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La fabulosa historia de los pelayos

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No tuvimos otra opción que comprarnos unas buchacas («buchancas» en argot<br />

flotillero) y asumir el riesgo <strong>de</strong> pasearnos con una buena representación <strong>de</strong> las<br />

mismas allí don<strong>de</strong> se nos ocurriese ir. De ahí surgió una anécdota cuando nos<br />

acercamos con la intención <strong>de</strong> realizar una prospección al casino situado en el<br />

fastuoso Castillo <strong>de</strong> Peralada (Figueres): salíamos <strong>de</strong> dar la vuelta <strong>de</strong><br />

reconocimiento y pensamos que era una buena oportunidad para cobrar en efectivo<br />

alguna <strong>de</strong> las fichas que venían con nosotros. En ese momento nos encontrábamos<br />

mi padre, yo y nuestro asiduo compañero <strong>de</strong> viajes Antonio González-Vigil.<br />

—Por favor, señorita. Necesitaríamos cambiar algunas fichas que nos sobran —le<br />

pidió mi padre a la señorita <strong>de</strong> la caja.<br />

—Ningún problema, señor. ¿Cuánto quieren cambiar? —le preguntó con ostentosa<br />

educación.<br />

Mi padre abrió la buchaca y emergieron algo presionadas unas doce placas, a<br />

las que tuvimos que interponer una mano amiga para que no se <strong>de</strong>sparramasen por<br />

el suelo. <strong>La</strong> señorita, como buena profesional, consiguió matizar su sorpresa<br />

ante tal evento y, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> sonreír, puso cara <strong>de</strong> yo no he sido.<br />

—¿Eso es todo? —preguntó la señorita sin que le temblara la voz.<br />

—Bueno, realmente no es que yo quiera cambiar todas mis fichas, pero quizá<br />

seria mejor que también vosotros cambiarais alguna, ¿no?<br />

Entonces yo abrí, ya con el celo que otorga la experiencia, mi bolsillo,<br />

mostrando al menos otras nueve fichas que fui sacando una a una mientras las iba<br />

contando.<br />

—¿Tiene usted alguna más? —volvió a preguntar dirigiéndose a Antonio, ahora ya<br />

con cara <strong>de</strong> preocupación.<br />

—No se preocupe, señorita. Yo estoy en tieso.<br />

El casino <strong>de</strong> Lloret no era <strong>de</strong>masiado gran<strong>de</strong>, aunque sí tenía las mesas <strong>de</strong> juego<br />

muy bien repartidas, lo que hacía que hubiese una gran diversidad <strong>de</strong> opciones.<br />

Pero claro, era muy difícil pasar inadvertido, dado el escaso espacio por don<strong>de</strong><br />

moverse, al hecho <strong>de</strong> que el personal tampoco era excesivo y <strong>de</strong> continuo se<br />

repetía, y a que apostábamos cantida<strong>de</strong>s que excedían con mucho la práctica<br />

habitual <strong>de</strong> un negocio <strong>de</strong> costa dirigido en especial hacia un tipo <strong>de</strong> turista<br />

medio que preferentemente era francés, inglés o italiano, todos el<strong>los</strong> con la<br />

nariz muy roja <strong>de</strong>bido al exceso <strong>de</strong> exposición al sol y alguna que otra copa <strong>de</strong><br />

más.<br />

Los primeros días apareció el tópico <strong>de</strong>sprecio que <strong>los</strong> casinos tienen ante <strong>los</strong><br />

jugadores sea cual sea su condición, con la firme i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l «ya se lo <strong>de</strong>jarán».<br />

Pero enseguida empezaron a dar muestras <strong>de</strong> inquietud ante la avalancha que se<br />

les venía encima. Debido a que era un casino con una afluencia <strong>de</strong> público muy<br />

irregular, pasábamos muchas horas <strong>de</strong>l día jugando casi so<strong>los</strong> en las mesas, lo<br />

que provocaba que el ritmo <strong>de</strong> juego fuese trepidante, y eso era muy positivo<br />

para nuestro sistema, ya que cuantas más bolas se jugaran, mejor. Hubo un día<br />

que marcó <strong>de</strong>finitivamente el punto <strong>de</strong> inflexión en el aguante <strong>de</strong>l que habían<br />

hecho gala hasta entonces, y es que una mesa que ya habla sido muy estudiada y<br />

que mostraba ser una <strong>de</strong> las más potentes <strong>de</strong>l local, <strong>de</strong>cidió empezar a vomitar<br />

dinero, sacando sin parar <strong>los</strong> números que nosotros le jugábamos.<br />

Primero porque durante la tar<strong>de</strong> no hubo <strong>de</strong>masiados clientes y segundo porque<br />

por la noche el estado <strong>de</strong> tensión fue tan gran<strong>de</strong> que ningún cliente se atrevía a<br />

meterse en aquel temporal, el caso es que estuvimos más <strong>de</strong> ocho horas jugando<br />

prácticamente so<strong>los</strong>. Conseguimos alcanzar una media <strong>de</strong> juego <strong>de</strong> unas sesenta y<br />

cinco bolas a la hora, cuando lo habitual era situarse en torno <strong>de</strong> las 35-40 en<br />

la misma medida <strong>de</strong> tiempo. Por supuesto, nuestro amigo Caraperro asumió el mando<br />

en la operación <strong>de</strong> acoso y <strong>de</strong>rribo hacia nuestras personas, y no dudó en<br />

utilizar todas las artimañas que se le pasaban por la cabeza, especialmente las<br />

que afectaban al plano psicológico, método que seguramente habla aprendido en<br />

alguna <strong>de</strong> las típicas reuniones <strong>de</strong> empresa don<strong>de</strong> se dota al personal <strong>de</strong>l cuerpo<br />

<strong>de</strong> conocimientos necesarios para relacionarse con el cliente gracias a una sutil<br />

estrategia <strong>de</strong> marketing para iniciados.<br />

Repetidas veces hizo ostentación <strong>de</strong> acordarse <strong>de</strong> nuestras madres, tanto con el<br />

pensamiento como con la palabra, aunque esto último siempre lo hizo por lo

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