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La fabulosa historia de los pelayos

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<strong>los</strong> que dar servicio, y segundo poseer una sólida inteligencia emocional para<br />

aguantar lo que allí se tiene que aguantar. Si había un honrado y eficiente<br />

secretario ése era el Chiqui. Capaz <strong>de</strong> apostar hasta en tres mesas <strong>de</strong> ruleta a<br />

la vez sin <strong>de</strong>speinarse, <strong>de</strong> conocer las reglas <strong>de</strong> todos <strong>los</strong> juegos que allí se<br />

practicaban e incluso <strong>de</strong> alguno que no, <strong>de</strong> salir <strong>de</strong>l paso <strong>de</strong> cualquier situación<br />

<strong>de</strong> tensión o <strong>de</strong> <strong>de</strong>presión en <strong>los</strong> momentos más negros con gran simpatía y mano<br />

izquierda, <strong>de</strong> saber dar propina a <strong>los</strong> crupieres y tratar con respeto a sus<br />

iguales para no crearse enemigos en la retaguardia, y por supuesto, <strong>de</strong> jugar sin<br />

<strong>de</strong>scanso, o sea, al menos veinte o veintiuna horas <strong>de</strong> las veinticuatro horas <strong>de</strong><br />

las que se dispone diariamente. Por todo ello, su lema siempre fue:<br />

«El dinero para lo que vale es para jugar,<br />

y si sobra algo, pues para comer».<br />

Si bien el contacto con la clientela se consolidó en escasos días, con <strong>los</strong><br />

crupieres se fue fraguando un lento acercamiento, especialmente con aquel<strong>los</strong><br />

que, o bien tenían un espíritu afable y social, o bien se aburrían tanto que<br />

encontraban en nosotros la excusa perfecta para disipar el fantasma <strong>de</strong>l bostezo.<br />

Pero en cualquiera <strong>de</strong> las dos posibilida<strong>de</strong>s lodo se hizo <strong>de</strong> una manera mucho más<br />

<strong>de</strong>licada que con <strong>los</strong> clientes, acaso porque <strong>los</strong> crupieres se encontraban algo<br />

ocupados en su rutinario trabajo, o quizá por la teórica presión <strong>de</strong> la, por esos<br />

días, nada estricta mirada <strong>de</strong> sus superiores.<br />

<strong>La</strong>s charlas que surgían <strong>de</strong> cuando en cuando solían referirse inevitablemente a<br />

criticar o alabar nuestro estilo <strong>de</strong> juego, que si bien no les resultaba<br />

<strong>de</strong>masiado familiar, tampoco es que les preocupase <strong>de</strong>masiado. Había gente <strong>de</strong><br />

esti<strong>los</strong> y proce<strong>de</strong>ncias variopintas, por lo que fuimos conectando con <strong>los</strong> que se<br />

ajustaban más al carácter y estilo <strong>de</strong> cada uno. Cristian solía caer más en<br />

gracia a las mujeres. A las chavalas jóvenes se les veía la intención, pero<br />

difícilmente se arrancaban, mientras que parecía <strong>de</strong>spertar en las más maduritas<br />

cierto instinto maternal, que era bastante más transparente <strong>de</strong> lo que <strong>los</strong> <strong>de</strong>más<br />

intentábamos asignarle con cierta malicia cariñosa por nuestra parte.<br />

Balón irremediablemente conectaba con <strong>los</strong> futboleros y con todo aquel que<br />

fuera andaluz, sobre todo si provenía <strong>de</strong> la zona occi<strong>de</strong>ntal y a<strong>de</strong>más era hermano<br />

<strong>de</strong> alguna cofradía o había estado integrado en algún comité o asociación <strong>de</strong><br />

festejos populares. Entre éstos se cruzaban a diario comentarios y<br />

chascarril<strong>los</strong>, que pretendían provocar la sonora y contagiosa risa <strong>de</strong><br />

Balón.<br />

—Pero Balón, ¿a ti te gustan más las columnas o las docenas? —preguntaba<br />

Diego, un crupier gaditano.<br />

—Hombre, Diego. A mí lo que <strong>de</strong> verdad me gusta son las docenas <strong>de</strong> sultanas que<br />

ponen en la pastelería <strong>de</strong> <strong>La</strong> Campana <strong>los</strong> días <strong>de</strong> Jueves Santo.<br />

Marcos, como habitualmente estaba en las nubes, todo el mundo le venía bien. A<br />

diferencia <strong>de</strong> Cristian, Guillermo era el que buscaba a las mujeres más afables y<br />

les hablaba <strong>de</strong> lo agradable que era pasar las inevitables horas y horas <strong>de</strong><br />

«trabajo» con su interesante conversación, y yo... Bueno, yo también.<br />

En poquísimo tiempo se creó un ambiente un tanto excitante y sensual con una<br />

parte <strong>de</strong>l personal, lo cual era un acicate, o al menos un complemento <strong>de</strong> la<br />

energía que nos animaba a ir día a día al que ahora era nuestro trabajo.<br />

Enseguida surgió la tensión <strong>de</strong> una posible cita, y lógicamente fue Cristian el<br />

primero que se acercó a ella. Un día cualquiera <strong>de</strong>l mes <strong>de</strong> febrero vimos con<br />

gran alegría —y algo <strong>de</strong> oculta y nunca revelada envidia—, cómo mi primo y una<br />

camarera a la que más <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> nosotros ya le hablamos echado el ojo hablan<br />

quedado para ir a cenar, aprovechando que el turno <strong>de</strong> ella era ese día un poco<br />

más corto. No se sabe si por timi<strong>de</strong>z o por miedo al qué dirán <strong>de</strong> sus jefes más<br />

directos, el caso es que la chica nunca apareció e intuimos que no fue ella<br />

precisamente la que perdió el partido por incomparecencia al mismo.

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