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La fabulosa historia de los pelayos

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—Todo un caballero. Concretamente es italiano.<br />

Entonces el inoportuno crupier que estaba tirando bola se atrevió a<br />

corregirle.<br />

—Pero ¿el señor Angello no es suizo?<br />

—Bueno, suizo o algo así —se apresuró a corregir, por supuesto sin<br />

ruborizarse.<br />

Poco a poco empezó a sentirse dueño <strong>de</strong> la situación, y era más frecuente verle<br />

vigilando con estilo altivo a cualquier cliente que jugase en un nivel fuerte,<br />

lo que sin duda nos incluía a nosotros. Una vez alguien le preguntó sobre <strong>los</strong><br />

cambios que se habían producido en las salas <strong>de</strong> juego en poquísimo tiempo, dado<br />

el brutal giro provocado por lo <strong>de</strong> las máquinas y por alguna que otra reforma<br />

que se había realizado aprovechando el cambio <strong>de</strong> imagen.<br />

—Des<strong>de</strong> luego, ahora la entrada en el casino queda <strong>de</strong> lo más lucida, aunque<br />

tanta máquina es un poco follón. A<strong>de</strong>más, ¿para qué sirve esa rampa que habéis<br />

colocado al lado <strong>de</strong> las escaleras <strong>de</strong> acceso? —le preguntó un cliente.<br />

—Pues para que puedan entrar con más facilidad <strong>los</strong> insumisos.<br />

Por cierto, si hubo alguno que entró, ésa fue una marquesa que era viuda <strong>de</strong>l<br />

último gobernador español en Cuba, y que <strong>de</strong>bido a una embolia que había sufrido<br />

hacía muchísimos años, vivía postrada en una silla <strong>de</strong> ruedas, y necesitaba hasta<br />

tres criados que le ayudasen a efectuar cualquier tipo <strong>de</strong> acción menos <strong>de</strong>cidir<br />

sus jugadas en el black jack. Parecía que anduviese en las últimas, y no<br />

faltaron en todo momento apuestas <strong>de</strong> muy mal gusto sobre la fecha que por fin<br />

«elegiría» para <strong>de</strong>saparecer. El caso es que pasaron años y años en que no faltó<br />

ni un solo día, y <strong>de</strong>strozó todas las apuestas que reiteradamente insistían en<br />

verla fuera <strong>de</strong> allí. Aunque parecía darle bastante igual, ella era consciente <strong>de</strong><br />

que no caía <strong>de</strong>masiado bien entre <strong>los</strong> clientes y, sobre todo, entre <strong>los</strong><br />

trabajadores. Una noche como tantas otras se le acercó Paleato a la mesa don<strong>de</strong><br />

ella no paraba <strong>de</strong> jugar e, interrumpiéndola, le preguntó:<br />

—¿Cómo nos encontramos hoy, señora marquesa?<br />

—Como siempre, hijo. Muy mal <strong>de</strong> todo menos <strong>de</strong> dinero.<br />

Y mientras tanto, ¿qué estaba haciendo mi padre, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> tomar tanto el sol<br />

como todos <strong>los</strong> números que sallan en el casino tinerfeño <strong>de</strong> Taoro? Pues una vez<br />

más empezar a jugar, empezar a ganar e, irremediablemente, tocarle las narices a<br />

<strong>los</strong> encargados <strong>de</strong> turno, que se las velan y se las <strong>de</strong>seaban para impedir tal<br />

atrevimiento.<br />

También allí empezó a sentirse interesado por procurarse un acercamiento<br />

científico y profesional al juego <strong>de</strong>l blackjack. De sobra sabía que existía esa<br />

posibilidad, pero fue su relación con un isleño llamado Betancourt, que<br />

pretendía ser un profesional en ese juego, lo que le hizo conocer mejor las<br />

posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> esa modalidad <strong>de</strong>l naipe. Cierto es que Betancourt andaba <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong> un nuevo sistema llamado New Blackjack, el cual nunca llegó a convencer a mi<br />

padre, que sólo creía en el viejo estilo <strong>de</strong> aquel<strong>los</strong> míticos jugadores <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

años cincuenta <strong>de</strong> <strong>La</strong>s Vegas y Reno, pero aun así, su trabajo quedó muy allanado<br />

gracias a la gran carga teórica que sin duda atesoraba aquel canario.<br />

Entretanto, Cristian —quizá algo aburrido <strong>de</strong> la rutina que le había<br />

significado trabajar meses y meses sin salir <strong>de</strong>l casino <strong>de</strong> Madrid, y quizá<br />

también <strong>de</strong> explicar a sus distintas novias o pretendientes por qué no podía<br />

salir esa noche con ellas para aten<strong>de</strong>rlas como se merecían— <strong>de</strong>cidió que también<br />

él, a modo <strong>de</strong> unos necesarios ejercicios espirituales, podía ir a Canarias. En<br />

ese tiempo mi padre aprovechó para volver al casino <strong>de</strong>l sur <strong>de</strong> Gran Canaria y<br />

llevarse la sorpresa <strong>de</strong> que incluso ahora, con el sistema perfectamente<br />

perfilado, tampoco aquel sitio era <strong>de</strong>masiado rentable, lo que apoyaba aún más la<br />

i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que cada ruleta es un mundo y que incluso las <strong>de</strong> marca Hispania podían<br />

llegar a ser bastante romas. En otro momento Cristian se acercó al casino <strong>de</strong><br />

Playa <strong>de</strong> las Américas, en el sur <strong>de</strong> la isla <strong>de</strong> Tenerife, don<strong>de</strong> sólo había una<br />

ruleta jugable y <strong>de</strong>masiada presión en el ambiente, por ser un lugar<br />

extremadamente pequeño para que mereciese la pena ahondar en su explotación. Aun<br />

así, mi primo consiguió arrancarles un millón <strong>de</strong> pesetas en <strong>los</strong> escasos cinco<br />

días que anduvo por allí.<br />

Como la cosa iba cogiendo volumen, pensamos que gracias a la recién adquirida<br />

ayuda <strong>de</strong> Alicia y <strong>de</strong> mi madre, que estaba al caer, podíamos también darle unas

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