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La fabulosa historia de los pelayos

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—O sea que cambiar continuamente las ruletas <strong>de</strong> sitio y mover <strong>los</strong> números <strong>de</strong><br />

posición es rutinario. Pues hasta ahora jamás habíamos visto que se hubiese<br />

hecho antes.<br />

—Nosotros hacemos todo lo que nos permite la ley.<br />

—Pero es que la ley pone límites que no se están cumpliendo. Romper todos <strong>los</strong><br />

precintos <strong>de</strong> las ruletas sin que la brigada <strong>de</strong> juego se encuentre presente o<br />

<strong>de</strong>splazar <strong>los</strong> números sobre su propio eje no creo que pueda consi<strong>de</strong>rarse como<br />

labores <strong>de</strong> limpieza, que, por otro lado, se efectuaban sólo una vez a la semana<br />

hasta hace bien poco.<br />

Increíble pero cierto: seguía sin producirse ni un gesto <strong>de</strong> ligera<br />

preocupación.<br />

—Me temo que todo esto es simplemente un problema <strong>de</strong> interpretación —dijo<br />

aquel ejecutivo con cierto aire <strong>de</strong> «a mí qué me cuentas».<br />

—<strong>La</strong> verdad es que nosotros no tenemos ninguna intención <strong>de</strong> enfrentarnos a<br />

nadie, sino solamente <strong>de</strong> que nos <strong>de</strong>jen jugar en paz sin que nos cambien<br />

constantemente las condiciones en que estamos arriesgando nuestro dinero. Lo<br />

único que preten<strong>de</strong>mos es que nos <strong>de</strong>jen jugar en una situación normalizada, y<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, si fuese asi, estaríamos dispuestos a volver a dar propina para no<br />

ser diferentes <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>más jugadores.<br />

—Creo que lo que me propone no es aceptable. Como persona que ha tenido el<br />

honor <strong>de</strong> representar a esta empresa durante tantos años no me parecería ético,<br />

no serla un acto moral aceptar un acuerdo como el que me propone.<br />

Guillermo intentó ocultar su <strong>de</strong>sagrado ante una muestra más <strong>de</strong>l típico<br />

personaje que confun<strong>de</strong> la ética con la moral y le contestó:<br />

—Pero es que no estoy intentado proponerle ningún trato. Simplemente le estoy<br />

pidiendo que cumplan con las normas que son preceptivas, ya que hasta ahora<br />

nosotros lo hemos hecho <strong>de</strong> la misma manera.<br />

—Pero es que uste<strong>de</strong>s utilizan herramientas informáticas para aplicar su<br />

sistema.<br />

—Pero ¿qué me dice? ¿Dentro <strong>de</strong>l casino? —saltó Guillermo <strong>de</strong> forma un tanto<br />

forzada.<br />

—No, no. Pero sí fuera <strong>de</strong>l mismo.<br />

—No sabía que eso estuviese fuera <strong>de</strong> la ley, ni siquiera que fuese pecado.<br />

—Yo lo único que puedo <strong>de</strong>cirle es que nosotros actuaremos en consonancia con<br />

nuestros intereses y con lo que nos dicte nuestra conciencia.<br />

—Bien, espero que eso no nos traiga <strong>de</strong>masiados problemas, ya que insisto en<br />

que lo único que nos interesa es que podamos jugar con tranquilidad, y por<br />

supuesto, que se cumpla la ley.<br />

—Duerma tranquilo, que yo le aseguro que lo segundo será fielmente cumplido. Y<br />

ahora, si no tiene ningún asunto más que tratar, tendrá que disculparme, ya que<br />

tengo a unos caballeros esperándome en el restaurante.<br />

Los dos se levantaron, se dieron la mano y se <strong>de</strong>searon buenas noches.<br />

Dos días <strong>de</strong>spués comenzaron a expulsarnos <strong>de</strong>l casino.<br />

A la mañana siguiente <strong>de</strong> la primera expulsión nos encontramos en la oficina <strong>de</strong><br />

la <strong>de</strong>legación <strong>de</strong>l gobierno situada en una céntrica calle madrileña. Muchos<br />

archivadores, muchísimos más papeles que archivadores, numerosos <strong>de</strong>spachos<br />

iluminados sólo con la luz que <strong>de</strong>spi<strong>de</strong> el neón y un sinfín <strong>de</strong> funcionarios<br />

tomando café. En <strong>de</strong>finitiva, un lugar tan <strong>de</strong>sagradable como necesario.<br />

—Ya estoy harto <strong>de</strong> repetirlo. Esto es un atropello <strong>de</strong> nuestros <strong>de</strong>rechos<br />

constitucionales. En cuanto nos <strong>de</strong>jen entrar <strong>de</strong> nuevo, estamos otra vez en la<br />

calle —solía vocear mi padre siempre que salía este espinoso tema.<br />

Mi padre asumió encomiablemente el rol <strong>de</strong> incansable <strong>de</strong>fensor <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>rechos<br />

civiles que nos <strong>de</strong>bieran asistir, muy al modo <strong>de</strong> aquel<strong>los</strong> maravil<strong>los</strong>os<br />

protagonistas <strong>de</strong> películas firmadas por Spike Lee o Costa Gavras. Esa actitud,<br />

sin ser fulminante, a la larga fue más efectiva que el inicial escepticismo <strong>de</strong>l<br />

que hicimos gala tanto Guillermo como yo. En esos días entramos en una línea <strong>de</strong><br />

confrontación con el casino <strong>de</strong> Madrid que duró muchos años y que marcaría un<br />

nuevo estilo en nuestra relación con <strong>los</strong> futuros casinos.

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