Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
El camarero se quedó impertérrito esperando una aclaración más concisa.<br />
—Arroz y zanahorias estará bien. Gracias —improvisó mi padre con cierta<br />
agilidad—. Pero <strong>de</strong>be <strong>de</strong> ser fácil <strong>de</strong>tectar a <strong>los</strong> membril<strong>los</strong> más potentes, ¿no? —<br />
consiguió acabar <strong>de</strong> preguntar.<br />
Ya en aquella época mi padre empezaba a estar especialmente interesado en las<br />
enormes posibilida<strong>de</strong>s que el juego <strong>de</strong>l póquer ofrecía a quien sabía elegir bien<br />
sus compañeros <strong>de</strong> mesa. Antes <strong>de</strong> que Steve pudiese contestar, el camarero volvió<br />
a atacar con otro dilema que, al ser lanzado en un inglés con acento nativo, se<br />
hacía casi incomprensible. Parece que el problema ahora era saber elegir entre<br />
cuatro salsas posibles o incluso renunciar a cualquiera <strong>de</strong> ellas.<br />
—De cualquier manera estará bueno —volvió a contestar Steve, mientras nos<br />
hacía ver que <strong>los</strong> jugadores que en el póquer nunca apuestan a nada esperando a<br />
tener una sólida pareja <strong>de</strong> ases para atacar son <strong>los</strong> más flojos. También <strong>los</strong> que<br />
eran especialmente escrupu<strong>los</strong>os con las reglas y cuidaban en <strong>de</strong>masía su imagen,<br />
ostentando siempre el juego que llevaban y <strong>de</strong>mostrando buenas maneras, parece<br />
que resultaban bastante asequibles.<br />
Gracias a que a regañadientes opté por elegir salsa roquefort que, aunque no<br />
está entre mis preferidas, sí es la que siempre entiendo en cualquier idioma,<br />
pudimos conseguir que aquel camarero, que nunca llegó a per<strong>de</strong>r su sonrisa, nos<br />
trajese la comida. Mientras nos servían <strong>los</strong> platos y aceptábamos que <strong>los</strong> peludos<br />
<strong>de</strong>dos <strong>de</strong>l mesero penetraran en el área <strong>de</strong> la mayonesa o la salsa <strong>de</strong> queso,<br />
intentábamos trasladar a Steve la importancia que tenía el juego <strong>de</strong> ruleta en<br />
Europa, a lo que él incesantemente contestaba en su lengua vernácula:<br />
—Oh, really?<br />
Una vez más pudimos comprobar que, por fortuna, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> ese juego había<br />
mucho recorrido en <strong>La</strong>s Vegas ya que ganar en la ruleta no es algo que <strong>los</strong><br />
americanos tengan tipificado en el libro <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s gestas.<br />
No tardamos mucho en comprobar, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la más cruda experiencia, que no era nada<br />
sencillo jugar intentando salvar aquella <strong>de</strong>sventaja matemática con la que<br />
cuentan <strong>de</strong> partida las ruletas norteamericanas. Cuando parecía que alguna <strong>de</strong> las<br />
mesas que teníamos estudiadas empezaba a ofrecernos resultados que en otros<br />
países nos hubiesen dado confianza, era fácil que entrase en una mala racha que<br />
a menudo nos <strong>de</strong>scorazonaba, pues no sabíamos muy bien cuál era la calidad<br />
<strong>de</strong>finitiva <strong>de</strong> aquellas ruletas. Fueron sesiones mucho más duras <strong>de</strong> lo que<br />
estábamos acostumbrados y, aunque Ángel se acordaba <strong>de</strong> aquella primera noche en<br />
el club Napoleón <strong>de</strong> Londres, o yo recordaba aquel agónico número 21 en el casino<br />
<strong>de</strong> Madrid, sabíamos que en América teníamos que aceptar eso como una situación<br />
bastante más habitual.<br />
En esta etapa fue cuando mi padre empezó a darse <strong>de</strong> cara más veces con <strong>los</strong><br />
casinos y, por supuesto, también a <strong>de</strong>sesperarse, aunque supiera <strong>de</strong> sobra qué era<br />
lo que teníamos entre manos. En medio <strong>de</strong> ese estrés <strong>de</strong>cidimos tomarnos un<br />
<strong>de</strong>scanso para relajarnos y disfrutar algo <strong>de</strong> lo que íbamos ganando. Hicimos <strong>los</strong><br />
cuatro un pequeño viaje en avioneta que nos llevase a visitar el Gran Cañón <strong>de</strong>l<br />
Colorado, lugar don<strong>de</strong> dormimos y en el que pudimos admirar un atar<strong>de</strong>cer <strong>de</strong> esos<br />
que llenan <strong>de</strong> poesías <strong>los</strong> diarios <strong>de</strong> <strong>los</strong> viajeros más sensibles. También<br />
<strong>de</strong>scubrimos que el rio Colorado crea numerosos lagos como el Mead o el Powell,<br />
<strong>los</strong> cuales visitamos. Y por fin, antes <strong>de</strong> volver a <strong>La</strong>s Vegas, acabamos en el<br />
mágico Monument Valley, patria chica <strong>de</strong> John Wayne y sobre todo <strong>de</strong> uno <strong>de</strong><br />
nuestros gran<strong>de</strong>s mitos <strong>de</strong> la cultura occi<strong>de</strong>ntal: John Ford. Allí convivimos unas<br />
horas con <strong>los</strong> indios navajos. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> poseer alguna que otra licencia para<br />
montar minicasinos en las distintas reservas <strong>de</strong> sus territorios, tenían en<br />
exclusiva la licencia para explotar turísticamente la zona. A pesar <strong>de</strong> ir sin<br />
camisa y con <strong>los</strong> pe<strong>los</strong> un tanto revueltos, era evi<strong>de</strong>nte que aquel<strong>los</strong> pobres<br />
indios eran bastante más ricos que cualquiera <strong>de</strong> <strong>los</strong> turistas que diariamente<br />
recibían.<br />
Al volver <strong>de</strong>l viaje pensamos que <strong>de</strong>bíamos ir a por todas y que íbamos a jugar<br />
algo más fuerte y también más horas <strong>de</strong> las que hasta ahora habíamos empleado. En<br />
ese momento fue cuando con mayor ahínco se utilizaron <strong>los</strong> servicios <strong>de</strong>