se abría ante él antojándosele<br />
un espacio diabólico, no importa -<br />
ba que fuera el lugar de la amorosa<br />
Preston. Suspiró tan fuerte que la mu -<br />
jer dio la vuelta y le preguntó qué hacía<br />
parado en la puerta. Zaldívar pidió per -<br />
miso y entró.<br />
La Preston le pidió que se senta -<br />
ra junto a ella. El pastor apenas podía<br />
controlar su respiración y evitar mi rar<br />
de soslayo el hermoso cuerpo de su an -<br />
fitriona. Era imposible que no advir -<br />
tiera su turbación. Recorrió con su vista<br />
la habitación y reparó en un re trato mas -<br />
culino que había encima de la cómoda.<br />
Nunca antes Zaldívar ha bía visto a na -<br />
die tan parecido a Errol Flynn.<br />
—¿Es tu esposo? —le preguntó,<br />
y su voz sonó nerviosa y quebrada.<br />
—No, es Errol Flynn —respondió<br />
la Preston, muy dueña de la situación—;<br />
es mi actor favorito. Estuvo<br />
en Nueva Gerona en 55.<br />
Zaldívar resopló a modo de dis -<br />
culpa y la mujer abrió un cofre que<br />
tenía sobre los muslos y sacó un libro<br />
que debía tener como trescientos años.<br />
Era una Santa Biblia, propiedad de la familia Preston, que había sido lleva -<br />
da a los Estados Unidos por un pa dre peregrino en el siglo XVII. La mujer<br />
puso el libro en manos del pastor. Zal dívar abrió el libro pero estaba tan<br />
nervioso que apenas se dio cuenta de que era el mismo texto sagrado que<br />
él conocía, pero en inglés.
NADIE, NADIE, ESCAPABA<br />
—¿Te gusta? —le preguntó, y su cuerpo se acercó peligrosamente al<br />
de Zaldívar.<br />
¿Desde cuándo no experimentaba algo tan encantador? Entre los dos<br />
abrieron el libro y las manos se rozaron. Hermosas e irrepetibles las manos<br />
de la pelirroja. Las páginas pasaban y el pastor no distinguía nada. La Pres -<br />
ton puso el índice encima de una enrevesada capitular y Zaldívar admiró su<br />
belleza, la del dedo exquisito, en contraste con el papel envejecido, y de pron -<br />
to le entró la terrible duda de si estaba de nuevo a prueba. Los mortales ni si -<br />
quiera imaginan cómo operan los ángeles. Las manos seguían conspirando entre<br />
los pasajes del Antiguo Testamento. Un miedo cerval se apode ró de Zaldívar:<br />
sufría una erección, una soberana y tremebunda erección provocada por aque -<br />
lla mujer. Eva tenía que ser. Pero la luz se abrió paso en las tinieblas: era una<br />
prueba, no tenía dudas, y él no caería en el error del incauto Adán.<br />
Zaldívar repasó para sí, de memoria, el pasaje de la estancia de Jesús<br />
en el desierto luchando a brazo partido contra las tentaciones del Maligno.<br />
¿Cuarenta días de solapada maldad qué significaban comparados a estar jun -<br />
to a una mujer que, en definitiva, era parte de un plan que lo trascendía? El<br />
resultado no se hizo esperar: la erección se evaporó dentro de la porta ñuela.<br />
Y otra vez dueño de sí retiró el libro de las manos de Eva Preston.<br />
Zaldívar leyó el fragmento en que había pensado y luego tradujo. El<br />
corazón de Eva latía disparado.<br />
El pastor bajó el texto y la mujer se tendió sobre la cama. Dejó el libro<br />
dentro del cofre y la tomó de las manos haciendo que se pusiera de pie. Los<br />
ojos de Eva expresaban todo su amor y ansiedad largamente reprimidos. Zal -<br />
dívar la condujo fuera de la habitación. Evita los lugares donde coletea el<br />
demonio y de buena te librarás.<br />
Ahora estaban sentados en el comedor. Eva hablaba de la soledad de viuda<br />
en que se consumía. Su esposo había desaparecido durante un huracán. Dos<br />
días después del meteoro apareció encima de una palma. Nadie sabía cómo<br />
logró llegar a semejante altura. Lo habían descubierto las auras y, cuando lo<br />
bajaron, mister Preston estaba irreconocible. Sus restos descansaban en el ce -<br />
menterio norteamericano de Columbia. Zaldívar pensó, compungido, que ésta<br />
era la función que Dios había otorgado a esos animalitos: limpiar los campos<br />
127
FRANCISCO GARCÍA GONZÁLEZ<br />
128<br />
de desperdicios. ¿Qué era un americano muerto encima de una palma real?<br />
Zaldívar no sabía qué responder a los mundanos sentimientos de Eva.<br />
En todo caso no con palabras de predicador.<br />
—Si te quedaras nunca te encontrarían…<br />
—Sabes que no puedo quedarme, ellos darían conmigo tarde o temprano.<br />
—Tendríamos una linda familia, puedo darte hijos, todavía soy joven.<br />
—Mañana debo estar en el mar.<br />
—Me voy contigo si me lo pides, tú y yo en otro país…<br />
—¿Conoces el significado de la Anunciación? ¿Qué puedes hacer si estás<br />
predestinado y eres parte de un plan supremo?<br />
—Sabía qué clase de hombre había debajo del estiércol.<br />
—No está bien que te enamores de mí.<br />
—Eres un hombre maravilloso, mueve un dedo y me tendrás para<br />
siempre.<br />
—Tú también eres muy bella… Eso me hace sentir halagado… aunque<br />
no mueva nada…<br />
—Isabel —dijo Eva—, se llama Isabel…<br />
—¿Quién es Isabel?<br />
—Isabel es el bote. Isabel te alejará de mí. Los espera en el muelle.<br />
—Estoy… seguro —dijo Zaldívar, que no sabía qué decir—. Pronto co -<br />
nocerás a alguien que te hará muy feliz… Eres tan… tan… linda…<br />
Antes de bajar de nuevo al sótano, Eva le pidió que se quedara con la<br />
Biblia que una vez había navegado con los padres peregrinos. Zaldívar acarició<br />
el libro y le explicó que el salitre podría arruinarlo, además no se sen -<br />
tía señalado para privarla de semejante reliquia. La Preston no entendía de<br />
excusas.<br />
La madrugada era un enjambre de milicianos.<br />
Nadie, nadie, escapaba.<br />
Al día siguiente los ex-convictos no se movieron del sótano. Un heli cóptero<br />
sobrevoló la zona y varias patrullas habían vuelto a pasar por el case río. En<br />
alta mar unas lanchas rápidas surcaban el horizonte a eso del mediodía. Zal -<br />
dívar se ocupó de escribir una larga carta de despedida llena de aliento a
NADIE, NADIE, ESCAPABA<br />
Luis Troncoso, en la que mencionaba que uno nunca debe dejarse llevar por<br />
las apariencias, pues a pesar de tener un apellido bastante inapropiado había<br />
echado el resto por ellos.<br />
Al tercer día las patrullas dejaron de pasar.<br />
Al quinto las lanchas desaparecieron del horizonte.<br />
Por las noches, Eva y el pastor eran protagonistas de largas y profundas<br />
charlas. Luego rezaban y la viuda cantaba algo de Nat King Cole. A<br />
Zaldívar le parecía mentira que alguien tuviera tanta memoria.<br />
Nadie, nadie, escapaba.<br />
Eva ofició una sencilla ceremonia, algo pagana, para desearles una exitosa<br />
travesía, que consistió en la quema de varias libretas de abastecimiento. El<br />
papel crepitaba y la viuda dijo que el comunismo era una estafa y que ar -<br />
dería asimismo, estaba escrito.<br />
Por fin se echarían a la mar en medio de la noche apacible y estrellada.<br />
La viuda no quiso ir al muelle. “Mañana quizás ames a otro”, se despi -<br />
dió Zaldívar, aunque sospechaba que no eran buenas palabras. En veinticuatro<br />
horas la Preston conocería en las calles de Nueva Gerona a un ¿hombre? sin -<br />
gular si los había.<br />
El timón y el motor de la embarcación eran responsabilidad del Gordo, convertido<br />
en patrón y capitán.<br />
Waldy cargaba con la tuba abollada.<br />
El pastor Eliaquim Zaldívar llevaba apretado contra su regazo la Santa<br />
Biblia de los padres peregrinos.<br />
Faltaba poco para que los pescadores salieran a alta mar.<br />
La noche se tragó a los improvisados marinos que hicieron proa en la<br />
“Isabel” surcando rumbo al sur la inmensa planicie salada.<br />
129
130<br />
Siete poemas<br />
VÍCTOR ORTIZ PARTIDA<br />
EL PUERTO SERIO<br />
Los colores se apagaron en el puerto. Antiguas<br />
casas yacen en la línea costera. Mis hermanos<br />
se prostituyen para tener dinero extra en las<br />
fiestas del santo. Siguen las enseñanzas de un<br />
libro sagrado. Ella suaviza con sus canciones la<br />
furia de los extranjeros en el bar. Él navega en<br />
el yate del patrón y obtiene el pescado para<br />
alimentarme. Juntos, mi hermana y mi hermano,<br />
se pasean por el malecón en un convertible<br />
modelo 1952. Quieren preservar mi pureza y<br />
me ocultan sus verdaderos negocios. Mientras<br />
mi santidad se alarga, me contemplo de cuerpo<br />
entero en el espejo que la interiorista trajo ayer<br />
a nuestro departamento —un escenario de<br />
mármol negro, de líneas puras, ideal para la<br />
hecatombe que se vislumbra.
RECHAZO EL AMOR<br />
Rechazo el amor. La tierra se abre o se cierra<br />
para el agua. Yo soy una zanja por la que fluye<br />
el líquido amoroso. Luis XIV construyó un canal<br />
estrecho, navegable, en el sur de la nación.<br />
Engalanado como él se fue el amor de Elena<br />
hacia el mar.<br />
VI UN PUNTO ROJO Y ERA EL INFIERNO<br />
En los vestuarios, vi un punto rojo, luminoso,<br />
titilante, comenzó a moverse y lo seguí fascinado.<br />
Rápido se fue hacia las regaderas, se perdió en<br />
el vapor por un momento y luego apareció<br />
en la nalga de Nathan. Malicioso, continuó su<br />
viaje hacia los cuerpos macizos de mis otros<br />
compañeros de equipo. Se confundió con la<br />
tetilla de Rob, se untó en el abdomen de Mark,<br />
se deslizó por la pierna de Kevin, se enredó en<br />
la pelambre de Danny, hasta que se detuvo en<br />
el sexo de John. Todos hombres casados.<br />
SALAMANDRA<br />
Me alertan los fantasmas y los monstruos en el<br />
sueño. La salamandra estorba en la cocina.<br />
131
132<br />
Irisada, enorme, se convierte en esa banca del<br />
pasado en la que nos sentamos a disfrutar el<br />
incendio del gran puerto: una idea ferviente se<br />
iluminó en el horizonte y pronto lo rodeó y ahora<br />
lo somete. Surge una pirámide de ceniza al<br />
amanecer. Se derrumba al primer movimiento<br />
de tus ojos. No parpadees, se podría desvanecer<br />
el siglo nuevo.<br />
EL CIELO SU PALADAR<br />
En el estacionamiento del supermercado hay<br />
un hombre con monedas. Son discos de oro,<br />
pesados, como sueño de viernes. Mi vendedor<br />
(el mismo que liquidó a Dios) se sienta en el<br />
love-seat diseñado para seducir. Brilla el metal.<br />
Tiene la sonrisa dorada y permanece en su<br />
boca aunque la gracia terminó. Las mujeres se<br />
arremolinan al comienzo de la subasta, me<br />
tocan: soy el fruto del verano, la delicia de una<br />
tarde a orillas del río. Pienso en Ana y en las<br />
injusticias de este negocio: si ella tuviera dinero,<br />
yo sería la frescura sobre su lengua que no<br />
sabía mentir.
EN CASA DE LAS NIÑAS DUPUIS<br />
La cantante me pregunta si mi enseña es la<br />
amabilidad. Tengo en mis brazos su abrigo y no<br />
sé qué responderle. Ella pondera la agresión<br />
en el hombre. “Deja la suavidad”, murmura,<br />
áspera. En elevador vamos a la hacienda de las<br />
hermanitas Dupuis. La casa entre riscos, en la<br />
costa, junto al pueblo. A este cielo de adobe y buen<br />
gusto no llega la ola verde. El mar se escucha<br />
lejos, pero distrae. Desapareció la cantante, y<br />
la buscan. Yo, que sufro de vértigo, no puedo<br />
acompañar al grupo explorador en las alturas.<br />
Las niñas Dupuis me sirven té para los nervios.<br />
Esperamos.<br />
LA PRINCESA ESTÁ TRISTE EN LA ZONA VIP<br />
La princesa está triste en la zona vip. En la<br />
alborada del lenguaje, todavía no controla el<br />
momento sílaba. Le gustaría decir sí ante el<br />
champán, pero sólo articula un gu y luego un ga.<br />
La copa zumba entre seres de la prehistoria. Se<br />
aleja de ella hacia un horizonte retórico: el<br />
agua del porvenir. La princesa está triste en la<br />
zona vip y no tiene alcohol para consolarse.<br />
133
134<br />
Las armas<br />
JAVIER CARAVANTES<br />
para Antonio<br />
El cuerpo del indigente tirado. La enorme piedra aplastando su cabeza. El<br />
rostro de mis amigos al darse cuenta de lo lejos que habíamos llegado. Se -<br />
guía recordando. Mi padre, acelerando y señalándome un microbús, me dijo:<br />
—Esa ruta vas a tomar mañana para llegar a tu nueva escuela. La voy a<br />
seguir. Fíjate en el recorrido.<br />
El colegio se llamaba Emile Durkheim. Era una escuela particular de<br />
pocos alumnos. Eso me había dicho mi papá al elegir en dónde inscribirme<br />
para el tercer año de preparatoria. También había decidido que me fuera a<br />
vivir con él a su departamento en Puebla. Yo estaba agradecido. No podía con -<br />
tinuar viviendo con mi madre en Atlixco. Quería escapar. En mi cabeza no<br />
dejaba de ver a aquel señor, tirado, suplicando. Todavía sentía el peso del<br />
tubo en las manos. El ruido de los huesos al romperse. La piedra. Necesitaba<br />
alejarme de ahí antes de que alguien se enterara de lo que habíamos hecho,<br />
tenía miedo. Mi padre me lo propuso, acepté sin dudar. Él claramente me ad -<br />
virtió que si no mejoraba mi conducta y mis calificaciones me regresaría a<br />
Atlixco. Yo prometí cambiar.<br />
Mi madre recibió la noticia y durante tres semanas escuché chantajes.<br />
Ahí iba el hijo mayor a vivir a la casa de su padre, a ver si él lo corregía.<br />
—En la esquina voy a dar vuelta a la derecha, aquí te bajas mañana del<br />
camión, sólo son tres cuadras hasta la escuela —continuó con las indicaciones.<br />
La prepa era una casa pe queña, distinguida sólo con el nombre de la
escuela sobre una lona blanca.<br />
Bajé y mi padre aceleró rápido,<br />
apenas con un adiós que<br />
alcancé a leer de sus labios en<br />
el retrovisor.<br />
En las oficinas una secre -<br />
taria me atendió, dijo:<br />
—Bienvenido. Ése es tu sa -<br />
lón —y señaló detrás de mí.<br />
Era un cuarto pequeño<br />
con una mesa cuadrada, seis<br />
sillas y un pizarrón. Fui el pri -<br />
mero en llegar. En quince mi -<br />
nutos entraron dos chavos, uno<br />
de mi edad, del que pensé po -<br />
dría ser amigo; el otro era un<br />
rubio alto de cabello largo, ti -<br />
po vocalista de banda de rock.<br />
Entró el director. Con voz muy grave explicó que la preparatoria mantenía<br />
un sistema didáctico diferente. Aceptaban a pocos alumnos; de esta manera<br />
lograban clases personalizadas. Se realizaban exámenes cada quince días y<br />
de inme diato las calificaciones eran enviadas por internet a nuestros tutores.<br />
Tocaron a la puerta. Eran tres tipos. El director les repitió el mismo discurso.<br />
Nos informó que en unos minutos llegaría la maestra y se fue dejando<br />
un silencio incómodo.<br />
En las clases tenías que poner atención, los maestros estaban demasiado<br />
cerca y al pendiente. Me gustó su amabilidad: “¿Se entiende? ¿Alguna<br />
duda? ¿Está claro?” Mis compañeros no se hablaban entre ellos; sólo los<br />
tres que llegaron juntos intercambiaban unos papelitos y se reían de mane -<br />
ra burlona. Casi ni los miré.<br />
De regreso, caminé el mismo trayecto hasta el bulevard. Abordé el<br />
camión, iba lleno y con música horrible a todo volumen, pero daba igual.<br />
Yo no dejaba de mirar mi sonrisa en el reflejo de las sucias ventanas. No<br />
estaba dispuesto a desaprovechar la última oportunidad. Sólo tenía que sa -<br />
LAS ARMAS<br />
135
JAVIER CARAVANTES<br />
136<br />
car más de ocho y tener aceptable conducta, ni siquiera era tanto. Estaba<br />
seguro de que en Atlixco, junto a mis amigos, había dejado lo malo.<br />
En la comida, mi padre me interrogó sobre la escuela. Se puso feliz.<br />
Le dije que me había gustado. Entré a la nueva recámara. Saqué algunas<br />
libretas de la mochila. En cuarenta minutos terminé la tarea. Esperaba an -<br />
sioso las clases, los trabajos y los exámenes: las buenas calificaciones. Por<br />
fin olvidarme de lo que había hecho. Cambiar. Demostrar que podía ser una<br />
buena persona.<br />
Al otro día, en el receso, me animé a salir. Raúl, el tipo parecido a mí<br />
y Claudio, el de cabello largo, estaban sentados en la banqueta. Al verlos<br />
me acerqué. Me invitaron a que camináramos hasta una tienda que estaba<br />
en la otra esquina. Hablaron de los otros tres tipos que eran nuestros compañeros:<br />
se llamaban Cristian, Héctor y Luis. Me contaron que los papelitos<br />
que se pasaban y demás palabras que se decían casi al oído eran comentarios<br />
despectivos hacia nosotros. Se notaban preocupados, casi con miedo.<br />
Hablamos de las ventajas de la preparatoria en comparación con las anterio -<br />
res de las cuales veníamos. Éramos parecidos. Ellos también habían repro -<br />
bado y ahora estaban entusiasmados con esta escuela. Caminamos al lado<br />
de la que yo creía que era una bodega. Conforme avanzamos, descubrí que<br />
era una enorme escuela, rodeada de muchos coches estacionados. Raúl y Clau -<br />
dio me dijeron que nuestros compañeros y muchos alumnos de la escuela<br />
eran tipos que habían sido expulsados de ese colegio, el más caro de la ciudad.<br />
Llegamos a la tienda; estaban ellos. Los tres, al vernos, comenzaron a<br />
reírse e intercambiar palabras que yo no escuchaba. Al observarlos en esa<br />
actitud, también me dio miedo que la escuela se complicara.<br />
En la clase de lengua extranjera, Raúl, a petición del profesor, leyó el<br />
fragmento de un libro y los otros tipos se burlaron ya abiertamente de su<br />
acento. Se lo quitaron y cada uno leyó en un perfecto inglés británico. El jo -<br />
ven profesor no hizo nada. Ellos comenzaron a ridiculizar, también en inglés,<br />
nuestro aspecto físico. Me sorprendió la seguridad con que agredían. Hasta<br />
el maestro se puso nervioso. Decidió terminar la clase. Ellos también se le -<br />
vantaron. Antes de salir, él más alto, Cristian, advirtió:<br />
—Agarren confianza, esto se va a poner divertido —y salió azotando la<br />
puerta.
