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La fabulosa historia de los pelayos

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unísono su juego y al mismo tiempo que a la dueña <strong>de</strong>l negocio se le ocurrió<br />

pasarse por el local para dar una vuelta. Detrás <strong>de</strong> un pleno ganado venía con<br />

prontitud otro, y <strong>de</strong>spués otro, y así se adivinaba que eso no iba a parar en<br />

algún tiempo. El crupier, que empezó a ponerse nervioso, optó por tirar la bola<br />

lo más rápido que era capaz, y eso era bastante teniendo en cuenta que contaba<br />

con un solo jugador en la mesa efectuando apuestas, colocadas a la velocidad <strong>de</strong>l<br />

rayo. En cuestión <strong>de</strong> una hora habíamos levantado casi doce mil libras, no sin<br />

adivinar alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> mí diversos comportamientos que ya me eran familiares.<br />

Aceleradas carreras <strong>de</strong> <strong>los</strong> jefes <strong>de</strong> sala por todo el local, múltiples<br />

comentarios y cuchicheos <strong>de</strong> clientes que no se atrevían a entrar en aquella<br />

batalla que se había improvisado en pocos minutos, la gélida mirada <strong>de</strong> aquella<br />

propietaria, que durante más <strong>de</strong> media hora mantuvo una exquisita actitud ante<br />

<strong>los</strong> clientes pero sin ocultar un gesto acusatorio hacia mi persona, y sobre<br />

todo, hacia <strong>los</strong> empleados que habían tenido la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> trabajar aquella<br />

noche y en aquel turno horario. Por supuesto al día siguiente, expulsados ya <strong>de</strong>l<br />

Cromwell Mint, hicimos las maletas para <strong>de</strong>splazarnos a la tranquila y<br />

provinciana ciudad <strong>de</strong> Leicester.<br />

Allí nos encontramos con mi madre, que era la que había preparado el estudio <strong>de</strong>l<br />

casino y nos avisaba <strong>de</strong> lo pequeño y poco ambientado que era aquella especie <strong>de</strong><br />

salón <strong>de</strong> juego. Decidimos que Ángel se fuese solo a trabajar a aquel garito, ya<br />

que no era necesario <strong>de</strong>masiada gente por allí. Mientras tanto, <strong>los</strong> <strong>de</strong>más nos<br />

quedaríamos analizando en el hotel <strong>los</strong> últimos resultados. Al poco <strong>de</strong> entrar en<br />

aquel tugurio con aires todavía no renovados <strong>de</strong> la época <strong>de</strong> la Segunda Guerra<br />

Mundial, Ángel se dirigió al cuarto <strong>de</strong> baño <strong>de</strong>l local para hacer uso <strong>de</strong> él, y<br />

también para relajar un rato la tensión que con facilidad se captaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

momento en que hizo su entrada. Al cabo <strong>de</strong> un minuto irrumpió <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> él un<br />

extraño personaje vestido con un traje estampado en cuadros ver<strong>de</strong>s y grises. Se<br />

acercó al urinario, no tardó en imitar la acción purificadora en la que Ángel se<br />

encontraba inmerso en ese momento y, cuchicheándole al oído, le dijo:<br />

—Yo soy tu hombre. No te preocupes <strong>de</strong> nada. Yo soy tu hombre.<br />

A Ángel, que tiene una personalidad muy masculina, no le hizo <strong>de</strong>masiada gracia<br />

aquel suceso, y aunque por supuesto entendió enseguida que esa persona era «el<br />

hombre» que <strong>de</strong>bía protegernos, <strong>de</strong>cidimos que <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> ser un absoluto payaso, ya<br />

que no era cuestión <strong>de</strong> arriesgar así el trabajo en un local <strong>de</strong> tan reducidas<br />

dimensiones como aquel, don<strong>de</strong> era evi<strong>de</strong>nte que hasta las pare<strong>de</strong>s estaban a la<br />

escucha <strong>de</strong> todo lo que pasase allí <strong>de</strong>ntro.<br />

Y no es que no aparecieran <strong>los</strong> dueños <strong>de</strong> vez en cuando, sino que eran <strong>los</strong><br />

mismos caseros <strong>de</strong>l inmueble <strong>los</strong> que regentaban el negocio —concretamente la<br />

mujer <strong>de</strong>l propietario elaboraba la especialidad <strong>de</strong>l local, unos repugnantes<br />

sandwiches <strong>de</strong> roast beef que siempre venían acompañados con el consuelo <strong>de</strong> una<br />

suculenta y pastosa guarnición <strong>de</strong> baked beans—. Era evi<strong>de</strong>nte que habíamos sido<br />

<strong>de</strong>masiado optimistas, con la posibilidad que podía ofrecer ese casino, aun<br />

contando con alguien que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro pretendiese darnos calor y cobijo. Hicimos<br />

algunas apuestas <strong>de</strong> cuántas horas duraríamos por allí y no <strong>de</strong>shicimos <strong>de</strong>l todo<br />

las maletas para no per<strong>de</strong>r el tiempo. Por cierto, no recuerdo quién ganó la<br />

apuesta, pero al cabo <strong>de</strong> dos días estábamos todos en Madrid, excepto mi madre,<br />

que prefirió salir <strong>de</strong> Inglaterra en dirección a París, don<strong>de</strong> tendría que<br />

quedarse unos cuantos meses, pero en esta ocasión por asuntos familiares.<br />

De toda aquella experiencia nos quedó como positivo unos ingresos que al menos<br />

cubrieron <strong>los</strong> gastos efectuados, algunas compras que cayeron en Oxford Street y<br />

en Can<strong>de</strong>m Town, una lluviosa pero emocionante excursión a la ciudad <strong>de</strong> Oxford y<br />

el placer <strong>de</strong> haber trabajado en un país inteligente don<strong>de</strong>, en el entorno <strong>de</strong>l<br />

juego, no se aceptan propinas y cuando te echan es absolutamente legal e incluso<br />

bastante lógico.

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