reflexión crítica del bicentenario - Confiar
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Memoria<br />
9º FORO DE SOLIDARIDAD CONFIAR<br />
REFLEXIÓN CRÍTICA DEL BICENTENARIO<br />
Auditorio de la Salud <strong>del</strong> Hospital General de Me<strong>del</strong>lín<br />
Jueves 26 de octubre de 2010<br />
7:30 am a 1:00 pm<br />
Instalación <strong>del</strong> foro por parte de Oswaldo León Gómez, Gerente<br />
Corporativo de CONFIAR.<br />
La tierra <strong>del</strong> suelo natal, antes que nada, ha moldeado<br />
nuestro ser con su sustancia. Nuestra vida no es otra cosa<br />
que la esencia de nuestro pobre país. -Simón Bolívar<br />
(Citado por William Ospina. “En busca de Bolívar”)<br />
En buena hora esta cita anual de CONFIAR, a propósito de su ya tradicional Foro<br />
de Solidaridad, que arriba ya a su novena versión, constituyendo un legado<br />
extraordinario de aporte a la construcción de pensamiento y cultura de la<br />
solidaridad en nuestro medio, una solidaridad que entendemos como un elemento<br />
sustantivo y vital para transformar, para cambiar la matriz de producción,<br />
acumulación y dominación, esa que se basa en la idea <strong>del</strong> crecimiento infinito<br />
obtenido a partir de la sujeción de las practicas y saberes a la lógica mercantil o <strong>del</strong><br />
negocio y que niega de tajo la lógica de una racionalidad solidaria afincada en la<br />
sustentabilidad, la reciprocidad y la complementariedad, elementos que<br />
trascienden las cifras alucinantes y halagadoras de los balances, para darle foco a<br />
un proyecto de desarrollo realmente humano.<br />
Aquí estamos para reafirmar nuestro compromiso con el proyecto solidario, un<br />
proyecto que se debe entender más grande y sustancial que el de la economía<br />
solidaria, una economía que finalmente termina adjetivada, confusa y amoldada,<br />
en la mayoría de los casos, al mo<strong>del</strong>o de economía tradicional que todo lo regula y<br />
que con su conocimiento totalizador y en el desarrollo de sus subjetividades<br />
(monocultura) termina por excluirnos e invisivilizarnos, llevándonos a lo que el<br />
investigador social Boaventura de Sousa Santos denomina la sociología de las<br />
1
ausencias o de la no existencia, porque se nos considera ignorantes, atrasados,<br />
inferiores, locales e improductivos.<br />
Nuestro reto definitivamente es grande, se trata de transformar objetos y sujetos<br />
imposibles en objetos y sujetos posibles, derrotando las ciencias sociales<br />
convencionales. Y esto es posible porque la diversidad <strong>del</strong> mundo es infinita, una<br />
diversidad que incluye modos muy distintos de ser, pensar y sentir, de concebir el<br />
tiempo, la relación entre seres humanos y entre humanos y la naturaleza, de mirar<br />
el pasado y el futuro, de organizar colectivamente la vida, la producción de bienes y<br />
servicios y el ocio. Otro mundo es posible, siempre que seamos capaces re<br />
reconstruir nuestro misterio y tomemos distancia de la teoría <strong>crítica</strong> eurocéntrica<br />
que nos enseñó, en términos familiares <strong>del</strong> socialismo, de derechos humanos,<br />
democracia o desarrollo y que, en las lenguas de los que habitan las alturas de Los<br />
Andes o de la selva amazónica, hoy nos hablan de dignidad, respeto, territorio,<br />
comunidad, autogobierno, buen vivir y madre tierra.<br />
Por eso tiene sentido encontrarnos aquí para hablar <strong>del</strong> Bicentenario con un<br />
sentido reflexivo y crítico, porque el proyecto solidario de que les hablo debe<br />
asumir un compromiso serio con la resignificación de nuestra historia y nuestra<br />
memoria, una memoria que se esconde y se diluye por la pérdida de los sustantivos<br />
críticos que convergen, en una modernidad que es esclava <strong>del</strong> “eterno” instante,<br />
inconexo con la historia, y que tiene como objetivo esconder y ayudar a olvidar<br />
los momentos, los sucesos, los hombres y los nombres vitales y determinantes de<br />
nuestros procesos de resistencia, de derrotas, independencias y conquistas.<br />
Memoria frente al olvido histórico para romper el legado clerical y leguleyo que<br />
llevamos encima, esa arteria infeliz <strong>del</strong> conservadurismo que históricamente nos<br />
atraviesa, y la brutal discriminación que heredamos y practicamos todavía.<br />
Colombia es un país tremendamente fragmentado que se encubre en un discurso<br />
vago que simplemente lo llama “diverso”, un adjetivo aséptico y conveniente, que<br />
parece a veces más como una máscara de festejo que encubre la historia de su<br />
tristeza, una tristeza que se pinta de cuerpo entero con la muerte violenta de tantos<br />
compatriotas y que para muchos ni siquiera fue posible realizar el ritual funerario.<br />
Que la perdida de los sustantivos críticos nos lleve a asumir estas palabras con un<br />
mensaje de pesimismo, otro antídoto para cortar de tajo la posibilidad de<br />
reflexionar frente a nuestra compleja realidad, y todo porque el lenguaje <strong>del</strong><br />
discurso crítico también esta cooptado por el sentido eficientista <strong>del</strong> optimismo, el<br />
2
sustantivo critico está condicionado por la patente o franquicia social <strong>del</strong> adjetivo<br />
que todo lo relativiza como es eso que hoy llaman “consumo responsable” o<br />
“comercio justo”.<br />
El ejercicio <strong>del</strong> Foro de Solidaridad y tantos espacios que se proponen con estas<br />
reflexiones son una espiral sin fin, un círculo virtuoso que busca validar en la<br />