Claudio nos dijo:<br />
—Acusarlos en la Dirección no va servir de nada. Tal vez los regañen<br />
pero a ellos les vale madre. Si no les importó que los corrieran del colegio<br />
donde iban, el director no puede expulsar a tres tipos de un salón donde hay<br />
seis. Acusarlos sólo va a dar más motivos para que nos chinguen.<br />
—Pensé que no iba a haber pendejos así en la escuela —lamentó Raúl.<br />
—Cabrón, estamos atrás de ese pinche colegio de mierda —contestó<br />
Claudio.<br />
—Si tú lo sabías, ¿por qué te metiste aquí?<br />
—Está cerca de mi casa. Además revisé la lista de inscritos el último<br />
día, sólo estaban ustedes. Yo fui a ese colegio un año, el peor de mi vida.<br />
Conozco los apellidos de los güeyes de ahí, siempre son los mismos. Me aseguré<br />
de no encontrarme con alguno pero ves cómo llegaron al último. ¡Puta,<br />
qué pinche mala suerte!<br />
Al ver a Claudio quejarse así, con sus ojos verdes y melena rubia, en -<br />
tendí el nerviosismo de Raúl, que casi lloraba. Preguntó:<br />
—¿Qué vamos a hacer?<br />
—Pues nada, cabrón, aguantarte, si quieres pónteles pendejo, a ver có -<br />
mo te va, o de plano perder el año —le contestó Claudio.<br />
—No puedo, ya reprobé.<br />
—Ni yo, cabrón, así que aguantamos.<br />
Estaba sentado en los últimos lugares del camión, apretaba con furia mi<br />
cabeza. Mentalmente me repetía que no podía hacer algo. Nada de madreár -<br />
melos, ni siquiera responderles con palabras. Me daba miedo de que algo<br />
se complicara y terminara arruinándolo todo como siempre.<br />
Conforme transcurrió la semana sus ofensas se acentuaron. Al cuarto<br />
día los enfrenté. No pude controlarme. Se quedaron callados con la burla que<br />
le solté a uno de ellos, pero en el receso se acercó a mí de manera tranquila<br />
y me dijo que yo sí le caía bien, que fuéramos a comer. Me pasó el brazo<br />
derecho por el hombro mientras caminábamos, como si realmente fuéramos<br />
amigos. Aunque yo estaba alerta, no reaccioné a tiempo, el puño derecho<br />
se hundió en mi cuello y advirtió: otra burla me iba a costar una golpiza.<br />
Cruzó la esquina para alcanzar a sus amigos, que reían a carcajadas, mientras<br />
yo frenaba las ganas que tenía de levantarme y romperle su madre.<br />
LAS ARMAS<br />
137
JAVIER CARAVANTES<br />
138<br />
Miraba fijo al suelo recordando<br />
el cuerpo tirado, el tubo, la pie -<br />
dra. Logré tranquilizarme.<br />
En los siguientes días im -<br />
provisaron otra forma de moles -<br />
tarnos en clase. Como si fueran<br />
niños de primaria, empapaban<br />
bolitas de papel con saliva y las<br />
arrojaban sobre nuestros rostros.<br />
Raúl y Claudio se habían<br />
vuelto más amigos, juntos sopor -<br />
taban las agresiones casi sin inmu -<br />
tarse, a mí me costaba trabajo.<br />
La primera vez que aventaron<br />
una de esas bolitas los amenacé:<br />
“Se los va a cargar la chingada.”<br />
Las carcajadas estallaron otra vez.<br />
Provocándome, me decían: “Levántate, a ver si eres tan cabrón.” Con las<br />
manos sujeté lo más fuerte que pude mis rodillas para que no realizaran nin -<br />
gún impulso, debía controlarme. La lluvia de papelitos con saliva duró toda<br />
la sesión.<br />
Las veces en que era insoportable poner atención a lo que algún maestro<br />
decía mirando al pizarrón y sin vernos (ellos también tenían fórmulas<br />
para no comprometerse con lo que pasaba), me salía al baño. Cerraba la<br />
puerta con seguro y no encendía la luz, adivinaba mi expresión contra el<br />
espejo, respiraba sin dejar de pensar que lo único importante era seguir es -<br />
tudiando. Me duró cuatro veces; a la quinta, al abrir la puerta, ahí estaba<br />
uno esperando para arrojarme una manzana.<br />
Días después, sin darme cuenta, coloqué mi mano derecha junto a mi<br />
rostro: creaba una muralla que impedía el paso de sus insultos y de mane -<br />
ra física cubría algunos de los objetos que me arrojaban.<br />
Ellos se dieron cuenta de que no me molestaban sus palabras y aumentaron<br />
el rigor de cada ofensa; es más, no les dijeron nada a los otros dos,<br />
se dedicaron a agredirme sólo a mí. En uno de los recesos salimos a la tien-
da, yo caminaba al último. Casi llegando a la esquina, iban Claudio y Raúl<br />
y treinta metros atrás los otros tres platicando. Miraba sus espaldas con ira.<br />
Los primeros exámenes empezaban la próxima semana; aunque había cum -<br />
plido con todas las tareas de cada materia, no había entendido las últimas<br />
clases. Necesitaba subir mi promedio para ingresar a la universidad; sólo<br />
podía hacerlo si las notas que obtuviera fuesen casi excelentes. Yo nunca<br />
había alcanzado ese tipo de calificaciones. Uno de ellos dijo algo a sus amigos<br />
y comenzó a correr hasta llegar a Claudio y Raúl, que esperaban el rojo<br />
del semáforo para cruzar la calle. Con el impulso de su carrera, más el de<br />
su brazo, le pegó con la palma de la mano en la nuca a Raúl. Hasta donde<br />
yo estaba se oyó un chasquido duro, hueco. Raúl se agachó, con las manos<br />
se cubrió la nuca. Claudio, a su lado, no hacía nada por defenderlo, y Luis,<br />
el que le había pegado, se reía mirando a sus amigos que le respondían con el<br />
mismo gesto.<br />
Llegó el fin de semana y mi padre permitió que fuera a Atlixco. Mi ma -<br />
dre ya estaba más tranquila. Cenamos, al terminar cada quien se fue a su<br />
habitación. Esperé que pasaran dos horas, abrí el balcón, me colgué de él<br />
para soltarme y caer sin hacer ruido. Anduve ocho cuadras hasta llegar al<br />
bar donde mis amigos se reunían, tenía ganas de verlos. Los encontré repartidos<br />
entre una mesa de billar y enfrente de una tele donde pasaban la<br />
repetición de algún partido. Saludos, abrazos, preguntas. “Me va bien”, res -<br />
pondí mientras me actualizaban de lo chido que se la pasaban esos días y<br />
de todo lo que habían hecho. De los seis ya sólo estudiaban dos. Cervezas,<br />
cervezas y más cervezas el resto de la noche hasta que, ya entrado en confianza<br />
y con la necesidad de ser comprendido por casi iguales, les relaté lo<br />
que en verdad pasaba: “Tengo ganas de que me vaya bien, pero hay algo que<br />
lo está impidiendo.”<br />
Félix me fue a dejar. Antes de que bajara de su coche, dijo: “Tu pro -<br />
blema se arregla de volada; es tan fácil como sacar un ojo. Nada más llamas<br />
o nos mandas un mensaje; nosotros vamos.” Se lo agradecí.<br />
El domingo regresé a Puebla. Estudié para el examen de Química, que<br />
junto al de Física y Estadística era de los más difíciles.<br />
El maestro repartió el examen y salió. Yo había estudiado muy bien; en<br />
media hora lo resolví. Fui a buscar al profesor. Uno de ellos me arrebató el<br />
LAS ARMAS<br />
139
JAVIER CARAVANTES<br />
140<br />
examen: “Cálmate o lo rompemos.” Cerré con fuerza los puños; ya estaba<br />
dispuesto a golpearlo: vi la cara de miedo que él ponía, de terror, igualita a<br />
la del indigente cuando lo comenzamos a molestar. Eso me hizo sacudir las<br />
manos. Me di vuelta, dejé caer mi cuerpo sobre una silla. Ellos lo copiaron<br />
completamente. El cuerpo me temblaba. Al final lo aventaron al piso y fue -<br />
ron a entregar los suyos. Tardé en levantarlo. Se lo di al profesor, le conté<br />
lo que había pasado. “¿Qué, los repruebo a los cuatro?”, contestó irónico.<br />
Fui a la tienda: compré una botella de ron. Era la primera vez que lo hacía<br />
en Puebla, le di varios tragos hasta que regresé al salón. Ellos ya estaban<br />
ahí, me dijeron: “Oye, ya nos caíste bien. Te invitamos a una fiesta, va a es -<br />
tar chida.” Tomé mi mochila rápido. Salí huyendo antes de que no pudiera<br />
aguantarme.<br />
En la noche, al querer estudiar para los dos exámenes del día siguien -<br />
te, me di cuenta: las dos libretas de esas materias no estaban. Física y Es -<br />
tadística. No pude dormir.<br />
Me presenté a los exámenes. Los resolví como pude, escuchando a<br />
cada momento las risas burlonas de los tres. Ellos terminaron primero. Cuan -<br />
do salí, ya me esperaban en la esquina. Al verlos me detuve. De una de sus<br />
mochilas sacaron mis libretas. Con el fuego de un encendedor las intentaron<br />
quemar. Se dieron por satisfechos con la mitad de cada una y se fueron en<br />
sus coches.<br />
No caminé hasta la parada del camión; descansé en una banca del parque<br />
que estaba de paso. Agaché mi cabeza sobre las piernas. Cerré los ojos.<br />
Imaginé escenarios distintos para mi vida estando en Atlixco, allá con mis ami -<br />
gos, en el mismo bar. Matando a otra persona y tomándolo como un accidente.<br />
Por culpa de tres pendejos no iba a desperdiciar mi oportunidad. No<br />
tardé en buscar alguna solución. La encontré rápido, ya la tenía: la asumí. Fui<br />
a la parada de camiones y tomé uno hacia la terminal, donde salen los autobuses<br />
a Atlixco.<br />
Excusé la tardanza diciéndole a mi padre que había ido a estudiar con un<br />
compañero.<br />
Al día siguiente tocaba un examen fácil; estudié poco tiempo. El resto<br />
de la tarde estuve ansioso, ni en las hojas de los libros me podía esconder.
Empecé a dudar si lo que había hecho era lo correcto, tal vez no, y sólo me<br />
acarrearía mayores problemas. Tenía miedo, qué tal si las cosas se salían de<br />
control. Había muchas posibilidades de imaginar a mis amigos excediéndo -<br />
se. No logré dormir.<br />
El camino se hizo rapidísimo y, justo cuando me bajaba del camión, vi<br />
claramente el coche viejo de uno de mis amigos de Atlixco que venía rumbo<br />
de la escuela. Conducía rápido. Di algunos pasos más. Me llegó un mensaje<br />
al teléfono: “Ya está hecho.”<br />
Tampoco pude caminar hasta la prepa. Me quedé sentado en el parque,<br />
la misma banca. Estaba paralizado. Intenté prender un cigarro pero el<br />
cuerpo no me respondió, sentía escalofríos. El teléfono sonó, apenas pude sa -<br />
carlo de mi bolsa. Dudé en contestar: era mi padre. Logré apretar el botón<br />
y dijo: “Hace rato recibí las calificaciones de la escuela. Felicidades. Llevas<br />
puro nueve y diez.” En ese momento escuché la sirena de una ambulancia<br />
que venía también de la escuela. El coche del director la seguía. Sólo hasta<br />
escuchar las palabras de mi padre me sentí con fuerzas para levantarme de<br />
la banca.<br />
LAS ARMAS<br />
141
142<br />
Cuatro poemas<br />
ÁNGEL ORTUÑO<br />
AVENTURAS DE UNA NEGRA EN BUSCA DE DIOS<br />
Cada uno de los hombres<br />
que ha golpeado<br />
Incluso<br />
el más pequeño o sobre todo él<br />
es como estar más cerca.<br />
Sabe que Dios la huele<br />
y se esconde. Su miedo<br />
se asemeja a un gran árbol sin hojas<br />
pero nadie diría<br />
con las ramas desnudas<br />
porque ella es feroz cuando está así.
RADIO REDENCIÓN<br />
A veces<br />
cometemos errores y alguien muere<br />
¿A eso<br />
le llamas<br />
lastimar? La pequeña<br />
niñita que perdió sus corderos podría hacerlo mejor.<br />
¿Es acaso<br />
correcto que nadie abra la boca<br />
y no te atrevas<br />
a comer más azúcar porque así se construyen las casas de las brujas<br />
o se cortan<br />
trajes de emperadores cuando no entiendes nada?<br />
Tendrías que estar aullando pero la cantidad<br />
de veneno<br />
resultó insuficiente<br />
además<br />
era cianuro y siempre pesa<br />
el recuerdo de los campos de exterminio.<br />
<strong>143</strong>
144<br />
¿Te parece bonito? Su venta y uso<br />
están estrictamente regulados por la ley.<br />
Tenemos diferencias<br />
en cuanto a la naturaleza de la expiación.<br />
Si Dios existe<br />
caminaré al infierno para exigir que me devuelvan mi dinero.<br />
VECINOS VIGILANTES<br />
Todos tenemos perro. Nada más<br />
cosas útiles:<br />
la plancha de vapor<br />
sobre sus genitales, la cuchara de postre<br />
que podría vaciarle los dos ojos.<br />
Si piensa que lo atamos<br />
a esa cama para buscar placer<br />
solamente recuerde:<br />
nunca damos limosnas.
DIOS ESTÁ EN TODAS PARTES<br />
Por eso es que mi padre dispuso<br />
una cámara de video<br />
en mi zapato. Una especie<br />
de espejo,<br />
para que me entiendan.<br />
Más<br />
un gato de nueve colas<br />
que un truco<br />
de espionaje industrial.<br />
El plan era sencillo<br />
(y mientras tanto<br />
que arda Pasifae dentro del toro<br />
porque aún quedan<br />
agravios por vengar):<br />
Te acercas por la espalda.<br />
Siempre tienen<br />
las piernas abiertas. Lo hacen<br />
a propósito.<br />
(¿Ya no te parezco<br />
tan aburrida, amor?)<br />
145
146<br />
Tú eres instrumento del castigo.<br />
Una tribu de asirios<br />
y el prurito<br />
de un corazón en llamas<br />
mientras san Nicolás<br />
aterroriza a Holanda<br />
caído de la gracia como una flor de estufa<br />
entre las fluctuaciones de los linces<br />
y liebres.
Nativos excéntricos: la subversión<br />
de la nacionalidad<br />
IDALIA MOREJÓN ARNAIZ<br />
Si bien la literatura cubana de los últimos cincuenta años cuenta con un vasto<br />
expediente de historias de arraigo y desarraigo producidas fundamentalmen -<br />
te desde el exilio en los Estados Unidos, el nuevo orden mundial ha estimulado<br />
la movilidad de los escritores cubanos por otros territorios, como los<br />
antiguos países comunistas del Este europeo y Asia.<br />
Desde Cuba, el Estado, que ha usurpado la nacionalidad y la ha transformado<br />
en un valor irreductible a las fronteras, interfiere más allá de esas<br />
fronteras con el objetivo de debilitar una literatura que no cultiva el arraigo<br />
y la continuidad local. Esto le permite cuestionar la noción de autenticidad<br />
de esta literatura creada fuera del territorio nacional, por tanto le niega una<br />
participación compleja en su historia que, a pesar de los obstáculos, no sólo<br />
ha sido interactiva sino además persistente. El Estado invoca la idea de patria<br />
y la utiliza como mecanismo de control para garantizar la separación entre lo<br />
que se escribe dentro y fuera del país. En el adentro se afirman la permanencia<br />
y la pureza, que deben remarcar constantemente su territorio contra<br />
las fuerzas históricas de movimiento y contaminación que, llegando del exterior,<br />
son obligadas a “pagar peaje en la frontera”. 1 Sin embargo, como en<br />
Cuba la frontera es el mar, el protagonismo que los bordes adquieren en otras<br />
geografías al constituirse en zonas de contacto, por los cubanos sólo puede<br />
ser ejercido en el interior de otros países, lo que complejiza aún más la ex -<br />
1 J. Clifford, Itinerarios transculturales, Gedisa, España, 1999.<br />
147
IDALIA MOREJÓN ARNAIZ<br />
148<br />
presión de la identidad. Ellos representan<br />
una nueva articulación de la<br />
diáspora, entendida como subversión<br />
potencial de la nacionalidad, como<br />
modo de mantener conexiones con más<br />
de un lugar, al tiempo que practican<br />
formas no absolutistas de ciudadanía.<br />
Interesa aquí mencionar a dos<br />
autores, ambos nacidos en los años<br />
posteriores a 1959, cuando triunfa la<br />
Revolución cubana: José Manuel Prie -<br />
to (1962) y Carlos A. Aguilera (1970),<br />
y sus libros, respectivamente, Enci clo -<br />
pedia de una vida en Rusia (2004),<br />
Livadia. Mariposas nocturnas del im -<br />
perio ruso (1999) y Teoría del alma<br />
china (2006). Ambos responden a prác -<br />
ticas de desplazamiento diferentes una<br />
de otra, pero tienen en común el hecho<br />
de no ser extensiones o transferencias<br />
culturales, sino un núcleo constitutivo<br />
de significado cultural: no reclaman la pertenencia a un país o la<br />
participación civil en los marcos de la nacionalidad desde una postura de ex -<br />
tranjeros, puesto que continúan siendo “nativos”. Sin embargo, ¿cómo probar<br />
su identidad con la lengua y la literatura de su país de origen, si a partir<br />
de determinado momento se encuentran permanentemente fuera de él? Para<br />
tratar de responder a esta pregunta, me propongo analizar algunos aspectos<br />
que tornan estas obras representativas del debate literario sobre nacionalismo,<br />
posnacionalismo y otredad: los lazos que estos libros postulan con las for -<br />
mas tradicionales de representación de la realidad en la literatura cubana;<br />
los modos exóticos de manifestación del poder político y/o económico; la pa -<br />
rodia de los clichés del orientalismo y la figura del emigrante como exótica.<br />
En la actualidad, los libros de José Manuel Prieto se han convertido en<br />
paradigma de descentramiento territorial para la literatura cubana. Su eje<br />
JOSÉ MANUEL PRIETO
LA SUBVERSIÓN DE LA NACIONALIDAD<br />
no sólo gira en torno a la antigua Unión Soviética y la Rusia actual, sino, de<br />
modo más específico, en torno a lo ruso, si entendemos esta expresión como<br />
una forma de “viaje educativo” (Bildungsreise). 2 En su literatura podemos<br />
observar cómo los objetivos del viaje educativo, además de cumplirse, se<br />
desdoblan en la ficción, separándolo definitivamente de su primer campo<br />
de actuación profesional. Este viaje educativo comprende la interrelación<br />
entre la enseñanza académica y la vida cotidiana en un país extranjero, en<br />
una lengua extranjera. El autor aprende a convivir en ese medio; reflexiona<br />
sobre la relación entre nativo y extranjero, al tiempo que se convierte en<br />
agente de cambio de mentalidad hacia la problemática de la identidad; cono -<br />
ce distintos ambientes mediante la interpretación de las variables culturales,<br />
socioeconómicas y geográficas; conoce espacios urbanos y rurales absolutamente<br />
diferentes a los de su lugar de origen; practica nuevas formas de su -<br />
pervivencia; participa en formas no convencionales de turismo; comprende<br />
las dificultades que se presentan en la organización de un nuevo tipo de vi -<br />
da; y, finalmente, accede a una forma de solidaridad que consiste en tomar<br />
parte dentro de una nueva comunidad.<br />
En principio, su viaje tiene objetivos pedagógicos y didácticos, puesto<br />
que Prieto viaja a Rusia para estudiar Ingeniería en Siberia. Durante la épo -<br />
ca de la Perestroika vivió en San Petersburgo. Es decir, su estancia soviético-rusa,<br />
entre los años ochenta y noventa, coincide con la transición del<br />
totalitarismo de Estado a la democracia en los países de Europa del Este.<br />
Posteriormente residió en México (1995-2005), donde escribió Livadia, y des -<br />
de 2006 vive en Nueva York. Este itinerario constituye el principal factor<br />
que lo ha llevado a localizar sus cuentos, crónicas y novelas en torno al viaje<br />
y a otra cultura. Livadia, su segunda novela, fue publicada en Barcelona y<br />
ya ha sido traducida a siete lenguas. También ha sido recibida como una<br />
joya por los críticos literarios de importantes publicaciones legitimadoras del<br />
mercado editorial internacional, como The New York Times y The New York<br />
Review of Books, entre otros, por la manera en que crea una red de referen -<br />
cias sobre la literatura mundial, por la fina labor de crear texturas narrati-<br />
2 F. Bacon, “De los viajes”, en Adolfo Bioy Casares (Comp.), Ensayistas ingleses, Jack -<br />
son, Argentina, 1950.<br />
149
IDALIA MOREJÓN ARNAIZ<br />
150<br />
vas en las que rinde homenaje a Vladimir Nabokov, y principalmente por la<br />
trama, que refleja la Rusia posterior a la soviética.<br />
En el centro del argumento de esta novela hay un contrabandista que<br />
aguarda en Livadia, la antigua residencia de verano del zar Nicolás II, las<br />
cartas que va enviando V., la mujer a quien ayudó a huir de un prostíbulo<br />
en Estambul. En ese retiro, J. aprovecha para reflexionar sobre su participa -<br />
ción en una extraña aventura: desde que un entomólogo sueco le encomienda<br />
la búsqueda de un raro ejemplar de mariposa, la yazikus, hasta la inespera -<br />
da desaparición de su corresponsal femenina que, una vez a salvo, lo abandona<br />
para regresar a su Siberia natal. Estos recuerdos y reflexiones sobre<br />
la manera en que J. llega a Estambul, se enamora de V. y la ayuda a escapar<br />
están contados en un largo borrador dividido en siete partes, que al final de<br />
la novela J. quema, para de nuevo comenzar a escribir toda la historia en<br />
una carta que dirigirá a V. Estamos frente a una novela itinerante que tiene<br />
lugar en tres ciudades: Estocolmo, San Petersburgo y Estambul, y que trata<br />
de recuperar la tradición epistolar del siglo XVIII, generosamente comentada<br />
y citada en la novela. Prieto utiliza ese género para estructurar la narración,<br />
adentrándonos, a través de los lugares desde los que las cartas son escritas,<br />
en otros viajes por territorios como Helsinki, Praga y Moscú.<br />
Así, el hecho de que su obra sea considerada doblemente descentrada<br />
dentro de la literatura cubana está relacionado a su subjetividad, a su<br />
formación y experiencia de vida prolongadas en un contexto completamente<br />
distanciado de su país natal, el cual, por si fuera poco, no constituye una<br />
marca referencial ostensible dentro de su obra. En su reseña de Livadia,<br />
Rafael Rojas concede a Prieto la primacía, dentro de la literatura latinoame -<br />
ricana, de ser el primer escritor “que narra ficciones rusas”, al tiempo de<br />
ser el único autor cubano que “se empeña en no escribir una sola novela<br />
sobre Cuba”. 3 Es cierto, como trata de mostrar Rojas en otro texto sobre<br />
diáspora y literatura, que en la literatura cubana desde mediados de los ochen -<br />
ta hasta el presente, especialmente en la diáspora, existen fuertes indicios<br />
de una ciudadanía posnacional: se trata de un núcleo de autores que recha-<br />
3 Rafael Rojas, “Las dos mitades del viajero”, en Encuentro de la Cultura Cubana, Es -<br />
paña, núm. 15, pp. 231-234, 1999/2000.
