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La fabulosa historia de los pelayos

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El <strong>de</strong>legado <strong>de</strong>l gobierno <strong>de</strong> Madrid era la figura administrativa a la que<br />

<strong>de</strong>bíamos recurrir para intentar arreglar esta injusta situación <strong>de</strong> encontrarnos<br />

fuera <strong>de</strong>l casino habiendo cumplido escrupu<strong>los</strong>amente cualquier aspecto<br />

relacionado tanto con la ley <strong>de</strong> juego como con el reglamento interno <strong>de</strong> todo<br />

casino. Como dicta la sentencia judicial que conseguimos a nuestro favor años<br />

<strong>de</strong>spués, jamás incurrimos en irregularidad alguna; en cambio el casino <strong>de</strong> Madrid<br />

sí, ya que interpuso contra nosotros una <strong>de</strong>manda por trampas que también fue<br />

lógicamente resuelta a nuestro favor.<br />

Con las autorida<strong>de</strong>s las cosas no eran tan complicadas como suele rezar el<br />

tópico, no sé si porque el gobernador era una persona cabal o si también ayudó<br />

el hecho <strong>de</strong> que fuera buen amigo y antiguo compañero <strong>de</strong> estudios <strong>de</strong> nuestro tío<br />

Fernando. El caso es que cada vez que el casino <strong>de</strong>cidía echarnos, entendían que<br />

eso no era justo y or<strong>de</strong>naban readmitirnos, pero nuestros contrarios no tardaban<br />

mucho en repetir la jugada; así estuvimos un buen tiempo. <strong>La</strong> elegante fórmula<br />

que el casino utilizaba por aquel<strong>los</strong> tiempos era la <strong>de</strong> «invitarnos» a <strong>de</strong>salojar<br />

la sala <strong>de</strong> juego <strong>de</strong> manera que, una vez fuera, ya no podíamos volver a entrar<br />

hasta nueva or<strong>de</strong>n gubernamental. Decidimos no poner ninguna traba a sus acciones<br />

pero, eso sí, pretendíamos que estuviese muy clara la intención <strong>de</strong> expulsarnos<br />

por parte <strong>de</strong> el<strong>los</strong>. Así, cada vez que nos invitaban, <strong>de</strong>cíamos:<br />

—Muchísimas gracias por su amable invitación, pero en este momento tengo una<br />

buena racha y prefiero seguir ganando dinero.<br />

Meses <strong>de</strong>spués Joaquín Sabina compuso su canción «19 días y 500 noches» en la<br />

que incluía <strong>los</strong> versos «ayer el portero me echó <strong>de</strong>l casino <strong>de</strong> Torrelodones»<br />

inspirado en esta oprobiosa expulsión que alcanzó plena dignidad al ser<br />

reflejada en esta obra maestra.<br />

Por supuesto, sabíamos que al directivo que le tocase vivir esta situación<br />

junto a alguno <strong>de</strong> <strong>los</strong> gorilas que siempre le acompañaban, le daba bastante igual<br />

el comentario y rápidamente aseguraba que lo que teníamos que hacer era<br />

abandonar la sala.<br />

—¿Sería usted tan amable <strong>de</strong> explicarme en qué se basa para obligarme a<br />

abandonar la sala? Porque usted me está echando, ¿no es así?<br />

Siempre nos respondían que no era <strong>de</strong> su competencia dar esas razones pero que<br />

lamentablemente teníamos que salir, con lo que nosotros entonces le pedíamos que<br />

rogase a sus guardias <strong>de</strong> seguridad que nos agarrasen por el brazo para <strong>de</strong>jar<br />

clara constancia <strong>de</strong> que no salíamos <strong>de</strong>l local por nuestra voluntad. Los<br />

avergonzados guardias no evitaban efectuar el paripé <strong>de</strong> la expulsión, pero en<br />

alguna ocasión antes <strong>de</strong> llegar a la puerta <strong>de</strong> salida aliviaban la presión moral,<br />

aliviando también la <strong>de</strong>l brazo. Cuando esto le ocurrió a mi padre le salió <strong>de</strong>l<br />

alma advertir:<br />

—Haga usted el favor <strong>de</strong> no soltarme y consume la expulsión, porque si me<br />

suelta me vuelvo <strong>de</strong> cabeza a seguir ganando dinero.<br />

El caso es que el casino consiguió hacer efectiva su arma más letal: el<br />

tiempo. De la misma manera que lo aplica en el transcurso normal <strong>de</strong> su negocio,<br />

don<strong>de</strong> el<strong>los</strong> pue<strong>de</strong>n esperar a que el jugador llegue antes o <strong>de</strong>spués a darse <strong>de</strong><br />

cara con su inevitable <strong>de</strong>sventaja, el tiempo fue la estrategia que <strong>de</strong>cidieron<br />

utilizar, a pesar <strong>de</strong> que con nosotros sabían perfectamente que estaban<br />

mintiendo. Y es que no dudaron en utilizar el estado <strong>de</strong> <strong>de</strong>recho como el que<br />

masca chicle: ofrecieron a <strong>los</strong> jueces todos <strong>los</strong> insignificantes datos que<br />

pudieron encontrar y <strong>los</strong> también insignificantes que <strong>de</strong>cidieron inventar,<br />

buscaron todos <strong>los</strong> resquicios posibles para que se tardara un buen plazo <strong>de</strong><br />

tiempo en procesar dichos datos y, mientras, alentaron a sus hordas <strong>de</strong> abogados<br />

y burócratas para que <strong>de</strong>sarrollaran un estilo <strong>de</strong> pensamiento estratégico don<strong>de</strong><br />

lo que <strong>de</strong> verdad importa no es tener la razón, sino la manera en que se enreda<br />

la ma<strong>de</strong>ja para que cuando se da esa razón a quien es merecedor <strong>de</strong> ella, ya no le<br />

valga para nada.<br />

Es una maravilla haber podido experimentar la ingente cantidad <strong>de</strong> apretones <strong>de</strong><br />

manos —a veces incluso abrazos—, <strong>de</strong> palabras comprensivas —a veces incluso <strong>de</strong><br />

sólido alineamiento— y <strong>de</strong> conocimiento y aprendizaje <strong>de</strong> leyes propicias a tus<br />

posicionamientos —a veces incluso con tintes populistas «antigran<strong>de</strong>s»—, que se<br />

<strong>de</strong>sprendieron <strong>de</strong> tantas y tantas visitas a distintas entida<strong>de</strong>s administrativas

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