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La fabulosa historia de los pelayos

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Santiago, que pasaba horas sin ligar nada, observaba con respeto y admiración<br />

las jugadas formidables que a veces se producían entre nuevos jugativos que<br />

habían empezado con el póquer <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía una semana. Nos miraba a <strong>los</strong> <strong>de</strong>más y<br />

se preguntaba en voz alta: «¿Qué comerán?», dando a enten<strong>de</strong>r una sutil relación<br />

poética entre la buena suerte y la dieta.<br />

Esta fase ya no pudo ser compartida con la flotilla, pero mis hijos me<br />

ayudaron en ella <strong>de</strong> manera consi<strong>de</strong>rable porque aunque no jugaran, estuvieron<br />

organizando todo el asunto y convirtiéndose el<strong>los</strong> mismos en crupieres <strong>de</strong> póquer,<br />

profesión don<strong>de</strong> Vanesa <strong>de</strong>stacó sobremanera, siendo muy querida por <strong>los</strong> jugadores<br />

madrileños que lamentaron su marcha al mundo <strong>de</strong>l flamenco (que le gustaba mucho<br />

más), don<strong>de</strong> lleva bailando hace más <strong>de</strong> nueve años. Iván también estuvo <strong>de</strong><br />

crupier durante un tiempo. No atendía mucho al juego y se notaba su falta <strong>de</strong><br />

aprecio por la mayoría <strong>de</strong> <strong>los</strong> jugadores, que no se sentían cómodos con él, sobre<br />

todo si lo comparaban con su hermana. A<strong>de</strong>más, no comprendían cómo se pasaba <strong>los</strong><br />

ratos entre partida y partida estudiando <strong>historia</strong>, que era la segunda carrera<br />

que se propuso hacer <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> terminar fi<strong>los</strong>ofía. Mientras él se preocupaba<br />

por la causa y el efecto, su hermana lo hacía por la causa y el afecto.<br />

Juan Car<strong>los</strong> y yo ganábamos consistentemente todos <strong>los</strong> meses y así estuvimos<br />

unos dos años, jugando todos <strong>los</strong> días un buen montón <strong>de</strong> horas. Pensar que mi<br />

familia vivía <strong>de</strong>l póquer <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber vivido <strong>de</strong> <strong>los</strong> discos, <strong>de</strong>l cine<br />

(vivieron mal), <strong>de</strong> <strong>los</strong> toros o <strong>de</strong> la ruleta, me producía una magnífica<br />

sensación, como la que ahora me produce pensar que puedan vivir <strong>de</strong> <strong>los</strong> libros.<br />

12<br />

EN LA CIMA DEL MUNDO<br />

Cuando por internet apareció la noticia <strong>de</strong> que el campeón <strong>de</strong>l mundo <strong>de</strong> póquer en<br />

el año 2001 era español y se llamaba Juan Car<strong>los</strong> Mortensen, me encontraba solo<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la pantalla <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>nador, a las 5.30, y repitiéndome la frase más<br />

oída en todos <strong>los</strong> casinos <strong>de</strong>l mundo: «Esto es increíble».<br />

Una vez que se convenció <strong>de</strong> que estaba maduro como jugador <strong>de</strong> póquer y que las<br />

partidas <strong>de</strong> Madrid empezaban a quedársele pequeñas, Juan Car<strong>los</strong> <strong>de</strong>cidió<br />

marcharse a vivir a Estados Unidos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> unos cuantos viajes exploratorios<br />

a <strong>La</strong>s Vegas y Atlantic City. Yo le aconsejaba tomar esa <strong>de</strong>cisión, porque sabía<br />

que haría una gran carrera en el juego profesional. A<strong>de</strong>más, formaba con Cecilia,<br />

su mujer, que lo apoyaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio, una pareja i<strong>de</strong>al para iniciar esta<br />

gran aventura. Bromeaba con él que podría jugar el campeonato <strong>de</strong>l mundo con<br />

menos dificultad que el protagonista <strong>de</strong> Roun<strong>de</strong>rs, una película sobre póquer en<br />

la que un chaval tiene que pegarse con todo Nueva York para conseguir el dinero<br />

(dos millones <strong>de</strong> pesetas) para su inscripción en el mundial. Esa cantidad se la<br />

habíamos reunido un grupo <strong>de</strong> amigos jugadores <strong>de</strong> Madrid, así todos jugábamos un<br />

poco.<br />

No hubo suerte en esa primera ocasión. Se lo jugó todo con una pareja <strong>de</strong> ases<br />

en la mano contra un tipo que llevaba la <strong>de</strong> reyes. Salió otro rey.<br />

Fuera <strong>de</strong>l mundial comenzó a jugar sistemáticamente y a ganar una buena<br />

cantidad todos <strong>los</strong> meses. Volvió a España ese verano y estuvimos cambiando<br />

impresiones y analizando, como siempre hacemos, diferentes jugadas y<br />

situaciones.<br />

Me habló <strong>de</strong> sus buenos resultados en <strong>los</strong> torneos y su fe en el próximo<br />

mundial, que ya acometería con fondos propios. Le prometí enviarle unos<br />

programas para revisar en el or<strong>de</strong>nador las diferentes jugadas y apostar la<br />

cantidad a<strong>de</strong>cuada en función <strong>de</strong> la ventaja exacta y la banca disponible, algo<br />

que es fundamental en cualquier juego ganador.<br />

A <strong>los</strong> pocos días <strong>de</strong> comenzar el campeonato <strong>de</strong> ese año supe por un amigo común<br />

que Juan Car<strong>los</strong> había pasado las dos primeras rondas. <strong>La</strong> tercera, bastante<br />

<strong>de</strong>cisiva, la seguí por internet; Juan Car<strong>los</strong> acabó no sólo clasificado para la<br />

ronda final, sino que a<strong>de</strong>más se colocaba en segundo lugar en el número <strong>de</strong> fichas

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