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La fabulosa historia de los pelayos

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—Yo creo que vosotros podéis hacerlo. Por supuesto siempre <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una<br />

propuesta estrictamente profesional que <strong>de</strong>be ir acompañada <strong>de</strong> un contrato —<br />

apuntó Alberto.<br />

—El dinero no es lo que realmente buscamos. Lo que queremos es mostrar<br />

convenientemente nuestra obra y tener la posibilidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>sarrollar otras<br />

posteriores —le contesté con rapi<strong>de</strong>z y poca soltura.<br />

Alberto <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> pensar en ese mismo instante que menudo peligro tenían<br />

aquel<strong>los</strong> dos tipos que se había buscado. Pero la verdad es que mi padre y yo nos<br />

dimos cuenta enseguida <strong>de</strong> que estábamos diciendo <strong>de</strong>masiadas tonterías, al menos<br />

para una primera cita, por lo que unos y otros empezamos a <strong>de</strong>sparramar<br />

refiriéndonos <strong>de</strong> nuevo a la humanidad <strong>de</strong> muchos y a la excelsa divinidad <strong>de</strong> unos<br />

pocos literatos, que <strong>de</strong>bían ser a partir <strong>de</strong> entonces guías espirituales <strong>de</strong><br />

nuestra futura obra. Concluimos que <strong>los</strong> sistemas científicos, sobre <strong>los</strong> que<br />

también estuvimos hablando apasionadamente, <strong>de</strong>berían adjuntarse al final <strong>de</strong>l<br />

libro a modo <strong>de</strong> anexos técnicos, que el lector habitual no tendría ninguna<br />

obligación <strong>de</strong> leer. Incluso sería casi aconsejable que no lo hicieran («va a ser<br />

algo duro <strong>de</strong> tragar», <strong>de</strong>cía mi padre). Bromeamos sobre la posibilidad <strong>de</strong> crear<br />

un premio al lector que fuese capaz <strong>de</strong> tragarse <strong>los</strong> tres en el mismo día. El<br />

resto, lo <strong>de</strong>jamos todo abierto para una segunda cita que se produjo justo<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l verano.<br />

Para entonces nos dimos cuenta <strong>de</strong> que sorpren<strong>de</strong>ntemente nos encontrábamos<br />

inmersos en un entorno que no era nada habitual cuando se habla <strong>de</strong> creación y<br />

cultura; todo estaba repleto <strong>de</strong> buen rollo y <strong>de</strong> dinero. Pero lo que no teníamos<br />

tan claro es que por ese camino fuésemos a tener un libro. Por eso se <strong>de</strong>cidió<br />

trasladar ese buenísimo ambiente al ámbito tanto telefónico como al <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

correos electrónicos, para así asentar un plan <strong>de</strong> trabajo que nos diese algo <strong>de</strong><br />

esperanza <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r llegar a tiempo a las fechas propuestas para el lanzamiento<br />

<strong>de</strong>l libro. Por fin habíamos llegado a la meta <strong>de</strong> circunscribir el grueso <strong>de</strong><br />

nuestro entorno <strong>de</strong> trabajo al siempre cómodo terreno <strong>de</strong> lo virtual, y como mucho<br />

<strong>de</strong> lo telefónico que permitía numerosas fantasías y evasiones.<br />

—Espero que el libro pueda interesarle a cualquier persona relacionada con el<br />

juego —opinaba mi padre.<br />

—Pero lo que <strong>de</strong> verdad va a tener tirón es para ese tipo <strong>de</strong> gente a la que le<br />

gustan <strong>los</strong> libros <strong>de</strong> acción y <strong>los</strong> viajes <strong>de</strong> aventuras —intentaba sumar,<br />

asumiendo cierto <strong>de</strong>sliz poético, algo impropio en mí hasta ese momento.<br />

—No hay que olvidar que es un producto perfecto para las gran<strong>de</strong>s superficies y<br />

<strong>los</strong> aeropuertos —añadía inteligentemente Rosa por el teléfono, poniendo las<br />

cosas en su sitio.<br />

—Dios proveerá —acababa apuntando Alberto, claro está, también por teléfono.<br />

Quién sabe cómo y dón<strong>de</strong> acabará esta excitante aventura que <strong>de</strong> nuevo se abre en<br />

el horizonte <strong>de</strong> <strong>los</strong> Pelayos. Y quién sabe si a<strong>de</strong>más se llegará a realizar esa<br />

película que tantos amigos predicen, si se le conseguirá dar forma a ese gran<br />

reto que quedó pendiente con algún casino <strong>de</strong> <strong>La</strong>s Vegas, o el Taj Mahal <strong>de</strong><br />

Atlantic City, para plantear una especie <strong>de</strong> combate concertado y televisado, o<br />

si por fin se terminará <strong>de</strong> organizar un reportaje especial que una productora<br />

mantiene, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace casi un año, que sería <strong>de</strong> mucho interés para el gran<br />

público.<br />

Pero pase lo que pase, por fortuna parece que aún queda recorrido. Cierto es<br />

que las cosas han cambiado muchísimo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>los</strong> principios. Ya no existe<br />

flotilla, ni secretos, ni siquiera enemigo visible al que batir. Ahora las cosas<br />

vienen más concertadas, más integradas en el cuerpo social e incluso en el <strong>de</strong> la<br />

policía. A<strong>de</strong>más, gozamos <strong>de</strong> cierta fama popular y, sobre todo, <strong>de</strong> un mayor<br />

conocimiento <strong>de</strong>l negocio, que permite que las nuevas aventuras sean ya <strong>de</strong> otra<br />

manera.<br />

<strong>La</strong> flotilla se fue disolviendo básicamente por una sola palabra: compromiso.<br />

El estado continuo <strong>de</strong> libertad a la larga es doloroso, y la falta <strong>de</strong> compromiso<br />

a medio y largo plazo pue<strong>de</strong> llegar a ser <strong>de</strong>sconcertante. A lo largo <strong>de</strong>l camino,<br />

la realidad se fue imponiendo a la realidad, pero esta última estaba en estado

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