cotidianidad saberes y conocimientos, nuevos conocimientos que nos permitan<br />
romper el cerco y pensar mejor, para que los ojos tengan otro alcance, el alcance<br />
que tuvo Alejandro Humboldt cuando visitó a América, que vio con sus ojos en<br />
tres años lo que no habían visto los españoles en tres siglos, y que de manera bella<br />
nos relata William Ospina en su reciente libro “En busca de Bolívar”: “El sabio<br />
alemán combina lucidez y pasión, había sido capaz de asombrarse con América en<br />
tanto que otros sólo la habían codiciado, y acababa de ver con ojos casi espantados<br />
un mundo virgen, un mundo exuberante, el milagro de la vida resuelto en millones<br />
de formas, flores inverosímiles, selvas inabarcables, ríos indescriptibles, de modo<br />
que lo que Bolívar vio surgir ante él no fue la América maltratada por los españoles<br />
sino la desconocida y desaprovechada por los propios americanos, el bravo mundo<br />
nuevo que sería su destino liberar de las cadenas <strong>del</strong> colonialismo y despertar al<br />
desafío de la nueva edad.”<br />
La conquista por la nueva edad sigue vigente, y los hermanos <strong>del</strong> sur indígena,<br />
campesinos, afrodescendientes, piqueteros, desempleados y sin tierra nos<br />
muestran el camino para que reconozcamos una América, doscientos años después,<br />
todavía desconocida, pero que conserva en lo más alto el resplandor fresco de un<br />
sol solidario.<br />
Para finalizar los invito a una acción inmediata: mirarnos con nuestros propios<br />
ojos, sin olvidar nuestras raíces más profundas.<br />
*****<br />
Me<strong>del</strong>lín, octubre 26 de 2010<br />
Más allá de celebrar una fecha que ha inspirado orgullos gratuitos o eventos<br />
espectaculares por parte de la farándula política de nuestro país, el 9º Foro de<br />
Solidaridad quiso ser un espacio plural para la inusual tarea de reflexionar sobre<br />
nuestra historia, sus sentidos y sus sinsentidos, y así dio curso a interrogantes e<br />
3
interpretaciones, es decir, a pensamientos diversos que sin duda aportan a nuestra<br />
comprensión <strong>del</strong> Bicentenario como una conmemoración que exige balances<br />
críticos de nuestros procesos históricos como colombianos y latinoamericanos.<br />
El historiador Frank Bedoya 1 , moderador <strong>del</strong> foro, propuso las siguientes<br />
cuestiones a los ponentes:<br />
‐ ¿Qué clase de <strong>bicentenario</strong> celebra una sociedad que no tiene historia, que<br />
vive una suerte de eterno presente, que no relaciona sus problemáticas<br />
actuales con procesos que vienen <strong>del</strong> pasado?<br />
‐ Colombia cumple doscientos años como Estado Nación en el mundo<br />
moderno, un Estado fallido y una Nación que no ha cumplido su propósito<br />
de crear una comunidad que aspire a la felicidad de la mayoría de sus<br />
habitantes. Una <strong>reflexión</strong> <strong>crítica</strong> sobre el Bicentenario tiene que hacer un<br />
balance de por qué ese Estado Nación no ha surgido, o en todo caso por qué<br />
lo que existe tambalea y no podemos sentirnos seguros de lo que se ha<br />
construido. Evidentemente, recordando unas palabras de Bolívar, nos falta<br />
el pacto social, quizá ésta es una pista para entender por qué nuestro Estado<br />
Nación adolece.<br />
‐ ¿Cuál es el significado de Simón Bolívar en el contexto de la independencia y<br />
en la actualidad?<br />
‐ Es preciso hacer un balance <strong>del</strong> destino de América Latina, es preciso<br />
pensarnos como región y no solamente como Colombia, incluso evocando<br />
aquella idea de Bolívar de la “Nación Latinoamericana”…<br />
Intervención de Patricio Rivas 2<br />
El tema de la memoria y <strong>del</strong> segundo centenario evidentemente es un asunto<br />
polémico y un territorio de disputa, no sólo teórico sino también intelectual, pero<br />
no sólo teórico e intelectual sino también moral y político, porque no es neutral<br />
1 Historiador de la Universidad Nacional.<br />
2 Sociólogo chileno, Doctor en Filosofía de la Historia <strong>del</strong> Instituto Latinoamericano de la Academia<br />
de Ciencias de Rusia.<br />
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para nada la forma en que nos aproximemos, ordenemos los datos y saquemos<br />
algunas conclusiones, así sean provisionales, de qué se trata esto <strong>del</strong> segundo<br />
centenario. Hace poco celebramos los quinientos años, entonces por lo menos<br />
tenemos una confusión de cumpleaños entre quinientos años, doscientos años o<br />
cuarenta mil años –me diría alguien en México–. Y entre todos estos cumpleaños<br />
posibles y todas las tramas de historias que allí discurren, nosotros con cierta<br />
turbación vamos armando un relato, un relato que de muy distintas maneras apela<br />
a un sentido no logrado, pero siempre deseado de aquello que llamamos (que es un<br />
nombre que tampoco nos pusimos nosotros, al igual que los cumpleaños) América<br />
Latina.<br />
Mi aproximación al tema que voy tratar ahora procurará ordenar algunos procesos<br />
y sacar algunas conclusiones provisionales y, luego, en el cruce de las reflexiones<br />
que tengamos los panelistas y a lo largo <strong>del</strong> conversatorio, podremos proponer<br />
algunas otras miradas sobre el tema que hoy nos ocupa.<br />
Creo que es bastante sorprendente, cuando se mira la historia larga de lo que va a<br />
conocerse como el desarrollo <strong>del</strong> capitalismo a escala mundial, que nosotros<br />
