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Crítica 143

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La memoria herida<br />

de Félix Luis Viera<br />

AIMÉE G. BOLAÑOS<br />

FÉLIX LUIS VIERA<br />

le tocó vivir, como a casi todos<br />

los hombres, tiempos difíciles<br />

Jorge Luis Borges<br />

LA REFLEXIÓN<br />

El corazón del rey, 1 la más reciente no -<br />

vela de Félix Luis Viera, suscita emociones<br />

y reflexiones intensas. En ese<br />

sentido, me parece formidable la elec -<br />

ción del punto de vista personal. Al<br />

final es como la de cualquier autor y<br />

lector, aunque no siempre asumido. Y<br />

con lo personal quiero decir escribir<br />

desde las pertenencias culturales, socia -<br />

les, modos de ver y estar en el mundo,<br />

incorporando todo aquello que singulariza,<br />

especialmente la diferencia.<br />

Al calor de la escritura de Memo -<br />

rias de Adriano, Marguerite Yourcenar<br />

piensa: “En nuestro tiempo, la novela<br />

histórica o lo que, por comodidad, se<br />

admite considerar como tal, solo puede<br />

ser inmersa en su tiempo reencontrado,<br />

apropiándose de un mundo interior.” 2<br />

1 Félix Luis Viera, El corazón de rey, In -<br />

novación Editorial Lagares, México, 2010.<br />

2 Marguerite Yourcenar, Caderno de notas<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

La narrativa de Viera asume en exten -<br />

so e intensivamente un tiempo reencon -<br />

trado desde su interior: vida cotidiana<br />

privada, experiencia social e imaginarios<br />

son narrados desde el individuo en sus<br />

intrincados nexos. Es el caso del erotis -<br />

mo, que siendo distintivo de la escritura<br />

del autor, se desenvuelve gozosamente<br />

en esta novela para retratar interiormen -<br />

te a los personajes, sus motivaciones<br />

profundas, modos de relacionarse y par -<br />

ticipar en un imaginario colectivo.<br />

El corazón del rey ofrece una vi -<br />

sión de realistas trazos socioculturales<br />

y marcados efectos de referencia. Cons -<br />

tituye una puesta en trama de profundos<br />

conflictos cuyo referente mayor es<br />

la sociedad cubana de los años sesenta,<br />

localizada en Santa Clara. Esta ciudad<br />

tiene un papel protagónico, su cartogra -<br />

fía aparece con notable precisión ilusionista,<br />

se describen prácticas sociales,<br />

instituciones, tipos, calles, bares, hoteles,<br />

restaurantes, tiendas, lugares de espar -<br />

cimiento y trabajo, a la par y de ma -<br />

nera sobresaliente, modos de vivir la<br />

ciudad, su clima espiritual y aura, crean -<br />

do una imagen de múltiples facetas,<br />

un cosmos en miniatura, de convincen -<br />

tes detalles y trazado. La ciudad contiene<br />

el enmarañado tejido social en<br />

das Memórias de Adriano, Record, Rio de<br />

Janeiro/ São Paulo, 1995.<br />

3


4<br />

plena épica revolucionaria. No es mar -<br />

co, sino contexto-praxis del vivir nove -<br />

lesco. Una fascinante ficción de ciudad<br />

entra en la topografía imaginaria de la<br />

narrativa cubana. En esa ciudad-prisma,<br />

quien ve y escucha, quien piensa<br />

y narra es un sujeto escéptico, contem -<br />

plativo, analítico, entre la vagancia y los<br />

devaneos, que se está descubriendo co -<br />

mo poeta, con su peculiar escala de<br />

valores y maneras de interpretar la per -<br />

turbadora temporalidad en que está<br />

inmerso.<br />

La novela de Viera me lleva de ma -<br />

nera natural al concepto de ficción de<br />

Juan José Saer. Para el escritor argen -<br />

tino, la ficción es una antropología es -<br />

peculativa; por consiguiente, no podría<br />

pretender saber de antemano cómo la<br />

realidad está hecha. Y argumenta: “Aun<br />

cuando la intención de veracidad sea<br />

sincera y los hechos narrados riguro -<br />

samente exactos, sólo que no siempre<br />

es así, sigue existiendo el obstáculo de<br />

la autenticidad de las fuentes, de los<br />

criterios interpretativos y de las turbu -<br />

lencias de sentido propios a toda cons -<br />

trucción verbal.” 3<br />

Me inclino a pensar que en la fic -<br />

ción, más significativa que la verdad<br />

—“Nunca sabremos cómo fue James<br />

3 Juan José Saer, El concepto de ficción,<br />

Seix Barral, Buenos Aires, 2004, p. 10.<br />

Joyce”—, 4 resulta la verosimilitud. El<br />

mundo narrado de El corazón del rey<br />

es coherente y verosímil, dialoga eficaz -<br />

mente con el discurso de la historia, la<br />

sociología y el pensamiento contempo -<br />

ráneo sobre esos asuntos, así como ape -<br />

la a las experiencias y expectativas del<br />

lector interesado en este tipo de nove -<br />

la. El novelista pone en duda, conjetura,<br />

cuestiona con sus efectos de realidad y<br />

convincente imaginario. Nos sumerge<br />

en las “turbulencias del lenguaje”, tam -<br />

bién en las de la historia. Su visión es -<br />

pecula en profundidad y de manera<br />

abarcadora.<br />

Viera se interesa no solo en la his -<br />

toria, sino en cómo contarla. Obsesiona -<br />

dos por la narración, los narradores<br />

de la metaficción historiográfica colocan<br />

en primer plano el paso del conocer al<br />

decir, privilegiando la subjetividad, las<br />

visiones contrastantes y las disonancias.<br />

No por casualidad, Paul Ricoeur piensa<br />

la ficción como laboratorio de formas.<br />

En ese espíritu estético, más específica -<br />

mente de poética narrativa, El corazón<br />

del rey desenvuelve “una historia per -<br />

sonal, existencial, íntimamente univer -<br />

sal”, en la que la época llegará, dice su<br />

autor, como “en aluvión”. 5 La microhis -<br />

4 Idem., p. 9.<br />

5 Véase más adelante la conversación con<br />

el autor.


toria desata la macrohistoria y el foco<br />

se sitúa en el conflicto entre el sujeto<br />

y el proceso social a través de discursos<br />

y prácticas irreconciliables, de mo -<br />

do que las interpretaciones chocan en<br />

el cotidiano relevante, es ahí que las<br />

personas tocan con sus propias manos<br />

el abstracto y, a veces, ininteligible cur -<br />

so de la historia.<br />

La poética narrativa de Viera da<br />

rango principal a la constitución de un<br />

sujeto que se hace al contar una fase<br />

de su vida, es decir, la novela traza una<br />

identidad narrativa. 6 Percepción, me -<br />

moria e imaginación se entretejen en<br />

esa identidad que pone de manifiesto<br />

el carácter temporal de la vida humana<br />

tejida por la ficción y configura al su -<br />

jeto como acontecimiento estético. El<br />

protagonista innominado relata un tiem -<br />

po de la historia social cubana al contar<br />

avatares de su vida. Esos fragmentos<br />

de la temporalidad personal y social al<br />

interrelacionarse en el texto, también<br />

en la lectura, hacen la historia interpre -<br />

table, legible, lo que en modo alguno<br />

significa conclusiva, ni limitada a una<br />

interpretación de las tantas posibles,<br />

sobre todo si no perdemos de vista que<br />

el pasado en la ficción es una construc -<br />

6 Ver Paul Ricoeur, Sí mismo como otro,<br />

Siglo XXI Editores, Madrid, 1996, y Del tex -<br />

to a la acción, FCE, México, 2001.<br />

ción literaria, de la que participa el<br />

trabajo de la imaginación.<br />

El corazón del rey ficcionaliza la<br />

temporalidad histórica desde la subje -<br />

tividad de figuras humanas atrapadas<br />

en el laberinto de sí mismos que es, a<br />

la par, el laberinto de una revolución,<br />

cuyo movimiento, significados y reali -<br />

zaciones concretas están en debate. Por<br />

tanto, resultan esenciales las maneras<br />

de sentir y pensar en medio de gran -<br />

des conmociones y cambios radicales,<br />

asumida la sociedad en sus pulsacio -<br />

nes vitales, singularizada en sujetos que<br />

5


6<br />

piensan y discuten, no en abstracto,<br />

sino comiendo, bebiendo, haciendo el<br />

amor y las “colas”, buscando trascendencia<br />

y “buscándose” la vida, me -<br />

drando o apenas sobreviviendo en las<br />

turbulencias de una época muy compleja<br />

por la confrontación extrema de<br />

las utopías con las prácticas sociales.<br />

En ese contexto, el protagonistapersonaje-narrador<br />

es fabuloso y precario.<br />

El corazón del rey tiene la for -<br />

ma de una novela de formación y de<br />

artista (una especie de versión criolla<br />

del Bildungsroman y Künstlerroman).<br />

A la vez, bordea la autoficción que le<br />

concede una cualidad memorial y de<br />

testimonio muy atrayente a su enuncia -<br />

ción de primera persona. La novela no<br />

es, en lo fundamental, de intertextua -<br />

lidad historiográfica, sino de lo vividorecordado-imaginado<br />

porque ese sujeto<br />

narrador de sí mismo está reconfigu -<br />

rando vestigios de su ser que han que -<br />

dado en la memoria. Pero además, al<br />

escribir el autor partes significativas de<br />

una historia de vida, quién sabe si utili -<br />

zando un material autobiográfico, man -<br />

tiene con los acontecimientos biográficos<br />

narrados una relación de identidad, tam -<br />

bién de otredad, trasmutado en otro yo<br />

al constituirse en personaje de ficción,<br />

mezcladas sus identidades. De cierta<br />

forma, proyecta deseos y aspiraciones<br />

que tal vez nunca fueron “reales”, pero<br />

definen a la persona como si lo fue -<br />

ran, mostrando el continuo proceso de<br />

hacerse/deshacerse.<br />

Como un héroe de la alta mo -<br />

dernidad, el protagonista busca sentidos<br />

en un mundo que parece estarlos<br />

perdiendo, pero es un héroe proble -<br />

mático; tampoco está por encima de<br />

esa enajenación. Y aunque lleva en sí<br />

muchas de las contradicciones de su<br />

tiempo —según san Agustín, somos el<br />

tiempo—, no renuncia a la búsqueda<br />

problemática, como le aconseja su men -<br />

tor Robertón Pérez, ya entre el delirio<br />

y la muerte: “Escúchame bien, que de<br />

tantas cosas importantes que te he dicho<br />

en la vida, creo que ésta es la más im -<br />

portante de todas… Escúchame: dedi -<br />

ca tu vida a buscar y hallar el corazón<br />

del rey, búscalo siempre, existe, existe,<br />

el corazón del rey existe, que ésa sea<br />

tu divisa: buscar y hallar el corazón del<br />

rey y tomarlo para ti… Si lo hallas, ha -<br />

brás triunfado y triunfarás toda la vida,<br />

¿entiendes?...”<br />

Ese protagonista tiene sentimien -<br />

tos contradictorios, propios de los años<br />

iniciales de la revolución y de sus años,<br />

pues es muy joven y vive su iniciación<br />

como hombre, ciudadano, artista, con<br />

sus ritos de paso. Habita y es habitado<br />

por la frustración, piensa por negación<br />

y puesta en duda, a la par, tiene sus<br />

certezas que le vienen de su sensibi-


lidad poética, una vocación intelectual<br />

de “pensar el mundo” y un entrañable<br />

sentido humano —no ha leído a César<br />

Vallejo sin consecuencias—, humanidad<br />

nada impoluta o irreal, sino hecha de<br />

furias, carencias y miserias, posiblemen -<br />

te las que hicieron desear una revolución<br />

antes de la revolución. Como dice el<br />

autor, su personaje “está en el camino<br />

infinito del automejoramiento humano”. 7<br />

En medio de tan grandes tensio -<br />

nes, la novela continuamente desestabi -<br />

liza, incitando al lector a preguntarse,<br />

a trazar su trayectoria. Y no me refiero<br />

sólo al significado de la historia social,<br />

un poco menos enigmático por los años<br />

transcurridos, aunque existan tan con -<br />

trapuestas versiones y una guerra de<br />

la memoria; sino a la manera de vivir la<br />

historia, a la participación, a las creen -<br />

cias, a los actos de fe y oportunismo o<br />

cobardía.<br />

El corazón del rey da de lleno en<br />

el corazón de uno, conduce a nuestra<br />

propia narrativa de vida. Y es así que<br />

son abiertas preguntas cardinales pa -<br />

ra el lector, tanto el que ha vivido el<br />

tiempo narrado como el que se depara<br />

con el tema desde una relativa exterio -<br />

ridad. Cualquier lector podrá preguntarse<br />

sobre la eficacia de las utopías,<br />

7 Véase más adelante la conversación con<br />

el autor.<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

sobre el desfasaje entre los ideales y las<br />

prácticas sociales, sobre las derivas hu -<br />

manas cuando las palabras parecen caer<br />

en el vacío del ejercicio del poder, so -<br />

bre el derecho a ser uno mismo, a apar -<br />

tarse, a disentir. Preguntas que no son<br />

de una específica generación, o mundo<br />

cultural y social, sino relativas a la sig -<br />

nificación de las personas y en las per -<br />

sonas de un proceso social que ha puesto<br />

en su centro las aspiraciones de justicia<br />

social y desalineación. Pudiera decirse,<br />

siguiendo la lógica ficcional de Viera,<br />

de “grandes expectativas” e “ilusiones<br />

perdidas”, tema mayor de la moderni -<br />

dad literaria que, desde Balzac y Dic -<br />

kens, no cesa de ser reinterpretado.<br />

Ese choque sordo pero violento,<br />

con las tendencias deshumanizadoras<br />

del entorno, sin posibilidad de conci -<br />

liación, sitúan al protagonista “fuera<br />

del juego”, permitiéndole asistir de ma -<br />

nera crítica y advertida a un teatro de<br />

época. Con el desarrollo de la trama,<br />

esa figura principal deviene una espe -<br />

cie de conciencia crítica que intenta en -<br />

tender y explicar problemas como el<br />

dogmatismo, la falta de corresponden -<br />

cia entre los hechos y la historia oficial,<br />

el antagonismo insalvable entre las as -<br />

piraciones personales y la política del<br />

poder. Y quien analiza no es un nihilis -<br />

ta, ni un individualista típico burgués.<br />

No son las memorias del subdesarrollo,<br />

7


8<br />

sino las de un ex-céntrico en relación a<br />

la estructuras del poder, las de un suje -<br />

to con sentido creciente de su lugar de<br />

enunciación, palabras y postura vital.<br />

El corazón del rey despliega un<br />

sutil juego de temporalidades. Los even -<br />

tos narrados se sitúan en el presente o<br />

en un pasado perfecto (tiempo performático,<br />

dramático), con algunas retros -<br />

pectivas al pasado reciente, típicas del<br />

canónico tiempo narrado. Pero también,<br />

y abriendo el foco, los contenidos se<br />

tornan más complejos con la perspec-<br />

tiva del tiempo transcurrido entre el<br />

tiempo novelado y los de la escritura/<br />

lectura. Vale reparar en esta declara -<br />

ción que, aunque hecha una vez, se<br />

proyecta a todo el texto, modelando sus<br />

estrategias de lectura: “Dejo constancia<br />

para ti, eventual lector en ese futu -<br />

ro que ya será pasado remoto.”<br />

En esa dimensión retrospectiva de<br />

más largo alcance, cobra relevancia el<br />

trasiego de la memoria que recupera y<br />

transfigura; selecciona e imagina. Repa -<br />

rando en el lapso que media entre el<br />

tiempo de la escritura y el de los even -<br />

tos, se destaca la efectiva amalgama del<br />

horizonte del narrador, el personaje ac -<br />

tuando y el autor que está escribiendo.<br />

El medio siglo transcurrido, entre<br />

el tiempo de la trama figurado por la<br />

memoria y el tiempo de su escritura,<br />

hace a la novela aun más envolvente.<br />

En verdad, ese autor-narradorprotagonista<br />

está en posición privilegia -<br />

da y sabe aprovecharla para, desde su<br />

marginalidad, ver más allá de ella. Co -<br />

mo Tiresias es diferente, su relativa ce -<br />

guera existencial le confiere el don del<br />

vaticinio. Escuchado hoy, se percibe más<br />

nítidamente su tono profético, de augu -<br />

rios agoreros: “El caos de lo habitual,<br />

que traza una épica de lo cotidiano que<br />

tal vez no sea registrada en ningún libro<br />

—porque éstos se dedican fundamentalmente<br />

a la épica de las armas, o, en


general, a aconteceres supuestamente<br />

menos nimios—, requiere de un tesón<br />

para vencer el Absurdo, que estará más<br />

allá de la resistencia de muchos seres<br />

cuyas vidas, de principio a final, en este<br />

devenir socialista, se convertirán en uno<br />

de los más pulidos emblemas de la zo -<br />

zobra. Y, según lo que se anuncia, po -<br />

drán irse por este camino de la angustia<br />

sin final varias generaciones.”<br />

La novela me recuerda a La mon -<br />

taña mágica, hasta Hans Castorp anda<br />

por una de sus páginas. No lo apunto<br />

para empequeñecerla en la comparación<br />

con una obra maestra de la cultu -<br />

ra espiritual contemporánea, sino para<br />

referirla a una genealogía, a una tradi -<br />

ción creativa en la que las novelas se<br />

articulan, dicen lo que tienen que de -<br />

cir de manera original, como lo hace<br />

El corazón del rey. En esta reescritura<br />

de paradigmas sobresale su estética<br />

del cotidiano revisitado y desacralizan -<br />

te humor, por momentos humor negro.<br />

La novela pide ser leída con un ojo que<br />

llora y otro muerto de risa, hasta para<br />

salvarse uno de la autoconmiseración.<br />

Su lectura es un banquete cubano, de<br />

frutos humildes, minimalistas, si bien<br />

suculentos, porque menos puede ser<br />

más, cuando es así trabajado narrativamente.<br />

Dentro de tanto desafuero,<br />

deslenguada, iconoclasta, jocosa, gro -<br />

sera e irreverente, nos hace partícipes<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

de una portentosa conversación interminable,<br />

como lo está la historia.<br />

Viera es brillantemente reflexivo,<br />

de pensamiento polémico desplegado de<br />

modo consistente. Su narrativa recoge<br />

una buena parte de los discursos de épo -<br />

ca, lo que fue dicho y lo que se sigue<br />

diciendo en el discurso doctrinario,<br />

con sus dogmas y cantaletas extenuan -<br />

tes porque el sujeto —la muy ilustrativa<br />

situación del protagonista— debe<br />

ser esclarecido, reclutado, salvado, re -<br />

primido, asustado. Simultáneamente, y<br />

en contrapunto, está el discurso de es -<br />

te protagonista con su auténtica vibra -<br />

ción humana, así como el de otras voces<br />

singulares que vienen a matizarlo. Tan -<br />

to sus argumentos, enriquecidos por las<br />

variaciones temáticas de Robertón (con<br />

sus apuntes) y la Samaritana (antoló -<br />

gico el manuscrito real-delirante de las<br />

“colas”), como los de los antagonistas<br />

(Benito de Palermo, Magalí, Maritza),<br />

son desarrollados por extenso. El tex -<br />

to, siendo de pensamiento, hace pensar<br />

al lector, moviliza su horizonte moral<br />

y sus experiencias.<br />

Con sus voces plurales, los perso -<br />

najes argumentan y replican, exponen<br />

percepciones y modos de ver. Sus in -<br />

terpretaciones de lo que están viviendo<br />

causarían la envidia de no pocos her -<br />

meneutas de profesión. Así sucede con<br />

la Samaritana y Robertón, filósofos de la<br />

9


10<br />

existencia, populares y de tradición oral,<br />

que viven en el límite, transgresivos, am -<br />

bivalentes. Su saber no ha sido canoni -<br />

zado por ninguna academia, más que la<br />

del cotidiano y la picaresca, de ahí sus<br />

trazos ingeniosos, divertidos, que también<br />

pueden ser patéticos y grotescos.<br />

En este ámbito, el habla resulta<br />

deslumbrante por su fluencia podero -<br />

sa y diversificados registros, hacedora<br />

de realidades. Los personajes hablan<br />

sobre y con la historia, desde otra sen -<br />

sibilidad, hablan y viven humanamente,<br />

sobreviviendo en la picaresca actualiza -<br />

da, por tanto, sin moralizaciones hipó -<br />

critas ni declaraciones grandilocuentes,<br />

al darle cuerpo de palabras a temas de<br />

envergadura universal: la amistad, el<br />

amor, la busca de sentido. Hablan de<br />

ellos, para ellos y entre sí de una ma -<br />

nera esclarecida, elocuente, juguetona,<br />

dramática. Sus palabras tienen resonan -<br />

cia porque no han enajenado el víncu -<br />

lo con la vida.<br />

En este incesante “hablar la épo -<br />

ca”, recurre la reflexión sobre el curso<br />

de la historia que los personajes críticos<br />

interpretan como un tiempo que no ha<br />

llegado a ser ni será. Significativamen -<br />

te ese tiempo perdido no es narrado<br />

desde la nostalgia (punto de vista que<br />

ya dio sus mejores frutos en la litera -<br />

tura del exilio cubano), aunque se con -<br />

figura como un mundo declinante, en<br />

el que casi todo está acabando cuando,<br />

en teoría, debía comenzar; mundo<br />

en el que muchos se van o se quieren<br />

ir, se mueren o se están quedando mu -<br />

dos porque no hay espacio real para<br />

ser oído y participar, o ya no se tiene<br />

nada que decir.<br />

Pocas veces la literatura cubana<br />

actual ha logrado ir tan a fondo en la<br />

conciencia individual dilacerada. La no -<br />

vela es de cuestionamientos candentes<br />

porque son la persona, su identidad en<br />

crisis que a duras penas logra ser y<br />

expresarse. Una época paradójica está<br />

aquí fabulada, época sobre la que nos<br />

es vital escribir y leernos.<br />

Dominantemente memorialista,<br />

pero sin pretensiones de abarcar el mo -<br />

vimiento de la sociedad en un metarre -<br />

lato totalizante, Viera recrea, ¿exorciza?,<br />

la memoria herida. Esa memoria subterránea,<br />

clandestina y marginal, te ma -<br />

tizadas sus zonas de silencio, entra en<br />

el flujo, ya sin fin, de las memorias so -<br />

terradas que vuelven a la luz.<br />

El corazón del rey marca un pun -<br />

to de giro en la cultura literaria cu -<br />

bana por la mirada en profundidad, en<br />

cierto modo liberadora. Su crítica nos<br />

permite reconocernos imperfectos, limi -<br />

tados, frágiles, para vislumbrar otras<br />

posibilidades en la ficción inagotable,<br />

acaso tan relativas e inciertas como<br />

cualquier obra humana. Novela sin-


cera (que no es una palabra más en la<br />

cultura cubana), de indagación en las<br />

tremendas implicaciones morales y<br />

creativas de interpretar una historia di -<br />

fícil del tiempo humano. Novela fluida,<br />

leve, lúdica; de densidad de la memo -<br />

ria y reflexiva admirables. Novela sorprendente<br />

por su capacidad de iluminar<br />

nuevas dimensiones de la historia y la<br />

recusa a resolver las contradicciones,<br />

como pudiera leerse en este final que<br />

imprime otros sentidos a lo narrado,<br />

con su forma abierta y elíptica, tal vez<br />

alusiva a la impasible presencia de la<br />

vida en medio de tanto Absurdo: “Mira,<br />

está lloviznando.”<br />

LA CONVERSACIÓN<br />

—¿Qué me dices de ese título: El co -<br />

razón del rey? ¿La busca de algo así<br />

como un Santo Grial? ¿Tendría algún<br />

vínculo con tu cita inicial de Tomás<br />

Moro, creador por excelencia de uto -<br />

pías?<br />

—Un símbolo si quieres, un símbolo<br />

de lo máximo o algo así... Cosas<br />

de Robertón: alcanzar los atributos in -<br />

telectuales y espirituales (¿cuáles se -<br />

rán?) para resultar un vencedor o algo<br />

parecido. O quizá sólo el camino infi -<br />

nito del automejoramiento humano. No,<br />

no tiene que ver con el epígrafe de To -<br />

más Moro, que está ahí en el pórtico<br />

porque hoy, mirando aquella cosa que<br />

llamamos revolución, hoy, digo, queda<br />

claro que tomamos por una montaña a<br />

lo que era no más que una piedrita. Pe -<br />

ro una piedrita generadora de tantas<br />

tragedias, que abarcaría infinitud de<br />

montañas.<br />

—¿Cómo ha influido el transcurso<br />

del tiempo entre la historia narrada<br />

11


12<br />

(años sesenta) y tu visión actual? ¿Gra -<br />

vita la experiencia de posexilio en la<br />

novela? Y hablando de tiempo: ¿dia -<br />

logan los tiempos en el interior del<br />

texto?<br />

—Empecé a escribirla en abril de<br />

1990, como consta en la fecha al pie.<br />

En máquina de escribir, con trozos de<br />

cinta en mal estado “conseguidos” aquí<br />

y allá. Y con hambre, yo estaba pa -<br />

sando hambre. Demoré cerca de tres<br />

años en el primer borrador. La rees -<br />

cribí, dos años más, y la pasé en lim -<br />

pio en las mismas circunstancias, trozos<br />

semidestruidos de cinta, y hambre. Y<br />

de nuevo vi que el tono del narrador pro -<br />

tagonista no me “daba”. Y que había<br />

sobrante: eran 751 páginas, en cuarti -<br />

llas de máquina de escribir, a 30 líneas,<br />

60 golpes de tecla; lo notaba, había so -<br />

brante. Vine con esa “jaba de novela”<br />

para México en 1995. Entonces pensé<br />

que era mejor escribir Un ciervo herido<br />

y dejar El corazón... para luego. De -<br />

diqué a la primera desde principios de<br />

1996 a 2000. Retomé El corazón del<br />

rey en 2000 hasta el 2005 (si bien en<br />

el lapso 1996-2000 le pasaba la mano<br />

y la mente constantemente). Y volví so -<br />

bre ella, para afinar más detalles, del<br />

2006 al 2008. (Asimismo, de 1995 a<br />

2009 escribí el poemario La patria es<br />

una naranja, publicado el año pasado<br />

en Miami por Ediciones Iduna.)<br />

Ésta es la historia, a grandes ras -<br />

gos, de la escritura de El corazón del<br />

rey. De la versión primera a la última<br />

(¿será la última?) le rebajé aproxima -<br />

damente 150 cuartillas y le cambié no<br />

pocos tonos, personajes, desenlaces. Lo<br />

más difícil resultó siempre “literatu -<br />

rizar” un contenido tan árido.<br />

No, no gravita la experiencia pos -<br />

exilio, porque yo concebí y escribí el<br />

primer borrador en Cuba, en el insi -<br />

lio, en la fecha dicha.<br />

Los tiempos que se cruzan son<br />

los de aquellos asuntos de la década<br />

de 1960, autoralmente hablando, y la<br />

mirada hacia atrás, que no se ve, pe -<br />

ro que es una ventaja del autor cuando<br />

el narrador vaticina el desastre, que ya<br />

ha ocurrido cuando el autor comienza<br />

la novela.<br />

—¿Quisieras darnos, a tus lecto -<br />

res, algunas pistas? ¿Autoficción? ¿Po -<br />

drías referirte al protagonismo de Santa<br />

Clara y a las extraordinarias figuras de<br />

la Samaritana y Robertón?<br />

—Si te refieres al narrador, no,<br />

no se parece a mí. Ése era uno de los<br />

problemas que tenía la primera versión:<br />

el narrador se parecía a mí. Bue -<br />

no, hay que escoger una locación, y<br />

la locación que conocía para tal no -<br />

vela era Santa Clara.<br />

La Samaritana y Robertón me ayu -<br />

daron mucho para escribir esta obra,


y aún me ayudan para luchar en la vi -<br />

da. Los personajes novelísticos existen,<br />

tienen vida autónoma después que son<br />

creados o, tal vez sería mejor decir,<br />

después que se “aparecen” en una<br />

obra. Estos dos existen, como el gran<br />

Benito de Palermo y otros; unos para<br />

bien y otros para lo contrario.<br />

Siempre escribo —no sé hacerlo<br />

de otra forma— a partir de mis vivencias.<br />

Lo que pasa es que las vivencias<br />

de uno no son sólo las que uno vive co -<br />

mo protagonista, sino además las que<br />

otras personas te trasvasan. Éstas tam -<br />

bién son vivencias personales. Por ejem -<br />

plo, yo no tengo senos y por tanto no he<br />

padecido cáncer de seno. Ni tampoco<br />

he trabajado como enfermera. Pero en<br />

la novela breve de este servidor, Ingla -<br />

terra Hernández, tenemos a una en -<br />

fermera que padece cáncer de seno.<br />

Ésa es una vivencia mía: ese problema<br />

lo viví como mío, se hizo mío en la me -<br />

dida en que se metió en mi vida por<br />

quien sí era enfermera y padecía cán -<br />

cer de seno. Creer que lo que uno vi -<br />

ve es sólo lo que uno vive en “directo”,<br />

es un error.<br />

—Siento deambular por esta no -<br />

vela algunas sombras generosas, tal vez<br />

las de los novelistas del Bildungsro -<br />

man, Balzac, Mann, la picaresca, y<br />

acorto para no hacer una lista intermi -<br />

nable. ¿Te consideras un buen lector?<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

—No, no soy un buen lector. No<br />

he leído ni leo con un orden lógico, ya<br />

sea por autores, regiones, épocas... Lo<br />

hago más bien de manera arbitraria.<br />

Los llamados autores “clásicos” qui -<br />

zás no pasen, hoy, de ser, en alguna<br />

medida, y en algunos casos, una ma -<br />

nía nuestra. Ha pasado el tiempo, si -<br />

glos, todo ha cambiado. Hoy se leen<br />

obras que superan a las de aquellos<br />

“clásicos”, y es natural, por lo antes<br />

dicho. Sólo que sería muy difícil, creo,<br />

determinar si éstos que escriben hoy<br />

dichas obras serán clásicos en el fu -<br />

turo. Si dentro de cien años seguimos<br />

citando como clásicos a los que enumeras<br />

en esta pregunta, pues deberá<br />

ser por ha raganería... Porque cada día<br />

—por la abundancia de autores, por<br />

la calidad de sus obras— ha resultado<br />

y resultará más difícil desbrozar ese<br />

monte para destacar los mejores árbo -<br />

les. Es mejor seguir citando a Calderón<br />

de la Barca —sin dudas, un clásico—<br />

hasta el infinito. Es más cómodo. Ha -<br />

go pocas relec turas. Rindo tributo a<br />

todo autor que he leído, desde Cervan -<br />

tes a otros muchos muy humildes.<br />

—Me gustaría oírte pensar sobre<br />

asuntos principales que tu novela re la -<br />

ciona con riqueza de matices. Me refie -<br />

ro a ficción, historia y memoria. ¿Cuáles<br />

son para ti los principales problemas<br />

de un abordaje crítico de la historia en<br />

13


14<br />

la ficción? ¿Tu novela pudiera ser de<br />

una memoria profundamente herida?<br />

En relación a experiencias sociales trau -<br />

máticas ¿acreditas en la reconciliación<br />

de la memoria lo que Ricoeur llama el<br />

“difícil perdón”?<br />

—La ficción es algo relativo en mu -<br />

chos casos; en la literatura es más re -<br />

lativo aún. Ya se sabe que, sobre una<br />

época determinada, hemos aprendido<br />

más con las obras narrativas de los au -<br />

tores de esa época que con la historio -<br />

grafía. Lo contrario, escribir novelas a<br />

partir de los documentos “establecidos”<br />

sobre una época remota, sí ya va siendo<br />

más difícil, y más insensato en ciertos<br />

casos. Si, por ejemplo, alguien publi -<br />

cara hoy en día una novela sobre José<br />

Martí, yo no la leería. Pero creo que la<br />

leerían muchas personas, precisamen -<br />

te porque a la mayoría de las personas<br />

les gusta la ficción.<br />

Los principales problemas de un<br />

abordaje crítico de la historia en la fic -<br />

ción son la lealtad a los hechos, costum -<br />

bres e idearios, primero, y luego está<br />

el tremendo problema de darle categoría<br />

de arte a estos aspectos. Pero lo<br />

que sucede, o al menos a mí me suce -<br />

de, es que uno escribe la historia, la<br />

novela, y lo demás va surgiendo... el<br />

asunto de época digo. Dicho con otras<br />

palabras: uno está tentado por tratar<br />

(y digo “tratar” con toda intención) de<br />

escribir una historia personal, existen -<br />

cial, “íntimamente universal” —o como<br />

quiera definírsele— y arranca; y luego,<br />

como en aluvión, llega la época, el mar -<br />

co histórico, lo que sea. Pensar en la<br />

época y luego en los personajes es tra -<br />

bajo de algunos autores que escriben<br />

las llamadas novelas históricas, según<br />

he visto; y según he visto, otros de este<br />

mismo género se fascinan con un perso -<br />

naje histórico e investigan lo suficiente<br />

sobre éste y sobre su época. Es cues -<br />

tión de registro narrativo, hay quien pue -


de hacer esto, hay quien no. Como<br />

todo en la vida.<br />

Un novelista, un cuentista, un poe -<br />

ta, pueden mentir en su obra, y estas<br />

mentiras son “para siempre”; son más<br />

“para siempre” que las mentiras de un<br />

historiador, porque éstas se pueden<br />

desmentir.<br />

Creo que sólo en muy pocos ca -<br />

sos de la vida el perdón es algo “difícil”<br />

y, en menos, “imposible”.<br />

Guillermo Rosales *<br />

JOSÉ MANUEL PRIETO<br />

Fácil es establecer un paralelo entre la<br />

vida que llevó en los Estados Unidos<br />

el escritor cubano Guillermo Rosales (La<br />

Habana, 1946, Miami, 1992) en los<br />

márgenes de la experiencia americana<br />

y la existencia imaginada de su alter<br />

ego William Figueras en un asilo para<br />

locos e indigentes o boarding home,<br />

como se les llegó a conocer en Miami.<br />

Rosales, un eterno inadaptado a quien<br />

tempranamente los médicos le habían<br />

diagnosticado una severa equizofrenia,<br />

había llegado al exilio en 1979 con un<br />

* Prólogo a la edición en inglés de La<br />

casa de los náufragos.<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

historial de padecimientos mentales y<br />

no tardó en descender al único lugar<br />

disponible para él: “uno de esos refugios<br />

marginales a donde van a dar las<br />

gentes desahuciadas por la vida”.<br />

De su paso por varias de estas<br />

instituciones, Rosales sacó el material<br />

para escribir la novela que el lector tie -<br />

ne en sus manos. La obra misma, la<br />

fuerza con que denuncia desde sus pri -<br />

meras páginas la dantesca existencia<br />

de los alineados que malviven en asilos<br />

bajo la mirada cómplice de admi -<br />

nistradores tramposos, invita a ser leída<br />

en esa clave. Rosales habría querido<br />

destapar la existencia de aquel infierno,<br />

contar las muchas casas como esas<br />

que funcionaban ante la mirada indi -<br />

ferente de una comunidad obnubilada<br />

por la consecución del sueño america -<br />

no, de exiliados del castrismo que, si<br />

bien seguían rumiando su dolorosa ex -<br />

pulsión de Cuba, se habían propuesto<br />

triunfar a toda costa.<br />

El asilo de la novela no es sin<br />

embargo la eficaz institución carcela -<br />

ria, trasunto del estado opresor que apa -<br />

rece en One flew over the Cuckoo’s<br />

Nest de Ken Kesey, un lugar donde<br />

reina el orden y la limpieza. En Ro -<br />

sales la descripción del boarding home<br />

abunda en símiles cenagosos con baños<br />

siempre “tupidos con sábanas, cami -<br />

sas, cortinas”, inundados las más de las<br />

15


16<br />

veces, “lleno de heces, papeles y otras<br />

inmundicias”. La misma piel de Arse -<br />

nio, el siniestro lugarteniente de Cur -<br />

belo, es “sucia como el agua de un<br />

charco”, mientras que el ojo de uno de<br />

los locos, Reyes, supura constantemen -<br />

te. El lugar es una suerte de cloaca<br />

donde van a dar los inadaptados y don -<br />

de preda Curberlo, el administrador,<br />

que no casualmente tiene como su prin -<br />

cipal afición la pesca submarina.<br />

A este lugar siniestro como círcu -<br />

lo del infierno han ido a parar perso -<br />

najes provenientes de todos los estratos<br />

de la sociedad miamiense: Ida, “la<br />

gran dama venida a menos”; René y<br />

Pepe, “retrasados mentales” a quienes<br />

Figueras observa pelear con indiferen -<br />

cia; Hilda, la vieja decrépita de quien<br />

Arsenio abusa sexualmente; Edy, un<br />

loco que lo perdió todo en Cuba y que<br />

pide con insistencia que los Estados<br />

Unidos tire una bomba atómica que<br />

acabe con los comunistas. Los cuba -<br />

nos no son los únicos inquilinos, está<br />

Louis, el norteamericano, que jura y<br />

maldice todo el tiempo, y Napoleón,<br />

el peruano, un enano de cuatro pies,<br />

“macizo —dice Rosales con esa increí -<br />

ble precisión suya— como una pera<br />

de box”.<br />

En contraste con los demás in -<br />

quilinos, Figueras es un hombre ilus -<br />

trado: “Yo, William Figueras, que leí<br />

a Proust completo cuando tenía quin -<br />

ce años, a Joyce, a Miller, a Sartre, a<br />

Hemingway, a Scott Fitzgerald, a Albee,<br />

a Ionesco, a Beckett...” Rosales, que<br />

poseía él mismo una impresionante cul -<br />

tura literaria, también dota a su personaje<br />

de un rico bagaje intelectual.<br />

Será Figueras, poseedor de una fuer -<br />

te voz narrativa, quien conduzca con<br />

firmeza la narración sin que en nin -<br />

gún momento trastabille, caiga en el<br />

desvarío de un habla demente.<br />

Tan sólo un detalle destaca en él:<br />

es un hombre postrado, ha llegado al<br />

asilo acabado por la historia, con ma -<br />

yúscula. “Creyeron que llegaría un fu -<br />

turo triunfador, un futuro comerciante,<br />

un futuro playboy… y lo que apareció<br />

en el aeropuerto… fue un tipo enloque -<br />

cido, casi sin dientes, flaco y asustado…”<br />

En esencia, y esto es importante<br />

para comprender el libro, Figueras es<br />

un sobreviviente, alguien que no logra<br />

hacerse una vida fuera de Cuba. Es<br />

alguien que ha escapado de la avasa -<br />

lladora experiencia totalitaria, pero en<br />

quien el daño perdura. Es el gólgota de<br />

la heroína de William Styron en So -<br />

phie’s choice y también el de la galería<br />

de personajes “dañados” de la novela<br />

Enemigos, de Isaac Bashevis Singer.<br />

Esto explica su pasividad, su in -<br />

capacidad de adaptarse al nuevo país,<br />

el que haya descendido al boarding


home sin hacer resistencia alguna. Pe -<br />

ro lo que hace verdaderamente complejo<br />

a este personaje es que Figueras<br />

no es tan solo una víctima sino también<br />

un victimario. Se trata —y Rosa -<br />

les lo entendió bien, la ambigüedad de<br />

su personaje es su mayor logro— de la<br />

manera absolutamente más destructora<br />

con que el Estado totalitario te convierte<br />

en cómplice de su crueldad y<br />

del terror. Al final del pasaje que ya<br />

cité anteriormente, el que comienza con<br />

“Yo, William Figueras, que leí a Proust<br />

completo cuando tenía quince años…”,<br />

añade: “Que viví veinte años dentro de<br />

una revolución siendo victimario, testigo,<br />

víctima…” (Las cursivas son mías.)<br />

En ello radica la profundidad de<br />

la tragedia de Figueras. Más que una<br />

denuncia del boarding home, del Mia -<br />

mi o el capitalismo inhumano en el que<br />

no hay lugar para los perdedores como<br />

él, Rosales desplaza decididamente los<br />

orígenes del drama de su personaje al<br />

pasado, el momento anterior a su llegada<br />

al exilio.<br />

De ahí la importancia que tienen<br />

los sueños, los recuentos de su sueños<br />

proféticos de los que en este libro hay<br />

siete. En ellos Figueras escudriña zonas<br />

enteras de su vida en Cuba, que afloran<br />

en sus sueños como imágenes y re -<br />

velaciones. En la novela, la función de<br />

estas visiones es explorar más allá del<br />

presente cenagoso del boarding home,<br />

mostrar los sustratos donde ha ocurrido<br />

el daño. Así, en el primer sueño,<br />

Figueras describe una ciudad fantasmal<br />

y abandonada, imagen que luego<br />

se amplifica en el quinto sueño en que<br />

se pasea por una Habana devastada.<br />

En el segundo, el personaje se ve ama -<br />

rrado a una roca, un ser “con uñas…<br />

largas y amarillas como las de un faquir”.<br />

Una suerte de Prometeo encadenado<br />

que, sin embargo, se halla rodeado de<br />

17


18<br />

pulpos a los que tiraniza con sadismo:<br />

“los pulpos lloraban gruesos lagrimo -<br />

nes cristalinas por mi crueldad”. Está<br />

amarrado a la roca pero los tiraniza has -<br />

ta el llanto, los obliga a buscarles te -<br />

soros que al instante descarta con risa<br />

diabólica. Sueña luego con que bom -<br />

bardea una casa en la que Fidel Castro<br />

(también uno de los personajes de la no -<br />

vela, aunque sólo aparece en sus sueños)<br />

se movía “con la agilidad de un gato<br />

montés”, eludiendo sus disparos. Fidel<br />

Castro y todo lo que representa es un<br />

pasado profundamente instalado en él,<br />

difícil de eliminar, indestructible. En<br />

el penúltimo sueño Fidel ha muerto pe -<br />

ro se abre el ataúd, sale de él, se sienta,<br />

pide un café: “Bien. Ya estamos<br />

muertos —dijo Fidel—. Ahora verán que<br />

esto tampoco resuelve nada.” El daño<br />

inflingido, quiere decirnos Rosales, va<br />

más allá, persistirá aún después de la<br />

muerte.<br />

En otro pasaje revelador, Figue -<br />

ras está viendo en la televisión al Puma,<br />

un célebre cantante latinoamericano, y<br />

no deja de establecer una clara dife -<br />

rencia entre la vida de éste, una existencia<br />

apolítica, y la suya propia, la<br />

carga que arrastra. El Puma es alguien<br />

que vive sin ese dolor, superficialmen -<br />

te podría decirse, porque: “Jamás abra -<br />

zará desesperadamente una ideología<br />

y luego se sentirá traicionado por ella…<br />

Nunca su corazón hará crack ante una<br />

idea en la que se creyó firme, desespe -<br />

radamente. No sabrá quiénes fueron<br />

Lunarcharsky, Bulganin, Trotsky, Ka -<br />

menev o Zinoviev. Nunca experimentará<br />

el júbilo de ser miembro de una<br />

revolución y luego la angustia de ser<br />

devorada por ella. Nunca sabrá lo que<br />

es la Maquinaria. Nunca lo sabrá.”<br />

Es la misma diferencia que existe,<br />

vale la pena señalarlo, entre los demás<br />

internos del boarding home, locos rea -<br />

les, enajenados y la imagen que el na -<br />

rrador tiene de sí mismo. En ningún<br />

momento, en las cien páginas del libro,<br />

el autor apunta a algún problema real -<br />

mente serio, “médico” o “mental”, de<br />

su personaje. Difiero radicalmente de la<br />

lectura que se ha dado de la novela co -<br />

mo un trasunto del drama biográfico,<br />

puntualmente real del autor, según lo<br />

cual nuestro protagonista sería alguien<br />

como el propio Rosales, con agudos pro -<br />

blemas mentales. Esta distinción es tam -<br />

bién importante, porque apunta a que<br />

los demás internos han ido a parar al<br />

boarding home sin culpa o como sin<br />

culpa. Son verdaderos dementes. Sólo<br />

Figueras, que se sabe culpable, conser -<br />

va paradójicamente la razón. Los otros<br />

son víctimas puras, por decirlo así.<br />

Figueras se sabe culpable (siempre<br />

en el sentido antes señalado, de alguien<br />

que tomó parte activa y entusiasta en


la crueldad inevitable de la Revolución)<br />

pero no ha hallado la redención. Se<br />

asocia en “mafia” con Arsenio y en un<br />

momento hacia la mitad del libro llega<br />

a reconocer: “he dejado de ser un tes -<br />

tigo y comienzo a ser un cómplice de las<br />

cosas que pasan en el boarding home”.<br />

De vez en cuando es visitado por su<br />

amigo, el Negro, un poeta con quien ha -<br />

bla de literatura y en los ratos de ocio,<br />

lacerado por el deseo, hojea revistas<br />

pornográficas: su personaje no está del<br />

todo muerto, quiere decirnos el autor.<br />

Es entonces que aparece Francis:<br />

“Hay una loca nueva sentada frente al<br />

aparato [del televisor]. Debe tener mi<br />

edad. Su cuerpo, aunque parece ultra -<br />

jado por la vida, conserva aún algunas<br />

redondeces.” Es una mujer todavía jo -<br />

ven, pero lo más importante es que la<br />

“nueva loca” no ha perdido su huma -<br />

nidad, y Figueras lo percibe al instante.<br />

Este detalle está dado en el libro de<br />

manera magistral en el temblor que<br />

acomete a la mujer cuando Figueras<br />

se acerca a ella por primera vez y la<br />

inspecciona inescrupulosamente. Fran -<br />

cis, como él mismo, está totalmente<br />

consciente de la sordidez del boarding<br />

home. No es una “loca”; es más bien<br />

una “náufraga”, como Figueras, y éste<br />

se siente atraído al instante por ella.<br />

Figueras oscila entre la ternura<br />

y la crueldad. En dos ocasiones co -<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

mienza a estrangular a la mujer hasta la<br />

asfixia, la hace perder el conocimiento.<br />

Francis no se opone a la tortura porque<br />

se confiesa quebrada, “vacía” y es la<br />

única que, como él, ha entendido su<br />

culpa, la dualidad terrible de su con -<br />

dición. Y esta culpa compartida se<br />

constituye en la base de su entendimien -<br />

to. Durante su primer paseo por la Pe -<br />

queña Habana, ya como novios, hablan<br />

de eso. “Mi cielo”, le pregunta Francis,<br />

“¿Fuiste comunista alguna vez?” “Sí”,<br />

responde Figueras. “Yo también”, con -<br />

firma Francis. Y acto seguido, en una<br />

escena desgarradora por su profundo<br />

significado y que para mayor simbo -<br />

lismo el autor coloca en los portales de<br />

una iglesia bautista, “grande y gris”,<br />

ambos entonan un himno “de los pri -<br />

meros años de la revolución”. Los dos<br />

parecen decirse: sí, tuvimos un pasado<br />

en la Revolución, creímos en ella, ento -<br />

namos himnos y consignas, fuimos parte<br />

de su maquinaria terrible.<br />

Asombra que este momento haya<br />

pasado inadvertido por casi la totalidad<br />

de la crítica. Y estamos ante lo que<br />

puede considerarse el centro neurálgico<br />

del libro. De aquí parte todo, su<br />

importancia, su génesis misma. Porque<br />

una vez comprendida la culpa, se recu -<br />

rre al arte para redimirla, para dejar<br />

testimonio de lo pasado.<br />

Es lo que hace grande este libro,<br />

19


20<br />

le aporta su profundo significado huma -<br />

no. Rosales, como ningún otro escritor<br />

cubano antes que él, supo abandonar<br />

la estrecha vía del victimismo por la ma -<br />

yor, aunque más ardua, responsabilidad<br />

admitida. Miró al fondo de la tragedia<br />

y se descubrió parte de ella. Ésta es su<br />

verdad, el importante descubrimiento<br />

que su libro aporta: todos somos res -<br />

ponsables, todos, de un modo u otro<br />

participamos en ello, fuimos pequeñas<br />

piezas, no importa que inconscientes,<br />

de ese aparato mayor opresor. Nece -<br />

sita, entonces, imperiosamente, comu -<br />

nicar su descubrimiento, ponerlo en<br />

palabras. De ahí la importancia que<br />

tiene la literatura para su personaje,<br />

las conversaciones que éste sostiene<br />

sobre sus ídolos literarios: Hemingway,<br />

Truman Capote. De ahí también que<br />

Figueras llegue al asilo con un libro de<br />

poetas ingleses: la literatura es la he -<br />

rramienta para la gran tarea que ve<br />

ante sí, la de dejar un testimonio veraz<br />

y contundente del infierno del boar -<br />

ding home, pero más que nada y signi -<br />

ficativamente, de su pasado como parte<br />

de la gran Maquinaria.<br />

Tan sólo un obstáculo se opone<br />

a ello: la experiencia de esa existencia<br />

dentro de “la historia”, la naturaleza<br />

del fenómeno totalitario es de una otre -<br />

dad tal que resulta virtualmente intraducible.<br />

Es una queja recurrente en la<br />

literatura escrita por exiliados, por so -<br />

brevivientes del totalitarismo. Aparece<br />

en Milán Kundera, en Joseph Brods -<br />

ky, en el propio Alexander Solzhenitsin.<br />

Es un escollo que se les antoja insal -<br />

vable. “Nadie entiende esta historia”,<br />

confiesa Francis en otro momento clave<br />

del libro al hablar de los años vividos<br />

en Cuba, durante la euforia de la Revo -<br />

lución. “Yo se la cuento al psiquiatra<br />

y sólo me da pastillas de estrafón forte.”<br />

Se requiere entonces del talento<br />

de un gran escritor para articularlo, el<br />

tesón de quien vislumbra tal tarea co -<br />

mo el gran objetivo de su vida, aunque


se declare vencido desde el comienzo<br />

mismo: “La casa decía por fuera Boar -<br />

ding home, pero yo sabía que sería mi<br />

tumba.” Una vez allí, sin embargo, lucha -<br />

rá por dejar una huella; se sabe perdi -<br />

do, pero aportará su testimonio. Para<br />

su infinito asombro, Figueras descubre<br />

que Francis es también artista. Pinta y<br />

lo hace tan bien que él reacciona asom -<br />

brado cuando la mujer le muestra los<br />

dibujos que ha venido haciendo de los<br />

habitantes del asilo: “Está dibujado en<br />

el estilo de los pintores primitivos. Es<br />

muy bueno (…) Todo es exacto. Y todo<br />

tiene vida... ¡Es admirable! El alma de<br />

todos nosotros ha sido captada.” Igual<br />

que la hazaña de las Memorias, de Pri -<br />

mo Levi (otro suicida como Rosales),<br />

igual que la hazaña de los poderosos<br />

Relatos de la Kolyma, de Varlam Sha -<br />

lamov, de todo sobreviviente artista.<br />

En su arte la tragedia innombrable ad -<br />

quiere voz, es vencida. El artista lucha<br />

por dejar su huella, se sabe perdido,<br />

pero hará que las víctimas hablen en<br />

su libro.<br />

Aquí cierra con fuerza majestuo -<br />

sa la novela, el momento en que fulgu -<br />

ra la posibilidad de vencer el destino:<br />

los novios hacen planes, optan por creer<br />

en un milagro que los saque de allí. Fi -<br />

gueras se imagina viviendo con Francis<br />

como un hombre normal: “Con unas<br />

libras de más y un poco de cuidado<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

será bonita”. Se siente tan seguro que,<br />

durante el paseo que da una vez que<br />

ha acordado con Francis dejar el boar -<br />

ding home, confraterniza con descono -<br />

cidos en la calle y se encuentra, ¡gran<br />

suerte!, a una vecina de su niñez en<br />

Cuba. Figueras se sabe salvado en lo<br />

interior, el tono de la narración cambia:<br />

“Al pasar junto a Reyes… le cojo<br />

la cabeza calva entre las manos y le doy<br />

un beso en ella… Me echo a reír.”<br />

Finalmente, el sueño de la huida<br />

se frustra, pero para Figueras ya no<br />

importa. No sólo encontró el amor, si -<br />

no a una persona que, como él, se ha<br />

purificado por el arrepentimiento, ha lo -<br />

grado la refundación moral…<br />

Poco es lo que se conoce sobre<br />

cómo el desconocido que fue Guiller -<br />

mo Rosales llegó a convertirse en el<br />

escritor de excelentes recursos que aquí<br />

aparece, dueño de un estilo único y<br />

autor de lo que es sin duda uno de los<br />

mejores libros cubanos de la segunda<br />

mitad del siglo XX, sólo comparable qui -<br />

zá con la ya mítica Hombres sin mujer,<br />

de Carlos Montenegro, o con las célebres<br />

memorias Antes que anochezca,<br />

de Reynaldo Arenas, llevadas al cine<br />

por Julian Schnabel en el 2001. Aun -<br />

que Rosales hizo periodismo en Cuba<br />

y se consideró siempre un escritor, en -<br />

tre el año de su arribo a Miami y la<br />

mañana aciaga de su suicidio, es poco<br />

21


22<br />

lo que se puede destacar literariamen -<br />

te hablando. Participó, eso sí, junto al<br />

hoy conocido internacionalmente Rey -<br />

naldo Arenas en el más interesante pro -<br />

yecto cultural de esos años: la Revista<br />

Mariel (1983-1985). En ella Rosales<br />

público la única entrevista que le hicie -<br />

ron en vida y en la que, aparte de<br />

hacer referencia a la experiencia de su<br />

doble exilio, del Miami pequeñoburgués<br />

y de la Cuba revolucionaria, hace<br />

una aclaración muy reveladora sobre<br />

sus personajes que confirma la lectura<br />

que propongo aquí y que sitúa la de -<br />

nuncia de los estragos del totalitarismo<br />

como tema central de esta novela.<br />

Sus personajes, dice Rosales, “son cu -<br />

banos afectados por el totalitarismo cas -<br />

trista, guiñapos humanos”.<br />

En algún momento de 1987 su<br />

amigo, el también escritor Carlos Vic -<br />

toria, envió el manuscrito de Boarding<br />

home al prestigioso concurso Letras<br />

de Oro, organizado bajo el patrocinio de<br />

American Express y con Octavio Paz,<br />

el futuro premio Nobel mexicano, en el<br />

jurado. El libro resultó premiado por<br />

sus patentes cualidades formales y la<br />

fuerza cataclísmica de la historia. No<br />

obstante, nada pasa: el libro es recibi -<br />

do tibiamente por la crítica y durante<br />

años es conocido tan sólo por unos<br />

pocos.<br />

En 2003 aparece la edición espa -<br />

ñola con el título La casa de los náufra -<br />

gos. Al año siguiente la edición francesa<br />

de Actes/Sud con el título de Mon ange<br />

tiene una recepción clamorosa. El pe -<br />

riódico Le Monde la elogia como “una<br />

espectacular fábula autobiográfica”,<br />

una novela “lírica y lapidaria”.<br />

Todavía en Cuba, Rosales rozó la<br />

fama o tal vez la esperanza de una me -<br />

jor suerte para su literatura con El juego<br />

de la viola, novela que en 1968 quedó<br />

finalista en el prestigioso concurso “Ca -<br />

sa de las Américas”. De una colección<br />

de cuentos aún inédita, El alambique<br />

mágico, de 1990, han aparecido cuen -<br />

tos en publicaciones periódicas. Gui -<br />

llermo Rosales tenía al morir 47 años.<br />

La lenta muerte de la crítica<br />

literaria académica<br />

PETER ACKROYD<br />

Traducción de Alberto Sierra Méndez<br />

Ahora que se escriben frenéticas cartas<br />

en The Times sobre el estado de la crí -<br />

tica artística contemporánea es bueno<br />

recordar que hay problemas de la crítica<br />

más severos en otra parte. La críti -<br />

ca literaria —para referirnos al ejemplo<br />

más importante pero menos discutido—


está ahora casi paralizada; esto no tie -<br />

ne que ver con los reseñistas, quienes<br />

realizan una función pública necesaria<br />

y quienes, en cualquier caso, nunca as -<br />

pirarían a las vertiginosas alturas de “los<br />

críticos”. Me refiero a los críticos universitarios,<br />

los cuales publican largos ar -<br />

tículos en revistas arbitradas, escriben<br />

libros sobre Henry James o Samuel John -<br />

son y, en suma, están por encima de<br />

Grub Street y sus alrededores. En diez<br />

años no han producido nada original.<br />

Aún no leo a un crítico académico con -<br />

temporáneo que escriba más inteligente -<br />

mente, o lea más cuidadosamente, que<br />

un buen reseñista. Aún tengo que co -<br />

nocer a alguien que no sea un siervo<br />

voluntario de alguna de las modas ideo -<br />

lógicas que mantienen a la academia<br />

en la esclavitud.<br />

La Universidad de Cambridge vie -<br />

ne al caso. Fue aquí donde se fundó<br />

el “estudio” de la literatura inglesa y<br />

donde ha degenerado ahora en un sin -<br />

número de disputas académicas sobre<br />

una tendencia u otra: confundiendo a<br />

los estudiantes y provocando ataques<br />

generalizados de nervios entre los pro -<br />

fesores. Cambridge había sido, hasta<br />

hace poco, el tranquilo hogar de críticos<br />

liberales, humanistas, que escribían en -<br />

sayos sobre La tempestad y que, por lo<br />

que sé, nunca le hicieron daño a ningu -<br />

na alma viviente. Pero su humanismo<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

