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La fabulosa historia de los pelayos

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Ahora sí entendimos la importancia <strong>de</strong> organizar el trabajo con un criterio más<br />

empresarial y estructurado, que estuviera en función <strong>de</strong> un horario laboral que<br />

nos permitiese aguantar con cierto equilibrio lo que sin duda iba a ser una<br />

carrera <strong>de</strong> fondo. Se <strong>de</strong>cidió que ni mi padre ni Carmen fuesen a jugar, para así<br />

ocuparse <strong>de</strong>l estudio estadístico y <strong>de</strong> la inten<strong>de</strong>ncia mientras que el resto se<br />

dispuso a hacer <strong>de</strong>l casino su lugar <strong>de</strong> trabajo. Guillermo y yo asumimos la<br />

responsabilidad sobre la organización <strong>de</strong> ese plan y sobre lo referente al manejo<br />

<strong>de</strong>l capital.<br />

No por el hecho <strong>de</strong> que llegásemos a ganar tanto dinero y en tan poco tiempo<br />

hay que pensar que no hubo momentos <strong>de</strong> tensión e incluso <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación. El<br />

miedo fundamental se mostraba en la posibilidad <strong>de</strong> que, alcanzado un nivel <strong>de</strong><br />

apuesta concreta, una mala racha nos <strong>de</strong>volviese a un estadio inferior, con lo<br />

que tanto el capital como la moral se resquebrajaría; y es que realmente<br />

estuvimos a un tris <strong>de</strong> que eso nos pasase. El primer nivel lo pasamos con<br />

bastante soltura y, en dos semanas <strong>de</strong> trabajo bastante fluido, conseguimos<br />

alcanzar el valor <strong>de</strong> quinientas pesetas por número y bola jugada. Cada vez que<br />

empezáramos a jugar por el doble, sabíamos que lógicamente sólo disponíamos <strong>de</strong><br />

diez unida<strong>de</strong>s con las que podíamos aguantar en ese estadio, y si éstas se<br />

perdían, pues a volver para atrás, en este caso a las doscientas cincuenta<br />

pesetas.<br />

Y ése fue el peor momento que vivimos ese año. No acabábamos <strong>de</strong> arrancar y<br />

todo se ralentizaba, dado que ni ganábamos ni perdíamos. Aguantar esa especie <strong>de</strong><br />

calma chicha al poco <strong>de</strong> haber iniciado el plan sólo se podía soportar charlando<br />

entre nosotros y relacionándonos con <strong>los</strong> <strong>de</strong>más personajes que veíamos por el<br />

lugar. Y para que fuese un poco más pesado el asunto, <strong>los</strong> crupieres llevaban <strong>de</strong><br />

huelga al menos cinco o seis meses, por lo que había pocas mesas abiertas y la<br />

duración <strong>de</strong> tiempo entre un lanzamiento <strong>de</strong> bola y el siguiente era larguísimo.<br />

De pronto la tan temida mala racha llegó y vimos cómo íbamos <strong>de</strong>sangrándonos en<br />

pequeñas dosis.<br />

Tanto Balón como yo, que nos había tocado el turno <strong>de</strong> tar<strong>de</strong>, hacíamos trágicos<br />

aspavientos cada vez que olamos (que ya no mirábamos) la bola <strong>de</strong>slizarse por el<br />

bor<strong>de</strong> superior <strong>de</strong> aquellas ruletas. Continuábamos con el rictus <strong>de</strong> agria<br />

congestión a lo largo <strong>de</strong>l interminable lapso entre el momento en que empieza a<br />

producirse la suave <strong>de</strong>saceleración <strong>de</strong> la bola, el tintineante rebotar <strong>de</strong> la<br />

misma <strong>de</strong> casillero en casillero y el corto y sordo golpe que se oye si estás<br />

atento cuando por fin la pequeña esfera se asienta en el interior <strong>de</strong> una<br />

celdilla coronada por un número que la suerte <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> que inexorablemente no es<br />

el tuyo.<br />

Así estuvimos casi tres días seguidos, hasta que el agotamiento provocado por<br />

la tensión hizo que empezáramos a barajar la i<strong>de</strong>a nefasta <strong>de</strong> volver hacia atrás.<br />

Eran alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las nueve <strong>de</strong> la noche, ya próximos a que se produjera el<br />

relevo que <strong>de</strong>bían hacernos mis primos, cuando nos dimos cuenta <strong>de</strong> que, según las<br />

estrictas reglas que teníamos que seguir, sólo nos quedaba la posibilidad <strong>de</strong> un<br />

último lanzamiento. Ahora sí que miramos e incluso nos reíamos (<strong>de</strong> una manera<br />

algo nerviosa) <strong>de</strong> la situación, una vez que nos habíamos mentalizado para lo<br />

peor. Como es rutinario, todo lo <strong>de</strong>scrito en el párrafo anterior volvió a<br />

ocurrir, aunque con el tenue matiz <strong>de</strong> que esta vez estaban cantando un 21. Nos<br />

abrazamos, aun sabiendo perfectamente que este evento sólo nos daba seis<br />

lanzamientos más, que <strong>de</strong>beríamos sufrir en breve. Cuando la crupier hizo el<br />

amago <strong>de</strong> pagarnos la apuesta, vimos que intentaba darnos muchas más fichas <strong>de</strong><br />

las que nos correspondían, y claro, ya nos estábamos preparando para hacernos<br />

<strong>los</strong> suecos. Pero enseguida me fijé en el tapete y le dije a Balón:<br />

—Mira, nos hemos equivocado y apostamos más fuerte por el número veintiuno <strong>de</strong><br />

lo que le correspondía. Nos están pagando un cerro <strong>de</strong> fichas.<br />

Fue uno <strong>de</strong> esos instantes en que un aprendiz <strong>de</strong> poeta tiene la oportunidad <strong>de</strong><br />

practicar las sonoras palabras que g<strong>los</strong>an la sensible imagen <strong>de</strong>l renacer, la<br />

épica contenida en el mito <strong>de</strong>l ave fénix, o la siempre moral y merecida parábola<br />

<strong>de</strong> la segunda oportunidad que todo el mundo <strong>de</strong>biera tener.

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