seamos resultado ambiguo y tremendamente contradictorio de un sueño, de unos<br />
programas, de unos planes que se fraguaban entre Venecia, Madrid, París y<br />
Londres a propósito <strong>del</strong> porte que tenía el mundo; que seamos resultado de las<br />
turbaciones de unos cartógrafos que ponían en la lontananza, al horizonte,<br />
dragones y monstruos, más allá de las fronteras de ultramar; que seamos resultado<br />
<strong>del</strong> apetito de banqueros de Ámsterdam y Rotterdam; que seamos resultado de<br />
aventureros que lucharon en las guerras de liberación de España contra el mundo<br />
islámico, y que seamos resultado inconcluso, al mismo tiempo, de pueblos<br />
prehispánicos (aunque no debiera denominárselos de esa manera), pueblos que<br />
construyeron civilizaciones enormemente complejas desde Tierra <strong>del</strong> Fuego hasta<br />
la zona central de lo que hoy día conocemos como Norte América. Es decir, que<br />
seamos un resultado tan asombrosamente extraño de múltiples civilizaciones, de<br />
infinitas manos y de varios proyectos, casi todos ellos fallidos, incluido el proyecto<br />
de la conquista. Que seamos resultado de lo infructuoso dentro de lo dinámico y<br />
que seamos resultado con futuro dentro de la aparente derrota.<br />
Esas ambigüedades que quedan expresadas, más que en los ensayos de ciencias<br />
sociales de América Latina, en nuestra literatura, en nuestra poética, en nuestra<br />
visión de esta territorialidad tanto social como geográfica que denominamos<br />
nuestro espacio y que de manera bastante lúdica y notablemente rigurosa llevó a<br />
Neruda a hacer el mejor libro de geografía que por lo menos yo conozco, que es el<br />
5
“Canto general”: la narrativa de las territorialidades, ríos, pájaros y animales desde<br />
Alaska hasta Chile. No hay mejor libro de geografía de América Latina que el<br />
“Canto General” de Neruda. Y Neruda transformado en cartógrafo y también en<br />
candidato a la presidencia de la república, es decir, un lugar donde los poetas se<br />
atreven (antes lo había hecho Huidobro) a postularse a la presidencia de la<br />
república, y no sólo con la fuerza de su prosa, sino con la inteligencia de su política.<br />
Un continente que inaugura la primera revolución social <strong>del</strong> siglo XX, más de una<br />
década antes que la rusa, la revolución mexicana. La primera revolución donde se<br />
hace reforma agraria y se levanta el grito <strong>del</strong> programa de Zapata: “¡la tierra, para<br />
el que la trabaja!”. Un continente donde un candidato a la presidencia que dice ser<br />
marxista llega por la vía electoral a la presidencia de la república: Allende. Un<br />
continente donde la palabra fue exquisitamente expandida a través de su literatura<br />
y donde, al fin de cuentas, la vida cotidiana de nuestros habitantes fue narrada no<br />
desde la lógica enciclopedista, de naturaleza eurocéntrica, sino desde la lógica <strong>del</strong><br />
sentido, de naturaleza americana, como lo hizo García Márquez. Un continente<br />
donde nos encontramos con un escritor ciego que es capaz de deambular por los<br />
relojes <strong>del</strong> tiempo y que aun con una distancia con su propio continente lo termina<br />
amando: Borges. Un continente donde Octavio Paz nos lleva desde las ruinas<br />
aztecas hasta los jarrones de la Dinastía Ming. En suma, lo alucinante es parte de<br />
nuestra <strong>reflexión</strong>, lo alucinante y lo barroco son parte de nuestra hechura, y por<br />
tanto creo que desde ahí también hay que analizar este segundo centenario.<br />
Tratando de instalar algunas hipótesis de trabajo me arriesgaría con las siguientes<br />
aproximaciones:<br />
En primer lugar, si nadie nos dice que vamos a cumplir doscientos años, muchos –<br />
entre ellos yo– no nos hubiéramos dado cuenta. Es decir, la lógica discursiva en la<br />
cual fue construida la fecha de este aniversario no tiene un sentido profundo,<br />
completamente arraigado en la región latinoamericana, por tanto este segundo<br />
centenario, al igual que el primero (los invito a revisar el primero), no fue el<br />
segundo centenario de los pueblos, fue el segundo centenario –en muchas partes–<br />
de los Estados. Fue un segundo centenario hecho espectáculo o industria <strong>del</strong><br />
espectáculo más que un pensarse ciudadano desde abajo. Insisto en un punto: si no<br />
nos avisan no vemos el cumpleaños. Tuvieron que insistir una y otra vez en una<br />
suerte de construcción de una modélica <strong>del</strong> segundo centenario. Si este segundo<br />
centenario hubiera sido parte de un diálogo ciudadano a lo largo de América<br />
Latina, no tendría fin, no tendría fecha exacta, porque sería parte de un diálogo<br />
ciudadano amplio, complejo, diverso y, en todo caso, jamás concluido.<br />
6
Creo, entonces, que una de las principales ironías de esto que se ha llamado<br />
segundo centenario es que, al igual que el primero, nos ha sido expropiado. Y<br />
nosotros, de muy distinta manera, tratamos de recuperarlo y tratamos de<br />
recuperarlo porque es una fecha real, porque constituyó un momento magnífico de<br />
la historia de la construcción de los países de América Latina. Pero no sería el<br />
segundo centenario al que vendrían ni San Martín ni Bolívar (me refiero a las<br />
invitaciones oficiales que se hicieron desde Chile hasta México para la celebración<br />
de esta fecha). No sería el segundo centenario donde los 5530 hombres que<br />
cruzaron la Cordillera de Los Andes con San Martín y O´Higgins y derrotaron a los<br />
