Reproducción biológica y social de la población uruguaya

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07.05.2013 Views

atención y cuidado del recién nacido es instrumentalmente necesaria, pero posteriormente a través de un largo y delicado recorrido, esta función es transferida por las mujeres a todo tipo de relaciones, ofreciendo casi indiscriminadamente ese único rol. Paternidad La cuestión de la paternidad o la paternidad en cuestión Las diversas formas con las que las diferentes culturas dan cuenta de su imaginario acerca de la paternidad, están en estrecha relación con los modelos imperantes acerca del ser varón. La masculinidad ha sido, para los colectivos humanos, el paradigma imperante sobre el cual se han ordenado los discursos, representaciones y prácticas, al modo de eslabones de una cadena de poder que ha entrampado –aunque de diferente manera– tanto a hombres como a mujeres. La lógica androcéntrica parece comenzar a tornarse obsoleta, so riesgo de ceguera ante los inevitables (y saludables) embates que los varones viven tanto en los escenarios privados como públicos. Los cuestionamientos intergeneracionales, intergéneros e intra-genéricos, reforzados con los resultados de los estudios de masculinidad que ya llevan casi tres décadas de desarrollo, no pueden sino obligar al varón a una refl exión ética crítica que nos implique en el esfuerzo que conllevan los cambios responsables necesarios. En ese sentido se sostiene que: “Ya no es válida aquella lógica que tomaba al adulto de género masculino, occidental y blanco como paradigma y modelo de madurez y normalidad, así como erigía al ‘HOMBRE’ como representante de la especie humana toda. Esta brutal metonimia, corolario de una dinámica de poder que ha acompañado el desarrollo de la civilización desde sus mismos albores –hoy en plena mutación– comienza a ser deconstruida de la mano de nuevas problematizaciones acerca de las complejas relaciones entre varones y mujeres” (Amorín, 2003: 108). La fi logénesis ha moldeado el repertorio de conductas que, desde lo biológico, se inscriben en el marco del ejercicio de la función de progenitor de las especies emparentadas con la humana. Si bien el ser humano en su evolución da un salto sin retorno en tanto se sujeta al universo simbólico del lenguaje y la cultura, encontraremos relativo isomorfi smo elemental en lo que es dable esperar para un (pro) genitor y para un “padre”, en la manera más simple de concebirlo. Biológicamente, el primero cumplirá su objetivo si su prole sobrevive y logra reproducirse perpetuando la especie. Lo anterior se alcanza gracias al despliegue de técnicas específi cas, “(...) las técnicas de ser progenitor se podrían clasifi car 153

en categorías como procura de alimento, protección, enseñanza, y promoción de la independencia” (Kaufman, 1983: 55). Así planteado el tema en forma introductoria, las cosas se perciben con ingenua sencillez. Pero, ¿por qué ejercer la paternidad ha sido a través de los tiempos una empresa que signifi có para los varones restricciones empobrecedoras a la par del ejercicio de un poder despótico? ¿Por qué “la fi gura del padre, forjada trabajosamente durante siglos, comienza a desmoronarse estrepitosamente a lo largo del siglo XX, arrastrando consigo los fundamentos mismos de la identidad masculina?” (Amorín, 2003: 117). En tanto agenciamiento relacional encarnado en los varones, la paternidad se ejerce en la encrucijada donde confl uyen –por lo menos– los mandatos patriarcales, la identidad de género masculino, la maternidad y el espacio intergeneracional. Si pensamos que el esquema patriarcal está en crisis, que la mujer ha visto transformados todos sus ámbitos de inserción cultural, y que los niños y jóvenes han ganado terrenos de los que hace algunas décadas estaban excluidos, queda en evidencia el frágil lugar de los padres hoy. Destronado (“destitulado” según nos dirá una de las adolescentes entrevistadas), “el padre (el que fecunda y provee, el que protege y educa, el que planifi ca y guía, el que cura y vigila), articulación microscópica en la familia nuclear de la acción y las funciones del Estado moderno, se convertirá en su gran metáfora” (Gil y Núñez, 2002), una caricatura deslucida de los fulgores encandilantes de otras épocas. Incluso la referencia a una familia nuclear debe ser cuestionada, en tanto ésta ha pasado a ser una más, entre las variadas nuevas formas de familia. Mientras el padre romano (pater familias) era el patrón legítimo de su mujer, su prole, parientes y esclavos, el de la Edad Media ve legitimado su poder por vía divina,* y el padre moderno regentea la familia nuclear todavía como amo y señor hasta las primeras décadas del siglo XX; el padre de nuestros tiempos deberá auto-restituirse las emociones, afectos y sentimientos que fueron negados y repudiados durante siglos, entre otras tareas no menos contundentes. En suma, ya nadie puede dudar de la existencia de una verdadera declinación y desfallecimiento social y psicológico de la paternidad tal como la conocíamos hasta hace poco. De todos modos esta realidad, estaría dando paso a necesarias transformaciones (entre ellas de género) que hacen interactuar nuevas masculinidades con nuevas paternidades. Al respecto, Gil y Núñez mencionan: “(...) como muestra del cambio de las mentalidades, cabe señalar que en una encuesta realizada en Francia, entre * Entre otros acontecimientos por el instituto del matrimonio monógamo e indisoluble consagrado por la Iglesia Católica desde el siglo XIII. 154

