Libro 1 - Las Masas y las lanzas - Jorge Abelardo Ramos
Libro 1 - Las Masas y las lanzas - Jorge Abelardo Ramos Libro 1 - Las Masas y las lanzas - Jorge Abelardo Ramos
Los últimos caudillos se reúnen en San Nicolás Apenas llega Urquiza a Buenos Aires se producen los primeros incidentes. Uno de ellos es suscitado por una ley de olvido de agravios: «no hubo vencedores ni vencidos», declara el caudillo federal ante el asombro de la vieja emigración rivadaviana. Al mismo tiempo, declara obligatorio el uso del cintillo punzó, de vieja tradición federal. Diez días después de Caseros, Urquiza dicta un decreto declarando tres días feriados en festejo del triunfo sobre «las hordas del salvaje unitario Juan Manuel de Rosas». Esta reiteración en el lenguaje execrado despierta nuevas aprensiones en la ciudad y crea simpatía en la campaña, pasada la euforia de las primeras horas 11 . Hechos más sólidos que los meros símbolos reivindicados vendrían muy luego a desatar la crisis entre la ciudad y el país. El doctor Vicente López y Planes fue designado por la Legislatura, a insinuación de Urquiza, Gobernador Provisorio de la Provincia de Buenos Aires. López era el respetado autor del Himno Nacional, magistrado honorable y gris, funcionario de Rosas, contemporáneo de las jornadas de Mayo. Tenía todas las características que hacen de un hombre, en nuestro país, un patricio, es decir, un hombre opaco «que no ofrece resistencias». Pero ya en el gabinete de Vicente López se filtró un agente de los intereses porteños: junto al anciano formado en los ideales de la Revolución de Mayo, estaba Valentín Alsina. Era un abogado penetrado de odio y de sed de revancha, rivadaviano petrificado en el desprecio a la barbarie autóctona y envanecido por el predominio de Buenos Aires. Alsina sería un precursor del estrecho y obtuso Carlos Tejedor que haría correr sangre argentina en el 80. Valentín Alsina intrigó desde el comienzo contra Urquiza. El entrerriano se movió buscando un apoyo en las provincias interiores. Necesitaba una base nacional para contrarrestar el poder de Buenos Aires. La idea del acuerdo de San Nicolás surgió de esa orientación. Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación por decisión de los Gobernadores de Buenos Aires, Corrientes y Santa Fe, Urquiza apresuró la convocatoria de los antiguos caudillos provincianos que mantenían su poder hasta la caída de Rosas, para reunirse en la ciudad de San Nicolás de los Arroyos. Con dicha reunión, Urquiza esperaba restringir el área de las maniobras porteñas, cada vez más evidentes a través de Alsina y Mitre. Los hombres del Acuerdo, apuntalados por las lanzas nacionales, eran objeto de las intrigas y burlas aldeanas de la «gente decente» de Buenos Aires. No eran sino los «mazorqueros», émulos de Rosas y Urquiza que concurrían a San Nicolás para obtener la organización nacional tanto tiempo esperada. Allí discutieron los representantes rurales de nuestra democracia elemental. Muchos de ellos eran sombras difusas 178 | JORGE ABELARDO RAMOS
de aquellos caudillos de la época de hierro: ya no vivían Artigas ni Facundo. Ocuparon su sitio en la mesa del Acuerdo Pablo Lucero, patriarca de la tierra puntana y el general Benavídez, guerrero valeroso y bonachón, gobernador de San Juan, que caería asesinado en 1858 por los secuaces de la burguesía comercial enmascarados en el partido liberal. También dialogaron con Urquiza en San Nicolás, el general Celedonio Gutiérrez, gobernador de Tucumán, protector de la industria del azúcar, además de otros gobernadores elegidos entre la burguesía de provincia, como el riojano Manuel Vicente Bustos, don Domingo Crespo, de Santa Fe y don Pedro Segura de Mendoza. Jefes populares o primi inter pares de aristocracias lugareñas –escribe José María Rosa– los gobernadores de 1852 ‘representaban’ en mayor o menor grado la realidad política de cada una de las provincias». El autor citado agrega: «Aquellos que debían su poder a la influencia de Rosas no pudieron resistir el cimbronazo del 3 de febrero: como López Quebracho de Córdoba, Saravía de Salta, o Iturbe de Jujuy, y fueron despojados por respectivas jornadas libertadoras de campanario 12 . Los caudillos negociaron con Urquiza. Como dijo antes de la convocatoria el General Lucero: Si viene a hablar, hablaremos Si viene a pelear pelearemos 13 . El acuerdo