españoles en la Batalla de Chacabuco serían invitados, sería demasiado pueblo; no<br />
sería este segundo centenario.<br />
En la ambigüedad de quiénes son los invitados, quiénes invitan y cuál es la<br />
partitura de la invitación, hay un juego de poder inmenso que hay que desmontar<br />
en sus condiciones discursivas y analíticas. Éste es el segundo centenario más<br />
extraño <strong>del</strong> mundo: lo celebran los reyes Borbones; valdría la pena preguntarles si<br />
no se enteraron de que les ganamos la guerra: muy raro lo que ocurre entre los<br />
gobiernos latinoamericanos, Madrid y los borbones, que aparecen en Santiago y en<br />
Buenos Aires y en México, invitados al segundo centenario. Conste que no es gente<br />
que me caiga mal per se (ser Borbón no constituye ningún <strong>del</strong>ito), lo que digo es<br />
que no invitas a celebrar contigo a quien derrotaste, a no ser que sea un juego de<br />
masoquismo poscolonial, que podría ser. Aquí hay unas tensiones curiosas que<br />
aluden a la ambigüedad de aquello que llamamos el ser latinoamericano;<br />
probablemente sea un ejercicio nuestro de venganza o revancha histórica<br />
invitarlos, pero no deja de ser curioso (por decir lo menos) que contemos con los<br />
Borbones y no con los nuestros. Un cumpleaños con reyes y al que no asisten los<br />
campesinos de nuestros pueblos, donde su palabra no es escuchada y a lo sumo se<br />
los admite de espectadores. Entonces seguimos con las mismas ambigüedades que<br />
impidieron hace doscientos años articular una suerte de unidad política en esta<br />
región que llamamos América Latina, seguimos con la mismas tareas pendientes,<br />
no realizadas o, lo que es peor aún, creyendo haberlas realizado, sin percatarnos<br />
realmente de que están truncadas.<br />
En segundo lugar, considero que alrededor <strong>del</strong> mo<strong>del</strong>o de corriente principal en el<br />
cual se instaló la noción de segundo centenario, va a circular un ethos de lealtades<br />
blandas, es decir, un intento de reconstruir la alianza social, política y<br />
particularmente cultural que articula o define aquello que llamamos nación en<br />
América Latina. Y aquello que llamamos nación aquí bien poco tiene que ver con lo<br />
que los girondinos y lo jacobinos llamaban nación desde la Revolución Francesa.<br />
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Éstas son naciones muy extrañas, en donde el sentido de la nación, de lo que se<br />
comparte, está profundamente tensionado desde muchos ángulos y muchos lados.<br />
Pero alrededor de esta visión que se instaló (insisto que no es la única; lo que me<br />
interesa es cuestionar la corriente principal, pero hay otras reflexiones sobre el<br />
segundo centenario que postulan un discurso más sensato, crítico y profundo)<br />
vamos a encontrar en este segundo centenario, al igual que en el primero, la noción<br />
de fiesta que inventaron los griegos; sólo que en la tradición helénica la fiesta<br />
remitía siempre a la posibilidad <strong>crítica</strong>, de ahí que los helenos inventaran la fiesta a<br />
partir <strong>del</strong> concepto de teatro y utilizaran la dramaturgia como una forma de<br />
legislación de las cosas que se pueden hacer y las que no. Entonces el teatro griego,<br />
que duraba veinticuatro o cuarenta y ocho horas, implicaba el lugar donde se<br />
legislaba, y ahí se decía lo que se debía y no se debía hacer a través <strong>del</strong> juego de la<br />
imagen y la palabra.<br />
Aquí también, en el segundo centenario, hay un intento de legislación de cómo<br />
debemos portarnos bien y por qué no debemos portarnos mal en el futuro<br />
concebido, es decir, hay un intento de disciplinamiento cultural alrededor de la<br />
imagen de un segundo centenario, donde los padres y las madres (y no lo digo en<br />
sentido irónico) de las patrias latinoamericanas quedan como un episodio<br />
pretérito, extraño, con el cual tenemos alguna filiación genética, pero que no está<br />
vinculado con nuestras condiciones contemporáneas de existencia. O sea, es lo que<br />
ocurrió allá, porque lo que ocurre acá es completamente distinto.<br />
Lamentablemente cuando me hablan <strong>del</strong> allá de padres y madres de la<br />
independencia y <strong>del</strong> acá contemporáneo, cuando me sitúan como contemporáneo,<br />
entonces me están situando de una manera muy extraña (esto daría para una<br />
<strong>reflexión</strong> un poco más larga) en el ejército de los realistas y no en el de la<br />
independencia. Cuando me construyen en el hoy contemporáneo, me construyen<br />
como la figura realista y dominante; cuando me hablan desde la historia, yo podría<br />
hacer parte de las huestes que liberaron a América. Es decir, aquí hay un extraño<br />
juego con la noción de fiesta y de cómo te construyen tus imaginarios colectivos y<br />
tus circunstancias actuales y contemporáneas de estar parado en esta tierra, en este<br />
tiempo y en este mundo y no en otro.<br />
En cuanto a la compleja noción de lealtad, que proviene de la tradición romana de<br />
República, que planteaba la idea de que el ciudadano era resultado de la lealtad,<br />
poco importa que a uno le digan que lo que menos tiene que ver con la lealtad en<br />
este sentido es la noción de ciudadano: el ciudadano nace conspirando por la<br />
democracia; la lealtad es otro cuento, de otro libro en todo caso, no de éste; el<br />
ciudadano es en esencia un disidente de todo lo que oprime. Entonces nos entregan<br />
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otra noción de ciudadanía que es muy extraña, porque parece dar cuenta de<br />