se hizo cada vez más chapucero y la<br />

atmósfera cambió. El socialismo y la so -<br />

ciología se pusieron de moda y hubo<br />

una crecida de críticos marxistas que<br />

discutían los libros como si fueran un<br />

agregado de la teoría social. Y ahora los<br />

franceses, o cuando menos los discípulos<br />

de los franceses, han llegado<br />

armados con textos y meta-textos, dispuestos<br />

a jurar que el suyo es el único<br />

modo de leer libros. Y, cuando todos<br />

los demás se han acobardado, ¿qué pue -<br />

de ser más atractivo que un complejo<br />

conjunto de instrucciones terriblemen -<br />

23


24<br />

te rígido sobre cómo leer y cómo es -<br />

cribir? Para los asediados académicos<br />

que no saben lo que están haciendo o<br />

por qué lo están haciendo, esto les llega<br />

como una bendición inesperada. Es co -<br />

mo volver nue vamente al libro de primaria.<br />

Esto es, por supuesto, una historia<br />

abreviada pero algo muy parecido es el<br />

contexto de dos libros de dos académicos:<br />

Explorations, de L. C. Knights,<br />

y The unnatural scene, un estudio de las<br />

tragedias de Shakespeare, de Michael<br />

Long. Hay algo en esos libros más pro -<br />

fundo que sus diferencias en tono y mé -<br />

todo, aunque ambos podrían negarlo:<br />

Cambridge. Los libros fueron concebi -<br />

dos, nacieron y se desarrollaron en esa<br />

atmósfera, y se nota.<br />

El problema central puede plantearse<br />

de manera muy sencilla: ¿qué es<br />

esta literatura que aceptamos sin poner<br />

en duda, y cuáles son sus características<br />

particulares que la hacen susceptible<br />

de ser enseñada y objeto de conferen -<br />

cias? Estas preguntas merodean en al -<br />

guna parte de la mayoría de los libros<br />

de crítica académica, con la punzante<br />

duda que tiene que ser constantemente<br />

apaciguada: que tal vez, después de<br />

todo, la literatura no sea realmente una<br />

disciplina universitaria. Así, Mr. Knights,<br />

en este civilizado conjunto de ensayos<br />

sobre una variedad de tópicos literarios,<br />

se siente obligado a describir la literatu -<br />

ra como “una forma de conocimiento”,<br />

como un “medio irremplazable para lle -<br />

gar a verdades que son de la máxima<br />

importancia para nosotros”. Quien pre -<br />

guntara ¿cuáles son esas verdades?, no<br />

necesitaría esperar una respuesta, por -<br />

que no hay ninguna. “Verdad” y “cono -<br />

cimiento” se sugieren pero nunca se<br />

definen; le prestan una espuria fuerza<br />

al argumento crítico sin iluminarlo en<br />

ningún momento.<br />

Por supuesto, los literatos acadé -<br />

micos siempre han dependido de esta<br />

imprecisión para reforzar la demanda<br />

por sus estudios y, de hecho, la torpeza<br />

y la confusión pueden a menudo ser<br />

tomadas por virtudes; ésta es la peculiar<br />

característica de los estudios literarios<br />

que se reclaman “una forma de<br />

conocimiento” al mismo tiempo que re -<br />

chazan cualquier investigación especial<br />

o general por no ser concreta, no estar<br />

presentada refinadamente o no ser hu -<br />

mana. Pero el problema es más amplio.<br />

Describir la literatura como una forma<br />

de conocimiento, y luego dejar el asun -<br />

to en la vaguedad como Mr. Knights<br />

hace, es hacerla rehén de la fortuna ideo -<br />

lógica. Una “forma de conocimiento”<br />

que en realidad no tiene ninguna forma<br />

está deplorablemente mal equipada pa -<br />

ra resistir las lisonjas de cualquier moda<br />

sociológica, ideológica o crítica que sea


arrastrada a la escena. De ese modo<br />

el marxismo, el estructuralismo, el for -<br />

malismo, la crítica práctica, e incluso el<br />

simple y viejo humanismo, son suministrados<br />

alternativamente de acuerdo<br />

con el colegio, la política y la edad del<br />

autor, y la inteligencia del estudiante.<br />

Mr. Kinights es, sospecho, un ho -<br />

nesto, viejo humanista él mismo; su<br />

ideología viene de Coleridge y Arnold<br />

y es uno de los que sostiene cosas co -<br />

mo “la unidad” del trabajo creativo y<br />

—más importante— su utilidad moral.<br />

Como Knights dice, “cuál, para decirlo<br />

crudamente, es su utilidad moral,<br />

educativa e incluso política”. O, para<br />

decirlo todavía más crudamente, si los<br />

estudiantes llegan a Cambridge a estu -<br />

diar literatura, y a mí se me paga para<br />

enseñarla, gracias a Dios, tiene que ser<br />

útil. Si no lo fuera la facultad de literatu -<br />

ra se derrumbaría como un castillo de<br />

naipes.<br />

Hay algo más en juego aquí, pe -<br />

ro es un terreno difícil de cruzar en un<br />

pequeño artículo: sin embargo, por mu -<br />

cho que los profesores puedan discutir<br />

complejidades morales y fragilidades<br />

de la respuesta, no obstante lo mucho<br />

que Mr. Knights pueda disculparse en<br />

su libro por parecer demasiado “predeterminado”<br />

para extraer ejemplos o<br />

lecciones morales, por más refinado y<br />

cuidadosamente expresado que sea, lo<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

que los críticos académicos tratan y gus -<br />

tan hacer es devaluar el lenguaje escri -<br />

to y convertirlo en un simple ve hículo<br />

para la transmisión de ciertas verdades<br />

y valores humanos. Como dice Knights<br />

de La tempestad: “nos ayuda a enfren -<br />

tar con algo que no es tristeza ni deses -<br />

peración las dificultades y limitaciones<br />

de la vida”. No sorprende que las aca -<br />

demias estén en confusión cuando los<br />

críticos literarios se complacen en trillados<br />

sermones, cuando una obra es<br />

utilizada como calmante, y cuando la<br />

crítica se convierte en una suerte de ad -<br />

junto de la filosofía moral. Cuando la<br />

literatura es examinada en este contex -<br />

to, permanece subordinada a cualquier<br />

teoría nueva, por brillante y entreteni -<br />

da que le sea impuesta; no se le concede<br />

una forma por sí misma.<br />

Michael Long no es un humanis -<br />

ta, hasta donde uno puede distinguirlos<br />

estos días, pero ha adoptado un lengua -<br />

je cuasi-científico que está cercanamen -<br />

te alineado al estilo más urbano de<br />

Knights. En el libro de Mr. Long se en -<br />

cuentra también ese énfasis constante<br />

en la utilidad de lo que él y sus colegas<br />

están haciendo: “convertir la expe -<br />

riencia de sus tragedias [de Shakespeare]<br />

en una especie de entrenamiento en la<br />

intensidad de los sentimientos, en el re -<br />

finamiento de la respuesta emocional”.<br />

Hubo un tiempo en el que sólo los pre -<br />

25


26<br />

dicadores y psicólogos realizaban esa<br />

impráctica tarea. Y para Long también<br />

la crítica literaria se convierte en un va -<br />

go sustituto de la sociología y la teoría<br />

ética: “Las obras contienen una comprensión<br />

sutilmente ejecutada, en la ba -<br />

se de su visión trágica, de la distancia<br />

social y los sistema de estratificación, de<br />

etnocentrismo…” Pobre Shakespeare,<br />

para Knights se convierte en teólogo y pa -<br />

ra Long en sociólogo. Y la literatura,<br />

cuando es vista en esos términos estéticos<br />

y morales, va a dar, atada y amor -<br />

dazada, a manos de los académicos con<br />

una tarea que cumplir. No es sor pren -<br />

dente que los estudios literarios se es -<br />

tén derrumbando; cuando antes mejor.<br />

(1976)<br />

Un coloso en Big Sur<br />

Matías Serra Bradford<br />

Punto de encuentro de aves migratorias,<br />

coyotes, mar y silencio, Big Sur es<br />

una zona montañosa en la costa de Ca -<br />

lifornia, a doscientos kilómetros de San<br />

Francisco. Sin electricidad y sin teléfo -<br />

no hacia el año 1947, que es cuando el<br />

autor de Trópico de Cáncer y Trópico<br />

de Capricornio se mudó allí. Henry Mi -<br />

ller ansiaba los lujos de la soledad pe -<br />

ro arreciaban las visitas: “Buscar un<br />

escondite de acceso más difícil es inú -<br />

til. El fan que quiere conocerte, que<br />

está decidido a conocerte, aunque más<br />

no fuera para estrecharte la mano, no se<br />

detendrá ni con el Himalaya.” Toda -<br />

vía le quedaba media vida por delan -<br />

te, pero consideró que era momento de<br />

hacer memoria y balance: “Para hacer<br />

un buen autorretrato, uno debe estudiar<br />

las cenizas. El hombre se crea a partir<br />

de las ruinas de sus previas identida -<br />

des.” Si cada libro de Miller es una re -<br />

trospectiva —de un periodo, de amigos,<br />

de lecturas—, Big Sur y las naranjas<br />

de El Bosco es un repliegue panorá -<br />

mico, en el centro y la cima de una vida,<br />

para dar cuenta de lo escrito y perpetrado<br />

hasta esa fecha.<br />

El resultado es uno de sus mejores<br />

libros y lo pueblan, entre otros, dos hi -<br />

jos y una mujer de la que se está sepa -<br />

rando. En sus libros Miller se plantea<br />

casi constantemente cómo vivir, y Big<br />

Sur se pregunta además cómo vivir jun -<br />

tos. (Otro de los leit-motif en Miller es<br />

uno de los más peligrosos y más eva -<br />

didos de la literatura: la felicidad.) No<br />

faltan en Big Sur conversadores recalcitrantes<br />

y personajes bizarros. Miller<br />

esperaba la llegada del correo como<br />

quien espera al Mesías: “Una de las<br />

pocas recompensas que un autor ob -


tiene por su trabajo es la conversión de<br />

un lector en un amigo íntimo.” La co -<br />

rrespondencia fue siempre un asunto<br />

capital para Miller y Hugo Manning de -<br />

cía que se la había pasado escribiendo<br />

una larga carta abierta al mundo. Lo<br />

prueban las misivas que intercambió<br />

con virtuosos epistolares como Durrell<br />

y John Cowper Powys. (Algunos críticos<br />

se han preguntado por qué escritores<br />

que eran mejores que Miller lo admi -<br />

raban.)<br />

La protagonista de Big Sur pudo<br />

haber sido la naturaleza: soberbios pai -<br />

sajes que aún hoy no han envejecido<br />

un solo día. Ya conocemos la geografía<br />

como narración épica en la literatura<br />

norteamericana: Thoreau, Faulkner,<br />

Wolfe y Kerouac, que también tiene<br />

un Big Sur más oscuro. En este caso,<br />

y como en casi toda su obra, Miller se<br />

concentra en el arte del retrato. Lo más<br />

destacable de Miller no está, como po -<br />

dría pensarse, en la descripción de sí<br />

mismo o de mujeres sino en la de hom -<br />

bres, sobre todo artistas, escritores y<br />

esforzados de toda laya. (Donde más<br />

detalló lugares fue en el mejor de sus<br />

libros, El coloso de Maroussi, que de<br />

todas maneras incluye una larga gale -<br />

ría de personajes notables.) Ya desde<br />

los años cuarenta, Big Sur funcionaba<br />

como una especie de colonia de artistas:<br />

“Es mi convicción que el artista in -<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

maduro muy raras veces prospera en<br />

ambientes idílicos”, soltaba Miller otean -<br />

do el horizonte.<br />

Henry Miller nació en Nueva York<br />

en 1891 y se crió en Brooklyn. Sus<br />

primeras andanzas están narradas en<br />

El libro de mis amigos, escrito para<br />

honrar a sus camaradas de infancia.<br />

Paseaba horas en bicicleta, que apro -<br />

vechaba para refinar el arte de hablar<br />

solo. Trabajó en una fábrica de cemen -<br />

to Portland, en la sastrería de su padre<br />

y en el correo. Abandonó estudios de<br />

piano porque su lema, decía, era “todo<br />

o nada”. Empezó a escribir tarde, en<br />

1924. Hizo su primer viaje a Europa<br />

en 1928, adonde regresó en 1930. En<br />

París hizo vida de desocupado serial y<br />

se convirtió definitivamente en escritor<br />

cuando decidió que lo suyo sería, pre -<br />

cisamente, derribar la barrera entre vi -<br />

da y literatura. No se consideraba un<br />

escritor en el sentido ordinario de la<br />

palabra, sino “un hombre que cuenta<br />

la historia de su vida”. Un epígrafe de<br />

Emerson abre el primer Trópico —“En<br />

el futuro, ¿las novelas cederán el paso<br />

a las obras autobiográficas?”— y sigue<br />

resonando.<br />

Miller era efectivo a la hora de<br />

contar el momento de la transformación<br />

—fugaz, inasible— de una vida, gracias<br />

al cual, por ejemplo, alguien se vuelve<br />

un escritor. (A propósito, el paso que<br />

27


28<br />

convierte a un alguien en escritor no<br />

es disímil al que convierte a otro en otra<br />

clase de lector, por ejemplo dejando<br />

atrás a un autor como Miller.) El autor<br />

de Días tranquilos en Clichy era una<br />

rara avis: un megalómano modesto. Es<br />

una extraña demagogia la de quien de -<br />

clara a los cuatro vientos su humildad<br />

y su deseo de anonimato. Miller era una<br />

criatura enfática, de subrayados: leía<br />

con un lápiz en la mano, como después<br />

le pasaría a no pocos de sus lectores.<br />

Como el ajedrez que practicó desde<br />

los ocho años, la escritura de este exi -<br />

mio jugador de ping-pong mejoró poco<br />

y nada en décadas. Era cada vez más<br />

indiferente “a su destino como escritor,<br />

y me sentía más y más seguro de su<br />

destino como hombre... No me impor -<br />

taba si lo que escribía era considerado<br />

malo. Lo bueno y lo malo fueron erra -<br />

dicados de mi vocabulario... Mi vida mis -<br />

ma se convirtió en una obra de arte.<br />

Había encontrado una voz”. En Prima -<br />

vera negra alude a “una especie de tar -<br />

tamudeo divino”. Lo que logró y lo que<br />

más se recuerda de Miller es, en efecto,<br />

la voz (y es una y la misma, no importa<br />

en cuáles y cuántos idiomas se lo lea).<br />

El ensayista Frank Kermode lo<br />

tomó al pie de la letra cuando afirmó<br />

que el modo en que Miller escribía mal<br />

era similar al modo en que lo hacía<br />

cuando escribía bien. En La sabiduría<br />

del corazón Miller se le anticipaba por<br />

apenas meses: “El artista se expresa a<br />

sí mismo con y por medio de la imper -<br />

fección.” Nada más literario, parecía<br />

retrucar Kermode, que posar de antiliterario.<br />

Y no hay dudas de que la<br />

irregularidad de Miller —exceptuando<br />

Cáncer, El coloso de Maroussi, Recor -<br />

dar para recordar, El libro de mis ami -<br />

gos, Los libros en mi vida, Cartas sobre<br />

Hamlet, Big Sur— provoca cierto mareo<br />

y desazón en el lector. Hay algo anacró -<br />

nico en Miller que se hace patente en<br />

los momentos en que se larga a sermo -<br />

near o a posar de incomprendido, o del<br />

único que puede comprenderlo todo.<br />

Miller más gusta cuanto más se deja dis -<br />

traer, cuando se olvida de su brío misio -<br />

nero. Según Miller, la médula pasaba<br />

por otro lado, por un recurso tan despreciado<br />

en ciertos casos como sobre -<br />

valorado en otros: la intensidad. Ir hasta<br />

el fondo de las cosas, ése fue el norte<br />

de Miller. Igual que Céline, Baron Cor -<br />

vo y Harold Pinter, Miller fue un escri -<br />

tor con bruxismo: tipeaba o redactaba<br />

con los dientes apretados.<br />

Allí está Trópico de Cáncer para<br />

ratificarlo. Miller fue un buen retratis -<br />

ta de tiempos estrechos —“el culo al<br />

aire y la lengua afuera”—, un excelen -<br />

te radiólogo de París. Leídas a los quin -<br />

ce años, las proezas sexuales de Miller<br />

eran la promesa de un espejismo; re -


leídas hoy, suenan teatrales, tediosas y<br />

aun risibles. Como con Cortázar, la lec -<br />

tura de Miller es un gusto temprano,<br />

inaugural, que nos inocula al pasar gus -<br />

tos ajenos, acaso más perdurables. Los<br />

de Miller se centraban en escritores que<br />

no se parecían a él pero sí había sabido<br />

detectar la singularidad que enarbola -<br />

ban: Blaise Cendrars, Kenneth Patchen,<br />

John Cowper Powys y Knut Hamsun.<br />

Son sugestivos los modos con que<br />

Miller buscaba delimitar un territorio<br />

propio: “La única diferencia que hay<br />

entre los demás y yo es que por mi par -<br />

te expreso lo que ellos esconden deba -<br />

jo de las palabras cuando escriben sus<br />

libros.” Cyril Connolly lo llamaba “el<br />

mejor escritor amateur contemporáneo”.<br />

Entre sus admiradores había reclutado<br />

a T.S. Eliot, Aldous Huxley, Raymond<br />

Queneau, Edmund Wilson, Colin Mac -<br />

Innes, Norman Mailer y Alain Robbe-<br />

Grillet. En referencia a la censura que<br />

pesó sobre los Trópicos, Ezra Pound<br />

dijo: “Por fin un libro que no puede<br />

darse a la imprenta, pero que es conveniente<br />

leer.” George Orwell, que sa -<br />

bía lo que era pasar hambre, dentro y<br />

fuera de París, decía que los primeros<br />

libros de Miller supieron crear un mun -<br />

do propio. Gore Vidal hacía sus salvedades<br />

pero reconoció en Miller a un<br />

luchador que contribuyó a derrumbar<br />

las barreras de la censura.<br />

HENRY MILLER<br />

EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />

Una de las actividades a las que<br />

más se entregaba Henry Miller en la<br />

paz de Big Sur era la acuarela. Ad -<br />

mitía que no tenía ninguna habilidad:<br />

“Tal vez estos ‘defectos’ son el resultado<br />

de mi esfuerzo inconsciente por<br />

dejar mi sello.” Adoraba los cuadros<br />

de George Grosz y de Paul Klee. Es -<br />

cribió diversos ensayos sobre pintura<br />

y hay numerosos pasajes en sus libros<br />

consagrados al arte. Alguna vez apuntó:<br />

“Lo importante que aprendí con las<br />

acuarelas fue no preocuparme, que no<br />

te importe demasiado. No tenemos que<br />

29


30<br />

producir una obra maestra por día.”<br />

Y agregaba: “El júbilo más grande y<br />

la mayor victoria en arte llegan en el mo -<br />

mento en que, al caer en la cuenta de<br />

que has dominado el medio en toda su<br />

extensión, deliberadamente lo sacrificas<br />

con la esperanza de descubrir una<br />

verdad vital, oculta dentro tuyo... El<br />

gesto descuidado es tan correcto, tan<br />

cierto, tan válido, como la pincelada<br />

más cuidadosamente planeada.” Este<br />

hombre de aspecto oriental —a él mis -<br />

mo lo impresionaba el parecido de su<br />

cara con la de Mishima— era un entusiasta<br />

de Hokusai y Hiroshige, y de<br />

varios frutos originados en Japón: las<br />

novelas de Tanizaki, las recopilaciones<br />

de Lafcadio Hearn, Rashomon de Kuro -<br />

sawa, las mujeres nacidas en esa isla<br />

invencible. En su libro Sexteto señaló<br />

“la mezcla en los japoneses de crueldad<br />

y ternura, y de violencia y apacibilidad”,<br />

y aseguró que la seriedad absoluta le<br />

jugó una mala pasada a Mishima. Le<br />

parecía a Miller que, excepto en el hu -<br />

mor de los maestros zen, esta seriedad<br />

absoluta es una característica típica del<br />

japonés. Fue el budismo zen, sobre<br />

todo, lo que produjo en él una especie<br />

de conversión laica. La literatura y el<br />

zen en Estados Unidos tienen una historia<br />

respetable y una distinguida serie<br />

de aficionados: los poetas Gary Snyder<br />

y Philip Whalen, J.D. Salinger y Peter<br />

Matthiessen, John Cage y Thomas Mer -<br />

ton. El zen, decía Henry Miller, es “lo<br />

más cercano a lo que soy incapaz de<br />

decir en palabras”.<br />

Esa tregua, esa obediencia al si -<br />

lencio, nos insinúa acaso que Miller es<br />

un autor ideal para cuando un lector<br />

está pasado de literatura. Un soplo de<br />

aire, una desintoxicación. “Muchos de<br />

los libros con los que uno vive en su<br />

mente son libros que nunca ha leído”,<br />

escribió una vez. Quizás a Henry Mi -<br />

ller tampoco lo hayamos leído todavía<br />

(fue hace tanto, éramos tan distintos).<br />

En una oportunidad, el poeta Robert<br />

Creeley comentó lo siguiente sobre uno<br />

de los grandes héroes de Miller, D.H.<br />

Lawrence: “Para tener una literatura<br />

Lawrence juzgaba necesario tener un<br />

alma. Y nos hemos reído de él. Qué<br />

divertido. ¿Qué tan gracioso resulta<br />

ahora?”


Tres poemas<br />

LUIS VICENTE DE AGUINAGA<br />

DE LA NADA<br />

Apareces,<br />

te asomas de la nada,<br />

y el sol, tras la tormenta,<br />

parece respaldarte como un cómplice.<br />

Yo pienso de inmediato en otros tiempos:<br />

recuerdo con ternura<br />

la mirada inicial de aquel otoño<br />

y desempolvo aromas, paisajes, ocurrencias<br />

y charlas animadas —dijera el novelista.<br />

Hoy, lo que son las cosas,<br />

paso a tu lado sin mirarte,<br />

cuidándome, ya que no el corazón,<br />

sí ―no me culpes―<br />

la bolsa del dinero.<br />

31


32<br />

JUST FOR THE RECORD<br />

Nunca he debido preguntarme<br />

cómo ―en la práctica― llegaron<br />

los astronautas a la luna,<br />

las vueltas a la tuerca,<br />

Dios al octavo día.<br />

Siempre mis dudas fueron otras.<br />

Comenzando por hoy en la mañana,<br />

siempre ―que significa casi siempre―<br />

me han urgido cuestiones de otra índole,<br />

como qué da sosiego a los imanes,<br />

por qué nos duele que se rompa un vaso,<br />

cuándo la noche se hace madrugada,<br />

qué hay tan incómodo en los tres<br />

pies del gato,<br />

cuándo la madrugada<br />

también es la mañana,<br />

cómo ―en la práctica― llegaron<br />

los pájaros al pico,<br />

la serpiente al veneno,<br />

el oro a la moneda fraccionaria,<br />

las fortunas al índice de Forbes<br />

y otras dudas acaso menos tontas<br />

pero que, por pudor, mejor se olvidan.


A LA ESPERA<br />

Por ahora<br />

no estoy muriéndome.<br />

No estoy cantando<br />

ni despidiéndome de nadie<br />

ni llorando por gracias o de nada<br />

ni compartiendo el pan o el vino<br />

por ahora.<br />

Ya sé que no tengo razón,<br />

que le pido al serrucho<br />

que haga un árbol con trozos de madera<br />

y al martillo, en silencio, que acaricie.<br />

Pero en dónde, como no sea en la sombra,<br />

puedo siquiera buscar luz<br />

o nada más buscar<br />

y encontrar, por ahora, lo que sea.<br />

Estoy a la espera de señales<br />

claras, explícitas, rotundas<br />

en el tiempo, en el agua, en una nube<br />

o en los asientos del café:<br />

señales que desmientan<br />

que, hasta la fecha, nada<br />

quiere decir ni ha dicho nunca nada.<br />

33


Amigo sólo en las malas<br />

NORMAN PODHORETZ<br />

Traducción de Pedro Santander<br />

El mayor cumplido que me hizo Norman Mailer fue llamarme un “foulwea -<br />

ther friend”. Me lo dijo sonriente, satisfecho con el ingenio y felicidad de su<br />

expresión. * Yo reí también, tanto porque compartía su apreciación por la for -<br />

ma graciosa que había impreso a su cumplido como porque sabía que, ha -<br />

biéndome mantenido firme a su lado tanto en los buenos como en los malos<br />

tiempos, lo merecía. Nuestra amistad comenzó en un periodo particularmen -<br />

te duro para él y poco a poco comenzó a desmoronarse conforme él, de<br />

nueva cuenta, volvía a subir alto. Yo, por mi parte, tenía graves problemas<br />

en ese momento y él no mostró ser un amigo en las malas también para mí.<br />

Pero hay más mucho más que contar y falsearía la historia si diera la impresión<br />

de que el desarrollo y caída de nuestra amistad fue, para emplear una<br />

frase de Jay Gatsby, un asunto “meramente personal”.<br />

En la época en que conocí a Lillian Hellman, a finales de los años cincuen -<br />

ta, Mailer había escrito tres novelas y algunas secciones de lo que resultaría la<br />

abortada cuarta. La primera, The naked and the dead, había sido una sensa -<br />

ción desde su publicación en 1948, lanzándolo a los 25 años a la celebridad<br />

y las grandes ventas como autor de lo que la prensa popular consideraba “la<br />

mejor y definitiva novela sobre la Segunda Guerra Mundial”. Pero —y esto es<br />

una indicación de lo mucho que cambiarían las cosas en una década— el éxito<br />

de ese libro volvió sospechoso a Mailer a los ojos de la comunidad de críticos<br />

serios, igual que las obras de teatro de Lillian la ha bían hecho sospechosa.<br />

* La expresión usual en inglés es fairweather friend, o amigo sólo en los buenos tiempos,<br />

amigo interesado. Foulweather friend sería por lo tanto amigo sólo en los malos tiempos.<br />

×<br />

NORMAN MAILER<br />

35


NORMAN PODHORETZ<br />

36<br />

Mailer, por lo que supe cuando lo conocí, unos diez años más tarde,<br />

se sintió anonadado cuando descubrió que había un mundo literario cuyos<br />

personajes principales desdeñaban, si no es que definitivamente despreciaban,<br />

los best sellers y a las personas que los escribían. Podía ser un gradua -<br />

do de Harvard, pero se las ingenió para pasar cuatro años en Cambridge sin<br />

llegar a enterarse de que a finales de los años cuarenta la cultura en Nortea -<br />

mérica se dividía en tres: highbrow [alta o intelectual o elitista], middlebrow<br />

[mediana] y lowbrow [popular], y que la highbrow desdeñaba más o menos<br />

automáticamente cualquier best seller como producto middlebrow o lowbrow<br />

y por lo tanto no lo consideraba digno de ser tomado en cuenta; y que esa mi -<br />

núscula y oscura minoría highbrow, incapaz de dominar o desembolsar las<br />

mundanas recompensas del gran dinero y de la fama nacional, misteriosamente<br />

disfrutaba, sin embargo, del virtual monopolio de conferir un estatus<br />

verdaderamente literario.<br />

Había, por supuesto, excepciones a la regla de que el éxito comercial<br />

excluía a un escritor de la aceptación o aclamación highbrow, la principal<br />

era la del dios de Mailer, Ernest Hemingway, cuya carrera probablemente<br />

lo había desorientado en ese punto. Pero incluso Hemingway era sólo una ex -<br />

cepción parcial, pues había comenzado a publicar en las que alguna vez se<br />

denominaron “pequeñas revistas” y, cuando alcanzó el éxito comercial, se ha -<br />

bía establecido ya como un importante escritor experimental (con el imprimá -<br />

tur de uno de los cardenales de la iglesia avant-garde, Gertrude Stein). Mailer,<br />

en contraste, había logrado un gran éxito sin esas credenciales previas.<br />

Para empeorar las cosas, lo logró con una novela escrita en la tradición<br />

naturalista que en las últimas tres décadas la avant-garde, y los críticos highbrow<br />

que la apoyaban, se había negado a aceptar. Incluso las pocas escapa -<br />

das del naturalismo tradicional que Mailer se arriesgó a tomar en The naked<br />

and the dead consistían en técnicas tomadas de John Dos Passos, un novelis -<br />

ta cuyo prestigio entre los highbrow, si bien muy alto cuando completó su<br />

opus magnum, U.S.A., en 1930, se estaba desvaneciendo y pronto sería re -<br />

legado a la casi completa oscuridad crítica. La caída de Dos Passos se debió<br />

sin duda más a su paso de la izquierda radical a la derecha libertaria que<br />

al supuesto declive de sus últimas novelas como obras de arte —no quiero<br />

decir que esto fuera admitido en una época en que se suponía que los jui-


UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />

cios políticos no influían en los juicios estéticos—. Mailer, en agudo contras -<br />

te, estaba enfáticamente en la izquierda, pero desde el punto de vista de los<br />

highbrow, su izquierdismo, como el de Lillian, era de la variedad equivoca -<br />

da —es decir, estalinista— (aunque a diferencia de ella, él era sólo un compañero<br />

de viaje).<br />

He aquí cómo describo, en el ensayo que estaba escribiendo cuando lo<br />

conocí, la política que animaba The naked and the dead:<br />

En 1948, Mailer —quien pronto se habría de convertir en una figura relevante<br />

en la campaña de Henry Wallace por la Presidencia— aprobaba la idea de que<br />

nuestras dificultades de la posguerra con Rusia eran exclusiva responsabilidad<br />

del capitalismo norteamericano. Habíamos ido a la guerra contra Hitler no porque<br />

la clase dirigente norteamericana fuera antifascista, sino porque Hitler no<br />

había mostrado voluntad de jugar al juego capitalista de acuerdo con las reglas,<br />

y el siguiente paso era disponer de Rusia, el único obstáculo restante en el camino<br />

al poder total. La Segunda Guerra Mundial, entonces, fue la primera fase de<br />

una operación más ambiciosa, mientras tanto el ejército estaba siendo usado<br />

como un laboratorio de fascismo, un adelanto de la clase de sociedad que la<br />

clase dirigente norteamericana estaba preparando para el futuro.<br />

Para decirlo otra vez, esos puntos de vista evidentemente estalinistas ha -<br />

bían sido políticamente inaceptables en los círculos literarios highbrow. Tan<br />

inaceptables como el género literario middlebrow que usó Mailer para ex -<br />

presarlos. De hecho, había críticos que veían al middlebrowismo como una<br />

manifestación estética del estalinismo. Así, Robert Warshow, al escribir en<br />

Commentary un año antes de que The naked and the dead apareciera, trazó<br />

una línea directa entre el estalinismo “y la cultura de masas de las clases<br />

educadas: la cultura del ‘middlebrow’”. Y sin hacer la conexión explícita,<br />

Dwight MacDonald, quien se convertiría en amigo y campeón de Mailer, es -<br />

cribió un devastador artículo sobre Henry Wallace como fantoche del comunismo,<br />

y siguió unos años más tarde con un asalto igualmente devastador al<br />

middlebrowismo (o como él lo bautizo: midcult).<br />

Curiosamente, en los cientos de horas (¿o fueron miles?) que pasamos<br />

juntos después de convertirnos en íntimos nunca le pregunté a Mailer cuándo<br />

comprendió la importancia de la comunidad literaria highbrow y, en particular,<br />

de Partisan Review. No descubrí tampoco si el cambio radical que<br />

37


NORMAN PODHORETZ<br />

38<br />

sufrió, como novelista y en su orientación política, en los tres años que trans -<br />

currieron desde la publicación de The naked and the dead y la aparición de<br />

su segunda novela Barbary shore, tuvieron algo que ver con su nueva determinación<br />

de ganarse el consentimiento de los highbrow aun a costa, si fuera<br />

necesario, de otro éxito popular. Hay buenos motivos para pensar que la in -<br />

fluencia de Jean Malaquais, un trotskista que se convirtió en su primer traduc -<br />

tor y amigo cercano, jugó un importante papel. Supongo que al abandonar<br />

el naturalismo y el estalinismo de The naked and the dead y escribir Barbary<br />

shore, una alegoría kafkiana pro-trotskista, estaba haciendo una apuesta (no<br />

puedo decir si consciente o inconsciente) para ganarse la aprobación highbrow.<br />

Pero si eso fue lo que tramaba, calculó mal. Barbary shore fue un fracaso<br />

tanto con el público en general, para quien era demasiado oscuro, co -<br />

mo para los críticos highbrow, quienes le prestaron muy poca atención. Los<br />

high brow lo ignoraron en parte porque ya lo habían dado por perdido como<br />

otro middlebrow, y también porque, aunque había perdido (o abandonado) su<br />

toque popular, aún permanecía detrás la línea de la alta cultura. Para 1951,<br />

el modernismo de Barbary shore comenzaba a parecer tan anticuado como el<br />

naturalismo de The naked and the dead. En cuanto a la política de Mailer,<br />

convertirse en seguidor de Trotski era, desde el punto de vista de los highbrow,<br />

ciertamente una mejora respecto a ser compañero-de-viaje del estalinis -<br />

mo, pero Trotski también parecía viejo en 1951. (Mi esposa parafraseó así<br />

una reseña de Barbary shore que William Barret escribió para Partisan Re -<br />

view: “Oh, no, Mailer está recogiendo esa cosa.”) Pues era la época en que<br />

el mundo literario highbrow había comenzado a desencantarse del socialismo<br />

revolucionario, cualquiera que fuera su coloración. Estaba en proceso de<br />

formular una nueva reivindicación de “nuestro país y nuestra cultura”, como<br />

titularon los editores de Partisan Review el simposio que organizaron en 1952,<br />

en el que la transformada actitud de su comunidad hacia esos temas fue so -<br />

bresalientemente exhibida.<br />

Por otro lado, el hecho de que Mailer fuese invitado a participar en ese<br />

simposio significaba que Barbary shore lo había convertido por lo menos en<br />

un personaje con el que había que contar. William Phillips, co-editor de Par -<br />

tisan Review, reconoció más tarde que la inclusión de Mailer fue un “acto polí -<br />

tico” tanto desde el lado de la revista como del de Mailer, que significaba que


UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />

él se había convertido en “parte de<br />

nuestra comunidad”; y Mailer dijo,<br />

“en cierta forma, el simposio fue<br />

mi presentación en sociedad”.<br />

Pero siendo Norman Mailer,<br />

se presentó penduleando. En su co -<br />

laboración manifestó estar sorpren -<br />

dido por los supuestos del simposio<br />

y reprendió a los editores de<br />

Partisan Review, así como a varios<br />

viejos novelistas (mencionó especí -<br />

ficamente a Hemingway, Dos Passos,<br />

James T. Farrel, William Faulkner<br />

y John Steinbeck), por haber pasa -<br />

do del alejamiento a distintos grados<br />

de aceptación, si no es que al<br />

abierto proselitismo, del “Siglo Nor -<br />

teamericano”. Había una deliberada<br />

provocación e incluso ofensa<br />

en la referencia de Mailer al “Si -<br />

NORMAN PODHORETZ<br />

glo Norteamericano”, un término<br />

que el jefe de Time, Inc., Henry Luce, había acuñado unos años antes en<br />

la revista Life. Al usar ese término, Mailer estaba implicando casi explícitamente<br />

que los escritores que había mencionado se habían asociado por lo<br />

menos o, peor, vendido a lo que él consideraba el verdadero y más podero -<br />

so enemigo de todo lo que ellos habían representado tanto en cultura como<br />

en política. Pero esta obcecada postura de oposición a la sociedad norteame -<br />

ricana no significaba que Mailer fuera a persistir en su trotskismo o alguna<br />

otra clase de marxismo. Por el contrario, habiendo pasado del estalinismo<br />

al trotskismo, como los editores de Partisan Review mucho antes que él, los<br />

seguiría de nuevo, esta vez en su repudio del marxismo en particular y del<br />

pensamiento ideológico en general.<br />

No obstante, al dar ese paso, Mailer siguió un camino muy diferente al<br />

que los excomunistas y antiguos trotskistas de Partisan Review tomaron. Por<br />

39


NORMAN PODHORETZ<br />

40<br />

lo que concernía a la mayoría de ellos, la profecía del final del capitalismo<br />

occidental y el consiguiente triunfo de la revolución socialista conducida por<br />

una clase trabajadora despierta y movilizada, había mostrado ser una guía de -<br />

fectuosa para el futuro. Pues aquí estábamos en paz cuando el capitalismo,<br />

que desde el punto de vista del marxismo había sobrevivido a la Gran Depre -<br />

sión de los años treinta sólo gracias a haber sido sostenido artificialmente en<br />

vida por las necesidades económicas de la guerra, debía estar experimentan -<br />

do su pospuesto colapso final. Pero con el oxígeno desconectado, este sis -<br />

tema supuestamente moribundo mostraba una vitalidad incluso mayor que<br />

antes. Mientras tanto, los sueños revolucionarios de Marx se habían conver -<br />

tido en una pesadilla totalitaria en Rusia, y los trabajadores de E. U., el país<br />

más avanzado de los países capitalistas, se negaban obstinadamente a jugar<br />

el papel prescrito en el escenario marxista. En lugar de rebelarse contra sus<br />

explotadores y opresores, expresaban gran satisfacción con un sistema que<br />

estaba comenzando a realizar sus sueños de prosperidad e incluso de lo que el<br />

economista John Kenneth Galbraith haría famoso al denunciarlo como “opu -<br />

lencia”.<br />

Mailer estaba muy lejos de aceptar el fracaso de la revolución marxista,<br />

como puso en claro en su famoso ensayo “The white negro”. El cual apare -<br />

ció sorprendentemente como “Reflections on Little Rock”, de Hannah Arendt,<br />

en la revista Dissent, cuyo editor, Irving Howe (un ex-trotskista que aún conservaba<br />

la fe en algunos elementos de la teoría marxista), había evidentemen -<br />

te decidido, con base en el simposio de Partisan Review, que Mailer podía<br />

ser un aliado útil en la lucha por revivir la menguante influencia del socialismo<br />

entre los intelectuales. Pero si fue así, Howe finalmente descubriría que<br />

se había equivocado con Mailer. En “The white negro”, Mailer hablaba con<br />

respeto de la teoría marxista, pero afirma que había fallado su “implementación”<br />

porque había sido “una expresión del narcisismo científico que here -<br />

damos del siglo XIX” motivada por la “manía racional de que la conciencia<br />

podía reprimir el instinto”.<br />

Para Mailer la alternativa no era alguna forma de liberalismo, socialismo<br />

democrático o anarquismo (como para Lionel Trilling, Irving Howe y Paul<br />

Goodman, respectivamente). Era el “Hip”, al que Mailer describió pretensiosamente<br />

como la forma norteamericana de existencialismo. En el desarro -


UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />

llo del hipster (que funcionaba en la nueva teoría como una especie de sustituto<br />

del proletariado de Marx), Mailer detectaba “los primeros vientos de<br />

una segunda revolución en este siglo, que avanza no hacia la acción y la distribución<br />

más equitativa y racional sino hacia el ser y los secretos de la<br />

energía humana”.<br />

Esta “segunda revolución” no implicaría acción política o movilización<br />

de masas; se llevaría a cabo mediante la búsqueda de la gratificación inmediata<br />

que era la única raison d’être del hipster y que Mailer veía como la<br />

nueva ola del futuro. No importaba que esa búsqueda pareciera trivial y<br />

fuera además lamentable virtualmente a los ojos de cualquier filósofo moral<br />

desde Aristóteles a John Dewey. Mailer se impuso la tarea, mediante varias<br />

contorsiones intelectuales, de atribuirle una gran importancia metafísica.<br />

Pero, supuestamente, la prueba real de su teoría sería proporcionada no por<br />

su ensayo sino por su ficción, comenzando con su novela de Hollywood, The<br />

deer park, que apareció justo antes de “The white negro” en 1956. The deer<br />

park fue mejor que Barbary shore, pero no alcanzó las alturas que Mailer<br />

le atribuyó, y aunque le fue mejor que a su inmediata predecesora tanto con<br />

la crítica como con el público, se sintió decepcionado y frustrado.<br />

Entonces decidió que algo más osado y ambicioso era necesario para<br />

completar su nueva visión, y se embarcó en la producción del “auténtico li -<br />

bro de un proscrito”. Tan grande era el proyecto que le tomaría, pensó, diez<br />

años para completarlo. Además, recurriendo de forma característica a las me -<br />

táforas deportivas (aunque el boxeo más que el beisbol era el deporte que<br />

él favorecía cuando “se enfrentaba en el ring” con otros novelistas), anunció<br />

que representaría “la pelota que más alto suba en el agitado huracán de nues -<br />

tras letras”. Sería una novela que Dostoievski y Marx, Joyce y Freud, Sten -<br />

dhal, Tolstoi, Proust y Spengler, Faulkner, e incluso el viejo creador de moldes,<br />

Hemingway, podrían leer, pues llevaría todo lo que habían querido decir<br />

por otro camino.<br />

Todo lo que resultó de ese grandioso proyecto, sin embargo, fueron dos<br />

fragmentos. Uno de ellos, “The time of her time”, provocó furor debido a sus<br />

pasajes eróticos demasiado gráficos (que culminan con la descripción de la<br />

heroína alcanzando su primer orgasmo cuando es sodomizada a la fuerza por<br />

el héroe, con ambas partes de este evento, la activa y la pasiva, abordados<br />

41


NORMAN PODHORETZ<br />

42<br />

portentosamente por Mailer). El otro, “Advertisements for myself on the way<br />

out”, fue un completo fracaso a pesar de que fue aceptado para su publica -<br />

ción por Partisan Review y podría sólo por ello haber atraído más atención<br />

entre los highbrow de lo que hizo.<br />

Fue poco después de la aparición del artículo “Advertisements”, y sólo<br />

una semana después de que nos conocimos, cuando terminé el primer bo -<br />

rrador de mi ensayo sobre Mailer. Después de haber oído a Philip Rahv y<br />

Williams Phillips hablar despectivamente de su trabajo, me sorprendió que<br />

aceptaran publicar “Advertisements”, y asumiendo que habían modificado<br />

la idea que tenían de él, pensé que estarían contentos de publicar también<br />

mi artículo. Pero cuando se los mandé no se mostraron muy dispuestos a<br />

hacerlo y sólo lo aceptaron después de regañarme por tomar a Mailer demasiado<br />

en serio. Phillips: Rahv y yo teníamos nuestras reservas sobre el artícu -<br />

lo de Podhoretz, pero la situación se complicó por el hecho de que a Rahv<br />

no le gustaba que se alabara mucho a nadie… Pedimos cambios, pero siempre<br />

pedíamos cambios; los cambios particulares eran necesarios para silenciar<br />

su elogio de Mailer.<br />

Hasta ese momento, Mailer tenía todos los motivos para considerarme<br />

enemigo ideológico y literario. Nunca había reseñado o escrito sobre alguna<br />

de sus novelas anteriores, pero recibí un fuerte impacto de su celebración del<br />

hipster (el “white negro” del título) y por lo que Mailer describe como personalidad<br />

psicópata del hipster. Como muchos de los primeros lectores de<br />

“The white negro”, me sentí fascinado por el total descaro moral e intelectual<br />

que desplegaba, pero también me sentí perturbado por él. Sabía que Mailer<br />

no estaba conectado personalmente por su estilo literario, o por su comportamiento,<br />

con escritores como Jack Kerouac y Allen Ginsberg, pero en sus<br />

beatniks y en su hipster yo veía las mismas perniciosas implicaciones políticas<br />

y culturales, y lo hice explícito en mi ataque a los beats en “The knownothing<br />

bohemians.”<br />

En la conclusión de ese artículo cité la sugerencia de Mailer sobre la<br />

“segunda revolución” que debería llevarnos de vuelta “al ser y los secretos<br />

de la energía humana”. Sin muchos rodeos, sugerí que esa clase de discurso<br />

recordaba el fascismo (la historia, después de todo —y en especial la historia<br />

moderna—, enseña que hay una estrecha conexión entre las ideologías


UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />

del vitalismo primitivo y la voluntad de considerar la crueldad y el derramamiento<br />

de sangre con complacencia si no con franco entusiasmo”) y agregaba<br />

de inmediato que el espíritu del hipsterismo era muy similar al de la<br />

generación Beat y que era ese mismo espíritu el que animaba a los “jóvenes<br />

salvajes en chamarras de cuero” que andaban por ahí enloquecidos con<br />

sus navajas automáticas y pistolas improvisadas.<br />

¿Qué pensaba Mailer, me preguntaba, de esos “espantosos muchachos”<br />

responsables de la auténtica epidemia de violencia criminal juvenil (o “delin -<br />

cuencia” en la jerga de los trabajadores sociales de los años cincuenta) que<br />

parecía surgir de la pura maldad desconectada de los motivos acostumbrados<br />

de robo o venganza? ¿Qué opinaba de la pandilla que había apedreado<br />

hasta la muerte a un niño de 9 años en Central Park, en pleno día, unos me -<br />

ses antes, o de la que le había prendido fuego a un hombre que dormitaba<br />

en una banca frente al mar un día de verano? ¿De la que había brincado so -<br />

bre un niño lisiado y lo había apuñalado en una orgía de sangre una y otra<br />

vez incluso cuando ya estaba muerto? ¿Era eso lo que quería decir con la<br />

liberación del instinto y los misterios del ser? Había, dije, fundamentos para<br />

pensarlo, como el pasaje siguiente de “The white negro” lo demostraba: “Se<br />

puede sostener, por supuesto, que no se necesita mucho valor para que dos<br />

rufianes fortachones de 18 años, digamos, le destrocen el cráneo al dependiente<br />

de la dulcería… pero, valentía de cierta clase es necesaria, pues asesinan<br />

no sólo a un hombre débil de 50 años sino también a una institución,<br />

violan la propiedad privada, entran en una nueva relación con la policía e in -<br />

troducen un elemento peligroso en sus vidas. El rufián se atreve por lo tanto<br />

a lo desconocido.”<br />

Dije que ésa era una de las “ideas moralmente más horribles” con las<br />

que había topado y una clara idea de adónde podía conducir la “ideología del<br />

hipsterismo”.<br />

A pesar de esos enormes recelos, “The white negro” había despertado<br />

mi curiosidad por las novelas de Mailer, las cuales (joven highbrow esnob<br />

como era) no me había molestado en leer antes. Pero incluso si no hubiera<br />

sido estimulado a leerlas por “The white negro”, habría encontrado necesario<br />

hacerlo de cualquier modo: había estado jugando con la idea de emprender<br />

la escritura de un libro sobre la novela norteamericana de posguerra que<br />

43


NORMAN PODHORETZ<br />

44<br />

fuera más allá de After the Lost<br />

Generation de John W. Aldrige<br />

de 1951, y en un libro así el<br />

análisis de la obra de Mailer<br />

tendría que incluirse. Por ello<br />

recorrí con detenimiento los<br />

tres libros que había escrito<br />

hasta ese momento y me sorprendió<br />

concluir, como habría<br />

de escribir más tarde en mi en -<br />

sayo (un capítulo del libro que<br />

ahora estaba más decidido<br />

que nunca a escribir), que “Mailer era un gran novelista en ciernes”.<br />

Ignorante de lo que había escrito sobre él, Mailer me observó con una<br />

mezcla de ironía y amenaza cuando nos encontramos en la sala de Lillian<br />

Hellman y de inmediato asumió la guardia de boxeador que, habría de enterarme,<br />

le gustaba adoptar siempre que alguna disputa de cualquier tipo esta -<br />

ba a punto de estallar. Ésa era la primera vez que me veía en persona, pero<br />

yo lo había visto antes una vez, cuando fue el orador principal en un mitin<br />

de apoyo a Henry Wallace en su campaña por la presidencia, el cual tuvo<br />

lugar en el campus de Columbia en 1948; entonces yo tenía 18 años y él 25.<br />

Con una recién forjada celebridad y todavía sin experiencia como orador, hi -<br />

zo un papel tan pésimo (como lo haría a menudo después, incluso a pesar<br />

de cientos de actuaciones en los estrados públicos) que si no es por la inclusión<br />

del veterano cantante folclórico comunista Pete Seeger el mitin hubiera<br />

sido un completo fracaso. Al mirarlo noté que el joven delgado de 1948 ha -<br />

bía ganado en los años siguientes una buena cantidad de peso, junto con un<br />

considerable incremento de su seguridad. Todos los rastros de nerviosismo<br />

y timidez que habían atado su lengua en el mitin de Wallace parecían haber<br />

sido reemplazados por una presencia enfática y dominante.<br />

Si yo no hubiera estado armado con el secreto de mi siguiente artículo,<br />

habría tratado de evitar a Mailer esa noche. Pues incluso en una etapa<br />

muy temprana de mi carrera como crítico, aun antes de mi noche con Allen<br />

Ginsberg y Jack Kerouac, había descubierto cuán desagradable podía ser


UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />

una confrontación cara a cara con los amigos de un autor cuyo trabajo había<br />

criticado, ya no digamos con el autor mismo. En 1953, por ejemplo, había es -<br />

crito (para Commentary) una de las pocas reseñas negativas de The adventu -<br />

res of Augie March de Saul Bellow, y aunque fui lo suficientemente afortunado<br />

para no encontrarme con Bellow sino años más tarde (y no me había perdo -<br />

nado, y nunca lo haría), tuve la mala suerte, poco después de que aparecie -<br />

ra mi artículo, de toparme con el poeta John Berryman, quien era uno de<br />

los más ardientes secuaces de Bellow. Cayéndose de borracho sobre mí en una<br />

gran fiesta en el departamento de Willam Phillips, masculló: “Pagarás por<br />

eso así pasen diez años.”<br />

En el caso de Bernard Malamud —hice mi debut en Commentary con<br />

una reseña más bien crítica de su primera novela, The natural, también en<br />

1953— las cosas fueron diferentes. Cuando lo conocí, un poco después, fue<br />

extremadamente frío, pero tan pronto se dio cuenta de que yo era un gran<br />

admirador de sus cuentos, se ablandó un poco; y cuando manifesté esta ad -<br />

miración públicamente en un artículo en Partisan Review, nuestras relaciones<br />

se hicieron muy cordiales. (Hasta que se convirtió también en ex-amigo cuan -<br />

do rompí filas con la izquierda a finales de 1960. Malamud no era izquierdista<br />

y estaba menos interesado en la política ideológica de cualquier clase<br />

que cualquier otro escritor que conociera, pero tenía un aguda percepción<br />

de la política literaria y debió haber sentido —correctamente— que mantener<br />

su asociación conmigo después de que me había convertido en persona<br />

non grata en la comunidad literaria no le haría bien a su carrera.)<br />

Pero incluso si hubiera tratado de evitar a Mailer esa noche, en la casa<br />

de Lillian, no me habría valido de nada. Al adivinar quién era yo aun antes de<br />

que fuéramos presentados, me abordó —saltándose las convenciones sociales<br />

y fue directo al grano— con la inevitable acusación de haberlo malenten -<br />

dido y representado erróneamente. No recuerdo bien lo que dije en mi propia<br />

defensa, pero recuerdo haber interrumpido la discusión rápidamente dicién -<br />

dole que estaba trabajando en un largo artículo sobre el conjunto de su obra<br />

y que debía interrumpir el fuego hasta que pudiera leerlo. Él masculló que<br />

no era necesario leerlo para tener una buena idea de lo que diría un artícu -<br />

lo mío sobre él. “Qué apuestas”, le contesté recurriendo a la jerga de Broo -<br />

klyn de donde ambos procedíamos. “Te apuesto diez varos.”<br />

45


NORMAN PODHORETZ<br />

46<br />

Brooklyn fue alguna vez (y tal vez aún lo sea) un lugar con una cultura<br />

distintiva propia que dejaba su marca en todos los que crecieron ahí. De<br />

hecho, a lo largo de mi vida, cada vez que me descubría creando una relación<br />

instantánea con alguien que acababa de conocer, normalmente resulta -<br />

ba ser alguien, él o ella, que había crecido en Brooklyn. Así fue con Mailer.<br />

Él era de Crown Heights, un paso económico arriba del Brownsville de mi<br />

juventud pero gobernado por la misma cultura callejera, e incluso habíamos<br />

asistido a la misma preparatoria. Como yo, y prácticamente todo muchacho de<br />

Brooklyn al que había conocido, él era directo y belicoso e inmensamente<br />

preocupado por el asunto de la valentía masculina.<br />

Esta obsesión de “macho” le ha sido atribuida a menudo a la influencia<br />

de Hemingway, pero era mucho más producto del código de honor de<br />

los muchachos de Brooklyn y de su terror a ser considerados “maricas”. En<br />

el caso de Mailer, el problema estaba agravado por su reputación, en la adolescencia,<br />

de ser un niño mimado y sobreprotegido por su madre. De acuerdo<br />

con un amigo de su infancia: “Si no jugabas pelota, estabas frito… pero<br />

a Norman no lo dejaban jugar porque su madre temía que fuera a lastimar -<br />

se.” De acuerdo con otro de sus amigos de su adolescencia: “Existía la idea<br />

de que él era más propenso a hacer lo que sus padres decían. Ninguno de no -<br />

sotros obedecíamos a nuestros padres; él lo hacía… parecía tener una correa<br />

más corta, era más obediente, quieto… en aquellos días ninguno de los mu -<br />

chachos tenía modales. Norm tenía modales, era muy diferente al resto de<br />

nosotros, quienes éramos como hooligans, terribles… nunca vi que Norm se<br />

peleara a golpes, aunque nos peleábamos entre nosotros.”<br />

Mailer pasaría el resto de su vida intentando vencer el estigma de su<br />

reputación como “buen niño judío”, haciendo de adulto cosas de hooligan<br />

que le hizo falta hacer en la niñez y la adolescencia.<br />

Pero como sea, Mailer era ciertamente reconocible como Brooklynita<br />

esa noche. Aceptando mi apuesta, y blofeando como un jugador de póker,<br />

Mailer procedió a especular sobre el contenido de mi artículo, lo que, según<br />

recuerdo, tomó la forma de una parodia del remilgo literario que él asociaba<br />

con críticos highbrow como yo. Pero yo me rehusé a subir la apuesta.<br />

“Sólo espera”, y me retiré para charlar con otras personas, como su (segunda)<br />

esposa, Adele, una bella y atractiva morena que, parada silenciosamen -


UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />

te durante nuestra conversación, me había dirigió una mirada profundamen -<br />

te coqueta y algo desdeñosa. Parecía querer decir: “Y yo te apuesto que no<br />

tienes las agallas para aceptar mi desafío.” (Ella tenía razón, como quedaría<br />

definitivamente confirmado algunos años después cuando, después de una<br />

riña particularmente depravada con él, casi abiertamente me invitó a ir a la<br />

cama con ella.)<br />

A pesar de la tensión entre Mailer y yo en ese primer encuentro, nos<br />

hicimos realmente buenos amigos, y, cuando dejé la fiesta de Lillian esa no -<br />

che, tenía la sensación de que volvería pronto a oír de él. Y así fue, en las<br />

siguientes semanas nos vimos varias veces, la mayoría de ellas por iniciativa<br />

de él. Luego, cuando finalmente le mostré las pruebas de imprenta de mi<br />

ensayo, se mostró tan complacido y feliz de que fuera a aparecer en Parti -<br />

san Review que nuestra creciente amistad se consolidó.<br />

Lo que más le gustaba a Mailer era discutir ideas conmigo, en especial<br />

sus propias ideas, que yo encontraba necias y con frecuencia tan disparatadas<br />

como siempre, incluso después de que comencé a admirar el poder y audacia<br />

de su escritura. Para mí, este graduado de Harvard parecía extrañamente<br />

ignorante (¿qué carambas le habían enseñado ahí?), sonaba como esos<br />

autodidactas que acostumbraban merodear por Greenwich Village soltando<br />

sus grandes y, usualmente, conspiratorias teorías. No era un secreto para él<br />

que era así como yo lo sentía, pero nunca pareció molestarse en lo más mí -<br />

nimo: sólo seguía tratando de persuadirme de que yo era demasiado “del<br />

sistema”, demasiado rígido y convencional en mi pensamiento.<br />

Además, a pesar de mis críticas, él sabía que yo lo consideraba un<br />

hombre que tenía que seguir su propio camino y descubrir las cosas por sí<br />

mismo, y que esa necesidad era uno de los generadores de su talento como<br />

novelista. Yo era alguien que podía aprender de los libros, o de la experien -<br />

cia y errores de los demás, pero no Mailer: si no lo registraba directamente<br />

con su mismo pulso y su propio sistema nervioso, no era para él. Estaba ab -<br />

solutamente decidido a hacer la cosas él mismo, inventar el mundo de nue -<br />

va cuenta y, debido a que me parecía admirable y valiente, tenía cuidado<br />

en no juzgarlo con demasiadas prisas.<br />

Por otra parte, no podía aguantar sus bufonadas, las vencidas a las que<br />

retaba a todo mundo a su alrededor, la repentina adopción de acentos (en<br />

47


NORMAN PODHORETZ<br />

48<br />

especial irlandés o sureño) sin ninguna razón discernible, su inclinación a<br />

liarse a golpes. (Un ejemplo notable sucedió en el famoso baile de máscaras<br />

que ofreció Truman Capote en el Plaza Hotel de Nueva York en 1965 para<br />

celebrar el gran éxito que tuvo con su “novela de no-ficción” In cold blood.<br />

Yo estaba sentado a la mesa con Lillian Hellman y McGeorge Bundy, el an -<br />

tiguo decano de Harvard que era entonces consejero de seguridad nacional<br />

del presidente Johnson, cuando Mailer, evidentemente ebrio, se acercó. Lo<br />

presenté a Bundy, quien era afable a su patricio modo, pero a los pocos mi -<br />

nutos lo invitó a salir a zanjar sus diferencias sobre Vietnam. Cuando Bundy<br />

declinó pelearse a golpes diciéndole que no fuera tan infantil, Mailer reculó,<br />

mascullando: “Le debo mis respetos.”<br />

Pero siempre tuvo mucho cuidado en no incurrir en esa actitud cuando<br />

estábamos solos, tal vez porque él, muy observador, se dio cuenta de que<br />

yo no lo iba a tolerar y podría alejarme. Gracias a esa auto-restricción nuestra<br />

amistad fue relajada, no competitiva. Éramos camaradas, intercambiábamos<br />

confidencias y generalmente nos leíamos uno al otro las cosas que acabába -<br />

mos de escribir, algunas veces en voz alta. Aunque yo no era exactamente su<br />

“conciencia intelectual”, como Edmund Wilson lo había sido para F. Scott<br />

Fitzgerald en los años veinte, Mailer le prestaba mucha atención a lo que yo<br />

decía en la conversación y en mis escritos (el título que quería proponerme<br />

para mi primera colección de críticas era Hanging jude [juez de la horca]<br />

pero consideré más prudente llamarlo Doings and undoings [logros y desastres])<br />

y de esa forma serví como freno a los vuelos más extremosos de su<br />

fantasía.<br />

Además, como el crítico que de hecho lo había acercado a la Familia *<br />

y dado el imprimátur para lo que el novelista Terry Southern llamó inolvida -<br />

blemente “negocio de la literatura de calidad”, sentí cierto interés de propie -<br />

tario en Mailer —él era mi tigre—. No sólo eso, yo creía que llevaba algo más<br />

grande en las espaldas. Cierta vez sostuve que la validez de una fase completa<br />

de la experiencia norteamericana —el paso de los años cincuenta del “dis -<br />

tanciamiento” a la auto-aceptación de ser americano— se hacía depender de<br />

* La Familia, el grupo de escritores e intelectuales que giraban alrededor de Partisan<br />

Review.


UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />

que Saul Bellow, quien estaba<br />

efectuando ese desarrollo en su<br />

obra, acabara siendo o no un<br />

gran novelista. En el mismo<br />

sentido, Mailer era el anti-Be -<br />

llow, y la viabilidad del nuevo<br />

radicalismo, el que él estaba<br />

atestiguando en su obra, podría<br />

a su vez depender del hecho de<br />

que él acabara o no siendo un<br />

gran novelista.<br />

Aparte de sus payasadas,<br />

había otros dos problemas más<br />

entre nosotros. Uno era su sé -<br />

quito. Como mucha gente famo -<br />

sa, a Mailer le gustaba rodearse<br />

de una multitud de cortesanos, muchos de los cuales no tenían nada recomen -<br />

dable que yo pudiera ver excepto su actitud de adoración por él. Llegué a<br />

estimar a unos pocos: Roger Donoghue, un ex-boxeador vuelto vendedor de<br />

cerveza; Mickey Knox, un actor menor inscrito en la lista negra; Bernard<br />

Farbar, un editor de revistas y aspirante a escritor. Pero incluso en la compañía<br />

de éstos, Mailer era de lo peor y, con los otros aduladores que iban y<br />

venían y a veces se quedaban, resultaba francamente intolerable —se daba<br />

aires, era mandón, acosaba y, sobre todo, adulaba.<br />

La adulación era especialmente evidente con las mujeres, no sólo co -<br />

mo medio de seducción sino principalmente como un medio de tornar román -<br />

tico y, de paso, inflar el significado de todo lo que pasaba por su vida. Podía<br />

decirle a una chica perfectamente ordinaria y sin interés que podría haber<br />

sido una gran madam en la mejor casa de citas de la ciudad o que escondía<br />

en su interior una brillante dominadora y, una vez que el impacto inicial se<br />

esfumaba, ella quedaba muy complacida. O podía, con el mismo efecto, de -<br />

cirle a un joven vacuo que era general de corazón o torero o que tenía todas<br />

las malvadas cualidades de un director de empresa.<br />

En especial, las esposas de Mailer recibieron ese tratamiento. Por<br />

49


NORMAN PODHORETZ<br />

50<br />

ejemplo, decidió que Adele (quien nació en Cuba y tenía raíces peruanas,<br />

pero llegó a Brooklyn a muy tierna edad y ahí creció) era una india primiti -<br />

va cuyas pasiones tenía que igualar y la animaba —o más bien la forzaba— a<br />

vivir de acuerdo con esa imagen. Una de sus amigas íntimas lo describe bien:<br />

“Norman inventa una persona, y si la persona, él o ella, se somete, si esa<br />

persona es vulnerable, lo acepta. La idea de que los latinos son más apasio -<br />

nados o sexuales que los judíos no es cierta, por supuesto, pero parecía<br />

como si estuviera haciendo una investigación, algo que estaba poniendo en<br />

práctica —la práctica de las cien formas en que él y Adele podían tener una<br />

pelea.”<br />

Creo haber sido testigo de por lo menos una docena o dos de esas “cien<br />

formas”, con Adele y con varias de las esposas que la siguieron, y era muy<br />

difícil de soportar. Como dejé en claro en relación con Allen Ginsberg [en<br />

otro ensayo], yo era un gran bebedor en esa época, pero no servía para las<br />

drogas. A mí sencillamente me daban miedo las drogas duras como la heroína,<br />

incluso la mariguana me parecía peligrosa. Como adolecente, con un amigo<br />

mayor que yo conectado con el mundo del jazz de la calle 52, había proba -<br />

do la mota y no me gustó. Me repelía también la mística que la rodeaba en<br />

los años cincuenta y que Mailer aceptó por completo. En los años siguientes<br />

la mariguana se haría tan común que la cháchara que circulaba entonces<br />

sobre sus poderes para expandir la conciencia e introducir la mente en nuevos<br />

reinos del ser parecía excesiva. Lo mismo que la solemnidad que rodea -<br />

ba su empleo.<br />

Mailer siempre estaba tratando de volverme adicto a la mota —por mi<br />

propio bien, por supuesto— y una noche, en una fiesta, en el departamento<br />

de Greenwich Village que él y Adele habían rentado recientemente, me di<br />

por vencido. En retrospectiva, la escena luce aún más ridícula de lo que me<br />

pareció en ese momento, con una docena de personas sentadas en círculo,<br />

pasándose un toque e inhalando por turnos con la reverencia de devotos cató -<br />

licos tomando la Eucaristía. En contraste con el aflojamiento de la lengua que<br />

el alcohol normalmente provocaba, todos en ese círculo se comunicaban<br />

sólo consigo mismos pero ninguno hablaba (lo que me condujo más tarde a<br />

sostener que si la mariguana se legalizaba jamás llegaría a sustituir el alcohol<br />

en las bodas y bar mitzvahs). De repente, la novia de un conocido actor


UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />

(quien, por cierto, estaba actuando en esa época en una obra de Jack Gel -<br />

ber que celebraba las glorias de la heroína) comenzó a vomitar por todas par -<br />

tes. Pero ni siquiera la vomitada alteró el tono religioso de la reunión. Todo<br />

mundo siguió sentado en su lugar escuchando, o simulando escuchar, la mú -<br />

sica de las esferas por medio de invisibles audífonos con los que gracias a<br />

dos chupadas se habían milagrosamente equipado. Para mí no hubo música<br />

de las esferas. Todo lo que obtuve fue un leve zumbido en la cabeza y una<br />

desagradable sensación en el estómago. Al día siguiente Mailer me regañó por<br />

resistir y por permitirle al lado establishment de mi carácter someter al radical<br />

que había en mí. Probablemente estaba en lo cierto. Con posterioridad<br />

hice otros dos intentos conscientes pero igualmente fallidos de vencer mi re -<br />

sistencia, y eso fue todo en cuanto a la mariguana y yo.<br />

El otro experimento que habría de hacer con drogas fue en Fire Island,<br />

en los sesenta, cuando uno de los cortesanos de Mailer (él no estuvo presen -<br />

te) me persuadió de aspirar una cápsula de anfetamina. El zumbido en mi<br />

cabeza no fue nada leve esta vez, y el mareo que me provocó no llenó la pro -<br />

mesa de una sensación extraordinaria y placentera. Creo recordar que Mailer<br />

se burló de mí cuando se lo conté, aunque él no era un gran partidario de<br />

las anfetaminas o de las drogas duras en general. En el fondo creo que él<br />

les temía más que yo. Me dio la impresión de que se sintió obligado a probar<br />

el peyote y tal vez el ácido, pero por lo que sé nunca usó heroína o cocaína.<br />

Luego estaba el sexo. Si respecto a la mariguana fui disuadido por el<br />

constante proselitismo de Mailer, tuve una reacción totalmente diferente fren -<br />

te a su preocupación incluso más obsesiva por el sexo. Había una complica -<br />

ción. Por un lado, creía que Mailer había ido demasiado lejos con el sexo en<br />

su escritura. De ningún modo pensaba que el sexo no tuviera importancia;<br />

por el contrario, en cierto modo yo estaba tan obsesionado como él. Pero<br />

no como tema. Había una parte de mí que resonaba con la pulla hecha por<br />

un crítico (creo que fue Henri Peyre) de que la literatura francesa estaba total -<br />

mente dedicada a algo que podía interesarle a una persona seria sólo unos<br />

diez minutos a la semana. Si tal señalamiento podía aplicarse a algún escritor<br />

norteamericano éste era Mailer (aunque después tendría mucha competencia<br />

de Philip Roth y John Updike). Por mucho que admirara el virtuosis -<br />

mo de su prosa, y por mucho que estuviera fascinado por la salvaje falta de<br />

51


NORMAN PODHORETZ<br />

52<br />

convencionalismo de sus ideas, estaba avergonzado por él por el significado<br />

apocalíptico que le atribuía al sexo en general y al retorcido o pervertido<br />

en particular. Me pareció inmadura su forma de abordar el sexo oral como<br />

la gran cosa en The deer park y atribuirle un significado verdaderamente me -<br />

tafísico a la penetración anal heterosexual en “The time of her time”.<br />

Eso por una parte. Por la otra, si él escribía e incluso hablaba como al -<br />

guien con una experiencia sexual tan limitada que perdía la perspectiva de<br />

ella, definitivamente estaba creando una falsa impresión en lo que a la experiencia<br />

misma concernía. Con lo cual quiero decir que él era salvajemente<br />

promiscuo, tanto en como entre sus matrimonios (de los cuales habría de te -<br />

ner seis). Podría uno describirlo como un pionero de la revolución sexual que<br />

vendría, excepto por el hecho de que, a diferencia de los radicales de la con -<br />

tracultura de los sesenta, para quienes el sexo casual era la norma, él no to -<br />

maba el sexo en acción menos ligeramente que en el papel. No importa<br />

cuántas mujeres se podía llevar a la cama, rara vez iba por una noche o por<br />

emparejamientos anónimos. Cuando Mailer se acostaba con una muchacha,<br />

ella estaba ahí probablemente por más que un encuentro físico. Antes de<br />

ser devuelta al camino, podía esperar una conferencia o un sermón o una<br />

sarta de consejos sobre cómo ser mejor de lo que ella pensaba que era; y la<br />

mitad de las veces él quedaba de verla otra vez, y luego otra vez y otra vez.<br />

Combinando la destreza del ilusionista profesional con el talento del encarga -<br />

do de la agenda en la Casa Blanca, podía mantener varias aventuras simul tá -<br />

neas durante años, algunas de ellas incluso sobreponiéndose a sus sucesivos<br />

matrimonios. De dónde sacaba la energía y el tiempo para esto mientras seguía<br />

produciendo varias páginas al día es algo que siempre me intrigó. Evidente -<br />

mente, vivir de esa manera era algo que lo nutría en vez de vaciarlo.<br />

Aunque yo desdeñaba sus ideas sobre el sexo, no podía evitar envidiar -<br />

le su práctica. Aquí también hay una complicación. Pues mientras yo era<br />

también “un buen niño judío de Brooklyn” como Mailer, e incluso un estudiante<br />

más serio en la escuela, tenía también una doble vida secreta (secreta<br />

para mis padres, quiero decir) como muchacho callejero. Me gustaba vagar<br />

con muchachos que eran, por lo general por buenos motivos, tenidos por<br />

vagos por los adultos del vecindario; frecuentaba los billares en la que los va -<br />

gos más grandes, mujerzuelas y delincuentes menores se juntaban. Me tra-


UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />

baba en peleas a golpes (aunque nunca voluntariamente sino sólo cuando mi<br />

terror a ser considerado gallina sobrepasaba el miedo a que me golpearan)<br />

y apostaba el poco dinero que tenía a los resultados deportivos y tiraba da -<br />

dos en las esquinas, lo cual ocasionalmente provocaba roces con la policía.<br />

Pero lo que era más importante en este contexto es que también había sido<br />

sexualmente más precoz que Mailer, comencé más joven y tuve bastante éxi -<br />

to con las muchachas, lo cual no era frecuente en esos días en que “coger”<br />

como realidad adolescente era la gran cosa (pero que ya no lo era) que Mai -<br />

ler, como adulto, quería revivir.<br />

Para cuando lo conocí, yo le había dicho adiós a todo eso. A la edad<br />

de (casi) 28 años tenía un año de casado y creía en la fidelidad marital. Esta<br />

creencia procedía no sólo de las nobles ideas morales sobre el matrimonio,<br />

sino también de una ideología enraizada en la primera etapa de la revolución<br />

sexual del siglo XX. De acuerdo con esa doctrina, el sexo era bueno y también<br />

necesario para la salud del hombre y de la mujer, pero la promiscuidad<br />

no era el camino para alcanzar la auténtica realización sexual. Ser promiscuo<br />

era estar atrapado en una etapa “infantil” o “inmadura” del desarrollo, privado<br />

de la experiencia erótica profunda que podía ser probada sólo en el sexo<br />

monógamo o marital.<br />

Éste no era el credo del “cuadrado”, como supondría después gente<br />

como los Beats y Mailer mismo; era la reflexión de un sentimiento muy sofisticado<br />

de la vida que escritores y pensadores, desde Sigmund Freud hasta<br />

D. H. Lawrence, predicaban. Hay que admitir que eso involucraba su propio<br />

tipo de solemnidad, sus propias exageraciones y sus mismos defectos de pers -<br />

pectiva de la relación del sexo con el resto de la vida. Pero aquellos de nosotros<br />

que lo adoptamos nos enorgullecíamos de ser más serios en lo que Lawrence<br />

llamaba “el duro comercio de las relaciones humanas”. Estábamos convencidos<br />

de que nuestra clase de sexo era más profunda, e incluso más excitante<br />

(pues, para ser francos, provocaba mejores orgasmos), que la variedad bohe -<br />

mia superficial que Lawrence había denunciado como “sexo mental”.<br />

Pero, por supuesto, yo era joven y de sangre caliente y las tentaciones<br />

estaban siempre presentes. Resistirlas era por lo menos tan duro como el “du -<br />

ro” comercio de construir un matrimonio bueno y duradero, y mi amistad<br />

con Mailer lo hacía aún más difícil. Él me pervertía explicándome que su<br />

53


NORMAN PODHORETZ<br />

54<br />

matrimonio con Adele, “de un<br />

modo chistoso” (una de sus expre -<br />

siones favoritas), había sido for -<br />

talecido, no debilitado, por sus<br />

infidelidades, permitiéndole libe -<br />

rarse de los resentimientos que<br />

de otro modo habría sentido al<br />

sentirse sofocado y aprisionado<br />

por ella. Ésta no era una treta<br />

sofista: Mailer tenía una gran<br />

simpatía por mi mujer, le tenía<br />

mucho respeto, y no quería da -<br />

ñar nuestro matrimonio. Sin em -<br />

bargo, creía que la fidelidad era<br />

sólo otro elemento del lado esta -<br />

blishment de mi carácter que te -<br />

nía que ser desplazado para poder<br />

realizar mi ambición de grande -<br />

za, la cual, yo le había dicho, era<br />

tan ardiente como la suya.<br />

Me enteraría finalmente de<br />

NORMAN MAILER<br />

que estaba equivocado en esto:<br />

mi ambición no podía igualarse a la suya. Pero su ambición de grandeza y<br />

la franqueza con que la expresaba y perseguía sin preocuparse de verse mal,<br />

o de hacer el ridículo, era una de las principales fuentes de mi atracción por<br />

él. En mi ensayo había citado su opinión, expresada en una entrevista, sobre<br />

su intención de explorar, como decía, “la posibilidad de que la novela, junto<br />

con otras formas artísticas, pueda alcanzar algo mayor y no menor, y la en -<br />

fermedad de nuestros tiempos para mí ha sido esta maldita cosa de que todo<br />

es cada vez más pequeño y menos importante… Todos nos estamos haciendo<br />

mediocres y pequeños, insignificantes y ridículos, y vivimos bajo la amena -<br />

za del exterminio”.<br />

A esta distancia es difícil para mí recapturar la emoción que sentí frente<br />

a la expectativa de que las artes y la vida que reflejaban pudieran “cre-


UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />

cer”, y la convicción que desarrollé de que el camino hacia esta feliz eventualidad<br />

pudiera comenzar sólo con romper las constricciones y los límites<br />

definidos por la moral tradicional y las categorías culturales. Al mismo tiempo,<br />

estaba convencido de que esto sólo podía lograrse abriéndose camino a<br />

través de esas categorías: haciéndolas simplemente a un lado con desprecio,<br />

como los intelectualmente filisteos Beat estaban haciendo, no conduciría<br />

sino a la esterilidad y el nihilismo. Si una nueva moral y un radicalismo cultural<br />

habrían de nacer, éstos tendrían que ser generados en el mundo de la<br />

teoría por gente como Norman O. Brown. En su libro Life against death (cuya<br />

fama yo había contribuido a extender mostrándoselo a Lionel Trilling), Brown<br />

formulaba un poderoso desafío a la doctrina de Freud de que las posibilida -<br />

des humanas eran inherente e insuperablemente limitadas. Pero lo hizo sin<br />

alegar, como habían hecho críticos anteriores, entre ellos Karen Horney y<br />

Erich Fromm, que las teorías del maestro eran válidas sólo, o principalmente,<br />

para la clase particular de sociedad en la que él mismo había vivido. Desde -<br />

ñando el relativismo barato de esas tácticas, Brown precisó que el pesimismo<br />

de Freud con respecto a las posibilidades humanas no necesariamente se<br />

deducía de su análisis de la naturaleza humana, un análisis que Brown acep -<br />

taba como razonable en sus aspectos esenciales. La brillantez de Life against<br />

deadh residía en la sorprendentemente creíble consistencia de la construcción<br />

de ese análisis a partir de su propia visión de la vida como “perversidad<br />

polimorfa”, una vida de juego y de completa libertad instintiva y sexual.<br />

La visión de Brown concordaba, por supuesto, perfectamente con la no -<br />

ción mucho menos rigurosa de Mailer sobre las implicaciones de la búsqueda<br />

de la gratificación inmediata del hipster, y eso me atemorizaba. Aun así,<br />

le dio una respetable justificación teórica a la inquietud sexual que no podía<br />

evitar sentir, y que Mailer se inclinaba a alentar —de nuevo, ¡por mi propio<br />

bien!— para que yo actuara de acuerdo con ella. Él estaba particularmente<br />

interesado en que yo participase en una orgía (esta exótica especie de la expe -<br />

riencia sexual se había convertido en un elemento central de su nueva filosofía)<br />

y yo finalmente lo hice, aunque sin su ayuda o conocimiento.<br />

Bajo el argumento de que participar en una orgía no era, estrictamente<br />

hablando, una forma de infidelidad, participé en una constituida completamente<br />

por gente que no había visto antes. Pero no estuve a la altura, y<br />

55


NORMAN PODHORETZ<br />

56<br />

acabó siendo un completo y humillante desastre para mí. Pero en lugar de<br />

sentir que Mailer me había malencaminado, decidí que sencillamente yo no<br />

era lo suficientemente bueno para romper mis propias y tristes limitaciones.<br />

Naturalmente, se lo conté, y él levantó la cabeza sorprendido. No era de eso,<br />

dijo, de lo que había estado hablando. A lo que yo había ido era a un “cam -<br />

po de concentración orgiástico” y había tenido suerte de salir de ahí con vida.<br />

Algunas semanas después me invitó a pasar la tarde con él y una de<br />

sus amigas de mucho tiempo, la cual estaría de visita en la ciudad por poco<br />

tiempo. Resultó ser una bella mujer que había leído, y le gustaban, mis escri -<br />

tos, y los tres pasamos un buen rato juntos mientras comíamos en un restau -<br />

rante. Luego fuimos a su cuarto de hotel para el último trago. La atmósfera<br />

estaba sexualmente cargada, y yo comenzaba a preguntarme, sintiendo que<br />

la boca se me secaba, qué estaría planeando Mailer cuando éste se excusó<br />

y fue al baño. A los pocos minutos regreso totalmente desnudo y dirigió su<br />

mirada directamente a los ojos de su amiga. Era como si hubiera decidido<br />

demostrarme cómo era una verdadera orgía. Pero su amiga, totalmente desprevenida<br />

para este vuelco de las cosas, se rió de él con una disculpa ingenio -<br />

sa para mí.<br />

Debo confesar que me sentí más desilusionado que aliviado. Pero esto<br />

no fue el fin de la historia. Unos diez años después, ella volvió a Nueva York,<br />

y esta vez almorzamos, y no cenamos, juntos. Cuando terminamos, ella mandó<br />

a Mailer a otro lado (quien al aceptarlo casi sin protestas me hizo sospechar<br />

que todo estaba arreglado) y me pidió que la acompañara a su hotel para una<br />

última copa (con lo cual quería decir, por supuesto, una “matinée”, en el ha -<br />

bla de la época). Pero, ¡ay!, su generoso esfuerzo por compensar la desilusión<br />

de la primera vez que nos vimos había llegado muy tarde, y ahora fue<br />

mi turno de decir no. No, Dios lo sabe, en venganza, sino porque a principios<br />

de los setenta había decidido que las ideas radicales en el campo sexual<br />

con las que había estado jugando no eran menos perniciosas que su contra -<br />

parte en el campo de la política y había vuelto para siempre a mis vieja creen -<br />

cias sobre la fidelidad matrimonial y todo lo que ello acarreaba.<br />

No sólo era sobre las drogas y sus ideas sobre el sexo que Mailer y yo<br />

teníamos diferencias. Estaba también el asunto de la lealtad. Como “amigo<br />

en las malas”, salí en su defensa cuando, en el curso de una violenta pelea


UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />

con Adele, al final de una gran fiesta en la que Allen Ginsberg me había<br />

gritado y yo había abandonado unas horas antes, él por poco la mata al<br />

apuñalarla con una navaja de bolsillo. En ese entonces estaban viviendo en<br />

la calle 94 West y nosotros unas manzanas más allá en el segundo piso de<br />

un edificio de departamentos que daba hacia la 106 West. Después de apu -<br />

ñalarla, Mailer escapó de su casa y corrió a la mía. Eran cerca de las cuatro<br />

de la mañana cuando se paró bajo nuestra ventana para llamarme, pero yo<br />

estaba tan profundamente dormido que nunca lo oí. Entonces se fue y espe -<br />

ró que avanzara el día para telefonearme y pedirme que lo viera en un café<br />

cerca del hospital al que Adele había sido llevada. Aún escondiéndose de<br />

la policía, se negó a decirme exactamente qué había pasado: si lo hubiera<br />

hecho, yo habría tenido que mentir y me habría metido en problemas. Pero<br />

lo que él quería sobre todo era que le prometiera que haría todo lo posible<br />

para evitar que fuera internado en un asilo mental. Prefería ir a la cárcel<br />

que a un manicomio, dijo, pues si fuera considerado mentalmente insano su<br />

trabajo nunca volve ría a ser tomado en serio.<br />

Mi impresión de la condición mental de Mailer difería de la de algunos<br />

de nuestros amigos mutuos, incluyendo a Diana Trilling, quien pensaba<br />

que “necesitaba ayuda psicológica”, y Lillian Hellman, quien pensaba<br />

(por lo menos de acuerdo con Diana) que era inseguro estar a solas con él.<br />

A diferencia de ellas, yo no creía que él estuviera clínicamente enfermo, y mi<br />

opinión era compartida por Lionel Trilling, quien, según Diana, “insistía en<br />

que no se trataba de una condición clínica sino de una maldad consciente… que<br />

Mailer estaba comprobando los límites de la maldad en él mismo, y que apu -<br />

ñalar a Adele había sido, por decirlo así, una diversión dostoievskiana de<br />

Mailer para ver hasta dónde podía llegar”. Estuve de acuerdo con Mailer en<br />

que ingresarlo a una institución haría que la gente tomara su obra con<br />

menos seriedad. Y, finalmente, como pensaba que se le permitiría elegir la<br />

cárcel en lugar del asilo mental, y que su aceptación de responsabilidad era<br />

más honorable que alegar locura, prometí ayudarlo en todo lo que pudiera.<br />

Hubo una reunión estratégica de la familia Mailer ese domingo en la<br />

noche en la que yo estuve entre los pocos extraños y en la que opiné conforme<br />

con lo que Mailer me había pedido que hiciera. Lo volví a ver al si -<br />

guiente día en el mismo café. Me pidió que lo acompañara al hospital, donde,<br />

57


NORMAN PODHORETZ<br />

58<br />

después de visitar a Adele, él se entregaría a la policía. Yo también fui a<br />

ver a Adele, quien, aunque temerosa y llorando, me dijo que había decidido<br />

no presentar cargos. Después la policía, que había estado vigilando la habi -<br />

tación, lo arrestó. Tal vez porque era una celebridad, fueron muy amables e<br />

incluso me permitieron acompañarlo a la estación de policía de la calle 100,<br />

donde fue fichado.<br />

Luego lo enviaron a Bellevue para hacerle un examen psiquiátrico y<br />

finalmente llegaron a un acuerdo, cuyos términos nunca supe, que lo puso en<br />

libertad dos semanas más tarde. El día en que fue liberado fue a nuestra<br />

casa a almorzar. Mi esposa recordaría después la escena: “Era el mismo de<br />

siempre, calmado pero no tranquilo… Norman siempre había tenido una ‘cor -<br />

te’ y cuando salió [de Bellevue] lo hizo con el doctor que lo había examinado…<br />

El doctor se había convertido en otro de sus cortesanos.”<br />

Me he preguntado a menudo si obré correctamente al acceder al pedido<br />

de Mailer; hoy, en una situación similar, apoyaría la ayuda psiquiátrica.<br />

Pero en 1960, cuando la terapia de electroshock (a la que yo le tenía horror)<br />

era el principal tratamiento empleado, temía el efecto que pudiera tener en<br />

la mente de Mailer. Estaba consciente de su vena de locura, pero no parecía<br />

muy profunda, y la mayor parte del tiempo estaba bajo control. Había notado<br />

que Adele lo molestó toda la noche y que la situación entre ambos se tornaba<br />

bastante fea —tanto que la novelista Barbara Probst Solomon, otra<br />

amiga mutua que estaba ahí, recuerda que le dije “no me gusta cómo se<br />

están poniendo las cosas”—. Su recuerdo es exacto. Después de haber sido<br />

testigo de una dosis mayor de escenas desagradables entre Mailer y Adele de<br />

la que estaba acostumbrado, decidí partir antes de que otra estallara. En cual -<br />

quier caso, mi convicción de que él no era mentalmente insano fue reforzada<br />

por el hecho de que no la culpara por provocarlo a apuñalarla, de que<br />

asumió la responsabilidad y de que estaba dispuesto a ir a la cárcel. Por ello<br />

me sentí sumamente intranquilo ante el hecho de que escapase al castigo y<br />

ante el temor de que se hubiera deshonrado permitiendo que algún dinero<br />

cambiara de manos para conseguir su libertad. No hay ninguna evidencia que<br />

apoyara esa sospecha y concluí que era indigno prestarle atención. En los<br />

meses siguientes defendí consistentemente a Mailer contra la mayoría de mis<br />

amigos de la Familia, lo cuales no necesitaban que Mailer fuera internado


UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />

para utilizar el apuñalamiento co -<br />

mo una buena razón para persistir<br />

en su rechazo a considerar su<br />

trabajo con seriedad.<br />

En consecuencia, nuestra<br />

amistad se profundizó y nos vi -<br />

mos más frecuen temente que an -<br />

tes. Para entonces yo me había<br />

convertido en el editor de Com -<br />

men tary, y estaba trabajando muy<br />

duro para sacar la revista del li -<br />

beralismo de la Gue rra Fría en la<br />

cual se había empantanado bajo<br />

Elliot Cohen y orientarla hacia la<br />

izquierda a la que yo mismo me había mo vido como crítico durante los tres<br />

últimos años.<br />

Por mutuo acuerdo, Mailer no figu ró al principio en este proyecto. Pa -<br />

ra comenzar, ambos reconocíamos que él era demasiado salvaje para una re -<br />

vista pa trocinada por la más pro-establishment de las organizaciones judías,<br />

el American Jewish Commitee. Como editor, yo gozaba de total independen -<br />

cia, y estaba haciendo completo uso de ella en artículos tanto de política<br />

doméstica como foránea, al grado de que los Tri lling y otros amigos de la<br />

Familia me acusaron de ser demasiado blando con el comunismo y demasia -<br />

do duro con Norteamérica. Pero tenía cuidado, al mismo tiempo, de no po -<br />

ner en peligro la institución de la que yo ahora era responsable, o mi posición<br />

en ella moviéndome demasiado rápido hacía una posición culturalmente ra -<br />

dical. Esto significaba, como mínimo, no palabrotas o material explícitamente<br />

sexual en los cuentos o los ensayos.<br />

La confirmación de que esa prudencia era necesaria llegó, a pesar de<br />

que llevaba casi cinco años dirigiendo Commentary y estaba ya bien establecida<br />

como el principal centro intelectual del nuevo radicalismo, cuando<br />

publiqué un artículo del psicoanalista Leslie H. Farber llamado “I’m sorry,<br />

dear”. Ésta era, tal vez, la primera crítica seria de los sexólogos Masters y<br />

Johnson, y el supuesto moral detrás de ella era realmente muy tradicional.<br />

59


NORMAN PODHORETZ<br />

60<br />

Pero como contenía una discusión franca del orgasmo femenino y una descripción<br />

de una película que Masters y Johnson habían hecho en la cual se<br />

mostraba a mujeres masturbándose, me provocó muchos problemas con el<br />

AJC. Un prominente miembro del consejo de la revista renunció como protesta,<br />

y se lanzó una campaña para que yo fuera despedido.<br />

Pero si Mailer al principio estuvo de acuerdo en estar fuera de Commen -<br />

tary, al poco tiempo comenzó a resentirse, como pude advertir por los co -<br />

mentarios que hacía sobre lo domesticada que era la revista. Luego, de pronto,<br />

me salió con una propuesta. Decidió que en Tales of the Hasidim de Martin<br />

Buber había algo del judaísmo que lo atraía —“un rudimentario sentimiento<br />

del clan a través de los siglos”—. Mailer había crecido en una familia “mo -<br />

destamente ortodoxa”, había ido a una escuela hebrea y pasado por “el rito<br />

existencial del bar mitzvah”. Pero nada había perdurado. “Nunca diría que<br />

no soy judío, pero no me sentí fortalecido por ese hecho… dejé la parte mía<br />

que pertenecía a Brooklyn y los judíos en las calles de Crown Heights.”<br />

En verdad lo hizo. Al borrar en él cualquier huella del “buen niño ju -<br />

dío de Brooklyn” hizo tan buen trabajo en la parte judía que incluso yo —a<br />

quien alguna vez se le atribuyó el “toque de judas” (“Todo lo que tocas se<br />

convierte en judío”)— no podía detectar la subsistencia de algún resabio en<br />

su personalidad o en su conducta. Este hombre, que se veía a sí mismo como<br />

un intrépido aventurero espiritual, aparentemente tenía miedo de explorar<br />

sus propias raíces espirituales y prefería, en su lugar, ser un “héroe existen -<br />

cial” sin ligas con el pasado.<br />

Pero ahora Mailer, probando quizá que yo tenía en realidad el toque<br />

de judas, llegó con el plan de escribir una columna mensual en la que repro -<br />

duciría cuentos de Buber y luego añadería sus comentarios sobre ellos. Si<br />

ésa fue su manera de vencer mi fastidiosa resistencia a que apareciera en<br />

Commentary, fue verdaderamente astuto. ¿Qué idea podía ser más adecuada<br />

que ésta para Commentary, uno de cuyos propósitos originales había<br />

sido despertar el interés en sus propios orígenes de escritores e intelectuales<br />

judíos desafectos? ¿Y qué cosa podía ser más esencialmente judío que un<br />

comentario añadido a un texto?<br />

Sin embargo, tenía mis dudas de que quisiera dicha columna. Commen -<br />

tary era, después de todo, una revista que se preciaba de mantener serios


UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />

estándares intelectuales y eruditos, y la ignorancia de Mailer del material<br />

que proponía elucidar era enorme. ¿Cómo podía yo, editor de la revista en<br />

la que el propio Buber y Gershom Scholem, la más grande autoridad viva<br />

en jasidismo, abordaban algunas veces el tema, permitir que lo que ellos lla -<br />

ma rían acertadamente un total am-haaretz (iletrado ignorante) metiera la na -<br />

riz en su territorio?<br />

Mientras estábamos sentados bebiendo en un bar, traté de decirle eso<br />

delicadamente, pero no cedió. Por primera vez en nuestra relación mostró<br />

verdadero enojo hacia mí llamándome “burócrata delicado”, desleal, y atribuyéndolo<br />

a la timidez del establishment que al final acabaría matándome<br />

como escritor. Con estos cargos, a los cuales era yo muy sensible, me de -<br />

rrumbó (lo cual creo que realmente quería, más que escribir una columna).<br />

Pero salvé el auto-respeto que pude insistiendo exitosamente contra su recha -<br />

zo inicial de que la columna fuera bimestral en vez de mensual.<br />

Como parte de su preparación para lanzar la columna, quería ver algunos<br />

hasidism de carne y hueso. Por lo tanto me pidió que lo llevara al servicio<br />

de la víspera del Yom Kippur a la sinagoga de la secta Lubavitch. La<br />

cual sucede que estaba localizada en Crown Heights, justo a la vuelta de la<br />

esquina donde había crecido. Yo estaba algo nervioso sabiendo que algo<br />

desagradable podía ocurrir si Mailer no se comportaba. Así que antes de ac -<br />

ceder a su petición lo hice prometer que se pondría un sombrero, un traje<br />

adecuado, sacaría las monedas que pudieran tintinear en su bolsillo y cuida -<br />

dosamente evitar hacer algo que ofendiera a la congregación. Con una docili -<br />

dad inusual en él, aceptó esas condiciones y llegó a la hora estipulada (bastante<br />

antes del ocaso, para no arriesgarse a ser atrapado violando la prohibición de<br />

viajar en un día santo) con un Fedora nuevo en la cabeza y vestido con un<br />

traje azul, camisa blanca y corbata.<br />

La sinagoga estaba situada en el sótano de un edificio que servía como<br />

cuartel del movimiento Lubavitch y (a la manera de muchas shtiblach, o pe -<br />

queñas casas de oración) era muy poco atractiva. El cuarto estaba desnudo,<br />

excepto por pesadas bancas de madera, y como la festividad aún no había<br />

comenzado, jóvenes estudiantes yeshiva andaban por ahí fumando y tirando<br />

las colillas en el suelo. Para mi alivio, nadie puso mucha atención en nosotros<br />

cuando entramos (los lubavitch, a diferencia de otras sectas jasídicas, esta-<br />

61


NORMAN PODHORETZ<br />

62<br />

ban acostumbrados a las visitas de curiosos judíos alejados), y pronto el<br />

cuarto estuvo tan atestado como el metro en la hora pico. Luego, sin ningu -<br />

na advertencia previa, alguien gritó en yiddish que el rebbe estaba entrando,<br />

y milagrosamente, como el Mar Rojo para los israelitas que huían de Egipto,<br />

la multitud se dividió en dos y nosotros fuimos casi decapitados cuando las<br />

bancas fueron levantadas con gran rapidez para que el rebbe se abriera<br />

paso entre la multitud. El servicio comenzó entonces sin más ni más, pero<br />

tan pronto acabó la oración inicial de Kol Nidre, Mailer musitó que ya había<br />

visto suficiente y preguntó si podíamos irnos. Una vez afuera, se mostró de -<br />

leitado por lo “desagradables y severos” que eran los hasidim. Su actitud,<br />

dijo (con considerable perspicacia), estaba “totalmente fuera de mi jodido<br />

camino”, y eso fue todo para él.<br />

“Responses & reactions”, como titulamos la columna, acabó siendo una<br />

especie de anticlímax, no provocó ni curiosidad ni escándalo. Después de seis<br />

entregas, Mailer perdió interés y la columna desapareció silenciosamente. Y<br />

aunque había ganado la contienda entre nosotros, el episodio nos dejó un mal<br />

sabor de boca —en la mía porque había cedido a su acoso, en el suyo porque<br />

yo no había sido totalmente leal con él.<br />

Pronto, sin embargo, yo habría de cometer lo que a los ojos de Mailer<br />

era un acto mucho más serio de deslealtad, y uno que no habría de perdonarme.<br />

Mailer había comenzado a obsesionarse con los Kennedy y había<br />

escrito un par de famosos artículos para Esquire sobre ellos. El primero,<br />

“Superman comes to the supermarket”, le había gustado a John F. Kennedy<br />

al representarlo como un auténtico héroe existencial (el mayor reconocimien -<br />

to que Mailer le otorgara a nadie). Pero el segundo “An evening with Jackie<br />

Kennedy, “la ofendió profundamente” (no es que fuera muy difícil hacerlo).<br />

Esto molestó a Mailer, a quien le gustaba mezclarse con los círculos del poder<br />

(aunque siempre en sus propios términos), y yo tenía la impresión de que<br />

estaba al acecho para arreglar las cosas con ella.<br />

Algunos meses después del asesinato de su marido, Jackie se mudó a<br />

Nueva York, y un domingo por la tarde, mientras yo estaba en mi departamento<br />

sin hacer gran cosa, recibí una inesperada llamada. Era de mi amigo<br />

Richard Goodwin, quien había desempeñado varias funciones para el presi -<br />

dente Kennedy y que de algún modo había llegado a dominar el truco de


UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />

permanecer en la Casa Blanca con Lyndon Johnson sin ser considerado traidor<br />

por los Kennedy (en cuyo gobierno en el exilio él figuraba como cortesano<br />

principal). Godwin me dijo que estaba en la ciudad con alguien que<br />

quería conocerme y quería saber si podían caerme para tomar una copa. En<br />

unos pocos minutos se presentó a mi puerta con Jackie Kennedy, ataviada<br />

con sus jeans de siempre.<br />

Ella y yo jamás nos habíamos visto antes, pero parece que congeniamos<br />

instantáneamente y, por iniciativa suya, comencé a verla regularmente.<br />

A menudo tomábamos té los dos solos en su departamento de la Quinta Aveni -<br />

da, en donde le podía proporcionar informes del mundo literario y de la comu -<br />

nidad intelectual neoyorquina —quién era bueno, quién estaba sobreestimado,<br />

quién era divertido, quién era realmente brillante— y ella en reciprocidad me<br />

hablaba de la mugre de la sociedad washingtoniana. Ella no pertenecía a la<br />

liga de Mary McCarthy del chisme malicioso (¿quién lo era?), pero se desem -<br />

peñaba bastante bien en su, al parecer, suave estilo. Yo disfrutaba esos in -<br />

tercambios y ella parecía hacerlo también.<br />

Después de un tiempo, me invitó (junto con mi esposa, a quien ella trataba<br />

como si fuera invisible) a unas cenas que comenzó a ofrecer. A la prime -<br />

ra de ellas yo llegué del West Side con lo que Jackie consideró una vestimenta<br />

inapropiada, y mientras me miraba de arriba abajo, de la cabeza a los pies,<br />

sonrió suavemente y dijo: “Así que cruzaste a toda prisa el parque con tu sa -<br />

quito café y tus enormes zapatos cafés.” A lo que el muchacho de Brooklyn,<br />

todavía vivo en mí, replicó: “No me jodas, Jackie.” Le gustó tanto mi exabrup -<br />

to que me di cuenta de lo cansada que estaba del servilismo con la que todo<br />

el mundo la trataba y de lo ansiosa que estaba por gente que pudiera pararse<br />

frente a ella en un plano de igualdad aunque fuera la más famosa y admirada<br />

mujer del mundo. Y así nos hicimos más amigos de lo que ya éramos.<br />

Las cenas de Jackie siempre estaban llenas de personajes, pero rara vez<br />

incluía figuras literarias. Obviamente, era seguro que casi cualquier persona<br />

que quisiera invitar aceptaría, pero evitaba invitar a gente que no conociera<br />

ya. En consecuencia, le pidió a Dick Goodwin que me pidiera organizar una<br />

fiesta en mi departamento en la que yo pudiera presentarle a algunos escritores<br />

e intelectuales de los que le había hablado. Pero Jackie me pidió que no<br />

invitara a Norman Mailer, con quien aún estaba resentida por el artículo que<br />

63


NORMAN PODHORETZ<br />

64<br />

escribiera sobre ella. Pero si<br />

yo conocía a William Styron,<br />

cuyas novelas ella admiraba y<br />

a quien ya conocía, le gustaría<br />

volver a verlo. De modo que<br />

invité a los Styron junto con me -<br />

dia docena de escritores igual -<br />

mente eminentes a quienes ella<br />

nunca había visto antes.<br />

Casi veinte años después<br />

—al explicar porqué se había<br />

unido al asalto general lanzado<br />

contra mi Making it cuando es -<br />

cribió una reseña para Partisan<br />

Review después de haberme<br />

asegurado en privado que el li -<br />

bro le había gustado mucho—<br />

Mailer recordaría sus “sentimientos<br />

mallugados” por no ha -<br />

ber sido invitado a la fiesta.<br />

Norman Podhoretz tenía muchas<br />

esperanzas de que mi reseña le<br />

salvara el día, de modo que fue una decepción para él, tal vez incluso más cruel<br />

que las otras. Desde su punto de vista, yo lo había traicionado. Y desde mi pun -<br />

to de vista lo traicioné hasta cierto punto. Pero también sentí que era justo, pues<br />

él me había traicionado antes con la fiesta de Jackie Kennedy. No sólo no me<br />

invitó sino que invitó a Bill Styron, quien era entonces mi máximo rival. Para<br />

mí, traicionar a Podhoretz, por lo tanto, no era lo peor. Era tal vez mi forma de<br />

decirle “Jódete ahora...” En el fondo de mí podría estar diciendo, “Esto es por<br />

la fiesta de Jackie Kennedy… Pudo tratarse de un fingimiento recíproco.<br />

Nada de amigo en las malas para mí, eso es seguro.<br />

Ninguno de los dos, sin embargo, estaba listo para permitir que su traición<br />

causara una ruptura total entre nosotros. Nos juntamos y hablamos. Yo<br />

estaba más herido y desconcertado que enojado —mis propios “sentimien-


UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />

tos mallugados” compensados por lo que él sufrió con la fiesta— y él parecía<br />

sentirse más incómodo que nunca antes. Alegó simplemente que había vuelto<br />

a leer el libro y cambiado su opinión, y que había tenido que decir lo que<br />

realmente pensaba. Ahora tenía que vivir con las consecuencias, aunque<br />

insidiosamente sugirió que yo “había dañado un libro prometedor”.<br />

Entre las consecuencias con las que ahora tendría que vivir estaba una<br />

nueva idea sobre él que comenzaba a tomar forma en mi cabeza. Estábamos<br />

en una época en que el radicalismo iba a gozar aún de más influencia y más<br />

poder del que había logrado en su punto más alto de los años treinta, y bajo<br />

esas circunstancias Mailer, otra vez, iba a mostrar lo mejor de sí. Era una<br />

figura más importante de lo que había sido como wunderkind autor de The<br />

naked and the dead. La mayor parte de los novelistas de su generación lo<br />

tomaba (según sus propias palabras) como al que había que vencer, la mayo -<br />

ría de los jóvenes escritores lo veía como el Maestro. Ocasionalmente sus<br />

bufonadas lo metían todavía en problemas —como cuando le bajaron el telón<br />

en la Y de la calle 92 al insistir en emplear un lenguaje obsceno durante una<br />

lectura, o cuando tuvo otro roce, aunque menor, con la policía (en Province -<br />

town, donde tenía una casa de verano)—. Pero los tiempos estaban cambian -<br />

do, y cuanto más escandalosamente se comportaba más admirado era por<br />

la cre ciente cultura radical de los sesenta.<br />

Su obra también era más y más admirada. En 1968, inspirado tal vez<br />

por In cold blood, Mailer publico The armies of the night, que él subtituló<br />

(tal vez para distinguirla de la “novela de no-ficción” de Capote) “La novela<br />

como Historia”. The armies of the night trataba de una manifestación contra<br />

la guerra en la que él había participado, y que ganó el Pulitzer Prize y el<br />

National Book Award.<br />

También ganó mi admiración, aunque ya comenzaba el proceso de<br />

romper filas con la perspectiva política bajo la cual fue escrita. La mayor par -<br />

te fue originalmente publicada en Harper’s, que podía pagarle más que yo,<br />

pero de cualquier modo me dio una sección a mí para Commentary. Con -<br />

sideré el libro una deslumbrante obra literaria, su mejor obra en cualquier<br />

género desde Advertisements for myself, al que llamé “una de las grandes<br />

confesiones biográficas de nuestro tiempo”. (Puesto que este extravagante<br />

juicio apareció en Making it, el ataque de Mailer al libro mostraba que Mai -<br />

65


NORMAN PODHORETZ<br />

66<br />

ler era tan incorruptible que ni siquiera ese gratificante juicio podía comprarlo<br />

o que su deseo de venganza era mayor a su apetito por los elogios. Sin<br />

compasión alguna me inclino por la segunda explicación.)<br />

Pero si admiraba The armies of the night, la ficción que Mailer estaba<br />

publicando le daba cada vez menos validez a mi antigua creencia de que “Mai -<br />

ler era un gran novelista en ciernes”. Ya en 1964, cuando aún contaba con<br />

que él hiciera realidad mi temprano vaticinio, me había sentido muy de -<br />

cepcionado con An american dream, y aunque Why are we in Vietnam? (que<br />

apareció tres años después y trataba en realidad de una cacería en Alaska y<br />

no tenía nada que ver directamente con Vietnam) estaba lleno con la descrip -<br />

ción de extraordinarios pasajes evocadores, me decepcionó igualmente. Lue -<br />

go, en 1983, mucho después de que todo hubiera terminado entre nosotros,<br />

publicó Tough guys don’t dance, una novela de misterio ambientada en Pro -<br />

vincetown que me impresionó porque era definitivamente tonta. En el mismo<br />

año hizo su ambiciosa novela sobre el antiguo Egipto (Ancients evenings),<br />

en la que vació todas sus obsesiones sobre la sodomía. Ésta fue seguida por<br />

la igualmente ambiciosa pero aún más tonta: Harlot’s ghost, la novela en la<br />

que pone en juego toda su romántica paranoia sobre la CIA. Ambos libros<br />

tienen sus momentos de esplendor y testimonian que el envejecido Mailer<br />

continuaba en posesión de una amplia reserva de energía creativa y de ta -<br />

lento. Pero tan disparatadas eran las ideas que plasmaba en ellos que senci -<br />

llamente no podía tomarlos en serio. Y tan molesto me sentí por el concepto<br />

de The gospel according to the son (1977), en el que escribe una versión del<br />

Nuevo Testamento imaginando que Jesús cuenta la historia, que ni siquiera<br />

comencé a leerla.<br />

El flujo constante de trabajos de no-ficción que fueron esparcidos entre<br />

estas novelas da testimonio también de la enorme provisión de energía litera -<br />

ria que Mailer conservaba en reserva. Pero nada de lo que siguió a The armies<br />

of the night alcanzó la altura literaria de ese libro. Miami and the siege of<br />

Chicago y St. George and the godfather (sobre las convenciones para nomi -<br />

nar candidatos presidenciales de 1968 y 1972) estaban bien escritos pero<br />

no dejaban una impresión duradera. A fire on the moon (1970), sobre los as -<br />

tronautas, fue uno de los pocos libros realmente aburridos de Mailer, y The<br />

prisoner of sex (1971) me pareció un esfuerzo timorato por aplacar al pode -


UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />

roso movimiento feminista, cuya sensibilidad había ofendido en muchos de<br />

sus anteriores pronunciamientos sobre sexo, mientras al mismo tiempo preten -<br />

día estar contra él. Se redimió de algún modo en 1979 con The executioner’s<br />

song, su muy aclamada novela de no-ficción sobre el asesino Gary Gilmore<br />

(con el que ganó el Pulitzer Prize), pero me pareció que respecto a de The<br />

armies of the night representaba una severa caída.<br />

La misma tontería que estropeó la mayoría de las últimas novelas de<br />

Mailer aparece en sus obras de no-ficción de los setenta y los ochenta. En<br />

su libro sobre Marilyn Monroe, por ejemplo, se complace sin inhibiciones<br />

en su inveterada debilidad de confundir los grandes éxitos del poder con el<br />

mérito intrínseco, y en el que hizo sobre el “arte” del graffiti vuelve a su<br />

vieja confusión entre creatividad y criminalidad. Para mediados de los años<br />

noventa, mi esperanza de ver salir algo valioso de él se debilitó tanto que<br />

no me tomé la molestia de leer sus trabajos sobre Picasso y Lee Harvey Os -<br />

wald, como tampoco su versión de los evangelios publicada un año más tarde.<br />

He reflexionado si estas reacciones adversas que me representaba como<br />

juicios estéticos desinteresados eran en realidad producto de consideraciones<br />

ideológicas. Es decir, ¿había concluido que Mailer no se había convertido en<br />

un gran novelista sólo porque yo había perdido simultáneamente mi fe en la<br />

revolución cultural cuya viabilidad, como había pensado alguna vez, se supo -<br />

ne que su obra confirmaría? Si bien no podía descartar esta posibilidad, tam -<br />

poco podía descartar la posibilidad contraria: es decir, que la debilidad de sus<br />

últimos libros fuera una evidencia —la especial clase de evidencia que la litera -<br />

tura, adecuadamente comprendida e interpretada, proporciona— contra el<br />

punto de vista del cual eran producto y para cuyo servicio se escribieron.<br />

Cualquiera que haya sido el caso, estoy razonablemente seguro, después<br />

de sondear concienzudamente las profundidades de la integridad crítica, que<br />

nada de resentimiento por su artículo sobre Making it persistía en mis duras<br />

críticas a sus últimas obras. Tampoco, debo reconocerlo, Mailer se rebajó a acu -<br />

sarme de ello. En realidad, aunque la confianza que nos teníamos nunca se<br />

recobró de los golpes que había recibido de Making it, nuestra amistad man -<br />

tuvo su solidez por casi diez años más.<br />

No, por cierto, tan solida, como había sido antes cuando, entre otros de<br />

sus involucramientos, lo había visto a lo largo de las dos esposas que suce -<br />

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NORMAN PODHORETZ<br />

68<br />

dieron a Adele después de que se divorciaran. Primero fue lady Jean Camp -<br />

bell, nieta del gran editor británico de periódicos, lord Beaverbrook, e hija del<br />

duque de Argyle. Como si su linaje no fuera suficiente para provocar al conquistador<br />

sexual en Mailer, el hecho de que al conquistarla se estuviera apo -<br />

derando de la antigua amante del jefe de Time, Inc., Henry Luce, la hacía<br />

completamente irresistible (Allen Ginsberg escribió, “Estoy obsesionado con<br />

la revista Time”, pero en esto no se comparaba con Mailer, quien si por algo<br />

estaba impresionado era por el poder de la revista). A diferencia de Adele<br />

antes del acuchillamiento, Jeanne tenía miedo de Mailer: una vez en nuestro<br />

departamento, cuando Mailer comenzó a gruñirle, ella huyó de la sala y fue<br />

a refugiarse bajo las cobijas de nuestra cama y nos rogó que la dejáramos pasar<br />

la noche ahí.<br />

El matrimonio con Jeanne duró lo suficiente como para procrear un ni -<br />

ño. Luego vino Beverly. Como Adele (pero a diferencia de Jeanne, cuyo atrac -<br />

tivo residía más en su linaje que en su apariencia), Beverly era una belleza, si<br />

bien rubia y sureña y no morena y “latina”. Yo aún seguía por ahí cuando,<br />

después de romper con Beverly, se casó con una de sus amigas, Carole Ste -<br />

vens, para registrar a su hijo y de inmediato se divorció para desposar a Norris<br />

