Reproducción biológica y social de la población uruguaya

mentalmente motivada por la prolongación de la escolarización y las difi cultades
de acceso al mercado laboral.
Este origen de la “condición adolescente”, deja en evidencia su construcción
como categoría social en estrecha dependencia con la clase social de referencia.
Asimismo, las vicisitudes propias de los llamados sectores populares (en esencia
la mayor o menor exclusión de los sistemas de consumo, los embarazos tempranos,
especifi cidades del vínculo intergeneracional, necesidad imperiosa de
autosustento, etcétera) hacen que, para muchos, la adolescencia sea algo que le
ocurre a otros. Esta situación produce la paradoja de que, en virtud de la pertenencia
a uno u otro segmento socioeconómico, haya quienes vean difi cultado
su ingreso y/o pasaje a este momento del ciclo vital mientras, en la vereda de
enfrente, no menos jóvenes enfrentan enormes obstáculos y desafíos para poder
dejarlo atrás.
No obstante lo anterior, debemos señalar que el origen de estas transformaciones
se encuentra en los complejos fenómenos sociales (transformación de los
medios de producción, de las familias, de los vínculos intergeneracionales, y por
ende de los procesos de producción de subjetividad) que llevaron, desde la salida
de la Edad Media en adelante, a consolidar de forma inédita las categorías de
infancia y niñez y, más tardíamente, de la adolescencia. A título de mojón histórico-cronológico,
merece ser mencionado el año 1762, con la publicación del
célebre texto El Emilio de J. J. Rousseau, considerado el iniciador de la moderna
noción de adolescencia. La construcción de esta noción estuvo a su vez pautada
por la diferencia entre los sexos y por la pertenencia de clase, ya que fueron los
varones de la burguesía y la aristocracia quienes primero fueron considerados
dentro de esta nueva categoría del desarrollo.
Es, específi camente, en el siglo pasado donde se produjeron signifi cativas
transformaciones en los límites cronológicos considerados como fronteras de
la adolescencia, en consonancia con variaciones en los límites de los demás
momentos del ciclo vital.
Según un esquema de Di Segni (2002), en la primera mitad del siglo XX la
infancia quedaba comprendida entre los 0 y 15-16 años; la adolescencia llegaba
hasta los 21-23; la adultez hasta los 50-55, y la vejez promedialmente hasta apenas
superado el entorno de los setenta, según las expectativas de vida imperantes.
A partir de la segunda mitad de ese siglo, la infancia vio reducida su extensión
hasta los 8-9 años; la adolescencia insume prácticamente la segunda y tercera
décadas de la vida; la adultez se expande prácticamente hasta lo que era anteriormente
el fi nal de la vida, y la vejez se prolonga, dados los avances en las ciencias
médicas, lo que lleva la expectativa vital a edades hasta hace poco impensadas.
El siglo XXI encuentra entonces a los llamados adolescentes (in)cómodamente
instalados allí desde los 8-9 años y hasta prácticamente el fi nal de la década de
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