Pregón de la Semana Santa 2008 - Gran Poder de Brenes

Consejo de Hermandades y Cofradias de Brenes
Viernes Santo
Las puertas de la Iglesia se cierran tras habernos permitido acompañar
a Jesús hasta los pies mismos del Gólgota y dejar a María desecha en llanto
contemplando amargamente los últimos momentos de la Pasión.
Y al cerrarse, el sonido seco del cerrojo, que horas antes nos entrecortó
los pulsos, convocándonos a seguir los pasos de Jesús vivo por nuestras calles,
tiene ahora un sonido amenazante y lúgubre, porque semeja el golpe deicida de un
martillo sobre tres clavos que desgarran la carne del Hijo de Dios, atravesando
el Madero empapados en su sangre redentora, a la par que se clavan hasta el
fondo mismo de nuestras almas. La madrugada se estremece con un lamento de
luna que se resiste a marcharse, y las calles, en silencio, restañan sus heridas de
cera sin poder conciliar el sueño, porque en la brisa se esconde un repeluco de
muerte, mientras un rocío emocionado besa el suelo que pisó Jesús, impregnándolo
con su testamento de Amor, otorgado en el Árbol de la Cruz y firmado con
Siete Palabras. Es Viernes Santo. Y Brenes abre los ojos a una amanecida
que nos saluda con un nuevo escalofrío. Un escalofrío que no se desvanecerá ni
con la cálida caricia de un temprano sol de primavera recortándose entre el gris
de las nubes que han ido poblando nuestro cielo, porque ese escalofrío no está en
nuestra piel, sino en los adentros más íntimos de nuestro sentimiento y de la fe
centenaria de un pueblo reunido en oración a los pies de la Cruz. La mañana
se puebla de nerviosas capas blancas al viento que recorren nuestras calles con la
ilusión de la juventud engarzada en el brillo de sus miradas. Y en el Templo,
una marea de devoción, una pleamar de fe, viene a postrarse a tus plantas y a
rendir todos y cada uno de sus sentidos ante tu imagen, Santísimo Cristo de
la Vera-Cruz y Caridad. La luz de la mañana se recrea en el dorado de tu
canastilla robándole destellos de amor que buscan afanosamente nuestros ojos,
porque reflejada en ellos pueden besar una y mil veces tu imagen, grabada a fuego
a fuerza de tanto mirarte, Señor. No existe el tiempo cuando nos perdemos en
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