LA SUBVERSIÓN DE LA NACIONALIDAD<br />
za la idea de exilio por la ma -<br />
nera en que este término se<br />
encuentra conectado a la nos -<br />
talgia, al regreso a la nación<br />
como lugar de origen y de re -<br />
cuperación identitaria. Así, el<br />
narrador protagonista de Liva -<br />
dia dice: “Yo no era una divi -<br />
nidad. Tampoco era un exiliado,<br />
no me gustaba esta palabra (pre -<br />
fiero una anterior a 1917 e in -<br />
cluso a 1789). Era tan sólo un<br />
viajero. Pero la condición del<br />
viajero emula la de la divinidad,<br />
que está en todas partes.<br />
Entonces, lo que es cierto pa -<br />
ra un cuerpo divino lo es tam -<br />
bién para un viajero.”<br />
Además —y éste es el ar -<br />
gumento que aproxima la “excentricidad” de Prieto a esta postura de antiexilio—,<br />
tanto los autores como los personajes de sus libros, por encontrarse<br />
físicamente fuera del Estado totalitario, también están fuera de la Nación.<br />
En una lectura reciente sobre este singular fenómeno que para la literatura<br />
cubana representan las “ficciones rusas” de Prieto, el estudio de Tanya<br />
N. Weimer, La diáspora cubana en México. Terceros espacios y miradas ex -<br />
céntricas, siguiendo la categoría del tercer espacio de Edward Soja, insiste<br />
en registrar cómo la mirada se torna singularmente excéntrica cuando ésta se<br />
sitúa en un tercer espacio, o sea, ni Cuba ni los Estados Unidos. Sin embargo,<br />
más que el indicio posnacional, lo que permanece en diversos comenta -<br />
rios sobre Livadia es la curiosidad por rastrear la ausencia de “lo cubano”<br />
en frases y escenas en las que el estereotipo tropical convierte al personaje en<br />
un sujeto exótico, puesto que J., el protagonista y narrador de Livadia, tiene<br />
rasgos físicos que revelan su procedencia de un lugar exótico a los ojos de<br />
los rusos. Si el sujeto exótico representa el lugar colonizado y los peligros<br />
151
IDALIA MOREJÓN ARNAIZ<br />
152<br />
que acechan en parajes lejanos desconocidos, es precisamente por eso que<br />
J. esconde su origen.<br />
Aquí deseo plantear la cuestión de la identidad desde un ángulo co -<br />
mún a todo sujeto que haya vivido la experiencia totalitaria como forma de<br />
vida. Más allá del esfuerzo del autor por no escribir una novela sobre Cuba,<br />
o del esfuerzo de la crítica por recuperar las evidencias de cubanidad que el<br />
autor deja en manos de su personaje central, Cuba está presente en la mis -<br />
ma medida que Prieto por estar inscrito en medio de la transición del totali -<br />
tarismo a la democracia, se adelanta con su subjetividad a mostrar algo que<br />
a los escritores de la isla, radicados en otros espacios tradicionales del exilio,<br />
no les ha sido dado vivir de la forma en que lo ha hecho aquel que ha reali -<br />
zado un “viaje educativo”. La experiencia del derrumbe, la reconstrucción,<br />
lo colocan en un tiempo que para otros cubanos (otras miradas, otros espacios)<br />
pertenece aún al futuro de Cuba. No obstante, al bloquear en su novela<br />
toda marca estereotipada de nacionalidad, lo que sobresale entonces es la<br />
identidad que se crea entre el cubano que no desea ser exótico y el sujeto<br />
que ha vivido bajo un régimen totalitario.<br />
Por otra parte, si en Enciclopedia de una vida en Rusia la mirada del<br />
narrador protagonista se detiene en la frivolidad de la vida cotidiana de la<br />
Rusia poscomunista, si la política no es un tema presente, si las desgarradu -<br />
ras del exilio no significan nada, puesto que estamos frente a un ciudadano del<br />
mundo, ¿cómo identificar entonces a quien tanto se esconde? En El hom bre<br />
desplazado, Tzvetan Todorov describe minuciosamente a estos sujetos cuan -<br />
do traza lo que él denomina “perfiles de prisioneros”. En los estados totalitarios<br />
comunistas, la primera doctrina que se trasmite a los “prisioneros” es<br />
el occidental es el enemigo. El extranjero es responsable por introducir al<br />
nativo en el mundo del consumo. El “otro” es el occidental y la visión de<br />
Occidente se reduce a una visión ideológica de sistema socioeconómico.<br />
Para J., entregarse a la frivolidad de Occidente, admirar los objetos de ori -<br />
gen capitalista, desearlos para sí, se convierte en una marca acentuada de<br />
exotismo. Un exotismo que avanza hacia lo diverso, hacia la integración con el<br />
Otro occidental. J. esconde su pasado porque en él lleva incrustado el perfil<br />
del prisionero, al tiempo que utiliza en su obra el tema de la melancolía o de -<br />
presión postotalitaria, tal y como lo plantea Todorov en el siguiente fragmento:
Debo manifestar en primer término que, en el caso de todos aquellos cuyas<br />
reacciones trato de analizar, la depresión postotalitaria no tiene su origen en una<br />
indignación provocada por el entusiasmo suscitado a la vista de los bienes materia -<br />
les que tuvo lugar tras la apertura de las fronteras. Ciertos intelectuales y políticos<br />
alemanes criticaron con dureza a sus conciudadanos, que se lanzaron frenéticos,<br />
a la primera oportunidad, sobre los almacenes de Alemania occidental. En<br />
su opinión, las virtudes cívicas habían quedado eclipsadas, rebajadas por un vo -<br />
to concedido a la banana (Otto Schily), el impulso moral se había visto ahogado<br />
en chocolate y las aspiraciones de libertad habían convertido a las antaño oprimidas,<br />
aunque dignas, masas en “una horda enfurecida avanzando en prietas<br />
filas hacia las brillantes baratijas” de los almacenes del Oeste (Stephen Heym).<br />
Sólo pueden expresarse así quienes han olvidado, o no han conocido nunca, la<br />
humillación consistente en una permanente carencia de los bienes de consumo<br />
más elementales; la humillación de las colas silenciosas y hostiles, la infligida por<br />
los vendedores, aparentemente furiosos por la asistencia a sus comercios, la cimen -<br />
tada en el hecho de verse siempre obligado a adquirir lo primero que se en cuen -<br />
tra, y no lo que realmente necesita. La penuria sistemática de bienes materiales<br />
atenta contra la dignidad moral del individuo. Al arrojarse sobre los comercios,<br />
los oriundos del Este no piensan realmente en llenarse las tripas: están haciendo<br />
uso de una libertad que el consumidor occidental ha dejado de experimentar,<br />
por resultarle totalmente habitual. 4<br />
Con tamaña precisión conoce Prieto este fenómeno, que en Enciclope -<br />
dia de una vida en Rusia, novela anterior a Livadia, articula la trama, poco<br />
antes de la caída del imperio soviético, en torno a un traficante y falso agente<br />
de modelos que se esfuerza por convencer a una joven modelo rusa de que<br />
la frivolidad es la fuerza que corroe el sistema socialista y que ella sucumbirá<br />
a sus atractivos. En esta novela, y en menor medida en Livadia, la elegancia<br />
del lenguaje está directamente conectada a esa frivolidad, que es también una<br />
demanda cultural. La mirada no se aparta del vestuario, de los colores, de los<br />
accesorios, de las tramas de los tejidos, de la calidad de bolsas y zapatos,<br />
de los perfumes, de los chocolatines suizos, de los vinos, de los restaurantes<br />
elegantes, de los platos especiales; en fin, de las novedades que inundan<br />
un universo donde hasta ese momento lo único que existía en abundancia<br />
era la propia austeridad.<br />
4 Tzvetan Todorov, El hombre desplazado, Taurus, Argentina, 2008.<br />
LA SUBVERSIÓN DE LA NACIONALIDAD<br />
153
IDALIA MOREJÓN ARNAIZ<br />
154<br />
Así, la tesis sobre el descen -<br />
tramiento de la novela de Prieto<br />
en el contexto de la literatura cu -<br />
bana de la diáspora no se sostie -<br />
ne únicamente en el hecho de<br />
haber escrito su novela desde un<br />
tercer espacio, en este caso Mé -<br />
xico, un país latino de fuertes co -<br />
nexiones históricas con Cuba, a<br />
medio camino entre La Habana<br />
y Miami; desde donde, sin duda,<br />
pensar en la experiencia rusa<br />
como en un evento que lo separa<br />
de manera anacrónica del res -<br />
to de las experiencias literarias<br />
vertidas por los cubanos de la diáspora ha constituido un giro radical en la<br />
mirada de Prieto sobre la escritura, y la inserción de la misma en un ámbito<br />
mucho mayor que el de las fronteras lingüísticas, geográficas y políticas.<br />
Obliterar el tema de la nacionalidad como cordón umbilical, como matriz de<br />
la tradición cultural, rastrear el modo como el autor lo desplaza dentro de su<br />
novela, acaba por revelar otra forma de su presencia: el conflicto del perso -<br />
naje entre el exotismo de su origen y el exotismo libertario de la frivolidad.<br />
Carlos A. Aguilera, autor de Teoría del alma china, también reseñó la<br />
novela de Prieto, defendiendo en ella la presencia de un mundo donde “lo<br />
íntimo deviene público, lo ontológico descentramiento”: “los escritores<br />
cubanos participan de un error: el de confundir lugar-donde-escriben con<br />
literatura, arcadia con creación, como si una determinada geografía fuera a<br />
otorgarle el boleto a la posteridad —haciendo legible lo que no es más que<br />
mala prosa— o la invención de un mito fuera a sacarlos del horror donde<br />
viven.” 5<br />
Vale resaltar que Aguilera y Prieto coinciden literariamente en el espa-<br />
CARLOS A. AGUILERA<br />
5 A. C. Aguilera, “J. M. P.: La búsqueda del yasikus, en Diáspora(s), Cuba, núm. 6,<br />
marzo de 2001.
LA SUBVERSIÓN DE LA NACIONALIDAD<br />
cio de la revista Diáspora(s), 6 un tipo de publicación que en los países comunistas<br />
del Este europeo se dio a conocer con el término samizdat (edición<br />
por cuenta propia, al margen de la legalidad). Ambos autores se encuentran<br />
entre los fundadores de dicha revista. El objetivo fundamental de Diáspora(s)<br />
consistió en marcar una diferencia entre lugares comunes como la identidad<br />
nacional, lo que el grupo denominó “fundamentalismo origenista”, y el ca -<br />
non de “lo cubano” como medida de todas las cosas. Para el poder totalitario<br />
es conveniente que todo signifique una sola cosa; para Diáspora(s), la<br />
significación es una bifurcación que niega el poder, ya que este último se po -<br />
siciona como aquel que detenta la palabra. La pluralidad de poéticas es la<br />
marca registrada de esta publicación, cuyo título indica la proyección transcultural<br />
de sus autores y mantiene la cohesión de su diversidad de escrituras,<br />
justamente en el pensamiento contra el nacionalismo cubano. Así, en su<br />
reseña, Aguilera lee Livadia a partir de un discurso común a todos los miem -<br />
bros de Diáspora(s): el descentramiento del canon literario nacional.<br />
Como Enciclopedia de una vida en Rusia y Livadia, Teoría del alma<br />
china, de Carlos A. Aguilera, también acusa indicios de posnacionalismo.<br />
Su trama se encuentra localizada en China, un estado igualmente totalitario,<br />
por tanto la referencia al Estado-nación es geográficamente diferente, pero<br />
al mismo tiempo equivalente. La forma de representación de Teoría del al -<br />
ma china la coloca en un proyecto de escritura mucho más cercano a la obra<br />
del cubano Virgilio Piñera, mientras que Prieto busca su identidad escrituraria<br />
en la obra de Vladimir Nabokov. En Teoría del alma china, la presen -<br />
cia de un discurso político y la parodia de los estereotipos de la otredad son<br />
llevadas ad absurdum. Su escritura definitiva y su publicación en libro fueron<br />
posibles una vez que Aguilera consiguió salir de Cuba en 2002 gracias<br />
a las gestiones del escritor alemán-palestino Said, presidente del PEN Club<br />
de Alemania, el primer punto de un largo itinerario por ciudades de ese país,<br />
además de Austria, Croacia y otros países del Este europeo.<br />
6 Diáspora(s), La Habana, núms. 1-8, 1997-2002. Entre los años 1997 y 2001, Aguilera y<br />
Prieto formaron parte del comité de redacción de la revista Diáspora(s), precedida desde ini -<br />
cios de los noventa por un proyecto homónimo de escritura, del que han salido algunos de<br />
los más signi ficativos poetas cubanos de esa época: Rolando Sánchez Mejías, Pedro Marqués<br />
de Armas, Rogelio Saunders, el propio Carlos A. Aguilera y el novelista José Manuel Prieto.<br />
155
IDALIA MOREJÓN ARNAIZ<br />
156<br />
A diferencia de los vaivenes de Prieto, la salida definitiva de Cuba pa -<br />
ra Aguilera fue precipitada, lo cual no le permitió amenizar el tránsito de la<br />
aculturación a la transculturación que es posible cuando se habla la lengua<br />
del otro. El desconocimiento de la lengua alemana, la sensación de ridiculez<br />
que siente en los primeros momentos, tornan la comunicación difícil; sus ras -<br />
gos físicos, que en Europa lo acercan más a un turco que a un caribeño, cons -<br />
tituyen motivo de distanciamiento y trauma social. Siente el exotismo del Otro<br />
como un síntoma de xenofobia y racismo, tan propio de los nacionalismos.<br />
Debido a que el primer borrador de Teoría del alma china fue escrito<br />
en Cuba, es fácil detectar que las estrategias narrativas de representación de<br />
la otredad apelan a otro modo de descentramiento, marcado profundamente<br />
por la metáfora, por la ironía y por la mentira. No puedo dejar de mencio -<br />
nar que Tanya N. Weimer concluye su libro sobre la diáspora cubana en<br />
México reconociendo que la teoría del tercer espacio (Edward Soja), que le<br />
sirve para sostener su tesis del doble descentramiento de la novela de Prie -<br />
to, puede ser aplicada, inclusive, dentro de los espacios céntricos (en este caso<br />
Cuba). Así, Teoría del alma china, independientemente del lugar donde su<br />
autor comienza a escribirla (Cuba), donde la termina (Austria), o donde la pu -<br />
blica (México, Croacia, Alemania, República Checa), es un libro marcado por<br />
su lugar de origen: el insilio cubano de un intelectual que aplica cínicamen -<br />
te los códigos y juegos de silencio para criticar al totalitarismo de Estado y<br />
zafarse de la aplicación de los discursos nacionalistas a la interpretación de<br />
su obra.<br />
Aunque Teoría del alma china participa ante todo del simulacro de la<br />
construcción de una novela, no lo es. Son sólo cuatro relatos engarzados por<br />
un lugar (China) y determinados conceptos, como opresión y Occidente. Así,<br />
el libro cuenta, a modo de reportaje, la China que un visitante extranjero (cu -<br />
yo lugar de origen nunca es mencionado) observa, casi siempre desde la ven -<br />
tanilla de un auto en movimiento, a una velocidad que por momentos no<br />
permite reparar en detalles; una China de baratijas para turistas y, al mismo<br />
tiempo, un país en que Occidente penetra a través del repertorio cultural<br />
del autor (Franz Kafka, Thomas Bernhard, Werner Herzog, Ezra Pound), en<br />
la que el poder represivo del Estado nos llega a través de las palabras de un<br />
acompañante oficial, Gran Mongol, previamente filtradas por la voz de una
intérprete, que a su vez sólo co -<br />
nocemos por el estilo indirecto<br />
del narrador. Este narrador nos<br />
relata el trayecto a manera de<br />
reportaje y ve cosas absurdas co -<br />
mo la filmación de una película<br />
con enanos, una kafkiana colonia<br />
japonesa en territorio chino,<br />
puestos de frituras para turistas<br />
al borde del camino o el peligro<br />
constante de las carreteras,<br />
que él clasifica según los accidentes<br />
de la topografía. Llega,<br />
luego, al episodio en que este na -<br />
rrador-reportero-occidental visi -<br />
ta la casa de un escritor, con la<br />
clara intención de exponer có -<br />
mo el poder estatal invade la vi -<br />
da y la obra de este hombre que<br />
es, a su vez, muchos hombres.<br />
Todo, al mismo tiempo, ridículo,<br />
cómico y filosóficamente trágico.<br />
Porque para hablar sobre el totalitarismo, este escritor cubano tiene que<br />
remitirse a China, a la lejana China, donde en apariencia nada nos permite<br />
pensar que ese país es, también, Cuba. 7 El paisaje, la composición de sus<br />
autopistas (algunas muy peligrosas, al punto de transmitir al lector la sensa -<br />
ción de peligro y el miedo a la muerte), los lugares que no se muestran a<br />
los turistas o todo lo que un extranjero escruta, no son elementos exóticos,<br />
sino falsamente exóticos: éste es un viaje nunca realizado, que el autor nos<br />
7 En entrevista con L. Dimkovska, Aguilera ha expresado a propósito de este libro: “Se -<br />
ría me jor no verlo como un viaje a Cuba, sobre todo porque ni siquiera es un verdadero viaje<br />
a China, en el sentido biográfico. Es un ‘viaje’ a determinados conceptos, a Occidente y su<br />
mala comprensión del otro, a la relación caricatura-poder, a mi cabeza. Pero no es la visita<br />
a ningún lugar geográfico, a ninguna realidad. Para mí, China es sólo un hueco.”<br />
157
IDALIA MOREJÓN ARNAIZ<br />
158<br />
quiere vender como una falsa guía de viaje, una falsa referencia para entrar<br />
a un mundo que no es el del turismo, de la antigua tradición arquitectónica,<br />
la culinaria, la religión o las artes marciales. Es un viaje falso donde la forma<br />
del reportaje justifica el testimonio, y el testimonio esconde la ficción; un viaje<br />
en el que cualquier lector no avisado se perdería, ya no en el territorio, sino en<br />
el alma enferma de un país.<br />
Viajar para poder construir una obra es lo que hace Aguilera y, mientras<br />
viaja, la obra se transforma, va ganando rasgos de esos territorios que,<br />
vistos desde América, no son menos exóticos. Pero hasta el momento lo que<br />
hay de más exótico en su literatura no viene de esa Europa Central que hoy<br />
le resulta más fácil recorrer en tren; viene de China, de una China primero<br />
imaginada en La Habana; una China exclusiva de los emigrantes que construyeron<br />
un barrio en la capital cubana, se mezclaron con negros, con espa -<br />
ñoles, con criollos, y al modificar los contornos de su origen crearon un ser<br />
otro para este nieto de emigrantes asiáticos.<br />
El título, Teoría del alma china, parecía ser el primer obstáculo para<br />
relacionarlo a un escritor cubano. ¿Una teoría sobre el alma china? ¿Por<br />
qué un escritor nacido en La Habana, descendiente de chinos (su segundo<br />
apellido es Chang), pero que nunca ha estado en China, se preocuparía por<br />
pensar una teoría que en su literalidad alude al espíritu de una cultura tan<br />
incomprensible? Es cierto que para los cubanos China significa mucho más<br />
que algunos fogonazos en la historia nacional, puesto que la cultura china<br />
es considerada uno de los componentes de nuestra identidad. Un barrio chi -<br />
no en ruinas maquillado para turistas, unas antiguas lavanderías con planchas<br />
a vapor, farmacias donde la población busca pomadas para aliviar el dolor,<br />
mulatas de ojos rasgados y, sobre todo, la dificultad esencial para pronunciar<br />
la erre. Eso es lo que todavía existe de los chinos en la capital cubana.<br />
Lo demás, lo que creíamos que podía configurar una teoría, no es la teoría<br />
sobre un alma preservada en familia. China, en cualquiera de sus variantes,<br />
será siempre un misterio. Y frente al misterio, aparece la curiosidad. Aquí sur -<br />
ge entonces el primer tropiezo para leer este libro: los fogonazos tropicales<br />
de una cultura desmesurada parecen no tener sentido, puesto que lo que Agui -<br />
lera muestra de China, lo que él verdaderamente considera que nos acerca<br />
a la tierra de sus ancestros, no son esos fragmentos del imaginario nacional
LA SUBVERSIÓN DE LA NACIONALIDAD<br />
sino un mal de fondo, contemporáneo, que nos une no por la espiritualidad<br />
y sí por el poder político extremo concentrado en el concepto de nación: el<br />
totalitarismo. Al escoger a China coloca a este libro en una posición de falso<br />
exotismo político, puesto que en Occidente se ha diseminado la idea de que<br />
en esos territorios, distantes y extraños, las huellas dejadas por el nacionalismo<br />
sobre el individuo, y en este caso sobre el escritor, son mucho más<br />
violentas que en la civilización occidental.<br />
En Teoría del alma china esta tensión se localiza entre el narrador-re -<br />
portero y Gran Mongol, el burócrata que ejerce la censura, inclusive sobre<br />
el paisaje, controlando lo que puede ser registrado o no. Así, el artificio de<br />
crear una literatura de testimonio que no pasa de un falso testimonio, puesto<br />
que es ficción, es el mayor acierto de este libro, el cual ha sido escrito para<br />
otras cosas que no son el enfrentamiento al poder, sino para extraer de lo<br />
documental técnicas de escritura que, al salir de la banalidad de la política,<br />
permite que el autor se concentre en la búsqueda de la ficcionalidad. Sin<br />
desconocer las consideraciones realizadas por John Beverley, que presentó<br />
este libro en el medio académico y literario de los Estados Unidos como “pos -<br />
testimonio”, Teoría del alma china, mucho más que presentar rasgos que la<br />
encuadran en los estudios del género testimonio ya consolidados, opera con<br />
la noción de falso exotismo como máscara política, y, contrario al estilo y al<br />
lenguaje utilizados en la narrativa testimonial, desarticula los parámetros de<br />
verosimilitud ya cristalizados en esa narrativa. La ficción que recurre a la for -<br />
ma testimonial prueba, entre otras cosas, que verosímil no es sinónimo de<br />
verificable, y que todos los atributos de la posmodernidad incluidos en la ten -<br />
dencia postestimonial adoptan otra significación, pues se trata de una obra<br />
que para referirse a la realidad sale de ella constantemente.<br />
Lo que Aguilera y Prieto nos narran aparenta ser real, pero en ningún<br />
caso lo es, aunque no deja de ser verosímil. No existe interés en crear una<br />
literatura realista que pueda ser confundida con las informaciones disponibles<br />
en las guías de turismo, en los canales étnicos o en la tradición del orien -<br />
talismo. Teoría del alma china, por ejemplo, resume el intento de colocar<br />
determinadas historias en un contexto donde lo político, la caricatura, el jue -<br />
go de géneros se complementan: “El proyecto chino vino de una investigación<br />
previa que había hecho sobre Mao y la tradición política literaria en<br />
159
160<br />
China en los años noventa; de la fascinación que causó para mí el libro de<br />
Michaux (traducido por Borges); de la reflexión sobre Occidente y su ‘mala<br />
lectura del otro’ que me hizo entender mejor el orientalismo de Said, y del choque<br />
con una película como También los enanos comenzaron des de pequeños<br />
de Werner Herzog, al cual le rindo homenaje.” 8<br />
Aguilera y Prieto, en tanto es critores, buscan espacios de represen tación<br />
lo más distantes posible de los clichés que predominan en el imagina rio europeo<br />
sobre América, construidos por la propia literatura latinoamericana para<br />
diferenciarse del Otro. En estas obras la mirada care ce de interés etnográfico,<br />
puesto que no es en la cultura china o rusa don de pretenden buscar<br />
otra identidad, sino todo lo contrario, es el lugar don de pretenden depositar<br />
su determinación a encuadrarse en lo que hoy conocemos como literaturas<br />
posnacionales, dado que no se adaptan a las normas literarias vigentes en<br />
sus país. De ese modo, estos autores se esfuerzan por evadir el conflicto so -<br />
bre la im posibilidad de pensarse dentro de algo mayor y más abstracto que<br />
aquello que conocemos como literatura cubana, al sentimiento de nacionalidad<br />
en un sentido absoluto.<br />
8 Lorenzo García Vega, “La literatura como dolor de cabeza”, en El Nuevo Herald,<br />
Miami, 25 de marzo de 2007.
