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La fabulosa historia de los pelayos

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—Me parece un poco rollo el libro <strong>de</strong> Pessoa —afirmaba Santi con naturalidad<br />

para que Iván se abalanzara sobre el corte tres, porque ésos eran <strong>los</strong> goles que<br />

el Oporto había conseguido contra un <strong>de</strong>primido equipo <strong>de</strong> Europa <strong>de</strong>l Este.<br />

Al crupier se le ponía a veces cara <strong>de</strong> estupor al escuchar nuestra absurda<br />

conversación, que mezclaba el vino chianti con <strong>los</strong> castil<strong>los</strong> <strong>de</strong>l Loira, el lago<br />

Balatón con la cuñada <strong>de</strong> Aldous Huxley, o el tópico <strong>de</strong> las suecas con <strong>los</strong><br />

encajes <strong>de</strong> Brujas. <strong>La</strong>s cartas gran<strong>de</strong>s iban para arriba, y no parábamos <strong>de</strong> ligar<br />

veintes y veintiunos, con sus premios adicionales <strong>de</strong> black jacks.<br />

De esta guisa, aquella memorable noche armamos un auténtico lío en el casino<br />

<strong>de</strong> Madrid, porque jugando por lo que entonces era el máximo (cien mil pesetas)<br />

conseguimos llegar en media hora a <strong>los</strong> seis millones <strong>de</strong> pesetas <strong>de</strong> ganancia.<br />

Para entonces ningún otro jugador estaba sentado a la mesa con nosotros.<br />

Preferían contemplar el espectáculo que <strong>los</strong> tres estábamos dando jugando cada<br />

uno dos casillas, es <strong>de</strong>cir cubriendo seis puestos por el máximo y disfrutando <strong>de</strong><br />

una racha soñada, con el crupier yéndose frecuentemente a 23 y más alto, o lo<br />

que es lo mismo, pasándose la banca, con la consiguiente ganancia <strong>de</strong> todos <strong>los</strong><br />

jugadores al mismo tiempo. Cuando esto ocurría, estallaba un ¡Oh! alborotado en<br />

nuestros flancos cada vez más llenos <strong>de</strong> jugadores y conocidos, que nos<br />

aseguraban disfrutar con la paliza que le estábamos dando en ese momento al<br />

casino. Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>sbordábamos <strong>los</strong> diez millones y se produjo un parón en el<br />

reparto <strong>de</strong> cartas.<br />

—¿Suce<strong>de</strong> algo? —le preguntamos al agobiado crupier, que tenía el aspecto <strong>de</strong> la<br />

víctima inocente sobre quien iban a caer todas las culpas.<br />

—Están <strong>de</strong>cidiendo si sigue la partida —nos respondió con un tono que expresaba<br />

sus pocas ganas <strong>de</strong> mantener una charla con nosotros.<br />

El asunto era que hablamos hecho saltar la banca, o sea el anticipo <strong>de</strong> dinero<br />

que la mesa tiene cuando abre; entonces es potestad <strong>de</strong>l casino reponerlo o no,<br />

según su criterio. Viejos jugadores nos ilustraban sobre esta eventualidad<br />

mientras nosotros esperábamos tranquilamente a que <strong>de</strong>cidieran hacer el ridículo<br />

con el cierre <strong>de</strong> la mesa o seguir enfrentándose a nuestra imparable racha.<br />

Cuando el crupier anunció que habían repuesto <strong>los</strong> diez millones <strong>de</strong> anticipo y<br />

que la partida podía continuar, <strong>los</strong> jugadores que nos ro<strong>de</strong>aban llamaron a otros<br />

menos interesados en nuestra aventura para que se sumaran al espectáculo. Santi,<br />

fríamente, nos comentó algo sobre la ruptura <strong>de</strong>l dique que acababa <strong>de</strong> producirse<br />

con el salto <strong>de</strong> la banca y yo hice el corte por el mazo dos, recordando <strong>los</strong><br />

goles que el Ajax <strong>de</strong> Amsterdam le había hecho a un inoperante equipo noruego.<br />

Retomábamos el pulso <strong>de</strong> la partida y, casi <strong>de</strong> inmediato, nos plantamos en <strong>los</strong><br />

doce millones <strong>de</strong> ganancias, entre el alboroto <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>más jugadores y las caras<br />

<strong>de</strong> perplejidad <strong>de</strong> todos <strong>los</strong> jefes que ro<strong>de</strong>aban y vigilaban a su crupier,<br />

intentando compren<strong>de</strong>r, con las pocas luces que tenían para asuntos <strong>de</strong> juego, lo<br />

que estaba pasando <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sus abotargados ojos.<br />

A partir <strong>de</strong> este momento la partida cambió y, aunque no retrocedíamos, nos<br />

costaba más trabajo llevarla a<strong>de</strong>lante. Al cabo <strong>de</strong> un buen rato, habíamos<br />

mejorado en medio millón y <strong>de</strong>cidimos que cuando perdiéramos uno, parábamos<br />

nuestro juego. En el peor <strong>de</strong> <strong>los</strong> casos cerraríamos con once y medio. Seguíamos<br />

avanzando, ahora más lentamente, hasta casi alcanzar <strong>los</strong> quince millones. Aún<br />

más gente se habla acercado a seguir esta fase <strong>de</strong> forcejeo cuando se produjo el<br />

primer revés serio y <strong>de</strong>cidimos parar, con la ganancia neta <strong>de</strong> trece millones<br />

setecientas mil pesetas. ¡Ya habría tiempo para gastar <strong>de</strong> manera in<strong>de</strong>bida al<br />

menos parte <strong>de</strong> ese dinero!<br />

Mucha gente nos acompañó a la caja, don<strong>de</strong> nos pagaron con cheques.<br />

Éste fue nuestro momento álgido en el blackjack. Dimos por supuesto que<br />

habíamos tenido mucha suerte, tan necesaria incluso con sistemas ganadores. A la<br />

larga constatamos que el veintiuno pue<strong>de</strong> llegar a tener una ventaja máxima <strong>de</strong> un<br />

1 % <strong>de</strong> todo lo jugado. Con la ruleta llegamos a tener el 6% y <strong>de</strong>scubrimos,<br />

haciendo simulaciones con el or<strong>de</strong>nador, que se necesita al menos un 3 % para<br />

tener la necesaria estabilidad que te permita asegurar la ganancia al final <strong>de</strong><br />

un mes <strong>de</strong> juego.<br />

El black jack no ofrecía este equilibrio mínimo y, tras algunos reveses, mi<br />

sobrino Santi volvió a Jerez para aceptar un trabajo que le había ofrecido otro<br />

familiar, y el resto <strong>de</strong> la flotilla también fuimos abandonando poco a poco.

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