Church (con quien después de veinte años, en 1998, aún seguía casado). Para<br />

cuando Norris entró a escena, sin embargo, Mailer y yo nos habíamos ido<br />

alejando más y más. Por tres razones:<br />

En primer lugar, yo nunca pude hacer con Mailer lo que había hecho<br />

con Lillian Hellman, cuyos escritos había fingido admirar para mantener<br />

nuestra amistad. Él seguía interesado en mi opinión sobre su trabajo, insis -<br />

tía en que fuera franco, y tomaba mis críticas con extraordinaria benevolen -<br />

cia (si no siempre con buen humor). También insistía en arrastrarme a ver la<br />

filmación de las películas, terriblemente de aficionado, que comenzó a realizar<br />

a finales de los sesenta, y nunca me intimidó para que dijera algo bueno de<br />

ellas. También tuvo la consideración y el tacto de no presionarme para que<br />

lo apoyara cuando se postuló quijotescamente para alcalde de Nueva York con<br />

una plataforma que incluía, entre otras ideas originales, la propuesta de que<br />

las disputas entre los delincuentes juveniles se solucionaran mediante justas<br />

en Central Park. Con todo, ni siquiera Mailer estaba completamente libre de<br />

la ley según la cual la genuina amistad (o de cualquier clase de amistad) es


UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />

imposible con un escritor cuyo traba -<br />

jo uno no admira. Él se comportó muy<br />

bien en este particular asunto, pero<br />

inevitablemente el resentimiento sur -<br />

gió en él tanto como en mí. Al comprender<br />

que estaba cayendo en una<br />

falsa posición, me comencé a sentir<br />

más y más incómodo en su compañía.<br />

En segundo lugar, mi paciencia<br />

con sus tormentas maritales iba desa -<br />

pareciendo. A diferencia de Jeanne,<br />

Beverly no le tenía miedo a Mailer: le<br />

lanzaba constantemente pullas y lo<br />

enfrentaba cuando peleaban. Varias<br />

de esas peleas tuvieron lugar en mi<br />

presencia, y eran tan feas como las que<br />

tuvo con Adele (aunque, afortunadamente,<br />

nunca llegaron a la violencia<br />

real). La peor fue ver a Beverly coger<br />

NORRIS CHURCH Y NORMAN MAILER<br />

un plato de hongos que Mailer había<br />

preparado y lanzárselo mientras le gritaba que era “un malvado”, en una ri -<br />

ña que explotó mientras mi mujer y yo pasábamos un fin de semana con ellos<br />

en Provincetown. Cuando partimos, le dije a mi mujer que ya había tenido<br />

suficiente de Mailer y sus esposas.<br />

Luego, por supuesto, estaba la política. Al principio Mailer no podía<br />

creer que estuviera actuando en serio cuando comencé a mostrar signos de<br />

romper con las ortodoxias de la izquierda. ¿Cómo podía estarlo cuando dije<br />

que Norteamérica, lejos de ser el país “totalitario” que él creía que era (y más<br />

aún después de la guerra de Vietnam), era la única esperanza para derrotar<br />

el totalitarismo real que se extendía gracias al poder e influencia de la Unión<br />

Soviética? ¿Cómo podía creer que dijera que lejos de estar en el puño del “com -<br />

plejo militar-industrial”, que él tanto odiaba y temía, estábamos de hecho que -<br />

dándonos peligrosamente atrás en nuestra fuerza militar y necesitábamos<br />

aumentar nuestro armamento para contrarrestar el poder soviético? A Mailer<br />

69


NORMAN PODHORETZ<br />

70<br />

le gustaba discutir y nunca, en todos los años que lo traté, rehuyó una pelea<br />

política conmigo. Sólo una vez, en los setenta, mientras cenábamos en mi de -<br />

partamento, se molestó tanto con mis nuevas ideas políticas que dijo que no<br />

podía continuar la discusión y se levantó y salió de la habitación para serenarse<br />

antes de continuar. Pero al volver sugirió que cambiáramos de tema.<br />

Finalmente, sin embargo (como con Diana Trilling), fue Breaking ranks<br />

lo que puso punto final a nuestros veinte años de amistad. Por coincidencia,<br />

yo acabé de escribir el libro justo cuando Mailer estaba terminando The<br />

executioner’s song, y nos invitó a comer con Norris para celebrar en su casa<br />

de Brooklyn Heights. Me dijo que pensaba que me iba a gustar The executio -<br />

ner’s song y yo le dije que pensaba que le iba a disgustar lo que yo había<br />

escrito de él en Breaking ranks. “Bueno —me dijo—, me debes una”, y yo reí<br />

y contesté: “Sí, es cierto, pero ya veremos si sigues sintiendo lo mismo des -<br />

pués de leer el libro.” Fue una tarde verdaderamente agradable, mi esposa<br />

me lo dijo después, y yo estuve de acuerdo —con el agregado de que Mailer<br />

jamás me perdonó por Breaking ranks.<br />

Al contar la historia de cómo rompí con la izquierda, tengo que dedicar -<br />

le algún espacio a la recepción de Making it, que significó un viraje crucial en<br />

mi relación con el radicalismo de los sesenta. Obviamente, la parte que Mai -<br />

ler jugó constituye un elemento importante en este recuento y no me anduve<br />

con rodeos al presentar los hechos y analizarlos. Me describí llevando las prue -<br />

bas de imprenta a Provincetown porque, después de haber oído tanto del<br />

escándalo que el libro estaba causando, Mailer quería saber a qué se debía<br />

el alboroto. Luego conté que después de leer las pruebas me dijo lo bueno<br />

que era el libro y lo injustas e incomprensibles que le parecían las habladu -<br />

rías que circulaban por todas partes. Enseguida hice un resumen de lo que<br />

escribió después, en el que lo más amable que se animó a decir sobre Making<br />

it fue que “no eran unas memorias irresistibles” y en el que ahora culpaba<br />

a sus propios defectos y debilidades de los feroces ataques que había reci -<br />

bido. Y, por último, contaba la conversación que habíamos tenido en la que<br />

su única explicación de lo que yo no podía dejar de considerar una traición<br />

de “mi viejo gran amigo”, como se describía a sí mismo en el artículo, era<br />

que sencillamente había releído el libro y cambiado su parecer.<br />

Yo llegué a otra explicación y la expuse en Breaking ranks. Dije que


UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />

la primera vez que Mailer leyó el libro no comprendió (tampoco yo, sino<br />

hasta más tarde) lo ajeno que era a la línea del día del partido radical tanto<br />

en su opinión relativamente benigna de los valores de la clase media nortea -<br />

mericana como, más seriamente, en la negativa de que los intelectuales —y<br />

las clases educadas en general— representasen una alternativa verdaderamen -<br />

te superior. Pero entonces, al preparar su artículo, estudió más detenidamente<br />

las reacciones que provocó Making it y se convenció de que el libro<br />

había cruzado la raya de la completa apostasía. Defenderlo era más peligro -<br />

so de lo que había creído y, enfrentado al peligro, dije que “simplemente per -<br />

dió el valor”.<br />

Es cierto que, como el muchacho malcriado de las letras norteamerica -<br />

nas —un título honorífico en el clima de los años sesenta—, Mailer aún tenía<br />

licencia para provocar y rara vez vacilaba en usarla, incluso si algunas veces<br />

hiciera el ridículo a los ojos de sus admiradores. Pero había, dije, límites<br />

que instintivamente sabía que había que respetar; y los respetaba. Él podía<br />

excoriar a sus camaradas radicales sobre algunas materias en particular; po -<br />

día desconcertarlos con inesperadas simpatías (por políticos de derecha diga -<br />

mos; o la Guardia Nacional en el lado opuesto a las manifestaciones contra<br />

la guerra); podía incluso en ocasiones describirse a sí mismo (pavorosa pala -<br />

bra) como conservador. Pero concluía siempre con el gesto conciliador, el<br />

guiño de simpatía, la sutil seña de lealtad radical.<br />

Making it (como se quejó Lionel Trilling) no contenía ningún gesto de<br />

esa clase, ningún guiño, y defenderlo, para Mailer, significaba poner en ries -<br />

go “su popularidad nuevamente consolidada”. Sin embargo, atacarme a mí<br />

por haber sido demasiado atrevido implicaba el riesgo igualmente inacepta -<br />

ble de parecer cobarde, y lo que hizo en su lugar fue atacarme por haber<br />

arruinado lo que caracterizaba como “un libro potencialmente maravilloso”,<br />

no por haber ido demasiado lejos, sino por quedarme corto al exponer a la<br />

izquierda, la cual, reconocía, se había convertido en el nuevo establishment.<br />

Ésta, lo admito, era una táctica inteligente. Le permitía aparentar la<br />

valentía de realizar actos más importantes de traición contra la clase cultural<br />

gobernante de los que yo había sido acusado, mientras, al ratificar la sentencia<br />

que había sido decretada en mi contra, en realidad se estaba sometien -<br />

do, con el consabido guiño de complicidad, al ahora temible poder del nuevo<br />

71


NORMAN PODHORETZ<br />

72<br />

establishment. El hecho de que incluso Mailer, uno de los padres fundado -<br />

res de la cultura radical, hubiera sido intimidado para someterse (como, mu -<br />

tatis mutandis, un viejo bolchevique temeroso de ser denunciado por traición<br />

por sus propios camaradas estalinistas) era una prueba de lo poderosa que<br />

se había convertido dicha cultura. Significaba también que él “no era tan va -<br />

liente como pensaba que era”.<br />

Yo, por supuesto, sabía que no había nada —nada— que ofendiera más<br />

a Norman Mailer que ser acusado de cobardía, por lo que estaba seguro de<br />

que jamás me perdonaría.Y, en efecto, pasaron más de quince años antes<br />

de que me volviera a hablar. Indirectamente, por terceras personas, supe lo<br />

enojado que estaba, y algunos años después trató de darle vuelta a la tortilla:<br />

“Lo que encontré más perturbador es que [Podhoretz] nunca se preguntó si<br />

había perdido el valor de vivir en la izquierda en los sesenta. Pienso en todos<br />

esos años de alejamiento, todo el temor de la furia final a punto de estallar<br />

de la autoridad.”<br />

Él, que me había llamado cariñosamente “juez de la horca”, ahora<br />

pensaba que me había vuelto “demasiado crítico y restrictivo”: “Era más feliz<br />

en los viejos días. Ahora habla demasiado de cómo se preocupaba por mí esos<br />

días. Yo también me preocupé por él. Contra la opinión de mucha gente, lo<br />

defendí: ‘No, no, Norman no es tan clase media como parece. Es realmente<br />

un gran tipo, es duro.’ Ahora no resiste sin tener los brazos alrededor de un<br />

misil. Es tan valiente y duro como cualquier militar-industrial.”<br />

Él también está muy lejos de aquellos “viejos días”. Una vez, al final<br />

de los cincuenta, cuando los dos íbamos a debatir con Arthur Schlesinger Jr.<br />

y Mary McCarthy sobre los años treinta, me advirtió que pretendía aparecer<br />

en la plataforma con una camisa de trabajo y jeans porque se sentiría incomodo<br />

con traje y corbata. Ahora, si yo había acabado con los brazos alrededor<br />

de un misil, él lo ha hecho viviendo prácticamente dentro de un tuxedo.<br />

Así ataviado, aparecía por lo menos una vez a la semana en las fotografías<br />

de las páginas de sociales, y cuando me llegaba a topar con él en una fiesta<br />

se trataba invariablemente de una de blanco y negro.<br />

En los noventa suavizó su actitud conmigo. La primera vez que nos<br />

encontramos en uno de esos eventos, de inmediato comenzó a charlar. ¿Qué<br />

estaba yo haciendo ahí? ¿Me daba cuenta de que nuestra anfitriona busca-


UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />

ba la amistad de gente famosa y que me estaba halagando al invitarme?<br />

(Fue un error que ella no volvió a cometer.) Evidentemente estaba sondeando<br />

la posibilidad de un acercamiento, pero aunque amable, mantuve mis<br />

distancias con él. Y así fue todas las veces que lo encontré: él era cordial y<br />

yo frío, él deseaba hablar y yo alejarme.<br />

Así, en una cena a la que ambos inadvertidamente fuimos invitados,<br />

trató de engarzarme en una discusión sobre la Unión Soviética, donde re -<br />

cientemente había pasado varios meses investigando sobre Lee Harvey Os -<br />

wald. ¿Ahora que la Unión Soviética se había colapsado, estaba yo dispuesto<br />

a reconocer que me había equivocado respecto a su poderío durante la Guerra<br />

Fría? Me sentí aliviado, “de un modo chistoso”, al ver que vestir un smo -<br />

king no evitaba que se apegara fielmente a la línea de la izquierda, que en<br />

este caso sostenía que nuestra victoria en la Guerra Fría había sido consecuencia<br />

de las debilidades internas de la Unión Soviética y no de la política<br />

de Ronald Reagan. No acepté la provocación y sólo sonreí, luego le respon -<br />

dí con un “tal vez” cuando al despedirse me dijo que le gustaría discutirlo<br />

conmigo algún día.<br />

En 1998, cuando cumplió 75 años, Mailer no estaba pasando precisa -<br />

mente por malos tiempos, pero tampoco ocupaba la destacada posición que<br />

ocupaba en los años sesenta. Sus libros, aunque seguían proporcionándole<br />

enormes adelantos, no eran recibidos con entusiasmo y tampoco se vendían<br />

muy bien. Es cierto que seguía siendo una figura muy respetada e incluso reve -<br />

renciada en ciertos círculos literarios —hasta el punto que en el quincuagési -<br />

mo aniversario de The naked and the dead fue celebrado con la publicación de<br />

una antología de 1200 páginas de su obra, titulada The time of our time, y una<br />

gran fiesta en la que los boletos volaron—. Pero para su frustración —estoy<br />

se guro— no fueron ni remotamente tan codiciados como las invitaciones a la<br />

fiesta-baile en blanco y negro de Truman Capote en 1965, y la fiesta misma<br />

apenas tuvo resonancia. Tampoco The time of our time obtuvo más que una<br />

diplomática reverencia de los reseñistas, y de algunos de ellos ni siquiera eso.<br />

Uno de los golpes más despiadados que recibió con motivo de la aparición de<br />

la antología provino de un profesor de Columbia de nombre James Shapiro<br />

en el New York Times Book Review. Contenía muchos elogios por los prime -<br />

ros trabajos de Mailer, pero eran radicalmente minados por la atribución de<br />

73


NORMAN PODHORETZ<br />

74<br />

su declive después de 1980 al<br />

“profundo convencionalismo”<br />

de sus opiniones “sobre la fa -<br />

milia, la homosexualidad y, so -<br />

bre todo, de las relaciones entre<br />

los sexos, ocultos bajo su ex -<br />

travagancia superficial”. Para<br />

este profesor, en otras palabras,<br />

Mailer aún era el buen niño ju -<br />

dío de Brooklyn que él se había<br />

esforzado toda su vida por de -<br />

jar de ser.<br />

No es fácil imaginar na da<br />

peor para el punto de vista de<br />

Mailer y lo sentí por él. Tam -<br />

bién resentí oír a un grupo de<br />

jóvenes literatos describirlo co -<br />

mo un “hazmerreír” al mofarse de sus primeras obras y preguntarse cómo<br />

había yo podido considerarlo “un gran novelista en ciernes”. Tuve problemas<br />

para defenderme de este desafió, dado que jamás había releído las obras<br />

en las que había creído descubrir esa promesa cuando Mailer y yo éramos<br />

jóvenes (debido a que no había tenido corazón para mirarlos a la luz de lo que<br />

vino después tanto para él como para mí).<br />

Considerando cómo iban marchando las cosas en su carrera literaria,<br />

sospeché que Mailer podría ser capaz otra vez de recurrir al amigo en las<br />

malas que alguna vez fui para él. Esta sospecha se intensificó cuando, poco<br />

después de la gran fiesta, me telefoneó por primera vez después de veinte<br />

años. Escucharlo fue una sorpresa, pero la razón de la llamada fue aún más<br />

sorprendente. Parecía que uno de los hijos de Mailer, cuya madre había<br />

sido una gentil, y por lo tanto no era judío a los ojos de la ley rabínica, se<br />

había enamorado de una mujer judía ortodoxa y quería convertirse. “Podía<br />

recomendarle un rabí adecuado? Podía, y lo hice. Pero también manifesté<br />

mi sorpresa y le ofrecí mis burlonas condolencias por este inesperado vuelco<br />

de las cosas. Me recordaba, le dije a Mailer, a un descendiente directo de


UN AMIGO SÓLO EN LAS MALAS<br />

Trotski que había acabado viviendo en Israel como uno de los extremistas<br />

judíos ortodoxos conocidos como haredi, e imaginaba que él mismo no estaba<br />

menos afligido de lo que el viejo revolucionario antisionista habría estado.<br />

No, dijo Mailer, para él no era así en absoluto. Él no objetaba de ninguna<br />

manera lo que su hijo estaba haciendo. De hecho, como padre de nueve hi -<br />

jos, encontraba fascinante ver como cada uno cogía su propio camino. “Bue -<br />

no, respondí, pensando en su propio alejamiento del judaísmo y de la judería,<br />

supongo, para citar otra parte del libro que tú trataste de reescribir, que ‘Dios<br />

no puede ser burlado’.” Hubo una pausa. “¿Dónde dije eso?”, preguntó. Me<br />

reí, “Tú no lo dijiste, lo dice el Nuevo Testamento”, y él rió también.<br />

Unos días después recibí una invitación para la fiesta y, después de pen -<br />

sarlo mucho, decidí no ir. Si era verdad que Mailer me necesitaba otra vez<br />

como amigo en las malas, no había la mínima posibilidad de que yo pudiera<br />

satisfacer esa necesidad. Durante nuestra conversación telefónica me vi im -<br />

pulsado a decirle, exactamente como había hecho varios años antes en su casa<br />

cuando Breaking ranks estaba a punto de ser publicado, que acababa de es -<br />

cribir algo sobre él (este capítulo) que no le iba a gustar. En ese entonces él<br />

respondió, “Bueno, me debes una”, y en esta ocasión su respuesta fue que,<br />

por supuesto, no esperaría otra cosa de mí en esta etapa de nuestras vidas.<br />

Tampoco le molestaría, continuó alegremente, si fue escrito con “un cora -<br />

zón limpio”. Pero aun recibiendo este perdón por adelantado (y asumiendo<br />

que se mantendría en lo dicho, lo que no hizo en el caso semejante de Brea -<br />

king ranks) no quise ponerme en una falsa posición participando en la cele -<br />

bración de una carrera que había decepcionado amargamente mis expectativas<br />

literarias. Además, después de pasar los últimos treinta años tratando de com -<br />

poner y borrar los daños que había hecho en cooperación con Mailer y muchos<br />

otros de mis ex-amigos, vivos o muertos, simplemente no me podía ver vol -<br />

viendo a él, o a ellos, otra vez.<br />

75


76<br />

No se ha muerto mi padre<br />

pero casi.<br />

Dos poemas<br />

LUIS ARMENTA MALPICA<br />

MIGAJAS PARA UNA DESPEDIDA<br />

La poesía empieza<br />

cuando ya has olvidado qué es lo que te asustaba<br />

pero aún tienes miedo.<br />

Benjamín Prado<br />

Es la palabra quieta<br />

de este poema. Es el hijo<br />

incompleto que me calla.<br />

Sombra del trigo estepa<br />

sin pisadas. El invierno se siente<br />

a cada impulso: un aire<br />

dolorado de espigas<br />

familiares y lobos en las sienes.<br />

Asombro que demora los relojes en las caras<br />

adultas igual que las abuelas hicieron


con el péndulo (detenido cuando alguien nos dejaba más<br />

solos en el mundo).<br />

Esta su muerte empieza desde hace varios<br />

libros y alguna rasgadura.<br />

(Los que no pueden ver<br />

expresan sombras.)<br />

La tristeza es impropia de los hombres.<br />

La lentitud de lo que no hemos dicho<br />

se nos siembra en los ojos.<br />

Yo pienso en este frío en el que hundo las manos<br />

con los aullidos párpados.<br />

Encuentro una palabra que aterida me llama. En la escritura<br />

del corazón hay un empeño<br />

por encontrar la tinta que en el pecho se amase.<br />

Nos rendimos al viaje de polvo<br />

revestidos. Mi padre y sus costumbres<br />

tan dulces y dañinas. Yo y la ceguera por todo<br />

lo que una huella quiebre.<br />

Desde la oscuridad escapan las palomas. Dejan mis manos<br />

libres para asir el silencio que llegue<br />

con la lluvia. Agua que nos responda<br />

por qué se deja atrás lo que incendiamos<br />

77


78<br />

para que hubiera luz.<br />

Un corazón de padre se agita en este poema.<br />

Por el llanto del pez conocemos los mares y esa suerte<br />

de suponer que todo se renueva si horneamos otro pan contra las olas.<br />

Él entra en la penumbra<br />

guiado por las migajas que he dejado al azar<br />

siguiéndolo en la muerte.<br />

Porque no sé si cavo (o quepo) en lo que soy de él<br />

nuestro miedo es la vela.<br />

ESCAFANDRA CON FISURA<br />

No puedo comenzar con lo que no se ve<br />

como hacen otros<br />

si nada veo.<br />

Nada la voluntad, el trazo<br />

Con los dedos del recuerdo<br />

me palpé<br />

lenta,<br />

despaciosamente,<br />

el pasado.<br />

(...)<br />

Toda esa luz me duele.<br />

Lucian Blaga


desde que me sumerjo en estas líneas<br />

al círculo concéntrico de otro<br />

ojo<br />

.<br />

Que Dios rellene los huecos de mi vista.<br />

tictac<br />

La tristeza se negaba a morir con los ojos del padre.<br />

La verdad yace abajo, entre las cicatrices que dejaron<br />

la sal y los cristales.<br />

Habría que ir al fondo, con los ojos cerrados<br />

pues los olvidos flotan.<br />

Yo solo veo las cosas recordándolas y las recuerdo<br />

mal, distorsionadas no sé<br />

si por la luz que a veces va imponiéndoles<br />

el tiempo o las sombras<br />

con que me protegía.<br />

A los ojos no los puedo acostar<br />

se les cae la mirada<br />

y buscan en el pez de lo ya escrito<br />

los lugares del padre.<br />

tictac<br />

Así como la luz no llega tan abajo<br />

79


80<br />

en mi pecho tardaba la alegría<br />

(también dejó secuelas).<br />

No me arrepiento (piaf) de asentir con un párpado<br />

o negar con el mismo a todas las preguntas que me hicieron.<br />

La mariposa también tiene dos alas y sale de un capullo.<br />

El gorrión que se muere en la garganta<br />

si yo me asfixio en ambos.<br />

¿Por qué será que aquí, bajo los años, todo<br />

recobra su natural desistimiento?<br />

tictac<br />

La mancha no es mi padre. Lo que ahoga mis ojos<br />

no lo he visto en el fondo<br />

inmaculado, enfermo de mis manos.<br />

Este cielo de sal (mapamundi en carey<br />

que utilicé en la escuela) resulta claro: no hay dios ni soberano<br />

en la absoluta rigidez de nuestro cuerpo.<br />

Por lento que sea el nado<br />

ni la sangre<br />

ni el gen<br />

vuelven la vista<br />

para que mis poemas cicatricen.<br />

Lo hacen ojos adentro.


Hierba quemada<br />

NADIA VILLAFUERTE<br />

A causa de aquellos artículos en el periódico, pero sobre todo de los carteles<br />

aparecidos una mañana en su casa, Bardem dejó de fotografiar a sus hijos.<br />

No se sintió aludido al principio; al principio quizá fue una ligera indig -<br />

nación. Después estaría confundido. La más escueta ficha artística de su trabajo<br />

decía:<br />

Bardem Damiani, 1934, Génova. Las exploraciones de la niñez y de la pubertad<br />

caracterizan sus imágenes. La mayoría de sus trabajos han sido muy cuestionados.<br />

Según los críticos, estos retratos “capturan las emociones confusas de la identidad<br />

sexual de una edad transitoria”. El fotógrafo italiano ha redescubierto para muchos<br />

una fotografía sin estridencias ni artificios, que conecta nuestro subconsciente a<br />

través de imágenes repletas de poesía.<br />

Niente!, vociferó al leer la única nota decorosa; acto seguido se fue a<br />

emborrachar. Pasó mucho tiempo en los bares, viendo desde las enormes o<br />

diminutas ventanas —si las había— la marcha militar de los demás, desfilan -<br />

do obedientes frente a sus narices.<br />

Era verano cuando tres cartulinas aparecieron pegadas a su puerta.<br />

Pornógrafo, la palabra marcada en rojo sobre aquel papel. También habían<br />

dejado, bajo una piedra para que el aire no se la llevase, una hoja de cuader -<br />

no que parecía brillar en mitad del jardín. La leyó una vez y sintió rabia. La<br />

leyó dos y fue como si el autor de la nota lo estuviese viendo en ese momento<br />

con su ojo acusatorio. Quemó el papel pero él sabía de palabras capaces de<br />

quedar sujetas con pinzas en el pequeño tendedero de la mente.<br />

81


NADIA VILLAFUERTE<br />

82<br />

A finales de mes lo despidieron<br />

del trabajo. La suspensión,<br />

las acusaciones, la tensión<br />

por el ominoso asunto en casa<br />

o frente al maldito catolicismo<br />

provinciano, como él decía, des -<br />

moronaron el de por sí frágil la -<br />

zo entre ellos. ¿Y quiénes eran<br />

ellos? Aldo, Belina, Sera, sus<br />

hijos; Dina, su mujer. El circo<br />

producto de su infeliz promiscuidad:<br />

una esposita más tres<br />

chicos ligeros de sangre y cuya<br />

virgen maldad flotaba alrededor,<br />

enrareciendo el contacto.<br />

Ellos, los que terminaron<br />

yéndose una noche. “No por esto, bien lo sabes, es el dinero, el dinero im -<br />

porta. Volveremos cuando puedas darnos una noticia mejor”, concluyó Dina<br />

y se marchó con aquellos críos que, después de todo, habían mamado la po -<br />

drida leche de los pechos maternos. De aquel mes, recuerda la expresión dura<br />

de Sera: sabía lo que pasaba —intuyó—, no comprendía exactamente qué,<br />

pero su rostro era ya precoz abriendo muy bien los ojos para captar los de -<br />

talles: las maletas, el cuarto antes lleno de calor y ahora semivacío, el pa -<br />

ñuelo con el que Bardem apretó el cuello de Dina frente a los hijos asustados.<br />

“Quiero quedarme contigo”, murmuró Sera, pero sonaba imposible.<br />

Incluso para él habría sido una amenaza: las palabras de la nota anónima<br />

habrían cobrado sentido. Muchas veces se preguntó cómo transcurrirían los<br />

fines de semana de ese acusador que fue capaz de perturbarlo todo con un<br />

puñado de letras, ahí donde imperaba una simulada normalidad, cierto<br />

sosiego.<br />

Algo fue peor que las líneas escritas con trazo preciso sobre aquella<br />

hoja de cuaderno. No el que se hubiera quedado solo, sin amigos ni trabajo,<br />

no la existencia evasiva de Dina —eso era bueno, por eso la amaba, confesó<br />

en una ocasión a su mujer—. No la fragilidad de Aldo, ni la serenidad de Be -


HIERBA QUEMADA<br />

lina (“¡Ya tienes pechos! ¡Ya te nacieron las tetitas como criaturas gemelas!”,<br />

le dijo Bardem en una sesión, burlándose de ella; Belina en cambio se mantu -<br />

vo imperturbable igual que un ave petrificada en el cielo lácteo). No las cami -<br />

natas por el muelle con neblina, ni los paseos al bosque, sin más animosidad<br />

que el del latido indócil de sus corazones cuando todos se acostaban sobre<br />

la hierba.<br />

Sera no estaba más. Conservaba cientos de negativos e impresiones,<br />

quizá las más importantes fotos de su destruida e incipiente carrera, pero a<br />

ella no.<br />

“¿Así estoy bien?”, preguntó aquel domingo; tenía seis años y le gustaba<br />

de ella la falta de dulzura, la carencia de ingenuidad. En la fotografía (20 x 25,<br />

bromuro y gelatina, verano: Bardem recuerda sobre todo que con ellos siem -<br />

pre hubo excesivo sol manchando las escenas), Sera está sentada en un sofá<br />

estilo imperio. Lleva un vestido negro con escarola de encaje, su cabello largo<br />

enfatiza las facciones expresivas (la boca y el filo de una mueca ya amarga,<br />

las ojeras bajo la mirada impúdica). Se divirtieron realizando la secuencia<br />

que Bardem llamó Velatorio. El detalle estaba ahí si se le veía bien: algo que<br />

no pudo ocultar la ojera: un golpe. El moretón rodeaba su ojo izquierdo y ese<br />

mínima añadidura transformaba el contexto en el que la pequeña repitió: “¿Así<br />

estoy bien, papá?” “Mejor que nunca”, respondió el fotógrafo, aturdido por<br />

aquel rostro golpeado y por el cuello suave, flagrante, una invitación a la<br />

mordedura o al estrangulamiento.<br />

En 1968 —el año astillado lo llamó él— conoció a Dina. Dina insistió en que<br />

viajaran a Milán y así lo hicieron. Ella era reportera pero tuvo que emplear -<br />

se en una casa para retrasados mentales. Vino el declive; Bardem, poco a<br />

poco vuelto un alcohólico, se sintió protegido por el calor maternal de una mu -<br />

jer cuyo trabajo consistía, entre otras cosas, en conseguir algo de calma a los<br />

momentos de constante peligro de esos tristes enfermos arañando su pasado<br />

en las paredes.<br />

Dejó Bardem que el presente lo intoxicara de sucesos: el matrimonio,<br />

la efímera dicha de la celda familiar, los chicos bulliciosos que le recordaban<br />

el paso epocal pero tanto removían su entusiasmo, la sencillez con que<br />

inició su profesión.<br />

83


NADIA VILLAFUERTE<br />

84<br />

Nada funcionó bien en Milán, volvieron a Génova. 1976, época en que<br />

comenzó a fotografíar a sus hijos. Fue una etapa feliz. Una espesura en desor -<br />

den creció alrededor. Vino la primera exposición, la segunda, luego la reprimenda:<br />

la duda de si en su trabajo había pornografía. Acaeció lo de la pérdida<br />

del empleo. Dina no aguantó. De nuevo el fracaso para Bardem. Se sintió en -<br />

fermo, infectado de un mal invisible que emponzoñaba lo que estuviera a su<br />

alcance. “Toqué fondo”, repetía. Era hora de abandonar Italia. No le intere -<br />

saba Norteamérica. Habría podido dirigirse a Nueva York, en donde había<br />

estado muy joven, la tierra del nunca jamás y el érase una vez, pero no lo hizo.<br />

Recordó que un amigo suyo había partido rumbo a La Habana y se quedó va -<br />

rado allá, junto a una de esas mujeres que él imaginaba lo suficientemente<br />

fogosas como para incendiar su retorno.<br />

Corría 1979. Cargó la Pentax consigo, cerró la puerta del basurero que<br />

habitaba y ya no podía alquilar, pidió a Dina, su ex-mujer, dinero. Fue Dina<br />

quien compró su boleto y lo vio partir; un alivio para ella, aunque también<br />

sintiera lástima: el hombre era un pobrediablo, un débil de carácter que se<br />

había dejado destruir cuando su carrera iniciaba y prometía reconocimiento,<br />

en definitiva, un falso provocador o en verdad un depravado. Dina le pregun -<br />

tó muchas veces cuál era la razón de su ofuscamiento: Bardem se limitaba a<br />

callar y a romperle las medias. Quizás él mismo no lo sabía, tal vez nunca deseó<br />

ser fotógrafo y todo fue una circunstancia pasajera, pensaba, sumido en la me -<br />

lancolía de no saber qué más hacer, a dónde dirigirse, cómo mirar hacia otros<br />

rostros que no fuesen la sombra de Sera, Sera deshaciéndose cuando sus pies<br />

descalzos tocaban el lago helado de su insomnio.<br />

Bienvenido a Managua, decía el cartel, a lo lejos; Bardem aguzó los<br />

sentidos tratando de entender el abrupto paisaje, igual a un lente que quiere<br />

enfocar los contornos sin lograrlo. Se instaló en la casa del periodista, que<br />

se había montado provisionalmente en el hotel Continental. Recordó a Dina<br />

y ese talante suyo para adaptarse a cuidar niños retrasados, a falta de un tra -<br />

bajo estable como la reportera que fue. “¿No te asustan?”, le inquiría cuando<br />

ella llegaba y se desvestía para tomar una ducha. “A mí me darían pánico…<br />

Los ojos estrábicos, los hocicos babeantes, las mandíbulas desencajadas”.<br />

Dina lo escuchaba hablar y lo veía como un desconocido, repitiendo: “Fue un<br />

error”, frente a quien había sido, en el flirteo, un “sensible artista”.


Primero fue el muro del idioma. Aquellas bo cas<br />

parlando con la lengua floja le provocaban risa. Des -<br />

pués, acostumbrarse a la humedad y sus vestigios de<br />

moho, a la devastación de las calles. No tenía ningún<br />

sentido el estar ahí, se dijo el primer mes, luego descubrió<br />

que la estancia era cómoda. No se ne cesitaba<br />

casi nada para vivir. Había conflicto, por tanto, cierta<br />

igualdad de condiciones: todos eran miserables, ningu -<br />

na expectativa se imponía en el horizonte, salvo sucum -<br />

bir a los repentinos tiroteos. Bastaba con respe tar el<br />

toque de queda, no meterse en lo que no le incumbía;<br />

bastaba, para gente como él, con tomar notas de una<br />

ruina que no era suya para sacar algún pro vecho, no un<br />

beneficio de trabajo sino uno personal: ocuparse mien -<br />

tras se desintoxicaba un poco; llenar, con la música<br />

de su trajín nuevo, la inmensidad de sa berse exiliado.<br />

No hay a dónde ir, nunca, pero algo debe uno<br />

hacer mientras tanto, ¿no?, era su frase de no-batalla<br />

en su vida nueva, convencido de que las fotografías<br />

no volverían a salir de su cámara, no al menos de la ma -<br />

nera en que él pensó, no con la silueta que lo tentaba<br />

a oscuras.<br />

En la casa del periodista, desde su recámara esti -<br />

lo americano, abrió y cerró las cortinas muchas veces,<br />

tantas que las cortinas parecían en realidad telones<br />

de un teatro donde se representaba continuamente la<br />

guerra. Mientras esta se desplegó, Bardem recordó<br />

la suya: el trazo de las palabras escritas en aquel papel que apareció en su<br />

patio en Génova, acu sándolo, no lo abandonaban.<br />

Lo que más le incomodó en aquellos años fue el silencio volátil, era como<br />

andar en un campo sembrado de minas. Podía estar con la mujer del mercado,<br />

o caminando de regreso a su cuarto en el viejo Continental, cuando<br />

un estruendo cristalizaba el aire.<br />

85


NADIA VILLAFUERTE<br />

86<br />

Todo era pólvora, eso fue bueno para Bardem, que no tuvo fin ni<br />

propósito alguno en la batalla de un país extranjero, más que guarecerse de<br />

sí mismo. Pero no era el único, porque Otto Smicks, Eduard Rodríguez y<br />

los demás periodistas a quienes conoció, habían llegado a Centroamérica de<br />

la misma forma. “No son gente sana”, se dijo Bardem; se necesitaba estar<br />

atrofiado de la mente para buscar el peligro latiendo en las esquinas, lejos<br />

de quienes poseían una vida colmada y no requerían, como ellos, huir de<br />

sus historias personales.<br />

Estaba Smicks: quién sabe qué razón lo llevó a renunciar a su tierra<br />

yéndose a México primero, donde dio clases, para embarcarse después en<br />

la locura de Nicaragua. Quién sabe qué ocultaba más allá de lo que hacía<br />

esas noches: noches de visitar los cuartos de los periodistas, rogarles que le<br />

permitieran copiar cintas en que se oyesen tiros para transmitir después —a<br />

sus compatriotas holandeses— grabaciones semejantes a una nueva versión<br />

de Pearl Harbour. “¿Qué te parece?”, insistía luego, después de correr el<br />

caset por quinta vez. “¿Qué crees que le haga falta?” “Una bomba atómica”,<br />

concluía Bardem. Nunca supo si el hombre de mentón cuadrado y ojos<br />

celestes tenía algún objeto de deseo que no fuese su tarea por leer la cuartilla<br />

con pésima dicción y dramatismo, o prender la grabadora convertida<br />

en arma, lanzando proyectiles de todo calibre.<br />

Estaba el comisario fotográfico aquél, Eduard Rodríguez (alto y rubio<br />

a pesar de ser de México, elegante como embajador inglés, muy formal y<br />

también muy prosaico a la hora de los chistes) que una madrugada los<br />

alcanzó en el 311 (cada vez más parecido al camarote de los Hermanos<br />

Marx), colgó su chaleco en el ropero y abrió la maleta en la que se dejaron<br />

ver camisas bien planchadas pero también un tomo de la Editorial Progreso<br />

de Moscú. “Servirá para entender esto”, dijo Rodríguez, con el tono heroi -<br />

co que sólo puede tenerse en la juventud, y Bardem no supo si sería frívolo<br />

conmoverse frente al talante ingenuo de quien estaba ahí, no para desquitar<br />

el sueldo sino para sumarse, con su oficio, a la lucha de la libe ración. Pensó<br />

Bardem que aun así seguían siendo sospechosas las nobles intenciones de<br />

sus compañeros. ¿Qué hacía en esa ciudad sin centro la muchacha neo yor -<br />

quina Luca Andrei, emergiendo, heroica, de las municiones? ¡Ah, far -<br />

santes! Seguramente cuando niños coleccionaron un zoológico de soldados


HIERBA QUEMADA<br />

romanos, guarkas etíopes, la caballería de Alejandro Magno y sus legiones<br />

moldeadas de plomo, añorando desde entonces los deseos lúdicos de pre -<br />

senciar una matanza, se dijo el italiano, riéndose, en el fondo, de la camada<br />

de perros en que se convertía el grupo masculino de prensa, cuando para<br />

seducir a la gringa, salían con ella a los frentes y sudaban adrenalina, reptando<br />

bajo un fuego cruzado, impulsados a competir entre sí por la imagen<br />

más aterradora, aunque en realidad deseosos de saber quién ganaba la ba -<br />

talla libidinal.<br />

Pero, si hubo de ser franco, Bardem tampoco tuvo tiempo de saber<br />

nada sobre los milicos que en el retén decían: “No rechiste. Nosotros le<br />

damos o no le damos según nos dé la gana”, ordinarios en sus odios y limi -<br />

taciones.<br />

Las horas, los días, los meses constituían un bastión contra la muerte,<br />

disipando cualquier otro objetivo. Lo era para aquel coche tapizado de cartulinas<br />

con la palabra TV en los cuatro vidrios; como para la mujer que, llorando,<br />

obligaba a ver el cadáver de su hija quinceañera, ametrallada la<br />

víspera. Lo era para el centenar de niños apuntándole a Bardem con armas<br />

inservibles, para que les tomara fotos; como para sí mismo, a veces acucli -<br />

llado frente a un hecho que, a fuerza de repetirse, perdía su misterio.<br />

No se lo creía: ese estar a la mitad de lo desconocido, la indiferencia<br />

antigua y feliz y, sin embargo, así se mantuvo, no un año sino varios, los<br />

suficientes como para aprender palabras nuevas.<br />

Pronunció, por ejemplo, la palabra guapa aunque lo dijera falsamente<br />

a los oídos de una mujer y otra, esforzándose en demostrarles que si él no<br />

podía convertirse en futuro esposo, al menos podría servirles como antídoto<br />

para sus tristezas. Supo pronunciar Masaya sintiendo el desconcertante<br />

apego a una tierra ajena que recorría hasta desparecer en la ruina de las<br />

construcciones. Ahí, pensó Bardem, daba lo mismo meter la mona que comprar<br />

un kilo de azúcar para el café de la noche; ver volar un avión y escombrar<br />

la basura, esconderse o decir estoy cansado.<br />

87


88<br />

La niebla en San Blas<br />

JORGE ESQUINCA<br />

Perro, Mike, cuéntame<br />

esa historia de la niebla en el puerto.<br />

No había niebla y la historia<br />

trata de un coquero, hombre<br />

sencillo y afortunado.<br />

Tenía un carrito de cocos,<br />

vendía el agua y la carne<br />

con limón y chile en bolsas de plástico.<br />

¿Pero la niebla, Mike,<br />

no decías que todo estaba<br />

cubierto de niebla?<br />

No. Era tarde soleada.<br />

Antes déjame te digo<br />

en qué consistía su fortuna.<br />

Su dicha era su mujer.<br />

La más bella de San Blas.<br />

Nos tenía hechizados.


Estaba que se caía de buena.<br />

Todo sucedió en una cantina<br />

jodida, como ésta,<br />

con su piso de tierra,<br />

sus mesas de Corona,<br />

su olor a mar, su rocola<br />

y sus canciones de José Alfredo.<br />

¿Pero la niebla, Mike,<br />

no me contaste que apenas<br />

podían verse las caras?<br />

No. Espérate. La mujer<br />

era el deseo de todos,<br />

sí, pero nos lo callábamos,<br />

digo, por un elemental respeto<br />

al coquero, que era buen amigo.<br />

Todos, menos el hijo<br />

del presidente municipal,<br />

ese cabroncito<br />

alardeaba todo el tiempo,<br />

decía que la reina aquella<br />

tenía que ser suya.<br />

Esa tarde, ya ebrio, el muy pendejo<br />

comenzó a cacarear en presencia<br />

del coquero, en su mera cara.<br />

Que si él andaba en Mustang<br />

89


90<br />

y el otro en pinche bici,<br />

que si él era galán<br />

y el otro prieto y feo.<br />

¿Pero y la niebla, Mike?<br />

Ya dije que entonces no había niebla.<br />

El coquero aguantaba vara,<br />

aunque de lejos se veía<br />

que se lo estaba cargando<br />

la chingada del coraje.<br />

Era hombre de silencios.<br />

El otro siguió jodiendo, decía<br />

que iba a sonsacarle a la mujer,<br />

que iba a ponerle casa,<br />

que con él iba a saber<br />

lo que es coger sabroso.<br />

Fue demasiado. Sin decir palabra,<br />

en un mismo movimiento,<br />

el coquero agarró su machete<br />

y le rebanó de un golpe<br />

la tapa de los sesos.<br />

Tan fácil como lo cuento,<br />

como quien parte un coco ya maduro.<br />

¿Y entonces, Mike, perro?<br />

Entonces sí. Ya caía la noche<br />

y llegó la niebla, se posó


con su culo blando sobre San Blas.<br />

Sólo se podía ver<br />

el rojo reguero de sangre<br />

y al muerto, sentado en su silla,<br />

todavía agarrando su cerveza.<br />

Del coquero nunca supimos más.<br />

Se trepó a la bici y enfiló calle abajo.<br />

Como si se lo hubiera tragado<br />

la densa niebla de esa noche.<br />

(M.A.H.R., in memoriam)<br />

91


×<br />

HUGO GOLA<br />

La espiral del Ser<br />

JOSÉ HOMERO<br />

I<br />

La poesía de Hugo Gola es una refutación de los opuestos. No como negación<br />

de los seres y accidentes contrarios entre sí, sino de una condición donde<br />

esa contrariedad se asiente como inmutable. Con ello quiero decir que para<br />

Gola los opuestos son complementarios, uncidos y enlazados en una entreve -<br />

ración que los trasciende. Resonancia heraclítea.<br />

Constante en la reflexión poética es considerar el poema, la emoción es -<br />

tética, como un momento, un estado, de plenitud y comunión con el universo<br />

a través de una intuición, de un arrebato, que descubre la empatía entre todo<br />

lo creado y al mismo tiempo la singularidad de cada ser. La poesía, hermana<br />

de la gracia y de la revelación, muestra al hombre la unidad del mundo más<br />

allá de las apariencias. O al mundo en su esplendor de apariencias.<br />

algo muy tenue<br />

que se prolonga<br />

más allá de la apariencia<br />

(“Rotación”, p. 21)<br />

y cuando llegan<br />

las palabras<br />

nada te dicen<br />

sólo habla<br />

el fervor<br />

que deja atrás<br />

todas las<br />

93


JOSÉ HOMERO<br />

94<br />

cosas<br />

y los nombres.<br />

(“El tema del poema”, p. 44)<br />

Condición de la emoción poética es su intempestividad, su aparición en<br />

medio de la vida cotidiana. Como una de esas espadañas que yerguen su<br />

lábil virilidad a través de las oquedades o como ese musgo que tenaz escala<br />

la piedra con sus yemas húmedas, la poesía aparece en medio de la historia,<br />

en medio de la prisa, ahí donde no se espera esa interrupción que es irrupción.<br />

Es el poema como la hoja que detiene el movimiento en su caída y por<br />

un momento parece sostenerse en el aire, sin el aire<br />

la caída de cualquier hoja<br />

no se soporta<br />

porque estalla en el aire<br />

altera el vacío<br />

y cuando toca el suelo<br />

lo inunda todo<br />

con su esplendor.<br />

(“No es la hoja muerta”, p. 62)<br />

Pocos poetas tan conscientes, como Hugo Gola, de que la emoción es<br />

la esencia del poema; que la valencia de la poesía es el registro de esa emoción<br />

que no indica, que no enseña, pero que revela. Para Gola, el poeta es<br />

un sujeto agraciado con un don que lo separa del mundo como conjunto de<br />

singularidades y lo acerca al mundo como unidad. Como otros poetas moder -<br />

nos, Gola atiende a esa experiencia como única. El poema es un infiel registro<br />

de esa sensación. Por ello el poema más auténtico, más hondo, será aquel<br />

que comparta el momento de la experiencia y exprese esa vacilación. Como<br />

en la célebre dubitación de Juan de Yepes, el poema, testimonio de una emo -<br />

ción inefable, comparte esa oscilación. Musitación antes que titubeo:<br />

¿en algún recodo del subsuelo<br />

de allí surge<br />

sin embargo<br />

esa chispa inicial<br />

que nada quiere ser


que nada quiere<br />

sino arder<br />

o destruirse<br />

en el aire<br />

o quizá vivir<br />

en ese encuentro<br />

engendrado<br />

a partir de allí<br />

qué?<br />

algo<br />

algo<br />

que nadie sabe bien<br />

pero que arde<br />

arde<br />

tal vez un<br />

qué<br />

(“Nada hay más”, pp. 39-40)<br />

De raigambre mística la emoción del poeta, que niega la realidad y la gra -<br />

vedad, el tiempo cotidiano, necesita de los sentidos, de las sensaciones para<br />

expresarse. Si “el tema del poema/es el poema”, sin importar si se habla de<br />

árboles “o del destino/incierto/o del pesar/y el peso/de los días”, la emoción<br />

poética es en su anomalía, en su extrañeza, indisociable de esa emoción que<br />

nos embarga ante la naturaleza, ciertos momentos, ciertos instantes. Por ello en<br />

Gola el poema se entrevera con esas sensaciones y para describir ese estado<br />

único, ese momento de arrebato, precisa justamente de símiles sensoriales.<br />

El poema es “inundación”:<br />

de a poco<br />

siento venir<br />

el resplandor<br />

de a poco<br />

siento subir<br />

la luz<br />

quieto<br />

inmóvil<br />

aguardo<br />

aquella inundación<br />

LA ESPIRAL DEL SER<br />

95


JOSÉ HOMERO<br />

96<br />

aguardo<br />

aguardo<br />

tendido en la mañana<br />

(“De a poco”, p. 41)<br />

El poema es también una conjunción que estalla revelando la dicoto -<br />

mía y la continuidad, tal si se tratara de una banda de Moebius:<br />

y el poema agazapado<br />

escondido en algún sitio<br />

en algún repliegue<br />

asoma de pronto<br />

(...)<br />

estalla en esa conjunción<br />

afuera-adentro<br />

(“Nada hay más”, p. 39)<br />

La emoción poética, con su transustanciación mística, se presenta co -<br />

mo una experiencia única; de ahí que el verdadero poeta sea más un sujeto<br />

de experiencias que un artesano. El poema surge a través de una larga y a<br />

menudo imperceptible gestación. Así, en la segunda parte de Retomas, los<br />

varios poemas van configurando esta idea de lenta gestación y al mismo tiem -<br />

po de producción imprevisible:<br />

van creciendo<br />

las ganas<br />

aunque no sabes<br />

de qué<br />

unas ganas<br />

difusas<br />

pero ciertas<br />

no me puedo resistir<br />

a este deseo<br />

que viene no sé de dónde<br />

(“Van creciendo”, 46)<br />

el paso de los días<br />

de esos días<br />

que parecen vacíos


y perdidos<br />

va forjando<br />

en algún sitio<br />

imágenes sonoras<br />

o rayas oscuras<br />

trazadas sobre el plano<br />

figuras que crecen<br />

o se pierden<br />

visión interna<br />

o fuego grave<br />

(“Con frecuencia”, p. 48)<br />

LA ESPIRAL DEL SER<br />

El poema implica la conciencia de la escritura. El tema del poema es<br />

el poema en tanto poema connota aquí conciencia del lenguaje. La revelación<br />

de la unidad es indisociable de la conciencia matérica del poema. En su as -<br />

piración al silencio, a ese momento de revelación, el poeta, que elige el len -<br />

guaje, convierte al poema en una construcción metonímica, en una sucesión.<br />

Por ello el poema “pasa y pasa”. El ritmo es consustancial.<br />

CONCIENCIA DEL LENGUAJE<br />

Gola ha sido más conocido por su difusión de la escritura poética y sobre<br />

todo de la reflexión sobre la poesía. Desde aquella legendaria serie en la Uni -<br />

versidad Autónoma de Puebla, El Poeta y su Trabajo, hasta su labor como<br />

maestro y editor en la Universidad Iberoamericana, donde continuó esa se -<br />

dimentación en torno a las poéticas, ha propiciado en sus discípulos la conciencia<br />

de que poeta es quien reflexiona sobre el lenguaje. Por ello, en esa<br />

refutación de los opuestos, no es menor la aparente paradoja de que siendo<br />

Gola un poeta con una concepción cercana a la mística poética sea al mismo<br />

tiempo un poeta consciente de la naturaleza real de la experiencia poética.<br />

Un poeta que comprende que para plasmar la eternidad y levedad de la emo -<br />

ción poética requiere de un eficiente manejo de su material, de su herramien -<br />

ta. En su escritura, en sus poemas, la sensación que instaura la emoción poética,<br />

el estímulo inasible que aparece con el arrebato sensorial, resulta indisocia -<br />

ble de una conciencia del lenguaje, de una elección del ritmo y sobre todo<br />

de una exhibición de los procedimientos del lenguaje. Esos procedimientos<br />

97


JOSÉ HOMERO<br />

98<br />

son, para evitar malos entendidos,<br />

los que cada poeta toma de la tra -<br />

dición para su aprendizaje; el mo -<br />

delo de los mangos de hacha que<br />

diría Lu Chi en el Wen Fu.<br />

En lengua inglesa, Ezra<br />

Pound y William Carlos Williams<br />

elaboraron una poética fundada<br />

en sus experiencias y cimentada en<br />

una reflexión sobre el lenguaje.<br />

Gola, a la distancia, debe ser visto<br />

como el continuador, en lengua cas -<br />

tellana, de esa tradición moderna<br />

de buscar nuevas formas de ex pre -<br />

sión mediante el conocimiento y<br />

la conciencia del pasado. La fórmula de “Hacerlo nuevo” de Pound se convierte<br />

en la reflexión de Gola, especialmente en varios de los poemas de Re -<br />

tomas, tan cercanos y anhelantes del silencio, en un despojamiento del lastre<br />

de todo aquello que grava la revelación.<br />

No hay sin embargo poeta más consciente de la materialidad, de la<br />

condición lingüística del poema que quien reflexiona sobre los mecanismos.<br />

Y los exhibe. Gola ha sido, es, una tradición. Nos ha hecho reflexionar sobre<br />

la tradición y tomar de ella lo que nos importa; en este caso la conciencia de<br />

que cada poema establece un lenguaje. Señaló Eduardo Milán: “El trabajo<br />

de Gola está enraizado en una vertiente de la poesía latinoamericana que he -<br />

reda lo verdaderamente perdurable de las vanguardias esteticohistóricas de<br />

principios del siglo XX: la actitud reflexiva ante el lenguaje poético y el vislumbre<br />

de la creación como un acto de rebeldía frente a las formas este -<br />

reotipadas.” (“Detener el vértigo y recomenzar”, Letras Libres, enero de 2005.)<br />

Gola forma parte de una tradición. Es, por una rama, el poeta cosmopo -<br />

lita que dialoga con la gran tradición moderna, en especial con William Car -<br />

los Williams y asume las enseñanzas de Ezra Pound, y es también el poeta que<br />

sigue y modula las intuiciones, las enseñanzas de su particular don Juan: Jua -<br />

nele. Algo hay muy bello que se conserva en ese aliento: los mero deos, la espe -


LA ESPIRAL DEL SER<br />

ra, el reposo, la distracción atenta que Juan L. Ortiz cultivó. Por ello en Reto -<br />

mas, donde se escuchan los ecos del pasado, algo aparece del aura del sauce<br />

y también de las crecidas, corrientes y humedades del Gualeguay, el afluente<br />

del río Paraná ya inmortalizado por Ortiz:<br />

estar sentado<br />

bajo un sauce<br />

y sentir correr<br />

el río<br />

aunque no lo veas<br />

y sentir volar<br />

bandadas<br />

de cuervos<br />

o caranchos<br />

(“Me hubiera”, p. 33)<br />

Comprender la naturaleza de la unidad que conforman los opuestos es<br />

complejo. En la comprensión de esta aparente paradoja Gola se muestra a<br />

un tiempo heredero del pensamiento heraclíteo y a un tiempo eminentemen -<br />

te moderno. Es la consagración de la naturaleza que la poesía ejerce en el<br />

romanticismo con Wordsworth —¿cómo no ver en Wordsworth y su habitar<br />

de una tierra un modelo para la poesía de Ortiz, por ejemplo?— y es también<br />

la visión larga, digamos, del pensamiento taoísta. A la inmediatez, a la cortedad<br />

de miras y de registro, Gola ofrece una visión que advierte los ciclos, que no -<br />

ta la palingenesia de la vida y encuentra en la aparente contradicción continuidad.<br />

Si anoto y consigno esa fragancia lejana del orbe presocrático debo aco -<br />

tar que más nítido se percibe el aroma de la poesía y del pensamiento chino.<br />

Atender al dictum del poeta chino sobre escuchar los cambios de las estaciones 1<br />

1 Al estudiar el paso de las estaciones<br />

suspiramos,<br />

vemos las relaciones íntimas entre las cosas,<br />

aprendemos las innumerables<br />

formas del mundo.<br />

Lu Chi, Wen Fu. Sobre el arte de las letras, Mangos de Hacha, México, 2010, p. 12.<br />

Traducción de José Luis Bobadilla.<br />

99


JOSÉ HOMERO<br />

100<br />

revela la cíclica condición. Para Gola la figura sin embargo, más que la de<br />

un círculo, un ciclo cerrado, un eterno retorno, es la de una espiral:<br />

el camino no lleva<br />

a ninguna parte<br />

la espiral que no cesa<br />

empuja hacia un ascenso<br />

que no acaba nunca<br />

no se deshace el nudo<br />

los huesos enterrados<br />

sustentan la subida<br />

la semilla que encierra<br />

su energía<br />

enterrada en las tumbas<br />

impulsa a nuevos escalones<br />

(“Rotación”, pp. 23-24)<br />

Esa espiral que resuelve la paradoja de la sucesión de los contrarios o de<br />

los aparentes contrarios (primavera/invierno; día/noche; calor/frío) propicia<br />

asimismo, con su connotación de la reiteración, la conciencia de que la emo -<br />

ción poética, el estado de trance ocurrirá en ciertos momentos. El poeta debe<br />

envolverse en una atención distraída, debe propiciar las condiciones necesa -<br />

rias para la ocurrencia de ese inesperado pero previsible momento especial.<br />