Los libros de viajes han sufrido varias<br />
metamorfosis a lo largo de la historia. Des -<br />
de los descubrimientos deslumbrantes con -<br />
signados en El libro de las maravillas, de<br />
Marco Polo, a la guía de turistas actua -<br />
lizada, que ofrece al viajero una expe -<br />
riencia uniforme, controlada y libre de<br />
sorpresas, quedan varias preguntas para<br />
un lector que afronta un libro del géne -<br />
ro: ¿qué queda por descubrir? ¿Cómo res -<br />
catar para la literatura un mundo cada<br />
vez más estrecho, que ofrece sus enigmas<br />
en televisión o, etiquetados, tras un<br />
escaparate?<br />
La respuesta en las páginas de Una fi -<br />
nestra che guarda tramontana, libro de<br />
Gabriel Bernal Granados (México, DF,<br />
1973), que mezcla el ensayo, la entrevis -<br />
ta y la crónica de viajes, es el escepticismo,<br />
una mirada íntima que, al estilo del<br />
flâneur de Baudelaire, se sumerge en los<br />
desgastados engranajes de la civilización<br />
apar tándose de cuando en cuando para<br />
reflexionar, pa ra cultivar en cada paso un<br />
saludable sen tido de extrañeza. La mi -<br />
La vigilia de la aldea<br />
El viaje, la mirada y el desencanto<br />
ALEJANDRO BADILLO<br />
Gabriel Bernal Granados, Una finestra che guarda tramontana,<br />
Libros Magenta, 2010, 138 p.<br />
rada de Bernal Granados concuerda con<br />
una prosa que transcurre sin sobresal -<br />
tos, privilegiando a veces la imagen, añadiendo<br />
un dato, la luz de un detalle mí -<br />
nimo pero trascendente en el peso total<br />
de la obra.<br />
El comienzo de la primera parte del li -<br />
bro “Villa Serbelloni” nos muestra al viajero<br />
en Milán, Italia, en la búsqueda del<br />
poeta y artista plástico peruano Jorge Eduar -<br />
do Eielson para una entrevista. Las líneas<br />
que inauguran este capítulo, directas, ejem -<br />
plifican la transición natural en la narrativa<br />
de viajes, donde la peripecia del traslado,<br />
la transformación antes de llegar al destino<br />
final, no existen. Bernal Granados co -<br />
mienza su diario de viaje in situ, en un<br />
país y en una ciudad que, en su irremediable<br />
condición turística, reproducen el<br />
esquema artificial de una sala de espera,<br />
el magro almuerzo en el avión, el folleto<br />
lleno de tours y promociones. Por esta ra -<br />
zón el via jero-autor explota la subjetividad,<br />
la capa cidad para encontrar nuevos significados<br />
en rituales manidos: la llegada<br />
161
162<br />
a un hotel, un encuentro en la montaña,<br />
una cena en donde los comensales no<br />
cuentan anécdotas desopilantes. El de -<br />
sencanto pronto se hace evidente en el<br />
encuentro con un Eielson despojado de<br />
cualquier matiz romántico sobre Europa,<br />
dibujado como un viajero más, sólo que<br />
detenido en el tiempo, incrédulo del artifi -<br />
cio de cierta poética barroca. El capítulo<br />
—casi fugaz— termina con una despedida<br />
que evoca, a su vez, una despedida anterior<br />
cuando Eielson conoce al mú si co John<br />
Cage en su departamento de Nue va York<br />
a mediados de los años sesenta, en un in -<br />
vierno gris.<br />
El segundo y tercer capítulos (“San<br />
Fran cesco, il guarda della selva” y “El<br />
señor Fabergé”) encuentran correspondencias<br />
en los detalles: la inmersión en el<br />
terreno aje no, la historia de unas ruinas<br />
evocadas por Plinio el Joven. Lejos de la<br />
ciudad, Bernal Granados se mueve con<br />
más soltura y, al estilo del autor-caminan -<br />
te de W.G. Sebald —cazador de peque -<br />
ñas maravillas—, en cuentra en la minucia<br />
el pretexto ideal pa ra contar una breve his -<br />
toria, para volver protagonistas las ramas<br />
de un árbol, una banca de piedra junto<br />
a un lago, el mito de Orfeo y Eurídice.<br />
En “El señor Faber gé” la mirada se di -<br />
rige, de inicio, al propio cuerpo: las uñas<br />
crecen más deprisa, sujetas a otra natu -<br />
rale za; el cabello se cae en la regadera.<br />
Des pués nos topamos con el retrato del<br />
señor Fabergé, cuya singularidad es lo sim -<br />
ple, no es un personaje azaroso, no cuenta<br />
una historia extravagante; su naturaleza<br />
—a pesar de las múl tiples reflexiones del<br />
escritor— es la de un reflejo, una interro -<br />
gante, un espacio en blanco que se va<br />
llenando poco a poco con breves referen -<br />
cias: un economista que vis te con mucha<br />
pulcritud, que viaja en compañía de su<br />
esposa Rosa munda y cuya apariencia, vo -<br />
luble en la descripción del autor, transita<br />
de “una no ta de jazz que brota de los la -<br />
bios gruesos de un saxofón del trópico” a<br />
“un simio burgués, arreolesco”.<br />
En “Naturaleza y autobiografía” la a -<br />
puesta del autor se centra en una introducción<br />
y dos desvíos que, con diferentes<br />
matices, mantienen el devaneo enmarca -<br />
do por reflexiones de largo aliento. Co -<br />
mo en los ensayos de Charles Lamb y<br />
William Hazlitt, los temas se unen y alejan,<br />
gravitan en dis tintas formas sobre la<br />
naturaleza en el arte, la vida como refe -<br />
rencia ineludible del crea dor, la autobio -<br />
grafía como un espejo en donde se refleja<br />
la obra. La parte inicial aborda la incre -<br />
dulidad ante el estrellato li terario, el mer -<br />
cado que depreda la litera tura, las manías<br />
y dilemas del escritor, sus modelos y la<br />
forma de encontrarse con ellos. En el pri -<br />
mer desvío, “Il Cenacolo”, el viaje da un<br />
rodeo a la escritura para en focarse en la<br />
pintura. El elemento que cohe siona sigue<br />
siendo la reflexión pero el viaje transcu -<br />
rre en los trazos de La última cena de Leo -<br />
nardo da Vinci. Partiendo del aná lisis de<br />
las figuras de los apóstoles y de Jesús, de las<br />
características de la escuela renacentista,<br />
el autor lleva su tanteo al vínculo entre la<br />
naturaleza y arte, pero más allá del concepto<br />
bucólico de lo natu ral el interés del<br />
autor bordea una rela ción íntima: la ob -
servación del fresco de Leonardo en el<br />
convento de Santa María Delle Grazie,<br />
los juegos de luz o las sombras que acontecen<br />
en ese instante y que ponen de ma -<br />
nifiesto la tensión entre la na turaleza y la<br />
forma en que ha sido modela da por el<br />
discurso artístico. En el segundo desvío,<br />
“Si una noche de invierno”, el autor par -<br />
te del libro de Italo Calvino para abordar<br />
las posibilidades de la reescritura como<br />
un elemento más de lo natural, re gresar<br />
siempre al punto de partida, como un via -<br />
jero indeciso sobre el camino a elegir, la<br />
perpetua duda que lo cerca. En este caso<br />
la literatura, para el autor, es co mo un<br />
espejo borgeano que devuelve —más que<br />
certezas— inquietudes y temores.<br />
En “Varenna”, capítulo que cierra la<br />
primera mitad del libro, hay un acerca -<br />
miento a lo cotidiano, la escritura fluye<br />
en una anécdota que nunca llega o que se<br />
hace presente en la intrascendencia, en<br />
las múltiples variaciones: las incidencias<br />
de un viaje en auto, de Varenna a Lecco<br />
y de Lecco a Bellagio; en realidad el tra -<br />
yecto es sólo pretexto para la observación<br />
de lo nimio, para formar en la mente ima -<br />
ginaciones, escenarios futuros que, de pron -<br />
to, son interrumpidos por una carta que<br />
“vi sualiza mejor la escena” y, adelante,<br />
en el resto del trecho, se alínean instantáneas,<br />
pensamientos como fotografías que<br />
se aña den al diario de viajes.<br />
La segunda parte del libro, “El viaje<br />
no ha terminado”, empieza por “Milán,<br />
ciudad irreal”. El andamiaje de este ca -<br />
pítulo se reconcilia con la mirada desencantada,<br />
con la rutina del turista que es<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
obligado, de nuevo, a buscar calles, en -<br />
tregar el pasa porte con displicencia, mi -<br />
rar los edificios como recipientes vacíos.<br />
El autor, ante la falta de diálogo, se limita<br />
a pasear la mi rada por la ciudad, a<br />
buscar historias en vano. Incluso la refle -<br />
xión sobre el arte de sarrollada en los an -<br />
teriores capítulos es remplazada por el<br />
hastío: artistas globa les en la televisión de<br />
un pub, rebaños de turistas que convier -<br />
ten los objetos de arte en mero rui do de<br />
fondo. El viajero, enton ces, sólo puede<br />
deambular, asistir a un par tido de futbol<br />
para sumergirse en la masa.<br />
En “Venecia, ciudad y materia”, el<br />
viaje inicia en la literatura: Marcel Proust,<br />
lord Byron, Robert Browning, Ezra Pound,<br />
entre otros, son evocados como fantasmas<br />
y su condición se acentúa en los canales<br />
artificiosos, en los habitantes convertidos<br />
en “vendedores de bagatelas”. Si hay una<br />
ciudad turística por antonomasia ésa es<br />
Venecia, decenas de autores la han retrata -<br />
do en distintas facetas: de la ciudad derro -<br />
tada por el cólera en Muerte en Venecia,<br />
de Thomas Mann, a la penumbra, el sutil<br />
en gaño de Henry James en Los papeles de<br />
Aspern. Bernal Granados recuerda el le -<br />
gado de éstos tratando de rescatar en algu -<br />
na rendija, algún destello, la individualidad<br />
que se niega entre cámaras fotográficas y<br />
promociones de folletos. Para situar su<br />
lugar en el mundo, el viajero mira los bo -<br />
tones del elevador, las cortinas del cuarto,<br />
privi legia lo minúsculo, el flujo del tiempo<br />
que pasa desapercibido en las calles<br />
de Venecia.<br />
Más adelante, en consonancia con el<br />
163
164<br />
to no de los anteriores capítulos, hay una<br />
digresión, un extenso análisis de la pintu -<br />
ra de Umberto Boccioni que se centra en<br />
su óleo La materia. Visto en la perspectiva<br />
general de Una finestra che guarda tra -<br />
mon tana, el análisis de Boccioni —emble -<br />
ma del movimiento futurista con Filippo<br />
Tommaso Marinetti— es denso, lleno de<br />
refe rencias, encuentra su blanco en las<br />
bases del futurismo, sistema que parte del<br />
movi miento y que se desdobla en un cú -<br />
mulo de significados que desbordan la<br />
velocidad, la experiencia casi instantánea<br />
de viajar a una ciudad donde las paredes,<br />
los puentes y las ventanas son parte de<br />
una inmensa escenografía. Sin embargo la<br />
di gresión se antoja demasiada y pone en<br />
ries go el equilibrio del capítulo, quizá por<br />
el tono evocado al inicio, más dubitativo,<br />
que se regodea en la apostilla final, por<br />
eso se extraña una transición menos abrup -<br />
ta, más suave, manteniendo la constante<br />
irreal, fantasmagórica, de una ciudad que<br />
se hun de y que contagia su incertidumbre.<br />
Los dos últimos capítulos del libro<br />
(“Roma: una postal de San Pedro” y “Eli -<br />
jah Millgram”) forman viñetas, un último<br />
per sonaje que reafirma lo banal del viaje,<br />
la indiferencia ante el lugar de llegada.<br />
Sus palabras y observaciones regresan al<br />
viaje ro a su condición de minoría, de fu -<br />
gitivo en un mundo que avanza sin mirar<br />
atrás, devastando todo.<br />
Finalizado el recorrido por los capítulos,<br />
el lector puede volver a la pregunta<br />
¿estamos ante la decadencia definitiva de<br />
Occidente?, que plantea Gabriel Bernal<br />
Granados en el prefacio del libro, vin cu -<br />
lada por el autor al clásico ensayo de<br />
Oswald Spengler, La decadencia de Oc -<br />
cidente, escrito entre 1918 y 1923. Esta<br />
pregunta encuentra también correspondencia<br />
con El crepúsculo de la cultura<br />
americana (1999) del historiador cultu ral<br />
Morris Ber man, en el cual —como en el<br />
libro de Spen gler— se plantea la analogía<br />
con el derrumbe del imperio romano y los<br />
mecanismos que funcionaron para con -<br />
servar la cultura en espera de un incierto<br />
renacimiento. Para Berman la historia cul -<br />
tural de la humani dad no es cíclica, un<br />
fenómeno de expansión-contracción, es<br />
una espiral que ramifica los escenarios<br />
futuros, los vuelve casi infinitos, como<br />
los pensamientos que suceden en la men -<br />
te del viajero, los caminos a seguir en el<br />
in terminable deambular. Berman aventu -<br />
ra la posibilidad de una “resistencia mo -<br />
nástica”, una especie de guardia que,<br />
espontáneamente, sin liderazgos ni orga -<br />
nizaciones visibles, transmite pautas y có -<br />
digos culturales. En este tenor se mueve<br />
Ber nal Granados que, en su desencanto,<br />
aún se esfuerza en fijar objetos en la mi -<br />
rada, re cuerdos. Como los románticos po -<br />
ne en relie ve lo individual, la locura del<br />
artista frente a la masa homogénea y de -<br />
voradora. Sin embargo la pregunta que<br />
plantea el autor, la “decadencia definitiva<br />
de oc cidente”, a pesar de su influencia,<br />
no es un elemento que cohesione los capí -<br />
tulos de Una finestra che guarda tramontana,<br />
porque pesa demasiado, abrumaría<br />
un texto cuya inten ción es sondear cami -<br />
nos ambiguos, ima ginativos. Si el llamado<br />
pos modernismo relativiza todo, el viajero
us ca el relieve natural en las cosas y por<br />
eso la necesidad de aferrarse a la visión<br />
del arte porque es un momento que permanece,<br />
indeleble, en la memoria. La pre -<br />
gunta que siembra el autor sirve, en todo<br />
caso, para incomodar, para tender un an -<br />
zuelo al lector y que és te se sumerja en<br />
la prosa desencantada y elegante que re -<br />
corre las incidencias de un viaje a Italia.<br />
Retomo una de las ideas que planteé<br />
al inicio de este texto: ¿qué sentido tiene<br />
la mirada del viajero en un mundo uniforme<br />
y estrecho? Aventuro, en el tramo<br />
final de estas notas, una nueva respuesta:<br />
el escep ticismo y la extrañeza que en -<br />
contré en las páginas del libro de Gabriel<br />
Bernal Grana dos: el rescate del asombro<br />
de los antiguos viajeros mediante el len -<br />
guaje, las imágenes que logra el autor al<br />
evocar, por ejemplo, a Venecia como una<br />
ciudad inmaterial, una ciudad semejante<br />
a las imaginadas por Ita lo Calvino, im -<br />
pregnadas de una intensa presencia fe -<br />
menina: “La boca artificial de los palacios<br />
se abre a los oídos del viajero y repite el<br />
abalorio de su historia, que la alejan, la<br />
transforman en una ciudad inma terial; se<br />
abre como el cuerpo de una joven mora<br />
y al cabo de un breve lapso carna valesco,<br />
se endurece para no decir una pa labra más<br />
de su locura intensa.”<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
Energía concentrada<br />
GABRIEL BERNAL GRANADOS<br />
Jorge Juanes, Territorios del arte contemporáneo,<br />
Ítaca/Universidad Autónoma de<br />
Puebla/Universidad Michoacana de San<br />
Nicolás de Hidalgo, México, 2010, 488 p.<br />
+ XVI láminas.<br />
Después de Marx o la crítica de la econo -<br />
mía política como fundamento (1982) y<br />
Hölderlin y la sabiduría poética (2003),<br />
Territorios del arte contemporáneo es el<br />
libro más ambicioso, inclusivo y abarca -<br />
dor de Jorge Juanes. El libro se divide en<br />
dos grandes secciones. La primera toca<br />
las diferentes manifestaciones del arte a<br />
tra vés de la historia, desde el arte cristiano<br />
de los primeros siglos de nuestra<br />
era hasta las representaciones más hete -<br />
rodoxas del fenó meno artístico en nuestros<br />
días (el perfor mance, el cine, la fo togra -<br />
fía, el arte del cuerpo, el arte de la tie rra,<br />
el arte conceptual, el retorno a la fi gu -<br />
ración y la pintura, el arte digital). La<br />
segunda sección propo ne un recorrido pa -<br />
ralelo y enfoca los mismos problemas, pe -<br />
ro desde la perspectiva de las ideas y el<br />
pensamiento que ha teni do como refe -<br />
rente nutricio al mundo del arte. Aquí, y<br />
obedeciendo en todo momen to los intereses<br />
particulares del autor, vamos de Va -<br />
sari a Hegel, Kierkegaard, Nietzsche y<br />
Heidegger, para luego demorarnos en el<br />
comentario a los libros de algunos de los<br />
críticos y pensadores más influyentes en<br />
165
166<br />
el arte del siglo XX, como Benjamin,<br />
Adorno, Hans Sedlmayr, Clement Green -<br />
berg, Arthur Danto y Joseph Kosuth (por<br />
razo nes seguramente de espacio, Juanes<br />
no ha ce ningún comentario a la crítica de<br />
arte de Baudelaire y deja fuera la refe -<br />
rencia a la crítica que se ha producido en<br />
suelo la tinoamericano).<br />
No obstante su espíritu misceláneo y<br />
di dáctico, el libro de Juanes dista de ser<br />
un museo a la manera de La historia del<br />
arte del profesor Gombrich. Territorios<br />
del arte contemporáneo tiene un carácter<br />
eminen temente comprehensivo, que bus -<br />
ca escla recer y fijar el significado de una<br />
serie de hitos que han ido conformando,<br />
eso sí, la historia del arte y la historia de<br />
su pensa miento crítico. De ahí que Jua -<br />
nes no men cione una serie de artistas me -<br />
nores que, a la hora de una valoración<br />
crítica objetiva, no podrían ocupar un mis -<br />
mo lugar al lado de Velázquez, Goya, Mi -<br />
guel Ángel o Leonardo, para referirme<br />
solamente a los pintores.<br />
Pese a que el volumen en su totalidad<br />
es la transcripción, casi sin retoques, de<br />
una serie de programas radiofónicos que<br />
se transmitieron hace unos años por Radio<br />
Educación, el libro de Juanes posee una<br />
impecable coherencia programática que<br />
no da pie a la emergencia del azar en su<br />
exposición de los problemas del arte. Des -<br />
pués de haber leído las casi 500 páginas<br />
del libro, me sorprendió aún más la ca -<br />
pacidad de Juanes para improvisar sobre<br />
una serie de asuntos complejos, y organizarlos<br />
como si la serie obedeciera a las<br />
previsio nes de un guión concebido de an -<br />
temano. Esto sólo quiere decir que el li -<br />
bro funcio na como libro, y admite algunas<br />
considera ciones sobre la calidad de su<br />
contenido y de su prosa. La prosa de Jua -<br />
nes, eviden te no sólo en Territorios del<br />
arte contemporáneo sino en la prosa del<br />
conjunto de sus libros, tiene un carácter<br />
marcadamen te oral. Cuando Juanes es -<br />
cribe —al menos así me lo imagino— se<br />
levanta de su silla, camina, hojea libros,<br />
mira algunos de los pocos cuadros que<br />
cuelgan de las paredes de su casa, vuelve<br />
a sentarse, sigue escribiendo durante lar -<br />
gas rachas muy pareci das a espasmos o<br />
arranques de un vigoroso intelecto, contesta<br />
el teléfono, mira el apa rato de televisión<br />
donde se transmite un partido del<br />
Real Madrid, escribe, lee en voz alta lo<br />
escrito, hace anotaciones en un bloc a<br />
rayas y vuelve a escribir con la energía<br />
concentrada de quien está poseído totalmente<br />
por su tema. Así, lo que pri ma en<br />
el estilo de Juanes es el gesto, o lo que<br />
Juanes, tomando prestada una metáfora<br />
al mundo de la pintura, llama “lo pulsio -<br />
nal”. El cuerpo, el propio cuerpo está al -<br />
tamente involucrado en el proceso. Y<br />
éste es el significado último del infinitivo<br />
improvisar: la escritura, entendida como<br />
el vaso contenedor del pensamiento, se<br />
está haciendo a sí misma en el momento<br />
de ser transmitida de la mano al papel.<br />
Esto le confiere a los escritos de Juanes<br />
un considerable empuje y una vecindad<br />
con sus lectores: el lector no puede dejar<br />
de sentirse interpelado, e incluso “agredido”,<br />
por este hombre que se apasiona<br />
cuan do habla y escribe de arte.
