Reproducción biológica y social de la población uruguaya

Según Burín (2000b: 317), estaríamos en presencia de los llamados “padres
transicionales”, que sostienen algunos valores propios de la paternidad tradicional,
a la par que pueden ir tomando algunas funciones de la crianza “naturalizadas”
como femeninas. Se trataría de un acompasamiento ante las modifi caciones que,
en la condición del género femenino, ha traído la llamada “revolución femenina”,
fuertemente consolidada y en franca expansión desde mediados del siglo pasado.
Se tendería a un acercamiento entre los polos donde se ubican respectivamente los
roles de género atribuidos a hombres y mujeres, con un posible efecto conocido
como “androginia” (Bem, 1972).
Sin perjuicio de lo anterior, distintas investigaciones muestran que las
paulatinas y difi cultosas transformaciones que parecen venir sufriendo las masculinidades
presentan, por ahora, una fragilidad constitutiva. A este respecto,
Marchi sostiene:
“(...) a pesar de prevalecer todavía el prototipo de hombre activo (...) pocos
son los que consiguen cumplir plenamente esa expectativa. (...) De esta
manera, los diferentes hombres, en diferentes contextos de vida, adaptan ese
modelo tradicional de masculinidad, preservando en él, aquello que, dentro
de lo posible les garantice el reconocimiento de sus pares. Por ejemplo, en
muchos ambientes en que los jóvenes incorporan a su discurso nuevos paradigmas
de masculinidad, cuando se casan reasumen el modelo aprendido
de sus padres” (2005: 188).
Existen evidencias, aportadas por otros estudios que según diversas razones,
las posibilidades de sostener y llevar adelante las modifi caciones en los estereotipos
de género tradicionales y patriarcales –por lo menos en lo que respecta a
las relaciones de poder entre los géneros, implicando el respeto y defensa de los
derechos sexuales y reproductivos de las mujeres– son más accesibles para los
hombres de sectores socioeconómicos medios:
“Sostenemos que estas prácticas se relacionan con la disponibilidad de recursos
de distinto tipo (materiales, cognitivos, relacionales), que implican la
posibilidad de alentar proyectos de vida centrados en el desarrollo personal
y fomentan la autoestima y la acción autodirigida. (...) En este sentido, los
varones con mayores niveles educativos podrían ser portadores de ideas y comportamientos
que expresan una tendencia cultural hacia la democratización
en las relaciones de género” (Geldstein y Schufer, 2005: 109-110).
Se replican así las enormes desigualdades e inequidades sociales fruto del
sistema de mercado globalizado, funcionamiento perverso del dispositivo de
medios de producción, e injusta distribución de la riqueza.
La monolítica fi gura del padre dominador, incólume hasta los comienzos del
siglo XX, no ha estado exenta de paradojas. Su poder y determinante inserción en
el ámbito público, contrastan con la desacreditación que sobre él pesa respecto
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