He mencionado ya que en la segunda sección el poeta alude a esa gestación<br />

lenta, a esa emersión, ese estallido que conjuga el exterior con el interior, pero<br />

también a esa alerta distraída. Hay una concatenación de metáforas que re -<br />

funden la oposición en la idea de un salto y ese salto se convierte en la nega -<br />

ción o en la conjunción de las características contrarias:<br />

el reposo<br />

recupera<br />

mas el reposo es<br />

también<br />

un salto<br />

(“Me hubiera”, p. 33)


y el poema agazapado<br />

escondido en algún sitio<br />

en algún repliegue<br />

asoma de pronto.<br />

(...)<br />

estalla en esa conjunción<br />

afuera- adentro.<br />

(“Nada hay más”, p. 39)<br />

Al respecto, en su ensayo sobre Juan L. Ortiz, Gola señala que tenía<br />

la costumbre de ciertos pintores que se encierran en sus estudios “sin pro -<br />

pósito alguno y al rato están poniendo un color sobre la tela”. 2 Más adelante,<br />

en un ensayo sobre Juan José Saer, define con precisión este estado: “Aper -<br />

tura interior, una disponibilidad absoluta y neutra.”<br />

El poeta vive en un tiempo de espera. Escribir es sólo una experiencia<br />

secundaria; la experiencia es la impresión, la sensación de asistir a una re -<br />

velación. El ya citado Lu Chi asentaba esta condición como el preámbulo al<br />

acto poético:<br />

Con los ojos cerrados, se escucha<br />

la música interior, extraviados<br />

en el pensamiento y la reflexión. 3<br />

LA ESPIRAL DEL SER<br />

Agreguemos una circunstancia singular en la elección de la espiral como<br />

figura icónica. Se trata de comprender que si en tiempos el modelo armilar de<br />

las esferas o el círculo de los opuestos en la modernidad expresaba nuestro<br />

concepto del universo, en nuestra época tridimensional y de lógicas paradóji -<br />

cas, la imagen modélica es la espiral que gira y se convierte en su cara contra -<br />

ria: una hélice. Una mezcla de la cadena del ADN pero también de una banda<br />

de Moebio interminable. Ésa es la concepción de Gola: entender la vida como<br />

un espacio donde se suceden los contrarios, que a través del tránsito, de la tran -<br />

2 Hugo Gola, Las vueltas del río: Juan L. Ortiz y Juan José Saer, Mangos de Hacha,<br />

México, 2010, p. 25.<br />

3 L. Chi, Op. cit., p. 14.<br />

101


JOSÉ HOMERO<br />

102<br />

sición, van mudando hasta convertirse en su opuesto, todo ello en un despliegue<br />

por lo que no puede asentarse una dualidad sino un en lace. De ahí que men -<br />

cione las lógicas paradójicas porque parece que esta poe sía sólo se compren -<br />

de aceptando esa conversión de la contrariedad, de la co existencia de momentos<br />

y particularidades opuestas. No sorprende su concep ción de la existencia<br />

como espiral y tampoco que en los modelos matemáticos la hélice termine re -<br />

cordando a la mítica figura del uroboros. La imaginación matemática como<br />

ilustración mitográfica.<br />

La elección de la espiral como figura para describir la existencia o el<br />

concepto del mundo se enlaza con una más antigua conciencia que percibo<br />

en Gola. Me refiero a la idea de la gran cadena del ser, un concepto determi -<br />

nante en la conformación del pensamiento isabelino, que se advierte en cier -<br />

tos momentos de esta poesía:<br />

el camino no lleva<br />

a ninguna parte<br />

la espiral que no cesa<br />

empuja hacia un ascenso<br />

que no acaba nunca<br />

no se deshace el nudo<br />

los huesos enterrados<br />

sustentan la subida<br />

la semilla que encierra<br />

su energía<br />

enterrada en las tumbas<br />

impulsa a nuevos escalones<br />

y detrás del arrebato<br />

y la congoja<br />

hay un pez diminuto<br />

que lentamente sube<br />

a ave y el<br />

delfín que prefigura<br />

un relámpago de luz<br />

(“Rotación“, pp. 23-24)


II<br />

LA ESPIRAL DEL SER<br />

Confieso que nunca conocí a Hugo Gola; carencia que lamento. Sopeso cuán -<br />

to en mi formación debo a su distante y sin embargo presente magisterio.<br />

Gola nos reveló a quienes crecimos en los ochenta que la poesía era a un tiem -<br />

po inspiración e intuición pero sobre todo conciencia del lenguaje. El título de<br />

la serie El Poeta y su Trabajo es un lema. Señala que la poesía es un trabajo.<br />

Que el poeta debe trabajar para expresar la emoción. A la distancia advier -<br />

to que ahí, en medio de esa reflexión sobre los usos lingüísticos que continuaba<br />

el linaje de Ezra Pound y su tradición de reflexión sobre los procedimientos<br />

y prácticas escriturales de otros poetas, siguiendo, de nuevo a Lu Chi, estaba<br />

también otra idea: el poeta es su tierra.<br />

En aquellos años, ofuscado por la rutilancia de las poéticas que osten -<br />

taban sus procedimientos, no entendía por qué junto a poetas de más notoria<br />

aventura lingüística aparecía, por ejemplo, Cesare Pavese. No advertía, joven<br />

como era entonces, el vínculo que une a Wordsworth con los crepusculares<br />

poetas franceses que cantan a los barrios periféricos de París y a Cesare Pa -<br />

vese con William Carlos Williams. La poesía es revelación, es trascendencia<br />

pero también, al ser materialidad, es celebración de un espacio, de un lugar<br />

concreto. El lugar, el terruño se convierte en universal y el universo encarna<br />

en un espacio.<br />

Con ello quiero decir que el poeta, que sigue un modelo universal, que<br />

busca escapar a la mentalidad provinciana —uno de los peligros sobre los<br />

que siempre alerta Gola: al hablar de Juan L. o de Juan José Saer suele elogiar<br />

que escaparon a la mentalidad provinciana—, es también un individuo que<br />

elige un sitio o acepta ser elegido por un sitio y persigue, en su poesía, ser fiel<br />

a esa comarca. Gola ha señalado cómo el Piamonte y su conversión, su tras -<br />

mutación alquímica elaborada por Pavese, le indicaron una ruta a su genera -<br />

ción. Así lo señala al referirse a la literatura de Juan José Saer: “Alguna vez<br />

pensé que existía una indudable proximidad entre la obra de Saer y la de un<br />

escritor italiano que él admiraba, Cesare Pavese. Y esta proximidad estaba<br />

dada no sólo por la calidad de su obra, sino porque en ambas la poesía cons -<br />

tituye el origen y el fin de la escritura.” 4<br />

4 H. Gola, Op. cit., pp. 57-58.<br />

103


JOSÉ HOMERO<br />

104<br />

Para documentar esa vinculación entre literatura y lugar de origen re -<br />

mito a las confesiones en torno a Saer que Gola deja diseminadas en sus refe -<br />

rencias. Por ejemplo, que Saer le descubrió a Cesare Pavese en 1956. “Desde<br />

ese momento Pavese fue para nosotros, también para Saer, un escritor de<br />

culto. Leímos con creciente asombro toda su narrativa, sus ensayos, sus poe -<br />

mas. Nos sentíamos, en aquella distante ciudad de provincia, los depositarios<br />

de un pensamiento que nos exaltaba.” 5 Más aún: Gola describe la poética de<br />

Saer como la configuración de un espacio literario a través de la concreción<br />

de un sitio, vinculado al lugar natal, con un estilo que se cimenta en una ga -<br />

ma de hablas locales, de idiolectos: un orbe alterno, un mundo posible completo<br />

en sí a través del cual reverbera y advertimos el resplandor de nuestra<br />

realidad cotidiana. “Saer definía, desde el principio, un lenguaje, una entona -<br />

ción, utilizando los registros de la oralidad y la sintaxis de la lengua hablada<br />

que serán también la característica de toda su obra posterior. Se introducía,<br />

igualmente en ese primer libro, un escenario geográfico y humano en donde<br />

actuarán, posteriormente, todos sus personajes. Su ‘zona’ era un lugar preciso,<br />

pero allí sucedían conflictos universales. Algo semejante a lo que fue el Pia -<br />

monte para Pavese o Dublín para Joyce.” 6<br />

Si otorgamos validez a esta declaración de Gola (“Para algunos de noso -<br />

tros, Saer fue el escritor de nuestra lengua en el que pensábamos cuando un<br />

texto nuestro tomaba forma”), 7 entonces Saer es quien indica esa vinculación<br />

entre literatura y escritura en una suerte de idiolecto, un habla local más que<br />

una fidelidad a la neutralidad o a la “anquilosada preceptiva”.<br />

Hay algo de condición mítica en el respeto que Gola rinde a Juanele.<br />

A medida que aparecen los registros memoriosos y críticos de Gola al res -<br />

pecto, 8 resulta patente, tal si dudas hubieran, el respecto de Gola por Ortiz<br />

y también la ascendencia que su propia poesía guarda con respecto a la del<br />

5 H. Gola, Op. cit., p. 40.<br />

6 Op. cit., p. 43.<br />

7 Op. cit., p. 48.<br />

8 Gola escribió un prolijo ensayo que combina la disquisición crítica con la memoria perso -<br />

nal del poeta Ortiz. Este ensayo, primero una conferencia, se convirtió en un opúsculo: …Ais -<br />

ladamente nada existe, Juanele, editado por Ediciones Aquelarre en Argentina en 2008.<br />

Posteriormente este ensayo se recoge en el volumen que comento: Las vueltas del río.


LA ESPIRAL DEL SER<br />

autor de “El Gualeguay”. Sin embar -<br />

go la ascendencia, el discipulaje, no<br />

atraviesa por esa dudosa forma que<br />

es la epigonía, sino que la trasciende.<br />

Gola no toma de Ortiz el modelo lin -<br />

güístico sino el modelo vital. De ahí<br />

que en más de una ocasión en su<br />

evocación de Ortiz indique que su ac -<br />

titud, su renuncia a vivir de una mane -<br />

ra que no implicara esa suerte de vida<br />

dedicada a la espera del poema, fue -<br />

ron una lección para los jóvenes escri -<br />

tores. La impronta que Ortiz dejó en<br />

ese grupo que conforme pasan los<br />

años va cobrando, adquiriendo impor -<br />

tancia no sólo en la literatura argentina<br />

sino en la escrita en español, es la<br />

del grupo de Santa Fe, con Gola y Or -<br />

tiz como figuras emblemáticas. Esa<br />

impronta en Gola atraviesa por el con -<br />

cepto de la dedicación, del cultivo del<br />

poema no sólo escribiéndolo sino propiciando su aparición, a la que se refie -<br />

re cuando nos dice de las costumbres de Juanele: “Esa reiteración cotidia -<br />

na, esa repetición de momentos aptos para la escritura, coinciden con algo que<br />

pude observar a menudo. Juan L. vivió los últimos años de su vida en un es -<br />

tado de gracia —no lo puedo llamar de otra manera— casi permanente, de<br />

máxima concentración o de máxima distracción, como si atendiera sólo una<br />

voz interior que se manifestaba con una especie de ronroneo o murmullo<br />

constante. Un mecanismo en permanente oscilación entre la lucidez y el aban -<br />

dono, distraído pero atento, como digo, no alejándose nunca de aquel estado<br />

que fluía sin interrupción.” 9<br />

JUAN JOSÉ SAER<br />

La impronta va más allá de una lección ética, de una forma de escribir<br />

9 H. Gola, Op. cit., p. 25<br />

105


JOSÉ HOMERO<br />

106<br />

y de vivir, es también la concien -<br />

cia de que el poeta se encuentra<br />

ligado a un espacio, que la<br />

respiración de un poeta es la res -<br />

piración de un lugar. Yo llama -<br />

ría a este concepto ecológico. Hay<br />

atisbos de esa conciencia en va -<br />

rios poetas y narradores román -<br />

ticos; intuir que en ciertos valles<br />

habla el café a través de sus poe -<br />

tas, o el vino, como en cierto<br />

relato de Erckmann-Chatrian. En<br />

Juanele habla el río. Y ese río<br />

precisa de versos muy dilatados,<br />

de versículos llenos de reverbe -<br />

raciones, de reiteraciones de sus<br />

sonidos, de utilizar palabras con<br />

acentos en vocales débiles, de la<br />

predilección por ciertas coordinantes<br />

y complementos que si<br />

bien distienden y confunden la<br />

sintaxis, propician la conversión<br />

de los sonidos en un continuo, en<br />

una riada.<br />

Gola, qué sabio, advirtió que ahí existía una lección, un modelo, pero<br />

que ese modelo era único, singular, exclusivo para ese mundo casi en duerme -<br />

vela, tan simbolista, tan tardío simbolista, de Juanele. Mundo de brumas,<br />

de brisas, de murmullos, de contornos imprecisos, del crepúsculo. Gola no<br />

toma el aura del sauce para sí sino el modelo de un árbol. El mundo de<br />

Gola, a pesar de los ecos y de la vitalidad que el pasado tiene en su memoria,<br />

es el mundo del hoy. Sus árboles, su naturaleza, su asombro, está asentado<br />

en el acontecimiento. Por ello su poesía última tiene mucho que ver<br />

con el registro del diario poético de los poetas viandantes que contribuyeron<br />

al nacimiento del haikú. Poesía de las estaciones y cada vez más, bordean-


LA ESPIRAL DEL SER<br />

do el silencio, del momento mínimo. Gola busca aprehender el momento, la<br />

génesis de la sensación poética: caída de una hoja, nubes que se alejan, luz<br />

en los árboles. Cito a Jorge Monteleone: “Esa tensión siempre la vuelve creí -<br />

ble, de tal modo que al nombrar lo real como una epifanía dada en una hora<br />

cotidiana, el poema sostiene un aura soterrada: ‘Se oye un murmullo / a la dis -<br />

tancia / el viento pasa // vuela una hoja / el sol se apaga / el agua cae // cierro<br />

los ojos / desde el silencio / oigo una rama’.” 10<br />

Curiosamente esta poesía de la atención secreta, al movimiento casi im -<br />

perceptible, está también más cerca de Williams. Cómo no celebrar este poe -<br />

ma que es la mejor traducción/interpretación de aquel célebre de las cerezas<br />

de Williams.<br />

a fuego lento<br />

cociné<br />

salmón rosado<br />

no sólo para mí<br />

su sabor<br />

resultó delicioso<br />

tal vez<br />

por eso<br />

precisamente<br />

precisamente<br />

(“A fuego lento”, p. 107)<br />

Gola ha perseguido la idea de una suerte de idiolecto santafesino. Varias<br />

de sus observaciones en torno a la lengua de Ortiz apuntan a esta impresión.<br />

Conforme a Gola, a Ortiz no le interesaba la prosodia del castellano; de he -<br />

cho no le agradaba la sonoridad de nuestra lengua. Buscaba, influido acaso<br />

por sus lecturas en francés y sus modelos chinos, una música cimentada en<br />

la variedad tímbrica. Y aquí puede influir también esa búsqueda de un metro<br />

distinto, un metro que recuperara la música no acentual sino cimentada en<br />

10 Jorge Monteleone, “El oficio de poeta”, en La Nación, suplemento Cultura, Buenos<br />

Aires, Argentina, 6 de marzo de 2005. En línea.<br />

107


JOSÉ HOMERO<br />

108<br />

la combinación de la duración silábica, que igualmente intentaron ciertos mo -<br />

dernos como Ezra Pound o Allen Ginsberg. Escribe Gola sobre Ortiz:<br />

Lo sentía atiborrado de estridencias y de sonoridades puramente exteriores y con -<br />

vencionales. Su preocupación por la lengua era casi la opuesta: reducir la altiso -<br />

nancia, los acentos innecesarios, la música trivial. Hacer que el lenguaje sirviera<br />

para el registro de los matices, de los murmullos, de los silencios. (p.27)<br />

Una musicalidad muy distante de la que proviene de la prosodia tradicional, or -<br />

ganizando su tonalidad mediante variaciones tímbricas y acentuales que atendían<br />

más a la respiración del poeta que escribe en el momento que escribe. (p.28)<br />

Quien ha leído a Ortiz, especialmente en ese magistral poema “El Gua -<br />

leguay”, sabe que esa intencionalidad, esa volición por ocluir la natural inclina -<br />

ción a los elementos percusivos de la métrica, se cumple hasta propiciar una<br />

concatenación discursiva que propicia un estado de ensoñación semejante a la<br />

de quien se adormece frente al río.<br />

Gola, a la manera de Ortiz, ha buscado recuperar ese idiolecto. Si el<br />

poeta es como su tierra, el lenguaje del poeta habrá de reproducir los giros<br />

y los ritmos de esa tierra. No importa que ese dialecto se haya escuchado muy<br />

tempranamente en la vida. Poeta de la memoria, poeta del vacío, de la oclu -<br />

sión que ocupa la memoria —para Gola la memoria es más un vacío que una<br />

especie de catálogo o de archivo al que recurrir, su función es tornar al<br />

poeta consciente del vacío—, Gola vuelve en los poemas de su edad última a<br />

los momentos y acontecimientos de su edad primera. Y en esa recuperación<br />

de ciertas imágenes se halla también el eco de los nudos de un fresno. Es la<br />

atmósfera del fresno. El aura de una tierra.


Testimonio real<br />

JOSÉ ALBERTO GUERRERO<br />

Todo empezó a derrumbarse en mi cabeza un soleado domingo de verano.<br />

Everything started collapsing in my head one sunny Sunday in the summer.<br />

Desperté sudando del cuello y de la nuca. Woke up sweating in the neck and<br />

the nape.<br />

Shit. Mierda. Chingá. Fuck.<br />

Ni siquiera me había percatado de lo que estoy haciendo. Trataré de<br />

narrar mi extravagante caso en mi lengua materna. Si acaso llego a recurrir al<br />

inglés, pido al lector paciencia y mil disculpas, ya que es síntoma de mi grave<br />

enfermedad. So, I’m sorry. Mas tiene la ventaja de ser una clara evidencia<br />

de la veracidad de mi historia.<br />

Amanecí, como decía, empapado en sudor. Menos mal que Rebeca no<br />

se había quedado a dormir la noche anterior, she really hates la humedad<br />

de mi cuerpo. Es decir: detesta que transpire tanto. Estaba crudo y con lige -<br />

ra jaqueca. It was a hard night la noche anterior y no me sentía muy descan -<br />

sado que digamos. Saqué la última cerveza del refrigerador y puse a calentar<br />

el desayuno: un plato de pancita sebosa del día anterior. Yumi-yumi. (¿Ese<br />

qué idioma fue?) Prendí la tele para ver si todavía estaban las luchas de la<br />

Triple AAA pero ya habían terminado. After all, no era tan temprano como<br />

había pensado en un principio. Miré el reloj de la pared y marcaba ¡las tres<br />

de la tarde! Un nuevo récord, pues nunca había pasado de las doce del me -<br />

diodía.<br />

Me serví el plato tibio. Haciendo la grasa hacia un lado con la cuchara,<br />

terminé la mitad. Luego, la cerveza me cayó de maravilla bebida en dos tra-<br />

109


JOSÉ ALBERTO GUERRERO<br />

110<br />

gos. Por cable pasaban una película<br />

en francés, pero a mí esa lengua siem -<br />

pre me ha dado fuertes mareos, así<br />

que apagué la tele. Decidí salir por<br />

más cervezas o tal vez una botella. Al<br />

fin y al cabo, el lunes era feriado.<br />

La calle estaba vacía y no era<br />

para menos, pues el calor era abra -<br />

sador. Había que estar loco para es -<br />

tar afuera. Loco o sediento. Además,<br />

mucha gente pasó fuera el fin de se -<br />

mana y la ciudad se quedó desierta.<br />

A mí, Rebeca me invitó a Cuernava -<br />

ca con sus papás, pero no quise ir<br />

porque los viejos me odian y el sentimiento<br />

es mutuo.<br />

La mayoría de los negocios se<br />

hallaban cerrados y ya que tengo cier -<br />

tos problemas con los dependientes<br />

de las tiendas cercanas que sí trabajaron,<br />

tuve que ir a la licorería, que<br />

estaba un poco más lejos, y a riesgo<br />

de que también se hallara cerrada. Al llegar y ver la enorme botella inflable de<br />

tequila a la entrada solté un suspiro de alivio. La toqué discretamente para ase -<br />

gurarme de que no se trataba de un espejismo y entré. Había encontrado<br />

un oasis.<br />

Me palpé las nalgas, saqué la cartera y le pedí su opinión: cerveza. Mu -<br />

cha cerveza. Mucha cerveza fría, acordamos. Me acerqué al mostrador.<br />

Hi, afternoon. It’s so hot out there, you know? Dije inconscientemente,<br />

sin darme cuenta todavía de lo que hacía. El dueño estaba sentado en una si -<br />

lla reclinable con la cabeza hacia atrás, inflaba el estómago como un globo ca -<br />

da vez que respiraba, tenía la camiseta sudada y sucia y se espantaba las moscas<br />

con su gorra de los Pumas. Al escuchar mis pasos se talló los ojos y se levan -<br />

tó diciendo algo en una lengua que fui incapaz de entender en ese momento:


TESTIMONIO REAL<br />

Buenas. ¿Qué va a llevar hoy?<br />

Sorry? Contesté, y nos quedamos mirando confundidos el uno al otro,<br />

sonreí nervioso y dije Gonna take two six-pack of Modelos, extra cold, please.<br />

¿Va a pedir algo o…? Dijo señalando la salida.<br />

Tal vez está drogado, pensé, y decidí irme más lento y ser más gráfico.<br />

Saqué un billete de a doscientos y repetí Give me twelve beers, if they aren’t<br />

cold it’s OK. I’ll put them in the freezer. Y apunté hacia mi objetivo.<br />

Oh, latas, ¿cuántas quiere y qué juego trae ora? ¿Quiere practicar su in -<br />

glés conmigo? No, yo siempre fui cabeza dura para el estudio. Pero mi herma -<br />

no el menor, ese sí salió listo… para el atraco, digo, porque se volvió banquero.<br />

Al ver mi cara de estupefacción, se calló unos segundos.<br />

Está bueno, le voy a seguir la jugarreta, ¿cuántas querer llevar, mister?,<br />

¿guan, tu, tri?<br />

¿Séniorr? ¿Ono, dous, tries? Pobre hombre, estaba tan excedido, que<br />

apenas si le entendí eso último. Me preguntaba la cantidad, supuse. Le mos -<br />

tré mi palma abierta contando los dedos, Five, ten, twelve… y ya no hubo con -<br />

tratiempos, tomó mi billete, se cobró, me entregó la mercancía con el cambio<br />

y salí corriendo.<br />

Me gusta el trago, no lo voy a negar, pero soy responsable de mis actos y de<br />

mis fechorías, cumplo en el trabajo, cumplo con el casero, cumplo con Rebe -<br />

ca, así que no me parece tanto una adicción sino un gusto muy arraigado.<br />

Mis colegas lo saben y muchos hasta lo comparten, específicamente Estela<br />

y Marco Antonio, él es hijo de uno de los jefes; ella, simplemente llegó por<br />

su cuenta. Se conocieron en la farmacéutica hace tres años, un mes después<br />

ya vivían juntos. Yo entré a la compañía un poco después, pero de inmediato<br />

hice clic con ellos. Era común llamarnos los fines de semana para salir a<br />

algún lado, aunque yo aceptaba sólo cuando convencía a Rebeca de ir conmigo,<br />

pues nos estábamos dando otra oportunidad mi ex-mujer y yo, por el<br />

bien de nuestro hijo.<br />

Aquel fin de semana, ya que Rebeca y el niño se habían ido a una fiesta<br />

familiar a Cuernavaca, me sentía libre, tanto como había olvidado que se<br />

podía ser. Así que cuando Marco Antonio me llamó el sábado para invitar -<br />

me a no sé qué evento, I said immediately “Yes, of course, I’m in”. ¿Cómo<br />

111


JOSÉ ALBERTO GUERRERO<br />

112<br />

iba a pensar que luego de esa borrachera se me borraría el casete? Sin<br />

sospechar mi inminente desgracia, me metí a bañar, me afeité y me arreglé.<br />

Iba en plan de coqueteo pero sólo eso. Dados los avances en mi relación con<br />

Rebe, no quería arriesgarme.<br />

Se trataba del cumpleaños de un primo de Estela. El festejo fue en un<br />

bar en La Condesa, no recuerdo el nombre. Alcohol, droga, rock. Todo circu -<br />

laba a manos llenas. Yo pasé la mitad de la noche bailando gracias a una pasta<br />

de excelente calidad.<br />

Destapé la primera Modelo y le marqué a Rebeca para saber si ya venía de re -<br />

greso, me contestó cortante y en un idioma que yo ya no entendía:<br />

Dime, Mario.<br />

Hi. Are you and the boy enjoying yourselves?<br />

¿Perdón?, hubo un silencio largo hasta que me encargué de romperlo<br />

con mi nueva lengua.<br />

Are you coming already? I’m waiting for you. Miss you.<br />

Claro que no me entendió. Rebeca y yo nos conocimos en un curso de<br />

inglés que abandonamos juntos antes de aprender a decir Good morning. Su<br />

teoría era que amábamos tanto el castellano que cualquier otro idioma nos pa -<br />

recía simplemente hostil.<br />

Ella dijo en un tono que me pareció más hostil que cualquier lengua del<br />

planeta:<br />

No es un buen momento para jueguitos, tu hijo tuvo un accidente. Estu -<br />

ve tratando de localizarte toda la mañana pero supongo que estarías bastante…<br />

indispuesto. Como sea, me las tuve que arreglar sin ti, para variar.<br />

What’s the matter with you? Is that a kind of code? Don’t understand you.<br />

Sí, no te preocupes, el niño ya está bien, sólo se rompió un brazo. Tú pue -<br />

des seguir con tus pendejadas pero olvídate de nosotros.<br />

Y colgó.<br />

Y volví a marcar, esta vez fuera de mis casillas, pues no soporto que na -<br />

die me deje hablando solo.<br />

Fucking bitch, I wanna talk to my son. Right now.<br />

Esa primera frase debió de entenderla a la perfección porque me res -<br />

pondió Fuck you, bastard, y, en seguida, colgó y apagó el teléfono.


TESTIMONIO REAL<br />

What’s wrong with me. Algo pasaba conmigo. Podía sentirlo.<br />

Prendí la tele y fue cuando me di cuenta de que había olvidado por com -<br />

pleto mi lengua materna. Ya ni siquiera pensaba en español.<br />

El reloj de la sala hacía palpitar mi cerebro. Mi corazón rugía y balbu -<br />

ceaba algo que yo era incapaz de asimilar. Desesperado, fui corriendo al ba -<br />

ño a mirarme en el espejo. No. No me había vuelto rubio ni ojiverde, y, mejor<br />

todavía: no me había transformado en una repugnante cucaracha. Al menos<br />

no peor de la que ya era.<br />

Eso fue hace seis meses. Perdí mi trabajo, a Rebeca y a mi hijo. De inme -<br />

diato compré por Internet decenas de cursitos en video para volver a aprender<br />

español (mexicano), pero era inútil, ninguno funcionaba. Mientras más me<br />

esmeraba en aprender, más parecían esmerarse los “Doctores de la lengua”<br />

en confundirme. Incluso podría haber jurado que yo nunca antes había pronunciado<br />

palabra alguna en esa lengua tan arcaica que raspaba la garganta.<br />

Estaba desesperado y destruido. Y había perdido las ganas de vivir.<br />

Fue entonces cuando descubrí ¡Espaniol, senior! En tan solo dos meses<br />

he tenido un avance asombroso. Como usted podrá notar, mi historia está na -<br />

rrada casi por completo en español. Además, al reverso de cada página se<br />

encuentra su versión en inglés, para que usted coteje con su diccionario bi -<br />

lingüe a la mano. Porque, aunque arcaica y rasposa, ésta es una lengua must<br />

have en estos días.<br />

Los doctores aun no han podido catalogar ni tratar mi caso, pero yo<br />

encontré por mi cuenta el mejor tratamiento: ¡Espaniol, senior! Lo reco -<br />

miendo ampliamente.<br />

113


114<br />

Carpe diem del caballo<br />

de espadas<br />

ERNESTO LUMBRERAS<br />

Apostaría el elíxir de este presente (de verbos prontos<br />

a desmentirme) si el ánfora que contiene todos<br />

los ríos del mundo no tuviera una grieta (boca floja,<br />

pendenciera y sediciosa) que divulga a los cuatro<br />

vientos mis amores proscritos con la monja portuguesa.<br />

*<br />

Por supuesto, me regocijo de tanta vileza queriendo<br />

asaltar (con lanzas de bambú y catapultas de carroña)<br />

las fronteras de este minuto cobarde donde me solazo<br />

a mis anchas con las meretrices del fin del mundo.<br />

Aunque el Arzobispo de Constantinopla excomulgue<br />

esta sed mía de morir y renacer en el deseo de un ojo<br />

de tigre, rechazo de por vida mis faenas sonámbulas<br />

de limpiar las migas de pan de la mesa de un dios<br />

borracho.


*<br />

Y si sobrevivo con un perdigón detrás de los ojos<br />

y no me compadezco de amar la penumbra y los<br />

desfiladeros, imaginando mi lengua sobre un ombligo<br />

lleno de sol. Y si soy hombre muerto (hablo de una<br />

muerte pobre, incrédula y virgen) después de<br />

enamorarme de mi tiro de gracia en el instante ideal<br />

(arengando a una multitud en un campo nudista,<br />

por ejemplo), cuando ya una mano enguantada ha<br />

echado al aire la moneda de un imperio aniquilado<br />

(me aseguran que por tormentas de nieve provenientes<br />

del Sur) y dispuesto el sí o el no de mi manifiesto<br />

carnal.<br />

115


116<br />

Nadie, nadie escapaba<br />

FRANCISCO GARCÍA GONZÁLEZ<br />

Bien informado andaba el ángel, Luis Troncoso era el jefe de la planta eléctrica<br />

del penal. Lorenzo Peña trabajaba en uno de los talleres de mecánica<br />

que se encontraba junto a esta instalación y conocía de vista a Troncoso. El<br />

plan era el siguiente: en su primera fase el gordo Peña trataría de acercárse -<br />

le y lo pondría al tanto de la existencia de Zaldívar. Si la pista del ángel era<br />

buena, el jefe de la planta querría conocerlo y propiciaría una entrevista en<br />

la que cada uno mostraría sus cartas. La segunda estaba en dependencia del<br />

encuentro y seguro quedaba de pare de la iniciativa de Troncoso. La prohibición<br />

casi absoluta que tenían los presos para relacionarse con el personal<br />

civil, además de las restricciones de movimiento hacían sumamente difícil la<br />

ejecución de todo el plan. Pero la moraleja de relacionarse con los ángeles<br />

era la siguiente: si un ángel repara en ti es porque estás bien recomendado.<br />

La oportunidad de que Lorenzo Peña hablara con Troncoso vino de la mano<br />

del mismo jefe de la planta. Troncoso necesitaba de un mecánico para dar<br />

mantenimiento a uno de los motores de generación de corriente y el suyo<br />

estaba enfermo. El responsable del taller transfirió al Gordo por dos días y,<br />

sin esperarlo siquiera, Troncoso y Lorenzo Peña se encontraron uno frente<br />

al otro. Los guardias seguían, aburridos, el diálogo entre los dos hombres. El<br />

jefe de la planta hablaba de ejes, pasadores, cigüeñales, pistones y películas<br />

de grasa, pero sus ojos brillaban ajenos a su charla como la imagen misma de<br />

la confianza absoluta. En una de las preguntas que el Gordo le hace, el reclu -<br />

so introduce una referencia a Dios. La mirada de Troncoso fulgura… los guar -


NADIE, NADIE, ESCAPABA<br />

dias no se dan cuenta. Continúa la ex -<br />

plicación y la religión se desliza entre<br />

piezas de repuesto y demás accesorios.<br />

El Gordo cita a hurtadillas un pequeño<br />

fragmento de los evangelios (Lucas ii,<br />

3, 15) y el jefe no puede reprimirse y<br />

le pregunta al Gordo a qué iglesia pertenece.<br />

—Pertenezco a la Iglesia del Hom -<br />

bre en Cristo —dijo el Gordo con voz<br />

de conspirador y esgrimiendo un filtro de<br />

combustible.<br />

—Entonces, usted conoce al pastor<br />

Zaldívar —preguntó el de la planta<br />

sin apenas reprimirse la emoción y ob -<br />

servando de cerca el filtro.<br />

Le dio varias vueltas al artilugio<br />

que se notaba atascado de muerte y<br />

luego dijo con cara de entendido:<br />

—Sabíamos que a Nueva Gerona<br />

no iba a venir por eso estuve detrás de<br />

Zaldívar una semana por todo el país<br />

y, cada vez que llegaba a un pueblo,<br />

el pastor ya había pasado. Me llevaba<br />

un día de ventaja…<br />

Troncoso soltó el filtro y echó ma -<br />

no a una minúscula e inservible bujía.<br />

—Oí decir que levantaba inválidos<br />

y devolvía los ojos…<br />

—Así mismo —afirmó el Gordo to mando la bujía entre sus manos. Una<br />

mierda de bujía.<br />

—Después me enteré de que la Seguridad del Estado le había echado<br />

el guante y regresé a isla de Pinos —susurró Troncoso desenroscando la ta -<br />

pa del tanque del combustible. Por suerte el motor Ford todavía funcionaba.<br />

117


FRANCISCO GARCÍA GONZÁLEZ<br />

118<br />

—Estos motores rusos son una mierda —se quejó el Gordo.<br />

—Sí, señor. Motores los que entraban antes. Ahí sí había motor para<br />

rato —secundó Troncoso.<br />

—¿Qué sucede con los motores soviéticos, compañeros? —terció el guar -<br />

dia que más cerca estaba.<br />

—Qué clase de rendimiento —se defendió el Gordo—. Y casi no consu -<br />

men combustible.<br />

—Ah, bueno, yo pensaba —dijo el guardia y fue a pararse al lado del<br />

otro, sin dejar de vigilar al mecánico y al jefe de la planta.<br />

Troncoso terminó de explicarle al Gordo en qué consistían las fallas.<br />

—Usted no lo sabe… pero… —dijo el Gordo y dejó la frase en suspenso.<br />

Troncoso anotó algo en una tarjeta y después encaró al mecánico. No<br />

hacía falta que preguntara nada, se moría por saber qué iba a decir el Gordo.<br />

—Zaldívar está preso aquí —dijo y le echó una ojeada de cerca a una<br />

bomba de combustible. ¿Cómo aquella basura de motor podía trabajar? Era<br />

como si cada pieza estuviera construida para ejecutar lo contrario de su función<br />

original.<br />

Los ojos de Troncoso fueron una llamada de alegría. No hacía falta que<br />

hablaran pero el jefe de la planta y su mecánico ocasional ardían en deseos<br />

de echarse al suelo y pasarse la mañana en oración.<br />

Luis Troncoso pertenecía desde antes de la Revolución a la Iglesia Pen -<br />

tecostal de Occidente. Luego de las tribulaciones del Gobierno con los religiosos,<br />

no visitaba los cultos ni las casas de oración. Sus trances místicos, en<br />

los que solía hablar durante horas y horas en lengua (es decir, que de venir<br />

un ángel hubieran podido conversar largo y tendido de esto y aquello, en caso<br />

de que el aparecido tuviera dificultades con el castellano, porque de todo<br />

hay en la viña del Señor), aún eran recordados entre los fieles. En cuanto<br />

a su oficio de electricista, lo desempeñaba desde poco después que Batista<br />

inaugurara la planta eléctrica del reclusorio. Cuando el cambio de gobierno,<br />

las autoridades revolucionarias no encontraron en él nada condenable y<br />

fue llamado de nuevo, esta vez para hacerse cargo de la planta. A Troncoso<br />

le gustaba su trabajo y aceptó, además confiaba en que aquel desbarajuste<br />

durara poco, tanto como los americanos lo permitieran. Ahora ni se acaba-


NADIE, NADIE, ESCAPABA<br />

ba el desbarajuste ni llegaban los americanos. Y no es que Troncoso fuera<br />

un contrarrevolucionario de armas tomar ni mucho menos, era sencillamente<br />

una cuestión de calidad de motores que generaban la energía eléctrica. Por<br />

lo demás, alguien tenía que estar en las cárceles, y a Dios lo que es suyo.<br />

Después de intercambiar varios mensajes, fue fijado el día de la en trevista.<br />

Dado que reclusos y trabajadores civiles no podían intercambiar experiencias<br />

así como así, debía aprovecharse el único momento en que ambos<br />

bandos se mezclaban: las actividades culturales y los encuentros deportivos.<br />

Actividad cultural no había ninguna por esa fecha, pero dentro de una se -<br />

mana se celebraría, entre presos y trabajadores, un partido de beisbol en<br />

saludo al séptimo aniversario del Plan de Reeducación. Las inscripciones<br />

estaban abiertas para integrar los dos equipos rivales. Troncoso y Zaldívar<br />

se anotaron en ambas listas. En cuanto a los pormenores de la entrevista, el<br />

terreno diría la última palabra.<br />

Por fin llegó el ansiado día.<br />

De un lado del campo, por la parte de tercera, se encontraban los guar -<br />

dias y los trabajadores civiles que hacían de hinchas del equipo Leones del<br />

Mantenimiento. Y por la línea de primera, la hinchada reclusa que aupaba<br />

a los Cachorros del Plan. Nada de contactos que no fueran los de los deportistas<br />

durante el juego.<br />

El pequeño estadio resplandecía adornadote de banderas y de carteles<br />

que daban vivas al Plan de Reeducación. En medio de las dos fanaticadas, en<br />

una especie de tierra de nadie, se encontraba alineada la retreta que, bajo la<br />

batuta del maestro Walditrudis, hacía su estreno mundial. ¿Programa? “El him -<br />

no patrio”; “Presentación”; “El manicero”; Mambos, del tres al cinco; “La<br />

marcha del 26 de Julio”, compuesta decían en el mismo Presidio Modelo y<br />

“Llévame al matadero”, un montuno dodecafónico de la inspiración del propio<br />

Walditrudis.<br />

La retreta tocó su tema de presentación. Un poco desafinada la percusión<br />

pero, para ser presos y aficionados, no estaba tan mal.<br />

Y en medio del tema entraron los dos equipos y formaron uno frente<br />

a otro. De gris los Cachorros y de rojo y verde oliva los Leones. Zaldívar y<br />

119


FRANCISCO GARCÍA GONZÁLEZ<br />

120<br />

Troncoso se buscaron<br />

con los ojos. El pastor<br />

dio la espalda y dejó ver<br />

su número siete. Tron -<br />

coso lo imitó y Zaldívar<br />

vio el dos en la parte<br />

trasera de la camiseta.<br />

Los árbitros discutieron<br />

las re glas con los entre -<br />

nado res de cada equipo<br />

y los atletas fueron a<br />

sus respectivos dog outs.<br />

So bre el terreno quedaron los regulares de los Leo nes, novena home club.<br />

Troncoso jamás ha bía jugado beisbol, pe ro eso no evitó que lo colocaran<br />

en primera base. Al pajarado junto a la almohadilla, Zaldívar su po que<br />

la entrevista tenía que ser allí mismo. El problema estaba en llegar a prime -<br />

ra, daba lo mismo que con un hit que con una base por bola que con un pe -<br />

lotazo. Hacía más de doce años que el pastor no jugaba pelota. Zaldívar y<br />

Troncoso eran una vergüenza para el deporte nacional.<br />

A Zaldívar lo habían honrado con patrullar el jardín derecho y un honroso<br />

séptimo turno al bat.<br />

El lanzador de Leones terminó el calentamiento y se escucharon las no -<br />

tas del Himno Nacional. La percusión se había compuesto; ahora eran las trom -<br />

petas y el ritmo los que hacían aguas. Los peloteros tenían las gorras a la<br />

altura del pecho, pero era la peor versión que habían escuchado del Himno.<br />

Por increíble que pareciera, Zaldívar logró embasarse en la segunda en tra -<br />

da. Soltó un metrallazo por el short stop y al inicialista, como era de esperar,<br />

se le cayó la pelota. Quieto, decretó el árbitro. Zaldívar quedó varado en pri -<br />

mera. Troncoso temblaba de emoción. Los cinco minutos que estuvo el pastor<br />

en aquella posición bastaron para que el jefe de la planta se convirtiera en el<br />

más fiel seguidor que jamás hubiera tenido. El juego iba dos por cero a favor<br />

de los Cachorros. Zaldívar no pasó de la inicial.<br />

Troncoso fue retirado en dos ocasiones por la vía de los strikes. Zaldí -


NADIE, NADIE, ESCAPABA<br />

var, en su segunda vez al bat, volvió a llegar donde Troncoso por intermedio<br />

de un pelotazo en medio de la espalda. Troncoso tenía un pie en la almoha -<br />

dilla y lloraba disimuladamente. Eso debía doler. Y de nuevo fue el verbo.<br />

A Zaldívar le dio tiempo de cantar un himno y a Troncoso aprendérselo. El<br />

pastor tampoco pisó el home.<br />

Entre inning e inning, la retreta tocaba algo de su repertorio. La entusiasta<br />

hinchada de los Cachorros festejaba la victoria gritando desde las<br />

improvisadas gradas.<br />

Troncoso fue ponchado de nuevo y los parciales pidieron a gritos que<br />

los sustituyesen.<br />

Zaldívar se las arregló para ganar la primera base cuando el juego ya<br />

estaba de un solo lado. Del lado de los Cachorros. No obstante ser totalmen -<br />

te innecesario, el pastor se deslizó sobre la base. Los cuerpos se enredaron<br />

en el polvo y el árbitro aplicó la máxima de que, pisando y pisando, ventaja<br />

para el corredor. Zaldívar no esperó más y emplazó a Troncoso. Sólo él po -<br />

día ayudarlo a salir del penal. Para su sorpresa, el jefe de la planta le dijo que<br />

ya había pensado en eso.<br />

Esta parte del plan era tan sencilla o más que la primera. En el taller<br />

de Lorenzo Peña estaría la máquina del médico del reclusorio, un Chevy 52<br />

que cada veinte días el galeno entregaba religiosamente para que le revisaran<br />

el motor y los frenos. Si podía llegar hasta allí antes de mediodía, no<br />

habría problemas para que él y el Gordo salieran en ella por la puerta principal<br />

con ayuda de la propia posta. Era un ritual mecánico que ejecutaban<br />

a diario… Una larga conexión del octavo bat hizo que Zaldívar llegara a tercera.<br />

El plan quedó trunco y el tercer out lo cedió el propio Zaldívar tratando<br />

de regresar a primera.<br />

Finalmente Troncoso logró conectar de hit, mejor dicho Zaldívar hizo<br />

lo imposible porque la pelota picara delante de sus narices y lo consiguió<br />

impecablemente. La jugada valió otras dos anotaciones. El partido se puso<br />

nueve carreras por una. La hinchada festejó el hit de Troncoso.<br />

Fue en el último inning que Troncoso terminó de exponer su plan. Zal -<br />

dívar, víctima de otro bolazo, éste lanzado a ochenta millas, arribó a la al -<br />

mohadilla. Una vez fuera, llegarían hasta un punto de la carretera de Santa<br />

Fe. Allí abandonarían el Chevy 52 del doctor cuando vieran una camioneta<br />

121


FRANCISCO GARCÍA GONZÁLEZ<br />

122<br />

Ford cargada de estiércol y, sepultados entre la carga, llegarían a El Júcaro.<br />

El chofer se encargaría de presentarlos a la señora Eva Preston. Ella se ocuparía<br />

del resto. ¿Y los guardias? Si daba tiempo, en una hora estarían es -<br />

condidos en El Júcaro. La máquina del médico y la camioneta: ahí sí había<br />

motores. Al otro día él le mandaría un mapa con el recorrido hasta donde es -<br />

taría la camioneta en un punto de la carretera de Santa Fe. Sería un mapa tan<br />

sencillo como el de La isla del tesoro, bromeó Troncoso.<br />

Esta vez Zaldívar no avanzó de primera y el juego terminó diez anotaciones<br />

por una, con victoria para Cachorros del Plan sobre el Leones del<br />

Mantenimiento.<br />

Había sido un lindo espectáculo y la fecha de un nuevo compromiso<br />

quedó fijada para dentro de quince días.<br />

La retreta despidió el cotejo con “La marcha del 26 de Julio”, que, con -<br />

taban, fue escrita y compuesta en el mismo Presidio Modelo.<br />

Desde las circulares los presos “plantados”, como se les llamaba a los<br />

que no se acogían al Plan de Reeducación, no dejaban de abuchear y gritar<br />

consignas contrarrevolucionarias.<br />

La parte difícil del plan se solucionó de forma muy sencilla. Zaldívar y Wal -<br />

dy debían llegar a los talleres a la misma hora. El pastor lo haría llevando<br />

una pieza de una de las máquinas y el músico una de las tubas que no afina -<br />

ba bien por lo abollada que había quedado después de un accidente.<br />

Zaldívar se paró en la puerta de la tintorería y miró por última vez a<br />

Eloy. El otrora héroe fumaba un cigarrillo sentado en el lavadero. Al pastor<br />

le pareció que le tenía un cariño especial… ojalá y volvieran a encontrarse<br />

en mejor situación.<br />

Mientras esperaban a uno de los mecánicos, vieron al Gordo pasando un pa -<br />

ño por la parte delantera de la máquina del doctor. Los guardias estaban re -<br />

tirados dentro del taller. Y así como si nada, el Gordo se montó en el Chevy<br />

y los otros lo imitaron. Nadie parecía darse cuenta. El Gordo encendió el<br />

motor y el ruido y hubo la misma reacción. El Gordo, con toda la sangre<br />

fría que le insuflaba la presencia de Zaldívar, apretó el acelerador y se aleja -<br />

ron de los talleres. Desde su oficina Troncoso seguía al Chevy que de sa -


parecía por detrás de las<br />

circulares.<br />

Zaldívar oraba sentado<br />

en el asiento trasero<br />

y Waldy, a su lado, temblo -<br />

roso, aún llevaba la tuba.<br />

NADIE, NADIE, ESCAPABA<br />

Pasaron por debajo de una<br />

de las garitas y el custodio<br />

saludó a distan cia. El<br />

doctor lo había curado ha -<br />

cía poco de una gonorrea de garabatillo. El Gordo, con toda la san gre fría<br />

del mundo, sacó la mano y respondió el sa ludo.<br />

El Chevy se aproximaba a la puerta principal. El Gordo, asido al timón,<br />

sudaba copiosamente: sal-dre-mos-sal-dre-mos-sal-dre-mos-sal… Si no sincroniza -<br />

ba el movimiento, tendría que parar junto a lo guardias. Los labios de<br />

Zaldívar: firmes y adelante, hues tes de la fe, sin temor alguno, que Jesús nos<br />

ve… La preocupación de Waldy: lo más ridículo que he hecho en mi vida<br />

es tratar de escapar de una cárcel llevándome una tuba abollada…<br />

La posta encima de ellos… Y sería cierto eso de que Jesús los veía, tal<br />

vez, pero lo que eran los guardias, nada. Un cabo que se encontraba leyendo<br />

un periódico manipuló los botones de la puerta para dejar salir a quien,<br />

según sus ojos y costumbre, era el médico del penal. Y el Chevy 52, sin<br />

detener la marcha, salió limpiamente, veloz y seguro, bajo las manos del<br />

Gordo rumbo a carretera de Santa Fe.<br />

Lorenzo Peña retuvo en sus pupilas la imagen del cabo armado de una<br />

relumbrante kalashnikov.<br />

Zaldívar y Waldy se incorporaron en el asiento trasero. El pastor sacó<br />

el mapa. Tenía razón Troncoso, el mapa era tan sencillo y exacto como el<br />

que poseía Jonh Silver, el pirata de la pata de palo. Entre los dos, ridícula<br />

y abollada, estaba la tuba de la retreta.<br />

Así de fácil, menos complicado que en el cine, buenos dramaturgos los án -<br />

geles cuando decidían inmiscuirse en los asuntos de abajo.<br />

123


FRANCISCO GARCÍA GONZÁLEZ<br />

124<br />

Tres minutos después de que los prófugos montaran en la camioneta Ford<br />

y se sepultaran en el estiércol, llegaba el médico al taller en busca de su<br />

auto, modelo Chevy del 52, motor en V, ocho pistones, etcétera.<br />

Las sirenas retumbaron: ¡FUUUGA!<br />

Se había producido una fuga y las autoridades estaban seguras de que<br />

sería como tantas veces, cuando algún recalcitrante lograba evadirse. Hom -<br />

bres y mujeres informarían de su paso y el cerco se iría cerrando lentamen -<br />

te. Al final, el o los evadidos tendrían frente a sí el mar inaccesible, las olas<br />

rompiendo a sus pies sobre las negras arenas y los milicianos detrás… Nun -<br />

ca escapaban.<br />

La camioneta entró en el pequeño poblado marino de El Júcaro y se estacio -<br />

nó frente a un bungalow. Era una de esas casas de madera frescas y espacio -<br />

sas típicas de algún lugar de los Estados Unidos que sus ciudadanos habían<br />

construido cuando se asentaron en los campos de Isla de Pinos. El chofer<br />

se bajó y subió los escalones de madera y tocó el timbre. Zaldívar observaba<br />

debajo del estiércol. El hombre estrujaba su gorra de beisbol y se alisaba<br />

el cabello; por sus gestos se adivinaba que esperaba a alguien de respeto. Se<br />

escucharon unos ladridos dentro de la casa y la puerta se abrió.<br />

Una hermosa pelirroja conversaba con el chofer y hacían señas a la<br />

camioneta. Luego la mujer se dirigió hacia un portón que había junto al bun -<br />

galow y el chofer de nuevo subió a la camioneta.<br />

A esa hora las autoridades del penal recorrían sus alrededores seguidos<br />

de una veintena de milicianos y una inquieta jauría.<br />

La camioneta traspasó el portón y los tres hombres bajaron cubiertos<br />

de estiércol y Waldy, apenado, se deshizo de una buena cantidad de deshe -<br />

chos acumulada dentro de su instrumento. Y así, con esa facha, fueron presentados<br />

a la señora Eva Preston, pelirroja, hermosa entre las bellas.<br />

La Preston rió, seguro que de la mierda, y dijo que los ayudaba porque<br />

era cristiana y odiaba la libreta de abastecimiento y porque su amigo Luis<br />

Troncoso no hacía otra cosa que hablarle del señor pastor cada vez que la<br />

visitaba. Estaba encantada de recibir en su casa al pastor Eliaquim Zaldí -<br />

var. Por su parte, Zaldívar elogió su nobleza y valentía al acogerlos y la be -<br />

lleza de su nombre, el nombre primigenio. Y religión aparte, los evadidos,


NADIE, NADIE, ESCAPABA<br />

que eran hombres sin mujer, sintieron por debajo de la porquería algo más que<br />

el rubor instintivo propio de la ocasión. Y, como mansos corderos, siguieron<br />

a la americana dentro de la casa.<br />

En una hora los convictos eran otras personas y estaban sentados a la<br />

mesa de Eva Preston y, antes de disfrutar de un almuerzo como Dios mandaba,<br />

Zaldívar, inspirado, improvisó un pequeño sermón que fue recibido<br />

como una bendición caída del cielo. Cuando el pastor terminó, la hermosa<br />

Preston lo besó en la frente. Y todos dieron gracias a Dios por proveerlos<br />

de los alimentos terrestres.<br />

Eran las tres de la tarde y los perseguidores habían dado con el Chevy<br />

del médico y los perros daban vueltas y vueltas en el mismo lugar al parecer<br />

extraviados o mareados con el fuerte olor a mierda de vaca que aún quedaba<br />

esparcido en el ambiente.<br />

Esa noche pasó una patrulla por el poblado, compuesta de cinco milicianos<br />

y dos perros escuálidos. Iban en un Willis del ejército y llevaban cara de<br />

pocos amigos: a ningún miliciano le gustaba andar por ahí detrás de nadie<br />

a esa hora acompañado de dos perros inútiles y hambrientos.<br />

Zaldívar y sus seguidores estaban a buen recaudo en un cómodo sótano<br />

construido por el esposo de la Preston cuando la guerra de Corea. La mujer<br />

había dispuesto cada detalle con eficacia y cuidado anglosajones.<br />

A petición de la anfitriona, Zaldívar sermoneó durante un rato acerca de<br />

la virtud que une a pueblos de razas diferentes cuando se reconocen en el amor<br />

a Jesús. La Preston lloró esta vez… para cerrar la pequeña velada, el Gordo<br />

cantó un conmovedor himno de la inspiración de Walditrudis titulado “Ven -<br />

ga tu reino, Señor; la fiesta del mundo recrea y nuestra espera y dolor transforma<br />

en plena alegría. Aie, eia, ae, ae, ae, la chambelona.” Co mo el título<br />

era un poco largo, Zaldívar lo había rebautizado como “Dios el gozador”.<br />

El Gordo cantaba desafinado que partía el alma, pero le ponía tanto al<br />

himno que apenas dejaba escuchar el sonido grave y abollado de la tuba.<br />

Después de los cantos y las oraciones estuvieron conversando hasta tar -<br />

de. El Gordo y Waldy cabeceaban abatidos por el sueño y la americana pidió<br />

al pastor que subiera con ella porque quería mostrarle algo.<br />

Y ese algo estaba en la habitación de Eva Preston.<br />

125


FRANCISCO GARCÍA GONZÁLEZ<br />

126<br />

La mujer entró en su cuarto y Zal -<br />

dívar quedó parado en la puerta. La<br />

habitación se abría ante él antojándosele<br />

un espacio diabólico, no importa -<br />

ba que fuera el lugar de la amorosa<br />

Preston. Suspiró tan fuerte que la mu -<br />

jer dio la vuelta y le preguntó qué hacía<br />

parado en la puerta. Zaldívar pidió per -<br />

miso y entró.<br />

La Preston le pidió que se senta -<br />

ra junto a ella. El pastor apenas podía<br />

controlar su respiración y evitar mi rar<br />

de soslayo el hermoso cuerpo de su an -<br />

fitriona. Era imposible que no advir -<br />

tiera su turbación. Recorrió con su vista<br />

la habitación y reparó en un re trato mas -<br />

culino que había encima de la cómoda.<br />

Nunca antes Zaldívar ha bía visto a na -<br />

die tan parecido a Errol Flynn.<br />

—¿Es tu esposo? —le preguntó,<br />

y su voz sonó nerviosa y quebrada.<br />

—No, es Errol Flynn —respondió<br />

la Preston, muy dueña de la situación—;<br />

es mi actor favorito. Estuvo<br />

en Nueva Gerona en 55.<br />

Zaldívar resopló a modo de dis -<br />

culpa y la mujer abrió un cofre que<br />

tenía sobre los muslos y sacó un libro<br />

que debía tener como trescientos años.<br />

Era una Santa Biblia, propiedad de la familia Preston, que había sido lleva -<br />

da a los Estados Unidos por un pa dre peregrino en el siglo XVII. La mujer<br />

puso el libro en manos del pastor. Zal dívar abrió el libro pero estaba tan<br />

nervioso que apenas se dio cuenta de que era el mismo texto sagrado que<br />

él conocía, pero en inglés.


