Libro 1 - Las Masas y las lanzas - Jorge Abelardo Ramos

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los ingleses por su popularidad en las provincias federales y entre las clases más humildes de la provincia, sino por su amistad con Bolívar y Sucre en quienes había visto la posibilidad de obtener una alianza para formar una unión hispanoamericana de repúblicas y poner fin, al mismo tiempo, a la ocupación portuguesa en la Banda Oriental. Veamos aquí en toda su perfección al deslenguado Ponsomby. Antes de viajar a Río, escribe a Dorrego: Vuestra Excelencia no puede tener ningún respeto por la doctrina expuesta por algunos torpes teóricos de «que América debería tener una existencia política separada de la existencia política de Europa»; el comercio y el común interés de los individuos han creado lazos entre Europa y América, lazos que ningún gobierno, ni tampoco acaso ningún poder que el hombre posea, puede ahora disolver. Y mientras esos lazos existan, Europa tendrá el derecho y ciertamente no carecerá de los medios ni de la voluntad de intervenir en la política de América, por lo menos en la medida necesaria para la seguridad de los intereses europeos. La minoría de los accionistas del Banco Nacional, único banco emisor de papel moneda de Buenos Aires, estaba formada por comerciantes porteños, socios menores de la banca inglesa. La mayoría de esos mismos accionistas eran directamente comerciantes británicos. Con ese nudo corredizo sobre el cuello del Gobierno de Dorrego, Lord Ponsomby ahogó la continuación victoriosa de la guerra sobre el Imperio esclavista. Dorrego se vio obligado a firmar la convención de paz por cuyos términos se establecía en el Río de la Plata la fundación de un Estado independiente, formado por la antigua Provincia oriental del Virreinato. Dicho Estado constituiría durante un siglo y medio de historia rioplatense el Gibraltar Sudamericano. Esta capitulación no salvó al Gobernador de la venganza del partido rivadaviano ni del odio mortal de la diplomacia inglesa44 . Por el contrario, obligado a hacer la paz con el Brasil por la presión de la diplomacia británica, Dorrego ordenó el regreso al país de los ejércitos en campaña. Esta desmovilización le costó la cabeza. 120 | JORGE ABELARDO RAMOS

Los Unitarios y el crimen de Navarro El 1º de diciembre de 1828 llegaba a Buenos Aires una división del ejército de la campaña del Brasil, al mando del general Juan Lavalle. Era Lavalle un bravo de palabra fácil, «cabeza alocada», según San Martín, un soldado embriagado de coraje; su arrojo era tan legendario como su falta de equilibrio intelectual. No fue difícil al núcleo doctoral de los rivadavianos, recién expulsados del gobierno, seducir el espíritu del fogoso general porteño. Los del Carril, los Agüero, los Valentín Gómez –ese grupo, severo, sombrío y libresco– conocían las fibras vulnerables de Lavalle y fue bastante simple persuadirlo de que todos los horrores y culpas de la anarquía tenían como responsable a Dorrego, ese demagogo amigo de la chusma que tendía su mano a la montonera bárbara. Lavalle no quiso oír más. Con su división de veteranos volteó al Gobernador de la Provincia, lo persiguió en los campos de Navarro y lo hizo prisionero. Sin perder un minuto, la secta rivadaviana, conspirando en la ciudad para reconquistar el poder, le escribe dos cartas a Lavalle, que meditaba vacilante, en su tienda de campaña, sobre la suerte del Gobernador. Una de ellas la firma Juan Cruz Varela: después de la sangre que se ha derramado en Navarro, el proceso del que la ha hecho correr, está formado; ésta es la opinión de todos sus amigos de usted, esto será lo que decida la revolución; sobre todo si andamos a medias... en fin, usted piense que doscientos y más muertos y quinientos heridos deben hacer entender a usted cuál es su deber 45 . Salvador María del Carril, segundón de Rivadavia, sanjuanino de origen y porteño de adopción, carácter débil para los poderosos, petulante para los inferiores, infatuado en su valer, y desdeñoso del ajeno según cuenta en sus recuerdos Vicente G. Quesada, escribió la segunda carta a Lavalle. Impulsándolo a ejecutar a Dorrego, este hombre sinuoso decía en su misiva secreta que una revolución es un juego de azar en el que se gana hasta la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de REVOLUCION Y CONTRARREVOLUCION EN LA ARGENTINA | 121

los ingleses por su popularidad en <strong>las</strong> provincias federales y entre <strong>las</strong><br />

c<strong>las</strong>es más humildes de la provincia, sino por su amistad con Bolívar y<br />

Sucre en quienes había visto la posibilidad de obtener una alianza para<br />

formar una unión hispanoamericana de repúblicas y poner fin, al mismo<br />

tiempo, a la ocupación portuguesa en la Banda Oriental. Veamos aquí en<br />

toda su perfección al deslenguado Ponsomby. Antes de viajar a Río,<br />

escribe a Dorrego:<br />

Vuestra Excelencia no puede tener ningún respeto por la<br />

doctrina expuesta por algunos torpes teóricos de «que América<br />

debería tener una existencia política separada de la existencia<br />

política de Europa»; el comercio y el común interés de los individuos<br />

han creado lazos entre Europa y América, lazos que ningún<br />

gobierno, ni tampoco acaso ningún poder que el hombre<br />

posea, puede ahora disolver. Y mientras esos lazos existan, Europa<br />

tendrá el derecho y ciertamente no carecerá de los medios<br />

ni de la voluntad de intervenir en la política de América, por lo<br />

menos en la medida necesaria para la seguridad de los intereses<br />

europeos.<br />

La minoría de los accionistas del Banco Nacional, único banco emisor<br />

de papel moneda de Buenos Aires, estaba formada por comerciantes<br />

porteños, socios menores de la banca inglesa. La mayoría de esos mismos<br />

accionistas eran directamente comerciantes británicos. Con ese nudo<br />

corredizo sobre el cuello del Gobierno de Dorrego, Lord Ponsomby ahogó<br />

la continuación victoriosa de la guerra sobre el Imperio esclavista. Dorrego<br />

se vio obligado a firmar la convención de paz por cuyos términos se<br />

establecía en el Río de la Plata la fundación de un Estado independiente,<br />

formado por la antigua Provincia oriental del Virreinato. Dicho Estado<br />

constituiría durante un siglo y medio de historia rioplatense el Gibraltar<br />

Sudamericano.<br />

Esta capitulación no salvó al Gobernador de la venganza del partido<br />

rivadaviano ni del odio mortal de la diplomacia inglesa44 . Por el contrario,<br />

obligado a hacer la paz con el Brasil por la presión de la diplomacia<br />

británica, Dorrego ordenó el regreso al país de los ejércitos en campaña.<br />

Esta desmovilización le costó la cabeza.<br />

120 | JORGE ABELARDO RAMOS

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