Reproducción biológica y social de la población uruguaya

equiere de un trabajo psíquico que, en muchos casos, no logra los resultados
deseados.
Algunas de las responsabilidades “impuestas” por el nuevo rol son, para
algunos, visualizadas como positivas, en tanto mejoran la organización de sus
formas de vida, asignándoles un orden superior al anterior.
Probablemente el embarazo de sus parejas y la inminencia de la paternidad
promuevan, en muchos casos, un aceleramiento forzado de los procesos de
maduración psicológica, con cambios en la esfera vincular, afectiva y social,
promovidos por la crisis personal (no evolutiva, sino accidental) que sobreviene
ante la irrupción de una situación no planifi cada ni promovida voluntariamente
(por lo menos en forma consciente).
De todos modos, y desde el punto de vista de los confl ictos inconscientes,
cuidémonos de suponer que la paternidad en el adolescente cancelaría, de una
vez y para siempre, las vicisitudes de esta crisis y momento evolutivo, ya que
las difi cultades y modifi caciones provocadas por el cambio de generación, no se
resuelven por el acceso a la parentalidad (Konicheckis, 2004).
Asimismo, una nueva actitud ligada a la condición incipiente de paternidad
podría corresponder a la asunción especular de modalidades conductuales impresas
en las representaciones colectivas referidas a la paternidad, por ejemplo
aquellas relativas al cumplimiento responsable de nuevas tareas, “(...) volverse
padre es, al mismo tiempo, sinónimo de asumir responsabilidad social, y de
ser visto socialmente como un hombre maduro, serio, cualquiera que sea la
concepción de masculinidad que se esté pensando (Arilha, 1999)”. (Marchi et
al., 2005: 190)
No se observa en el discurso de los padres entrevistados, ninguna expresión
consciente contundente y directa acerca de posibles elementos confl ictivos intra-subjetivos
producto de la ambivalencia y de la tensión entre los elementos
placenteros y displacenteros inevitablemente movilizados ante la nueva condición.
Es de suponer la existencia de fuertes mecanismos de represión, renegación y
negación que evitan la toma de contacto con estos sentimientos fuertemente
movilizantes. “Los celos, con sus raíces envidiosas (en el sentido kleiniano) destructoras,
vienen de nuevo a dividir al adulto en su función parental, y perturbar
el placer que podría vivir con el niño. Deseos de muerte y amor potente convergen
efectivamente en el mismo objeto, el hijo.” (Aubert, 2004: 61)
Es de suponer que, dados los psico-dinamismos evolutivos característicos de
la adolescencia, estas tensiones, angustias y ansiedades son más intensas que para
el caso del adulto, requiriendo mayor esfuerzo al yo para la puesta en marcha
de los mecanismos de defensa concomitantes. Esto no sólo porque el adulto
ha dejado atrás el trabajo psicológico impuesto por los confl ictos propios de la
crisis adolescente (en esencia identitarios, narcisistas y de reestructuración de
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