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ases y, con extraordinaria habilidad, colocaban ese montón encima <strong>de</strong> la baraja,<br />
<strong>de</strong> manera que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> apartar las cinco cartas iniciales que son<br />
reglamentarias, dos o tres compinches suyos jugaban por el máximo esa mano, que<br />
por supuesto venia siempre cargada <strong>de</strong> premios que más tar<strong>de</strong> repartirían entre<br />
<strong>los</strong> crupieres, inspectores <strong>de</strong> sala y <strong>los</strong> jugadores que pertenecían a la banda.<br />
Sólo con la ayuda paciente <strong>de</strong> esas cámaras que registran cualquier acción las<br />
veinticuatro horas <strong>de</strong>l día, se pudo <strong>de</strong>scubrir esta trama una vez que empezaron a<br />
sospechar que algo estaba sucediendo.<br />
En <strong>de</strong>finitiva, entre Pauline y Cristian se estaba generando una rara simbiosis<br />
que prometía. Así fue cómo una noche, <strong>de</strong>spues <strong>de</strong> una suculenta ganancia,<br />
acabaron en casa <strong>de</strong> Pauline. Este <strong>de</strong>talle fue algo que no se le escapó a<br />
Cristian, que vio el cielo abierto hacia un mayor compromiso con Pauline, ni<br />
tampoco a Marcos, que advertía cómo poco a poco Cristian intentaba hablar cada<br />
vez más en una lengua <strong>de</strong> la que hasta hacía bien poco no tenía conocimiento ni<br />
<strong>de</strong>masiado interés. En esos días llamaba al resto <strong>de</strong> la flotilla para darnos las<br />
buenas noticias que iban sucediéndose y para transmitirnos su inquietud, que se<br />
veía reflejada en una especie <strong>de</strong> «Éste se me queda a vivir aquí». Pero si por<br />
fortuna esta i<strong>de</strong>a aún no estaba clara, tampoco la ganancia <strong>de</strong> dinero era<br />
<strong>de</strong>finitiva, ya que a <strong>los</strong> pocos días <strong>de</strong> aquellas noticias se empezó a per<strong>de</strong>r<br />
consi<strong>de</strong>rablemente.<br />
Desconocíamos la razón por la que aquellas ruletas eran tan inestables, a<br />
pesar <strong>de</strong> que la estadística siempre había sido muy buena. Cierto es que aquellas<br />
máquinas eran <strong>de</strong> una marca local llamada Caro, que ya había sido retirada en el<br />
resto <strong>de</strong>l planeta. Era muy raro haber practicado con ellas en ningún otro sitio<br />
<strong>de</strong>l mundo pues provenían <strong>de</strong> la herencia chovinista que todavía Francia recogía<br />
<strong>de</strong> aquel sistema francés <strong>de</strong> juego que iba <strong>de</strong>sapareciendo en el resto <strong>de</strong>l mundo<br />
en favor <strong>de</strong>l americano, mucho más dinámico y divertido. Nunca se supo si ese<br />
dato tenía algo que ver con aquella situación, pero ante la inminente llegada <strong>de</strong><br />
lugares tan prometedores como Viena, o la esperanza puesta en la futura<br />
Copenhague, empezamos a ponerle un plazo a París para que regulase sus<br />
resultados y si no era así, interrumpir nuestra actividad hasta que analizásemos<br />
la situación.<br />
Entretanto, Cristian se sentía mucho más seguro <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que empezó a <strong>de</strong>jar algo<br />
<strong>de</strong> ropa en casa <strong>de</strong> Pauline. También compartía algunos utensilios caseros que,<br />
aunque no exentos <strong>de</strong> un mo<strong>de</strong>rno y estilizado diseño, eran bastante básicos en el<br />
quehacer diario <strong>de</strong> cualquier persona: el secador <strong>de</strong> pelo, el microondas y, por<br />
supuesto, la tele y el ví<strong>de</strong>o comenzaban a ser lugares comunes <strong>de</strong> una incipiente<br />
convivencia que sólo <strong>de</strong> forma tácita iba imponiéndose. No se sabe muy bien si<br />
fue la inexperiencia o el saber que <strong>los</strong> días <strong>de</strong> trabajo en París estaban<br />
contados, pero un día Cristian le propuso a Pauline pasar juntos una especie <strong>de</strong><br />
minivacaciones que ella podía permitirse porque tenía unos días libres que<br />
necesitaba usar para no per<strong>de</strong>r<strong>los</strong>. <strong>La</strong> chica le contestó con un coqueto «Pourquoi<br />
pas», que animaba a pensar que las cosas iban bien, y al día siguiente Cristian<br />
apareció en casa <strong>de</strong> Pauline flanqueado por dos enormes maletas que contenían<br />
todo lo que había podido adquirir a lo largo <strong>de</strong> <strong>los</strong> viajes efectuados con la<br />
flotilla.<br />
No cabe la menor duda <strong>de</strong> que el gesto que Pauline imprimió a su rostro cuando<br />
abrió la puerta a Cristian fue la mejor expresión <strong>de</strong> que el punto <strong>de</strong> inflexión<br />
<strong>de</strong> aquella relación se habla alcanzado justo en ese momento. Sus ojos<br />
<strong>de</strong>nunciaban con grosera evi<strong>de</strong>ncia la angustia que se adivina en la tan temida<br />
frase «Éste se me queda a vivir aquí». Los días que precedieron a aquel instante<br />
no fueron ni mucho menos <strong>los</strong> más brillantes en la carrera meteórica <strong>de</strong> alguien<br />
con tanto carisma entre <strong>los</strong> suyos como era Cristian. A <strong>los</strong> últimos días <strong>de</strong> juego<br />
en París, don<strong>de</strong> se perdió lo suficiente como para cerrar aquella operación en un<br />
vulgar empate con aquel casino, se le sumó un progresivo <strong>de</strong>sencuentro con su<br />
amante francesa.<br />
Por más que analizamos aquella situación no hallamos más explicación a aquel<br />
triste giro <strong>de</strong>l <strong>de</strong>stino que achacarlo a un simple problema <strong>de</strong> cantidad: dos<br />
maletas fueron <strong>de</strong>masiadas para el inestable carácter <strong>de</strong> Pauline, que en<br />
fracciones <strong>de</strong> segundo pudo ver ante sí a una buena representación <strong>de</strong> la temida