Reproducción biológica y social de la población uruguaya

Entonces, si producto de esos “acuerdos” ya hay quien decide, distribuye el
juego y pone orden, uno podría preguntar: ¿por qué habría de renunciarse a
tal comodidad? Simplemente, porque participar del acuerdo colectivo implica
posibilidad: de transitar por un mismo terreno, de intercambio; de reconocer y
ser reconocidos como iguales en tanto personas, de ver y ser vistos; de contar con
legitimidad para tener la palabra, de escuchar y ser escuchados; de derrumbar
los prejucios, de poder acercarse y alejarse del otro con la pretensión de respetar
y ser respetado, y fundamentalmente, porque toda posibilidad signifi ca poder.
Las luchas colectivas por el descentramiento y la redistribución del poder,
han permitido romper con el “monopolio de la interpretación” (Marramao
citado en Habermas, 1999: 20) acerca del mundo y de la vida, propiciando
–según Weber– el “politeísmo de los valores”; y la construcción de una arena
política más compartida.
Sin embargo, a pesar de los logros que pueden registrarse a lo largo de la
Historia, la construcción de un nuevo paradigma alternativo a la exclusión sigue
siendo un desafío.
Romper con las situaciones de pseudo inclusión (Carrió y Maffía, 2005: 83),
promover el respeto por la autonomía de los sujetos, garantizar la posibilidad de
acceder a los distintos bienes sociales y construir una inclusión sensible a las diferencias
(Habermas, 1999: 125) deberán basarse, según De Souza Santos (2003:
84) tanto en el principio de redistribución (igualdad) como en el principio de
reconocimiento (diferencia). Así como también, como dijera Marta Lamas en
su última visita a Montevideo,* nos obligará a discernir, una y otra vez, cuándo
es pertinente la defensa de la igualdad y cuándo la defensa de la diferencia.
Para avanzar en este sentido, los seres humanos nos hemos dado distintas
herramientas e instrumentos, hemos construido alianzas e, incluso, hemos librado
batallas. Quizá uno de los saltos cualitativos más importantes, haya sido
reconocer que “no se deben esperar normas morales de la naturaleza, sino que la
ética y la moral son una construcción enteramente humana” (Stephan Jay Gould
en Carrió y Maffía, 2005: 247), y que garantizar el acceso libre y equitativo a los
bienes sociales necesita de garantías jurídicas, políticas y económicas. Visto así,
la concreción de las necesidades y deseos de las personas en derechos humanos
ha tenido un carácter emancipador.
Así como las ideas de igualdad y libertad propiciaron avances importantes,
la reconceptualización y resignifi cación de estos conceptos no se han producido
sin luchas ideológicas y políticas (Correa, 2003; Petchesky, s/f; Avila, 2002 y
otros). De hecho, han trastocado los espacios tradicionales de poder y producido
* Seminario “Ciudadanía y derechos de las mujeres en Latinoamérica”. Montevideo,
14 de marzo, 2006.
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