ciudadanos lobotómicos, y la lobotomía ciudadana es un ejercicio de una<br />
perfección notable en América Latina, y hay cirujanos de la política, que son<br />
capaces de cortarte el lóbulo frontal sonriendo y hacerte acrítico. Bueno, nos<br />
entregan una idea romana de la lealtad que, por supuesto, los romanos, como eran<br />
también un pueblo bastante astuto (me refiero al senado romano después de<br />
Cesar), eran ciudadanos capaces de ser disciplinados, pero al mismo tiempo se<br />
divertían inmensamente en el circo: o sea, lealtad y circo; no es pan y circo, nunca<br />
lo fue, porque a veces no hay ni pan; a veces simplemente hay lealtad y circo.<br />
Entonces yo digo, bueno, nos estamos moviendo en la tradición, en los formatos, en<br />
la astucia de la construcción de la ciudad griega y de la ciudad romana.<br />
Y como si esto fuera poco, nos llegó el espíritu de la aceptación española, el espíritu<br />
de la resignación. La fiesta española ya no se hace en el teatro griego, ni se hace en<br />
el ejercicio de la ciudadanía romana y mucho menos en el circo; la lealtad política<br />
española se demuestra en la iglesia. Entonces tenemos de las tres cosas: tenemos la<br />
dramaturgia griega, el mo<strong>del</strong>o romano y el incienso español. Particularmente en<br />
este último caso, esa noción según la cual el creyente es el leal y por tanto es el<br />
ciudadano, de tal modo que el que va a misa se encuadra en la estructuración <strong>del</strong><br />
buen Estado, siendo así una persona confiable y cooptable para las estructuras <strong>del</strong><br />
poder, según todo esto que llamamos América Latina.<br />
América Latina no es sólo resultado de un poder político manifiesto, sino también<br />
de una forma de entender la religión católica que se puso en crisis en la década <strong>del</strong><br />
sesenta en esta región y particularmente en Colombia. Es decir, de una forma de<br />
entender la religión, que es la religión <strong>del</strong> sometimiento y <strong>del</strong> disciplinamiento. Y<br />
eso pesa. Que levante la mano en esta sala aquel que nunca se ha sentido culpable.<br />
Estamos todos directos para el diván <strong>del</strong> psicoanálisis: todos sentimos culpa, culpa<br />
por luchar por libertades, culpa por reclamar. En últimas, tenemos la culpa clavada<br />
como el estandarte totémico más interesante de lo que dejó España en América<br />
Latina.<br />
Insisto que todo lo dicho da para mucho más. Pero es el momento de discernir dos<br />
mo<strong>del</strong>os de construir Estado: está el mo<strong>del</strong>o europeo, que demora de cuatrocientos<br />
a quinientos años en construirse, que se hace de abajo hacia arriba y que implica<br />
que las comunidades van aportando a la construcción de una cosa muy extraña, de<br />
la cual no tienen idea al principio cuando lo hacen, sino cuando lo terminan, y que<br />
va generando un cierto tipo de derechos que derivan en la carta de Juan en<br />
Inglaterra, en la revolución de los Ironsides británicos o en esa extraña forma de<br />
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equilibrio político que en América Latina no se produjo, que exista una cosa que se<br />
llama la cámara de los lores y, asimismo, la cámara de los comunes, los cuales<br />
pactan una forma de poder político bajo cierto equilibrio. Y uno dice: ¿pero cómo<br />
se juntaron los lores y los comunes en una cámara después de una revolución?<br />
Bueno, firmaron un pacto. Pero se demoraron unos cuatrocientos años en construir<br />
un cierto tipo de realidad que permite esa gestación.<br />
En el caso de América Latina no: la forma <strong>del</strong> Estado en América Latina, si ustedes<br />
la analizan en el tiempo, no va a demorar más de cuarenta años. Se impone. Si le<br />
preguntaras a un ibérico en el año 1450 cómo se forma un Estado, él te diría: “con<br />
una plaza, una cruz y un regimiento”, y tu le dirías: “y tú no sabes que Cromwell y<br />
los Ironsides se demoraron...”. Y él te contestaría de inmediato: “sí, pero aquí se<br />
hace de arriba hacia abajo y no al contrario”. Esto explica las formas despóticas de<br />
la política, las formas sospechosas <strong>del</strong> accionar colectivo y la cultura oligárquica en<br />
la relación con los demás.<br />
Esa manera de construcción <strong>del</strong> Estado latinoamericano, en las condiciones <strong>del</strong><br />
proceso de colonización tuvo otra astucia que es inmensamente trascendente en<br />
términos contemporáneos y que nos obliga a unos extraños giros teóricos y<br />
políticos para tratar de resolver un tema pendiente: la inscripción política se hacía<br />
por la fe, o sea, entre fe y adscripción política había una relación intrínseca. Los<br />
ingleses cuando ocuparon la India, al igual que los romanos cuando ocuparon otros<br />
territorios, no se preocuparon de la fe de los pueblos. Había dos cosas más<br />
interesantes para ellos: el pago de impuestos y la capacidad para movilizar sus<br />
ejércitos. Acá se intentó conquistar, y en alguna medida se logró durante un<br />
tiempo, la subjetividad de los pueblos originarios: integrarlos como territorialidad<br />
colonial. No sólo se trataba de dominar el comercio, de poseer las materias primas,<br />
sino de conquistar el alma, y ése es un lío grande, ¿qué diría Freud? Aquí se intentó<br />
hacer, afortunadamente, en mi opinión, de manera infructuosa, porque las astucias<br />
de los oprimidos son infinitas.<br />