NADIE, NADIE, ESCAPABA<br />

—¿Te gusta? —le preguntó, y su cuerpo se acercó peligrosamente al<br />

de Zaldívar.<br />

¿Desde cuándo no experimentaba algo tan encantador? Entre los dos<br />

abrieron el libro y las manos se rozaron. Hermosas e irrepetibles las manos<br />

de la pelirroja. Las páginas pasaban y el pastor no distinguía nada. La Pres -<br />

ton puso el índice encima de una enrevesada capitular y Zaldívar admiró su<br />

belleza, la del dedo exquisito, en contraste con el papel envejecido, y de pron -<br />

to le entró la terrible duda de si estaba de nuevo a prueba. Los mortales ni si -<br />

quiera imaginan cómo operan los ángeles. Las manos seguían conspirando entre<br />

los pasajes del Antiguo Testamento. Un miedo cerval se apode ró de Zaldívar:<br />

sufría una erección, una soberana y tremebunda erección provocada por aque -<br />

lla mujer. Eva tenía que ser. Pero la luz se abrió paso en las tinieblas: era una<br />

prueba, no tenía dudas, y él no caería en el error del incauto Adán.<br />

Zaldívar repasó para sí, de memoria, el pasaje de la estancia de Jesús<br />

en el desierto luchando a brazo partido contra las tentaciones del Maligno.<br />

¿Cuarenta días de solapada maldad qué significaban comparados a estar jun -<br />

to a una mujer que, en definitiva, era parte de un plan que lo trascendía? El<br />

resultado no se hizo esperar: la erección se evaporó dentro de la porta ñuela.<br />

Y otra vez dueño de sí retiró el libro de las manos de Eva Preston.<br />

Zaldívar leyó el fragmento en que había pensado y luego tradujo. El<br />

corazón de Eva latía disparado.<br />

El pastor bajó el texto y la mujer se tendió sobre la cama. Dejó el libro<br />

dentro del cofre y la tomó de las manos haciendo que se pusiera de pie. Los<br />

ojos de Eva expresaban todo su amor y ansiedad largamente reprimidos. Zal -<br />

dívar la condujo fuera de la habitación. Evita los lugares donde coletea el<br />

demonio y de buena te librarás.<br />

Ahora estaban sentados en el comedor. Eva hablaba de la soledad de viuda<br />

en que se consumía. Su esposo había desaparecido durante un huracán. Dos<br />

días después del meteoro apareció encima de una palma. Nadie sabía cómo<br />

logró llegar a semejante altura. Lo habían descubierto las auras y, cuando lo<br />

bajaron, mister Preston estaba irreconocible. Sus restos descansaban en el ce -<br />

menterio norteamericano de Columbia. Zaldívar pensó, compungido, que ésta<br />

era la función que Dios había otorgado a esos animalitos: limpiar los campos<br />

127


FRANCISCO GARCÍA GONZÁLEZ<br />

128<br />

de desperdicios. ¿Qué era un americano muerto encima de una palma real?<br />

Zaldívar no sabía qué responder a los mundanos sentimientos de Eva.<br />

En todo caso no con palabras de predicador.<br />

—Si te quedaras nunca te encontrarían…<br />

—Sabes que no puedo quedarme, ellos darían conmigo tarde o temprano.<br />

—Tendríamos una linda familia, puedo darte hijos, todavía soy joven.<br />

—Mañana debo estar en el mar.<br />

—Me voy contigo si me lo pides, tú y yo en otro país…<br />

—¿Conoces el significado de la Anunciación? ¿Qué puedes hacer si estás<br />

predestinado y eres parte de un plan supremo?<br />

—Sabía qué clase de hombre había debajo del estiércol.<br />

—No está bien que te enamores de mí.<br />

—Eres un hombre maravilloso, mueve un dedo y me tendrás para<br />

siempre.<br />

—Tú también eres muy bella… Eso me hace sentir halagado… aunque<br />

no mueva nada…<br />

—Isabel —dijo Eva—, se llama Isabel…<br />

—¿Quién es Isabel?<br />

—Isabel es el bote. Isabel te alejará de mí. Los espera en el muelle.<br />

—Estoy… seguro —dijo Zaldívar, que no sabía qué decir—. Pronto co -<br />

nocerás a alguien que te hará muy feliz… Eres tan… tan… linda…<br />

Antes de bajar de nuevo al sótano, Eva le pidió que se quedara con la<br />

Biblia que una vez había navegado con los padres peregrinos. Zaldívar acarició<br />

el libro y le explicó que el salitre podría arruinarlo, además no se sen -<br />

tía señalado para privarla de semejante reliquia. La Preston no entendía de<br />

excusas.<br />

La madrugada era un enjambre de milicianos.<br />

Nadie, nadie, escapaba.<br />

Al día siguiente los ex-convictos no se movieron del sótano. Un heli cóptero<br />

sobrevoló la zona y varias patrullas habían vuelto a pasar por el case río. En<br />

alta mar unas lanchas rápidas surcaban el horizonte a eso del mediodía. Zal -<br />

dívar se ocupó de escribir una larga carta de despedida llena de aliento a


NADIE, NADIE, ESCAPABA<br />

Luis Troncoso, en la que mencionaba que uno nunca debe dejarse llevar por<br />

las apariencias, pues a pesar de tener un apellido bastante inapropiado había<br />

echado el resto por ellos.<br />

Al tercer día las patrullas dejaron de pasar.<br />

Al quinto las lanchas desaparecieron del horizonte.<br />

Por las noches, Eva y el pastor eran protagonistas de largas y profundas<br />

charlas. Luego rezaban y la viuda cantaba algo de Nat King Cole. A<br />

Zaldívar le parecía mentira que alguien tuviera tanta memoria.<br />

Nadie, nadie, escapaba.<br />

Eva ofició una sencilla ceremonia, algo pagana, para desearles una exitosa<br />

travesía, que consistió en la quema de varias libretas de abastecimiento. El<br />

papel crepitaba y la viuda dijo que el comunismo era una estafa y que ar -<br />

dería asimismo, estaba escrito.<br />

Por fin se echarían a la mar en medio de la noche apacible y estrellada.<br />

La viuda no quiso ir al muelle. “Mañana quizás ames a otro”, se despi -<br />

dió Zaldívar, aunque sospechaba que no eran buenas palabras. En veinticuatro<br />

horas la Preston conocería en las calles de Nueva Gerona a un ¿hombre? sin -<br />

gular si los había.<br />

El timón y el motor de la embarcación eran responsabilidad del Gordo, convertido<br />

en patrón y capitán.<br />

Waldy cargaba con la tuba abollada.<br />

El pastor Eliaquim Zaldívar llevaba apretado contra su regazo la Santa<br />

Biblia de los padres peregrinos.<br />

Faltaba poco para que los pescadores salieran a alta mar.<br />

La noche se tragó a los improvisados marinos que hicieron proa en la<br />

“Isabel” surcando rumbo al sur la inmensa planicie salada.<br />

129


130<br />

Siete poemas<br />

VÍCTOR ORTIZ PARTIDA<br />

EL PUERTO SERIO<br />

Los colores se apagaron en el puerto. Antiguas<br />

casas yacen en la línea costera. Mis hermanos<br />

se prostituyen para tener dinero extra en las<br />

fiestas del santo. Siguen las enseñanzas de un<br />

libro sagrado. Ella suaviza con sus canciones la<br />

furia de los extranjeros en el bar. Él navega en<br />

el yate del patrón y obtiene el pescado para<br />

alimentarme. Juntos, mi hermana y mi hermano,<br />

se pasean por el malecón en un convertible<br />

modelo 1952. Quieren preservar mi pureza y<br />

me ocultan sus verdaderos negocios. Mientras<br />

mi santidad se alarga, me contemplo de cuerpo<br />

entero en el espejo que la interiorista trajo ayer<br />

a nuestro departamento —un escenario de<br />

mármol negro, de líneas puras, ideal para la<br />

hecatombe que se vislumbra.


RECHAZO EL AMOR<br />

Rechazo el amor. La tierra se abre o se cierra<br />

para el agua. Yo soy una zanja por la que fluye<br />

el líquido amoroso. Luis XIV construyó un canal<br />

estrecho, navegable, en el sur de la nación.<br />

Engalanado como él se fue el amor de Elena<br />

hacia el mar.<br />

VI UN PUNTO ROJO Y ERA EL INFIERNO<br />

En los vestuarios, vi un punto rojo, luminoso,<br />

titilante, comenzó a moverse y lo seguí fascinado.<br />

Rápido se fue hacia las regaderas, se perdió en<br />

el vapor por un momento y luego apareció<br />

en la nalga de Nathan. Malicioso, continuó su<br />

viaje hacia los cuerpos macizos de mis otros<br />

compañeros de equipo. Se confundió con la<br />

tetilla de Rob, se untó en el abdomen de Mark,<br />

se deslizó por la pierna de Kevin, se enredó en<br />

la pelambre de Danny, hasta que se detuvo en<br />

el sexo de John. Todos hombres casados.<br />

SALAMANDRA<br />

Me alertan los fantasmas y los monstruos en el<br />

sueño. La salamandra estorba en la cocina.<br />

131


132<br />

Irisada, enorme, se convierte en esa banca del<br />

pasado en la que nos sentamos a disfrutar el<br />

incendio del gran puerto: una idea ferviente se<br />

iluminó en el horizonte y pronto lo rodeó y ahora<br />

lo somete. Surge una pirámide de ceniza al<br />

amanecer. Se derrumba al primer movimiento<br />

de tus ojos. No parpadees, se podría desvanecer<br />

el siglo nuevo.<br />

EL CIELO SU PALADAR<br />

En el estacionamiento del supermercado hay<br />

un hombre con monedas. Son discos de oro,<br />

pesados, como sueño de viernes. Mi vendedor<br />

(el mismo que liquidó a Dios) se sienta en el<br />

love-seat diseñado para seducir. Brilla el metal.<br />

Tiene la sonrisa dorada y permanece en su<br />

boca aunque la gracia terminó. Las mujeres se<br />

arremolinan al comienzo de la subasta, me<br />

tocan: soy el fruto del verano, la delicia de una<br />

tarde a orillas del río. Pienso en Ana y en las<br />

injusticias de este negocio: si ella tuviera dinero,<br />

yo sería la frescura sobre su lengua que no<br />

sabía mentir.


EN CASA DE LAS NIÑAS DUPUIS<br />

La cantante me pregunta si mi enseña es la<br />

amabilidad. Tengo en mis brazos su abrigo y no<br />

sé qué responderle. Ella pondera la agresión<br />

en el hombre. “Deja la suavidad”, murmura,<br />

áspera. En elevador vamos a la hacienda de las<br />

hermanitas Dupuis. La casa entre riscos, en la<br />

costa, junto al pueblo. A este cielo de adobe y buen<br />

gusto no llega la ola verde. El mar se escucha<br />

lejos, pero distrae. Desapareció la cantante, y<br />

la buscan. Yo, que sufro de vértigo, no puedo<br />

acompañar al grupo explorador en las alturas.<br />

Las niñas Dupuis me sirven té para los nervios.<br />

Esperamos.<br />

LA PRINCESA ESTÁ TRISTE EN LA ZONA VIP<br />

La princesa está triste en la zona vip. En la<br />

alborada del lenguaje, todavía no controla el<br />

momento sílaba. Le gustaría decir sí ante el<br />

champán, pero sólo articula un gu y luego un ga.<br />

La copa zumba entre seres de la prehistoria. Se<br />

aleja de ella hacia un horizonte retórico: el<br />

agua del porvenir. La princesa está triste en la<br />

zona vip y no tiene alcohol para consolarse.<br />

133


134<br />

Las armas<br />

JAVIER CARAVANTES<br />

para Antonio<br />

El cuerpo del indigente tirado. La enorme piedra aplastando su cabeza. El<br />

rostro de mis amigos al darse cuenta de lo lejos que habíamos llegado. Se -<br />

guía recordando. Mi padre, acelerando y señalándome un microbús, me dijo:<br />

—Esa ruta vas a tomar mañana para llegar a tu nueva escuela. La voy a<br />

seguir. Fíjate en el recorrido.<br />

El colegio se llamaba Emile Durkheim. Era una escuela particular de<br />

pocos alumnos. Eso me había dicho mi papá al elegir en dónde inscribirme<br />

para el tercer año de preparatoria. También había decidido que me fuera a<br />

vivir con él a su departamento en Puebla. Yo estaba agradecido. No podía con -<br />

tinuar viviendo con mi madre en Atlixco. Quería escapar. En mi cabeza no<br />

dejaba de ver a aquel señor, tirado, suplicando. Todavía sentía el peso del<br />

tubo en las manos. El ruido de los huesos al romperse. La piedra. Necesitaba<br />

alejarme de ahí antes de que alguien se enterara de lo que habíamos hecho,<br />

tenía miedo. Mi padre me lo propuso, acepté sin dudar. Él claramente me ad -<br />

virtió que si no mejoraba mi conducta y mis calificaciones me regresaría a<br />

Atlixco. Yo prometí cambiar.<br />

Mi madre recibió la noticia y durante tres semanas escuché chantajes.<br />

Ahí iba el hijo mayor a vivir a la casa de su padre, a ver si él lo corregía.<br />

—En la esquina voy a dar vuelta a la derecha, aquí te bajas mañana del<br />

camión, sólo son tres cuadras hasta la escuela —continuó con las indicaciones.<br />

La prepa era una casa pe queña, distinguida sólo con el nombre de la


escuela sobre una lona blanca.<br />

Bajé y mi padre aceleró rápido,<br />

apenas con un adiós que<br />

alcancé a leer de sus labios en<br />

el retrovisor.<br />

En las oficinas una secre -<br />

taria me atendió, dijo:<br />

—Bienvenido. Ése es tu sa -<br />

lón —y señaló detrás de mí.<br />

Era un cuarto pequeño<br />

con una mesa cuadrada, seis<br />

sillas y un pizarrón. Fui el pri -<br />

mero en llegar. En quince mi -<br />

nutos entraron dos chavos, uno<br />

de mi edad, del que pensé po -<br />

dría ser amigo; el otro era un<br />

rubio alto de cabello largo, ti -<br />

po vocalista de banda de rock.<br />

Entró el director. Con voz muy grave explicó que la preparatoria mantenía<br />

un sistema didáctico diferente. Aceptaban a pocos alumnos; de esta manera<br />

lograban clases personalizadas. Se realizaban exámenes cada quince días y<br />

de inme diato las calificaciones eran enviadas por internet a nuestros tutores.<br />

Tocaron a la puerta. Eran tres tipos. El director les repitió el mismo discurso.<br />

Nos informó que en unos minutos llegaría la maestra y se fue dejando<br />

un silencio incómodo.<br />

En las clases tenías que poner atención, los maestros estaban demasiado<br />

cerca y al pendiente. Me gustó su amabilidad: “¿Se entiende? ¿Alguna<br />

duda? ¿Está claro?” Mis compañeros no se hablaban entre ellos; sólo los<br />

tres que llegaron juntos intercambiaban unos papelitos y se reían de mane -<br />

ra burlona. Casi ni los miré.<br />

De regreso, caminé el mismo trayecto hasta el bulevard. Abordé el<br />

camión, iba lleno y con música horrible a todo volumen, pero daba igual.<br />

Yo no dejaba de mirar mi sonrisa en el reflejo de las sucias ventanas. No<br />

estaba dispuesto a desaprovechar la última oportunidad. Sólo tenía que sa -<br />

LAS ARMAS<br />

135


JAVIER CARAVANTES<br />

136<br />

car más de ocho y tener aceptable conducta, ni siquiera era tanto. Estaba<br />

seguro de que en Atlixco, junto a mis amigos, había dejado lo malo.<br />

En la comida, mi padre me interrogó sobre la escuela. Se puso feliz.<br />

Le dije que me había gustado. Entré a la nueva recámara. Saqué algunas<br />

libretas de la mochila. En cuarenta minutos terminé la tarea. Esperaba an -<br />

sioso las clases, los trabajos y los exámenes: las buenas calificaciones. Por<br />

fin olvidarme de lo que había hecho. Cambiar. Demostrar que podía ser una<br />

buena persona.<br />

Al otro día, en el receso, me animé a salir. Raúl, el tipo parecido a mí<br />

y Claudio, el de cabello largo, estaban sentados en la banqueta. Al verlos<br />

me acerqué. Me invitaron a que camináramos hasta una tienda que estaba<br />

en la otra esquina. Hablaron de los otros tres tipos que eran nuestros compañeros:<br />

se llamaban Cristian, Héctor y Luis. Me contaron que los papelitos<br />

que se pasaban y demás palabras que se decían casi al oído eran comentarios<br />

despectivos hacia nosotros. Se notaban preocupados, casi con miedo.<br />

Hablamos de las ventajas de la preparatoria en comparación con las anterio -<br />

res de las cuales veníamos. Éramos parecidos. Ellos también habían repro -<br />

bado y ahora estaban entusiasmados con esta escuela. Caminamos al lado<br />

de la que yo creía que era una bodega. Conforme avanzamos, descubrí que<br />

era una enorme escuela, rodeada de muchos coches estacionados. Raúl y Clau -<br />

dio me dijeron que nuestros compañeros y muchos alumnos de la escuela<br />

eran tipos que habían sido expulsados de ese colegio, el más caro de la ciudad.<br />

Llegamos a la tienda; estaban ellos. Los tres, al vernos, comenzaron a<br />

reírse e intercambiar palabras que yo no escuchaba. Al observarlos en esa<br />

actitud, también me dio miedo que la escuela se complicara.<br />

En la clase de lengua extranjera, Raúl, a petición del profesor, leyó el<br />

fragmento de un libro y los otros tipos se burlaron ya abiertamente de su<br />

acento. Se lo quitaron y cada uno leyó en un perfecto inglés británico. El jo -<br />

ven profesor no hizo nada. Ellos comenzaron a ridiculizar, también en inglés,<br />

nuestro aspecto físico. Me sorprendió la seguridad con que agredían. Hasta<br />

el maestro se puso nervioso. Decidió terminar la clase. Ellos también se le -<br />

vantaron. Antes de salir, él más alto, Cristian, advirtió:<br />

—Agarren confianza, esto se va a poner divertido —y salió azotando la<br />

puerta.


Claudio nos dijo:<br />

—Acusarlos en la Dirección no va servir de nada. Tal vez los regañen<br />

pero a ellos les vale madre. Si no les importó que los corrieran del colegio<br />

donde iban, el director no puede expulsar a tres tipos de un salón donde hay<br />

seis. Acusarlos sólo va a dar más motivos para que nos chinguen.<br />

—Pensé que no iba a haber pendejos así en la escuela —lamentó Raúl.<br />

—Cabrón, estamos atrás de ese pinche colegio de mierda —contestó<br />

Claudio.<br />

—Si tú lo sabías, ¿por qué te metiste aquí?<br />

—Está cerca de mi casa. Además revisé la lista de inscritos el último<br />

día, sólo estaban ustedes. Yo fui a ese colegio un año, el peor de mi vida.<br />

Conozco los apellidos de los güeyes de ahí, siempre son los mismos. Me aseguré<br />

de no encontrarme con alguno pero ves cómo llegaron al último. ¡Puta,<br />

qué pinche mala suerte!<br />

Al ver a Claudio quejarse así, con sus ojos verdes y melena rubia, en -<br />

tendí el nerviosismo de Raúl, que casi lloraba. Preguntó:<br />

—¿Qué vamos a hacer?<br />

—Pues nada, cabrón, aguantarte, si quieres pónteles pendejo, a ver có -<br />

mo te va, o de plano perder el año —le contestó Claudio.<br />

—No puedo, ya reprobé.<br />

—Ni yo, cabrón, así que aguantamos.<br />

Estaba sentado en los últimos lugares del camión, apretaba con furia mi<br />

cabeza. Mentalmente me repetía que no podía hacer algo. Nada de madreár -<br />

melos, ni siquiera responderles con palabras. Me daba miedo de que algo<br />

se complicara y terminara arruinándolo todo como siempre.<br />

Conforme transcurrió la semana sus ofensas se acentuaron. Al cuarto<br />

día los enfrenté. No pude controlarme. Se quedaron callados con la burla que<br />

le solté a uno de ellos, pero en el receso se acercó a mí de manera tranquila<br />

y me dijo que yo sí le caía bien, que fuéramos a comer. Me pasó el brazo<br />

derecho por el hombro mientras caminábamos, como si realmente fuéramos<br />

amigos. Aunque yo estaba alerta, no reaccioné a tiempo, el puño derecho<br />

se hundió en mi cuello y advirtió: otra burla me iba a costar una golpiza.<br />

Cruzó la esquina para alcanzar a sus amigos, que reían a carcajadas, mientras<br />

yo frenaba las ganas que tenía de levantarme y romperle su madre.<br />

LAS ARMAS<br />

137


JAVIER CARAVANTES<br />

138<br />

Miraba fijo al suelo recordando<br />

el cuerpo tirado, el tubo, la pie -<br />

dra. Logré tranquilizarme.<br />

En los siguientes días im -<br />

provisaron otra forma de moles -<br />

tarnos en clase. Como si fueran<br />

niños de primaria, empapaban<br />

bolitas de papel con saliva y las<br />

arrojaban sobre nuestros rostros.<br />

Raúl y Claudio se habían<br />

vuelto más amigos, juntos sopor -<br />

taban las agresiones casi sin inmu -<br />

tarse, a mí me costaba trabajo.<br />

La primera vez que aventaron<br />

una de esas bolitas los amenacé:<br />

“Se los va a cargar la chingada.”<br />

Las carcajadas estallaron otra vez.<br />

Provocándome, me decían: “Levántate, a ver si eres tan cabrón.” Con las<br />

manos sujeté lo más fuerte que pude mis rodillas para que no realizaran nin -<br />

gún impulso, debía controlarme. La lluvia de papelitos con saliva duró toda<br />

la sesión.<br />

Las veces en que era insoportable poner atención a lo que algún maestro<br />

decía mirando al pizarrón y sin vernos (ellos también tenían fórmulas<br />

para no comprometerse con lo que pasaba), me salía al baño. Cerraba la<br />

puerta con seguro y no encendía la luz, adivinaba mi expresión contra el<br />

espejo, respiraba sin dejar de pensar que lo único importante era seguir es -<br />

tudiando. Me duró cuatro veces; a la quinta, al abrir la puerta, ahí estaba<br />

uno esperando para arrojarme una manzana.<br />

Días después, sin darme cuenta, coloqué mi mano derecha junto a mi<br />

rostro: creaba una muralla que impedía el paso de sus insultos y de mane -<br />

ra física cubría algunos de los objetos que me arrojaban.<br />

Ellos se dieron cuenta de que no me molestaban sus palabras y aumentaron<br />

el rigor de cada ofensa; es más, no les dijeron nada a los otros dos,<br />

se dedicaron a agredirme sólo a mí. En uno de los recesos salimos a la tien-


da, yo caminaba al último. Casi llegando a la esquina, iban Claudio y Raúl<br />

y treinta metros atrás los otros tres platicando. Miraba sus espaldas con ira.<br />

Los primeros exámenes empezaban la próxima semana; aunque había cum -<br />

plido con todas las tareas de cada materia, no había entendido las últimas<br />

clases. Necesitaba subir mi promedio para ingresar a la universidad; sólo<br />

podía hacerlo si las notas que obtuviera fuesen casi excelentes. Yo nunca<br />

había alcanzado ese tipo de calificaciones. Uno de ellos dijo algo a sus amigos<br />

y comenzó a correr hasta llegar a Claudio y Raúl, que esperaban el rojo<br />

del semáforo para cruzar la calle. Con el impulso de su carrera, más el de<br />

su brazo, le pegó con la palma de la mano en la nuca a Raúl. Hasta donde<br />

yo estaba se oyó un chasquido duro, hueco. Raúl se agachó, con las manos<br />

se cubrió la nuca. Claudio, a su lado, no hacía nada por defenderlo, y Luis,<br />

el que le había pegado, se reía mirando a sus amigos que le respondían con el<br />

mismo gesto.<br />

Llegó el fin de semana y mi padre permitió que fuera a Atlixco. Mi ma -<br />

dre ya estaba más tranquila. Cenamos, al terminar cada quien se fue a su<br />

habitación. Esperé que pasaran dos horas, abrí el balcón, me colgué de él<br />

para soltarme y caer sin hacer ruido. Anduve ocho cuadras hasta llegar al<br />

bar donde mis amigos se reunían, tenía ganas de verlos. Los encontré repartidos<br />

entre una mesa de billar y enfrente de una tele donde pasaban la<br />

repetición de algún partido. Saludos, abrazos, preguntas. “Me va bien”, res -<br />

pondí mientras me actualizaban de lo chido que se la pasaban esos días y<br />

de todo lo que habían hecho. De los seis ya sólo estudiaban dos. Cervezas,<br />

cervezas y más cervezas el resto de la noche hasta que, ya entrado en confianza<br />

y con la necesidad de ser comprendido por casi iguales, les relaté lo<br />

que en verdad pasaba: “Tengo ganas de que me vaya bien, pero hay algo que<br />

lo está impidiendo.”<br />

Félix me fue a dejar. Antes de que bajara de su coche, dijo: “Tu pro -<br />

blema se arregla de volada; es tan fácil como sacar un ojo. Nada más llamas<br />

o nos mandas un mensaje; nosotros vamos.” Se lo agradecí.<br />

El domingo regresé a Puebla. Estudié para el examen de Química, que<br />

junto al de Física y Estadística era de los más difíciles.<br />

El maestro repartió el examen y salió. Yo había estudiado muy bien; en<br />

media hora lo resolví. Fui a buscar al profesor. Uno de ellos me arrebató el<br />

LAS ARMAS<br />

139


JAVIER CARAVANTES<br />

140<br />

examen: “Cálmate o lo rompemos.” Cerré con fuerza los puños; ya estaba<br />

dispuesto a golpearlo: vi la cara de miedo que él ponía, de terror, igualita a<br />

la del indigente cuando lo comenzamos a molestar. Eso me hizo sacudir las<br />

manos. Me di vuelta, dejé caer mi cuerpo sobre una silla. Ellos lo copiaron<br />

completamente. El cuerpo me temblaba. Al final lo aventaron al piso y fue -<br />

ron a entregar los suyos. Tardé en levantarlo. Se lo di al profesor, le conté<br />

lo que había pasado. “¿Qué, los repruebo a los cuatro?”, contestó irónico.<br />

Fui a la tienda: compré una botella de ron. Era la primera vez que lo hacía<br />

en Puebla, le di varios tragos hasta que regresé al salón. Ellos ya estaban<br />

ahí, me dijeron: “Oye, ya nos caíste bien. Te invitamos a una fiesta, va a es -<br />

tar chida.” Tomé mi mochila rápido. Salí huyendo antes de que no pudiera<br />

aguantarme.<br />

En la noche, al querer estudiar para los dos exámenes del día siguien -<br />

te, me di cuenta: las dos libretas de esas materias no estaban. Física y Es -<br />

tadística. No pude dormir.<br />

Me presenté a los exámenes. Los resolví como pude, escuchando a<br />

cada momento las risas burlonas de los tres. Ellos terminaron primero. Cuan -<br />

do salí, ya me esperaban en la esquina. Al verlos me detuve. De una de sus<br />

mochilas sacaron mis libretas. Con el fuego de un encendedor las intentaron<br />

quemar. Se dieron por satisfechos con la mitad de cada una y se fueron en<br />

sus coches.<br />

No caminé hasta la parada del camión; descansé en una banca del parque<br />

que estaba de paso. Agaché mi cabeza sobre las piernas. Cerré los ojos.<br />

Imaginé escenarios distintos para mi vida estando en Atlixco, allá con mis ami -<br />

gos, en el mismo bar. Matando a otra persona y tomándolo como un accidente.<br />

Por culpa de tres pendejos no iba a desperdiciar mi oportunidad. No<br />

tardé en buscar alguna solución. La encontré rápido, ya la tenía: la asumí. Fui<br />

a la parada de camiones y tomé uno hacia la terminal, donde salen los autobuses<br />

a Atlixco.<br />

Excusé la tardanza diciéndole a mi padre que había ido a estudiar con un<br />

compañero.<br />

Al día siguiente tocaba un examen fácil; estudié poco tiempo. El resto<br />

de la tarde estuve ansioso, ni en las hojas de los libros me podía esconder.


Empecé a dudar si lo que había hecho era lo correcto, tal vez no, y sólo me<br />

acarrearía mayores problemas. Tenía miedo, qué tal si las cosas se salían de<br />

control. Había muchas posibilidades de imaginar a mis amigos excediéndo -<br />

se. No logré dormir.<br />

El camino se hizo rapidísimo y, justo cuando me bajaba del camión, vi<br />

claramente el coche viejo de uno de mis amigos de Atlixco que venía rumbo<br />

de la escuela. Conducía rápido. Di algunos pasos más. Me llegó un mensaje<br />

al teléfono: “Ya está hecho.”<br />

Tampoco pude caminar hasta la prepa. Me quedé sentado en el parque,<br />

la misma banca. Estaba paralizado. Intenté prender un cigarro pero el<br />

cuerpo no me respondió, sentía escalofríos. El teléfono sonó, apenas pude sa -<br />

carlo de mi bolsa. Dudé en contestar: era mi padre. Logré apretar el botón<br />

y dijo: “Hace rato recibí las calificaciones de la escuela. Felicidades. Llevas<br />

puro nueve y diez.” En ese momento escuché la sirena de una ambulancia<br />

que venía también de la escuela. El coche del director la seguía. Sólo hasta<br />

escuchar las palabras de mi padre me sentí con fuerzas para levantarme de<br />

la banca.<br />

LAS ARMAS<br />

141


142<br />

Cuatro poemas<br />

ÁNGEL ORTUÑO<br />

AVENTURAS DE UNA NEGRA EN BUSCA DE DIOS<br />

Cada uno de los hombres<br />

que ha golpeado<br />

Incluso<br />

el más pequeño o sobre todo él<br />

es como estar más cerca.<br />

Sabe que Dios la huele<br />

y se esconde. Su miedo<br />

se asemeja a un gran árbol sin hojas<br />

pero nadie diría<br />

con las ramas desnudas<br />

porque ella es feroz cuando está así.


RADIO REDENCIÓN<br />

A veces<br />

cometemos errores y alguien muere<br />

¿A eso<br />

le llamas<br />

lastimar? La pequeña<br />

niñita que perdió sus corderos podría hacerlo mejor.<br />

¿Es acaso<br />

correcto que nadie abra la boca<br />

y no te atrevas<br />

a comer más azúcar porque así se construyen las casas de las brujas<br />

o se cortan<br />

trajes de emperadores cuando no entiendes nada?<br />

Tendrías que estar aullando pero la cantidad<br />

de veneno<br />

resultó insuficiente<br />

además<br />

era cianuro y siempre pesa<br />

el recuerdo de los campos de exterminio.<br />

<strong>143</strong>


144<br />

¿Te parece bonito? Su venta y uso<br />

están estrictamente regulados por la ley.<br />

Tenemos diferencias<br />

en cuanto a la naturaleza de la expiación.<br />

Si Dios existe<br />

caminaré al infierno para exigir que me devuelvan mi dinero.<br />

VECINOS VIGILANTES<br />

Todos tenemos perro. Nada más<br />

cosas útiles:<br />

la plancha de vapor<br />

sobre sus genitales, la cuchara de postre<br />

que podría vaciarle los dos ojos.<br />

Si piensa que lo atamos<br />

a esa cama para buscar placer<br />

solamente recuerde:<br />

nunca damos limosnas.


DIOS ESTÁ EN TODAS PARTES<br />

Por eso es que mi padre dispuso<br />

una cámara de video<br />

en mi zapato. Una especie<br />

de espejo,<br />

para que me entiendan.<br />

Más<br />

un gato de nueve colas<br />

que un truco<br />

de espionaje industrial.<br />

El plan era sencillo<br />

(y mientras tanto<br />

que arda Pasifae dentro del toro<br />

porque aún quedan<br />

agravios por vengar):<br />

Te acercas por la espalda.<br />

Siempre tienen<br />

las piernas abiertas. Lo hacen<br />

a propósito.<br />

(¿Ya no te parezco<br />

tan aburrida, amor?)<br />

145


146<br />

Tú eres instrumento del castigo.<br />

Una tribu de asirios<br />

y el prurito<br />

de un corazón en llamas<br />

mientras san Nicolás<br />

aterroriza a Holanda<br />

caído de la gracia como una flor de estufa<br />

entre las fluctuaciones de los linces<br />

y liebres.


Nativos excéntricos: la subversión<br />

de la nacionalidad<br />

IDALIA MOREJÓN ARNAIZ<br />

Si bien la literatura cubana de los últimos cincuenta años cuenta con un vasto<br />

expediente de historias de arraigo y desarraigo producidas fundamentalmen -<br />

te desde el exilio en los Estados Unidos, el nuevo orden mundial ha estimulado<br />

la movilidad de los escritores cubanos por otros territorios, como los<br />

antiguos países comunistas del Este europeo y Asia.<br />

Desde Cuba, el Estado, que ha usurpado la nacionalidad y la ha transformado<br />

en un valor irreductible a las fronteras, interfiere más allá de esas<br />

fronteras con el objetivo de debilitar una literatura que no cultiva el arraigo<br />

y la continuidad local. Esto le permite cuestionar la noción de autenticidad<br />

de esta literatura creada fuera del territorio nacional, por tanto le niega una<br />

participación compleja en su historia que, a pesar de los obstáculos, no sólo<br />

ha sido interactiva sino además persistente. El Estado invoca la idea de patria<br />

y la utiliza como mecanismo de control para garantizar la separación entre lo<br />

que se escribe dentro y fuera del país. En el adentro se afirman la permanencia<br />

y la pureza, que deben remarcar constantemente su territorio contra<br />

las fuerzas históricas de movimiento y contaminación que, llegando del exterior,<br />

son obligadas a “pagar peaje en la frontera”. 1 Sin embargo, como en<br />

Cuba la frontera es el mar, el protagonismo que los bordes adquieren en otras<br />

geografías al constituirse en zonas de contacto, por los cubanos sólo puede<br />

ser ejercido en el interior de otros países, lo que complejiza aún más la ex -<br />

1 J. Clifford, Itinerarios transculturales, Gedisa, España, 1999.<br />

147


IDALIA MOREJÓN ARNAIZ<br />

148<br />

presión de la identidad. Ellos representan<br />

una nueva articulación de la<br />

diáspora, entendida como subversión<br />

potencial de la nacionalidad, como<br />

modo de mantener conexiones con más<br />

de un lugar, al tiempo que practican<br />

formas no absolutistas de ciudadanía.<br />

Interesa aquí mencionar a dos<br />

autores, ambos nacidos en los años<br />

posteriores a 1959, cuando triunfa la<br />

Revolución cubana: José Manuel Prie -<br />

to (1962) y Carlos A. Aguilera (1970),<br />

y sus libros, respectivamente, Enci clo -<br />

pedia de una vida en Rusia (2004),<br />

Livadia. Mariposas nocturnas del im -<br />

perio ruso (1999) y Teoría del alma<br />

china (2006). Ambos responden a prác -<br />

ticas de desplazamiento diferentes una<br />

de otra, pero tienen en común el hecho<br />

de no ser extensiones o transferencias<br />

culturales, sino un núcleo constitutivo<br />

de significado cultural: no reclaman la pertenencia a un país o la<br />

participación civil en los marcos de la nacionalidad desde una postura de ex -<br />

tranjeros, puesto que continúan siendo “nativos”. Sin embargo, ¿cómo probar<br />

su identidad con la lengua y la literatura de su país de origen, si a partir<br />

de determinado momento se encuentran permanentemente fuera de él? Para<br />

tratar de responder a esta pregunta, me propongo analizar algunos aspectos<br />

que tornan estas obras representativas del debate literario sobre nacionalismo,<br />

posnacionalismo y otredad: los lazos que estos libros postulan con las for -<br />

mas tradicionales de representación de la realidad en la literatura cubana;<br />

los modos exóticos de manifestación del poder político y/o económico; la pa -<br />

rodia de los clichés del orientalismo y la figura del emigrante como exótica.<br />

En la actualidad, los libros de José Manuel Prieto se han convertido en<br />

paradigma de descentramiento territorial para la literatura cubana. Su eje<br />

JOSÉ MANUEL PRIETO


LA SUBVERSIÓN DE LA NACIONALIDAD<br />

no sólo gira en torno a la antigua Unión Soviética y la Rusia actual, sino, de<br />

modo más específico, en torno a lo ruso, si entendemos esta expresión como<br />

una forma de “viaje educativo” (Bildungsreise). 2 En su literatura podemos<br />

observar cómo los objetivos del viaje educativo, además de cumplirse, se<br />

desdoblan en la ficción, separándolo definitivamente de su primer campo<br />

de actuación profesional. Este viaje educativo comprende la interrelación<br />

entre la enseñanza académica y la vida cotidiana en un país extranjero, en<br />

una lengua extranjera. El autor aprende a convivir en ese medio; reflexiona<br />

sobre la relación entre nativo y extranjero, al tiempo que se convierte en<br />

agente de cambio de mentalidad hacia la problemática de la identidad; cono -<br />

ce distintos ambientes mediante la interpretación de las variables culturales,<br />

socioeconómicas y geográficas; conoce espacios urbanos y rurales absolutamente<br />

diferentes a los de su lugar de origen; practica nuevas formas de su -<br />

pervivencia; participa en formas no convencionales de turismo; comprende<br />

las dificultades que se presentan en la organización de un nuevo tipo de vi -<br />

da; y, finalmente, accede a una forma de solidaridad que consiste en tomar<br />

parte dentro de una nueva comunidad.<br />

En principio, su viaje tiene objetivos pedagógicos y didácticos, puesto<br />

que Prieto viaja a Rusia para estudiar Ingeniería en Siberia. Durante la épo -<br />

ca de la Perestroika vivió en San Petersburgo. Es decir, su estancia soviético-rusa,<br />

entre los años ochenta y noventa, coincide con la transición del<br />

totalitarismo de Estado a la democracia en los países de Europa del Este.<br />

Posteriormente residió en México (1995-2005), donde escribió Livadia, y des -<br />

de 2006 vive en Nueva York. Este itinerario constituye el principal factor<br />

que lo ha llevado a localizar sus cuentos, crónicas y novelas en torno al viaje<br />

y a otra cultura. Livadia, su segunda novela, fue publicada en Barcelona y<br />

ya ha sido traducida a siete lenguas. También ha sido recibida como una<br />

joya por los críticos literarios de importantes publicaciones legitimadoras del<br />

mercado editorial internacional, como The New York Times y The New York<br />

Review of Books, entre otros, por la manera en que crea una red de referen -<br />

cias sobre la literatura mundial, por la fina labor de crear texturas narrati-<br />

2 F. Bacon, “De los viajes”, en Adolfo Bioy Casares (Comp.), Ensayistas ingleses, Jack -<br />

son, Argentina, 1950.<br />

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IDALIA MOREJÓN ARNAIZ<br />

150<br />

vas en las que rinde homenaje a Vladimir Nabokov, y principalmente por la<br />

trama, que refleja la Rusia posterior a la soviética.<br />

En el centro del argumento de esta novela hay un contrabandista que<br />

aguarda en Livadia, la antigua residencia de verano del zar Nicolás II, las<br />

cartas que va enviando V., la mujer a quien ayudó a huir de un prostíbulo<br />

en Estambul. En ese retiro, J. aprovecha para reflexionar sobre su participa -<br />

ción en una extraña aventura: desde que un entomólogo sueco le encomienda<br />

la búsqueda de un raro ejemplar de mariposa, la yazikus, hasta la inespera -<br />

da desaparición de su corresponsal femenina que, una vez a salvo, lo abandona<br />

para regresar a su Siberia natal. Estos recuerdos y reflexiones sobre<br />

la manera en que J. llega a Estambul, se enamora de V. y la ayuda a escapar<br />

están contados en un largo borrador dividido en siete partes, que al final de<br />

la novela J. quema, para de nuevo comenzar a escribir toda la historia en<br />

una carta que dirigirá a V. Estamos frente a una novela itinerante que tiene<br />

lugar en tres ciudades: Estocolmo, San Petersburgo y Estambul, y que trata<br />

de recuperar la tradición epistolar del siglo XVIII, generosamente comentada<br />

y citada en la novela. Prieto utiliza ese género para estructurar la narración,<br />

adentrándonos, a través de los lugares desde los que las cartas son escritas,<br />

en otros viajes por territorios como Helsinki, Praga y Moscú.<br />

Así, el hecho de que su obra sea considerada doblemente descentrada<br />

dentro de la literatura cubana está relacionado a su subjetividad, a su<br />

formación y experiencia de vida prolongadas en un contexto completamente<br />

distanciado de su país natal, el cual, por si fuera poco, no constituye una<br />

marca referencial ostensible dentro de su obra. En su reseña de Livadia,<br />

Rafael Rojas concede a Prieto la primacía, dentro de la literatura latinoame -<br />

ricana, de ser el primer escritor “que narra ficciones rusas”, al tiempo de<br />

ser el único autor cubano que “se empeña en no escribir una sola novela<br />

sobre Cuba”. 3 Es cierto, como trata de mostrar Rojas en otro texto sobre<br />

diáspora y literatura, que en la literatura cubana desde mediados de los ochen -<br />

ta hasta el presente, especialmente en la diáspora, existen fuertes indicios<br />

de una ciudadanía posnacional: se trata de un núcleo de autores que recha-<br />

3 Rafael Rojas, “Las dos mitades del viajero”, en Encuentro de la Cultura Cubana, Es -<br />

paña, núm. 15, pp. 231-234, 1999/2000.


LA SUBVERSIÓN DE LA NACIONALIDAD<br />

za la idea de exilio por la ma -<br />

nera en que este término se<br />

encuentra conectado a la nos -<br />

talgia, al regreso a la nación<br />

como lugar de origen y de re -<br />

cuperación identitaria. Así, el<br />

narrador protagonista de Liva -<br />

dia dice: “Yo no era una divi -<br />

nidad. Tampoco era un exiliado,<br />

no me gustaba esta palabra (pre -<br />

fiero una anterior a 1917 e in -<br />

cluso a 1789). Era tan sólo un<br />

viajero. Pero la condición del<br />

viajero emula la de la divinidad,<br />

que está en todas partes.<br />

Entonces, lo que es cierto pa -<br />

ra un cuerpo divino lo es tam -<br />

bién para un viajero.”<br />

Además —y éste es el ar -<br />

gumento que aproxima la “excentricidad” de Prieto a esta postura de antiexilio—,<br />

tanto los autores como los personajes de sus libros, por encontrarse<br />

físicamente fuera del Estado totalitario, también están fuera de la Nación.<br />

En una lectura reciente sobre este singular fenómeno que para la literatura<br />

cubana representan las “ficciones rusas” de Prieto, el estudio de Tanya<br />

N. Weimer, La diáspora cubana en México. Terceros espacios y miradas ex -<br />

céntricas, siguiendo la categoría del tercer espacio de Edward Soja, insiste<br />

en registrar cómo la mirada se torna singularmente excéntrica cuando ésta se<br />

sitúa en un tercer espacio, o sea, ni Cuba ni los Estados Unidos. Sin embargo,<br />

más que el indicio posnacional, lo que permanece en diversos comenta -<br />

rios sobre Livadia es la curiosidad por rastrear la ausencia de “lo cubano”<br />

en frases y escenas en las que el estereotipo tropical convierte al personaje en<br />

un sujeto exótico, puesto que J., el protagonista y narrador de Livadia, tiene<br />

rasgos físicos que revelan su procedencia de un lugar exótico a los ojos de<br />

los rusos. Si el sujeto exótico representa el lugar colonizado y los peligros<br />

151


IDALIA MOREJÓN ARNAIZ<br />

152<br />

que acechan en parajes lejanos desconocidos, es precisamente por eso que<br />

J. esconde su origen.<br />

Aquí deseo plantear la cuestión de la identidad desde un ángulo co -<br />

mún a todo sujeto que haya vivido la experiencia totalitaria como forma de<br />

vida. Más allá del esfuerzo del autor por no escribir una novela sobre Cuba,<br />

o del esfuerzo de la crítica por recuperar las evidencias de cubanidad que el<br />

autor deja en manos de su personaje central, Cuba está presente en la mis -<br />

ma medida que Prieto por estar inscrito en medio de la transición del totali -<br />

tarismo a la democracia, se adelanta con su subjetividad a mostrar algo que<br />

a los escritores de la isla, radicados en otros espacios tradicionales del exilio,<br />

no les ha sido dado vivir de la forma en que lo ha hecho aquel que ha reali -<br />

zado un “viaje educativo”. La experiencia del derrumbe, la reconstrucción,<br />

lo colocan en un tiempo que para otros cubanos (otras miradas, otros espacios)<br />

pertenece aún al futuro de Cuba. No obstante, al bloquear en su novela<br />

toda marca estereotipada de nacionalidad, lo que sobresale entonces es la<br />

identidad que se crea entre el cubano que no desea ser exótico y el sujeto<br />

que ha vivido bajo un régimen totalitario.<br />

Por otra parte, si en Enciclopedia de una vida en Rusia la mirada del<br />

narrador protagonista se detiene en la frivolidad de la vida cotidiana de la<br />

Rusia poscomunista, si la política no es un tema presente, si las desgarradu -<br />

ras del exilio no significan nada, puesto que estamos frente a un ciudadano del<br />

mundo, ¿cómo identificar entonces a quien tanto se esconde? En El hom bre<br />

desplazado, Tzvetan Todorov describe minuciosamente a estos sujetos cuan -<br />

do traza lo que él denomina “perfiles de prisioneros”. En los estados totalitarios<br />

comunistas, la primera doctrina que se trasmite a los “prisioneros” es<br />

el occidental es el enemigo. El extranjero es responsable por introducir al<br />

nativo en el mundo del consumo. El “otro” es el occidental y la visión de<br />

Occidente se reduce a una visión ideológica de sistema socioeconómico.<br />

Para J., entregarse a la frivolidad de Occidente, admirar los objetos de ori -<br />

gen capitalista, desearlos para sí, se convierte en una marca acentuada de<br />

exotismo. Un exotismo que avanza hacia lo diverso, hacia la integración con el<br />

Otro occidental. J. esconde su pasado porque en él lleva incrustado el perfil<br />

del prisionero, al tiempo que utiliza en su obra el tema de la melancolía o de -<br />

presión postotalitaria, tal y como lo plantea Todorov en el siguiente fragmento:


Debo manifestar en primer término que, en el caso de todos aquellos cuyas<br />

reacciones trato de analizar, la depresión postotalitaria no tiene su origen en una<br />

indignación provocada por el entusiasmo suscitado a la vista de los bienes materia -<br />

les que tuvo lugar tras la apertura de las fronteras. Ciertos intelectuales y políticos<br />

alemanes criticaron con dureza a sus conciudadanos, que se lanzaron frenéticos,<br />

a la primera oportunidad, sobre los almacenes de Alemania occidental. En<br />

su opinión, las virtudes cívicas habían quedado eclipsadas, rebajadas por un vo -<br />

to concedido a la banana (Otto Schily), el impulso moral se había visto ahogado<br />

en chocolate y las aspiraciones de libertad habían convertido a las antaño oprimidas,<br />

aunque dignas, masas en “una horda enfurecida avanzando en prietas<br />

filas hacia las brillantes baratijas” de los almacenes del Oeste (Stephen Heym).<br />

Sólo pueden expresarse así quienes han olvidado, o no han conocido nunca, la<br />

humillación consistente en una permanente carencia de los bienes de consumo<br />

más elementales; la humillación de las colas silenciosas y hostiles, la infligida por<br />

los vendedores, aparentemente furiosos por la asistencia a sus comercios, la cimen -<br />

tada en el hecho de verse siempre obligado a adquirir lo primero que se en cuen -<br />

tra, y no lo que realmente necesita. La penuria sistemática de bienes materiales<br />

atenta contra la dignidad moral del individuo. Al arrojarse sobre los comercios,<br />

los oriundos del Este no piensan realmente en llenarse las tripas: están haciendo<br />

uso de una libertad que el consumidor occidental ha dejado de experimentar,<br />

por resultarle totalmente habitual. 4<br />

Con tamaña precisión conoce Prieto este fenómeno, que en Enciclope -<br />

dia de una vida en Rusia, novela anterior a Livadia, articula la trama, poco<br />

antes de la caída del imperio soviético, en torno a un traficante y falso agente<br />

de modelos que se esfuerza por convencer a una joven modelo rusa de que<br />

la frivolidad es la fuerza que corroe el sistema socialista y que ella sucumbirá<br />

a sus atractivos. En esta novela, y en menor medida en Livadia, la elegancia<br />

del lenguaje está directamente conectada a esa frivolidad, que es también una<br />

demanda cultural. La mirada no se aparta del vestuario, de los colores, de los<br />

accesorios, de las tramas de los tejidos, de la calidad de bolsas y zapatos,<br />

de los perfumes, de los chocolatines suizos, de los vinos, de los restaurantes<br />

elegantes, de los platos especiales; en fin, de las novedades que inundan<br />

un universo donde hasta ese momento lo único que existía en abundancia<br />

era la propia austeridad.<br />

4 Tzvetan Todorov, El hombre desplazado, Taurus, Argentina, 2008.<br />

LA SUBVERSIÓN DE LA NACIONALIDAD<br />

153


IDALIA MOREJÓN ARNAIZ<br />

154<br />

Así, la tesis sobre el descen -<br />

tramiento de la novela de Prieto<br />

en el contexto de la literatura cu -<br />

bana de la diáspora no se sostie -<br />

ne únicamente en el hecho de<br />

haber escrito su novela desde un<br />

tercer espacio, en este caso Mé -<br />

xico, un país latino de fuertes co -<br />

nexiones históricas con Cuba, a<br />

medio camino entre La Habana<br />

y Miami; desde donde, sin duda,<br />

pensar en la experiencia rusa<br />

como en un evento que lo separa<br />

de manera anacrónica del res -<br />

to de las experiencias literarias<br />

vertidas por los cubanos de la diáspora ha constituido un giro radical en la<br />

mirada de Prieto sobre la escritura, y la inserción de la misma en un ámbito<br />

mucho mayor que el de las fronteras lingüísticas, geográficas y políticas.<br />

Obliterar el tema de la nacionalidad como cordón umbilical, como matriz de<br />

la tradición cultural, rastrear el modo como el autor lo desplaza dentro de su<br />

novela, acaba por revelar otra forma de su presencia: el conflicto del perso -<br />

naje entre el exotismo de su origen y el exotismo libertario de la frivolidad.<br />

Carlos A. Aguilera, autor de Teoría del alma china, también reseñó la<br />

novela de Prieto, defendiendo en ella la presencia de un mundo donde “lo<br />

íntimo deviene público, lo ontológico descentramiento”: “los escritores<br />

cubanos participan de un error: el de confundir lugar-donde-escriben con<br />

literatura, arcadia con creación, como si una determinada geografía fuera a<br />

otorgarle el boleto a la posteridad —haciendo legible lo que no es más que<br />

mala prosa— o la invención de un mito fuera a sacarlos del horror donde<br />

viven.” 5<br />

Vale resaltar que Aguilera y Prieto coinciden literariamente en el espa-<br />

CARLOS A. AGUILERA<br />

5 A. C. Aguilera, “J. M. P.: La búsqueda del yasikus, en Diáspora(s), Cuba, núm. 6,<br />

marzo de 2001.


