Libro 1 - Las Masas y las lanzas - Jorge Abelardo Ramos
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europeas, por el oficio predilecto de su «gente decente»: el contrabando y su<br />
comercialización. Los burgueses de mostrador se destacaban por su habilidad<br />
para burlar <strong>las</strong> disposiciones fiscales y la prohibición de comerciar con extranjeros;<br />
sabían hacerlo tan bien como manejar fructuosamente la vara de medir. Toda esta<br />
c<strong>las</strong>e mercantil, cuyos apellidos de campanil<strong>las</strong> resonarán incesantemente en nuestra<br />
historia política, habíase ganado en la Europa de comienzos del siglo XIX un mote<br />
muy significativo: se la llamaba la «pandilla del Barranco». Curioso nombre, en<br />
verdad, que tan bien calzaba a la burguesía comercial de la naciente ciudad puerto.<br />
Santísima Trinidad de Buenos Aires era, en <strong>las</strong> primeras décadas del siglo,<br />
una desordenada aldea de calles sin empedrar, carente de arquitectura digna de<br />
mención, ceñida de quintas y envanecida por un patriciado comercial o ganadero<br />
de reciente cuño americano y de vagos cuanto pregonados orígenes peninsulares 52 .<br />
Los negros hormigueros o pasteleros y <strong>las</strong> morenas lavanderas, que alegraban la<br />
costa munidas de sábanas de Irlanda, los artesanos de los más diversos gremios,<br />
esclavos en su mayoría, constituían en realidad la base social de la economía<br />
doméstica. Por <strong>las</strong> calles pantanosas veíanse pasar a los vendedores de plumeros,<br />
generalmente de humilde color, a los afinadores de pianos, y también al viento<br />
reseco de la barbarie más temida por la sociedad porteña: a galope, y siempre de<br />
paso, algún gaucho misérrimo (pero con cabestro de plata) arrancado a la pampa<br />
o la pulpería de <strong>las</strong> oril<strong>las</strong> por algún azar, echaba sobre <strong>las</strong> parroquias céntricas su<br />
sombra dolorosa y siniestra 53 .<br />
Los señores distinguidos de la grey aldeana hacíanse acompañar por un<br />
esclavo y su farol. Construidas de barro, pero con grandes patios cubiertos de<br />
árboles añosos, <strong>las</strong> residencias contaban con habitaciones enormes, decoradas<br />
sobriamente, con la escasez de refinamiento que posteriormente asimilóse a la<br />
virtud gentilicia: tiempo después de la revolución de Mayo, <strong>las</strong> grandes familias<br />
adornaron sus hogares con toda c<strong>las</strong>e de chirimbolos procedentes del mundo<br />
entero. A la severidad española, no perdida del todo, sucedió un afán de<br />
deslumbramiento que abrazó por entero a la sociedad porteña, embriagada de<br />
aspiraciones cosmopolitas. Así tuvieron su entrada, alrededor de 1830, en los<br />
hogares de pro, esteras de la India, delicados muebles norteamericanos, pianos<br />
franceses, cristales y relojes ingleses 54 . En muchos hijos de familias linajudas prendió<br />
el embrujo de Europa por medio de la «filosofía», como llamábase genéricamente<br />
a <strong>las</strong> cosas del espíritu, o de <strong>las</strong> luces. Los libros sellaban el encantamiento: Leminier<br />
o Rousseau, los enciclopedistas o la conflagración romántica, el socialismo utópico,<br />
sus mitos ingenuos y, globalmente, la variada literatura histórica y política europea,<br />
impregnaron de una coquetería nueva a la juventud y también la hicieron pensar<br />
32 | JORGE ABELARDO RAMOS