Pero el mo<strong>del</strong>o que se impone acá, en consecuencia, tiene tres características: en<br />
primer lugar, es desde arriba; en segundo, es de territorialidades complejas, es<br />
decir, implica y supone no sólo el territorio físico sino también el territorio<br />
subjetivo, y en tercer lugar, se recrea a través de la fiesta en el mo<strong>del</strong>o griego, en el<br />
mo<strong>del</strong>o romano y en el mo<strong>del</strong>o castellano. Estas son las tensiones que de alguna<br />
forma no poco evidente están en este segundo centenario. Entonces, extraño<br />
cumpleaños al que nos invitan desde las corrientes oficiales. Un segundo<br />
centenario al que están invitados los reyes borbones y la Telefónica de España al<br />
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mismo tiempo. Está claro. De verdad que me parece un juego de la sinceridad<br />
maravilloso: los borbones y la Telefónica de España celebrando un segundo<br />
centenario de unos pueblos que dijeron que se habían liberado. Un evento<br />
literariamente de gran anchura y como una suerte de mezcla de ácido ribonucleico<br />
de memorias pasadas, presentes y futuras genéticamente extrañas; o sea, si<br />
América Latina tiene cola de chancho ya entendemos por qué, aquí hay una mezcla<br />
rarísima. Y nosotros celebramos el segundo centenario en muchas partes como una<br />
fiesta trivial y cualquiera, sin caer en la cuenta de que no es una celebración propia.<br />
Lo tercero. Creo que de forma un poquito difícil tenemos que explicar que aquí<br />
hubo una doble torsión: por un lado el conflicto sobre el cual la narrativa ha<br />
avanzado inmensamente en el campo científico, histórico e incluso filosófico (y ahí<br />
hallamos unos ciertos mo<strong>del</strong>os): qué es el tema de la independencia. Por otro lado,<br />
descubrir que los sujetos de los cuales nos independizamos estaban siendo<br />
sometidos en ese momento. O sea, aquí está todo Freud junto: el padre, la madre,<br />
el Edipo, todo junto; nos independizamos de unos tipos que fueron invadidos; es<br />
como romper con la mamá cuando descubro que tiene un amante y que además se<br />
enamora <strong>del</strong> amante. O sea, el lío es complejo, por eso tenemos todos estos tics<br />
nerviosos como civilización latinoamericana.<br />
La ambigüedad no es un rasgo exclusivo de la independencia latinoamericana; lo<br />
mismo podría decirse de la norteamericana, sino que de ésta hay un mejor relato,<br />
un relato más cohesionado. En Latinoamérica nos independizamos de unos tipos<br />
que habían vivido un periodo realmente breve. Analicen ustedes cuántos siglos van<br />
desde la expulsión de los árabes hasta las invasiones napoleónicas. O sea, unos<br />
tipos que tampoco habían logrado cumplir su tarea de construir un Estado en<br />
forma, unos tipos que inventaron la contrarreforma y que influyeron decisivamente<br />
en los discursos políticos de América Latina, además de habernos legado una cierta<br />
tradición política e intelectual que es bastante compleja en términos de lo que<br />
señalaba antes: la lealtad, vinculada a la iglesia y a la política, la ausencia de<br />
pensamiento crítico y de comunidad democrática. Unos tipos de los cuales nos<br />
independizamos como yéndonos por la puerta de escape, y ellos se dieron cuenta a<br />
poco andar de que nos habíamos ido de verdad, y nosotros a poco andar que hoy<br />
íbamos a tener que enfrentarnos porque ya nos habíamos ido. Entonces ahí hay<br />
una situación que cubre unos cuatro o cinco años (dice Gabriel Salazar, un<br />
historiador) y que es de tal complejidad que me permite introducir otro rasgo de<br />
nuestra independencia: cómo los que nos liberan no logran cumplir la tarea de<br />
construir una nueva élite democrática. San Martín muere en el exilio, en París,<br />
O´Higgins en Lima.<br />
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¿Qué nos pasó? ¿Por qué una vez construido aquel proyecto imaginario de la<br />
independencia nos empezamos a pelear entre nosotros, impidiendo la articulación<br />
de lo que es la Carta de Jamaica y todo el gran proyecto? ¿Cuál es el peso de las<br />
logias lautarinas, de los masones, en la independencia de América Latina? San<br />
Martín y O´Higgins eran masones. San Martín pensaba construir una realeza<br />
porque la forma república era para pueblos maduros. Entonces si no ponemos<br />
todos los datos encima de la mesa (y aquí menciono sólo algunos), incluso desde el<br />
amor y el afecto, nos cuesta mucho entender por qué llegamos a la situación en que<br />
estamos hoy día, en donde el primer pueblo que se libera en América Latina, Haití,<br />
está viviendo actualmente casi una pandemia. Pero también podríamos<br />
preguntarnos en qué momento los mexicanos perdieron Texas; bueno, pues les<br />
cuento, por lucha interna. En qué momento nuestra territorialidad comenzó a ser<br />
constreñida y los españoles perdieron las Filipinas y Florida. Bueno, se los dije<br />
antes: ellos tenían el problema de ser un pueblo imperial joven; diría Maquiavelo<br />
que por fortuna y no por virtud. Y no estoy queriendo decir que hubiera sido mejor<br />
que nos conquistaran holandeses o ingleses, simplemente se trata de que quienes<br />
nos dominaron nos dejaron la impronta de su propia derrota, de sus propios<br />
conflictos internos, nos dejaron la semilla de la sospecha política, de las oligarquías<br />
en las culturas políticas y nos impregnaron de eso y al mismo tiempo <strong>del</strong> miedo<br />
romántico y <strong>del</strong> amor sensual con la muerte, que es propio de la península ibérica y<br />
