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La fabulosa historia de los pelayos

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mesas que nos indicaban que poseían una mayor ventaja y, una vez situados en<br />

ellas, no nos <strong>de</strong>spegaban <strong>de</strong> allí ni con disolvente. Al mismo tiempo, Carmen se<br />

ocupaba <strong>de</strong> procurarnos la necesaria comunicación que <strong>de</strong>bía existir entre las<br />

mesas en juego, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> apuntar todos <strong>los</strong> números <strong>de</strong> cada jornada. Si acaso no<br />

era <strong>de</strong>masiado sofisticada, la logística que improvisamos aquel<strong>los</strong> primeros días<br />

fue especialmente eficaz para nuestras necesida<strong>de</strong>s:<br />

—Oye, chica, ¿cómo están más o menos <strong>los</strong> <strong>de</strong>más? —podía preguntar mi padre.<br />

—Dile a tío Gonzalo que me queda poco dinero —<strong>de</strong>cía por ejemplo Cristian.<br />

—Toma. Mejor quédate con lo que me sobra, que no paro <strong>de</strong> pillar —cualquiera <strong>de</strong><br />

nosotros.<br />

A veces:<br />

—Estoy en más ocho.<br />

O también:<br />

—Hoy nos lo llevamos. Ya estoy en más catorce.<br />

Y por supuesto.<br />

—Mira lo que da tomar números —<strong>de</strong> nuevo algunas crupieres.<br />

Fue empezar en serio y no parar <strong>de</strong> ganar. Llegamos a salir por la puerta hasta<br />

once días seguidos ganando unos... podríamos hablar <strong>de</strong> una media <strong>de</strong> cerca <strong>de</strong>l<br />

millón <strong>de</strong> pesetas diarios. Aunque lo intentábamos, no era nada fácil ocultar la<br />

sensación <strong>de</strong> éxito que dábamos en nuestras incursiones diarias tanto al personal<br />

<strong>de</strong>l casino como a <strong>los</strong> clientes habituales, y si a<strong>de</strong>más le añadimos la «extraña»<br />

manera <strong>de</strong> organizar el juego, siendo nosotros, para más inri, personas no<br />

conocidas con anterioridad en el lugar, no pudimos evitar hacernos muy populares<br />

en poquísimo tiempo.<br />

Esta circunstancia hizo posible que en brevísimo plazo empezásemos a<br />

relacionarnos con mucha <strong>de</strong> la gente que encontrábamos un día y otro también.<br />

Numerosas fueron las tar<strong>de</strong>s que nos tocó compartir mesa (que no mantel) con una<br />

señora encantadora <strong>de</strong> nombre Ana María, que acostumbraba echar unas cuantas<br />

bolas a modo <strong>de</strong> sobremesa. Su manera <strong>de</strong> jugar era ligeramente parecida a la<br />

nuestra ya que según ella tenia una serie <strong>de</strong> números favoritos que en cada<br />

apuesta <strong>de</strong>fendía con gran fe:<br />

—Pues a mí, cuando le da por salir mucho al veinte, al ocho o al treinta y<br />

seis, es que me hacen la tar<strong>de</strong> —solía repetir Ana María al iniciar la sesión <strong>de</strong><br />

juego.<br />

—Comprendo, comprendo —contestaba Balón.<br />

El crupier canta el inevitable «¡Hagan juego!».<br />

—Vaya, hombre, tenía que salir justo ahora el veinte, en el único momento que<br />

se me ha olvidado ponerlo —se quejaba amargamente Ana María.<br />

—Un <strong>de</strong>scuido, un <strong>de</strong>scuido —intentaba consolarla Balón.<br />

Balón seguía solícito la explicación <strong>de</strong>l sistema que le daba Ana María. En eso<br />

la bola cae <strong>de</strong> nuevo en el 20.<br />

—¡Ay, por Dios! Otra vez ha salido el veinte, que tampoco lo he puesto.<br />

Afortunadamente Ana María, como tantas otras mujeres <strong>de</strong> hoy en día, aprovechaba<br />

cualquier ocasión para profundizar en el conocimiento <strong>de</strong> ella misma.<br />

También cruzamos algunas palabras, la verdad es que no <strong>de</strong>masiadas, con un<br />

vejete cascarrabias que, mientras daba todavía más vueltas entre las mesas que<br />

las que daba Carmen, no parábamos <strong>de</strong> oírle soltar frases e improperios sobre su<br />

suerte en juego:<br />

—¡Esto es increíble...! ¡Es increíble...! Vaya, lo nunca visto<br />

No es que fuese el único cliente al que se le escuchase este tipo <strong>de</strong><br />

reflexiones, pero sin duda era no sólo el más persistente, sino el que lo <strong>de</strong>cía<br />

con mayor convicción. Al menos era constante en lo suyo, cosa que para nosotros<br />

era una <strong>de</strong> las claves más relevantes <strong>de</strong> nuestra operativa.<br />

Un día <strong>de</strong> esos, Enrique Portal, que era un muy buen amigo nuestro, poeta y<br />

jugador, al que conocíamos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mucho antes <strong>de</strong> iniciar esta aventura y con el<br />

que habíamos trabajado en terrenos tan distintos como la composición <strong>de</strong><br />

canciones o la confección <strong>de</strong> campañas <strong>de</strong> publicidad, apareció por allí, como era<br />

usual en él. Sabiendo algo <strong>de</strong> lo que estábamos tramando, nos pidió permiso para<br />

jugar a nuestros números y ver si se recuperaba <strong>de</strong> alguna que otra sesión <strong>de</strong><br />

infausto recuerdo que había protagonizado. Arrancó con ganas e ilusión,<br />

apostando por la mayor parte <strong>de</strong> <strong>los</strong> números que estaba jugando Guillermo,

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