Juanes no deja nada en el tintero. Quie -<br />
re abarcarlo y decirlo todo. Sin embargo,<br />
pese a sus énfasis y a las connotaciones<br />
complejas de los términos filosóficos que<br />
emplea, Territorios del arte contemporáneo<br />
es un libro polémico y abierto a las<br />
polari dades de la discusión. No es digresivo<br />
si no concentrado, hasta el punto de<br />
golpear sobre la mesa del escritorio con<br />
tal de po ner los puntos sobre las íes y de -<br />
cirnos con todas sus letras y acentos que<br />
la crítica de arte no debe confundirse con la<br />
literatura ni con las ensoñaciones de los<br />
poetas que han escrito malamente sobre<br />
arte. La crítica de arte debe partir de la<br />
obra para generar un nuevo pensamiento<br />
y para vol ver a ella, generando con ello<br />
el efecto elu sivo y preciso de un boome -<br />
rang.<br />
El programa, o el guión general al que<br />
obedece la secuencia episódica del libro<br />
de Juanes, tiene una marcada relación de<br />
interdependencia con los libros y los en -<br />
sayos que Juanes ha publicado a lo largo<br />
de la última década. Libros sobre pintura<br />
y crítica del pensamiento a los que<br />
uno tiene que recurrir si busca encontrar<br />
de talles o elaboraciones más prolijas. Si<br />
Juanes hace énfasis en Hölderlin y lo poé -<br />
tico-pen sante es porque antes ha publicado<br />
un li bro sobre el particular; o cuando<br />
ha bla de Goya y la naturaleza “desaseada”<br />
y corporal de su pintura, uno no<br />
puede evitar remitirse a su libro sobre<br />
Goya y la modernidad como catástrofe.<br />
Lo mismo sucede con Leonardo y algu -<br />
nos tópicos del Renacimiento y la pintura<br />
veneciana, en particular el problema<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
del color y la carnación de las figuras en<br />
Giorgione. Con Dalí, con Pollock, con Ar -<br />
taud, con Kan dinsky y con Duchamp, ar -<br />
tistas a los que Juanes ha dedicado sendas<br />
monografías y que cita de cuando en<br />
cuando durante el desarrollo de su discurso<br />
ra dial. Sin embar go, las discusio -<br />
nes que podemos encontrar en este libro<br />
nos re servan sorpresas iné ditas y momen -<br />
tos de gran apasionamiento en relación<br />
sobre todo con la obra de algu nos pinto -<br />
res. Yo rescato los pasajes dedi cados a<br />
Velázquez y san Juan de la Cruz o la conmovedora,<br />
por puntual, secuencia en la<br />
que Juanes refiere el modo en que está<br />
pintado un autorretrato de Rembrandt.<br />
La seriedad y los valores escuetos de su<br />
comentario a Las señoritas de Avignon<br />
me parecen un reflejo fidedigno del ran -<br />
go que Juanes le otorga a la crítica de<br />
arte: por encima de la interpretación, se<br />
encuen tra el hecho irrefutable de la obra.<br />
El crítico debe palpar y observar antes<br />
que tratar de in terpretar adecuadamente.<br />
Esto supo ne un alto grado de intimidad<br />
con el arte. Y el crítico, si de veras quie -<br />
re serlo, de be ser partícipe activo de la<br />
obra. Pese a su tí tulo, Territorios del<br />
ar te contemporáneo, algo me dice que<br />
Jua nes se siente mucho más a gusto en<br />
compañía de los pinto res de antaño que<br />
con los artistas de lo es trictamente nuevo<br />
y contemporáneo. Las mejores páginas<br />
del libro no en balde es tán consagradas<br />
a la plástica: mencio né a Picasso y a Ve -<br />
lázquez. Y vale decir que la bibliografía<br />
de Juanes aún no ha contemplado un es -<br />
tudio sobre este último y los vasos comu-<br />
167
168<br />
nicantes que se extienden de su obra a la<br />
de san Juan de la Cruz.<br />
Territorios del arte contemporáneo es<br />
un ajuste de cuentas con la noción de que<br />
el arte es un asunto connatural a la exis -<br />
ten cia del hombre y a las circunvoluciones<br />
de su pensamiento. En reiteradas ocasio -<br />
nes a lo largo de su libro, Juanes nos re -<br />
cuerda que no hay arte sin pensamiento<br />
ni arte que excluya al cuerpo, aquello<br />
que Nietzsche llamaba la dimensión trági -<br />
ca del arte griego, esto es, la fusión de lo<br />
dioni siaco en lo apolíneo y la no cancela -<br />
ción de la forma sino lo opuesto: su emer -<br />
gencia y esplendor y su convivencia con<br />
lo atmos férico intangible de la idea. “El<br />
arte debe ser pensado siempre desde<br />
el arte y (...) el arte es en sí un incentivo<br />
para el pensa miento radical, libre, ajeno<br />
a los maniqueís mos de las posiciones de<br />
Verdad y de la política de los políticos”,<br />
dice Juanes en el Prólogo a su libro.<br />
Al poner en perspectiva histórica a las<br />
artes tradicionales o heredadas, la pintura<br />
de caballete y la escultura de pedestal,<br />
y refiriendo el momento en que las artes<br />
se despojan de los soportes tradicionales<br />
y se abren a nuevas posibilidades de ex -<br />
pre sión, Juanes está definiendo su posición<br />
sobre el arte. Siguiendo a Nietzsche<br />
y a los poetas románticos alemanes, Jua -<br />
nes lo entiende como el lugar donde el<br />
hombre se juega su propio destino. Pero<br />
también como la encarnación de una esen -<br />
cia intelectual e intangible. Si no hay pen -<br />
sa miento, no hay arte; y viceversa. El<br />
momento actual, que supone la inoperatividad<br />
de los esquemas tradicionales de<br />
perfilar y reconfigurar el arte, se abre<br />
más que nun ca a los horizontes de lo sub -<br />
jetivo. Ahora más que nunca el crítico o<br />
el pensador sobre el fenómeno artístico<br />
se ha convertido en un colaborador indispensable<br />
del artista. Y el libro de Juanes<br />
es un testimo nio fehaciente de ello.<br />
Un sol oscuro<br />
EDUARDO MOGA<br />
Andrés Sánchez Robayna, La sombra<br />
y la apariencia, Tusquets, Barcelona,<br />
2010, 234 p.<br />
Aunque en la solapa del volumen se nos<br />
dice que Andrés Sánchez Robayna (Las<br />
Palmas, 1952) nos ofrece “su nuevo y<br />
esperado libro”, de La sombra y la apa -<br />
riencia ya conocíamos algunas partes, que<br />
habían ido apareciendo en los últimos<br />
años en catálogos laterales, de menor di -<br />
fusión. Son cuatro de las siete secciones<br />
del poemario: “Correspondencias” y “So -<br />
bre una confidencia del mar griego”, pu -<br />
blicadas en la colección “Signos”, de
Huerga & Fie rro, en 2005, con ilustraciones<br />
de Antoni Tàpies; “En el centro<br />
de un círculo de is las”, en la Fundación<br />
César Manrique, en 2007, con dibujos de<br />
José Manuel Broto; y “Reflejos en el día<br />
de Año Nuevo”, por el Museo Internacio -<br />
nal de Arte Contempo ráneo, de Lanzaro -<br />
te, en 2008, con ilustra ciones de José<br />
María Sicilia y traducción al inglés de<br />
Stephanie Frances Flood. La sombra y la<br />
apariencia permite una visión panorámica<br />
de muchos de los temas recu rrentes y<br />
giros estilísticos del autor canario. En pri -<br />
mer lugar, se advierte su inclinación so -<br />
lar, común a tantos poetas isleños: el mar,<br />
las playas, los roques, bañados por una<br />
luz inacabable, pueblan sus poemas co -<br />
mo sím bolos del mundo contemplado. El<br />
cosmos insular se prolonga en las composiciones<br />
de “El lugar del zunzún”, que<br />
recrean una estancia en Cuba, con sus<br />
desafueros tro picales y sus personajes ad -<br />
mirados, como José Martí, Lezama Lima<br />
o María Zambra no. Otro viajes, por Gre -<br />
cia y las islas del Egeo, añaden paisajes<br />
mediterráneos a esta exaltación de lo pe -<br />
lágico. Sánchez Robay na se demora en -<br />
tonces en las hebras del tapiz helénico,<br />
que lo son de un mundo material, aro -<br />
mático y henchido de color, pero también<br />
de una cultura ideal, de un espacio<br />
mítico: la cal, las higueras, las ci garras,<br />
los pinos, las olas, los olivos, entrevera -<br />
dos de topónimos griegos y figuras de la<br />
cultura clásica —la Naxos de Ariadna y la<br />
Sunion cantada por Carles Riba; Ar quí -<br />
loco, padre putativo de la poesía satírica,<br />
y Parménides, que creía en la inmuta bi -<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
lidad del ser—, configuran el decorado<br />
de escenas perfiladas con minuciosidad y<br />
también con ensimismamiento. Porque los<br />
paisajes descritos son la forma en que la<br />
realidad se manifiesta, con su esplendor<br />
ático, pero asimismo el extremo inalcan -<br />
za ble de la conciencia, el último jalón del<br />
yo: “Una sed no saciada, una sed en verdad<br />
inagotable es tu nombre, conciencia”,<br />
es cribe Sánchez Robayna. El poeta<br />
mira, pues, hacia dentro, “en los nombres<br />
inter nos o secretos”: la visión del mundo<br />
excita la contemplación del sujeto viden -<br />
te. La som bra y la apariencia afirma el<br />
ansia del cen tro, la armonía de lo disperso<br />
o enemigo, la procura de la unidad.<br />
Los sentidos del poeta barren la realidad<br />
para reunir sus añicos, sus heteróclitas<br />
epifanías, en la mú sica absoluta de las sí -<br />
labas y la deslumbra da realidad del poe -<br />
ma. Sánchez Robayna pretende la fusión,<br />
la reconciliación, el Uno —así lo escribe,<br />
en mayúsculas—, e, im buido de la sacra -<br />
lidad de ese propósito trascendente, sos -<br />
tiene que “todo es templo”. Su afán se<br />
concreta en un escrutinio lacerante de las<br />
cosas, que se convierte en una aprehensión<br />
estremecida de las cosas: un hervor<br />
frío que refrena la huida de lo existente. La<br />
sombra y la apariencia —dos sustanti vos<br />
que no per miten dudar de la naturale -<br />
za inmaterial, acaso falaz, de lo percibi -<br />
do— es un cúmulo de fogonazos de tiempo,<br />
de explosiones sensoriales, apenas captu -<br />
rados, que nos inundan fugaz y violentamente.<br />
E igual que Eliot sostenía que el<br />
presente y el pasado quizás estuvieran<br />
contenidos en el futuro, y éste en el pasa-<br />
169
170<br />
do, Sánchez Robayna habla de to dos los<br />
instantes en este instante, de todos los<br />
tiempos en este tiempo: “No un punto in -<br />
móvil / en el tiempo indiviso / sino el<br />
punto candente del instante que gira, /<br />
su ma tal vez de instan tes en lo múltiple, /<br />
en una convergencia de tiempo y dura -<br />
ción…” La consideración del tiempo apre -<br />
sado en su transcurso conduce al poeta a<br />
la considera ción de naturaleza perecede -<br />
ra de las cosas y a la evidencia de su<br />
desaparición: dos veces repite el omnia<br />
mors poscit senequia no en una de las com -<br />
posiciones. La sombra y la apariencia con -<br />
tiene varias elegías: a Rachel Corrie, la<br />
pacifista estaduniden se aplastada en Gaza<br />
por una excavadora israelí; al músico po -<br />
laco Henryk Górecki; al poeta brasileño<br />
Haroldo de Campos; a los muertos en el<br />
atentado del 11-M en Ma drid. Y también<br />
abundantes homenajes funerarios, como<br />
los que rinde el autor con sus visitas a las<br />
tumbas de Juan Ramón Jiménez (“El<br />
niñodiós anduvo / por estas calles blancas:<br />
/ piedra y cielo nacían / dentro de la<br />
mañana”), Keats, Mallarmé y Borges. Una<br />
cons telación de símbolos insiste en la fu -<br />
gacidad constitutiva del ser: las hojas se -<br />
cas, metáfora de la caída y la muerte,<br />
pero también del renacimiento in cesante<br />
de la vida; el vilano, ese apéndi ce filamentoso<br />
de algunas plantas, y su ingrávida<br />
insignificancia; la sombra que pasa:<br />
“Quién es la sombra que ahora pa sa”, se<br />
pregunta el poeta en “Una sombra”; y en<br />
“Ierí Limni” afirma: “Pasas, sombra bal -<br />
día, / sobre la coagulada luz del mundo”.<br />
La nada es el epifonema de esta serena<br />
re flexión sobre la oscuridad, realizada<br />
con la misma claridad apolínea que ilumina<br />
los poemas celebratorios de La som -<br />
bra y la apariencia. El análisis del envés<br />
tenebroso de lo observado concluye en la<br />
inexistencia, aunque impregnada de un<br />
sentido seminal, de un sustrato corpóreo<br />
o locativo, como la anulación de los místicos:<br />
es una nada que auspicia el verda -<br />
dero saber, una nada de seante o sedienta,<br />
una lumbre suave, una niebla espesa, co -<br />
mo dice el poeta en varios lugares; es la<br />
sublimación de lo visible. Este antiguo<br />
binomio de la sustancia y la apariencia,<br />
de lo aje no y lo entrañado, de la vida y la<br />
muerte, encuentra en el libro de Sánchez<br />
Robayna otro par en el que mani festarse:<br />
la luz y la negrura, que se hacen, a me -<br />
nudo, una. La primera es omnipresen te:<br />
no hay conciencia sin ella, y sin concien -<br />
cia no hay mundo. La luz adopta todas<br />
las formas de la carne: se hace piedra,<br />
agua, superficie. Pero se asocia, con pre -<br />
ferencia, a lo alto: el cielo, las nubes, el<br />
aire, el amanecer y el ocaso. Su voluntad<br />
es ascen dente; su propósito, espiritualiza -<br />
dor. La negrura, por su parte, refleja su<br />
polo opues to —la pérdida, el silencio:<br />
la extinción—, pero también su origen: la<br />
grieta de don de brota, la nega ción necesaria<br />
para que algo se afirme. Y ambas,<br />
en efecto, se en trelazan, para cons tituir<br />
la luz negra que ya cantaba la Biblia —“os -<br />
curidad como luz”, dice el salmista;<br />
“oscuridad, tu luz”, escribe Sánchez Ro -<br />
bay na—, el oxímoron visitado por Pínda -<br />
ro y Álvarez Ortega, por Góngora y Kozer,<br />
por Nerval y Valente, que significa la to -
talidad perseguida pero inac cesible, la<br />
reconciliación con un mundo her moso y<br />
feroz, la pacificación del yo.<br />
Luigi Amara:<br />
cazador de infamias<br />
FERNANDO DE LEÓN<br />
Luigi Amara, Los disidentes del universo,<br />
Gobierno del Estado de México,<br />
México, 2011, 160 p.<br />
Los disidentes del universo, de Luigi<br />
Amara, es un libro de ensayos cuyos te -<br />
mas son apasionantes, aunque en su conjunto<br />
pro pongan una visión excéntrica de<br />
la pasión. El título y su epílogo lo plantean<br />
claramen te: los personajes que protago -<br />
nizan estos perfiles son, por sus historias,<br />
características y manías, seres infames en<br />
el sentido doble que adopta el término,<br />
de descrédito y de injusto anonimato al<br />
que conduce, en tre otras causas, el propio<br />
descrédito. Per sonajes que están no -<br />
toriamente fuera de lo que, en general,<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
llamaríamos nuestro uni verso, nuestra co -<br />
tidianidad, nuestro sentido común. Sin<br />
embargo, esta marginalidad en la que ha -<br />
bitan, lejos de incitar la misericor dia de<br />
los que aún estamos dentro de nues tra<br />
fantasmal normalidad, los vuelve al ins -<br />
tante seres perturbadoramente admirables,<br />
porque han vivido de una forma singular<br />
e irrepetible. Los personajes que han<br />
atrapado la atención de Luigi Amara son<br />
John Connish y su adicción por hacer<br />
cola, o fila, como mejor se entienda; Jo -<br />
han nes Richter, prácticamente un inqui -<br />
sidor que investiga la autenticidad y censura<br />
sin piedad las últimas palabras antes<br />
de morir de las celebridades; Thomas<br />
Lloyd, excén trico comedor de papel; Ju -<br />
lia Pastrana, una mujer cubierta total -<br />
men te de cabello, exhibida en circos por<br />
su propio esposo; ajedrecistas que se ensi -<br />
misman durante horas para hacer una<br />
movida en una partida de ajedrez, Roy<br />
Robert Smith, hombre que ha permane -<br />
cido prácticamente inerte toda su vida;<br />
Isidoro García Saldaña, taxidermista de<br />
animales fantásticos. Cada ensa yo cum -<br />
ple con creces las expectativas que desde<br />
el planteamiento del tema general, cada<br />
ensayo conlleva una reflexión profun da y<br />
es ejecutado con una dosis de humor ne -<br />
gro porque en ellos abundan las anécdotas<br />
que sorpren den y divierten.<br />
En este punto, yo quisiera aconsejar al<br />
futuro lector de este libro: desconfiar de<br />
la veracidad de los datos presentados por<br />
el ensayista es algo extremadamente agotador<br />
e innecesario, crean en él, pacten<br />
con él y comprobarán que lo que plantea<br />
171
172<br />
son proble mas genuinos, y que si en al -<br />
guno que otro punto no lo han sido para<br />
la historia, ahora lo son para la mente del<br />
lector que los registra.<br />
Todo ensayo tiene, de una manera inicial,<br />
un espíritu de monólogo, de soliloquio,<br />
porque algo nos quiere contar o<br />
plantear el autor sobre sí mismo, pero<br />
leer a Luigi Amara, más que escucharlo,<br />
es conversar con él, incluso dialogar con<br />
su tema. Tie ne no sólo la habilidad de po -<br />
ner a pensar al lector sino de despertar<br />
su voz para lle varlo al amistoso mundo de<br />
la discusión. Tiene, además, atributos que<br />
lo dotan in creíblemente para el ensayo:<br />
por una parte, su formación como filósofo<br />
le exige claridad de ideas y su calidad<br />
de poeta lo lle va a buscar en todo mo -<br />
mento la palabra exacta y la frase que dis -<br />
pare la imagina ción del lector. Por si eso<br />
fuera poco, es tamos ante un autor que<br />
valora y ejerce el poder de la ficción.<br />
La idea de que Amara es un ensayista<br />
que ha pensado mucho en el fondo y la<br />
for ma de este libro es patente desde el<br />
orden propuesto para los ensayos: así, un<br />
lector afecto a la continuidad, como yo<br />
(los hay respetablemente dispersos), que<br />
se adentra en cada perfil, descubrirá que<br />
el excén trico ensayo sobre hacer cola es<br />
su punto de partida y el taxidermista,<br />
amante de lo inamovible, del ensayo fi -<br />
nal, es su punto de llegada. Es decir, que<br />
incluso de forma estructural, Amara en -<br />
saya un proceso que va de la lentitud a<br />
la inmovilidad absoluta, de la aparente su -<br />
perficialidad de hacer cola, aspirando<br />
al lento avance por turno, a los ensayos<br />
finales que son la metafísica de un Kas -<br />
par Hauser voluntario y a una exaltación<br />
de la filosofía del Bartleby de Melville:<br />
“preferiría no hacerlo” y al ensa yo sobre<br />
la taxidermia fantástica que es de entrada<br />
la inmovilidad biológica absoluta. La<br />
movilidad e inmovilidad son una sola obse -<br />
sión, sugerida en el Amara poeta de El<br />
cazador de grietas y declarada nota ble -<br />
mente ya en el Amara ensayista de El<br />
peatón inmóvil.<br />
El camino de la lentitud a la inmovilidad<br />
es sinuoso y a veces laberíntico en<br />
los textos de Amara. Por ejemplo, en el<br />
ensayo sobre los ajedrecistas absortos<br />
que encon tramos a medio libro, el autor<br />
se pregunta qué pensarán los brillantes<br />
ajedrecistas en tre demoradas movidas, si<br />
será un mara villoso despliegue de racio -<br />
cinio casi delirante. Al siguiente párrafo,<br />
Amara plantea otra duda igualmente inte -<br />
resante que desca lifica a la primera, la<br />
cual yo la enunciaría así: quizás esa de -<br />
mora sea sólo la estrategia de una mente<br />
amañada pero no brillante. Acto seguido,<br />
Amara propone una tercer vertiente que<br />
conduce a una suerte de mis ticismo del<br />
ajedrez. El ensayista, en tres párrafos,<br />