de la relación que ésta ha tenido con los etruscos a lo largo de toda su historia. En<br />
fin, aquí hay unos juegos muy difíciles y todos circulan en un relato que hay que<br />
desmontar en sus condiciones de existencia.<br />
Desde este ángulo, los intentos que han existido en la región latinoamericana desde<br />
fines <strong>del</strong> siglo XIX, pero especialmente a partir de la década <strong>del</strong> veinte <strong>del</strong> siglo<br />
pasado por cambiar y alterar los órdenes de la realidad han sido magníficos. Pero<br />
también pesa todo el relato anterior, o sea, ese gesto que está filmado yo sé que<br />
tiene muchas lecturas y particularmente Francisco Pineda, un gran historiador<br />
mexicano, se ha metido mucho en eso; ese gesto de Zapata y Villa en el palacio de<br />
gobierno, después de que el ejército <strong>del</strong> sur de Zapata entra por las calles<br />
insurgentes y el ejército de Villa entra por el otro lado y se juntan en el palacio de<br />
gobierno luego de derrotar a los federales y establecer un plan de gobierno, el Plan<br />
de Ayala: reforma agraria, educación libre, o sea, un programa que cualquier<br />
gobierno reformista de Latinoamérica hoy día lo compraría y la Flacso<br />
probablemente se encargaría de difundirlo, ya que no hace otros reconocimientos.<br />
El asunto es el siguiente: esos dos hombres, uno considerado bandido, ladrón de<br />
ganado, cuyo nombre verdadero no era Pancho sino Doroteo y el otro campesino,<br />
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pequeño propietario de la tierra, sumamente ilustrado, y los dos atípicos entran al<br />
palacio de gobierno y Villa le dice a Zapata: “siéntese usted compadre”, y Zapata le<br />
dice: “no, siéntese usted”, y no se sienta ninguno de los dos, se sienta el PRI.<br />
Entonces vemos la ironía en ese imaginario o esa ingenuidad, que tiene que ver con<br />
la otra cara de la sospecha ibérica que narraba antes. Cuando Zapata va a conversar<br />
con Pablo González (cuando lo asesinan), un gran asesor político formado en el<br />
anarquismo norteamericano, éste le dice: “General, puede ser una emboscada”, a lo<br />
que responde Zapata: “entre los hombres, los luchadores y los libertarios no nos<br />
hacemos trampa” y, bueno, lo matan, que es lo que le pasa a Sandino. Este tipo de<br />
ingenuidad de parte de quienes intentan subvertir el orden constituido y<br />
transformarlo en un orden democrático, frente a la extraordinaria astucia de<br />
quienes son parte de los órdenes reproductivos dominantes, no corresponde a que<br />
unos sean demasiado listos y los otros bobos, sino que el sueño de unos no encaja<br />
en el de los otros, son como países distintos, son situaciones en las que el relato de<br />
la oligarquía dominante es capaz de subsumir las bondades <strong>del</strong> sueño de los otros.<br />
Entonces te da una sensación entre bronca y extrañeza que ese tipo de eventos<br />
ocurran. Comenzamos el siglo XX con la revolución mexicana, con un plan de<br />
reforma que es el Plan de Ayala, escrito por Zapata y sus asesores, y cerramos el<br />
siglo XX sumidos en una enorme cantidad de conflictos y tensiones.<br />
Siento que el avance o el intento que podría ser sintetizado alrededor de esta<br />
tartamudeante analítica que estoy exponiendo, podría ser lo siguiente: nosotros en<br />
la región latinoamericana no hemos salido de la trampa que se mueve entre el<br />
estado <strong>del</strong> poder y el poder <strong>del</strong> estado; nos movemos en esa trampa, o sea, hacemos<br />
política mirando hacia arriba; antes mirábamos a Dios (y eso es la tradición<br />
hispánica), pero ahora miramos al Estado; siempre miramos hacia arriba; o sea,<br />
tenemos tortícolis histórica. Nos movemos entre el estado <strong>del</strong> poder y el poder <strong>del</strong><br />
estado y jamás introducimos la variable de la democracia, la comunidad, la<br />
ciudadanía, la nación (hablamos de país y no de nación). Y en estos juegos de<br />
lenguaje habita una estrategia evidentemente de dominio.<br />
Considero que el oscilante cuadro de la política latinoamericana desde la década<br />
<strong>del</strong> veinte en a<strong>del</strong>ante se configuró en torno a las tres reformas: reforma agraria, en<br />
muy pocas partes bien resuelta; reforma universitaria, inconclusa, turbada, que se<br />
pisa los cordones de los zapatos (la universidad con la nación, con el desarrollo, con<br />
el Estado; pocas veces hemos escuchado que la universidad está con la democracia,<br />
exceptuando los periodos de reforma); reforma urbana (la gente necesita casas<br />
dignas para vivir). Y alrededor de estas tres reformas se produjo algo en América<br />
Latina como pensamiento propio de buena factura, que llamamos la “teoría de la<br />
13
dependencia”. Y se intentó pensar a América Latina localizada en el mundo, no<br />
aislada, en términos de unas ciertas lógicas de la economía internacional y de los<br />
circuitos comerciales que situaban una suerte de fatalidad histórica en América<br />
Latina, susceptible de ser rota.<br />
Hoy muy poca gente se acuerda de la teoría de la dependencia, parece que siempre<br />
hubiésemos vivido en un individualismo posesivo y liberal. Hoy parece que no<br />
hubiésemos tenido una larga data de pensadores latinoamericanos desde Raúl<br />
Prebisch en a<strong>del</strong>ante, Aníbal Pinto, Osvaldo Sunkel y otros. Hoy bebemos de ciertos<br />
autores mínimamente críticos que conviven en las universidades europeas o<br />
