Libro 1 - Las Masas y las lanzas - Jorge Abelardo Ramos

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Parecía que Buenos Aires íntegra era liberal, antinacional y antiurquicista. Pero no era así. En 1856 nace un nuevo partido que se agrupa alrededor del diario «La Reforma Pacífica». Su inspirador es Nicolás Calvo, que no es porteño, sino más bien un «argentino de Buenos Aires», como lo sería el joven José Hernández, quien aparecía en la vida política precisamente como «reformista», es decir, del partido de Calvo. El espíritu faccioso inventa nombres pintorescos a los dos bandos. El partido liberal, oficialista, distinguido, patotero, cuyos partidarios atacan a sus oponentes en grupos, sería llamado «pandillero». Los jóvenes amigos de Nicolás Calvo, que desean la unidad argentina en el seno de la Confederación, serán conocidos como los «chupandinos»; se les atribuye gusto por discutir en los almacenes y paladear el vino carlón. La lucha entre «pandilleros» y «chupandinos» será muy áspera, porque se necesitaba gran valor en aquella Buenos Aires, cuya población entera se beneficiaba con el goce de la Aduana, para reclamar su nacionalización. La agudeza del conflicto entre los dos partidos se pondría de manifiesto en las elecciones de 1857. Los diputados elegidos designarían al Gobernador de la Provincia; en este hecho radica la importancia del comicio. Con la ayuda de la Policía, de la agresión y del aparato oficial, triunfa el partido liberal y Valentín Alsina es elegido gobernador. Esta designación era una virtual declaración de guerra a la Confederación Argentina. Resultaba derrotado, de este modo ilegal, el candidato «reformista» o «chupandino», que era el General Escalada, suegro de San Martín. Acerca de los métodos «liberales» para ganar las elecciones, los cronistas de la época han dejado asombrosos testimonios probatorios de que Manuel Fresco y nuestra oligarquía contemporánea no han inventado nada. «La Reforma Pacífica» se refería a «la mazorca de Mitre» y al gobernador Obligado, que presidió las elecciones, como al «Nerón Argentino». El fraude electoral no conoció límites, ni tampoco la brutalidad impar de los procedimientos. Desde el diario «El Nacional», Sarmiento condujo una campaña de terrorismo verbal, simétrica a los golpes de mano que los «pandilleros» llevaban a cabo en cada parroquia. En una carta a Domingo de Oro, desbocado como siempre, el sanjuanino narrará con un regocijo cínico los detalles del fraude. La carta sería interceptada por Urquiza y publicada en Paraná, suscitando gran escándalo. Sarmiento decía, con su proverbial desenvoltura: Nuestra base de operaciones ha sido la audacia y el terror, que empleados hábilmente, han dado este resultado admirable e inesperado... algunas bandas de soldados armados recorrían de noche las calles de la ciudad, acuchillando y persiguiendo a los 190 | JORGE ABELARDO RAMOS

