Libro 1 - Las Masas y las lanzas - Jorge Abelardo Ramos
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del coronel Facundo Borda fueron enviadas a Manuelita Rosas como un respetuoso homenaje de federales netos, que el unitario Lamadrid paseaba a la madre de Quiroga cargada de cadenas por las calles, que el coronel Bárcena degollaba en Córdoba con sus propias manos a cuatro prisioneros y ponía sus cabezas, en fila sobre un banco de madera? La caída de Rosas no había cambiado a Urquiza, ni al país. En el atardecer de Caseros hacía fusilar por la espalda al coronel Chilavert. A la misma hora el federal Martín Santa Coloma era degollado por su orden. Esa noche los soldados de la División de Aquino, que rehusaron combatir junto al Ejército Grande, eran fusilados y colgados de los árboles que perfumaban con sus copas tupidas la residencia de Palermo. Bajo esos frutos macabros desfilaron al día siguiente las damas aterrorizadas de la sociedad porteña, que visitaron al campeón de la libertad en el besamanos oficial. 5 Antes de firmar la alianza internacional contra el Restaurador, no se le ahorró a Urquiza ninguna diatriba, ni calumnia alguna. Fueron las mismas que recibió de sus eventuales amigos porteros cuando alrededor de su persona se nuclearon en los años siguientes los intereses de la provincias interiores. 6 Su levantamiento contra Rosas le atrajo la atención de todo el país; ya se sabía que Echeverría le había enviado su «Dogma Socialista», aplicando la tesis alberdiana de que el dictador porteño sólo podría ser abatido por un hombre salido de sus propias filas. Si Rosas sentía debilidad por los bufones, como buen déspota criollo, Urquiza amaba el lujo y los productos exquisitos. Encargaba su vajilla en París; en la porcelana ya venía grabado su nombre, como en la mesa de los príncipes. 7 Todos los historiadores han coincidido en confirmar un hecho que emparentaba a Urquiza con Rosas: el orden policial perfecto que reinaba en la provincia de su mando. Era el rigor de un gran propietario, para quien el orden era fundamental en el mantenimiento de la prosperidad. Interesado en múltiples negocios, financista de otros ajenos, hábil militar y flexible político, el hombre que suplantó a Rosas se creía apto para gobernar a los argentinos de su tiempo. Sabría al día siguiente de Caseros que no era tan fácil gobernar a los porteños. Probaría muy pronto la fuerza de la provincia soberbia y rebelde. Entró a Buenos Aires, al frente del Ejército Grande, con los hombres del Emperador, marchando un 20 de febrero, aniversario simbólico de la batalla de Ituzaingó –formidable revancha de los esclavistas brasileños 8 . Venía Urquiza con su rico uniforme de Brigadier General, cubierto con un poncho blanco y adornada su cabeza con una galera de pelo, con ese atuendo desfiló por la calle Florida en un caballo que fuera de Rosas. La ciudad de tenderos y doctores sintió de golpe al provinciano gaucho; ya vio en el vencedor al enemigo 176 | JORGE ABELARDO RAMOS
inmediato. Toda la emigración unitaria y los jóvenes de Mayo, que ya no eran tan jóvenes, estaban de regreso. Muchos volvían sin haber olvidado ni aprendido nada. Inmediatamente se produjo un reagrupamiento en las fuerzas de Buenos Aires. Caído el poder centralizador de Rosas, un sector importante del rosismo porteño advirtió sin esfuerzo que sus divergencias con los unitarios eran circunstanciales, mientras que la contradicción con Urquiza (en tanto que representante de las provincias) era fundamental. El localismo porteño fue el gran factor que superó todas las diferencias del pasado. Se trataba de perpetuar la supremacía del puerto sobre los «trece ranchos», espejo del pobrerío argentino. Los diarios porteños, con admirable facilidad, cambiaron de frente en una noche. El antiguo órgano rosista «Agente Comercial» reapareció bajo un nuevo título: «Los Debates», bajo la dirección del joven coronel Mitre, furiosamente antirrosista y protoporteño. A su vez, el «Diario de la tarde» pasó a ser dirigido por Dalmacio Vélez Sarsfield, tan famoso en su calidad de contertulio de Palermo, como lo sería más tarde por el Código Civil y por su aptitud sobrenatural para adaptarse a todos los gobiernos y sobrenadar victoriosamente