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Libro 1 - Las Masas y las lanzas - Jorge Abelardo Ramos

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del crédito de aquella República y de los particulares. Sería de no<br />

acabar si se numerasen <strong>las</strong> locuras de aquel visionario y la admiración<br />

de un gran número de mis compatriotas creyendo improvisar<br />

en Buenos Aires la civilización europea con sólo los decretos que<br />

diariamente llenaban lo que se llamaba Archivo Oficial.<br />

Belgrano, por su parte, acató la orden del Directorio. Débil, bondadoso,<br />

más intelectual que soldado, este abogado que la Revolución hizo general, y que<br />

dio al país <strong>las</strong> grandes victorias de Tucumán y Salta, que carecía de camisas y<br />

hasta de comer algunos días, ya estaba enfermo de muerte. Al bajar con el Ejército<br />

del Norte para deshacer <strong>las</strong> montoneras litorales, sus fuerzas, compuestas de<br />

soldados gauchos, fueron presas de una rápida descomposición. Los oficiales,<br />

provincianos en su mayor parte, comprendieron <strong>las</strong> razones de la lucha y se negaron<br />

a intervenir en ella. El carácter sórdido de la política porteña no era un secreto<br />

para nadie. Todo lo porteño trasuntaba comercio, dinero, codicia. Era muy difícil<br />

que <strong>las</strong> tropas fogueadas en <strong>las</strong> guerras continentales fueran persuadidas por los<br />

porteños de que el peligro estaba en <strong>las</strong> montoneras, es decir, en sus hogares, sus<br />

aldeas, sus hermanos. De este estado de ánimo nació el motín de Arequito.<br />

Al llegar a la posta así llamada, en los límites de la provincia de Córdoba, el<br />

Gral. Bustos, Jefe de Estado Mayor del Ejército del Norte, sublevó gran parte de<br />

<strong>las</strong> tropas con el apoyo de sus más destacados oficiales: el coronel Alejandro<br />

Heredia, el comandante José María Paz, el capitán lbarra, que rehusaban plegarse<br />

a la guerra civil 19 .<br />

Heredia, más tarde gobernador de Tucumán por muchos años, sería el protector<br />

de Juan Bautista Alberdi, le enseñaría los primeros rudimentos de latín y le<br />

dispensaría una beca; su amigo, otro general llamado Juan Facundo Quiroga,<br />

donaría el dinero que al gobernador tucumano le faltaba para facilitar los estudios<br />

del talentoso joven Alberdi. Este último, en compañía de Marco Avellaneda y<br />

Marcos Paz, dedicaría en 1833 una «Corona Lírica» al caudillo gobernador, considerado<br />

el mandatario más ilustrado de su tiempo. El bárbaro riojano pagando<br />

con sus onzas la educación del futuro autor de «Bases»: este singular episodio fue<br />

desdeñado por Sarmiento en su mistificado «Facundo». El otro sublevado de<br />

Arequito fue el comandante José María Paz. Entraría en la historia como el más<br />

notable estratega de su tiempo. Pero a lo largo de toda su vida se le reprocharía a<br />

Paz el «error de Arequito». En vano protestaría en sus eximias Memorias sobre<br />

<strong>las</strong> razones que en esa hora creyó válidas. Para vengarse de su talento, para<br />

remachar sus capitulaciones posteriores ante Buenos Aires, la oligarquía lo consideraría<br />

«unitario», atribución errónea que en su momento examinaremos.<br />

60 | JORGE ABELARDO RAMOS

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