mazorqueros... en fin, fue tal el terror que sembramos en toda esta gente, con éstos y otros medios, que el día 29 triunfamos sin oposición. Y añade, en una carta que no esperaba ver publicada: El miedo es como una enfermedad endémica en este pueblo; esta es la gran palanca con la que siempre se gobernará a los porteños; manejada hábilmente, producirá infaliblemente los mejores resultados 43 . El partido de Mitre cumplió al pie de la letra estas esperanzas de Sarmiento, que mientras escribía estas líneas era Jefe del Departamento de Escuelas de Buenos Aires. Su busto solemniza actualmente los establecimientos de educación, para edificación de nuestros niños. En ese momento Sarmiento trabajaba al servicio de los porteños, pero no ocultaba, en sus cartas a sus amigos provincianos, el juicio que le merecía la ciudad portuaria. En 1851 ya había escrito: «Diréselo a Ud. en el oído, a fe de provinciano, porque el pueblo de Buenos Aires, con todas sus ventajas, es el más bárbaro que existe en América». La presión llegó a ser tan intimidatoria para los porteños que ambicionaban la unidad nacional, que comenzó a producirse una corriente emigratoria de la ciudad; su punto de destino ya no era Montevideo, como en la época de Rosas, sino Paraná. En 1857 abandonan Buenos Aires más de 2.000 porteños; los más notables argentinos de su tiempo huirán del gran emporio mercantil. Entre los «hombres del Paraná» figuran Lucio V. Mansilla, Benjamín Victorica, Mariano Fragueiro, Juan María Gutiérrez, Vicente G. Quesada, Santiago Derqui, el general Guido, Nicolás Calvo y, desde Europa, Alberdi. Paraná era el centro de toda la inteligencia argentina 44 . Rafael y José Hernández y gran parte del partido «chupandino», irán a la capital provisoria de la Confederación en Entre Ríos. El mismo Rafael Hernández, en un discurso de 1892, evocando el período nocturno del separatismo mitrista, recordará el odio y la hostilidad que la sola palabra «porteño» suscitaba en las sufridas provincias argentinas. En Corrientes se llamaba «tahué» al porteño, es decir, hombre de otra raza; en Santa Fe circulaba un refrán que decía: «Porteño y víbora de la cruz no se pueden dejar vivos»; en muchas provincias, cuando en la Presidencia de Mitre (1862†1868) se lanzaría a los ejércitos de línea para exterminar a los últimos REVOLUCION Y CONTRARREVOLUCION EN LA ARGENTINA | 191

mazorqueros... en fin, fue tal el terror que sembramos en toda esta<br />

gente, con éstos y otros medios, que el día 29 triunfamos sin oposición.<br />

Y añade, en una carta que no esperaba ver publicada:<br />

El miedo es como una enfermedad endémica en este pueblo;<br />

esta es la gran palanca con la que siempre se gobernará a los<br />

porteños; manejada hábilmente, producirá infaliblemente los mejores<br />

resultados 43 .<br />

El partido de Mitre cumplió al pie de la letra estas esperanzas de Sarmiento,<br />

que mientras escribía estas líneas era Jefe del Departamento de Escue<strong>las</strong> de Buenos<br />

Aires. Su busto solemniza actualmente los establecimientos de educación, para<br />

edificación de nuestros niños.<br />

En ese momento Sarmiento trabajaba al servicio de los porteños, pero no<br />

ocultaba, en sus cartas a sus amigos provincianos, el juicio que le merecía la<br />

ciudad portuaria. En 1851 ya había escrito: «Diréselo a Ud. en el oído, a fe de<br />

provinciano, porque el pueblo de Buenos Aires, con todas sus ventajas, es el más<br />

bárbaro que existe en América».<br />

La presión llegó a ser tan intimidatoria para los porteños que ambicionaban<br />

la unidad nacional, que comenzó a producirse una corriente emigratoria de la<br />

ciudad; su punto de destino ya no era Montevideo, como en la época de Rosas,<br />

sino Paraná. En 1857 abandonan Buenos Aires más de 2.000 porteños; los más<br />

notables argentinos de su tiempo huirán del gran emporio mercantil. Entre los<br />

«hombres del Paraná» figuran Lucio V. Mansilla, Benjamín Victorica, Mariano<br />

Fragueiro, Juan María Gutiérrez, Vicente G. Quesada, Santiago Derqui, el general<br />

Guido, Nicolás Calvo y, desde Europa, Alberdi. Paraná era el centro de toda la<br />

inteligencia argentina 44 . Rafael y José Hernández y gran parte del partido<br />

«chupandino», irán a la capital provisoria de la Confederación en Entre Ríos. El<br />

mismo Rafael Hernández, en un discurso de 1892, evocando el período nocturno<br />

del separatismo mitrista, recordará el odio y la hostilidad que la sola palabra<br />

«porteño» suscitaba en <strong>las</strong> sufridas provincias argentinas.<br />

En Corrientes se llamaba «tahué» al porteño, es decir, hombre de otra raza;<br />

en Santa Fe circulaba un refrán que decía: «Porteño y víbora de la cruz no se<br />

pueden dejar vivos»; en muchas provincias, cuando en la Presidencia de Mitre<br />

(1862†1868) se lanzaría a los ejércitos de línea para exterminar a los últimos<br />

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