Libro 1 - Las Masas y las lanzas - Jorge Abelardo Ramos
Libro 1 - Las Masas y las lanzas - Jorge Abelardo Ramos Libro 1 - Las Masas y las lanzas - Jorge Abelardo Ramos
negó a ratificar el Tratado. García, veterano agente británico, se defendía afirmando que en las instrucciones verbales que había recibido se le había recomendado que el principal interés era salvar a la República de los gobiernos bárbaros que dominaban las provincias que amenazaban extenderse a la capital». Y que «en la alternativa de ver perdida la cultura social y política del país o tener el ejército para salvarla, había creído que a esto último le obligaba su deber y su patriotismo, tanto más que cuanto a sus ojos los orientales no eran ni serán jamás argentinos 37 . Bloqueado por los caudillos en armas, jaqueado por los ganaderos bonaerenses, abandonado por la propia ciudad de Buenos Aires, reducida a polvo la estructura institucional que fundara en el vacío, incapaz de hacer la paz con el Brasil, y sin poder dominar a las provincias, Rivadavia renunció, desapareciendo para siempre de la escena política argentina. El juego maestro de Gran Bretaña se revelaba en toda su amplitud. La frase jactanciosa de Canning podría comprenderse luego: «He hecho surgir a la vida un Nuevo Mundo, para restablecer el equilibrio del antiguo» 38 . La grandeza de Europa debía fundarse en el sometimiento y dispersión de América Latina. A la primera edición de su libro admirable, Guillermo Enrique Hudson puso como título «La Tierra Purpúrea que Inglaterra perdió». Luego, por intuición, o significativo azar, esa obra que tan magistralmente describe el campo de la Banda Oriental, se llamó simplemente «La Tierra Purpúrea». No sabremos nunca si el artista sospechó tardíamente que en verdad Inglaterra había ganado una nueva partida en la historia de nuestra balcanización. El dorreguismo como tendencia El sector federal liberal. de los ganaderos bonaerenses, encabezado por Dorrego, frente al caos originado por la política rivadaviana, formuló entonces un proyecto de ley aceptando la renuncia de Rivadavia y decretando la suspensión de las sesiones del Congreso Constituyente. La provincia de Buenos Aires se reconstituía como Estado, procedía a la elección de su Legislatura y al nombramiento de su gobernador. Tras una breve Presidencia interina del Dr. Vicente López y Planes, el Coronel Manuel Dorrego fue elegido Gobernador de Buenos Aires. La vergonzosa caída de Rivadavia con la erección de la Banda Oriental como «Estado Independiente», si no era un triunfo brasileño, era en cambio una 116 | JORGE ABELARDO RAMOS
victoria británica, y sobre todo una derrota argentina. Hundió en el descrédito nacional más completo al partido rivadaviano porteño. Los ganaderos se persuadieron que era imprescindible cambiar la política de Buenos Aires. Aceptaron la gobernación de Dorrego como una solución de emergencia, pero ése no era su hombre. Manuel Dorrego había sido un destacado oficial de las guerras de la Independencia. El voluble Dorrego, altivo, desenfadado, imaginativo, era un cabal argentino del Buenos Aires de su tiempo. Oficial notable de San Martín y de Belgrano, orador chispeante, amigo de gauchos y adorado por la plebe, Dorrego gustaba de la política, manejaba libros, era un soldado intrépido. Ante la política abiertamente antiargentina de la burguesía comercial, Dorrego recibió el apoyo pasivo de los hacendados bonaerenses, que no podían criar sus vacas en paz frente al fantasma de la guerra civil azuzado por la política rivadaviana. Dorrego contaba asimismo con el apoyo de las peonadas, gauchos, artesanos y capas populares de la población porteña y bonaerense, de las cuales se había hecho intérprete. No debemos olvidar por otra parte que el caudillo lbarra lo había designado como diputado por Santiago del Estero en el Congreso Constituyente rivadaviano. Dorrego y su grupo estaban en condiciones de llegar a un entendimiento con los caudillos del interior para la organización nacional. Por otra parte los intereses de Buenos Aires eran tan