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Libro 1 - Las Masas y las lanzas - Jorge Abelardo Ramos

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vería en esta intervención una lucha entre el capitalismo y el feudalismo y, en<br />

consecuencia, una lucha históricamente justificada para Europa. En términos<br />

políticos, en la lucha entre la democracia inglesa y los jefes religiosos de la India la<br />

causa del porvenir de la humanidad (y aun, en términos económicos, del «desarrollo<br />

de <strong>las</strong> fuerzas productivas») se encontraba del lado de la India. El carácter<br />

profundamente reaccionario de este «antifeudalismo» europeo ya no requiere<br />

demostración. Los civilizadores cierran el paso a los que necesitan civilizarse.<br />

Cuando algunos «teóricos» hablan del progreso posterior a Caseros, mencionan<br />

los ferrocarriles, el telégrafo, la producción agrícola, la inmigración. Ejemplos<br />

semejantes nos están diciendo que este progreso de un «agro capitalismo» consistió<br />

en organizar la plataforma administrativa y técnica de la dominación imperialista.<br />

Su objetivo central era impedir el desarrollo autónomo de un capitalismo argentino,<br />

análogo al que había permitido el desarrollo completo de la civilización en Europa.<br />

Un ganadero entrerriano en Buenos Aires<br />

El estanciero Urquiza, vencedor de Rosas, gobernaría su provincia durante<br />

treinta años. La posteridad liberal que lo glorificó, verá con embarazo en el longevo<br />

gobernador al tipo paradigmático de la democracia argentina. De la necesidad de<br />

oponer al tirano Rosas un modelo salido de <strong>las</strong> páginas de Montesquieu, se hará<br />

la leyenda benévola de un paladín del progreso. Pero si se pasa de esta poesía<br />

jurídica a la realidad de la época, Urquiza es otro hombre.<br />

El caudillo de Entre Ríos era un varón de maciza corpulencia, empacado y<br />

receloso, diestro jefe militar de una cólera fría, al que el dinero apasionó siempre<br />

y cuya personalidad vacilaba entre la prudencia política dictada por su ambición y<br />

los tempestuosos arrebatos de un temperamento sanguíneo. En 1851 se recordaba<br />

todavía –con un estremecimiento– entre los círculos unitarios que lo aclamaron al<br />

derribar a Rosas, <strong>las</strong> ejecuciones ordenadas después de la batalla de Vences,<br />

donde se degolló por la nuca o se despellejó por la espalda a centenares de<br />

prisioneros. La batalla de Caseros no purificó a Urquiza de sus hábitos de viejo<br />

degollador –que eran los del país entero, unitario y federal, mestizo, blanco o<br />

indio pampa, país en armas donde el salvaje se refrescaba en el desierto abriendo<br />

la yugular de <strong>las</strong> yeguas para beber con fruición el chorro escarlata–. Unitarios de<br />

levita, gauchi†doctores o gobernadores gauchos brotaron todos de esa sociedad<br />

despiadada: ninguno de ellos escapó a sus violencias.<br />

Urquiza, el padre de la Constitución, era hijo de una época donde todos los<br />

partidos se diezmaron recíprocamente: ¿quién había olvidado que <strong>las</strong> orejas saladas<br />

REVOLUCION Y CONTRARREVOLUCION EN LA ARGENTINA | 175

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