Libro 1 - Las Masas y las lanzas - Jorge Abelardo Ramos

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200.000 clérigos de órdenes menores y 400. 000 frailes La vitalidad de los órganos nacionales, agotada en tantos años de grandiosas empresas, desapareció de la tierra patria, y España parece un espectro, oprimida por un trono que todo lo absorbe. Gil Vicente dice que Pronto ya no habrá villanos ¡Todos del rey! ¡Todos del rey! 15 Una locura tenebrosa parece gobernar los actos del monarca frailesco. Los magos y charlatanes de las finanzas, que prometen fórmulas providenciales, suscitan su interés. Alguien propone un día de ayuno de toda la nación para dar su importe al rey; otro dice haber descubierto un polvo misterioso que se transforma con un poco de azogue, en plata rutilante. Felipe II escucha a todos con delectación. Durante el gobierno de Carlos V había en Sevilla 16.000 telares de seda y lana; cuando sube al trono Felipe II sólo quedan cuatrocientos 16 . A comienzos del siglo XVIII, el siglo que asistirá al triunfo de la Revolución Francesa y la Independencia de las colonias norteamericanas, la situación de España podía reflejarse en unas pocas cifras: si dejamos a un lado el ejército de hombres de sotana, había 722.724 nobles, 276.900 criados de nobles; 50.000 empleados en la hacienda pública; 19.000 empleados en otros ramos y 2 millones de mendigos. Toda la España ulterior del chulo y del torero estaba prefigurada en esa desdichada tierra de frailes, nobles y mendigos, envuelta en las miasmas feudales que caracterizaron históricamente el poder de Los Austria. Sobre el imperio en ruinas se eleva el genio de la picaresca. Entre las risas y las ahogadas lágrimas de sus grandes espíritus, la altanera España engendra una literatura nutrida de su propia tragedia 17 . El despotismo ilustrado El absolutismo de la monarquía española se expresó particularmente en la persona del Borbón Carlos III. Forjado en el marco de la descomposición general del país, el absolutismo no logró nunca asumir un papel decisivo en la modernización de España. A sus excelentes leyes, se oponían las grandes fuerzas feudales, y en particular la Iglesia, que monopolizaba la cultura y la tierra. De ahí que el régimen absoluto, centralizado por definición, vivió en un perpetuo compromiso con los 20 | JORGE ABELARDO RAMOS

sectores feudales más reaccionarios de la España negra. Este compromiso se verificó a costa del desarrollo industrial y de la emancipación espiritual del país18 . Al ingresar en el siglo XIX, España estaba gobernada por Carlos IV, un Borbón, vástago irresoluto de aquel Carlos III que rodeado de un puñado de brillantes estadistas había intentado contagiar a España el espíritu de modernidad que soplaba desde la Francia revolucionaria. El régimen de los Borbones será conocido como el régimen del «despotismo ilustrado» 19 . Este sistema respondía en cierto modo a la peculiar situación española: las ideas más avanzadas del siglo, que eran las liberales, cundían por todas partes y penetraban en todas las esferas; pero en España el predominio social de los nobles y la gravitación de la Iglesia constituían poderosos obstáculos. Como la postración general del país exigía sin embargo la adopción de una política burguesa (desarrollo de la industria, educación común, preparación de técnicos, investigación científica, etc.), la burocracia borbónica se hizo intérprete de esa necesidad. En sus grandes estadistas –el Conde Aranda, Floridablanca, Campomanes, Jovellanos– se refugió el pensamiento moderno. «Todo para el pueblo sin el pueblo «, tal era la divisa de estos aristócratas volterianos, escépticos en el credo y crédulos en la ciencia, amigos de los príncipes ilustrados, protectores de las artes y las industrias, voraces lectores: una restringida posibilidad que la historia acordó a la España decadente para remontar su curso20 . El despotismo ilustrado pretendía «aburguesar» el país desde arriba, sin democratizar desde la raíz la vieja estructura; en esa limitación, impuesta por la debilidad de la burguesía, la hostilidad de la Iglesia y la indigencia social del país, yacía el secreto de su fracaso. Hasta las tierras americanas llegó la influencia espiritual de estos borbónicos que eran la versión monárquica y absolutista del progreso de la época. Si en España el Marqués de Esquilache hacía acortar las capas raídas del ejército de mendigos y ordenaba a sus tropas cortar las barbas y los cabellos a esa corte de los milagros que constituía el abismo social de Madrid, enviaba a las Indias los virreyes más emprendedores, como Vértiz; hecho simbólico, Vértiz, discípulo de Campomanes, creó el Colegio de Humanidades en Buenos Aires y el alumbrado público, que había costado en la capital de España una sublevación del pueblo más atrasado incitado por los frailes21 . El comercio libre con todos los puertos de España y América es obra de la era borbónica, del mismo modo que la protección de las industrias autóctonas. Sólo la energía indomable del gran rey pudo imponer las numerosas medidas de modernización en España, entre otras, la expulsión general de los jesuitas, el ejército civil más perspicaz y temible del Vaticano22 . Así como la Compañía de Jesús constituía el partido ilegal del Papado en su lucha contra el protestantismo, la REVOLUCION Y CONTRARREVOLUCION EN LA ARGENTINA | 21