LA SUBVERSIÓN DE LA NACIONALIDAD<br />

cio de la revista Diáspora(s), 6 un tipo de publicación que en los países comunistas<br />

del Este europeo se dio a conocer con el término samizdat (edición<br />

por cuenta propia, al margen de la legalidad). Ambos autores se encuentran<br />

entre los fundadores de dicha revista. El objetivo fundamental de Diáspora(s)<br />

consistió en marcar una diferencia entre lugares comunes como la identidad<br />

nacional, lo que el grupo denominó “fundamentalismo origenista”, y el ca -<br />

non de “lo cubano” como medida de todas las cosas. Para el poder totalitario<br />

es conveniente que todo signifique una sola cosa; para Diáspora(s), la<br />

significación es una bifurcación que niega el poder, ya que este último se po -<br />

siciona como aquel que detenta la palabra. La pluralidad de poéticas es la<br />

marca registrada de esta publicación, cuyo título indica la proyección transcultural<br />

de sus autores y mantiene la cohesión de su diversidad de escrituras,<br />

justamente en el pensamiento contra el nacionalismo cubano. Así, en su<br />

reseña, Aguilera lee Livadia a partir de un discurso común a todos los miem -<br />

bros de Diáspora(s): el descentramiento del canon literario nacional.<br />

Como Enciclopedia de una vida en Rusia y Livadia, Teoría del alma<br />

china, de Carlos A. Aguilera, también acusa indicios de posnacionalismo.<br />

Su trama se encuentra localizada en China, un estado igualmente totalitario,<br />

por tanto la referencia al Estado-nación es geográficamente diferente, pero<br />

al mismo tiempo equivalente. La forma de representación de Teoría del al -<br />

ma china la coloca en un proyecto de escritura mucho más cercano a la obra<br />

del cubano Virgilio Piñera, mientras que Prieto busca su identidad escrituraria<br />

en la obra de Vladimir Nabokov. En Teoría del alma china, la presen -<br />

cia de un discurso político y la parodia de los estereotipos de la otredad son<br />

llevadas ad absurdum. Su escritura definitiva y su publicación en libro fueron<br />

posibles una vez que Aguilera consiguió salir de Cuba en 2002 gracias<br />

a las gestiones del escritor alemán-palestino Said, presidente del PEN Club<br />

de Alemania, el primer punto de un largo itinerario por ciudades de ese país,<br />

además de Austria, Croacia y otros países del Este europeo.<br />

6 Diáspora(s), La Habana, núms. 1-8, 1997-2002. Entre los años 1997 y 2001, Aguilera y<br />

Prieto formaron parte del comité de redacción de la revista Diáspora(s), precedida desde ini -<br />

cios de los noventa por un proyecto homónimo de escritura, del que han salido algunos de<br />

los más signi ficativos poetas cubanos de esa época: Rolando Sánchez Mejías, Pedro Marqués<br />

de Armas, Rogelio Saunders, el propio Carlos A. Aguilera y el novelista José Manuel Prieto.<br />

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IDALIA MOREJÓN ARNAIZ<br />

156<br />

A diferencia de los vaivenes de Prieto, la salida definitiva de Cuba pa -<br />

ra Aguilera fue precipitada, lo cual no le permitió amenizar el tránsito de la<br />

aculturación a la transculturación que es posible cuando se habla la lengua<br />

del otro. El desconocimiento de la lengua alemana, la sensación de ridiculez<br />

que siente en los primeros momentos, tornan la comunicación difícil; sus ras -<br />

gos físicos, que en Europa lo acercan más a un turco que a un caribeño, cons -<br />

tituyen motivo de distanciamiento y trauma social. Siente el exotismo del Otro<br />

como un síntoma de xenofobia y racismo, tan propio de los nacionalismos.<br />

Debido a que el primer borrador de Teoría del alma china fue escrito<br />

en Cuba, es fácil detectar que las estrategias narrativas de representación de<br />

la otredad apelan a otro modo de descentramiento, marcado profundamente<br />

por la metáfora, por la ironía y por la mentira. No puedo dejar de mencio -<br />

nar que Tanya N. Weimer concluye su libro sobre la diáspora cubana en<br />

México reconociendo que la teoría del tercer espacio (Edward Soja), que le<br />

sirve para sostener su tesis del doble descentramiento de la novela de Prie -<br />

to, puede ser aplicada, inclusive, dentro de los espacios céntricos (en este caso<br />

Cuba). Así, Teoría del alma china, independientemente del lugar donde su<br />

autor comienza a escribirla (Cuba), donde la termina (Austria), o donde la pu -<br />

blica (México, Croacia, Alemania, República Checa), es un libro marcado por<br />

su lugar de origen: el insilio cubano de un intelectual que aplica cínicamen -<br />

te los códigos y juegos de silencio para criticar al totalitarismo de Estado y<br />

zafarse de la aplicación de los discursos nacionalistas a la interpretación de<br />

su obra.<br />

Aunque Teoría del alma china participa ante todo del simulacro de la<br />

construcción de una novela, no lo es. Son sólo cuatro relatos engarzados por<br />

un lugar (China) y determinados conceptos, como opresión y Occidente. Así,<br />

el libro cuenta, a modo de reportaje, la China que un visitante extranjero (cu -<br />

yo lugar de origen nunca es mencionado) observa, casi siempre desde la ven -<br />

tanilla de un auto en movimiento, a una velocidad que por momentos no<br />

permite reparar en detalles; una China de baratijas para turistas y, al mismo<br />

tiempo, un país en que Occidente penetra a través del repertorio cultural<br />

del autor (Franz Kafka, Thomas Bernhard, Werner Herzog, Ezra Pound), en<br />

la que el poder represivo del Estado nos llega a través de las palabras de un<br />

acompañante oficial, Gran Mongol, previamente filtradas por la voz de una


intérprete, que a su vez sólo co -<br />

nocemos por el estilo indirecto<br />

del narrador. Este narrador nos<br />

relata el trayecto a manera de<br />

reportaje y ve cosas absurdas co -<br />

mo la filmación de una película<br />

con enanos, una kafkiana colonia<br />

japonesa en territorio chino,<br />

puestos de frituras para turistas<br />

al borde del camino o el peligro<br />

constante de las carreteras,<br />

que él clasifica según los accidentes<br />

de la topografía. Llega,<br />

luego, al episodio en que este na -<br />

rrador-reportero-occidental visi -<br />

ta la casa de un escritor, con la<br />

clara intención de exponer có -<br />

mo el poder estatal invade la vi -<br />

da y la obra de este hombre que<br />

es, a su vez, muchos hombres.<br />

Todo, al mismo tiempo, ridículo,<br />

cómico y filosóficamente trágico.<br />

Porque para hablar sobre el totalitarismo, este escritor cubano tiene que<br />

remitirse a China, a la lejana China, donde en apariencia nada nos permite<br />

pensar que ese país es, también, Cuba. 7 El paisaje, la composición de sus<br />

autopistas (algunas muy peligrosas, al punto de transmitir al lector la sensa -<br />

ción de peligro y el miedo a la muerte), los lugares que no se muestran a<br />

los turistas o todo lo que un extranjero escruta, no son elementos exóticos,<br />

sino falsamente exóticos: éste es un viaje nunca realizado, que el autor nos<br />

7 En entrevista con L. Dimkovska, Aguilera ha expresado a propósito de este libro: “Se -<br />

ría me jor no verlo como un viaje a Cuba, sobre todo porque ni siquiera es un verdadero viaje<br />

a China, en el sentido biográfico. Es un ‘viaje’ a determinados conceptos, a Occidente y su<br />

mala comprensión del otro, a la relación caricatura-poder, a mi cabeza. Pero no es la visita<br />

a ningún lugar geográfico, a ninguna realidad. Para mí, China es sólo un hueco.”<br />

157


IDALIA MOREJÓN ARNAIZ<br />

158<br />

quiere vender como una falsa guía de viaje, una falsa referencia para entrar<br />

a un mundo que no es el del turismo, de la antigua tradición arquitectónica,<br />

la culinaria, la religión o las artes marciales. Es un viaje falso donde la forma<br />

del reportaje justifica el testimonio, y el testimonio esconde la ficción; un viaje<br />

en el que cualquier lector no avisado se perdería, ya no en el territorio, sino en<br />

el alma enferma de un país.<br />

Viajar para poder construir una obra es lo que hace Aguilera y, mientras<br />

viaja, la obra se transforma, va ganando rasgos de esos territorios que,<br />

vistos desde América, no son menos exóticos. Pero hasta el momento lo que<br />

hay de más exótico en su literatura no viene de esa Europa Central que hoy<br />

le resulta más fácil recorrer en tren; viene de China, de una China primero<br />

imaginada en La Habana; una China exclusiva de los emigrantes que construyeron<br />

un barrio en la capital cubana, se mezclaron con negros, con espa -<br />

ñoles, con criollos, y al modificar los contornos de su origen crearon un ser<br />

otro para este nieto de emigrantes asiáticos.<br />

El título, Teoría del alma china, parecía ser el primer obstáculo para<br />

relacionarlo a un escritor cubano. ¿Una teoría sobre el alma china? ¿Por<br />

qué un escritor nacido en La Habana, descendiente de chinos (su segundo<br />

apellido es Chang), pero que nunca ha estado en China, se preocuparía por<br />

pensar una teoría que en su literalidad alude al espíritu de una cultura tan<br />

incomprensible? Es cierto que para los cubanos China significa mucho más<br />

que algunos fogonazos en la historia nacional, puesto que la cultura china<br />

es considerada uno de los componentes de nuestra identidad. Un barrio chi -<br />

no en ruinas maquillado para turistas, unas antiguas lavanderías con planchas<br />

a vapor, farmacias donde la población busca pomadas para aliviar el dolor,<br />

mulatas de ojos rasgados y, sobre todo, la dificultad esencial para pronunciar<br />

la erre. Eso es lo que todavía existe de los chinos en la capital cubana.<br />

Lo demás, lo que creíamos que podía configurar una teoría, no es la teoría<br />

sobre un alma preservada en familia. China, en cualquiera de sus variantes,<br />

será siempre un misterio. Y frente al misterio, aparece la curiosidad. Aquí sur -<br />

ge entonces el primer tropiezo para leer este libro: los fogonazos tropicales<br />

de una cultura desmesurada parecen no tener sentido, puesto que lo que Agui -<br />

lera muestra de China, lo que él verdaderamente considera que nos acerca<br />

a la tierra de sus ancestros, no son esos fragmentos del imaginario nacional


LA SUBVERSIÓN DE LA NACIONALIDAD<br />

sino un mal de fondo, contemporáneo, que nos une no por la espiritualidad<br />

y sí por el poder político extremo concentrado en el concepto de nación: el<br />

totalitarismo. Al escoger a China coloca a este libro en una posición de falso<br />

exotismo político, puesto que en Occidente se ha diseminado la idea de que<br />

en esos territorios, distantes y extraños, las huellas dejadas por el nacionalismo<br />

sobre el individuo, y en este caso sobre el escritor, son mucho más<br />

violentas que en la civilización occidental.<br />

En Teoría del alma china esta tensión se localiza entre el narrador-re -<br />

portero y Gran Mongol, el burócrata que ejerce la censura, inclusive sobre<br />

el paisaje, controlando lo que puede ser registrado o no. Así, el artificio de<br />

crear una literatura de testimonio que no pasa de un falso testimonio, puesto<br />

que es ficción, es el mayor acierto de este libro, el cual ha sido escrito para<br />

otras cosas que no son el enfrentamiento al poder, sino para extraer de lo<br />

documental técnicas de escritura que, al salir de la banalidad de la política,<br />

permite que el autor se concentre en la búsqueda de la ficcionalidad. Sin<br />

desconocer las consideraciones realizadas por John Beverley, que presentó<br />

este libro en el medio académico y literario de los Estados Unidos como “pos -<br />

testimonio”, Teoría del alma china, mucho más que presentar rasgos que la<br />

encuadran en los estudios del género testimonio ya consolidados, opera con<br />

la noción de falso exotismo como máscara política, y, contrario al estilo y al<br />

lenguaje utilizados en la narrativa testimonial, desarticula los parámetros de<br />

verosimilitud ya cristalizados en esa narrativa. La ficción que recurre a la for -<br />

ma testimonial prueba, entre otras cosas, que verosímil no es sinónimo de<br />

verificable, y que todos los atributos de la posmodernidad incluidos en la ten -<br />

dencia postestimonial adoptan otra significación, pues se trata de una obra<br />

que para referirse a la realidad sale de ella constantemente.<br />

Lo que Aguilera y Prieto nos narran aparenta ser real, pero en ningún<br />

caso lo es, aunque no deja de ser verosímil. No existe interés en crear una<br />

literatura realista que pueda ser confundida con las informaciones disponibles<br />

en las guías de turismo, en los canales étnicos o en la tradición del orien -<br />

talismo. Teoría del alma china, por ejemplo, resume el intento de colocar<br />

determinadas historias en un contexto donde lo político, la caricatura, el jue -<br />

go de géneros se complementan: “El proyecto chino vino de una investigación<br />

previa que había hecho sobre Mao y la tradición política literaria en<br />

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160<br />

China en los años noventa; de la fascinación que causó para mí el libro de<br />

Michaux (traducido por Borges); de la reflexión sobre Occidente y su ‘mala<br />

lectura del otro’ que me hizo entender mejor el orientalismo de Said, y del choque<br />

con una película como También los enanos comenzaron des de pequeños<br />

de Werner Herzog, al cual le rindo homenaje.” 8<br />

Aguilera y Prieto, en tanto es critores, buscan espacios de represen tación<br />

lo más distantes posible de los clichés que predominan en el imagina rio europeo<br />

sobre América, construidos por la propia literatura latinoamericana para<br />

diferenciarse del Otro. En estas obras la mirada care ce de interés etnográfico,<br />

puesto que no es en la cultura china o rusa don de pretenden buscar<br />

otra identidad, sino todo lo contrario, es el lugar don de pretenden depositar<br />

su determinación a encuadrarse en lo que hoy conocemos como literaturas<br />

posnacionales, dado que no se adaptan a las normas literarias vigentes en<br />

sus país. De ese modo, estos autores se esfuerzan por evadir el conflicto so -<br />

bre la im posibilidad de pensarse dentro de algo mayor y más abstracto que<br />

aquello que conocemos como literatura cubana, al sentimiento de nacionalidad<br />

en un sentido absoluto.<br />

8 Lorenzo García Vega, “La literatura como dolor de cabeza”, en El Nuevo Herald,<br />

Miami, 25 de marzo de 2007.


Los libros de viajes han sufrido varias<br />

metamorfosis a lo largo de la historia. Des -<br />

de los descubrimientos deslumbrantes con -<br />

signados en El libro de las maravillas, de<br />

Marco Polo, a la guía de turistas actua -<br />

lizada, que ofrece al viajero una expe -<br />

riencia uniforme, controlada y libre de<br />

sorpresas, quedan varias preguntas para<br />

un lector que afronta un libro del géne -<br />

ro: ¿qué queda por descubrir? ¿Cómo res -<br />

catar para la literatura un mundo cada<br />

vez más estrecho, que ofrece sus enigmas<br />

en televisión o, etiquetados, tras un<br />

escaparate?<br />

La respuesta en las páginas de Una fi -<br />

nestra che guarda tramontana, libro de<br />

Gabriel Bernal Granados (México, DF,<br />

1973), que mezcla el ensayo, la entrevis -<br />

ta y la crónica de viajes, es el escepticismo,<br />

una mirada íntima que, al estilo del<br />

flâneur de Baudelaire, se sumerge en los<br />

desgastados engranajes de la civilización<br />

apar tándose de cuando en cuando para<br />

reflexionar, pa ra cultivar en cada paso un<br />

saludable sen tido de extrañeza. La mi -<br />

La vigilia de la aldea<br />

El viaje, la mirada y el desencanto<br />

ALEJANDRO BADILLO<br />

Gabriel Bernal Granados, Una finestra che guarda tramontana,<br />

Libros Magenta, 2010, 138 p.<br />

rada de Bernal Granados concuerda con<br />

una prosa que transcurre sin sobresal -<br />

tos, privilegiando a veces la imagen, añadiendo<br />

un dato, la luz de un detalle mí -<br />

nimo pero trascendente en el peso total<br />

de la obra.<br />

El comienzo de la primera parte del li -<br />

bro “Villa Serbelloni” nos muestra al viajero<br />

en Milán, Italia, en la búsqueda del<br />

poeta y artista plástico peruano Jorge Eduar -<br />

do Eielson para una entrevista. Las líneas<br />

que inauguran este capítulo, directas, ejem -<br />

plifican la transición natural en la narrativa<br />

de viajes, donde la peripecia del traslado,<br />

la transformación antes de llegar al destino<br />

final, no existen. Bernal Granados co -<br />

mienza su diario de viaje in situ, en un<br />

país y en una ciudad que, en su irremediable<br />

condición turística, reproducen el<br />

esquema artificial de una sala de espera,<br />

el magro almuerzo en el avión, el folleto<br />

lleno de tours y promociones. Por esta ra -<br />

zón el via jero-autor explota la subjetividad,<br />

la capa cidad para encontrar nuevos significados<br />

en rituales manidos: la llegada<br />

161


162<br />

a un hotel, un encuentro en la montaña,<br />

una cena en donde los comensales no<br />

cuentan anécdotas desopilantes. El de -<br />

sencanto pronto se hace evidente en el<br />

encuentro con un Eielson despojado de<br />

cualquier matiz romántico sobre Europa,<br />

dibujado como un viajero más, sólo que<br />

detenido en el tiempo, incrédulo del artifi -<br />

cio de cierta poética barroca. El capítulo<br />

—casi fugaz— termina con una despedida<br />

que evoca, a su vez, una despedida anterior<br />

cuando Eielson conoce al mú si co John<br />

Cage en su departamento de Nue va York<br />

a mediados de los años sesenta, en un in -<br />

vierno gris.<br />

El segundo y tercer capítulos (“San<br />

Fran cesco, il guarda della selva” y “El<br />

señor Fabergé”) encuentran correspondencias<br />

en los detalles: la inmersión en el<br />

terreno aje no, la historia de unas ruinas<br />

evocadas por Plinio el Joven. Lejos de la<br />

ciudad, Bernal Granados se mueve con<br />

más soltura y, al estilo del autor-caminan -<br />

te de W.G. Sebald —cazador de peque -<br />

ñas maravillas—, en cuentra en la minucia<br />

el pretexto ideal pa ra contar una breve his -<br />

toria, para volver protagonistas las ramas<br />

de un árbol, una banca de piedra junto<br />

a un lago, el mito de Orfeo y Eurídice.<br />

En “El señor Faber gé” la mirada se di -<br />

rige, de inicio, al propio cuerpo: las uñas<br />

crecen más deprisa, sujetas a otra natu -<br />

rale za; el cabello se cae en la regadera.<br />

Des pués nos topamos con el retrato del<br />

señor Fabergé, cuya singularidad es lo sim -<br />

ple, no es un personaje azaroso, no cuenta<br />

una historia extravagante; su naturaleza<br />

—a pesar de las múl tiples reflexiones del<br />

escritor— es la de un reflejo, una interro -<br />

gante, un espacio en blanco que se va<br />

llenando poco a poco con breves referen -<br />

cias: un economista que vis te con mucha<br />

pulcritud, que viaja en compañía de su<br />

esposa Rosa munda y cuya apariencia, vo -<br />

luble en la descripción del autor, transita<br />

de “una no ta de jazz que brota de los la -<br />

bios gruesos de un saxofón del trópico” a<br />

“un simio burgués, arreolesco”.<br />

En “Naturaleza y autobiografía” la a -<br />

puesta del autor se centra en una introducción<br />

y dos desvíos que, con diferentes<br />

matices, mantienen el devaneo enmarca -<br />

do por reflexiones de largo aliento. Co -<br />

mo en los ensayos de Charles Lamb y<br />

William Hazlitt, los temas se unen y alejan,<br />

gravitan en dis tintas formas sobre la<br />

naturaleza en el arte, la vida como refe -<br />

rencia ineludible del crea dor, la autobio -<br />

grafía como un espejo en donde se refleja<br />

la obra. La parte inicial aborda la incre -<br />

dulidad ante el estrellato li terario, el mer -<br />

cado que depreda la litera tura, las manías<br />

y dilemas del escritor, sus modelos y la<br />

forma de encontrarse con ellos. En el pri -<br />

mer desvío, “Il Cenacolo”, el viaje da un<br />

rodeo a la escritura para en focarse en la<br />

pintura. El elemento que cohe siona sigue<br />

siendo la reflexión pero el viaje transcu -<br />

rre en los trazos de La última cena de Leo -<br />

nardo da Vinci. Partiendo del aná lisis de<br />

las figuras de los apóstoles y de Jesús, de las<br />

características de la escuela renacentista,<br />

el autor lleva su tanteo al vínculo entre la<br />

naturaleza y arte, pero más allá del concepto<br />

bucólico de lo natu ral el interés del<br />

autor bordea una rela ción íntima: la ob -


servación del fresco de Leonardo en el<br />

convento de Santa María Delle Grazie,<br />

los juegos de luz o las sombras que acontecen<br />

en ese instante y que ponen de ma -<br />

nifiesto la tensión entre la na turaleza y la<br />

forma en que ha sido modela da por el<br />

discurso artístico. En el segundo desvío,<br />

“Si una noche de invierno”, el autor par -<br />

te del libro de Italo Calvino para abordar<br />

las posibilidades de la reescritura como<br />

un elemento más de lo natural, re gresar<br />

siempre al punto de partida, como un via -<br />

jero indeciso sobre el camino a elegir, la<br />

perpetua duda que lo cerca. En este caso<br />

la literatura, para el autor, es co mo un<br />

espejo borgeano que devuelve —más que<br />

certezas— inquietudes y temores.<br />

En “Varenna”, capítulo que cierra la<br />

primera mitad del libro, hay un acerca -<br />

miento a lo cotidiano, la escritura fluye<br />

en una anécdota que nunca llega o que se<br />

hace presente en la intrascendencia, en<br />

las múltiples variaciones: las incidencias<br />

de un viaje en auto, de Varenna a Lecco<br />

y de Lecco a Bellagio; en realidad el tra -<br />

yecto es sólo pretexto para la observación<br />

de lo nimio, para formar en la mente ima -<br />

ginaciones, escenarios futuros que, de pron -<br />

to, son interrumpidos por una carta que<br />

“vi sualiza mejor la escena” y, adelante,<br />

en el resto del trecho, se alínean instantáneas,<br />

pensamientos como fotografías que<br />

se aña den al diario de viajes.<br />

La segunda parte del libro, “El viaje<br />

no ha terminado”, empieza por “Milán,<br />

ciudad irreal”. El andamiaje de este ca -<br />

pítulo se reconcilia con la mirada desencantada,<br />

con la rutina del turista que es<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

obligado, de nuevo, a buscar calles, en -<br />

tregar el pasa porte con displicencia, mi -<br />

rar los edificios como recipientes vacíos.<br />

El autor, ante la falta de diálogo, se limita<br />

a pasear la mi rada por la ciudad, a<br />

buscar historias en vano. Incluso la refle -<br />

xión sobre el arte de sarrollada en los an -<br />

teriores capítulos es remplazada por el<br />

hastío: artistas globa les en la televisión de<br />

un pub, rebaños de turistas que convier -<br />

ten los objetos de arte en mero rui do de<br />

fondo. El viajero, enton ces, sólo puede<br />

deambular, asistir a un par tido de futbol<br />

para sumergirse en la masa.<br />

En “Venecia, ciudad y materia”, el<br />

viaje inicia en la literatura: Marcel Proust,<br />

lord Byron, Robert Browning, Ezra Pound,<br />

entre otros, son evocados como fantasmas<br />

y su condición se acentúa en los canales<br />

artificiosos, en los habitantes convertidos<br />

en “vendedores de bagatelas”. Si hay una<br />

ciudad turística por antonomasia ésa es<br />

Venecia, decenas de autores la han retrata -<br />

do en distintas facetas: de la ciudad derro -<br />

tada por el cólera en Muerte en Venecia,<br />

de Thomas Mann, a la penumbra, el sutil<br />

en gaño de Henry James en Los papeles de<br />

Aspern. Bernal Granados recuerda el le -<br />

gado de éstos tratando de rescatar en algu -<br />

na rendija, algún destello, la individualidad<br />

que se niega entre cámaras fotográficas y<br />

promociones de folletos. Para situar su<br />

lugar en el mundo, el viajero mira los bo -<br />

tones del elevador, las cortinas del cuarto,<br />

privi legia lo minúsculo, el flujo del tiempo<br />

que pasa desapercibido en las calles<br />

de Venecia.<br />

Más adelante, en consonancia con el<br />

163


164<br />

to no de los anteriores capítulos, hay una<br />

digresión, un extenso análisis de la pintu -<br />

ra de Umberto Boccioni que se centra en<br />

su óleo La materia. Visto en la perspectiva<br />

general de Una finestra che guarda tra -<br />

mon tana, el análisis de Boccioni —emble -<br />

ma del movimiento futurista con Filippo<br />

Tommaso Marinetti— es denso, lleno de<br />

refe rencias, encuentra su blanco en las<br />

bases del futurismo, sistema que parte del<br />

movi miento y que se desdobla en un cú -<br />

mulo de significados que desbordan la<br />

velocidad, la experiencia casi instantánea<br />

de viajar a una ciudad donde las paredes,<br />

los puentes y las ventanas son parte de<br />

una inmensa escenografía. Sin embargo la<br />

di gresión se antoja demasiada y pone en<br />

ries go el equilibrio del capítulo, quizá por<br />

el tono evocado al inicio, más dubitativo,<br />

que se regodea en la apostilla final, por<br />

eso se extraña una transición menos abrup -<br />

ta, más suave, manteniendo la constante<br />

irreal, fantasmagórica, de una ciudad que<br />

se hun de y que contagia su incertidumbre.<br />

Los dos últimos capítulos del libro<br />

(“Roma: una postal de San Pedro” y “Eli -<br />

jah Millgram”) forman viñetas, un último<br />

per sonaje que reafirma lo banal del viaje,<br />

la indiferencia ante el lugar de llegada.<br />

Sus palabras y observaciones regresan al<br />

viaje ro a su condición de minoría, de fu -<br />

gitivo en un mundo que avanza sin mirar<br />

atrás, devastando todo.<br />

Finalizado el recorrido por los capítulos,<br />

el lector puede volver a la pregunta<br />

¿estamos ante la decadencia definitiva de<br />

Occidente?, que plantea Gabriel Bernal<br />

Granados en el prefacio del libro, vin cu -<br />

lada por el autor al clásico ensayo de<br />

Oswald Spengler, La decadencia de Oc -<br />

cidente, escrito entre 1918 y 1923. Esta<br />

pregunta encuentra también correspondencia<br />

con El crepúsculo de la cultura<br />

americana (1999) del historiador cultu ral<br />

Morris Ber man, en el cual —como en el<br />

libro de Spen gler— se plantea la analogía<br />

con el derrumbe del imperio romano y los<br />

mecanismos que funcionaron para con -<br />

servar la cultura en espera de un incierto<br />

renacimiento. Para Berman la historia cul -<br />

tural de la humani dad no es cíclica, un<br />

fenómeno de expansión-contracción, es<br />

una espiral que ramifica los escenarios<br />

futuros, los vuelve casi infinitos, como<br />

los pensamientos que suceden en la men -<br />

te del viajero, los caminos a seguir en el<br />

in terminable deambular. Berman aventu -<br />

ra la posibilidad de una “resistencia mo -<br />

nástica”, una especie de guardia que,<br />

espontáneamente, sin liderazgos ni orga -<br />

nizaciones visibles, transmite pautas y có -<br />

digos culturales. En este tenor se mueve<br />

Ber nal Granados que, en su desencanto,<br />

aún se esfuerza en fijar objetos en la mi -<br />

rada, re cuerdos. Como los románticos po -<br />

ne en relie ve lo individual, la locura del<br />

artista frente a la masa homogénea y de -<br />

voradora. Sin embargo la pregunta que<br />

plantea el autor, la “decadencia definitiva<br />

de oc cidente”, a pesar de su influencia,<br />

no es un elemento que cohesione los capí -<br />

tulos de Una finestra che guarda tramontana,<br />

porque pesa demasiado, abrumaría<br />

un texto cuya inten ción es sondear cami -<br />

nos ambiguos, ima ginativos. Si el llamado<br />

pos modernismo relativiza todo, el viajero


us ca el relieve natural en las cosas y por<br />

eso la necesidad de aferrarse a la visión<br />

del arte porque es un momento que permanece,<br />

indeleble, en la memoria. La pre -<br />

gunta que siembra el autor sirve, en todo<br />

caso, para incomodar, para tender un an -<br />

zuelo al lector y que és te se sumerja en<br />

la prosa desencantada y elegante que re -<br />

corre las incidencias de un viaje a Italia.<br />

Retomo una de las ideas que planteé<br />

al inicio de este texto: ¿qué sentido tiene<br />

la mirada del viajero en un mundo uniforme<br />

y estrecho? Aventuro, en el tramo<br />

final de estas notas, una nueva respuesta:<br />

el escep ticismo y la extrañeza que en -<br />

contré en las páginas del libro de Gabriel<br />

Bernal Grana dos: el rescate del asombro<br />

de los antiguos viajeros mediante el len -<br />

guaje, las imágenes que logra el autor al<br />

evocar, por ejemplo, a Venecia como una<br />

ciudad inmaterial, una ciudad semejante<br />

a las imaginadas por Ita lo Calvino, im -<br />

pregnadas de una intensa presencia fe -<br />

menina: “La boca artificial de los palacios<br />

se abre a los oídos del viajero y repite el<br />

abalorio de su historia, que la alejan, la<br />

transforman en una ciudad inma terial; se<br />

abre como el cuerpo de una joven mora<br />

y al cabo de un breve lapso carna valesco,<br />

se endurece para no decir una pa labra más<br />

de su locura intensa.”<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

Energía concentrada<br />

GABRIEL BERNAL GRANADOS<br />

Jorge Juanes, Territorios del arte contemporáneo,<br />

Ítaca/Universidad Autónoma de<br />

Puebla/Universidad Michoacana de San<br />

Nicolás de Hidalgo, México, 2010, 488 p.<br />

+ XVI láminas.<br />

Después de Marx o la crítica de la econo -<br />

mía política como fundamento (1982) y<br />

Hölderlin y la sabiduría poética (2003),<br />

Territorios del arte contemporáneo es el<br />

libro más ambicioso, inclusivo y abarca -<br />

dor de Jorge Juanes. El libro se divide en<br />

dos grandes secciones. La primera toca<br />

las diferentes manifestaciones del arte a<br />

tra vés de la historia, desde el arte cristiano<br />

de los primeros siglos de nuestra<br />

era hasta las representaciones más hete -<br />

rodoxas del fenó meno artístico en nuestros<br />

días (el perfor mance, el cine, la fo togra -<br />

fía, el arte del cuerpo, el arte de la tie rra,<br />

el arte conceptual, el retorno a la fi gu -<br />

ración y la pintura, el arte digital). La<br />

segunda sección propo ne un recorrido pa -<br />

ralelo y enfoca los mismos problemas, pe -<br />

ro desde la perspectiva de las ideas y el<br />

pensamiento que ha teni do como refe -<br />

rente nutricio al mundo del arte. Aquí, y<br />

obedeciendo en todo momen to los intereses<br />

particulares del autor, vamos de Va -<br />

sari a Hegel, Kierkegaard, Nietzsche y<br />

Heidegger, para luego demorarnos en el<br />

comentario a los libros de algunos de los<br />

críticos y pensadores más influyentes en<br />

165


166<br />

el arte del siglo XX, como Benjamin,<br />

Adorno, Hans Sedlmayr, Clement Green -<br />

berg, Arthur Danto y Joseph Kosuth (por<br />

razo nes seguramente de espacio, Juanes<br />

no ha ce ningún comentario a la crítica de<br />

arte de Baudelaire y deja fuera la refe -<br />

rencia a la crítica que se ha producido en<br />

suelo la tinoamericano).<br />

No obstante su espíritu misceláneo y<br />

di dáctico, el libro de Juanes dista de ser<br />

un museo a la manera de La historia del<br />

arte del profesor Gombrich. Territorios<br />

del arte contemporáneo tiene un carácter<br />

eminen temente comprehensivo, que bus -<br />

ca escla recer y fijar el significado de una<br />

serie de hitos que han ido conformando,<br />

eso sí, la historia del arte y la historia de<br />

su pensa miento crítico. De ahí que Jua -<br />

nes no men cione una serie de artistas me -<br />

nores que, a la hora de una valoración<br />

crítica objetiva, no podrían ocupar un mis -<br />

mo lugar al lado de Velázquez, Goya, Mi -<br />

guel Ángel o Leonardo, para referirme<br />

solamente a los pintores.<br />

Pese a que el volumen en su totalidad<br />

es la transcripción, casi sin retoques, de<br />

una serie de programas radiofónicos que<br />

se transmitieron hace unos años por Radio<br />

Educación, el libro de Juanes posee una<br />

impecable coherencia programática que<br />

no da pie a la emergencia del azar en su<br />

exposición de los problemas del arte. Des -<br />

pués de haber leído las casi 500 páginas<br />

del libro, me sorprendió aún más la ca -<br />

pacidad de Juanes para improvisar sobre<br />

una serie de asuntos complejos, y organizarlos<br />

como si la serie obedeciera a las<br />

previsio nes de un guión concebido de an -<br />

temano. Esto sólo quiere decir que el li -<br />

bro funcio na como libro, y admite algunas<br />

considera ciones sobre la calidad de su<br />

contenido y de su prosa. La prosa de Jua -<br />

nes, eviden te no sólo en Territorios del<br />

arte contemporáneo sino en la prosa del<br />

conjunto de sus libros, tiene un carácter<br />

marcadamen te oral. Cuando Juanes es -<br />

cribe —al menos así me lo imagino— se<br />

levanta de su silla, camina, hojea libros,<br />

mira algunos de los pocos cuadros que<br />

cuelgan de las paredes de su casa, vuelve<br />

a sentarse, sigue escribiendo durante lar -<br />

gas rachas muy pareci das a espasmos o<br />

arranques de un vigoroso intelecto, contesta<br />

el teléfono, mira el apa rato de televisión<br />

donde se transmite un partido del<br />

Real Madrid, escribe, lee en voz alta lo<br />

escrito, hace anotaciones en un bloc a<br />

rayas y vuelve a escribir con la energía<br />

concentrada de quien está poseído totalmente<br />

por su tema. Así, lo que pri ma en<br />

el estilo de Juanes es el gesto, o lo que<br />

Juanes, tomando prestada una metáfora<br />

al mundo de la pintura, llama “lo pulsio -<br />

nal”. El cuerpo, el propio cuerpo está al -<br />

tamente involucrado en el proceso. Y<br />

éste es el significado último del infinitivo<br />

improvisar: la escritura, entendida como<br />

el vaso contenedor del pensamiento, se<br />

está haciendo a sí misma en el momento<br />

de ser transmitida de la mano al papel.<br />

Esto le confiere a los escritos de Juanes<br />

un considerable empuje y una vecindad<br />

con sus lectores: el lector no puede dejar<br />

de sentirse interpelado, e incluso “agredido”,<br />

por este hombre que se apasiona<br />

cuan do habla y escribe de arte.


Juanes no deja nada en el tintero. Quie -<br />

re abarcarlo y decirlo todo. Sin embargo,<br />

pese a sus énfasis y a las connotaciones<br />

complejas de los términos filosóficos que<br />

emplea, Territorios del arte contemporáneo<br />

es un libro polémico y abierto a las<br />

polari dades de la discusión. No es digresivo<br />

si no concentrado, hasta el punto de<br />

golpear sobre la mesa del escritorio con<br />

tal de po ner los puntos sobre las íes y de -<br />

cirnos con todas sus letras y acentos que<br />

la crítica de arte no debe confundirse con la<br />

literatura ni con las ensoñaciones de los<br />

poetas que han escrito malamente sobre<br />

arte. La crítica de arte debe partir de la<br />

obra para generar un nuevo pensamiento<br />

y para vol ver a ella, generando con ello<br />

el efecto elu sivo y preciso de un boome -<br />

rang.<br />

El programa, o el guión general al que<br />

obedece la secuencia episódica del libro<br />

de Juanes, tiene una marcada relación de<br />

interdependencia con los libros y los en -<br />

sayos que Juanes ha publicado a lo largo<br />

de la última década. Libros sobre pintura<br />

y crítica del pensamiento a los que<br />

uno tiene que recurrir si busca encontrar<br />

de talles o elaboraciones más prolijas. Si<br />

Juanes hace énfasis en Hölderlin y lo poé -<br />

tico-pen sante es porque antes ha publicado<br />

un li bro sobre el particular; o cuando<br />

ha bla de Goya y la naturaleza “desaseada”<br />

y corporal de su pintura, uno no<br />

puede evitar remitirse a su libro sobre<br />

Goya y la modernidad como catástrofe.<br />

Lo mismo sucede con Leonardo y algu -<br />

nos tópicos del Renacimiento y la pintura<br />

veneciana, en particular el problema<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

del color y la carnación de las figuras en<br />

Giorgione. Con Dalí, con Pollock, con Ar -<br />

taud, con Kan dinsky y con Duchamp, ar -<br />

tistas a los que Juanes ha dedicado sendas<br />

monografías y que cita de cuando en<br />

cuando durante el desarrollo de su discurso<br />

ra dial. Sin embar go, las discusio -<br />

nes que podemos encontrar en este libro<br />

nos re servan sorpresas iné ditas y momen -<br />

tos de gran apasionamiento en relación<br />

sobre todo con la obra de algu nos pinto -<br />

res. Yo rescato los pasajes dedi cados a<br />

Velázquez y san Juan de la Cruz o la conmovedora,<br />

por puntual, secuencia en la<br />

que Juanes refiere el modo en que está<br />

pintado un autorretrato de Rembrandt.<br />

La seriedad y los valores escuetos de su<br />

comentario a Las señoritas de Avignon<br />

me parecen un reflejo fidedigno del ran -<br />

go que Juanes le otorga a la crítica de<br />

arte: por encima de la interpretación, se<br />

encuen tra el hecho irrefutable de la obra.<br />

El crítico debe palpar y observar antes<br />

que tratar de in terpretar adecuadamente.<br />

Esto supo ne un alto grado de intimidad<br />

con el arte. Y el crítico, si de veras quie -<br />

re serlo, de be ser partícipe activo de la<br />

obra. Pese a su tí tulo, Territorios del<br />

ar te contemporáneo, algo me dice que<br />

Jua nes se siente mucho más a gusto en<br />

compañía de los pinto res de antaño que<br />

con los artistas de lo es trictamente nuevo<br />

y contemporáneo. Las mejores páginas<br />

del libro no en balde es tán consagradas<br />

a la plástica: mencio né a Picasso y a Ve -<br />

lázquez. Y vale decir que la bibliografía<br />

de Juanes aún no ha contemplado un es -<br />

tudio sobre este último y los vasos comu-<br />

167


168<br />

nicantes que se extienden de su obra a la<br />

de san Juan de la Cruz.<br />

Territorios del arte contemporáneo es<br />

un ajuste de cuentas con la noción de que<br />

el arte es un asunto connatural a la exis -<br />

ten cia del hombre y a las circunvoluciones<br />

de su pensamiento. En reiteradas ocasio -<br />

nes a lo largo de su libro, Juanes nos re -<br />

cuerda que no hay arte sin pensamiento<br />

ni arte que excluya al cuerpo, aquello<br />

que Nietzsche llamaba la dimensión trági -<br />

ca del arte griego, esto es, la fusión de lo<br />

dioni siaco en lo apolíneo y la no cancela -<br />

ción de la forma sino lo opuesto: su emer -<br />

gencia y esplendor y su convivencia con<br />

lo atmos férico intangible de la idea. “El<br />

arte debe ser pensado siempre desde<br />

el arte y (...) el arte es en sí un incentivo<br />

para el pensa miento radical, libre, ajeno<br />

a los maniqueís mos de las posiciones de<br />

Verdad y de la política de los políticos”,<br />

dice Juanes en el Prólogo a su libro.<br />

Al poner en perspectiva histórica a las<br />

artes tradicionales o heredadas, la pintura<br />

de caballete y la escultura de pedestal,<br />

y refiriendo el momento en que las artes<br />

se despojan de los soportes tradicionales<br />

y se abren a nuevas posibilidades de ex -<br />

pre sión, Juanes está definiendo su posición<br />

sobre el arte. Siguiendo a Nietzsche<br />

y a los poetas románticos alemanes, Jua -<br />

nes lo entiende como el lugar donde el<br />

hombre se juega su propio destino. Pero<br />

también como la encarnación de una esen -<br />

cia intelectual e intangible. Si no hay pen -<br />

sa miento, no hay arte; y viceversa. El<br />

momento actual, que supone la inoperatividad<br />

de los esquemas tradicionales de<br />

perfilar y reconfigurar el arte, se abre<br />

más que nun ca a los horizontes de lo sub -<br />

jetivo. Ahora más que nunca el crítico o<br />

el pensador sobre el fenómeno artístico<br />

se ha convertido en un colaborador indispensable<br />

del artista. Y el libro de Juanes<br />

es un testimo nio fehaciente de ello.<br />

Un sol oscuro<br />

EDUARDO MOGA<br />

Andrés Sánchez Robayna, La sombra<br />

y la apariencia, Tusquets, Barcelona,<br />

2010, 234 p.<br />

Aunque en la solapa del volumen se nos<br />

dice que Andrés Sánchez Robayna (Las<br />

Palmas, 1952) nos ofrece “su nuevo y<br />

esperado libro”, de La sombra y la apa -<br />

riencia ya conocíamos algunas partes, que<br />

habían ido apareciendo en los últimos<br />

años en catálogos laterales, de menor di -<br />

fusión. Son cuatro de las siete secciones<br />

del poemario: “Correspondencias” y “So -<br />

bre una confidencia del mar griego”, pu -<br />

blicadas en la colección “Signos”, de


Huerga & Fie rro, en 2005, con ilustraciones<br />

de Antoni Tàpies; “En el centro<br />

de un círculo de is las”, en la Fundación<br />

César Manrique, en 2007, con dibujos de<br />

José Manuel Broto; y “Reflejos en el día<br />

de Año Nuevo”, por el Museo Internacio -<br />

nal de Arte Contempo ráneo, de Lanzaro -<br />

te, en 2008, con ilustra ciones de José<br />

María Sicilia y traducción al inglés de<br />

Stephanie Frances Flood. La sombra y la<br />

apariencia permite una visión panorámica<br />

de muchos de los temas recu rrentes y<br />

giros estilísticos del autor canario. En pri -<br />

mer lugar, se advierte su inclinación so -<br />

lar, común a tantos poetas isleños: el mar,<br />

las playas, los roques, bañados por una<br />

luz inacabable, pueblan sus poemas co -<br />

mo sím bolos del mundo contemplado. El<br />

cosmos insular se prolonga en las composiciones<br />

de “El lugar del zunzún”, que<br />

recrean una estancia en Cuba, con sus<br />

desafueros tro picales y sus personajes ad -<br />

mirados, como José Martí, Lezama Lima<br />

o María Zambra no. Otro viajes, por Gre -<br />

cia y las islas del Egeo, añaden paisajes<br />

mediterráneos a esta exaltación de lo pe -<br />

lágico. Sánchez Robay na se demora en -<br />

tonces en las hebras del tapiz helénico,<br />

que lo son de un mundo material, aro -<br />

mático y henchido de color, pero también<br />

de una cultura ideal, de un espacio<br />

mítico: la cal, las higueras, las ci garras,<br />

los pinos, las olas, los olivos, entrevera -<br />

dos de topónimos griegos y figuras de la<br />

cultura clásica —la Naxos de Ariadna y la<br />

Sunion cantada por Carles Riba; Ar quí -<br />

loco, padre putativo de la poesía satírica,<br />

y Parménides, que creía en la inmuta bi -<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

lidad del ser—, configuran el decorado<br />

de escenas perfiladas con minuciosidad y<br />

también con ensimismamiento. Porque los<br />

paisajes descritos son la forma en que la<br />

realidad se manifiesta, con su esplendor<br />

ático, pero asimismo el extremo inalcan -<br />

za ble de la conciencia, el último jalón del<br />

yo: “Una sed no saciada, una sed en verdad<br />

inagotable es tu nombre, conciencia”,<br />

es cribe Sánchez Robayna. El poeta<br />

mira, pues, hacia dentro, “en los nombres<br />

inter nos o secretos”: la visión del mundo<br />

excita la contemplación del sujeto viden -<br />

te. La som bra y la apariencia afirma el<br />

ansia del cen tro, la armonía de lo disperso<br />

o enemigo, la procura de la unidad.<br />

Los sentidos del poeta barren la realidad<br />

para reunir sus añicos, sus heteróclitas<br />

epifanías, en la mú sica absoluta de las sí -<br />

labas y la deslumbra da realidad del poe -<br />

ma. Sánchez Robayna pretende la fusión,<br />

la reconciliación, el Uno —así lo escribe,<br />

en mayúsculas—, e, im buido de la sacra -<br />

lidad de ese propósito trascendente, sos -<br />

tiene que “todo es templo”. Su afán se<br />

concreta en un escrutinio lacerante de las<br />

cosas, que se convierte en una aprehensión<br />

estremecida de las cosas: un hervor<br />

frío que refrena la huida de lo existente. La<br />

sombra y la apariencia —dos sustanti vos<br />

que no per miten dudar de la naturale -<br />

za inmaterial, acaso falaz, de lo percibi -<br />

do— es un cúmulo de fogonazos de tiempo,<br />

de explosiones sensoriales, apenas captu -<br />

rados, que nos inundan fugaz y violentamente.<br />

E igual que Eliot sostenía que el<br />

presente y el pasado quizás estuvieran<br />

contenidos en el futuro, y éste en el pasa-<br />

169


170<br />

do, Sánchez Robayna habla de to dos los<br />

instantes en este instante, de todos los<br />

tiempos en este tiempo: “No un punto in -<br />

móvil / en el tiempo indiviso / sino el<br />

punto candente del instante que gira, /<br />

su ma tal vez de instan tes en lo múltiple, /<br />

en una convergencia de tiempo y dura -<br />

ción…” La consideración del tiempo apre -<br />

sado en su transcurso conduce al poeta a<br />

la considera ción de naturaleza perecede -<br />

ra de las cosas y a la evidencia de su<br />

desaparición: dos veces repite el omnia<br />

mors poscit senequia no en una de las com -<br />

posiciones. La sombra y la apariencia con -<br />

tiene varias elegías: a Rachel Corrie, la<br />

pacifista estaduniden se aplastada en Gaza<br />

por una excavadora israelí; al músico po -<br />

laco Henryk Górecki; al poeta brasileño<br />

Haroldo de Campos; a los muertos en el<br />

atentado del 11-M en Ma drid. Y también<br />

abundantes homenajes funerarios, como<br />

los que rinde el autor con sus visitas a las<br />

tumbas de Juan Ramón Jiménez (“El<br />

niñodiós anduvo / por estas calles blancas:<br />

/ piedra y cielo nacían / dentro de la<br />

mañana”), Keats, Mallarmé y Borges. Una<br />

cons telación de símbolos insiste en la fu -<br />

gacidad constitutiva del ser: las hojas se -<br />

cas, metáfora de la caída y la muerte,<br />

pero también del renacimiento in cesante<br />

de la vida; el vilano, ese apéndi ce filamentoso<br />

de algunas plantas, y su ingrávida<br />

insignificancia; la sombra que pasa:<br />

“Quién es la sombra que ahora pa sa”, se<br />

pregunta el poeta en “Una sombra”; y en<br />

“Ierí Limni” afirma: “Pasas, sombra bal -<br />

día, / sobre la coagulada luz del mundo”.<br />

La nada es el epifonema de esta serena<br />

re flexión sobre la oscuridad, realizada<br />

con la misma claridad apolínea que ilumina<br />

los poemas celebratorios de La som -<br />

bra y la apariencia. El análisis del envés<br />

tenebroso de lo observado concluye en la<br />

inexistencia, aunque impregnada de un<br />

sentido seminal, de un sustrato corpóreo<br />

o locativo, como la anulación de los místicos:<br />

es una nada que auspicia el verda -<br />

dero saber, una nada de seante o sedienta,<br />

una lumbre suave, una niebla espesa, co -<br />

mo dice el poeta en varios lugares; es la<br />

sublimación de lo visible. Este antiguo<br />

binomio de la sustancia y la apariencia,<br />

de lo aje no y lo entrañado, de la vida y la<br />

muerte, encuentra en el libro de Sánchez<br />

Robayna otro par en el que mani festarse:<br />

la luz y la negrura, que se hacen, a me -<br />

nudo, una. La primera es omnipresen te:<br />

no hay conciencia sin ella, y sin concien -<br />

cia no hay mundo. La luz adopta todas<br />

las formas de la carne: se hace piedra,<br />

agua, superficie. Pero se asocia, con pre -<br />

ferencia, a lo alto: el cielo, las nubes, el<br />

aire, el amanecer y el ocaso. Su voluntad<br />

es ascen dente; su propósito, espiritualiza -<br />

dor. La negrura, por su parte, refleja su<br />

polo opues to —la pérdida, el silencio:<br />

la extinción—, pero también su origen: la<br />

grieta de don de brota, la nega ción necesaria<br />

para que algo se afirme. Y ambas,<br />

en efecto, se en trelazan, para cons tituir<br />

la luz negra que ya cantaba la Biblia —“os -<br />

curidad como luz”, dice el salmista;<br />

“oscuridad, tu luz”, escribe Sánchez Ro -<br />

bay na—, el oxímoron visitado por Pínda -<br />

ro y Álvarez Ortega, por Góngora y Kozer,<br />

por Nerval y Valente, que significa la to -


talidad perseguida pero inac cesible, la<br />

reconciliación con un mundo her moso y<br />

feroz, la pacificación del yo.<br />

Luigi Amara:<br />

cazador de infamias<br />

FERNANDO DE LEÓN<br />

Luigi Amara, Los disidentes del universo,<br />

Gobierno del Estado de México,<br />

México, 2011, 160 p.<br />

Los disidentes del universo, de Luigi<br />

Amara, es un libro de ensayos cuyos te -<br />

mas son apasionantes, aunque en su conjunto<br />

pro pongan una visión excéntrica de<br />

la pasión. El título y su epílogo lo plantean<br />

claramen te: los personajes que protago -<br />

nizan estos perfiles son, por sus historias,<br />

características y manías, seres infames en<br />

el sentido doble que adopta el término,<br />

de descrédito y de injusto anonimato al<br />

que conduce, en tre otras causas, el propio<br />

descrédito. Per sonajes que están no -<br />

toriamente fuera de lo que, en general,<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

llamaríamos nuestro uni verso, nuestra co -<br />

tidianidad, nuestro sentido común. Sin<br />

embargo, esta marginalidad en la que ha -<br />

bitan, lejos de incitar la misericor dia de<br />

los que aún estamos dentro de nues tra<br />

fantasmal normalidad, los vuelve al ins -<br />

tante seres perturbadoramente admirables,<br />

porque han vivido de una forma singular<br />

e irrepetible. Los personajes que han<br />

atrapado la atención de Luigi Amara son<br />

John Connish y su adicción por hacer<br />

cola, o fila, como mejor se entienda; Jo -<br />

han nes Richter, prácticamente un inqui -<br />

sidor que investiga la autenticidad y censura<br />

sin piedad las últimas palabras antes<br />

de morir de las celebridades; Thomas<br />

Lloyd, excén trico comedor de papel; Ju -<br />

lia Pastrana, una mujer cubierta total -<br />

men te de cabello, exhibida en circos por<br />

su propio esposo; ajedrecistas que se ensi -<br />

misman durante horas para hacer una<br />

movida en una partida de ajedrez, Roy<br />

Robert Smith, hombre que ha permane -<br />

cido prácticamente inerte toda su vida;<br />

Isidoro García Saldaña, taxidermista de<br />

animales fantásticos. Cada ensa yo cum -<br />

ple con creces las expectativas que desde<br />

el planteamiento del tema general, cada<br />

ensayo conlleva una reflexión profun da y<br />

es ejecutado con una dosis de humor ne -<br />

gro porque en ellos abundan las anécdotas<br />

que sorpren den y divierten.<br />

En este punto, yo quisiera aconsejar al<br />

futuro lector de este libro: desconfiar de<br />

la veracidad de los datos presentados por<br />

el ensayista es algo extremadamente agotador<br />

e innecesario, crean en él, pacten<br />

con él y comprobarán que lo que plantea<br />

171


172<br />

son proble mas genuinos, y que si en al -<br />

guno que otro punto no lo han sido para<br />

la historia, ahora lo son para la mente del<br />

lector que los registra.<br />

Todo ensayo tiene, de una manera inicial,<br />

un espíritu de monólogo, de soliloquio,<br />

porque algo nos quiere contar o<br />

plantear el autor sobre sí mismo, pero<br />

leer a Luigi Amara, más que escucharlo,<br />

es conversar con él, incluso dialogar con<br />

su tema. Tie ne no sólo la habilidad de po -<br />

ner a pensar al lector sino de despertar<br />

su voz para lle varlo al amistoso mundo de<br />

la discusión. Tiene, además, atributos que<br />

lo dotan in creíblemente para el ensayo:<br />

por una parte, su formación como filósofo<br />

le exige claridad de ideas y su calidad<br />

de poeta lo lle va a buscar en todo mo -<br />

mento la palabra exacta y la frase que dis -<br />

pare la imagina ción del lector. Por si eso<br />

fuera poco, es tamos ante un autor que<br />

valora y ejerce el poder de la ficción.<br />

La idea de que Amara es un ensayista<br />

que ha pensado mucho en el fondo y la<br />

for ma de este libro es patente desde el<br />

orden propuesto para los ensayos: así, un<br />

lector afecto a la continuidad, como yo<br />

(los hay respetablemente dispersos), que<br />

se adentra en cada perfil, descubrirá que<br />

el excén trico ensayo sobre hacer cola es<br />

su punto de partida y el taxidermista,<br />

amante de lo inamovible, del ensayo fi -<br />

nal, es su punto de llegada. Es decir, que<br />

incluso de forma estructural, Amara en -<br />

saya un proceso que va de la lentitud a<br />

la inmovilidad absoluta, de la aparente su -<br />

perficialidad de hacer cola, aspirando<br />

al lento avance por turno, a los ensayos<br />

finales que son la metafísica de un Kas -<br />

par Hauser voluntario y a una exaltación<br />

de la filosofía del Bartleby de Melville:<br />

“preferiría no hacerlo” y al ensa yo sobre<br />

la taxidermia fantástica que es de entrada<br />

la inmovilidad biológica absoluta. La<br />

movilidad e inmovilidad son una sola obse -<br />

sión, sugerida en el Amara poeta de El<br />

cazador de grietas y declarada nota ble -<br />

mente ya en el Amara ensayista de El<br />

peatón inmóvil.<br />

El camino de la lentitud a la inmovilidad<br />

es sinuoso y a veces laberíntico en<br />

los textos de Amara. Por ejemplo, en el<br />

ensayo sobre los ajedrecistas absortos<br />

que encon tramos a medio libro, el autor<br />

se pregunta qué pensarán los brillantes<br />

ajedrecistas en tre demoradas movidas, si<br />

será un mara villoso despliegue de racio -<br />

cinio casi delirante. Al siguiente párrafo,<br />

Amara plantea otra duda igualmente inte -<br />

resante que desca lifica a la primera, la<br />

cual yo la enunciaría así: quizás esa de -<br />

mora sea sólo la estrategia de una mente<br />

amañada pero no brillante. Acto seguido,<br />

Amara propone una tercer vertiente que<br />

conduce a una suerte de mis ticismo del<br />

ajedrez. El ensayista, en tres párrafos,<br />

nos presenta tres caminos, nos convence<br />

en cada ocasión de que cada cami no nos<br />

lleva a una respuesta satisfactoria. Quizá<br />

los planteamientos de Amara tengan la<br />

cualidad de la retórica pero, por la sinceridad<br />

de su búsqueda, sospechamos<br />

que toda pregunta retórica tiene la espe -<br />

ranza de dejar de serlo, de tener una res -<br />

puesta no evidente. De golpe comprende -<br />

mos que la respuesta es sí. Sí a todo: la


abstracción de los ajedrecistas a veces es<br />

un delirio ma ravilloso, a veces también<br />

es una trampa psicológica y, a veces, las<br />

menos pero su cede, es un arrobo místico:<br />

como lector de este ensayo me descubro<br />

absorto ante el texto como ante un<br />

tablero de ajedrez. El camino de la lentitud<br />

a la inmovilidad es el camino de la<br />

abstracción.<br />

Los ensayos contenidos en Los disi -<br />

den tes del universo son puertas a perso -<br />

najes y situaciones extraordinarias que se<br />

conectan de manera secreta pero directa<br />

con el resto del universo: son el margen<br />

que recuerda haber sido centro, porque<br />

algo hay en noso tros de raro y de alucinante,<br />

algo que sub terráneamente lucha<br />

por aflorar en cada uno de nosotros co -<br />

mo fuego fatuo, y que siem pre hemos so -<br />

metido y ocultado, algo que nos lleva a<br />

leer con avidez este libro y a sol tar, de<br />

vez en cuando, una risita nerviosa de asom -<br />

brosa complicidad.<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

Ciudad irreal<br />

DAVID OLGUÍN<br />

Geney Beltrán Félix, Habla de lo que<br />

sabes, Jus, México, 2009, 160 p.<br />

Geney Beltrán Félix es un escritor acu -<br />

cio so; pero más allá de saber que meditó<br />

lar gamente las páginas de Habla de lo<br />

que sabes, me interesa poner énfasis so -<br />

bre el hecho de estar ante su primer libro<br />

de na rrativa. Para ciertos escritores, el<br />

“primer libro” es una especie de mapa de<br />

ruta que presagia el porvenir. Al final<br />

de los diez cuentos reunidos, Beltrán Fé -<br />

lix incluye una cita de Alejandra Pizarnik<br />

a manera de epí logo: “Pero no hables de<br />

los jardines, no hables de la luna, no ha -<br />

bles de la rosa, no hables del mar. Ha -<br />

bla. Habla de lo que sabes. Habla de lo<br />

que vibra en tu médula y hace luces y<br />

sombras en tu mirada, ha bla del dolor in -<br />

cesante de tus huesos, habla del vértigo,<br />

habla de tu respiración, de tu desolación,<br />

de tu traición. Es tan oscuro, tan en silen -<br />

cio el proceso a que me obligo. Oh habla<br />

del silencio.”<br />

Este epílogo se convierte, así, en un<br />

prólogo de la aspiración literaria de Bel -<br />

trán Félix y el porqué de su escritura de<br />

ficción, una especie de acta poética. En es -<br />

te sentido, los protagonistas de esta co -<br />

lección de cuentos no son las complejas<br />

relaciones en tre ficción y realidad, ni las<br />

refinadas acro bacias de la inteligencia o<br />

del ingenio. Beltrán Félix habla de lo que<br />

173


174<br />

sabe y bus ca escribir, al decir de Nietz -<br />

sche, “con sangre porque la sangre es<br />

espíritu”. Sin duda es un escritor con un<br />

depurado oficio, pero ante todo aspira a<br />

saber de la gente; desentrañar el interior<br />

de las personas de termina su acerca mien -<br />

to a la ficción. No en vano nuestro autor<br />

entiende de teatro y le apasiona Dos -<br />

toievski, y conoce también los tristes pai -<br />

sa jes de las almas en la estepa rusa, saberes<br />

que no sólo están presen tes en la habilidad<br />

con la que dialogan los personajes<br />

de Habla de lo que sabes.<br />

En el único poema que escribiera mi<br />

maestro Ludwik Margules, un poeta de la<br />

escena y buen lector de poesía, pero a<br />

quien la escritura de una carta podía pro -<br />

vocarle varios insomnios, el doctor Chejov<br />

hace acto de presencia de manera extraordinaria:<br />

La fugacidad del tiempo y un mapa de<br />

África sustituyen la<br />

facultad del lenguaje<br />

La conversión del escenario en la platina<br />

de un microscopio<br />

Permite la observación dilatada de la<br />

agonía del hombre<br />

El doctor es un estudioso<br />

Vigila meticulosamente la antropología<br />

del sufrimiento.<br />

Beltrán Félix, contador de historias,<br />

busca pulsar la fibra humana en la gran -<br />

deza de su razón y su sinrazón. Padece<br />

con sus personajes, habita delirios, es -<br />

carba en la dignidad de su miseria y en<br />

sus sueños, construye paisajes mentales<br />

—fragmenta rias explicaciones de cómo<br />

esas criaturas tratan de articular su idea<br />

muy personal que se hacen de las cosas.<br />

La conciencia de la irracionalidad del<br />

dolor, su “por nada” casi irrisorio, hacen<br />

de Chejov y de Kafka, a pesar de estilos<br />

tan diferentes, escrituras hermanas. El ab -<br />

sur do es el trasfondo de una visión del<br />

mundo que puede hacer de la estepa ru -<br />

sa, de un ghetto judío o de una urbe in -<br />

finita como la nuestra —ciudad irreal, diría<br />

Eliot— un paisaje interior. Como los docto -<br />

res de Che jov que miran la irracionalidad<br />

del sufri miento, como los intros pectivos<br />

y delirantes sonámbulos dostoievskianos,<br />

Beltrán Fé lix quiere hablar de lo que sa -<br />

be en una ciudad del alma, real e ilusoria,<br />

una ciudad que habla, respira, suspira,<br />

exhala. No es un telón de fondo; vive y<br />

muere en las permanentes crisis interio -<br />

res, apocalipsis de conciencia y en los con -<br />

flictos de jóvenes, escritores fracasados,<br />

un cajero, burócra tas, estudiantes, ancia -<br />

nos y madres de fami lia que pueblan esta<br />

colección de cuentos.<br />

La ciudad de esta gente adolorida es<br />

lo que no es, una fuga: en el cuento que<br />

lle va por título “Keppel Croft”, ese nombre,<br />

“un paraje bellísimo en Ontario, fren -<br />

te a Georgian Bay”, le parece a un hombre<br />

amaridado, que fantasea con una<br />

adolescente en pleno cuarto conyugal, la<br />

invitación a huir de todo (su familia y<br />

empleo, la ciudad y los días grises), desaparecer.<br />

Pero él solo invoca los fantasmas<br />

mirando a través de la ventana a una<br />

ciudad donde nunca neva: “supo que na -<br />

da había entendido, él, ella, el significa-


do de Keppel Croft, ese nom bre viejo que<br />

lo seguía esperando por den tro en la for -<br />

ma de un terremoto milenario”.<br />

En otro cuento, un oficinista mata y<br />

con vierte a la ciudad en un río que devora<br />

y cuyo caudal ojalá pudiera ocultar el<br />

crimen: “Toda la noche y toda la mañana<br />

ha llovi do, no tarda el río en rebelarse a<br />

los di ques y se llevará mi casa y el cadá -<br />

ver de Porfirio, y yo también habré de ser<br />

muy pronto carne sin conciencia.” Ciu -<br />

dad ra biosa y violenta, ciudad donde, en<br />

el cuen to “Anoche soñé que volaba”, un<br />

cajero de Superama, tras matar a un clien -<br />

te, huye y tras correr y correr respira tran -<br />

quilo por un instante: “Y mientras cada<br />

cosa se hace más nimia y él se siente li -<br />

gerísimo, ve con alegría el sol ponerse<br />

como un candado ígneo sobre la Ciudad,<br />

todo tiene contornos, to do es real y vive<br />

y vibra y brilla y su cuerpo se va disipan -<br />

do y se vuelve polvo, bruma, nada, sólo<br />

aire anochecido sobre la ciudad, esta be -<br />

lla y agria Ciudad sin remedio.”<br />

En 1856, Melville publicó Bartleby. Ese<br />

Wall Street de hace 155 años es vis to co -<br />

mo un mausoleo, rascacielos de entonces,<br />

oficinas con ventanas que dan hacia muros<br />

ciegos, hombres que cruzan en domingo<br />

—vestidos de riguroso negro burocrático—,<br />

plazas solitarias que, en días de ofi -<br />

cina, ates tadas de gente, transpiran la<br />

misma soledad.<br />

Geney nos lleva de la realidad, del<br />

pai saje externo, a la construcción del pai -<br />

saje mental, castillos de aire que se fincan<br />

en la carne de la gente. El asombro<br />

o lo extra ño, en sus cuentos, no da pie a<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