nos presenta tres caminos, nos convence<br />
en cada ocasión de que cada cami no nos<br />
lleva a una respuesta satisfactoria. Quizá<br />
los planteamientos de Amara tengan la<br />
cualidad de la retórica pero, por la sinceridad<br />
de su búsqueda, sospechamos<br />
que toda pregunta retórica tiene la espe -<br />
ranza de dejar de serlo, de tener una res -<br />
puesta no evidente. De golpe comprende -<br />
mos que la respuesta es sí. Sí a todo: la
abstracción de los ajedrecistas a veces es<br />
un delirio ma ravilloso, a veces también<br />
es una trampa psicológica y, a veces, las<br />
menos pero su cede, es un arrobo místico:<br />
como lector de este ensayo me descubro<br />
absorto ante el texto como ante un<br />
tablero de ajedrez. El camino de la lentitud<br />
a la inmovilidad es el camino de la<br />
abstracción.<br />
Los ensayos contenidos en Los disi -<br />
den tes del universo son puertas a perso -<br />
najes y situaciones extraordinarias que se<br />
conectan de manera secreta pero directa<br />
con el resto del universo: son el margen<br />
que recuerda haber sido centro, porque<br />
algo hay en noso tros de raro y de alucinante,<br />
algo que sub terráneamente lucha<br />
por aflorar en cada uno de nosotros co -<br />
mo fuego fatuo, y que siem pre hemos so -<br />
metido y ocultado, algo que nos lleva a<br />
leer con avidez este libro y a sol tar, de<br />
vez en cuando, una risita nerviosa de asom -<br />
brosa complicidad.<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
Ciudad irreal<br />
DAVID OLGUÍN<br />
Geney Beltrán Félix, Habla de lo que<br />
sabes, Jus, México, 2009, 160 p.<br />
Geney Beltrán Félix es un escritor acu -<br />
cio so; pero más allá de saber que meditó<br />
lar gamente las páginas de Habla de lo<br />
que sabes, me interesa poner énfasis so -<br />
bre el hecho de estar ante su primer libro<br />
de na rrativa. Para ciertos escritores, el<br />
“primer libro” es una especie de mapa de<br />
ruta que presagia el porvenir. Al final<br />
de los diez cuentos reunidos, Beltrán Fé -<br />
lix incluye una cita de Alejandra Pizarnik<br />
a manera de epí logo: “Pero no hables de<br />
los jardines, no hables de la luna, no ha -<br />
bles de la rosa, no hables del mar. Ha -<br />
bla. Habla de lo que sabes. Habla de lo<br />
que vibra en tu médula y hace luces y<br />
sombras en tu mirada, ha bla del dolor in -<br />
cesante de tus huesos, habla del vértigo,<br />
habla de tu respiración, de tu desolación,<br />
de tu traición. Es tan oscuro, tan en silen -<br />
cio el proceso a que me obligo. Oh habla<br />
del silencio.”<br />
Este epílogo se convierte, así, en un<br />
prólogo de la aspiración literaria de Bel -<br />
trán Félix y el porqué de su escritura de<br />
ficción, una especie de acta poética. En es -<br />
te sentido, los protagonistas de esta co -<br />
lección de cuentos no son las complejas<br />
relaciones en tre ficción y realidad, ni las<br />
refinadas acro bacias de la inteligencia o<br />
del ingenio. Beltrán Félix habla de lo que<br />
173
174<br />
sabe y bus ca escribir, al decir de Nietz -<br />
sche, “con sangre porque la sangre es<br />
espíritu”. Sin duda es un escritor con un<br />
depurado oficio, pero ante todo aspira a<br />
saber de la gente; desentrañar el interior<br />
de las personas de termina su acerca mien -<br />
to a la ficción. No en vano nuestro autor<br />
entiende de teatro y le apasiona Dos -<br />
toievski, y conoce también los tristes pai -<br />
sa jes de las almas en la estepa rusa, saberes<br />
que no sólo están presen tes en la habilidad<br />
con la que dialogan los personajes<br />
de Habla de lo que sabes.<br />
En el único poema que escribiera mi<br />
maestro Ludwik Margules, un poeta de la<br />
escena y buen lector de poesía, pero a<br />
quien la escritura de una carta podía pro -<br />
vocarle varios insomnios, el doctor Chejov<br />
hace acto de presencia de manera extraordinaria:<br />
La fugacidad del tiempo y un mapa de<br />
África sustituyen la<br />
facultad del lenguaje<br />
La conversión del escenario en la platina<br />
de un microscopio<br />
Permite la observación dilatada de la<br />
agonía del hombre<br />
El doctor es un estudioso<br />
Vigila meticulosamente la antropología<br />
del sufrimiento.<br />
Beltrán Félix, contador de historias,<br />
busca pulsar la fibra humana en la gran -<br />
deza de su razón y su sinrazón. Padece<br />
con sus personajes, habita delirios, es -<br />
carba en la dignidad de su miseria y en<br />
sus sueños, construye paisajes mentales<br />
—fragmenta rias explicaciones de cómo<br />
esas criaturas tratan de articular su idea<br />
muy personal que se hacen de las cosas.<br />
La conciencia de la irracionalidad del<br />
dolor, su “por nada” casi irrisorio, hacen<br />
de Chejov y de Kafka, a pesar de estilos<br />
tan diferentes, escrituras hermanas. El ab -<br />
sur do es el trasfondo de una visión del<br />
mundo que puede hacer de la estepa ru -<br />
sa, de un ghetto judío o de una urbe in -<br />
finita como la nuestra —ciudad irreal, diría<br />
Eliot— un paisaje interior. Como los docto -<br />
res de Che jov que miran la irracionalidad<br />
del sufri miento, como los intros pectivos<br />
y delirantes sonámbulos dostoievskianos,<br />
Beltrán Fé lix quiere hablar de lo que sa -<br />
be en una ciudad del alma, real e ilusoria,<br />
una ciudad que habla, respira, suspira,<br />
exhala. No es un telón de fondo; vive y<br />
muere en las permanentes crisis interio -<br />
res, apocalipsis de conciencia y en los con -<br />
flictos de jóvenes, escritores fracasados,<br />
un cajero, burócra tas, estudiantes, ancia -<br />
nos y madres de fami lia que pueblan esta<br />
colección de cuentos.<br />
La ciudad de esta gente adolorida es<br />
lo que no es, una fuga: en el cuento que<br />
lle va por título “Keppel Croft”, ese nombre,<br />
“un paraje bellísimo en Ontario, fren -<br />
te a Georgian Bay”, le parece a un hombre<br />
amaridado, que fantasea con una<br />
adolescente en pleno cuarto conyugal, la<br />
invitación a huir de todo (su familia y<br />
empleo, la ciudad y los días grises), desaparecer.<br />
Pero él solo invoca los fantasmas<br />
mirando a través de la ventana a una<br />
ciudad donde nunca neva: “supo que na -<br />
da había entendido, él, ella, el significa-
do de Keppel Croft, ese nom bre viejo que<br />
lo seguía esperando por den tro en la for -<br />
ma de un terremoto milenario”.<br />
En otro cuento, un oficinista mata y<br />
con vierte a la ciudad en un río que devora<br />
y cuyo caudal ojalá pudiera ocultar el<br />
crimen: “Toda la noche y toda la mañana<br />
ha llovi do, no tarda el río en rebelarse a<br />
los di ques y se llevará mi casa y el cadá -<br />
ver de Porfirio, y yo también habré de ser<br />
muy pronto carne sin conciencia.” Ciu -<br />
dad ra biosa y violenta, ciudad donde, en<br />
el cuen to “Anoche soñé que volaba”, un<br />
cajero de Superama, tras matar a un clien -<br />
te, huye y tras correr y correr respira tran -<br />
quilo por un instante: “Y mientras cada<br />
cosa se hace más nimia y él se siente li -<br />
gerísimo, ve con alegría el sol ponerse<br />
como un candado ígneo sobre la Ciudad,<br />
todo tiene contornos, to do es real y vive<br />
y vibra y brilla y su cuerpo se va disipan -<br />
do y se vuelve polvo, bruma, nada, sólo<br />
aire anochecido sobre la ciudad, esta be -<br />
lla y agria Ciudad sin remedio.”<br />
En 1856, Melville publicó Bartleby. Ese<br />
Wall Street de hace 155 años es vis to co -<br />
mo un mausoleo, rascacielos de entonces,<br />
oficinas con ventanas que dan hacia muros<br />
ciegos, hombres que cruzan en domingo<br />
—vestidos de riguroso negro burocrático—,<br />
plazas solitarias que, en días de ofi -<br />
cina, ates tadas de gente, transpiran la<br />
misma soledad.<br />
Geney nos lleva de la realidad, del<br />
pai saje externo, a la construcción del pai -<br />
saje mental, castillos de aire que se fincan<br />
en la carne de la gente. El asombro<br />
o lo extra ño, en sus cuentos, no da pie a<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
lo fantástico. Tampoco su temple perte -<br />
nece a la limpia geometría que mira el<br />
absurdo de nuestros comportamientos iló -<br />
gicos con agu deza racionalista. Borges di -<br />
ce a propósito de Bartleby: “Es como si<br />
Melville hubiera escrito: ¡Basta que sea<br />
irracional un solo hombre para que otros<br />
lo sean y para que lo sea el universo!”<br />
Pero la palabra universo es tan absoluta<br />
que olvida lo minúsculo, la tortura<br />
interior que nace de emprendimientos co -<br />
ti dianos, la mazmorra del alma, la angustia<br />
de Apolli naire que, en la madrugada<br />
etílica de Zona, dice: “Oh torre Eiffel, el<br />
rebaño de tus puen tes bala”, o de la ciudad<br />
irreal en La tie rra baldía con sus ca -<br />
tástro fes del espíritu.<br />
La Ciudad de Geney Beltrán es el pai -<br />
saje interior después del terremoto coti -<br />
diano, un paisaje de ángeles caídos. Un<br />
hombre parece recorrerla —¿acaso muer -<br />
to o muriendo?— y queda atrapado en un<br />
puente peatonal que se convierte en su<br />
jau la inescapable. En “Sara antes del fue -<br />
go”, una mujer, maltrato sobre maltrato,<br />
da un par de pasos, cruza el umbral de<br />
su gara ge y accede a una posible libe ra -<br />
ción interior al avanzar hacia lo descono -<br />
cido. En “Hondonada”, un pesado escritor<br />
joven —para nada un peso pesado sino<br />
un me diocre escriba gordo, de más de cien<br />
kilos a la sombra—, literalmente se pier -<br />
de y una caminata verifica el drama hu -<br />
mano del extravío y la muerte.<br />
Borges llama a este género de historias<br />
“el de las fantasías de la conducta y<br />
el sen timiento”, pero si el delirio hace del<br />
paisa je mental una cárcel piranesiana, ya<br />
175
176<br />
estamos en otra cosa, algo cercano a la<br />
pesadilla. Habla de lo que sabes encie rra<br />
el vértigo de lo extraño, pero tiene la sa -<br />
biduría de los que despiertan del mal sue -<br />
ño para contar. “Es tan oscuro, tan en<br />
silencio el proceso a que me obligo”, di -<br />
ce Pizarnik. “Oh habla del silencio”. Bel -<br />
trán Félix no sólo escribió un buen libro<br />
de cuentos, sino un libro que es un alega -<br />
to sobre algunos porqués de la escritura.<br />
<strong>Crítica</strong> de la poesía crítica<br />
FELIPE VÁZQUEZ<br />
Ignacio Ruiz-Pérez, Nostalgia de la unidad<br />
natural: la poesía de José Carlos Becerra,<br />
Instituto Mexiquense de Cultura,<br />
Toluca, 2009, 162 p.<br />
I<br />
Una de las manías de la “crítica literaria”<br />
mexicana consiste en hablar del autor y<br />
desplazar la obra a una zona de sombra.<br />
El objeto de la crítica, la obra, queda al<br />
margen, nimbada por la aureola de lo<br />
into cable; y el autor adquiere un papel<br />
pro ta gónico tan cuestionable como es ca -<br />
broso. El peor vicio, sin embargo, aparece<br />
cuando el “crítico”, al hablar de cual -<br />
quier obra, habla sólo de sí mismo; y esta<br />
suerte de autobiografía parasitaria sólo<br />
muestra un desprecio tácito por la literatu -<br />
ra. Y para desaliento de la aldea literaria<br />
mexica na, quizás hay demasiados escri -<br />
tores que ejer cen el ninguneo militante<br />
de la lite ratura.<br />
Refiero esta situación a propósito del<br />
libro Nostalgia de la unidad natural: la<br />
poe sía de José Carlos Becerra, de Igna -<br />
cio Ruiz-Pérez, quien se propuso analizar,<br />
de manera rigurosa e imaginativa, la obra<br />
poética del autor tabasqueño más allá del<br />
abundante anecdotario sobre su vida, sus<br />
andanzas, sus amistades y su trágica muer -<br />
te. A dife rencia de los expertos en esca -<br />
motear la obra al mismo tiempo que la<br />
“critican”, Ruiz-Pérez ejerce la crítica a<br />
ras de poema. Y aunque hay poemas de<br />
Becerra que requie ren un contexto biográ -<br />
fico para compren derlos con amplitud, el<br />
crítico nunca pierde de vista que su objeto<br />
de análisis es la poe sía. Por otra parte,<br />
no se trata del árido estudio de un aca dé -<br />
mico —aunque el autor lo es— sino de una<br />
lectura inteligente y eru dita que un poeta<br />
realiza sobre los poemas de otro poeta. Pa -<br />
ra ello, Ruiz-Pérez reto ma el discurso so -<br />
bre la poesía moderna de Octavio Paz y<br />
lo aplica al análisis e interpretación de El<br />
otoño recorre las islas, tí tulo que reúne<br />
los libros de poesía de Be cerra, compilado<br />
por Gabriel Zaid y José Emilio Pa -
checo y publicado por la editorial ERA<br />
en 1973.<br />
Antes de comentar grosso modo la es -<br />
tructura de Nostalgia de la unidad natural,<br />
quiero hacer un breve comentario<br />
sobre la poesía de Becerra para que el<br />
lector com prenda la dispositio crítica de<br />
Ruiz-Pérez.<br />
II<br />
La poesía de José Carlos Becerra (1936-<br />
1970) traza un arco que va del lenguaje<br />
adánico, casi inocente en su capacidad<br />
ge nésica y celebratoria, hasta el lengua -<br />
je crítico de sí mismo: re-flexivo, desarticulado<br />
y fragmentario en su intento por<br />
cuestionar sus propios mecanismos de<br />
enunciación. En el sistema de Octavio<br />
Paz, diremos que Becerra inicia su tra -<br />
yectoria poética arma do de la teoría de<br />
las correspondencias uni versales (ana -<br />
lo gía), pasa por un periodo crítico (de<br />
crisis, véase el sentido etimo lógico) y culmina<br />
en la ironía: la conciencia cons cien -<br />
te de sí y de su propia muerte, consciente<br />
de su escisión respecto del mun do, cons -<br />
cien te de su condición desasida. (En el<br />
pró logo de El otoño recorre las islas, Paz<br />
se refiere a la fractura de la visión ana -<br />
lógi ca como “encuentro con la realidad”,<br />
la que produjo “los mejores poemas de<br />
Be cerra”).<br />
En la cima de este arco verbal se des -<br />
pliega el versículo como un oleaje (di -<br />
go oleaje por la recurrencia de la anáfora<br />
en muchos poemas), las líneas versuales<br />
se extienden sobre la página y se van en -<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
gar zando en una suerte de danza eróti -<br />
ca y, como Shiva, en esa danza crea y<br />
destruye, aunque la fuerza resultante es<br />
la euforia creadora del lenguaje. En este<br />
punto, la imagen —la imagen demiúrgica—<br />
adquiere una presencia absoluta. La<br />
concepción del tiempo es circular y el<br />
uni verso es el espacio de la semejanza<br />
(de la unidad). En su devenir, el universo<br />
se di ce y, al decirse, se crea semejante<br />
a sí mis mo. El poema es aquí una de las<br />
formas que el universo tiene de decirse,<br />
de nombrarse; y más aún: el universo es<br />
cons ciente de sí en el poema.<br />
Al final del arco, el verso se acorta,<br />
se vuelve contra sí, y roza el filo del si -<br />
lencio: el lenguaje toca los límites de su<br />
relación con la realidad y consigo mismo,<br />
y ya no es el hacedor de imágenes sino<br />
el instrumento que disecciona las imáge -<br />
nes. La conciencia de la muerte lo vuel ve<br />
iró nico y metapoético: “La ironía —co -<br />
menta Ruiz-Pérez— es la conciencia de<br />
la ruptura en tre el sujeto y su entorno: el<br />
fracaso de su poder trascendental, pero<br />
también la con ciencia de ser un ente<br />
caí do, contingente y, en suma, expulsa -<br />
do del orden universal. A diferencia de<br />
la ana logía, la ironía señala que la có pula<br />
entre la palabra y el objeto que ésta de -<br />
signa es una convención: es la concien -<br />
cia de la al teridad y no de la unidad que<br />
aparece con la Edad Moder na y el afán<br />
por el progreso.”<br />
También podemos pensar la trayectoria<br />
lírica de Becerra desde el punto de<br />
vis ta deconstructivo. En efecto, el versículo<br />
se despliega de manera elocuente,<br />
177
178<br />
suntuosa y casi vegetal; las palabras es -<br />
ta blecen una relación erótica que im -<br />
pulsa el desborda miento rizomático del<br />
poema; y de mane ra sucesiva, cada poe -<br />
ma rompe sus propios límites poseído por<br />
el horror vacui que él mismo concibe en<br />
sus mecanismos de pro liferación. Esta ca -<br />
racterística, que comparte con otros poe -<br />
tas de tendencia neobarroca, tiene una<br />
sin gu laridad: visto en su conjunto, el len -<br />
guaje lírico de José Carlos Becerra des plie -<br />
ga una estrategia de desterritoriali zación<br />
que culmina en la desarticulación del len -<br />
guaje adánico frente a una realidad ex -<br />
traña y fugitiva, en el giro del len guaje<br />
sobre sí mismo, en una fragmentarie -<br />
dad radical donde el significado queda<br />
en en tre dicho, y donde el poema pier -<br />
de te rre no, se vuel ve carencia de sí. El<br />
len guaje va de desmarcaje en desmar -<br />
caje: se de sarti cula de sí mismo, de su<br />
tradición, de la realidad, etc. Al final, el<br />
poema se acerca a los márgenes del si -<br />
lencio y ten derá a confundirse con la pá -<br />
gina en blanco.<br />
III<br />
Acorde con la concepción romántica,<br />
Ruiz-Perez argumenta que Nostalgia de<br />
la uni dad natural es un título que engloba<br />
la aventura poética de José Carlos Be ce -<br />
rra, pues considera la palabra nostalgia<br />
en su sentido etimológico: “Los antiguos<br />
llamaban nostalgia (del griego nóstos, re -<br />
greso, y álgos, dolor) a aquella enfer me -<br />
dad que consistía en el impulso (en su<br />
sentido más puro: pulsión erótica) dolo -<br />
roso e irrea li zable por el retorno al país<br />
de origen. En la poesía de Becerra la<br />
nostalgia es produc to del deseo por recuperar<br />
aque llo (infan cia, paisaje, amor) que<br />
de ma nera natural perteneció al sujeto;<br />
una pertenencia que nunca recuperará<br />
y que en cambio habrá de revelarle su<br />
condición escindida, pasa jera y te rres -<br />
tre.”<br />
Luego de este planteamiento, Ruiz-Pé -<br />
rez organiza su estudio en dos capítulos.<br />
En el primero, titulado “De la plenitud al<br />
dolor por el retorno”, analiza la poesía<br />
pro ducida a partir de la concepción ana -<br />
lógica del universo. De acuer do con la<br />
estructu ra que Zaid y Pacheco dieron a<br />
la edición de El otoño recorre las islas,<br />
dicha poesía corresponde a Los muelles,<br />
Oscura palabra y las dos pri me ras par -<br />
tes de Relación de los hechos: “Betania”<br />
y “Apariciones”. En el segundo capítu -<br />
lo, titulado “La (anti)épica de la moderni -<br />
dad: ciudad, cine y cómic en la poesía<br />
de José Carlos Becerra”, analiza los poemas<br />
escritos cuando el poe ta descubre<br />
que su visión analógica queda desga rra -<br />
da por la ironía: las dos últimas sec cio -<br />
nes del libro Relación de los hechos: “Las<br />
reglas del juego” y “Ragtime”, lue go La<br />
Ven ta, Fiestas de invierno y Cómo re tra -<br />
sar la aparición de las hormigas.<br />
Ruiz-Pérez inicia el abordaje crítico<br />
a partir de la concepción romántica de<br />
la poesía (debo precisar que se trata de la<br />
lec tura que hace Octavio Paz de la poe -<br />
sía ro mántica, expuesta principalmente<br />
