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Una tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> esas don<strong>de</strong> todavía se podía estar como en familia, estábamos<br />
jugando, como siempre, en distintas mesas, cada uno <strong>de</strong> nosotros relacionándonos<br />
con quien estuviese disponible a esas horas. Apostando por dos mil pesetas el<br />
pleno, me encontraba en mitad <strong>de</strong> una excelente racha que me había llevado en<br />
menos <strong>de</strong> veinte minutos a conseguir una ganancia <strong>de</strong> aproximadamente un millón y<br />
medio <strong>de</strong> pesetas. Como supervisora <strong>de</strong> esa sesión tenía a Helen, una chica morena<br />
que siempre se estaba riendo y a la que no le iban <strong>de</strong>masiado <strong>los</strong> formalismos <strong>de</strong>l<br />
tipo «su premio, señor», o «¿<strong>de</strong>sea realizar la misma jugada en la siguiente<br />
apuesta?». Aunque <strong>de</strong> abuela irlan<strong>de</strong>sa, era una madrileña <strong>de</strong> pura cepa, con un<br />
toque castizo que le animaba a comentar casi todo lo que le venía en gana.<br />
Entablar conversación con ella era un poco más fácil que con otros<br />
trabajadores <strong>de</strong> por allí y, a<strong>de</strong>más, no es que yo necesitara precisamente que me<br />
provocaran. Hablábamos <strong>de</strong> las condiciones laborales que regían esos lugares, <strong>de</strong>l<br />
poco interés que <strong>de</strong>spertaba en nosotros el <strong>de</strong>porte <strong>de</strong> la esgrima, <strong>de</strong> la gran<br />
coinci<strong>de</strong>ncia que suponía el hecho <strong>de</strong> haber estudiado la misma carrera, e incluso<br />
a veces llegaba a expresarle mis opiniones sobre Cuba o sobre el aumento <strong>de</strong>l<br />
precio <strong>de</strong>l gasoil. Aprovechando el nivel general <strong>de</strong> nerviosismo que iba<br />
apo<strong>de</strong>rándose <strong>de</strong> todo el que estuviese próximo a la mesa, dada la increíble<br />
ristra <strong>de</strong> premios que iba consiguiendo, <strong>los</strong> chistes y <strong>los</strong> comentarios alegres y<br />
animosos fluían con extraordinaria sinceridad. Algo agobiado por la cantidad <strong>de</strong><br />
dinero que se me iba dando, me creí con el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> hacer algo especial y<br />
diferente en nuestro riguroso proce<strong>de</strong>r con el personal.<br />
—Como también me <strong>de</strong>s un premio en la siguiente bola, voy a tener que donar las<br />
dos mil pesetas <strong>de</strong> la apuesta para <strong>los</strong> empleados.<br />
Con una risa directa e increíblemente <strong>de</strong>spreocupada me contestó:<br />
—Mejor guárdate el dinero y me invitas a una copa un día <strong>de</strong> estos.<br />
A pesar <strong>de</strong> mi entonces débil experiencia ante situaciones límite, reaccioné<br />
con agilidad y algo <strong>de</strong> pretendida seguridad:<br />
—¿El martes a las once y media en el Joy Eslava?<br />
—No. Mejor el jueves, que es cuando libro. Y quizá en el Galileo Galilei, que<br />
es un poco más enrollado, ¿no? —me respondió a bocajarro.<br />
No sé por qué narices tuve que proponerle el Joy, si a mi era un sitio que<br />
tampoco me gustaba, pero el caso es que había salido airoso <strong>de</strong> la situación y<br />
cuando <strong>los</strong> <strong>de</strong>más se enterasen <strong>de</strong>l asunto que me había caído entre manos vendría<br />
lo mejor. El día <strong>de</strong> marras fue todo un impacto: una crupier vestida <strong>de</strong> persona<br />
normal. Lo que durante meses hablamos percibido como un personal distante y algo<br />
fantasmagórico, <strong>de</strong>bido a <strong>los</strong> elegantes pero tremendamente serios uniformes que<br />
se gastaban en Madrid, se veía roto en un sólo flash. Si gracias al casino<br />
estábamos viviendo unas increíbles experiencias en relación con el manejo <strong>de</strong>l<br />
dinero, más <strong>de</strong> uno empezó a vislumbrar que alguna que otra fantasía añadida<br />
estaba por caer. Esa relación duró todo lo que dos personas pue<strong>de</strong>n querer que<br />
dure, y si encima consi<strong>de</strong>ramos que por aquel entonces ella tenía novio y yo<br />
novia, pues duró bastante más <strong>de</strong>l tiempo estándar que normalmente se le otorga a<br />
ese tipo <strong>de</strong> aventuras.<br />
No tardó Guillermo en igualar resultados, con el simple matiz <strong>de</strong> que una vez<br />
que entró ya no salió, porque él y Angelines —Nines para la flotilla— acabaron<br />
en matrimonio (a mayor <strong>de</strong>dicación, mayor resultado). Y fue precisamente esa<br />
unión la que con el tiempo resultó clave para empezar a tener problemas con el<br />
casino <strong>de</strong> Madrid, ya que ella estaba intentando salir <strong>de</strong> una relación más o<br />
menos intensa con un alto directivo <strong>de</strong>l casino. Una vez que éste conoció el<br />
percal, se arrebató con el típico ataque <strong>de</strong> ce<strong>los</strong> que tanto autodignifica a un<br />
personaje acomplejado, y como este complejo no se <strong>de</strong>bía precisamente a falta <strong>de</strong><br />
dinero puso a un <strong>de</strong>tective día y noche <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la pareja, para así conseguir<br />
datos que pudieran inculpar a ella <strong>de</strong> connivencia en no sé qué fantasía nunca<br />
probada con un cliente.<br />
Claro que lo que allí vieron no fue ningún atisbo <strong>de</strong> trampa en colaboración<br />
con nadie, sino a un grupo <strong>de</strong> jugadores bastante bien organizados y, sobre todo,<br />
informatizados. Fue entonces cuando realmente empezaron a dar muestras <strong>de</strong><br />
preocupación. En conclusión: pudo más un ataque <strong>de</strong> cuernos que el habernos<br />
llevado legalmente hasta entonces unos cien millones <strong>de</strong> pesetas <strong>de</strong> las arcas <strong>de</strong>l<br />
casino.