lo fantástico. Tampoco su temple perte -<br />

nece a la limpia geometría que mira el<br />

absurdo de nuestros comportamientos iló -<br />

gicos con agu deza racionalista. Borges di -<br />

ce a propósito de Bartleby: “Es como si<br />

Melville hubiera escrito: ¡Basta que sea<br />

irracional un solo hombre para que otros<br />

lo sean y para que lo sea el universo!”<br />

Pero la palabra universo es tan absoluta<br />

que olvida lo minúsculo, la tortura<br />

interior que nace de emprendimientos co -<br />

ti dianos, la mazmorra del alma, la angustia<br />

de Apolli naire que, en la madrugada<br />

etílica de Zona, dice: “Oh torre Eiffel, el<br />

rebaño de tus puen tes bala”, o de la ciudad<br />

irreal en La tie rra baldía con sus ca -<br />

tástro fes del espíritu.<br />

La Ciudad de Geney Beltrán es el pai -<br />

saje interior después del terremoto coti -<br />

diano, un paisaje de ángeles caídos. Un<br />

hombre parece recorrerla —¿acaso muer -<br />

to o muriendo?— y queda atrapado en un<br />

puente peatonal que se convierte en su<br />

jau la inescapable. En “Sara antes del fue -<br />

go”, una mujer, maltrato sobre maltrato,<br />

da un par de pasos, cruza el umbral de<br />

su gara ge y accede a una posible libe ra -<br />

ción interior al avanzar hacia lo descono -<br />

cido. En “Hondonada”, un pesado escritor<br />

joven —para nada un peso pesado sino<br />

un me diocre escriba gordo, de más de cien<br />

kilos a la sombra—, literalmente se pier -<br />

de y una caminata verifica el drama hu -<br />

mano del extravío y la muerte.<br />

Borges llama a este género de historias<br />

“el de las fantasías de la conducta y<br />

el sen timiento”, pero si el delirio hace del<br />

paisa je mental una cárcel piranesiana, ya<br />

175


176<br />

estamos en otra cosa, algo cercano a la<br />

pesadilla. Habla de lo que sabes encie rra<br />

el vértigo de lo extraño, pero tiene la sa -<br />

biduría de los que despiertan del mal sue -<br />

ño para contar. “Es tan oscuro, tan en<br />

silencio el proceso a que me obligo”, di -<br />

ce Pizarnik. “Oh habla del silencio”. Bel -<br />

trán Félix no sólo escribió un buen libro<br />

de cuentos, sino un libro que es un alega -<br />

to sobre algunos porqués de la escritura.<br />

<strong>Crítica</strong> de la poesía crítica<br />

FELIPE VÁZQUEZ<br />

Ignacio Ruiz-Pérez, Nostalgia de la unidad<br />

natural: la poesía de José Carlos Becerra,<br />

Instituto Mexiquense de Cultura,<br />

Toluca, 2009, 162 p.<br />

I<br />

Una de las manías de la “crítica literaria”<br />

mexicana consiste en hablar del autor y<br />

desplazar la obra a una zona de sombra.<br />

El objeto de la crítica, la obra, queda al<br />

margen, nimbada por la aureola de lo<br />

into cable; y el autor adquiere un papel<br />

pro ta gónico tan cuestionable como es ca -<br />

broso. El peor vicio, sin embargo, aparece<br />

cuando el “crítico”, al hablar de cual -<br />

quier obra, habla sólo de sí mismo; y esta<br />

suerte de autobiografía parasitaria sólo<br />

muestra un desprecio tácito por la literatu -<br />

ra. Y para desaliento de la aldea literaria<br />

mexica na, quizás hay demasiados escri -<br />

tores que ejer cen el ninguneo militante<br />

de la lite ratura.<br />

Refiero esta situación a propósito del<br />

libro Nostalgia de la unidad natural: la<br />

poe sía de José Carlos Becerra, de Igna -<br />

cio Ruiz-Pérez, quien se propuso analizar,<br />

de manera rigurosa e imaginativa, la obra<br />

poética del autor tabasqueño más allá del<br />

abundante anecdotario sobre su vida, sus<br />

andanzas, sus amistades y su trágica muer -<br />

te. A dife rencia de los expertos en esca -<br />

motear la obra al mismo tiempo que la<br />

“critican”, Ruiz-Pérez ejerce la crítica a<br />

ras de poema. Y aunque hay poemas de<br />

Becerra que requie ren un contexto biográ -<br />

fico para compren derlos con amplitud, el<br />

crítico nunca pierde de vista que su objeto<br />

de análisis es la poe sía. Por otra parte,<br />

no se trata del árido estudio de un aca dé -<br />

mico —aunque el autor lo es— sino de una<br />

lectura inteligente y eru dita que un poeta<br />

realiza sobre los poemas de otro poeta. Pa -<br />

ra ello, Ruiz-Pérez reto ma el discurso so -<br />

bre la poesía moderna de Octavio Paz y<br />

lo aplica al análisis e interpretación de El<br />

otoño recorre las islas, tí tulo que reúne<br />

los libros de poesía de Be cerra, compilado<br />

por Gabriel Zaid y José Emilio Pa -


checo y publicado por la editorial ERA<br />

en 1973.<br />

Antes de comentar grosso modo la es -<br />

tructura de Nostalgia de la unidad natural,<br />

quiero hacer un breve comentario<br />

sobre la poesía de Becerra para que el<br />

lector com prenda la dispositio crítica de<br />

Ruiz-Pérez.<br />

II<br />

La poesía de José Carlos Becerra (1936-<br />

1970) traza un arco que va del lenguaje<br />

adánico, casi inocente en su capacidad<br />

ge nésica y celebratoria, hasta el lengua -<br />

je crítico de sí mismo: re-flexivo, desarticulado<br />

y fragmentario en su intento por<br />

cuestionar sus propios mecanismos de<br />

enunciación. En el sistema de Octavio<br />

Paz, diremos que Becerra inicia su tra -<br />

yectoria poética arma do de la teoría de<br />

las correspondencias uni versales (ana -<br />

lo gía), pasa por un periodo crítico (de<br />

crisis, véase el sentido etimo lógico) y culmina<br />

en la ironía: la conciencia cons cien -<br />

te de sí y de su propia muerte, consciente<br />

de su escisión respecto del mun do, cons -<br />

cien te de su condición desasida. (En el<br />

pró logo de El otoño recorre las islas, Paz<br />

se refiere a la fractura de la visión ana -<br />

lógi ca como “encuentro con la realidad”,<br />

la que produjo “los mejores poemas de<br />

Be cerra”).<br />

En la cima de este arco verbal se des -<br />

pliega el versículo como un oleaje (di -<br />

go oleaje por la recurrencia de la anáfora<br />

en muchos poemas), las líneas versuales<br />

se extienden sobre la página y se van en -<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

gar zando en una suerte de danza eróti -<br />

ca y, como Shiva, en esa danza crea y<br />

destruye, aunque la fuerza resultante es<br />

la euforia creadora del lenguaje. En este<br />

punto, la imagen —la imagen demiúrgica—<br />

adquiere una presencia absoluta. La<br />

concepción del tiempo es circular y el<br />

uni verso es el espacio de la semejanza<br />

(de la unidad). En su devenir, el universo<br />

se di ce y, al decirse, se crea semejante<br />

a sí mis mo. El poema es aquí una de las<br />

formas que el universo tiene de decirse,<br />

de nombrarse; y más aún: el universo es<br />

cons ciente de sí en el poema.<br />

Al final del arco, el verso se acorta,<br />

se vuelve contra sí, y roza el filo del si -<br />

lencio: el lenguaje toca los límites de su<br />

relación con la realidad y consigo mismo,<br />

y ya no es el hacedor de imágenes sino<br />

el instrumento que disecciona las imáge -<br />

nes. La conciencia de la muerte lo vuel ve<br />

iró nico y metapoético: “La ironía —co -<br />

menta Ruiz-Pérez— es la conciencia de<br />

la ruptura en tre el sujeto y su entorno: el<br />

fracaso de su poder trascendental, pero<br />

también la con ciencia de ser un ente<br />

caí do, contingente y, en suma, expulsa -<br />

do del orden universal. A diferencia de<br />

la ana logía, la ironía señala que la có pula<br />

entre la palabra y el objeto que ésta de -<br />

signa es una convención: es la concien -<br />

cia de la al teridad y no de la unidad que<br />

aparece con la Edad Moder na y el afán<br />

por el progreso.”<br />

También podemos pensar la trayectoria<br />

lírica de Becerra desde el punto de<br />

vis ta deconstructivo. En efecto, el versículo<br />

se despliega de manera elocuente,<br />

177


178<br />

suntuosa y casi vegetal; las palabras es -<br />

ta blecen una relación erótica que im -<br />

pulsa el desborda miento rizomático del<br />

poema; y de mane ra sucesiva, cada poe -<br />

ma rompe sus propios límites poseído por<br />

el horror vacui que él mismo concibe en<br />

sus mecanismos de pro liferación. Esta ca -<br />

racterística, que comparte con otros poe -<br />

tas de tendencia neobarroca, tiene una<br />

sin gu laridad: visto en su conjunto, el len -<br />

guaje lírico de José Carlos Becerra des plie -<br />

ga una estrategia de desterritoriali zación<br />

que culmina en la desarticulación del len -<br />

guaje adánico frente a una realidad ex -<br />

traña y fugitiva, en el giro del len guaje<br />

sobre sí mismo, en una fragmentarie -<br />

dad radical donde el significado queda<br />

en en tre dicho, y donde el poema pier -<br />

de te rre no, se vuel ve carencia de sí. El<br />

len guaje va de desmarcaje en desmar -<br />

caje: se de sarti cula de sí mismo, de su<br />

tradición, de la realidad, etc. Al final, el<br />

poema se acerca a los márgenes del si -<br />

lencio y ten derá a confundirse con la pá -<br />

gina en blanco.<br />

III<br />

Acorde con la concepción romántica,<br />

Ruiz-Perez argumenta que Nostalgia de<br />

la uni dad natural es un título que engloba<br />

la aventura poética de José Carlos Be ce -<br />

rra, pues considera la palabra nostalgia<br />

en su sentido etimológico: “Los antiguos<br />

llamaban nostalgia (del griego nóstos, re -<br />

greso, y álgos, dolor) a aquella enfer me -<br />

dad que consistía en el impulso (en su<br />

sentido más puro: pulsión erótica) dolo -<br />

roso e irrea li zable por el retorno al país<br />

de origen. En la poesía de Becerra la<br />

nostalgia es produc to del deseo por recuperar<br />

aque llo (infan cia, paisaje, amor) que<br />

de ma nera natural perteneció al sujeto;<br />

una pertenencia que nunca recuperará<br />

y que en cambio habrá de revelarle su<br />

condición escindida, pasa jera y te rres -<br />

tre.”<br />

Luego de este planteamiento, Ruiz-Pé -<br />

rez organiza su estudio en dos capítulos.<br />

En el primero, titulado “De la plenitud al<br />

dolor por el retorno”, analiza la poesía<br />

pro ducida a partir de la concepción ana -<br />

lógica del universo. De acuer do con la<br />

estructu ra que Zaid y Pacheco dieron a<br />

la edición de El otoño recorre las islas,<br />

dicha poesía corresponde a Los muelles,<br />

Oscura palabra y las dos pri me ras par -<br />

tes de Relación de los hechos: “Betania”<br />

y “Apariciones”. En el segundo capítu -<br />

lo, titulado “La (anti)épica de la moderni -<br />

dad: ciudad, cine y cómic en la poesía<br />

de José Carlos Becerra”, analiza los poemas<br />

escritos cuando el poe ta descubre<br />

que su visión analógica queda desga rra -<br />

da por la ironía: las dos últimas sec cio -<br />

nes del libro Relación de los hechos: “Las<br />

reglas del juego” y “Ragtime”, lue go La<br />

Ven ta, Fiestas de invierno y Cómo re tra -<br />

sar la aparición de las hormigas.<br />

Ruiz-Pérez inicia el abordaje crítico<br />

a partir de la concepción romántica de<br />

la poesía (debo precisar que se trata de la<br />

lec tura que hace Octavio Paz de la poe -<br />

sía ro mántica, expuesta principalmente<br />

en Los hijos del limo) y lo va enriqueciendo<br />

con ideas de diversos críticos de


la moder nidad: Albert Béguin, Marcel<br />

Raymond, Denis de Rougemont, Walter<br />

Muschg, Mircea Eliade, Bachelard, Hei -<br />

degger, Barthes, Benjamin, etc. Aunque<br />

estas re ferencias son aparatosas, el discurso<br />

de Nostalgia de la unidad natural<br />

no es pe dante, pues la virtud crítica de<br />

Ruiz-Pérez consiste en ci tar paso a paso<br />

la producción poética de Becerra; ana -<br />

liza, contextualiza e interpre ta los poemas<br />

con ayuda de diversas he rramientas críticas,<br />

y no duda, por ejemplo, en ha cer<br />

coincidir las definiciones del mito se gún<br />

Eliade y según Barthes para descodifi -<br />

car los pa limpsestos del constructo lí ri -<br />

co corres pon diente al capítulo segundo.<br />

Ahora bien, más allá de la biografía de<br />

Becerra, de sus influencias (Paul Clau -<br />

del, Saint-John Perse, Pellicer, Lezama<br />

Lima, Pablo Ne ruda, Paz), de sus tópicos<br />

(el mar, la sel va, el trópico, la mujer ama -<br />

da, los cómics, el cine) y de sus mitolo -<br />

gías, Ruiz-Pérez analiza en qué consiste<br />

la singula ridad de esa poesía, qué nos<br />

dice, cuáles son sus atributos y sus recursos,<br />

cuál es la cosmovisión desde la que<br />

fueron escri tos los poemas, cómo acusa<br />

recibo de las diversas obras líricas que<br />

contribuyeron a ar ticular su visión líri -<br />

ca, cómo desembo ca en la problematización<br />

de sus recursos verbales (“¿No se<br />

puede considerar el ver sículo sinuoso y<br />

acéntrico de Becerra la constancia de esa<br />

contra-dicción que entraña su poe sía, es<br />

decir, la irónica cer teza de la pérdida de<br />

la unidad natural frente al entorno prosai -<br />

co que descentra y fragmenta al sujeto?”),<br />

y cómo influye en los poetas mexicanos<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

de la generación siguien te (David Huer -<br />

ta, Coral Bracho, José Luis Rivas, Jorge<br />

Esquinca) e incluso cómo in fluyó en un<br />

poeta de su misma promoción poética:<br />

Gerardo Deniz (qui zá hoy el mejor poeta<br />

vivo de México).<br />

El resultado es una espléndida guía<br />

de lectura de una de las obras poéticas<br />

más complejas de la tradición mexica -<br />

na. Si los acercamientos críticos a la poe -<br />

sía fueran como el de Ruiz-Pérez o como<br />

el de Artu ro Cantú (En la red de cris -<br />

tal. Edi ción y estudio de Muerte sin fin<br />

de José Goros tiza), quizás habría menos<br />

pero me jores poetas, y más y mejores crí -<br />

ticos, pues creo que la sobrepoblación<br />

actual de poe tas y la mengua de críticos<br />

(tanto impresionistas como académicos)<br />

se basa en la mala lectu ra; mala lectura<br />

que incluso algunos críticos prominen -<br />

tes difunden, bas ta revisar las entradas<br />

correspondientes a los poetas del Diccio -<br />

nario crítico de la li teratura mexicana de<br />

Christopher Do mín guez Michael.<br />

179


180<br />

El reposo y la clausura<br />

VÍCTOR ALEJANDRO RUIZ RAMÍREZ<br />

Elsa Cross, Nadir, CONACULTA, México,<br />

2010, 88p.<br />

La peor de las catástrofes es<br />

cuando todo se derrumba<br />

quedando en su lugar.<br />

Maurice Blanchot<br />

Según el decir de Arnold Hauser, las<br />

obras de arte oscilan entre la manifes -<br />

tación de dos experiencias: la de vida y<br />

la de cultu ra. Por eso ha de ser que las<br />

expresiones dan cuenta de algo distinto<br />

al arte o, por el contrario, se ciernen so -<br />

bre éste como un gesto de retorno al lu -<br />

gar de origen. Se asuma una u otra, tal<br />

postura no podrá es tar desligada de lo<br />

que cada artista, como es natural, alcan -<br />

ce a sentir. No otra cosa, para no ir muy<br />

lejos, ocurre en Nadir. El más recien -<br />

te libro de Elsa Cross refiere una expe -<br />

riencia de vida que se ha volcado en la<br />

pa labra. Nadir, cuyos poemas, co mo el<br />

vórtice de un abismo, conducen a la sensación<br />

de haber perdido cierta espe ran -<br />

za, tanto como la experiencia última de la<br />

vida: el encuentro con la muerte. De prin -<br />

cipio a fin, Nadir contiene poemas que<br />

buscan compartir con el lector el dolor<br />

de la ausencia irreparable.<br />

Dividido en siete apartados de su -<br />

gerentes títulos, Nadir muestra diversos<br />

aspectos en la travesía del duelo. “De -<br />

rrumbe”, la primera sección, se carac -<br />

teriza por cier ta sensación melancólica.<br />

A los once poemas que conforman este<br />

apartado, un hilo común los eslabona: el<br />

de la catástrofe, quizá la mayor de todas.<br />

Al orden regular del mundo —de las co -<br />

sas, al devenir de la vida— le sobrevie -<br />

ne un acontecimiento que hace girar, en<br />

sentido opuesto, su trans currir, allí don -<br />

de la presencia se convierte en ausencia:<br />

la pérdida del otro, la peor de las ca -<br />

tástrofes porque “Todo se derrumba /<br />

y sigue allí / espectral”. Las cosas, el mun -<br />

do, la vida, persisten en su transcu rrir y<br />

el sujeto, melancólico, se desenvuel ve en<br />

su añoranza, que es el lugar de la permanencia,<br />

del detenimiento, de las pe tri -<br />

ficaciones: “Petrifica la memoria / como<br />

en el valle los guerreros de sal, / vuel -<br />

tos hacia el levante”. En el rastro de la<br />

errancia, lo que aún permanece, se re -<br />

tiene asi mismo el halo del ausente; en el<br />

recuerdo se busca recuperar la orienta -<br />

ción de la con ciencia que “deambula en<br />

la noche abismal”. No sólo desapare -<br />

cen las voces, sino también sus ecos: “Las<br />

voces ya no están más de pronto, / y el<br />

silencio no sofoca / el asombro de seguir<br />

vivos / en medio de esos ecos extintos”.<br />

El eco que se va transformando en eco<br />

acentúa tanto la sensación de la pérdida<br />

como la de los rastros de esa pérdida: de<br />

la voz, el eco del eco; del ser, el recuerdo<br />

del recuerdo.<br />

Aun en la evocación de los objetos<br />

donde se materializan los recuerdos<br />

—fotogra fías, diarios, huellas— se mira<br />

la inextrica ble fugacidad del mundo y


los sujetos. “El abrazo”, segunda sec -<br />

ción del poema rio, nos deja dos figuras<br />

al menos. La pri mera, la del árbol en<br />

otoño, cuyo follaje desprendido, a pesar<br />

de su ingravidez y del viento que lo ele -<br />

va, reposa sobre tie rra: si el árbol se des -<br />

hoja es para dar paso a otros retoños que<br />

dejarán hojas secas; la segunda, el pasa -<br />

je de la vida a la muer te como un abra -<br />

zo donde surge la incógni ta de lo que<br />

hay entre una u otra: “¿Qué media en<br />

el abrazo / entre vida y muer te?” Habla<br />

de lo inefable ya que en ese traslado na -<br />

da se puede decir. La pregun ta sobre la<br />

mediación entre vida y muerte invita a<br />

reflexionar si en el encuentro de ambas<br />

la vida se termina o se continúa en la<br />

muerte.<br />

Una pequeña ciudad griega le da<br />

nombre al tercer pasaje del libro. “Ga -<br />

laxidi”, nombre emblemático que, por<br />

la oscuridad de su etimología, da pauta<br />

para abordar el enigma del origen de la<br />

vida y su continuidad. En la paradoja de<br />

lo perecedero y lo durable, los poemas<br />

aquí contenidos danzan, tristes, el sentido<br />

de lo sorprendente de un retruécano pa -<br />

ra la razón: lo que permanece y du ra es<br />

lo efímero y “so lamente / lo fugitivo permanece<br />

y dura”, como escribió Queve -<br />

do en uno de sus más célebres so netos.<br />

Mientras, las cosas que todavía que dan ya<br />

no son las mismas por que falta el sentido<br />

otro con el que el au sente las ha cía existir.<br />

Pero “Galaxidi” también se configura<br />

como un recuerdo del lugar don de la poe -<br />

ta se reconoció con el otro ahora ausente<br />

en la palabra.<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

El simbolismo de las flores en el ac -<br />

to funerario se despliega en las líneas<br />

de los versos abarcados en la cuarta par -<br />

te. “Asfó delos” sugiere no únicamente la<br />

imagen de la bella flor ni sólo sus pro -<br />

piedades curativas sino, a la vez, la evoca -<br />

ción de su figu ración profética para tratar<br />

el tópico del advenimiento ineluctable e<br />

inminente de la muerte: “Azahares por<br />

dondequiera, / sub rayando el carácter<br />

de antigua nupcia, / de hecho irrevocable—<br />

/ el de esta muerte acercándose”.<br />

La anunciación de la flor deviene rastro<br />

del pasaje a la muerte, del encuentro de<br />

ésta con la vida, en cuyo abra zo queda<br />

la melancolía desencadenada sólo al po -<br />

der recuperar, en ausencia y como re cuer -<br />

do, la presencia del otro. Así, la fi gura<br />

de la flor muestra otro aspecto de su ha -<br />

cer simbólico en el acto funerario, no na -<br />

da más como impronta del pasaje de una<br />

vida a la otra sino como una prueba, para<br />

el ser que parte, de la andanza en este<br />

mundo.<br />

“Ganges”, el siguiente subtítulo, co -<br />

mien za con un epígrafe lapidario que in -<br />

dica el origen del poema. La visceral<br />

experiencia de la pérdida de lo que fue<br />

engendrado se describe en el acto fune -<br />

rario de arrojar las cenizas, “el paso, el<br />

peso de la vida”, de volviéndolas al mo -<br />

vimiento del agua para que simbólicamente<br />

continúe el ser despedido hacia las<br />

transformaciones. Con siderada la vida co -<br />

mo un viaje hacia la muerte, la muer te se<br />

concibe como una “vida otra” donde lo<br />

único perpetuo es seguir viajando. De es -<br />

ta manera se respon de al cuestionamien-<br />

181


182<br />

to surgido a partir del encuentro entre<br />

vida y muerte, donde una se continúa en<br />

la otra porque se concibe ésta como in -<br />

herente a la vida.<br />

Al evocar el Puente Mirabeau en el<br />

título de la sexta división, pues es ése<br />

el en cabezamiento que lleva, resulta di -<br />

fícil no evocar la sensación de la muer -<br />

te que se manifiesta en el suicidio y,<br />

más puntualmente, en el de Paul Ce -<br />

lan. Aunque no es de Celan de quien<br />

se habla, pese a que algunos versos su -<br />

yos figuren como epígra fe, la imagen del<br />

suicida se aproxima a la del melancóli -<br />

co, para quien tampoco hay suficientes<br />

salidas, con la salvedad de que uno ac -<br />

túa con desesperación mientras que el<br />

otro se deja consumir con falsa parsimonia<br />

—falsa por falta de sosiego—, el gesto<br />

de serenidad con el que aparece el me -<br />

lancólico muestra más bien la peor de<br />

las catástrofes. El mundo con sus cosas<br />

permanece en su sitio. Las aguas del río<br />

no apagan el madero aún abrasador. La<br />

mira da generada por la melancolía se si -<br />

túa en lo efímero, en la vieja metáfora del<br />

río y la vida. De modo tal que se elige<br />

entre estar en el río, desplazándose en<br />

su discurrir, y plantarse ante él contem -<br />

plando su incan sable transitar. El avan -<br />

ce del río figura tam bién lo pasajero del<br />

estado del alma, ya que la melancolía se<br />

acabará cuando se transite a esa vida<br />

otra.<br />

Para concluir, una “Coda”, de ex -<br />

presión melancólica en relación a lo que<br />

permanece y dura en el mundo, que só -<br />

lo tiene las formas de “una leve rever-<br />

beración, un halo difuso”. Las últimas<br />

líneas versan so bre la manera en que se<br />

mira desde el sentimiento de la pérdida<br />

irreparable lo que queda. Del derrum -<br />

be provine un re surgimiento dado en la<br />

posibilidad del de cir. Si en el soñar se<br />

manifiestan nuestros deseos, entonces<br />

la página vuelta un sue ño es en Nadir la<br />

búsqueda del alivio por parte de un su -<br />

jeto quebrantado, el escribir se vuelve<br />

una decisión: seguir las palabras “al lu -<br />

gar donde todo se recompone / después<br />

de la disolución”. El poema significa la<br />

espera del consuelo en la palabra antes<br />

que en la muerte; entonces se siente que<br />

la pena amaina.<br />

En Nadir habla un sujeto no situado<br />

ante el dolor sino en él: una sensación<br />

que le resulta inevitable y que se distin -<br />

gue del sufrimiento por ser éste siempre<br />

optativo, ya que se trata de una actitud;<br />

en cambio el dolor tiene lugar como pa -<br />

decimiento en el alma y en el cuerpo.<br />

El título del libro permea cada verso. El<br />

nadir constituye la figura del estado de<br />

alma de un sujeto que, tras lograr el ce -<br />

nit en la vida mediante la breve felicidad,<br />

ahora retorna y permane ce en las profundidades<br />

del recuerdo con una triste -<br />

za sin fin.<br />

Con este nuevo título Elsa Cross comparte<br />

una poesía profundamente medi -<br />

tada sobre un tópico constante en su<br />

reflexión: la clausura, pero ahora bajo<br />

la forma de la ausencia del otro en la<br />

muerte. Con ello, Nadir se inscribe en<br />

la concepción del ac to poético como da -<br />

dor de sentido de la ex periencia y posi-


ilidad de reposo, de donde tal vez pro -<br />

venga el rasgo que ha caracte rizado hasta<br />

el presente su poesía: la conjunción en -<br />

tre el pensamiento profundo y detenido<br />

con la claridad de su expresión.<br />

Amores difíciles, pasiones<br />

desastrosas<br />

VÍCTOR CABRERA<br />

Silvia Eugenia Castillero, Eloísa, Aldus-<br />

Universidad de Guadalajara,<br />

México, 2010, 80 p.<br />

Qué suerte la mía encontrarte<br />

esperándome. El mundo se<br />

desintegra y nosotros enamo -<br />

rados.<br />

Líneas de Ilsa Lund (Ingrid<br />

Bergman) en Casablanca<br />

Desde sus primeros versos, la Eloísa de<br />

Sil via Eugenia Castillero se instaura en<br />

un tiempo suspendido que “se alarga” co -<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

mo una gota de agua hasta formar una<br />

maleable estalactita verbal... He aquí<br />

la materia de su discurso: el tiempo sin<br />

tiempo, sin principio visible ni fin pro ba -<br />

ble, del amor ideal(izado): “Eloísa es pe -<br />

ra. / Un silencio de quilla de barco / al<br />

romper las aguas atraviesa cada / trazo<br />

del tiempo, / allí sus pendida una gota<br />

se alarga / se alarga, / la espera incon -<br />

clusa / colgando / de cual quier veta. /<br />

Puede ser una rama / rodeada de va -<br />

cío, / queriendo volcarse en algo, / caer<br />

por fin, romperse.” (Las cursivas son de<br />

SEC). A partir de un puñado de palabras<br />

llave (tiempo, espera, silencio, vacío), Cas -<br />

tillero construye un ámbito cre puscular<br />

doblemente signado por la ausencia y la<br />

espera. Una espera erigida en el apo ca -<br />

lip sis íntimo que supone la partida del ama -<br />

do (Abelardo tácito, elidido, fantasmal)<br />

bajo “un cielo incendiado / —leja nísimo<br />

y su perficial— / un espectro provisional de<br />

lu ces” que evoca la plasticidad ominosa<br />

de los paisajes de Edvard Munch en los<br />

que, como en uno de los versos de Silvia<br />

Eu genia, “el mundo se caía”. Es inte -<br />

resante confrontar las imágenes desola -<br />

doras de es ta Eloísa contemporánea con<br />

una anotación del Diario del artista no -<br />

ruego fechada en 1892 para constatar<br />

de qué misteriosas maneras los lengua jes<br />

y sus símbolos se corresponden: “Pa -<br />

seaba por un sendero (…) —el sol se pu -<br />

so— de repente el cielo se tiñó de rojo<br />

sangre, me detuve y me apo yé en una va -<br />

lla muerto de cansancio —san gre y len -<br />

guas de fuego acechaban sobre el azul<br />

oscuro del fiordo y de la ciudad— (…)<br />

183


184<br />

yo me quedé quieto, temblando de an -<br />

sie dad, sentí un grito infinito que atra -<br />

vesaba la naturaleza”. “Allí me ahogue, /<br />

en ese azul desbordado / que tú volvis -<br />

te fin del mundo”, prosigue Eloísa en<br />

perfecta con sonancia con el apunte del<br />

artista.<br />

Más allá de la fijación del locus poético<br />

en un oscuro y lejano referente pictórico<br />

(la Oslo de Munch, con su in candescen -<br />

te cielo de fondo), el escenario evidente<br />

de la dilatada espera de la aman te es la<br />

ciudad de su cé lebre pasión, un París plu -<br />

riforme y multitemporal, paisa je interior<br />

antes que real, en el que confluyen las<br />

voces que habitan estas páginas (diferenciadas<br />

por distintas familias tipo gráficas):<br />

la de la poeta cuyas palabras insuflan vi -<br />

da a su heroína trágica; la de la propia<br />

Eloísa-Penélope que te je el su dario verbal<br />

de su paciente espera he cha de “ins -<br />

tante[s] partido[s] en muchos tiempos”;<br />

otra más, Eloísa futura o visio na ria, que<br />

apostilla el discurso de su ge mela histó -<br />

rica desde la reconocible urbe contemporánea<br />

en que el descenso de la To rre<br />

Eiffel es “una trampa del futuro” y los<br />

semáforos, los jardines, los buleva res,<br />

los ca nales y las plazoletas se vuelven<br />

símbolos aciagos de un naufragio latente,<br />

del amor amenazado que es, en realidad,<br />

todo amor.<br />

Parafraseando la célebre sentencia<br />

de Tolstói, podría afirmarse que si to -<br />

das las parejas felices lo son cada cual<br />

a su mane ra, los amores desdichados<br />

pa recen todos cortados con la misma ti -<br />

je ra. De una in tuición similar parte el poe -<br />

ta Eduardo Chi rinos al afirmar en la cuar -<br />

ta de forros del volumen que: “Admitir<br />

que el París contemporáneo es un pa limp -<br />

sesto del París medieval es admi tir que<br />

cualquier historia de amor que ocurra<br />

en esta ciudad es un palimpses to de la<br />

que sufrieron Abelar do y Elo ísa”. En es -<br />

te sentido, la historia de los trágicos amo -<br />

ríos de los amantes filóso fos es, de algún<br />

modo, modelo y emblema de todos los<br />

amores malogrados. Conoci da o no la his -<br />

toria de Pedro Abelardo y su pupila Eloí -<br />

sa, su impronta subsiste en los cimientos<br />

de la ciudad emblema, res plan dece en<br />

sus tabiques: “De la piedra, Eloí sa, /<br />

vuelves incandescente, de cada piedra /<br />

eres extraída en un cúmulo de años (…)<br />

/ Pero la piedra te arrebata, / sólo mis<br />

sensaciones te reconocen, rue das / en -<br />

tre los bloques extraídos del suelo, can -<br />

tos / agudos y esculpidos te arrastran del<br />

de talle / hacia el tiempo tumultuario y<br />

amorfo.”<br />

Más aún: esa huella de los amantes y<br />

de la ciudad que los contiene pervive<br />

tam bién, además, en la tradición romántica<br />

de los amores difíciles y las pasio -<br />

nes desas tradas, en la morosa relación<br />

histórica de sus relatos, de Rojo y negro<br />

a El diablo en el cuerpo.<br />

En la confluencia en que pasado, pre -<br />

sen te y futuro se superponen y se confunden<br />

hasta formar un único espacio<br />

atemporal y abigarrado, una Ciudad Luz<br />

crepuscular iluminada por la espera y el<br />

deseo, Silvia Eugenia Castillero alza un<br />

monumento a los amores sin ventura, a<br />

todos los amantes a quienes, como a Abe -


lardo y Eloísa, como a Oliveira y La Ma -<br />

ga, como a Ilsa y Rick, siempre les que -<br />

dará París.<br />

El tiempo da marcha atrás<br />

GREGORIO CERVANTES MEJÍA<br />

Eduardo Sabugal, Involuciones, Secretaría<br />

de Cultura del estado de Puebla,<br />

México, 2010, 88 p.<br />

Detener el desarrollo de un proceso evolutivo<br />

y revertirlo. Freno y lentitud, antes<br />

de emprender la marcha en reversa.<br />

Los cuentos reunidos en el primer<br />

libro de Eduardo Sabugal muestran claramente<br />

ese empeño: van en contra del<br />

afán del lector de avanzar en sus páginas,<br />

lo obligan a la lectura pausada, casi<br />

inmó vil, a la mirada microscópica sobre<br />

el es cenario de la narración.<br />

Imposible avanzar en el desarrollo de<br />

la trama sin antes haber observado cada<br />

detalle no sólo del entorno sino también<br />

de las obsesiones de sus personajes. De<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

ahí que el tiempo parezca avanzar a contramarcha.<br />

La de Sabugal, en este sentido, es una<br />

apuesta arriesgada: pedirle paciencia y<br />

concentración al lector cuando lo pre -<br />

dominan te es el desarrollo ágil de la tra -<br />

ma, la pronta resolución de las acciones.<br />

Desde el primer relato de Involucio -<br />

nes, “La sombra aborrecida”, Sabugal<br />

muestra su juego al lector: una mirada mi -<br />

croscópi ca sobre el entorno de la impro -<br />

ductiva pro piedad de Thomas, el regodeo<br />

en el juego de luz y sombras producido<br />

por las ra mas de los árboles y en la labor<br />

de las hormigas antes de que la mirada<br />

del na rrador se pose en el protagonista.<br />

El lento desarrollo de una trama que, una<br />

vez des pojada de esa mirada mo rosa, se<br />

muestra sencilla, sin complicacio nes estruc -<br />

turales.<br />

Thomas Brown, general retirado del<br />

ejér cito norteamericano, se refugia en una<br />

vie ja plantación henequera en Yucatán.<br />

Sus grandes proyectos derivan en fracasos<br />

cons tantes: el henequén, el chicle, los<br />

sombre ros panamá…<br />

Una carta devela el secreto: el envío<br />

de su hijo a Irak, como piloto de com -<br />

bate, hace aflorar la culpa que corroe a<br />

Brown tras sus incursiones en Vietnam,<br />

los recuer dos que ha intentado sepultar,<br />

junto con sus trabajadores, en los sótanos<br />

de la ha cienda yucateca.<br />

En los relatos restantes, Sabugal mantiene<br />

la propuesta del primer relato: la<br />

sencillez de la anécdota le permite concentrarse<br />

en los detalles, explorar las di -<br />

gresiones de sus personajes, asomarse a<br />

185


186<br />

esos temores que intentan ocultar a tra -<br />

vés de la fotografía, de los tragos de cerveza,<br />

de actos audaces como serrar un<br />

ángel de la reja de catedral a manera de<br />

prueba de amor.<br />

Pero todas estas acciones (vanas, ab -<br />

sur das) son sólo máscaras para que los<br />

perso najes se oculten a sí mismos la va -<br />

cuidad de sus existencias, su absoluta ca -<br />

rencia de respuestas para las preguntas<br />

que constan temente se formulan.<br />

No en vano, en “La fuente de la inopia”,<br />

Mateo termina por arrojar el preciado<br />

án gel al agua de la fuente: lo que<br />

inicia co mo una hazaña para lograr el<br />

amor de Susana termina en el descubrimiento<br />

del abandono y, por ende, de la<br />

inutilidad de su acción.<br />

Paradójicamente, el rescate del ángel<br />

sumergido por el Pachís reintegra a la<br />

figura de bronce su carácter divino: el<br />

cau sante del desencanto de uno se transforma<br />

en motivo de maravilla para el otro.<br />

Este juego de trastocamientos es una<br />

más de las constantes de Involuciones.<br />

En el cuento que da título al libro, el pe -<br />

riodis ta que pretende escribir un artículo<br />

sobre una prisión termina convertido en<br />

prisione ro de la misma, condenado a la<br />

inmovilidad y el silencio.<br />

La imagen final del protagonista de<br />

este relato, “sentado en el piso con las<br />

manos cruzadas en las rodillas”, hacen<br />

pensar en un regreso al útero, al punto<br />

de partida de toda existencia individual.<br />

Volver al punto de partida, revertir pro -<br />

cesos, parecen convertirse también en ac -<br />

ciones liberadoras: “La otra Penélope”<br />

se rebela contra el tejido y la espera.<br />

Contrario a eso, emprende un viaje a Ma -<br />

drid mientras el Ulises de este relato<br />

permane ce en Puebla, a la espera de<br />

noticias suyas. Las imágenes fotográfi -<br />

cas no sólo dan cuen ta del itinerario de<br />

esta nueva Penélope, sino también de la<br />

ruptura de los vínculos con Ulises, de su<br />

rechazo a la espera y al retorno. De nue -<br />

va cuenta, las situaciones se trastocan: el<br />

viajero aparece convertido en el esperanzado,<br />

en quien hilvana y des hilvana, una<br />

y otra vez, sus recuerdos mientras aguarda<br />

el retorno de quien en otro tiempo (y<br />

en otro mito) fuera la tejedora fiel.<br />

Sabugal recurre con frecuencia a las<br />

figuras de la mitología griega: en “El otro<br />

laberinto” recrea el trío Teseo-Ariadna-<br />

As terión buscándose y reconociéndose en<br />

el Gallery, un bar que emula justamente<br />

un laberinto.<br />

De nueva cuenta, operan aquí los de -<br />

sencuentros: Teseo y Ariadna distantes<br />

desde el inicio del relato, hablándose<br />

sin escucharse. Un collar de perlas, a ma -<br />

nera del hilo del mito original, parece ser<br />

el único elemento que los vincula. Un co -<br />

llar roto cuyas perlas se desparraman<br />

por el suelo del bar y que dan lugar a<br />

encuentros y desencuentros, que ponen<br />

de manifiesto la distancia entre los personajes.<br />

Y la aparición repentina de un viejo<br />

(¿el Minotauro, acaso?) que dispara contra<br />

Te seo, que altera el orden tradicional<br />

del mito.<br />

Sabugal gusta de la acumulación, la<br />

saturación de elementos. Y se empeña en


hacer partícipe al lector de esta afición:<br />

su recorrido minucioso por cada uno de los<br />

aspectos del entorno que se manifiesta en<br />

los relatos de Involuciones, así co mo la<br />

construcción de determinados paisajes, co -<br />

mo es el caso del bazar de antigüedades<br />

en “La gran hada”, que ámbito idóneo<br />

para el desencuentro de una joven y un<br />

fotógrafo que parecen compartir el mis -<br />

mo desencanto. El reflejo de ella en un<br />

espejo, capturado por la lente, es el úni -<br />

co vínculo entre ambos personajes que, a<br />

pesar del empeño del fotógrafo, no consiguen<br />

reunirse.<br />

La fotografía es un elemento recurren -<br />

te en los relatos de Sabugal; no sólo porque<br />

el objeto o el oficio aparezcan en<br />

varias ocasiones, sino también porque la<br />

voz na rrativa intenta reproducir el recorrido<br />

del ojo sobre una imagen, detenién -<br />

dose en cada detalle antes de pasar a la<br />

siguiente toma.<br />

Ese recorrido visual es el que gene -<br />

ra la escasa velocidad de los relatos de<br />

Invo luciones, su desarrollo pausado que<br />

hacen pensar en un narrador con una<br />

enorme car ga sobre los hombros y que, a<br />

causa de ello, demora cada uno de sus<br />

pasos.<br />

Pesadez también del lenguaje, que en -<br />

fatiza el ritmo de la narración. Sabugal<br />

re nuncia desde el inicio a las frases li -<br />

vianas, directas, claras. Prefiere la complejidad,<br />

el retardamiento a través de<br />

los efectos re tóricos para obligar al lec -<br />

tor a detenerse en cada una de las sentencias,<br />

a reflexionar sobre el sentido y<br />

la hilación.<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

Si bien consigue un equilibro adecuado<br />

con los estados anímicos de sus personajes<br />

e, incluso, con el ambiente (como<br />

en el caso de “La sombra aborreci -<br />

da”), llega a incurrir en excesos retóricos:<br />

“Hace unas horas, en el encierro de<br />

sus cuerpos, en el ingrávido periplo del<br />

deseo, ninguno de los dos pensaba en<br />

estas horas donde Eros los ha dejado<br />

después del crujir de labios, embrutecidos<br />

y amodorrados en la aporía de la<br />

noche y en la caricia tenue y lenta del<br />

tiempo.” O “El absoluto que imperaba<br />

en la terraza se perfilaba en líneas de<br />

fuga sobre la carta que reposaba en el<br />

banco y sobre el pico del ave, que pa -<br />

recía siempre estar apuntando hacia al -<br />

gún lugar.”<br />

Por momentos, el lenguaje se so bre -<br />

po ne no sólo al desarrollo de la histo -<br />

ria sino también a los personajes mismos,<br />

con el riesgo de socavarlos, de despojarlos<br />

de sus propias características y asignarles<br />

la función de caja de resonancia<br />

para el lenguaje.<br />

187


188<br />

De cómo no tengo<br />

una presencia humana<br />

LUIS ALBERTO ARELLANO<br />

Sergio Ernesto Ríos, Mi nombre de guerra<br />

es Albión, Tierra Adentro, Col. La Ceibita,<br />

México, 2010, 32p.<br />

Es común en el imaginario de la Re -<br />

pública mexicana de la letras que se<br />

acepte como experimental a cierto tipo<br />

de poesía que se aleja del tronco grue -<br />

so, inamovible y muy aburrido de la lírica<br />

tal y como la entendió el siglo XX.<br />

Sabemos que toda escritura de poesía<br />

desde el inicio de la Modernidad expe -<br />

rimenta, dado que busca formas novedo -<br />

sas para que el poema se presente. Al re -<br />

ventar los moldes tradicionales, el poema<br />

tiene el gran problema, bendito problema,<br />

de nacer indeterminado. La poca<br />

imaginación y el desconocimiento del ar -<br />

te contemporáneo hacen que la autodeno -<br />

minada Poesía Mexicana se perpetúe en<br />

formas convencionales que se repiten has -<br />

ta el hartazgo. Las búsquedas que más<br />

interesan en la última década son aque -<br />

llas que están a la orilla, construyendo,<br />

reventando y reformulando un campo de<br />

acción para el poema, en diversos so por -<br />

tes y por distintas vías.<br />

Siendo arbitrarios, podemos clasificar<br />

dos grandes grupos de exploración: por<br />

un lado, está la escritura que busca llevar<br />

el poema a la negación absoluta del yo,<br />

que está cercana, o de plano engarzada,<br />

con la escritura conceptual, y que busca<br />

y arriesga por diversos soportes como<br />

la fotografía, la poesía digital.<br />

Está en otro gran rango de acción la<br />

poesía que apuesta por la radicaliza -<br />

ción del lenguaje poético, que lo conci -<br />

be en términos materiales, y que también<br />

discurre por variadas sendas: una barroquización<br />

inspirada en el siglo de oro; un<br />

minimalismo más bien místico; una esencialidad<br />

pop; o la construcción de un<br />

discurso derivado de la irracionalidad co -<br />

mo punto de partida para el poema. Esta<br />

última vía es la veta inicial de Sergio Er -<br />

nesto Ríos: desde Piedrapizarnik plan -<br />

tó una distancia argumentativa, teórica,<br />

con la construcción de un discurso que<br />

tuviera correlato literal con el mundo.<br />

Mi nombre de guerra es Albión mantie -<br />

ne una tensión esencial a esta escritura<br />

que va profundo a la raíz de su lengua -<br />

je: el yo aludido en la primera parte del<br />

libro The colony room está construido<br />

como un simulacro. Es un personaje que<br />

toma elementos de la biografía, esa ficción<br />

sobrevaluada, y que se despliega pa -<br />

ra poner en juego elementos esenciales<br />

a las obsesiones del autor. Francis Bacon<br />

es y no es, se construye como un crea -<br />

dor preocupado por la creación, envuelto<br />

en un mundo de alucinaciones y des -<br />

garra doras relaciones personales. Es de -<br />

cir, a esta escritura la máscara le sirve<br />

para evi denciar la fragilidad de lo Real.<br />

Asumir la esencial biografía ajena le vie -<br />

ne a re solver el cómo el sujeto produ -<br />

ce senti dos en el mundo de todos los


días. Y ese cómo es particularmente<br />

equívoco.<br />

Existe otro rasgo que me interesa des -<br />

tacar de esta escritura: la potencia de los<br />

versos se asienta en su construcción so -<br />

nora, que parece todo menos programá -<br />

tica, y en su necesaria opacidad. Debido<br />

a la acumulación de referentes, incone -<br />

xos, fragmentarios, imposibles a la hora<br />

de formular un relato, el poema vence<br />

por acumulación opaca. No hay nada que<br />

ver detrás porque es imposible ver de trás.<br />

El poema no esconde un signifi cado. Inau -<br />

gura un sentido. Esta condición de cuerpo<br />

opaco hace que, ante la imposibilidad<br />

de mirar detrás del len guaje, el lector<br />

tenga que mirar al lengua je. Y que encuen -<br />

tre esta opacidad como una revelación.<br />

Una iluminación.<br />

una tos demasiado nadie que insinuara<br />

afición involuntaria<br />

a largas fiebres tuteo afectuoso mortero<br />

para humillar la plata<br />

Para el autor estas cadenas fragmentarias<br />

de sentidos, estas imágenes plagadas<br />

de referentes certeros, se convier ten<br />

en una ruta de tránsito para encontrar un<br />

elemento perdido en la poesía des de ha -<br />

ce mucho tiempo: el don profético. No<br />

son casuales, en un poeta así nada lo es,<br />

las referencias textuales: Eliot, Juan de<br />

Yepes, los hermanos Lamborghini, Blake<br />

y la propia retórica de Bacon, que conviven<br />

con las resonancias de cada elemento<br />

suelto. Ríos nos prepara para un<br />

tiempo sin poesía, un tiempo donde el<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

canto está desdeñado y donde no ha<br />

llegado nada que lo supla, donde cada<br />

poema es un recomienzo, un reinicio,<br />

donde se suman las historia de la poe -<br />

sía, la historia del poeta y la imagina -<br />

ción que podrá unir, precariamente, los<br />

contrarios.<br />

El Zurdo creyó ver en el rumor mostaza<br />

ovillado tras el barandal<br />

un gato<br />

o tal vez ratas<br />

Este Bacon reformulado que necesi -<br />

ta un amo para poner en juego su amor<br />

por la corporalidad es también sumamen -<br />

te culto. Nada más ajeno que lo arbitra -<br />

rio en la construcción de las imágenes.<br />

Si las llamas del infierno calientan la<br />

cabeza, rechazada desde el inicio como el<br />

motor de búsqueda del artista, enton ces<br />

el resto del cuerpo puede desprender -<br />

se y funcionar con perfecta autono mía.<br />

Tal y como acontece en la pintura de<br />

Bacon. Pedazos de carne que se han des -<br />

prendido de una función motora o sensorial.<br />

Sensualidad del fragmento que<br />

no está asignado a ninguna parte reco -<br />

nocible de un cuerpo. Estética de los<br />

restos, de lo que no se pudo reagrupar<br />

en sus partes originales. Esta erotización<br />

última, autonómica, de las piezas del<br />

cuerpo producen una elegante armonía<br />

por contraste: nada hay de Bello en un<br />

fragmento corporal cercado por los fluidos<br />

que lo componen, sin embargo la<br />

suma de piezas incompatibles de un rom -<br />

pecabezas de lo humano se antoja gozo -<br />

189


190<br />

sa y deleitable para las sensibilidades<br />

que soporten la visión del desmembra -<br />

miento.<br />

El caso de Esquilo: el último poema de<br />

esta serie, el número VIII, tiene dentro<br />

un sueño que sucede en el oeste de Eleu -<br />

sis, en la estación de trenes, donde los<br />

durmientes tienen una inscripción (18<br />

de mayo de 1935). Una mujer que se<br />

acerca al de la voz asegura que ésa es<br />

la fecha en que Esquilo, inventor del dra -<br />

ma en tanto inventor del diálogo, luchó<br />

en las batallas de Salamis y Artemisium.<br />

Esquilo vivió cinco siglos antes de Cri s -<br />

to y luchó en las batallas de Mara tón y<br />

Salamina. Es conocida la leyenda de que<br />

fue condenado a muerte por ha ber revelado<br />

parte de los ritos eleusi nos al vulgo.<br />

Los ritos eleusinos esta ban asociados al<br />

mito de Démeter y su hija Perséfone. Re -<br />

presentaban los ciclos de la naturaleza y<br />

de ellos dependía la fertilidad de la tie rra<br />

y de las mujeres. Eran codiciados porque<br />

se les atribuía grandes poderes como la<br />

profecía y la posibilidad de hablar con<br />

los muertos. Así como el secreto para des -<br />

cender al inframundo. Los iniciados en<br />

los ritos eleusinos gozaban de reputación<br />

y del temor del resto del pueblo. Se sabe<br />

que Esquilo salvó su condena pagando<br />

una fuerte cantidad de dinero. Lo im -<br />

portan te aquí es que una de las obras<br />

más fa mo sas de Bacon está basada en la<br />

Ores tia da de Esquilo. Un tríptico que re -<br />

presenta tres torsos incompletos, des mem -<br />

brados en diferentes posturas y sobre<br />

diferentes soportes.<br />

Si el poeta modelo en The colony room<br />

es Rimbaud, si estamos buscando en la<br />

opacidad la videncia, la profética. Si el<br />

proceso es la intención de negar los re -<br />

ferentes aun cuando sean claramente ne -<br />

cesarios para construir el poema. Si esto<br />

es cierto, entonces, la segunda parte, Mi<br />

nombre de guerra es Albión, traiciona de<br />

cabo a rabo estas premisas. Desde la es -<br />

pacialidad (el lugar que ocupa el texto en<br />

la página) guiña más provechosamente<br />

a Mallarmé (el poeta modelo de la posmodernidad),<br />

a los concretos brasileños<br />

y todos aquellos que consideran la pro -<br />

sodia un límite inútil como todos los lí -<br />

mites. No creo en un poeta experimental<br />

que no viva experimentalmente, anun -<br />

ció Roberto Piva. Y Mi nombre de gue -<br />

rra es Albión inaugura la indagación en<br />

un lenguaje políticamente incorrecto, usa -<br />

do como estilete que desvela una gran<br />

cantidad de vicios alrededor de la escri -<br />

tura de poesía. El capital simbólico, re -<br />

gularmente acumulado con mesura, es<br />

aquí dilapidado con singular alegría y el<br />

poeta se permite excesos verbales que<br />

están demasiado claros.<br />

como soy un gran artista pido los<br />

mayores decibeles<br />

*<br />

amárrame las manos<br />

impide que aniquile<br />

el odio y el riñón del francés<br />

el feto que enterramos bajo un árbol<br />

*


... somos un clan tóxico faunos elásticos<br />

alrededor de tu vestido la propaganda<br />

que silba un fumigador aficionado al<br />

megalítico<br />

La silueta que dibuja esta segunda<br />

parte añade razones para lo evidente: el<br />

lenguaje sigue siendo crítica. <strong>Crítica</strong> de<br />

las prácticas sociales, en tanto que cons -<br />

truye por medio del poema un aparte don -<br />

de la validez no está dada sino por los<br />

valores de lo estético. Una crítica a la dis -<br />

persión moral y a la corrección po lítica<br />

porque el poema inaugura con su ma sim-<br />

LA VIGILIA DE LA ALDEA<br />

plicidad el terreno de lo amoral y de lo<br />

comunitario excluido. Frente a las prácticas<br />

del privilegio artístico el poe ma re -<br />

clama para sí el título de gran se ñor. No<br />

son los poetas los privilegiados, sino los<br />

lectores que están frente a un aconteci -<br />

miento estético. El poema es una bomba<br />

de tiempo que moviliza al lector de su<br />

posición inicial. Un salto al vacío con la<br />

seguridad de que en la caída crecen las<br />

alas diminutas que postergarán la muer -<br />

te o la harán propia, individual, mía. Eso,<br />

en tiempos de la alieanción masiva, es<br />

más de lo que podemos espe rar del arte.<br />

191

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