poderosos y tan obsesivo su localismo portuario, que nadie en esa ciudad de 1828 se habría atrevido a defender una política nacional como la exigida por las provincias interiores 39 . Dorrego fue la suprema expresión de una tendencia que buscaba un acuerdo, por más precario que fuese, con el interior nacionalista. De ahí la cólera redoblada con que los ingleses y los rivadavianos enfrentaron su política, y la indiferencia con que los ganaderos lo dejaron morir. Rosas, que haría de la tumba de Dorrego el escalón de su carrera hacia el poder, ya lo había traicionado en 1820, cuando apoyó al General Rodríguez, jefe del partido unitario en ese momento. Volvería a abandonarlo en la trágica jornada de Navarro al no prestarle apoyo militar frente a Lavalle. En esos dos gestos se cifraba toda la política de los estancieros. Los dueños de vacas no querían hacer política directamente, eran hombres de empresa; esperaban tranquilamente las pariciones anuales. La política era una miseria inevitable que los ganaderos más lúcidos –los Anchorena– pesaban en su valor aunque despreciaban su brillo, pues se consideraban por encima de ella. Unitarios o federales, lo mismo daba: los ganaderos querían para sí la capital, el puerto, la aduana. Toda perturbación al negocio era un crimen de estado. Si Rosas apoya en el año 20 al gobernador REVOLUCION Y CONTRARREVOLUCION EN LA ARGENTINA | 117
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la gobernación de Dorrego como una solución de emergencia, pero ése no era su<br />
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Manuel Dorrego había sido un destacado oficial de <strong>las</strong> guerras de la<br />
Independencia. El voluble Dorrego, altivo, desenfadado, imaginativo, era un cabal<br />
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Belgrano, orador chispeante, amigo de gauchos y adorado por la plebe, Dorrego<br />
gustaba de la política, manejaba libros, era un soldado intrépido.<br />
Ante la política abiertamente antiargentina de la burguesía comercial,<br />
Dorrego recibió el apoyo pasivo de los hacendados bonaerenses, que no<br />
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peonadas, gauchos, artesanos y capas populares de la población porteña y<br />
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otra parte que el caudillo lbarra lo había designado como diputado por Santiago<br />
del Estero en el Congreso Constituyente rivadaviano. Dorrego y su grupo<br />
estaban en condiciones de llegar a un entendimiento con los caudillos del<br />
interior para la organización nacional.<br />
Por otra parte los intereses de Buenos Aires eran tan poderosos y tan obsesivo<br />
su localismo portuario, que nadie en esa ciudad de 1828 se habría atrevido a defender<br />
una política nacional como la exigida por <strong>las</strong> provincias interiores 39 . Dorrego fue la<br />
suprema expresión de una tendencia que buscaba un acuerdo, por más precario que<br />
fuese, con el interior nacionalista. De ahí la cólera redoblada con que los ingleses y<br />
los rivadavianos enfrentaron su política, y la indiferencia con que los ganaderos lo<br />
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Rosas, que haría de la tumba de Dorrego el escalón de su carrera hacia el<br />
poder, ya lo había traicionado en 1820, cuando apoyó al General Rodríguez, jefe<br />
del partido unitario en ese momento. Volvería a abandonarlo en la trágica jornada<br />
de Navarro al no prestarle apoyo militar frente a Lavalle. En esos dos gestos se<br />
cifraba toda la política de los estancieros. Los dueños de vacas no querían hacer<br />
política directamente, eran hombres de empresa; esperaban tranquilamente <strong>las</strong><br />
pariciones anuales. La política era una miseria inevitable que los ganaderos más<br />
lúcidos –los Anchorena– pesaban en su valor aunque despreciaban su brillo, pues<br />
se consideraban por encima de ella. Unitarios o federales, lo mismo daba: los<br />
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