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La fabulosa historia de los pelayos

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ajini. También nos miró intensamente a <strong>los</strong> ojos hasta obligarnos a negarle la<br />

mirada, cambió las bolas con las que se estaba jugando todas las veces que<br />

creyó oportuno, tampoco dudó en cambiar a todos lo crupieres que «nos estaban<br />

dando suerte», <strong>de</strong>strozando la rotación laboral <strong>de</strong> aquel día, insultó a sus<br />

subordinados a voz en grito cada vez que eran capaces <strong>de</strong> repetir algún número<br />

concreto al que estuviéramos jugando, y sobre todo, a partir <strong>de</strong> cierto momento<br />

exigió que se lanzase la bola entre apuesta y apuesta lo más rápido posible para<br />

no darnos oportunidad <strong>de</strong> colocar con acierto las dieciséis o diecisiete apuestas<br />

que teníamos que realizar <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la calda <strong>de</strong> cada bola.<br />

Resulta paradójico que él mismo se cavase su propia tumba, ya que lo que<br />

realmente estaba consiguiendo era aumentar el ritmo <strong>de</strong> apuestas por hora y eso,<br />

más allá <strong>de</strong> que era el día <strong>de</strong> la mesa, hizo que llegásemos a alcanzar una<br />

ganancia <strong>de</strong> unos diez millones <strong>de</strong> pesetas, que era una absoluta barbaridad para<br />

un casino <strong>de</strong> aquellas características. No contaba que con la técnica aprendida<br />

en Madrid sabíamos manejar las fichas tan bien como cualquiera <strong>de</strong> <strong>los</strong> crupieres<br />

con <strong>los</strong> que nos estábamos enfrentando, por lo que antes <strong>de</strong> que pudieran <strong>de</strong>cir el<br />

«no va más» ya estaban colocadas todas y cada una <strong>de</strong> las fichas para completar<br />

nuestra jugada. A<strong>de</strong>más, también hay que contar con el hecho palpable <strong>de</strong> que<br />

el<strong>los</strong> se hallaban totalmente <strong>de</strong>scompuestos gracias al <strong>de</strong>spliegue que su jefe<br />

estaba poniendo en práctica sobre trabajo en equipo y <strong>de</strong>sarrollo motivacional<br />

<strong>de</strong>l personal.<br />

Y mientras tanto, ¿dón<strong>de</strong> estaba el señor Obiols? Pues siempre en la distancia<br />

y con cara <strong>de</strong> terror. Con visible nerviosismo, no paraba <strong>de</strong> hablar por teléfono<br />

con alguien que seguramente no sería su amante ni tampoco su mujer. El caso es<br />

que esa noche cerramos la sesión con una ganancia neta en esa mesa <strong>de</strong> unos once<br />

millones y medió <strong>de</strong> pesetas; a partir <strong>de</strong> entonces, ya no pararon en la búsqueda<br />

<strong>de</strong> soluciones para conseguir anularnos.<br />

En toda esa vorágine que empezaba a organizarse allá en Girona, una noche que<br />

llegaba a su fin, Antonio nos comentó que no tenía ganas <strong>de</strong> irse a dormir y que<br />

prefería, aunque fuese solo, salir a tomar una copa en alguno <strong>de</strong> <strong>los</strong> muchos<br />

locales que ofrecen ocio y embrutecimiento en aquella zona costera.<br />

—Ve con Dios —le <strong>de</strong>seé, oliéndome algo.<br />

Como al día siguiente nos confesó, dos o tres carantoñas a lo largo <strong>de</strong> la<br />

noche <strong>de</strong> una crupier que se llamaba Esther le dieron pistas. Después <strong>de</strong> una<br />

exhaustiva prospección por dichos locales acabó dándose <strong>de</strong> cara con ella y con<br />

su permeabilidad ante foráneos <strong>de</strong> alta capacidad adquisitiva. Lo cierto es que<br />

Esther era un encanto <strong>de</strong> persona, y fueron varias veces las que acabamos todo el<br />

grupo cenando o tomando una copa con ella. Como casi todos <strong>los</strong> profesionales <strong>de</strong><br />

su ramo, no paraba <strong>de</strong> largar <strong>de</strong> sus jefes y <strong>de</strong> las penosas condiciones laborales<br />

que, por añadidura, no permitían ilusionarse <strong>de</strong>masiado con ascensos o mejoras en<br />

el propio trabajo. Un día empezó a <strong>de</strong>scribirnos aspectos particulares <strong>de</strong> sus<br />

superiores.<br />

—Pues claro. ¿No veis que Obiols es un absoluto pelagatos que sólo hace lo que<br />

dice Caraperro?<br />

A pesar <strong>de</strong> que se encontraba inmersa en una extensa y <strong>de</strong>tallada exposición<br />

sobre sus emociones más virulentas, pudo apreciar un gesto <strong>de</strong> sorpresa en<br />

nuestras caras y replicó:<br />

—Sí, bueno. Es que nosotros, entre <strong>los</strong> compañeros, llamamos Caraperro al<br />

cateto <strong>de</strong> Garó.<br />

—¿Sí...? Bueno... pensándolo bien, la verdad es que es bastante lógico —le<br />

dije, algo <strong>de</strong>sconcertado.<br />

«¡También a el<strong>los</strong> se les ha ocurrido llamarle Caraperro! ¡Qué armonía, qué<br />

equilibrio!», pensamos <strong>los</strong> tres.<br />

Mientras mi padre se quedaba con Guzmán y Óscar jugando en la playa y Antonio<br />

se <strong>de</strong>dicaba a recorrer con Esther algunos <strong>de</strong> <strong>los</strong> rincones menos turísticos y más<br />

insospechados <strong>de</strong> la comarca, un fin <strong>de</strong> semana tuve la oportunidad <strong>de</strong> gastar algo<br />

<strong>de</strong>l dinero que le estábamos ganando al casino con una chica catalana que conocí<br />

en un club <strong>de</strong> Barcelona, y que me dijo que le apetecía pasar un fin <strong>de</strong> semana<br />

conmigo dando vueltas por uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> parajes más sensuales, a la vez que

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