200.000 clérigos de órdenes menores y 400. 000 frailes La vitalidad<br />

de los órganos nacionales, agotada en tantos años de grandiosas<br />

empresas, desapareció de la tierra patria, y España parece un<br />

espectro, oprimida por un trono que todo lo absorbe. Gil Vicente<br />

dice que Pronto ya no habrá villanos<br />

¡Todos del rey! ¡Todos del rey! 15<br />

Una locura tenebrosa parece gobernar los actos del monarca frailesco. Los<br />

magos y charlatanes de <strong>las</strong> finanzas, que prometen fórmu<strong>las</strong> providenciales, suscitan<br />

su interés. Alguien propone un día de ayuno de toda la nación para dar su importe<br />

al rey; otro dice haber descubierto un polvo misterioso que se transforma con un<br />

poco de azogue, en plata rutilante. Felipe II escucha a todos con delectación.<br />

Durante el gobierno de Carlos V había en Sevilla 16.000 telares de seda y lana;<br />

cuando sube al trono Felipe II sólo quedan cuatrocientos 16 . A comienzos del siglo<br />

XVIII, el siglo que asistirá al triunfo de la Revolución Francesa y la Independencia<br />

de <strong>las</strong> colonias norteamericanas, la situación de España podía reflejarse en unas<br />

pocas cifras: si dejamos a un lado el ejército de hombres de sotana, había 722.724<br />

nobles, 276.900 criados de nobles; 50.000 empleados en la hacienda pública;<br />

19.000 empleados en otros ramos y 2 millones de mendigos.<br />

Toda la España ulterior del chulo y del torero estaba prefigurada en esa<br />

desdichada tierra de frailes, nobles y mendigos, envuelta en <strong>las</strong> miasmas feudales<br />

que caracterizaron históricamente el poder de Los Austria. Sobre el imperio en<br />

ruinas se eleva el genio de la picaresca. Entre <strong>las</strong> risas y <strong>las</strong> ahogadas lágrimas de<br />

sus grandes espíritus, la altanera España engendra una literatura nutrida de su<br />

propia tragedia 17 .<br />

El despotismo ilustrado<br />

El absolutismo de la monarquía española se expresó particularmente en la<br />

persona del Borbón Carlos III. Forjado en el marco de la descomposición general<br />

del país, el absolutismo no logró nunca asumir un papel decisivo en la modernización<br />

de España. A sus excelentes leyes, se oponían <strong>las</strong> grandes fuerzas feudales, y en<br />

particular la Iglesia, que monopolizaba la cultura y la tierra. De ahí que el régimen<br />

absoluto, centralizado por definición, vivió en un perpetuo compromiso con los<br />

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