07.05.2013 Views

La fabulosa historia de los pelayos

La fabulosa historia de los pelayos

La fabulosa historia de los pelayos

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

palabra «compromiso». Quizá una sola maleta hubiese pasado inadvertida en aquel<br />

joven contexto vacacional, es más, una maleta y una bolsa <strong>de</strong> mano tal vez habría<br />

sido un límite que Cristian podría haberse permitido con cierta garantía <strong>de</strong><br />

seguridad. Pero esa segunda maleta fue el mejor ejemplo <strong>de</strong> inexperiencia que un<br />

hombre enamorado pudo haber evi<strong>de</strong>nciado; a partir <strong>de</strong> ahí, ya no hubo marcha<br />

atrás.<br />

Para ese momento, y aunque Marcos todavía no se lo había ni planteado dada su<br />

clara preferencia por mujeres que ya estuviesen comprometidas, <strong>los</strong> <strong>de</strong>más<br />

empezábamos a consolidar relaciones con parejas que, «casualmente», tenían que<br />

ver con el mundo <strong>de</strong>l juego. Guillermo empezaba a asentar <strong>de</strong> manera <strong>de</strong>finitiva su<br />

relación con Nines, Balón se lanzaba con Ágata, y a mí me quedaba un cuarto <strong>de</strong><br />

hora para iniciar un acercamiento con mi futura mujer. Mientras tanto, Cristian<br />

veía cómo un mero problema <strong>de</strong> cantidad le alejaba <strong>de</strong> esa posibilidad, al menos a<br />

corto plazo, por lo que aquella palabra que compromete a quien asume una<br />

relación estable todavía podía quedar algo lejana para él, con las ventajas que<br />

para un chaval guapo y con pasta podía significar aquella ausencia.<br />

El caso es que <strong>de</strong>finitivamente se <strong>de</strong>cidió abandonar París para <strong>de</strong>sarrollar<br />

otros territorios que estaban esperando su pronta explotación. Marcos y Cristian<br />

aceptaron <strong>de</strong>jar Francia para encontrarse con la mayoría <strong>de</strong>l grupo, que aún<br />

resistíamos en Amsterdam, y <strong>de</strong> ahí muchos <strong>de</strong> nosotros nos fuimos a vivir uno <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> episodios más intensos <strong>de</strong> nuestro relato: <strong>de</strong>stino Viena.<br />

15<br />

A UN MILLÓN POR HORA<br />

¡Qué paliza les dimos a <strong>los</strong> daneses! ¡Cómo me gusta recordarlo!<br />

¡Qué sincera antipatía les tengo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces!<br />

Reducida en parte la excitación que produjo en la flotilla la superación <strong>de</strong><br />

nuestro récord <strong>de</strong> ganancias en el casino <strong>de</strong> Viena, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> volver a<br />

reunimos a la llegada <strong>de</strong> mi viaje <strong>de</strong> prospección por Estados Unidos, llegamos a<br />

Copenhague con una magnífica impresión <strong>de</strong> la calidad <strong>de</strong> sus ruletas. Teresa<br />

había estado tomando números durante bastante tiempo, y el posterior análisis<br />

nos mostraba que aquel<strong>los</strong> casilleros parecían tener auténticos agujeros en<br />

algunas zonas por don<strong>de</strong>, jugando a unas veinte mil pesetas la apuesta, podíamos<br />

armar un edificante lío si las cosas se daban medianamente bien.<br />

Pasamos por el hotel y <strong>de</strong> allí, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> comer, enseguida al casino. Era<br />

temprano y sólo funcionaban dos mesas, con pocos clientes en sus alre<strong>de</strong>dores.<br />

Todas las ruletas eran buenas, así que entramos directamente a jugar, Guillermo<br />

en una mesa y yo en la otra. Iván y el resto <strong>de</strong>l equipo daban vueltas y tomaban<br />

<strong>los</strong> números que iban saliendo, por lo que nosotros nos <strong>de</strong>dicábamos solamente a<br />

poner fichas, que eran muchas, ya que <strong>de</strong> entrada comenzamos a jugar por el<br />

máximo. Habíamos llevado a Dinamarca veinte millones <strong>de</strong> pesetas y apostábamos<br />

sin miedo una media <strong>de</strong> doscientas cincuenta mil por cada bola en cada una <strong>de</strong> las<br />

dos mesas.<br />

Aquello fue un verda<strong>de</strong>ro festival. Nuestros números salían con agradable<br />

soltura, confirmando la calidad que hablamos supuesto a aquellas benditas mesas.<br />

Lo único chocante era la frecuencia vergonzante con que <strong>los</strong> crupieres llegaban a<br />

parar el juego para insistimos en su petición <strong>de</strong> las propinas. Asustados por<br />

esas turbas mendicantes, comenzamos a ce<strong>de</strong>r y entregar algo <strong>de</strong> nuestras<br />

ganancias para así intentar alargar en lo posible el buen momento <strong>de</strong> suerte por<br />

el que estábamos pasando. No era nuestra costumbre ni nuestra regla, pero el<br />

escándalo que empezaba a organizarse en un casino relativamente pequeño, con muy<br />

pocos jugadores a esa hora <strong>de</strong> la aburrida tar<strong>de</strong> danesa, y un grupo <strong>de</strong> españoles<br />

jugando por lo máximo y ganando por todo lo alto, aconsejaban relajar un poco<br />

nuestros estrictos y sobrios principios. Pues ni por esas. Los voraces vikingos<br />

no se conformaban con estos graves juicios y <strong>de</strong>mandaban más parte <strong>de</strong>l botín, que<br />

seguía aumentando a cada minuto. Intentamos darles un capotazo proponiendo

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!