de San Nicolás precipitó una nueva crisis. Los gobernadores gauchos resolvieron, en primer lugar, otorgar a Urquiza, hasta la realización del Congreso Nacional Constituyente, el manejo de las Relaciones Exteriores de la Confederación; ratificaron el pacto federal de 1831, encargando a Urquiza su cumplimiento; el mismo debía proceder inmediatamente a organizar una Administración Nacional, suprimir las aduanas, declarar el libre tránsito de las mercaderías nacionales y extranjeras. En cuanto al próximo Congreso General, los diputados debían ser designados por cada provincia, no en virtud de su población, sino por una cifra fija de dos por cada una de ellas, con el objeto de evitar el predominio de cualquier región sobre las otras (es decir, de Buenos Aires) 14 . Al mismo tiempo, el general Urquiza quedaba al mando de todas las fuerzas militares existentes en el país, que serían consideradas como partes del Ejército Nacional. REVOLUCION Y CONTRARREVOLUCION EN LA ARGENTINA | 179
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Los últimos caudillos se reúnen en San Nicolás<br />
Apenas llega Urquiza a Buenos Aires se producen los primeros incidentes.<br />
Uno de ellos es suscitado por una ley de olvido de agravios: «no hubo vencedores<br />
ni vencidos», declara el caudillo federal ante el asombro de la vieja emigración<br />
rivadaviana. Al mismo tiempo, declara obligatorio el uso del cintillo punzó, de<br />
vieja tradición federal. Diez días después de Caseros, Urquiza dicta un decreto<br />
declarando tres días feriados en festejo del triunfo sobre «<strong>las</strong> hordas del salvaje<br />
unitario Juan Manuel de Rosas». Esta reiteración en el lenguaje execrado despierta<br />
nuevas aprensiones en la ciudad y crea simpatía en la campaña, pasada la euforia<br />
de <strong>las</strong> primeras horas 11 . Hechos más sólidos que los meros símbolos reivindicados<br />
vendrían muy luego a desatar la crisis entre la ciudad y el país.<br />
El doctor Vicente López y Planes fue designado por la Legislatura, a<br />
insinuación de Urquiza, Gobernador Provisorio de la Provincia de Buenos Aires.<br />
López era el respetado autor del Himno Nacional, magistrado honorable y gris,<br />
funcionario de Rosas, contemporáneo de <strong>las</strong> jornadas de Mayo. Tenía todas <strong>las</strong><br />
características que hacen de un hombre, en nuestro país, un patricio, es decir, un<br />
hombre opaco «que no ofrece resistencias». Pero ya en el gabinete de Vicente<br />
López se filtró un agente de los intereses porteños: junto al anciano formado en<br />
los ideales de la Revolución de Mayo, estaba Valentín Alsina. Era un abogado<br />
penetrado de odio y de sed de revancha, rivadaviano petrificado en el desprecio<br />
a la barbarie autóctona y envanecido por el predominio de Buenos Aires. Alsina<br />
sería un precursor del estrecho y obtuso Carlos Tejedor que haría correr sangre<br />
argentina en el 80. Valentín Alsina intrigó desde el comienzo contra Urquiza.<br />
El entrerriano se movió buscando un apoyo en <strong>las</strong> provincias interiores.<br />
Necesitaba una base nacional para contrarrestar el poder de Buenos Aires. La<br />
idea del acuerdo de San Nicolás surgió de esa orientación. Encargado de <strong>las</strong><br />
Relaciones Exteriores de la Confederación por decisión de los Gobernadores de<br />
Buenos Aires, Corrientes y Santa Fe, Urquiza apresuró la convocatoria de los<br />
antiguos caudillos provincianos que mantenían su poder hasta la caída de Rosas,<br />
para reunirse en la ciudad de San Nicolás de los Arroyos.<br />
Con dicha reunión, Urquiza esperaba restringir el área de <strong>las</strong> maniobras<br />
porteñas, cada vez más evidentes a través de Alsina y Mitre. Los hombres del<br />
Acuerdo, apuntalados por <strong>las</strong> <strong>lanzas</strong> nacionales, eran objeto de <strong>las</strong> intrigas y bur<strong>las</strong><br />
aldeanas de la «gente decente» de Buenos Aires. No eran sino los «mazorqueros»,<br />
émulos de Rosas y Urquiza que concurrían a San Nicolás para obtener la<br />
organización nacional tanto tiempo esperada. Allí discutieron los representantes<br />
rurales de nuestra democracia elemental. Muchos de ellos eran sombras difusas<br />
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