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La fabulosa historia de los pelayos

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contaban con una gran actividad portuaria, <strong>de</strong> Surinam, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> <strong>los</strong> ya citados<br />

indonesios, que surgían por todos lados jugando a la <strong>de</strong>sesperada, como si el<br />

dinero se lo regalasen. No tardamos en entrar en contacto con personajes<br />

concretos, como por ejemplo Zinovisge que, proveniente <strong>de</strong> <strong>los</strong> Balcanes, llevaba<br />

unos tres años en Holanda sirviendo <strong>de</strong> no sé qué tipo <strong>de</strong> conexión entre<br />

distintas empresas <strong>de</strong>l oeste y el este <strong>de</strong> Europa. Éste jugaba <strong>de</strong> una manera<br />

bastante or<strong>de</strong>nada, por lo que se <strong>de</strong>cía a sí mismo científico, y al parecer hizo<br />

muy buenas migas con Balón, seguramente porque se adivinaba que tenían alguna<br />

que otra afición en común que les daba pie para extensas y jaraneras charlas en<br />

las interminables jornadas casineras.<br />

Aunque holan<strong>de</strong>sa <strong>de</strong> pura cepa, también nos llamaba la atención una señora<br />

llamada Ágata, a la que periódicamente veíamos por allí y que no tardó en<br />

conectar con nosotros porque era una enamorada <strong>de</strong>l bel canto y <strong>de</strong> Plácido<br />

Domingo. En cada frase que cruzaba con nosotros conseguía entremezclar con<br />

extraordinaria habilidad distintas palabras <strong>de</strong> español, italiano, francés e<br />

inglés, articulando un cuasi idioma <strong>de</strong> nuevo cuño que resultaba prácticamente<br />

imposible <strong>de</strong> reconocer, pero como por fortuna era muy expresiva, <strong>los</strong> gestos <strong>de</strong><br />

su cara y <strong>de</strong> sus manos funcionaban a modo <strong>de</strong> traducción simultánea.<br />

Pero si hubo algún cliente que realmente nos llamó la atención fue una extraña<br />

pareja que también parecían ser nativos <strong>de</strong> la zona. Eran dos hombres <strong>de</strong> distinta<br />

edad que siempre aparecían juntos por allí. El <strong>de</strong> mayor edad era un personaje<br />

que imponía cuando se acercaba, <strong>de</strong>bido a que siempre llevaba una especie <strong>de</strong><br />

sombrero <strong>de</strong> ala ancha, a que era extremadamente serio y, sobre todo, a que era<br />

ciego. Se <strong>de</strong>jaba guiar por el otro, que no sólo era más joven, sino mucho más<br />

<strong>de</strong>senvuelto en su relación con su amigo y con el resto <strong>de</strong> la gente que le<br />

ro<strong>de</strong>aba, especialmente con <strong>los</strong> crupieres.<br />

Por su actividad <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l casino, rápidamente comprobamos que en Amsterdam<br />

también existía la figura <strong>de</strong>l secretario, ya que estaba claro que el ciego era<br />

el que tenía el dinero y or<strong>de</strong>naba las apuestas, mientras que el más joven<br />

apostaba, o pedía las bebidas y la comida en el restaurante <strong>de</strong>l casino. Lo<br />

curioso era que en numerosas ocasiones el ciego or<strong>de</strong>naba algunas jugadas que yo<br />

podía enten<strong>de</strong>r gracias a las cuatro palabras <strong>de</strong> alemán que aprendí en la<br />

facultad (el holandés es bastante parecido al alemán), y su lazarillo particular<br />

normalmente ponía lo que le daba la gana. Otro dato que confirmaba ese<br />

<strong>de</strong>saguisado era la cara <strong>de</strong> <strong>los</strong> crupieres que escuchaban una cosa pero a veces<br />

tenían que pagar otra. Daba la impresión <strong>de</strong> que aquel acompañante era más<br />

jugador que su teórico «jefe» y que arriesgaba sobre lo que se le pedía, ignoro<br />

si con el fin <strong>de</strong> quedarse con la plusvalía <strong>de</strong> ese riesgo o simplemente para<br />

poner algo <strong>de</strong> su parte en la elección <strong>de</strong> las apuestas. Lo que no se sabía era<br />

qué pasaría cuando esta situación llevara a pérdidas.<br />

Como se pue<strong>de</strong> apreciar, se daban cita suficientes personajes pintorescos que<br />

atraían la atención <strong>de</strong> <strong>los</strong> crupieres y <strong>los</strong> inspectores, <strong>de</strong>jándonos en un<br />

conveniente segundo plano. Pero claro, la situación no podía permanecer así<br />

eternamente <strong>de</strong>bido a nuestra insistencia enjugar siempre <strong>los</strong> mismos números, y a<br />

que a medida que ganábamos, íbamos subiendo el valor <strong>de</strong> la apuesta, hasta que<br />

<strong>de</strong>cidimos llegar a jugar por el valor <strong>de</strong> veinte mil pesetas por cada pleno.<br />

Aquel 12 <strong>de</strong> febrero hacía tanto frío en la calle que la mayoría <strong>de</strong>l grupo<br />

<strong>de</strong>cidió quedarse en el hotel hasta que llegase la hora <strong>de</strong> ir a trabajar, por lo<br />

que se iniciaron todo tipo <strong>de</strong> charlas intrascen<strong>de</strong>ntes, como suele ocurrir en<br />

esas soporíferas circunstancias invernales. Lo habitual era dar pequeños paseos<br />

por <strong>los</strong> estrechos pasil<strong>los</strong> <strong>de</strong>l hotel, apreciando las reproducciones baratas que<br />

colgaban <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> <strong>los</strong> típicos paisajes <strong>de</strong> Ruysdael o <strong>de</strong> Van Goyen,<br />

a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> alguna foto <strong>de</strong> edificios con encanto que parecían <strong>de</strong>cir «Visite<br />

Delft». Entre cuadro y cuadro, alguna que otra parada en las distintas<br />

habitaciones que ocupábamos para preguntar si había alguna novedad, pedir<br />

prestada pasta <strong>de</strong>ntífrica o simplemente incordiar.

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