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volvimos a estar en el 31 <strong>de</strong> diciembre que acabábamos <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar y aterrizamos en<br />
Papeete a las diez <strong>de</strong> la mañana <strong>de</strong>l último día <strong>de</strong>l año.<br />
Al final <strong>de</strong> esa mañana hablábamos con España, don<strong>de</strong> en ese momento estaban<br />
tomando las uvas, y todavía tuvimos que esperar más <strong>de</strong> diez horas para pasar<br />
nuestro fin <strong>de</strong> año tahitiano en una fiesta típica llena <strong>de</strong> color local y<br />
turistas embobados como nosotros. Todas estas carambolas me suenan a martingalas<br />
horarias que se parecen a <strong>los</strong> sistemas <strong>de</strong> muchos jugadores en todo el mundo,<br />
pero, al igual que el<strong>los</strong>, no vi la manera <strong>de</strong> sacarle un dólar australiano a<br />
tantas fantasías y <strong>de</strong>sviaciones <strong>de</strong>l muy equilibrado meridiano <strong>de</strong> Greenwich.<br />
¿Tahití? Una maravilla: paisajes estremecedores, la casa museo <strong>de</strong> Gauguin, el<br />
recuerdo <strong>de</strong> la Bounty y a<strong>de</strong>más todo muy caro; la gente relativamente simpática,<br />
pero hablando en francés. También estuvimos en Moorea y en la muy justamente<br />
mítica Bora Bora, el mejor nombre que podía ponerse al único lugar que supera en<br />
belleza a sus propias postales.<br />
Tuvimos fuerzas, a pesar <strong>de</strong>l intenso calor que nos envolvía, para ir a<br />
Rangiroa, un atolón <strong>de</strong> las Tuamotu. Pasábamos el día paseando por la laguna<br />
circular y viendo cómo llegaban a ella <strong>los</strong> barcos <strong>de</strong> aprovisionamiento que,<br />
entrando por el estrecho canal que rompía la circunferencia <strong>de</strong> tierra,<br />
conectaban a esta gente con el lejano y alocado mundo exterior. Pablo parecía<br />
feliz.<br />
Cuando volvimos <strong>de</strong>l paraíso, ya Guillermo y Enrique Portal habían llegado a<br />
nuestra casa <strong>de</strong> Gold Coast. Era mediados <strong>de</strong> enero, el ambiente veraniego <strong>de</strong> esas<br />
playas había <strong>de</strong>caído un tanto, no había marcadores que ayudaran a la toma <strong>de</strong><br />
números y nuestros dos amigos venían con ganas <strong>de</strong> conocer Australia. Así que<br />
<strong>de</strong>cidimos viajar a la parte sur <strong>de</strong>l continente; como el<strong>los</strong>, igual nosotros,<br />
habían llegado por Sydney y ya conocían su ópera y sus puentes, nos fuimos<br />
directamente hacia A<strong>de</strong>laida.<br />
Nos pareció una ciudad con una personalidad única. Un centro perfectamente<br />
<strong>de</strong>lineado en cuadrículas, que se aligeraba <strong>de</strong> <strong>los</strong> excesos geométricos con unas<br />
bellísimas plazas llenas <strong>de</strong> vegetación, ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> amplios círcu<strong>los</strong> <strong>de</strong> parques<br />
concéntricos que daban paso a pequeñas aglomeraciones urbanas. Un prodigio <strong>de</strong><br />
diseño tan humano como mo<strong>de</strong>rno. El casino estaba bastante concurrido por la<br />
clientela local y <strong>de</strong> las zonas vecinas. Abría las veinticuatro horas y tampoco<br />
pedían i<strong>de</strong>ntificación, por lo que evitábamos <strong>los</strong> problemas y las re<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />
información existentes en Europa. Comenzamos la toma <strong>de</strong> datos en turnos <strong>de</strong> seis<br />
horas, <strong>de</strong>jando sólo libres <strong>los</strong> ratos <strong>de</strong> la madrugada.<br />
A <strong>los</strong> quince días <strong>de</strong> pacífica estancia semivacacional comenzamos a jugar. A<br />
Enrique le costaba trabajo la disciplina <strong>de</strong>l sistema. No podía, por ejemplo,<br />
jugar un número y no su vecino, que salía más veces en las primeras cien bolas.<br />
Este asunto siempre fue difícil <strong>de</strong> explicar a <strong>los</strong> amigos que encontrábamos en<br />
las mesas <strong>de</strong> juego, pero como la flotilla era bastante novata en li<strong>de</strong>s<br />
jugativas, no le costaba trabajo seguir una conducta que hubiera sido imposible<br />
con jugadores más baqueteados. Éste era el caso <strong>de</strong> Enrique. Llevaba jugando toda<br />
su vida y aunque teóricamente confiaba en nuestras estrategias, cuando se<br />
encontraba solo en el campo <strong>de</strong> batalla no podía evitar jugar ese vecino<br />
respondón o seguir esa corazonada infalible. Tuvimos nuestros más y nuestros<br />
menos durante unos días y entonces comprendí la soli<strong>de</strong>z <strong>de</strong>l equipo que habían<br />
formado Guillermo e Iván, la importancia <strong>de</strong>l núcleo familiar y las muchas<br />
ventajas <strong>de</strong> la juventud y la inexperiencia.<br />
Pero Enrique era un poeta y un amigo con el que compartía todo lo que no fuese<br />
juego. Así que, aprovechando una racha mo<strong>de</strong>rada <strong>de</strong> fortuna, <strong>de</strong>cidimos tomar un<br />
poco <strong>de</strong> aire y viajar todos juntos gozando <strong>de</strong>l final <strong>de</strong>l verano. Nos fuimos a<br />
visitar Melbourne. Siempre he tenido predilección por las ciuda<strong>de</strong>s olímpicas. Ya<br />
las había visitado todas (como San Luis, Amberes, Moscú, Seúl o Helsinki, don<strong>de</strong><br />
me colé en el estadio vacío y me hice, yo solo, la curva <strong>de</strong> <strong>los</strong> doscientos<br />
metros) y me faltaba conocer la lejana se<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> Juegos <strong>de</strong>l cincuenta y seis.<br />
Enrique, entusiasmado, no paraba <strong>de</strong> hacer fotos. Después <strong>de</strong> Sydney, Brisbane y<br />
A<strong>de</strong>laida, esta ciudad parecía confirmar la existencia <strong>de</strong> un nuevo mundo con unos<br />
renovados conceptos estéticos y urbanísticos.<br />
Avión para Tasmania y llegada a Hobart, capital <strong>de</strong> la mítica isla, don<strong>de</strong><br />
recorrimos su barrio más céntrico y comercial, que allí llaman Salamanca Place.