todas las borrascas. Por supuesto, el viejo rosista y cordobés Vélez, entregado definitivamente a los porteños, también tomaría bajo su defensa la causa de Buenos Aires contra el país. En sus «Memorias de un viejo», don Vicente G. Quesada escribe: «Los unitarios, los emigrados y los rosistas, se unieron contra el vencedor de Caseros» 10 . La mayoría de los porteños, –rosistas o unitarios– formaron un frente contra Urquiza. La razón era bien simple. Si el caudillo entrerriano encarnaba los intereses del Litoral, y reclamaba sobre todo la libre navegación de los ríos y la abolición de las restricciones de Rosas que afectaban particularmente a su provincia, la desaparición de Rosas movía a las provincias mediterráneas a cerrar filas en torno a Urquiza, pero siguiendo objetivos de amplio interés argentino. Para contar con el apoyo mediterráneo en las reivindicaciones del Litoral, Urquiza debía hacerse intérprete en parte, de aspiraciones nacionales. Así, la gran cuestión cuyo planteo temían los porteños ante la presencia dominadora de Urquiza, era la Aduana porteña, el Tesoro Público y la ciudad puerto. He ahí que cada paso dado por el vencedor con un sentido nacional despertara la desconfianza y la suspicacia de la ciudad portuaria. No olvidará el lector que la Aduana no sólo daba a Buenos Aires el irritante privilegio de origen real, expresado en una prosperidad y una cultura desconocidas para todo el resto del territorio argentino, sino que brindaba a sus gobernantes la posibilidad de defender ese privilegio con la organización de ejércitos de línea. Buenos Aires era, y lo sería por mucho tiempo, el principal foco antinacional del país. REVOLUCION Y CONTRARREVOLUCION EN LA ARGENTINA | 177
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Córdoba con sus propias manos a cuatro prisioneros y ponía sus cabezas, en fila<br />
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residencia de Palermo. Bajo esos frutos macabros desfilaron al día siguiente <strong>las</strong><br />
damas aterrorizadas de la sociedad porteña, que visitaron al campeón de la libertad<br />
en el besamanos oficial. 5<br />
Antes de firmar la alianza internacional contra el Restaurador, no se le ahorró<br />
a Urquiza ninguna diatriba, ni calumnia alguna. Fueron <strong>las</strong> mismas que recibió de<br />
sus eventuales amigos porteros cuando alrededor de su persona se nuclearon en<br />
los años siguientes los intereses de la provincias interiores. 6<br />
Su levantamiento contra Rosas le atrajo la atención de todo el país; ya se sabía<br />
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de que el dictador porteño sólo podría ser abatido por un hombre salido de sus<br />
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Urquiza amaba el lujo y los productos exquisitos. Encargaba su vajilla en París; en la<br />
porcelana ya venía grabado su nombre, como en la mesa de los príncipes. 7<br />
Todos los historiadores han coincidido en confirmar un hecho que<br />
emparentaba a Urquiza con Rosas: el orden policial perfecto que reinaba en la<br />
provincia de su mando. Era el rigor de un gran propietario, para quien el orden era<br />
fundamental en el mantenimiento de la prosperidad. Interesado en múltiples<br />
negocios, financista de otros ajenos, hábil militar y flexible político, el hombre que<br />
suplantó a Rosas se creía apto para gobernar a los argentinos de su tiempo.<br />
Sabría al día siguiente de Caseros que no era tan fácil gobernar a los porteños.<br />
Probaría muy pronto la fuerza de la provincia soberbia y rebelde.<br />
Entró a Buenos Aires, al frente del Ejército Grande, con los hombres del<br />
Emperador, marchando un 20 de febrero, aniversario simbólico de la batalla de<br />
Ituzaingó –formidable revancha de los esclavistas brasileños 8 .<br />
Venía Urquiza con su rico uniforme de Brigadier General, cubierto con un<br />
poncho blanco y adornada su cabeza con una galera de pelo, con ese atuendo<br />
desfiló por la calle Florida en un caballo que fuera de Rosas. La ciudad de tenderos<br />
y doctores sintió de golpe al provinciano gaucho; ya vio en el vencedor al enemigo<br />
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