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La fabulosa historia de los pelayos

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aplazar sus <strong>de</strong>mandas para el final <strong>de</strong> la pelea, pero el<strong>los</strong> se revolvían en un<br />

palmo <strong>de</strong> terreno y nos plantaban cara parando repetidas veces el juego <strong>de</strong> la<br />

mesa. No había visto más <strong>de</strong>svergüenza ni en Nápoles ni en Cádiz, don<strong>de</strong> la han<br />

inventado, pero en su forma sana y artística. Aquí era soez y perdularia.<br />

De pronto abren una tercera mesa, entra Iván como una bala y empieza a ganar a<br />

mayor ritmo <strong>de</strong> lo que nosotros veníamos haciendo. Aquello fue el acabóse. Diez<br />

minutos más tar<strong>de</strong>, se nos acercan <strong>los</strong> gorilas <strong>de</strong>l casino para <strong>de</strong>cirnos que les<br />

acompañemos. Des<strong>de</strong> las otras mesas Iván y Guillermo, que eran igualmente<br />

requeridos, me miraban como preguntando qué hacíamos ante esta situación nueva e<br />

imprevista. Yo me resisto un poco, pero veo que se pue<strong>de</strong> formar un alboroto con<br />

la consiguiente llegada <strong>de</strong> la policía, que en todos <strong>los</strong> países se pone<br />

aburridamente a favor <strong>de</strong>l casino, a favor <strong>de</strong>l más fuerte.<br />

En ese momento llevábamos tres horas jugando y ganábamos justamente tres<br />

millones <strong>de</strong> pesetas. Parece ser que la dirección <strong>de</strong>l casino no nos aguantaba a<br />

un ritmo tan fuerte y, a<strong>de</strong>más, dando pocas propinas a sus esbirros.<br />

Nos llevaron a un <strong>de</strong>spacho, don<strong>de</strong> un tipo sentado <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> una mesa nos contó<br />

en inglés que al vernos tan organizados habla intentado conseguir información<br />

sobre nosotros. El<strong>los</strong> pertenecían a la misma empresa que Austria Casinos y, al<br />

llamar a Viena, hablan sabido quiénes éramos y la que allí habíamos formado. A<br />

la calle, que nos lleváramos lo ganado pero que no volviéramos a pisar sus<br />

salones. Para reafirmar lo dicho, hizo un gesto a un niñato vestido con téjanos<br />

y zapatillas <strong>de</strong> <strong>de</strong>porte que lo acompañaba para que nos mostrara una pistola que<br />

llevaba bajo el brazo sujeta con unas correas <strong>de</strong> cuero. Les dijimos que,<br />

confiando en la conocida liberalidad <strong>de</strong> su país, nos íbamos directamente a la<br />

comisaría más próxima a <strong>de</strong>nunciar este flagrante <strong>de</strong>sprecio por nuestros más<br />

elementales <strong>de</strong>rechos (fundamentalmente nuestro <strong>de</strong>recho a llevarnos un millón por<br />

hora sin hacer ningún tipo <strong>de</strong> trampas, pensé para consolarme).<br />

Nos habíamos equivocado dando algunas propinas. Los jugadores profesionales<br />

como nosotros nunca <strong>de</strong>ben darlas. Fue una <strong>de</strong>bilidad imperdonable.<br />

Dos taxis nos llevaron al garito policial más cercano. Al ser sábado y tar<strong>de</strong>,<br />

habla pocos funcionarios y el que nos atendió, parapetado <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> un<br />

mostrador, nos sorprendió diciéndonos que no nos permitía formular ninguna<br />

<strong>de</strong>nuncia. Estaba al tanto <strong>de</strong> lo que había pasado y por su parte no iba a<br />

permitir que unos extranjeros vinieran a llevarse el dinero <strong>de</strong> su país. Nos<br />

quedamos helados. ¿Ésa era la famosa social<strong>de</strong>mocracia <strong>de</strong> <strong>los</strong> países nórdicos? Ni<br />

siquiera teníamos <strong>de</strong>recho a la protesta. Segunda puerta <strong>de</strong>l día que tomamos con<br />

poco agrado.<br />

¿Qué hacer? A la embajada <strong>de</strong> España, que seguro que allí <strong>de</strong>fien<strong>de</strong>n nuestros<br />

<strong>de</strong>rechos <strong>de</strong> ciudadanos europeos.<br />

Aunque estaba cerrada, nos abrieron por la puerta <strong>de</strong> servicio, ya que en el<br />

mismo edificio se encontraba la resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l embajador y también se alojaba el<br />

personal <strong>de</strong> servicio. Eran todos españoles y nos hicieron pasar a una cocina,<br />

don<strong>de</strong> <strong>de</strong>partimos con el<strong>los</strong> mientras avisaban al responsable <strong>de</strong> nuestros asuntos<br />

en Dinamarca. No se mostraron sorprendidos <strong>de</strong>l trato que habíamos recibido<br />

porque en su vida cotidiana el<strong>los</strong> tenían experiencias parecidas en sus<br />

relaciones con aquel<strong>los</strong> aborígenes.<br />

Nuestra charla con el embajador fue tan amable como inútil, ya que solamente<br />

pudo recomendarnos un abogado para que llevara nuestras posibles <strong>de</strong>mandas, pero<br />

nos <strong>de</strong>spedimos rechazando la i<strong>de</strong>a porque bastantes líos teníamos en España como<br />

para abrir otro frente legal en un país bárbaro.<br />

Esa noche no quisimos visitar el Tívoli, ver <strong>los</strong> restos hippies <strong>de</strong> Cristanía,<br />

ni ninguna otra oferta turística que la ciudad nos ofrecía. Llegué a la<br />

conclusión que <strong>de</strong> Dinamarca sólo me gustaban Dreyer y <strong>La</strong>udrup, aunque Iván<br />

<strong>de</strong>fendía que Kierkegaard también tenía un mérito bastante gran<strong>de</strong>.<br />

Con la flotilla conocí muchos casinos, pero ya antes había visitado lugares<br />

históricos como un casino en Alaska (don<strong>de</strong> la fiebre <strong>de</strong>l oro) o el <strong>de</strong> Viña <strong>de</strong>l<br />

Mar en Chile, casinos ecológicos emplazados en parques naturales como el lago<br />

Tahoe en Nevada o Sun City en Suráfrica, casinos exóticos como <strong>los</strong> <strong>de</strong> Macao,<br />

Aruba, Iguazú, Mauricio o Seychelles, y casinos absurdos como <strong>los</strong> <strong>de</strong> Dakar,<br />

Suazilandia o Valladolid. No sé qué otro adjetivo podía inventar para este <strong>de</strong><br />

Copenhague.

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