en Los hijos del limo) y lo va enriqueciendo<br />
con ideas de diversos críticos de
la moder nidad: Albert Béguin, Marcel<br />
Raymond, Denis de Rougemont, Walter<br />
Muschg, Mircea Eliade, Bachelard, Hei -<br />
degger, Barthes, Benjamin, etc. Aunque<br />
estas re ferencias son aparatosas, el discurso<br />
de Nostalgia de la unidad natural<br />
no es pe dante, pues la virtud crítica de<br />
Ruiz-Pérez consiste en ci tar paso a paso<br />
la producción poética de Becerra; ana -<br />
liza, contextualiza e interpre ta los poemas<br />
con ayuda de diversas he rramientas críticas,<br />
y no duda, por ejemplo, en ha cer<br />
coincidir las definiciones del mito se gún<br />
Eliade y según Barthes para descodifi -<br />
car los pa limpsestos del constructo lí ri -<br />
co corres pon diente al capítulo segundo.<br />
Ahora bien, más allá de la biografía de<br />
Becerra, de sus influencias (Paul Clau -<br />
del, Saint-John Perse, Pellicer, Lezama<br />
Lima, Pablo Ne ruda, Paz), de sus tópicos<br />
(el mar, la sel va, el trópico, la mujer ama -<br />
da, los cómics, el cine) y de sus mitolo -<br />
gías, Ruiz-Pérez analiza en qué consiste<br />
la singula ridad de esa poesía, qué nos<br />
dice, cuáles son sus atributos y sus recursos,<br />
cuál es la cosmovisión desde la que<br />
fueron escri tos los poemas, cómo acusa<br />
recibo de las diversas obras líricas que<br />
contribuyeron a ar ticular su visión líri -<br />
ca, cómo desembo ca en la problematización<br />
de sus recursos verbales (“¿No se<br />
puede considerar el ver sículo sinuoso y<br />
acéntrico de Becerra la constancia de esa<br />
contra-dicción que entraña su poe sía, es<br />
decir, la irónica cer teza de la pérdida de<br />
la unidad natural frente al entorno prosai -<br />
co que descentra y fragmenta al sujeto?”),<br />
y cómo influye en los poetas mexicanos<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
de la generación siguien te (David Huer -<br />
ta, Coral Bracho, José Luis Rivas, Jorge<br />
Esquinca) e incluso cómo in fluyó en un<br />
poeta de su misma promoción poética:<br />
Gerardo Deniz (qui zá hoy el mejor poeta<br />
vivo de México).<br />
El resultado es una espléndida guía<br />
de lectura de una de las obras poéticas<br />
más complejas de la tradición mexica -<br />
na. Si los acercamientos críticos a la poe -<br />
sía fueran como el de Ruiz-Pérez o como<br />
el de Artu ro Cantú (En la red de cris -<br />
tal. Edi ción y estudio de Muerte sin fin<br />
de José Goros tiza), quizás habría menos<br />
pero me jores poetas, y más y mejores crí -<br />
ticos, pues creo que la sobrepoblación<br />
actual de poe tas y la mengua de críticos<br />
(tanto impresionistas como académicos)<br />
se basa en la mala lectu ra; mala lectura<br />
que incluso algunos críticos prominen -<br />
tes difunden, bas ta revisar las entradas<br />
correspondientes a los poetas del Diccio -<br />
nario crítico de la li teratura mexicana de<br />
Christopher Do mín guez Michael.<br />
179
180<br />
El reposo y la clausura<br />
VÍCTOR ALEJANDRO RUIZ RAMÍREZ<br />
Elsa Cross, Nadir, CONACULTA, México,<br />
2010, 88p.<br />
La peor de las catástrofes es<br />
cuando todo se derrumba<br />
quedando en su lugar.<br />
Maurice Blanchot<br />
Según el decir de Arnold Hauser, las<br />
obras de arte oscilan entre la manifes -<br />
tación de dos experiencias: la de vida y<br />
la de cultu ra. Por eso ha de ser que las<br />
expresiones dan cuenta de algo distinto<br />
al arte o, por el contrario, se ciernen so -<br />
bre éste como un gesto de retorno al lu -<br />
gar de origen. Se asuma una u otra, tal<br />
postura no podrá es tar desligada de lo<br />
que cada artista, como es natural, alcan -<br />
ce a sentir. No otra cosa, para no ir muy<br />
lejos, ocurre en Nadir. El más recien -<br />
te libro de Elsa Cross refiere una expe -<br />
riencia de vida que se ha volcado en la<br />
pa labra. Nadir, cuyos poemas, co mo el<br />
vórtice de un abismo, conducen a la sensación<br />
de haber perdido cierta espe ran -<br />
za, tanto como la experiencia última de la<br />
vida: el encuentro con la muerte. De prin -<br />
cipio a fin, Nadir contiene poemas que<br />
buscan compartir con el lector el dolor<br />
de la ausencia irreparable.<br />
Dividido en siete apartados de su -<br />
gerentes títulos, Nadir muestra diversos<br />
aspectos en la travesía del duelo. “De -<br />
rrumbe”, la primera sección, se carac -<br />
teriza por cier ta sensación melancólica.<br />
A los once poemas que conforman este<br />
apartado, un hilo común los eslabona: el<br />
de la catástrofe, quizá la mayor de todas.<br />
Al orden regular del mundo —de las co -<br />
sas, al devenir de la vida— le sobrevie -<br />
ne un acontecimiento que hace girar, en<br />
sentido opuesto, su trans currir, allí don -<br />
de la presencia se convierte en ausencia:<br />
la pérdida del otro, la peor de las ca -<br />
tástrofes porque “Todo se derrumba /<br />
y sigue allí / espectral”. Las cosas, el mun -<br />
do, la vida, persisten en su transcu rrir y<br />
el sujeto, melancólico, se desenvuel ve en<br />
su añoranza, que es el lugar de la permanencia,<br />
del detenimiento, de las pe tri -<br />
ficaciones: “Petrifica la memoria / como<br />
en el valle los guerreros de sal, / vuel -<br />
tos hacia el levante”. En el rastro de la<br />
errancia, lo que aún permanece, se re -<br />
tiene asi mismo el halo del ausente; en el<br />
recuerdo se busca recuperar la orienta -<br />
ción de la con ciencia que “deambula en<br />
la noche abismal”. No sólo desapare -<br />
cen las voces, sino también sus ecos: “Las<br />
voces ya no están más de pronto, / y el<br />
silencio no sofoca / el asombro de seguir<br />
vivos / en medio de esos ecos extintos”.<br />
El eco que se va transformando en eco<br />
acentúa tanto la sensación de la pérdida<br />
como la de los rastros de esa pérdida: de<br />
la voz, el eco del eco; del ser, el recuerdo<br />
del recuerdo.<br />
Aun en la evocación de los objetos<br />
donde se materializan los recuerdos<br />
—fotogra fías, diarios, huellas— se mira<br />
la inextrica ble fugacidad del mundo y
los sujetos. “El abrazo”, segunda sec -<br />
ción del poema rio, nos deja dos figuras<br />
al menos. La pri mera, la del árbol en<br />
otoño, cuyo follaje desprendido, a pesar<br />
de su ingravidez y del viento que lo ele -<br />
va, reposa sobre tie rra: si el árbol se des -<br />
hoja es para dar paso a otros retoños que<br />
dejarán hojas secas; la segunda, el pasa -<br />
je de la vida a la muer te como un abra -<br />
zo donde surge la incógni ta de lo que<br />
hay entre una u otra: “¿Qué media en<br />
el abrazo / entre vida y muer te?” Habla<br />
de lo inefable ya que en ese traslado na -<br />
da se puede decir. La pregun ta sobre la<br />
mediación entre vida y muerte invita a<br />
reflexionar si en el encuentro de ambas<br />
la vida se termina o se continúa en la<br />
muerte.<br />
Una pequeña ciudad griega le da<br />
nombre al tercer pasaje del libro. “Ga -<br />
laxidi”, nombre emblemático que, por<br />
la oscuridad de su etimología, da pauta<br />
para abordar el enigma del origen de la<br />
vida y su continuidad. En la paradoja de<br />
lo perecedero y lo durable, los poemas<br />
aquí contenidos danzan, tristes, el sentido<br />
de lo sorprendente de un retruécano pa -<br />
ra la razón: lo que permanece y du ra es<br />
lo efímero y “so lamente / lo fugitivo permanece<br />
y dura”, como escribió Queve -<br />
do en uno de sus más célebres so netos.<br />
Mientras, las cosas que todavía que dan ya<br />
no son las mismas por que falta el sentido<br />
otro con el que el au sente las ha cía existir.<br />
Pero “Galaxidi” también se configura<br />
como un recuerdo del lugar don de la poe -<br />
ta se reconoció con el otro ahora ausente<br />
en la palabra.<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
El simbolismo de las flores en el ac -<br />
to funerario se despliega en las líneas<br />
de los versos abarcados en la cuarta par -<br />
te. “Asfó delos” sugiere no únicamente la<br />
imagen de la bella flor ni sólo sus pro -<br />
piedades curativas sino, a la vez, la evoca -<br />
ción de su figu ración profética para tratar<br />
el tópico del advenimiento ineluctable e<br />
inminente de la muerte: “Azahares por<br />
dondequiera, / sub rayando el carácter<br />
de antigua nupcia, / de hecho irrevocable—<br />
/ el de esta muerte acercándose”.<br />
La anunciación de la flor deviene rastro<br />
del pasaje a la muerte, del encuentro de<br />
ésta con la vida, en cuyo abra zo queda<br />
la melancolía desencadenada sólo al po -<br />
der recuperar, en ausencia y como re cuer -<br />
do, la presencia del otro. Así, la fi gura<br />
de la flor muestra otro aspecto de su ha -<br />
cer simbólico en el acto funerario, no na -<br />
da más como impronta del pasaje de una<br />
vida a la otra sino como una prueba, para<br />
el ser que parte, de la andanza en este<br />
mundo.<br />
“Ganges”, el siguiente subtítulo, co -<br />
mien za con un epígrafe lapidario que in -<br />
dica el origen del poema. La visceral<br />
experiencia de la pérdida de lo que fue<br />
engendrado se describe en el acto fune -<br />
rario de arrojar las cenizas, “el paso, el<br />
peso de la vida”, de volviéndolas al mo -<br />
vimiento del agua para que simbólicamente<br />
continúe el ser despedido hacia las<br />
transformaciones. Con siderada la vida co -<br />
mo un viaje hacia la muerte, la muer te se<br />
concibe como una “vida otra” donde lo<br />
único perpetuo es seguir viajando. De es -<br />
ta manera se respon de al cuestionamien-<br />
181
182<br />
to surgido a partir del encuentro entre<br />
vida y muerte, donde una se continúa en<br />
la otra porque se concibe ésta como in -<br />
herente a la vida.<br />
Al evocar el Puente Mirabeau en el<br />
título de la sexta división, pues es ése<br />
el en cabezamiento que lleva, resulta di -<br />
fícil no evocar la sensación de la muer -<br />
te que se manifiesta en el suicidio y,<br />
más puntualmente, en el de Paul Ce -<br />
lan. Aunque no es de Celan de quien<br />
se habla, pese a que algunos versos su -<br />
yos figuren como epígra fe, la imagen del<br />
suicida se aproxima a la del melancóli -<br />
co, para quien tampoco hay suficientes<br />
salidas, con la salvedad de que uno ac -<br />
túa con desesperación mientras que el<br />
otro se deja consumir con falsa parsimonia<br />
—falsa por falta de sosiego—, el gesto<br />
de serenidad con el que aparece el me -<br />
lancólico muestra más bien la peor de<br />
las catástrofes. El mundo con sus cosas<br />
permanece en su sitio. Las aguas del río<br />
no apagan el madero aún abrasador. La<br />
mira da generada por la melancolía se si -<br />
túa en lo efímero, en la vieja metáfora del<br />
río y la vida. De modo tal que se elige<br />
entre estar en el río, desplazándose en<br />
su discurrir, y plantarse ante él contem -<br />
plando su incan sable transitar. El avan -<br />
ce del río figura tam bién lo pasajero del<br />
estado del alma, ya que la melancolía se<br />
acabará cuando se transite a esa vida<br />
otra.<br />
Para concluir, una “Coda”, de ex -<br />
presión melancólica en relación a lo que<br />
permanece y dura en el mundo, que só -<br />
lo tiene las formas de “una leve rever-<br />
beración, un halo difuso”. Las últimas<br />
líneas versan so bre la manera en que se<br />
mira desde el sentimiento de la pérdida<br />
irreparable lo que queda. Del derrum -<br />
be provine un re surgimiento dado en la<br />
posibilidad del de cir. Si en el soñar se<br />
manifiestan nuestros deseos, entonces<br />
la página vuelta un sue ño es en Nadir la<br />
búsqueda del alivio por parte de un su -<br />
jeto quebrantado, el escribir se vuelve<br />
una decisión: seguir las palabras “al lu -<br />
gar donde todo se recompone / después<br />
de la disolución”. El poema significa la<br />
espera del consuelo en la palabra antes<br />
que en la muerte; entonces se siente que<br />
la pena amaina.<br />
En Nadir habla un sujeto no situado<br />
ante el dolor sino en él: una sensación<br />
que le resulta inevitable y que se distin -<br />
gue del sufrimiento por ser éste siempre<br />
optativo, ya que se trata de una actitud;<br />
en cambio el dolor tiene lugar como pa -<br />
decimiento en el alma y en el cuerpo.<br />
El título del libro permea cada verso. El<br />
nadir constituye la figura del estado de<br />
alma de un sujeto que, tras lograr el ce -<br />
nit en la vida mediante la breve felicidad,<br />
ahora retorna y permane ce en las profundidades<br />
del recuerdo con una triste -<br />
za sin fin.<br />
Con este nuevo título Elsa Cross comparte<br />
una poesía profundamente medi -<br />
tada sobre un tópico constante en su<br />
reflexión: la clausura, pero ahora bajo<br />
la forma de la ausencia del otro en la<br />
muerte. Con ello, Nadir se inscribe en<br />
la concepción del ac to poético como da -<br />
dor de sentido de la ex periencia y posi-
ilidad de reposo, de donde tal vez pro -<br />
venga el rasgo que ha caracte rizado hasta<br />
el presente su poesía: la conjunción en -<br />
tre el pensamiento profundo y detenido<br />
con la claridad de su expresión.<br />
Amores difíciles, pasiones<br />
desastrosas<br />
VÍCTOR CABRERA<br />
Silvia Eugenia Castillero, Eloísa, Aldus-<br />
Universidad de Guadalajara,<br />
México, 2010, 80 p.<br />
Qué suerte la mía encontrarte<br />
esperándome. El mundo se<br />
desintegra y nosotros enamo -<br />
rados.<br />
Líneas de Ilsa Lund (Ingrid<br />
Bergman) en Casablanca<br />
Desde sus primeros versos, la Eloísa de<br />
Sil via Eugenia Castillero se instaura en<br />
un tiempo suspendido que “se alarga” co -<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
mo una gota de agua hasta formar una<br />
maleable estalactita verbal... He aquí<br />
la materia de su discurso: el tiempo sin<br />
tiempo, sin principio visible ni fin pro ba -<br />
ble, del amor ideal(izado): “Eloísa es pe -<br />
ra. / Un silencio de quilla de barco / al<br />
romper las aguas atraviesa cada / trazo<br />
del tiempo, / allí sus pendida una gota<br />
se alarga / se alarga, / la espera incon -<br />
clusa / colgando / de cual quier veta. /<br />
Puede ser una rama / rodeada de va -<br />
cío, / queriendo volcarse en algo, / caer<br />
por fin, romperse.” (Las cursivas son de<br />
SEC). A partir de un puñado de palabras<br />
llave (tiempo, espera, silencio, vacío), Cas -<br />
tillero construye un ámbito cre puscular<br />
doblemente signado por la ausencia y la<br />
espera. Una espera erigida en el apo ca -<br />
lip sis íntimo que supone la partida del ama -<br />
do (Abelardo tácito, elidido, fantasmal)<br />
bajo “un cielo incendiado / —leja nísimo<br />
y su perficial— / un espectro provisional de<br />
lu ces” que evoca la plasticidad ominosa<br />
de los paisajes de Edvard Munch en los<br />
que, como en uno de los versos de Silvia<br />
Eu genia, “el mundo se caía”. Es inte -<br />
resante confrontar las imágenes desola -<br />
doras de es ta Eloísa contemporánea con<br />
una anotación del Diario del artista no -<br />
ruego fechada en 1892 para constatar<br />
de qué misteriosas maneras los lengua jes<br />
y sus símbolos se corresponden: “Pa -<br />
seaba por un sendero (…) —el sol se pu -<br />
so— de repente el cielo se tiñó de rojo<br />
sangre, me detuve y me apo yé en una va -<br />
lla muerto de cansancio —san gre y len -<br />
guas de fuego acechaban sobre el azul<br />
oscuro del fiordo y de la ciudad— (…)<br />
183
184<br />
yo me quedé quieto, temblando de an -<br />
sie dad, sentí un grito infinito que atra -<br />
vesaba la naturaleza”. “Allí me ahogue, /<br />
en ese azul desbordado / que tú volvis -<br />
te fin del mundo”, prosigue Eloísa en<br />
perfecta con sonancia con el apunte del<br />
artista.<br />
Más allá de la fijación del locus poético<br />
en un oscuro y lejano referente pictórico<br />
(la Oslo de Munch, con su in candescen -<br />
te cielo de fondo), el escenario evidente<br />
de la dilatada espera de la aman te es la<br />
ciudad de su cé lebre pasión, un París plu -<br />
riforme y multitemporal, paisa je interior<br />
antes que real, en el que confluyen las<br />
voces que habitan estas páginas (diferenciadas<br />
por distintas familias tipo gráficas):<br />
la de la poeta cuyas palabras insuflan vi -<br />
da a su heroína trágica; la de la propia<br />
Eloísa-Penélope que te je el su dario verbal<br />
de su paciente espera he cha de “ins -<br />
tante[s] partido[s] en muchos tiempos”;<br />
otra más, Eloísa futura o visio na ria, que<br />
apostilla el discurso de su ge mela histó -<br />
rica desde la reconocible urbe contemporánea<br />
en que el descenso de la To rre<br />
Eiffel es “una trampa del futuro” y los<br />
semáforos, los jardines, los buleva res,<br />
los ca nales y las plazoletas se vuelven<br />
símbolos aciagos de un naufragio latente,<br />
del amor amenazado que es, en realidad,<br />
todo amor.<br />
Parafraseando la célebre sentencia<br />
de Tolstói, podría afirmarse que si to -<br />
das las parejas felices lo son cada cual<br />
a su mane ra, los amores desdichados<br />
pa recen todos cortados con la misma ti -<br />
je ra. De una in tuición similar parte el poe -<br />
ta Eduardo Chi rinos al afirmar en la cuar -<br />
ta de forros del volumen que: “Admitir<br />
que el París contemporáneo es un pa limp -<br />
sesto del París medieval es admi tir que<br />
cualquier historia de amor que ocurra<br />
en esta ciudad es un palimpses to de la<br />
que sufrieron Abelar do y Elo ísa”. En es -<br />
te sentido, la historia de los trágicos amo -<br />
ríos de los amantes filóso fos es, de algún<br />
modo, modelo y emblema de todos los<br />
amores malogrados. Conoci da o no la his -<br />
toria de Pedro Abelardo y su pupila Eloí -<br />
sa, su impronta subsiste en los cimientos<br />
de la ciudad emblema, res plan dece en<br />
sus tabiques: “De la piedra, Eloí sa, /<br />
vuelves incandescente, de cada piedra /<br />
eres extraída en un cúmulo de años (…)<br />
/ Pero la piedra te arrebata, / sólo mis<br />
sensaciones te reconocen, rue das / en -<br />
tre los bloques extraídos del suelo, can -<br />
tos / agudos y esculpidos te arrastran del<br />
de talle / hacia el tiempo tumultuario y<br />
amorfo.”<br />
Más aún: esa huella de los amantes y<br />
de la ciudad que los contiene pervive<br />
tam bién, además, en la tradición romántica<br />
de los amores difíciles y las pasio -<br />
nes desas tradas, en la morosa relación<br />
histórica de sus relatos, de Rojo y negro<br />
a El diablo en el cuerpo.<br />
En la confluencia en que pasado, pre -<br />
sen te y futuro se superponen y se confunden<br />
hasta formar un único espacio<br />
atemporal y abigarrado, una Ciudad Luz<br />
crepuscular iluminada por la espera y el<br />
deseo, Silvia Eugenia Castillero alza un<br />
monumento a los amores sin ventura, a<br />
todos los amantes a quienes, como a Abe -
lardo y Eloísa, como a Oliveira y La Ma -<br />
ga, como a Ilsa y Rick, siempre les que -<br />
dará París.<br />
El tiempo da marcha atrás<br />
GREGORIO CERVANTES MEJÍA<br />
Eduardo Sabugal, Involuciones, Secretaría<br />
de Cultura del estado de Puebla,<br />
