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La fabulosa historia de los pelayos

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<strong>de</strong>mocráticas, que poco a poco el manto <strong>de</strong>l <strong>de</strong>recho se alargue con necesarios<br />

retales que cubran la <strong>de</strong>spoblada región.<br />

Total, que cometimos el acierto <strong>de</strong> montar una casa <strong>de</strong> póquer Texas en la calle<br />

Montera <strong>de</strong> Madrid.<br />

Esta modalidad con límite no era conocida por <strong>los</strong> jugadores españoles que se<br />

extrañaban <strong>de</strong> la inusitada templanza <strong>de</strong>l juego. <strong>La</strong>s apuestas no eran fuertes, y<br />

a lo largo <strong>de</strong> una partida habitual <strong>de</strong> diez horas se podían ganar o per<strong>de</strong>r unas<br />

ochenta mil pesetas.<br />

Por allí venia algún tenor, un pintor, presentadoras <strong>de</strong> televisión y<br />

periodistas <strong>de</strong> suplementos dominicales que, junto con un literato como Enrique,<br />

formaban un colectivo <strong>de</strong> sistemáticos per<strong>de</strong>dores ante otro grupo integrado por<br />

antiguos crupieres, jugadores <strong>de</strong> ajedrez y reven<strong>de</strong>dores <strong>de</strong> entradas <strong>de</strong><br />

espectácu<strong>los</strong> taurinos, que eran habituales ganadores. Yo era amigo <strong>de</strong> todos y<br />

apreciaba sus trayectorias, pero <strong>de</strong>cantaba siempre mi admiración hacia la<br />

función social insustituible <strong>de</strong> la reventa.<br />

Los primeros creían en sus capacida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> precognición. Tomaban el juego como<br />

algo místico, <strong>de</strong>spreciaban las matemáticas, cosa que ha sido siempre <strong>de</strong> buen<br />

tono entre nuestros intelectuales, y se <strong>de</strong>jaban llevar por arrebatos poéticos<br />

que solían llamar corazonadas. En <strong>de</strong>finitiva, que eran tan ma<strong>los</strong> jugadores como<br />

Dostoievski, o como una caterva <strong>de</strong> visionarios que nunca entendieron que el<br />

juego hay que afrontarlo con <strong>de</strong>sprendimiento y <strong>de</strong>cisión:<br />

«Mi perro es tuyo, pero tiene mi estilo», cantaba Silvio, jugador <strong>de</strong> póquer y<br />

rockero sevillano.<br />

Los que gustan <strong>de</strong> cambiar las ces por las kas carecen <strong>de</strong> estas cualida<strong>de</strong>s al<br />

ser personas más dubitativas, egocéntricas y maníacas. <strong>La</strong> mezcla <strong>de</strong> racionalidad<br />

e imaginación, y una continua atención a las acciones <strong>de</strong>l otro —olvidándose casi<br />

<strong>de</strong> uno mismo—, hace que el perfil más a<strong>de</strong>cuado <strong>de</strong> un jugador sea el torero, el<br />

boxeador, el que lleva un tipo <strong>de</strong> vida surfista y el ya mencionado profesional<br />

<strong>de</strong> la reventa.<br />

El ambiente era, pues, variopinto y lleno <strong>de</strong> contrastes. Enrique había<br />

publicado varios libros <strong>de</strong> poemas y ésta era su segunda casa <strong>de</strong> juegos. Karra<br />

Elejal<strong>de</strong>, <strong>de</strong> paso por Madrid, don<strong>de</strong> había estrenado un anarquista monólogo,<br />

expresaba su sentido <strong>de</strong> la utopía persiguiendo escaleras y colores imposibles.<br />

Pepe Santiago había sido crupier <strong>de</strong> póquer alegal toda su vida, muy bien<br />

consi<strong>de</strong>rado por <strong>los</strong> jugadores, había ganado una fortuna con su trabajo. Había un<br />

mito con su mala suerte y es cierto que una vez necesitaba solamente una<br />

victoria <strong>de</strong>l Barcelona para hacer un catorce en una quiniela <strong>de</strong> pago medio, él<br />

era un jugador seguro y conservador, <strong>los</strong> catalanes ganaban por tres goles <strong>de</strong><br />

diferencia entrado ya el segundo tiempo, pero el Zaragoza le empató al final en<br />

este último partido <strong>de</strong> la jornada.<br />

De todas maneras nos ilustraba con maestría: «Todos <strong>los</strong> jugadores estamos<br />

contentos con nuestro saber y <strong>de</strong>scontentos con nuestra suerte. Debiera ser al<br />

revés».<br />

Siempre hablaba con propiedad y gustándose en <strong>los</strong> placeres <strong>de</strong>l subjuntivo:<br />

«Dice el maestro Torraba que ésta no es la melodía», afirmaba con gracejo<br />

madrileño cuando tiraba unas cartas que no le gustaban.<br />

Allí conocí a Juan Car<strong>los</strong> Mortensen. Se acercó una vez a la mesa, jugó un poco<br />

y le vi unas magníficas hechuras <strong>de</strong> jugador. Le animé a jugar en serio. Le hablé<br />

<strong>de</strong>l buen montón <strong>de</strong> profesionales que se ganaban la vida en Estados Unidos con<br />

este póquer. Me interesaba tener un jugador fijo que consolidara las partidas<br />

diarias junto a Enrique y yo mismo. Me ofrecí a darle clases para iniciarlo en<br />

lo que luego podían rematar libros y programas <strong>de</strong> or<strong>de</strong>nador que también le<br />

presté. Sabia que él ganaría y, por lo tanto, jugarla a diario.<br />

En todos <strong>los</strong> círcu<strong>los</strong> especializados suele crearse un lenguaje propio que, por<br />

supuesto, era inevitable en el mundo <strong>de</strong>l póquer.<br />

A <strong>los</strong> jugadores habituales se les llamaba «jugativos». Cuando Mariela metía y<br />

todo el mundo le iba (sabían que Mariela atacaba con cualquier cosa), ella<br />

exclamaba castizamente: «¡Me bajan <strong>de</strong> <strong>los</strong> pueb<strong>los</strong>!» observando cómo todos venían<br />

a su encuentro. Por el contrario, cuando era ella la que salía al paso <strong>de</strong>l reto<br />

<strong>de</strong> cualquier jugador solía hacerlo al grito taurino <strong>de</strong>: «¡Acudo al engaño!».

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