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VLADIMIR NABOKOV Habla, memoria - Fieras, alimañas y sabandijas

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Polnischer und Kurfürstlicher Sachsischer Akzisen-einnehmer», en donde el elector en cuestión era su<br />

tocayo, Augusto II, Rey de Polonia), procedía de un largo linaje de sacerdotes. Su tatarabuelo, Wolfgang<br />

Graun, fue, en 1575, organista de Plauen (cerca de Wahrenbrück), en donde una estatua de su<br />

descendiente, el compositor, adorna ahora un jardín público. Carl Heinrich Graun murió a los cincuenta y<br />

ocho años, en 1759, en Berlín, donde diecisiete años antes se inauguró el nuevo teatro de la ópera con<br />

su César y Cleopatra. Fue uno de los más eminentes compositores de su época, e incluso los más<br />

grandes se sintieron afectados, según los necrólogos del lugar, por el dolor de su real mecenas. Graun<br />

aparece (póstumamente) en pie, y en actitud algo reservada, con los brazos cruzados, en el cuadro de<br />

Menzel que representa a Federico el Grande tocando una composición de Graun para flauta; diversas<br />

reproducciones de este cuadro me persiguieron por todos los alojamientos alemanes en los que viví<br />

durante mis años de exilio. Me han contado que en el Palacio Sans-Souci de Potsdam hay un óleo de la<br />

época que representa a Graun y a su esposa, Dorothea Rehkopp, sentados ante un mismo clavecín. Las<br />

enciclopedias musicales suelen reproducir el retrato que hay en el teatro de la ópera de Berlín, en el que<br />

se parece mucho al compositor Nikolay Dmitrievich Nabokov, mi primo hermano. Un simpático eco,<br />

valorado en 250 dólares, de todos aquellos conciertos dados bajo los techos pintados de un pasado<br />

dorado, me llegó dulcemente en el Berlín heil-hitlerante de 1936, cuando el legado de la familia Graun,<br />

poca cosa más que una colección de tabaqueras y chucherías cuyo valor, después de pasar muchos<br />

avatares en el banco estatal de Prusia se había reducido a 43.000 reichsmarks (unos 10.000 dólares),<br />

fue distribuido entre los descendientes del próvido compositor, los clanes von Korff, von Wissmann y<br />

Nabokov (un cuarto linaje, los condes Asinari di San Marzano había desaparecido sin descendencia).<br />

Las dos baronesas von Korff dejaron su huella en los ficheros de la policía de París. Una de ellas, Anna-<br />

Christina Stegelman, hija de un banquero sueco, era viuda del barón Fromhold Christian von Korff,<br />

coronel del ejército ruso, tío-bisabuelo de mi abuela. Anna-Christina fue también prima, o novia, o ambas<br />

cosas, de otro soldado, el famoso conde Axel von Fersen; y fue ella quien, en París, el año 1791, prestó<br />

su pasaporte y su carruaje, nuevo a estrenar y hecho a la medida (un suntuoso coche montado sobre<br />

altas ruedas rojas, tapizado con terciopelo blanco de Utrecht, con cortinas verde oscuro y toda clase de<br />

complementos, entonces modernos, tales como un vase de voyage) a la familia real, para su huida a<br />

Varennes. La reina fingió ser ella, y el rey, el preceptor de los dos niños. La otra anécdota policíaca tuvo<br />

que ver con una mascarada menos dramática.<br />

Una semana antes del Carnaval, en París, hace más de un siglo, el conde de Morny invitó al baile de<br />

disfraces que se celebraba en su casa, a «une noble dame que la Russie a prétée cet hiver a la France»<br />

(según informó Henrys en la Gazette du Valais, sección de la lllustration, 1859, p. 251). Se trataba de<br />

Nina, baronesa von Korff, a la que ya he mencionado; María (1842-1926), la mayor de cinco hermanas,<br />

se casaría en septiembre de ese mismo año, 1859, con Dmitri Nikolaevich Nabokov (1827-1904), un<br />

amigo de la familia que también se encontraba en París por aquel entonces. Con motivo del baile, la<br />

señora encargó unos vestidos de florista para María y Olga, a doscientos veinte francos cada uno. Su<br />

precio, según el elocuente y poco veraz reportero de la lllustration, representaba seiscientos cuarenta y<br />

tres días «de nourriture, de loyer et d'entretien du père Crépin [comida, alquiler y calzado]», lo cual suena<br />

raro. Cuando los vestidos estuvieron listos, Mme. de Korff los encontró «trop décolletés» y se negó a<br />

quedárselos. La modista le envió a un huissier [ujier], cuya visita provocó un tremendo escándalo, y mi<br />

bisabuela (una mujer bella, apasionada y, siento decirlo, mucho menos austera en lo que se refería a su<br />

moral particular de lo que pudiera sugerir su actitud ante los grandes escotes) demandó por daños y<br />

perjuicios a la modista.<br />

Sostuvo que las demoiselles de magazin que fueron a llevarle los vestidos eran unas «péronelles<br />

[lagartas]», y que, en respuesta a su objeción relativa a que los vestidos tenían unos escotes tan grandes<br />

que ninguna dama se prestaría a ponérselos, «se sont permis d'exposer des théories égalitaires du plus<br />

mauvais goût [se atrevieron a exponer teorías igualitarias del peor gusto]»; dijo que ya era demasiado<br />

tarde para que les hicieran otros disfraces y que sus hijas no pudieron ir al baile; acusó al huissier y a sus<br />

acólitos de repanchingarse en los asientos más muelles y obligar a las damas a utilizar los más duros;<br />

también se quejó, furiosa y amargamente, de que el ujier hubiese llegado a amenazar con la cárcel a<br />

Monsieur Dmitri Nabokoff «Conseiller d'État, homme sage et plein de mesure [persona sensata y<br />

reservada]» sólo porque el susodicho caballero intentó arrojar al huissier por la ventana. No eran<br />

argumentos muy convincentes, pero la modista perdió el caso. Tuvo que quedarse con sus vestidos,<br />

devolver lo que le habían pagado por ellos, y pagar además mil francos a la demandante; por otro lado,<br />

la factura que el fabricante de su carruaje le presentó en 1791 a Christina, una nadería de cinco mil<br />

novecientas cuarenta y cuatro libras, jamás llegó a ser pagada.

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