México, 2010, 88 p.<br />
Detener el desarrollo de un proceso evolutivo<br />
y revertirlo. Freno y lentitud, antes<br />
de emprender la marcha en reversa.<br />
Los cuentos reunidos en el primer<br />
libro de Eduardo Sabugal muestran claramente<br />
ese empeño: van en contra del<br />
afán del lector de avanzar en sus páginas,<br />
lo obligan a la lectura pausada, casi<br />
inmó vil, a la mirada microscópica sobre<br />
el es cenario de la narración.<br />
Imposible avanzar en el desarrollo de<br />
la trama sin antes haber observado cada<br />
detalle no sólo del entorno sino también<br />
de las obsesiones de sus personajes. De<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
ahí que el tiempo parezca avanzar a contramarcha.<br />
La de Sabugal, en este sentido, es una<br />
apuesta arriesgada: pedirle paciencia y<br />
concentración al lector cuando lo pre -<br />
dominan te es el desarrollo ágil de la tra -<br />
ma, la pronta resolución de las acciones.<br />
Desde el primer relato de Involucio -<br />
nes, “La sombra aborrecida”, Sabugal<br />
muestra su juego al lector: una mirada mi -<br />
croscópi ca sobre el entorno de la impro -<br />
ductiva pro piedad de Thomas, el regodeo<br />
en el juego de luz y sombras producido<br />
por las ra mas de los árboles y en la labor<br />
de las hormigas antes de que la mirada<br />
del na rrador se pose en el protagonista.<br />
El lento desarrollo de una trama que, una<br />
vez des pojada de esa mirada mo rosa, se<br />
muestra sencilla, sin complicacio nes estruc -<br />
turales.<br />
Thomas Brown, general retirado del<br />
ejér cito norteamericano, se refugia en una<br />
vie ja plantación henequera en Yucatán.<br />
Sus grandes proyectos derivan en fracasos<br />
cons tantes: el henequén, el chicle, los<br />
sombre ros panamá…<br />
Una carta devela el secreto: el envío<br />
de su hijo a Irak, como piloto de com -<br />
bate, hace aflorar la culpa que corroe a<br />
Brown tras sus incursiones en Vietnam,<br />
los recuer dos que ha intentado sepultar,<br />
junto con sus trabajadores, en los sótanos<br />
de la ha cienda yucateca.<br />
En los relatos restantes, Sabugal mantiene<br />
la propuesta del primer relato: la<br />
sencillez de la anécdota le permite concentrarse<br />
en los detalles, explorar las di -<br />
gresiones de sus personajes, asomarse a<br />
185
186<br />
esos temores que intentan ocultar a tra -<br />
vés de la fotografía, de los tragos de cerveza,<br />
de actos audaces como serrar un<br />
ángel de la reja de catedral a manera de<br />
prueba de amor.<br />
Pero todas estas acciones (vanas, ab -<br />
sur das) son sólo máscaras para que los<br />
perso najes se oculten a sí mismos la va -<br />
cuidad de sus existencias, su absoluta ca -<br />
rencia de respuestas para las preguntas<br />
que constan temente se formulan.<br />
No en vano, en “La fuente de la inopia”,<br />
Mateo termina por arrojar el preciado<br />
án gel al agua de la fuente: lo que<br />
inicia co mo una hazaña para lograr el<br />
amor de Susana termina en el descubrimiento<br />
del abandono y, por ende, de la<br />
inutilidad de su acción.<br />
Paradójicamente, el rescate del ángel<br />
sumergido por el Pachís reintegra a la<br />
figura de bronce su carácter divino: el<br />
cau sante del desencanto de uno se transforma<br />
en motivo de maravilla para el otro.<br />
Este juego de trastocamientos es una<br />
más de las constantes de Involuciones.<br />
En el cuento que da título al libro, el pe -<br />
riodis ta que pretende escribir un artículo<br />
sobre una prisión termina convertido en<br />
prisione ro de la misma, condenado a la<br />
inmovilidad y el silencio.<br />
La imagen final del protagonista de<br />
este relato, “sentado en el piso con las<br />
manos cruzadas en las rodillas”, hacen<br />
pensar en un regreso al útero, al punto<br />
de partida de toda existencia individual.<br />
Volver al punto de partida, revertir pro -<br />
cesos, parecen convertirse también en ac -<br />
ciones liberadoras: “La otra Penélope”<br />
se rebela contra el tejido y la espera.<br />
Contrario a eso, emprende un viaje a Ma -<br />
drid mientras el Ulises de este relato<br />
permane ce en Puebla, a la espera de<br />
noticias suyas. Las imágenes fotográfi -<br />
cas no sólo dan cuen ta del itinerario de<br />
esta nueva Penélope, sino también de la<br />
ruptura de los vínculos con Ulises, de su<br />
rechazo a la espera y al retorno. De nue -<br />
va cuenta, las situaciones se trastocan: el<br />
viajero aparece convertido en el esperanzado,<br />
en quien hilvana y des hilvana, una<br />
y otra vez, sus recuerdos mientras aguarda<br />
el retorno de quien en otro tiempo (y<br />
en otro mito) fuera la tejedora fiel.<br />
Sabugal recurre con frecuencia a las<br />
figuras de la mitología griega: en “El otro<br />
laberinto” recrea el trío Teseo-Ariadna-<br />
As terión buscándose y reconociéndose en<br />
el Gallery, un bar que emula justamente<br />
un laberinto.<br />
De nueva cuenta, operan aquí los de -<br />
sencuentros: Teseo y Ariadna distantes<br />
desde el inicio del relato, hablándose<br />
sin escucharse. Un collar de perlas, a ma -<br />
nera del hilo del mito original, parece ser<br />
el único elemento que los vincula. Un co -<br />
llar roto cuyas perlas se desparraman<br />
por el suelo del bar y que dan lugar a<br />
encuentros y desencuentros, que ponen<br />
de manifiesto la distancia entre los personajes.<br />
Y la aparición repentina de un viejo<br />
(¿el Minotauro, acaso?) que dispara contra<br />
Te seo, que altera el orden tradicional<br />
del mito.<br />
Sabugal gusta de la acumulación, la<br />
saturación de elementos. Y se empeña en
hacer partícipe al lector de esta afición:<br />
su recorrido minucioso por cada uno de los<br />
aspectos del entorno que se manifiesta en<br />
los relatos de Involuciones, así co mo la<br />
construcción de determinados paisajes, co -<br />
mo es el caso del bazar de antigüedades<br />
en “La gran hada”, que ámbito idóneo<br />
para el desencuentro de una joven y un<br />
fotógrafo que parecen compartir el mis -<br />
mo desencanto. El reflejo de ella en un<br />
espejo, capturado por la lente, es el úni -<br />
co vínculo entre ambos personajes que, a<br />
pesar del empeño del fotógrafo, no consiguen<br />
reunirse.<br />
La fotografía es un elemento recurren -<br />
te en los relatos de Sabugal; no sólo porque<br />
el objeto o el oficio aparezcan en<br />
varias ocasiones, sino también porque la<br />
voz na rrativa intenta reproducir el recorrido<br />
del ojo sobre una imagen, detenién -<br />
dose en cada detalle antes de pasar a la<br />
siguiente toma.<br />
Ese recorrido visual es el que gene -<br />
ra la escasa velocidad de los relatos de<br />
Invo luciones, su desarrollo pausado que<br />
hacen pensar en un narrador con una<br />
enorme car ga sobre los hombros y que, a<br />
causa de ello, demora cada uno de sus<br />
pasos.<br />
Pesadez también del lenguaje, que en -<br />
fatiza el ritmo de la narración. Sabugal<br />
re nuncia desde el inicio a las frases li -<br />
vianas, directas, claras. Prefiere la complejidad,<br />
el retardamiento a través de<br />
los efectos re tóricos para obligar al lec -<br />
tor a detenerse en cada una de las sentencias,<br />
a reflexionar sobre el sentido y<br />
la hilación.<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
Si bien consigue un equilibro adecuado<br />
con los estados anímicos de sus personajes<br />
e, incluso, con el ambiente (como<br />
en el caso de “La sombra aborreci -<br />
da”), llega a incurrir en excesos retóricos:<br />
“Hace unas horas, en el encierro de<br />
sus cuerpos, en el ingrávido periplo del<br />
deseo, ninguno de los dos pensaba en<br />
estas horas donde Eros los ha dejado<br />
después del crujir de labios, embrutecidos<br />
y amodorrados en la aporía de la<br />
noche y en la caricia tenue y lenta del<br />
tiempo.” O “El absoluto que imperaba<br />
en la terraza se perfilaba en líneas de<br />
fuga sobre la carta que reposaba en el<br />
banco y sobre el pico del ave, que pa -<br />
recía siempre estar apuntando hacia al -<br />
gún lugar.”<br />
Por momentos, el lenguaje se so bre -<br />
po ne no sólo al desarrollo de la histo -<br />
ria sino también a los personajes mismos,<br />
con el riesgo de socavarlos, de despojarlos<br />
de sus propias características y asignarles<br />
la función de caja de resonancia<br />
para el lenguaje.<br />
187
188<br />
De cómo no tengo<br />
una presencia humana<br />
LUIS ALBERTO ARELLANO<br />
Sergio Ernesto Ríos, Mi nombre de guerra<br />
es Albión, Tierra Adentro, Col. La Ceibita,<br />
México, 2010, 32p.<br />
Es común en el imaginario de la Re -<br />
pública mexicana de la letras que se<br />
acepte como experimental a cierto tipo<br />
de poesía que se aleja del tronco grue -<br />
so, inamovible y muy aburrido de la lírica<br />
tal y como la entendió el siglo XX.<br />
Sabemos que toda escritura de poesía<br />
desde el inicio de la Modernidad expe -<br />
rimenta, dado que busca formas novedo -<br />
sas para que el poema se presente. Al re -<br />
ventar los moldes tradicionales, el poema<br />
tiene el gran problema, bendito problema,<br />
de nacer indeterminado. La poca<br />
imaginación y el desconocimiento del ar -<br />
te contemporáneo hacen que la autodeno -<br />
minada Poesía Mexicana se perpetúe en<br />
formas convencionales que se repiten has -<br />
ta el hartazgo. Las búsquedas que más<br />
interesan en la última década son aque -<br />
llas que están a la orilla, construyendo,<br />
reventando y reformulando un campo de<br />
acción para el poema, en diversos so por -<br />
tes y por distintas vías.<br />
Siendo arbitrarios, podemos clasificar<br />
dos grandes grupos de exploración: por<br />
un lado, está la escritura que busca llevar<br />
el poema a la negación absoluta del yo,<br />
que está cercana, o de plano engarzada,<br />
con la escritura conceptual, y que busca<br />
y arriesga por diversos soportes como<br />
la fotografía, la poesía digital.<br />
Está en otro gran rango de acción la<br />
poesía que apuesta por la radicaliza -<br />
ción del lenguaje poético, que lo conci -<br />
be en términos materiales, y que también<br />
discurre por variadas sendas: una barroquización<br />
inspirada en el siglo de oro; un<br />
minimalismo más bien místico; una esencialidad<br />
pop; o la construcción de un<br />
discurso derivado de la irracionalidad co -<br />
mo punto de partida para el poema. Esta<br />
última vía es la veta inicial de Sergio Er -<br />
nesto Ríos: desde Piedrapizarnik plan -<br />
tó una distancia argumentativa, teórica,<br />
con la construcción de un discurso que<br />
tuviera correlato literal con el mundo.<br />
Mi nombre de guerra es Albión mantie -<br />
ne una tensión esencial a esta escritura<br />
que va profundo a la raíz de su lengua -<br />
je: el yo aludido en la primera parte del<br />
libro The colony room está construido<br />
como un simulacro. Es un personaje que<br />
toma elementos de la biografía, esa ficción<br />
sobrevaluada, y que se despliega pa -<br />
ra poner en juego elementos esenciales<br />
a las obsesiones del autor. Francis Bacon<br />
es y no es, se construye como un crea -<br />
dor preocupado por la creación, envuelto<br />
en un mundo de alucinaciones y des -<br />
garra doras relaciones personales. Es de -<br />
cir, a esta escritura la máscara le sirve<br />
para evi denciar la fragilidad de lo Real.<br />
Asumir la esencial biografía ajena le vie -<br />
ne a re solver el cómo el sujeto produ -<br />
ce senti dos en el mundo de todos los
días. Y ese cómo es particularmente<br />
equívoco.<br />
Existe otro rasgo que me interesa des -<br />
tacar de esta escritura: la potencia de los<br />
versos se asienta en su construcción so -<br />
nora, que parece todo menos programá -<br />
tica, y en su necesaria opacidad. Debido<br />
a la acumulación de referentes, incone -<br />
xos, fragmentarios, imposibles a la hora<br />
de formular un relato, el poema vence<br />
por acumulación opaca. No hay nada que<br />
ver detrás porque es imposible ver de trás.<br />
El poema no esconde un signifi cado. Inau -<br />
gura un sentido. Esta condición de cuerpo<br />
opaco hace que, ante la imposibilidad<br />
de mirar detrás del len guaje, el lector<br />
tenga que mirar al lengua je. Y que encuen -<br />
tre esta opacidad como una revelación.<br />
Una iluminación.<br />
una tos demasiado nadie que insinuara<br />
afición involuntaria<br />
a largas fiebres tuteo afectuoso mortero<br />
para humillar la plata<br />
Para el autor estas cadenas fragmentarias<br />
de sentidos, estas imágenes plagadas<br />
de referentes certeros, se convier ten<br />
en una ruta de tránsito para encontrar un<br />
elemento perdido en la poesía des de ha -<br />
ce mucho tiempo: el don profético. No<br />
son casuales, en un poeta así nada lo es,<br />
las referencias textuales: Eliot, Juan de<br />
Yepes, los hermanos Lamborghini, Blake<br />
y la propia retórica de Bacon, que conviven<br />
con las resonancias de cada elemento<br />
suelto. Ríos nos prepara para un<br />
tiempo sin poesía, un tiempo donde el<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
canto está desdeñado y donde no ha<br />
llegado nada que lo supla, donde cada<br />
poema es un recomienzo, un reinicio,<br />
donde se suman las historia de la poe -<br />
sía, la historia del poeta y la imagina -<br />
ción que podrá unir, precariamente, los<br />
contrarios.<br />
El Zurdo creyó ver en el rumor mostaza<br />
ovillado tras el barandal<br />
un gato<br />
o tal vez ratas<br />
Este Bacon reformulado que necesi -<br />
ta un amo para poner en juego su amor<br />
por la corporalidad es también sumamen -<br />
te culto. Nada más ajeno que lo arbitra -<br />
rio en la construcción de las imágenes.<br />
Si las llamas del infierno calientan la<br />
cabeza, rechazada desde el inicio como el<br />
motor de búsqueda del artista, enton ces<br />
el resto del cuerpo puede desprender -<br />
se y funcionar con perfecta autono mía.<br />
Tal y como acontece en la pintura de<br />
Bacon. Pedazos de carne que se han des -<br />
prendido de una función motora o sensorial.<br />
Sensualidad del fragmento que<br />
no está asignado a ninguna parte reco -<br />
nocible de un cuerpo. Estética de los<br />
restos, de lo que no se pudo reagrupar<br />
en sus partes originales. Esta erotización<br />
última, autonómica, de las piezas del<br />
cuerpo producen una elegante armonía<br />
por contraste: nada hay de Bello en un<br />
fragmento corporal cercado por los fluidos<br />
que lo componen, sin embargo la<br />
suma de piezas incompatibles de un rom -<br />
pecabezas de lo humano se antoja gozo -<br />
189
190<br />
sa y deleitable para las sensibilidades<br />
que soporten la visión del desmembra -<br />
miento.<br />
El caso de Esquilo: el último poema de<br />
esta serie, el número VIII, tiene dentro<br />
un sueño que sucede en el oeste de Eleu -<br />
sis, en la estación de trenes, donde los<br />
durmientes tienen una inscripción (18<br />
de mayo de 1935). Una mujer que se<br />
acerca al de la voz asegura que ésa es<br />
la fecha en que Esquilo, inventor del dra -<br />
ma en tanto inventor del diálogo, luchó<br />
en las batallas de Salamis y Artemisium.<br />
Esquilo vivió cinco siglos antes de Cri s -<br />
to y luchó en las batallas de Mara tón y<br />
Salamina. Es conocida la leyenda de que<br />
fue condenado a muerte por ha ber revelado<br />
parte de los ritos eleusi nos al vulgo.<br />
Los ritos eleusinos esta ban asociados al<br />
mito de Démeter y su hija Perséfone. Re -<br />
presentaban los ciclos de la naturaleza y<br />
de ellos dependía la fertilidad de la tie rra<br />
y de las mujeres. Eran codiciados porque<br />
se les atribuía grandes poderes como la<br />
profecía y la posibilidad de hablar con<br />
los muertos. Así como el secreto para des -<br />
cender al inframundo. Los iniciados en<br />
los ritos eleusinos gozaban de reputación<br />
y del temor del resto del pueblo. Se sabe<br />
que Esquilo salvó su condena pagando<br />
una fuerte cantidad de dinero. Lo im -<br />
portan te aquí es que una de las obras<br />
más fa mo sas de Bacon está basada en la<br />
Ores tia da de Esquilo. Un tríptico que re -<br />
presenta tres torsos incompletos, des mem -<br />
brados en diferentes posturas y sobre<br />
diferentes soportes.<br />
Si el poeta modelo en The colony room<br />
es Rimbaud, si estamos buscando en la<br />
opacidad la videncia, la profética. Si el<br />
proceso es la intención de negar los re -<br />
ferentes aun cuando sean claramente ne -<br />
cesarios para construir el poema. Si esto<br />
es cierto, entonces, la segunda parte, Mi<br />
nombre de guerra es Albión, traiciona de<br />
cabo a rabo estas premisas. Desde la es -<br />
pacialidad (el lugar que ocupa el texto en<br />
la página) guiña más provechosamente<br />
a Mallarmé (el poeta modelo de la posmodernidad),<br />
a los concretos brasileños<br />
y todos aquellos que consideran la pro -<br />
sodia un límite inútil como todos los lí -<br />
mites. No creo en un poeta experimental<br />
que no viva experimentalmente, anun -<br />
ció Roberto Piva. Y Mi nombre de gue -<br />
rra es Albión inaugura la indagación en<br />
un lenguaje políticamente incorrecto, usa -<br />
do como estilete que desvela una gran<br />
cantidad de vicios alrededor de la escri -<br />
tura de poesía. El capital simbólico, re -<br />
gularmente acumulado con mesura, es<br />
aquí dilapidado con singular alegría y el<br />
poeta se permite excesos verbales que<br />
están demasiado claros.<br />
como soy un gran artista pido los<br />
mayores decibeles<br />
*<br />
amárrame las manos<br />
impide que aniquile<br />
el odio y el riñón del francés<br />
el feto que enterramos bajo un árbol<br />
*
... somos un clan tóxico faunos elásticos<br />
alrededor de tu vestido la propaganda<br />
que silba un fumigador aficionado al<br />
megalítico<br />
La silueta que dibuja esta segunda<br />
parte añade razones para lo evidente: el<br />
lenguaje sigue siendo crítica. <strong>Crítica</strong> de<br />
las prácticas sociales, en tanto que cons -<br />
truye por medio del poema un aparte don -<br />
de la validez no está dada sino por los<br />
valores de lo estético. Una crítica a la dis -<br />
persión moral y a la corrección po lítica<br />
porque el poema inaugura con su ma sim-<br />
LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />
plicidad el terreno de lo amoral y de lo<br />
comunitario excluido. Frente a las prácticas<br />
del privilegio artístico el poe ma re -<br />
clama para sí el título de gran se ñor. No<br />
son los poetas los privilegiados, sino los<br />
lectores que están frente a un aconteci -<br />
miento estético. El poema es una bomba<br />
de tiempo que moviliza al lector de su<br />
posición inicial. Un salto al vacío con la<br />
seguridad de que en la caída crecen las<br />
alas diminutas que postergarán la muer -<br />
te o la harán propia, individual, mía. Eso,<br />
en tiempos de la alieanción masiva, es<br />
más de lo que podemos espe rar del arte.<br />
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