Libro 1 - Las Masas y las lanzas - Jorge Abelardo Ramos
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Esta ciudad improductiva, burocrática mercantil, hipnotizada por Europa y<br />
sobre todo por Manchester, sería la principal plataforma para la expansión<br />
latinoamericana del poderoso Imperio que nacía a oril<strong>las</strong> del Támesis. La burguesía<br />
comercial de Buenos Aires necesitaba un político que la representase. Tal fue el<br />
papel de Rivadavia.<br />
Se ha hablado del utopismo rivadaviano, pero la expresión no es feliz. Muy<br />
diversos apologistas se han referido a los ensueños e ilusiones de este hombre<br />
público. Nada más alejado del espíritu de Rivadavia que la credulidad maravillada<br />
del nativo elemental que muda, en la playa virgen, la soberanía de su pueblo por<br />
un puñado de abalorios. Rivadavia representó intereses bien específicos –el puerto<br />
de Buenos Aires y los comerciantes a él ligados–. Carecía de otro objetivo que no<br />
fuera la rápida asimilación de Buenos Aires al progreso comercial europeo. Juzgaba<br />
al resto del país –que jamás visitó como una frontera ambigua y bárbara. Su<br />
cipayismo, la carencia de todo sentimiento nacional y su admiración, entre cándida<br />
y servil, por Inglaterra, no nacía de una peculiaridad de su carácter, sino del<br />
complejo de fuerzas económicas que encarnaba. No en vano Mitre lo llamaría el<br />
más grande hombre civil de la tierra de los argentinos.<br />
El hechizo de Europa<br />
La intransigencia de Rivadavia en defensa de los intereses porteños, en cuyo<br />
holocausto se disponía a sacrificar al país entero, ocasionó su ruina política. Se<br />
propuso hacer de Buenos Aires una ciudad europea, penetrada del espíritu de <strong>las</strong><br />
luces y de la eficacia del progreso. Sus ojos estaban iluminados por el espectáculo<br />
de una Europa opulenta y brillante; que digería voluptuosamente <strong>las</strong> prebendas<br />
obtenidas por la Revolución del 89 y por la férula de Bonaparte.<br />
Pero si en 1815 la revolución plebeya respiraba todavía, bajo la Santa Alianza<br />
el propio Napoleón ya era un espectro. El obscuro indiano admiró en Europa la<br />
civilización burguesa y su ornamento jurídico, originados por la revolución<br />
estabilizada 4 . En <strong>las</strong> maletas del retorno importó aquel<strong>las</strong> instituciones y decretos<br />
que no eran sino la imagen abstracta de un proceso real. Aquel progreso había<br />
sido consecuencia de una revolución y Rivadavia lo ambicionaba para la ciudad<br />
de Buenos Aires, pero rechazaba la revolución genesíaca. Por el contrario, era el<br />
suyo un liberalismo «afrancesado» y conservador, infinitamente más próximo al<br />
despotismo ilustrado del absolutismo europeo en agonía, que al jacobinismo<br />
plebeyo de Moreno. Julio Irazusta y Ernesto Palacio han coincidido en filiar la<br />
94 | JORGE ABELARDO RAMOS