atención y cuidado <strong>de</strong>l recién nacido es instrumentalmente necesaria, pero posteriormente<br />

a través <strong>de</strong> un <strong>la</strong>rgo y <strong>de</strong>licado recorrido, esta función es transferida<br />

por <strong>la</strong>s mujeres a todo tipo <strong>de</strong> re<strong>la</strong>ciones, ofreciendo casi indiscriminadamente<br />

ese único rol.<br />

Paternidad<br />

La cuestión <strong>de</strong> <strong>la</strong> paternidad<br />

o <strong>la</strong> paternidad en cuestión<br />

Las diversas formas con <strong>la</strong>s que <strong>la</strong>s diferentes culturas dan cuenta <strong>de</strong> su imaginario<br />

acerca <strong>de</strong> <strong>la</strong> paternidad, están en estrecha re<strong>la</strong>ción con los mo<strong>de</strong>los imperantes<br />

acerca <strong>de</strong>l ser varón. La masculinidad ha sido, para los colectivos humanos, el<br />

paradigma imperante sobre el cual se han or<strong>de</strong>nado los discursos, representaciones<br />

y prácticas, al modo <strong>de</strong> es<strong>la</strong>bones <strong>de</strong> una ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r que ha entrampado<br />

–aunque <strong>de</strong> diferente manera– tanto a hombres como a mujeres.<br />

La lógica androcéntrica parece comenzar a tornarse obsoleta, so riesgo <strong>de</strong><br />

ceguera ante los inevitables (y saludables) embates que los varones viven tanto<br />

en los escenarios privados como públicos. Los cuestionamientos intergeneracionales,<br />

intergéneros e intra-genéricos, reforzados con los resultados <strong>de</strong> los estudios<br />

<strong>de</strong> masculinidad que ya llevan casi tres décadas <strong>de</strong> <strong>de</strong>sarrollo, no pue<strong>de</strong>n sino<br />

obligar al varón a una refl exión ética crítica que nos implique en el esfuerzo que<br />

conllevan los cambios responsables necesarios. En ese sentido se sostiene que:<br />

“Ya no es válida aquel<strong>la</strong> lógica que tomaba al adulto <strong>de</strong> género masculino,<br />

occi<strong>de</strong>ntal y b<strong>la</strong>nco como paradigma y mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> madurez y normalidad,<br />

así como erigía al ‘HOMBRE’ como representante <strong>de</strong> <strong>la</strong> especie humana<br />

toda. Esta brutal metonimia, coro<strong>la</strong>rio <strong>de</strong> una dinámica <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r que ha<br />

acompañado el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> <strong>la</strong> civilización <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus mismos albores –hoy<br />

en plena mutación– comienza a ser <strong>de</strong>construida <strong>de</strong> <strong>la</strong> mano <strong>de</strong> nuevas problematizaciones<br />

acerca <strong>de</strong> <strong>la</strong>s complejas re<strong>la</strong>ciones entre varones y mujeres”<br />

(Amorín, 2003: 108).<br />

La fi logénesis ha mol<strong>de</strong>ado el repertorio <strong>de</strong> conductas que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo biológico,<br />

se inscriben en el marco <strong>de</strong>l ejercicio <strong>de</strong> <strong>la</strong> función <strong>de</strong> progenitor <strong>de</strong> <strong>la</strong>s<br />

especies emparentadas con <strong>la</strong> humana. Si bien el ser humano en su evolución<br />

da un salto sin retorno en tanto se sujeta al universo simbólico <strong>de</strong>l lenguaje y <strong>la</strong><br />

cultura, encontraremos re<strong>la</strong>tivo isomorfi smo elemental en lo que es dable esperar<br />

para un (pro) genitor y para un “padre”, en <strong>la</strong> manera más simple <strong>de</strong> concebirlo.<br />

Biológicamente, el primero cumplirá su objetivo si su prole sobrevive y logra<br />

reproducirse perpetuando <strong>la</strong> especie. Lo anterior se alcanza gracias al <strong>de</strong>spliegue<br />

<strong>de</strong> técnicas específi cas, “(...) <strong>la</strong>s técnicas <strong>de</strong> ser progenitor se podrían c<strong>la</strong>sifi car<br />

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