Libro 1 - Las Masas y las lanzas - Jorge Abelardo Ramos
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atención <strong>las</strong> alternativas de la política porteña. El Dr. Castro Barros, sacerdote<br />
exaltado, le ha enseñado en su infancia a leer la Biblia, cuya potente poesía enciende<br />
la imaginación del niño, y lo seduce hasta grabarla fielmente en su memoria26 .<br />
El ascendiente político de Facundo en La Rioja era fruto de esas condiciones<br />
apacibles, derivadas de la economía natural en una provincia mediterránea cuyos<br />
intereses no dependían del capital extranjero, y cuya ideología espontánea era, en<br />
consecuencia, la de un nacionalismo altivo, ingenuo y profundo. La Rioja, como<br />
<strong>las</strong> otras provincias interiores, carecía de productos exportables; su única posibilidad<br />
de progreso material e intelectual consistía en el desarrollo de sus fuerzas<br />
productivas, en <strong>las</strong> industrias y en la minería. Para Quiroga y sus comprovincianos<br />
más esclarecidos, la necesidad de organizar el país para restituir a sus pueblos el<br />
usufructo de la Aduana y del Tesoro Nacional era un problema de vida o muerte,<br />
no un tema de Derecho Constitucional.<br />
El unitarismo de frac conocía Londres y París, pero sus hombres jamás<br />
habían puesto los pies en Córdoba o La Rioja. Despreciaban profundamente a<br />
esas provincias del interior precapitalista que yacían en la miseria bajo un paisaje<br />
biblíco. La política librecambista, impuesta por la burguesía comercial porteña<br />
desde la Revolución de Mayo, tendió férreamente a convertir el interior del país,<br />
la zona más rica de la época virreinaI, en el territorio más pobre de la era<br />
republicana. Al pretender Buenos Aires degradarlo a simple mercado de los<br />
ponchos ingleses, el Interior resistió ese destino con <strong>las</strong> armas en la mano.<br />
De ahí derivaban la resistencia, la hostilidad y la desconfianza de <strong>las</strong> provincias<br />
mediterráneas hacia el núcleo dirigente de la privilegiada Buenos Aires.<br />
¿Cómo no habrían de mirar por encima del hombro los abogados rivadavianos<br />
a esas provincias cuyos mandatarios se cubrían con los ponchos lugareños y dónde<br />
la vajilla de plata era excepción? David Peña ha retratado vívidamente <strong>las</strong><br />
costumbres políticas en <strong>las</strong> provincias de ese tiempo:<br />
Después del gobernador, casi siempre un viejo gaucho militar,<br />
cargado de malicia y de un profundo conocimiento de la psicología<br />
del paisanaje, venía la Sala, es decir, la Legislatura, grupo manso<br />
de pocos e ilustrados vecinos hacendados, mineros, sacerdotes. El<br />
gobernador disponía de un secretario ministro, hombre de pluma y<br />
labia, a veces un desgajado de Montserrat o Charcas con sus latines<br />
a cuestas; otras, con su sable además del doctorado». Y agrega:<br />
«No siempre el Ministro era del lugar por lo mismo que se le requería<br />
doctor, en varias ocasiones hemos de ver una especie de ambu-<br />
110 | JORGE ABELARDO RAMOS