norteamericanas con el pensamiento de corriente principal, y lo que construimos<br />
en América Latina durante cuarenta años como mo<strong>del</strong>o de la economía mundial<br />
(que no era un tema local, era cómo se localiza América Latina en la economía<br />
mundial) está olvidado, y está olvidado porque la segunda de las reformas que he<br />
referido se revirtió, la reforma universitaria: las universidades empezaron a beber<br />
de otras fuentes, lo que no constituye un error por principio, al contrario, pero se<br />
lee más a Amartya Sen que a Gunder Frank o a Theotonio dos Santos. Es una<br />
historia nuevamente de locos.<br />
Tenemos desde ese ángulo, en relación a una mirada muy rápida <strong>del</strong> siglo XX, una<br />
lectura que podríamos llamar edípica: pasamos de una madre difícil que era<br />
España, a una madre autoritaria pero un poquito más liberal que era Inglaterra y,<br />
finalmente, pasamos al primo más pesado que nos puede haber tocado en el<br />
mundo, pasamos a la cultura <strong>del</strong> imperio norteamericano. Pero hemos vivido tres<br />
edipos y ninguno lo hemos resuelto bien en términos de una analítica histórica<br />
rigurosa. A propósito <strong>del</strong> cumpleaños, hemos tenido en doscientos años tres padres<br />
y ninguno ha sido bueno.<br />
En el ejercicio de construir nuestro propio relato, yo diría que tenemos los<br />
siguientes déficits globales, los cuales pueden dar pie a la <strong>reflexión</strong> de nuestra<br />
realidad latinoamericana.<br />
El primer déficit que me parece relevante es una suerte de simbiosis muy poco<br />
lograda en el campo de la filosofía política latinoamericana: al hablar de<br />
democracia y de comunidad, de nación y de república, ¿de qué demonios estamos<br />
hablando? Si me salgo por la puerta de la erudición y digo: “aquí hay algo de<br />
Hobbes, de Mostesquiev… no sé”. Pero vamos a hablar en serio, vamos a hablar de<br />
los procesos nuestros; entonces tenemos unas cosas que han sido progresivas,<br />
ambiguas, extrañas y, en todo caso, poco comprendidas, que son los populismos<br />
14
latinoamericanos. Y por ahí dicen: “para ser populista hay que ser listo y hay que<br />
tener dinero”. El populismo es algo muy serio para dejárselo a quienes se creen<br />
populistas. Populista fue Perón que con el impuesto de la carne modernizó a<br />
Argentina, gracias a la segunda guerra mundial. Eso es populismo: universidades<br />
gratuitas, educación gratuita, salud gratuita, reforma urbana y universitaria (no<br />
agraria, porque en Argentina no te metes con los dueños de la tierra; pregúntenle a<br />
Cristina Fernández; pero eso es otro rollo). Segundo populismo en serio, el General<br />
Cárdenas en México, que nacionaliza el petróleo, moderniza la UNAM, los servicios<br />
de salud. Populismo es también Vargas en Brasil. Hablo de populismo en serio,<br />
aquello que tiene que ver con una alianza entre los de arriba, particularmente los<br />
<strong>del</strong> medio, con los de abajo para construir mercado interno y desarrollo. Uno se<br />
extraña de cómo, existiendo esta tradición <strong>del</strong> pensamiento político<br />
latinoamericano, alguien puede mirarte con odio y decirte: “¡Populista!”, y tú<br />
además te sientes triste, en lo cual hay una adopción de roles muy rara.<br />
Y cuando hablamos de los socialismos latinoamericanos, nos encontramos con un<br />
hombre que llega a la presidencia –como les decía– luego de declararse marxista y<br />
en un momento que no es cualquier momento: durante la Guerra Fría, y gana las<br />
elecciones. Después sabemos lo que pasa, pero da lo mismo. Entonces no me<br />
vengan a decir que esta región que se llama América Latina no tiene originalidad<br />
política… Si alguna vez ganaba las elecciones la izquierda italiana estaba asegurada<br />
la invasión de la OTAN. Aquí se logró. Pero también está la situación de Cuba, que<br />
da para una discusión muy larga, así que tomen esto en beneficio de inventario.<br />
Cuba es la dictadura de los revolucionarios; no alcanzó a ser la democracia de los<br />
revolucionarios; es como la revolución francesa en el primer periodo. Pero es de<br />
una complejidad bestial. Y está eso que llamamos revolución nicaragüense, que fue<br />
una reforma armada, no una revolución en el sentido social, es mucho más en el<br />
sentido político. Está que un obrero metalúrgico (Luiz Inácio Lula da Silva) sea<br />
presidente de la octava potencia mundial, autodidacta completo, con un sentido <strong>del</strong><br />
humor que siempre lo acompaña como buen presidente que es.<br />
Entonces hay una originalidad pero, a la vez, hay una anemia muy cargada y muy<br />
evidente de análisis de nuestras propias realidades, en una orfandad entre política<br />
y universidad que es grave. Lo que está ocurriendo en América Latina es que<br />
tenemos políticos no ilustrados (por decirlo de alguna manera) y una cultura<br />
política que se disminuye fuertemente. Aquí veo un déficit grave: el tema de<br />
filosofía y cultura política latinoamericana. Si bien hay quienes dicen que no hay<br />
filosofía latinoamericana, yo creo, en cambio, que hay una filosofía de portentosa<br />
calidad y es muy extraño, por lo demás, que nos pasamos leyendo en las facultades<br />
15
a Hegel, a Kant, a Shopenhauer y desconociendo la producción de<br />
latinoamericanos que no hacen una redefinición de la corriente principal, sino que<br />
presentan creaciones propias. Y además que creo que la filosofía y las ciencias<br />
políticas latinoamericanas también han discurrido por la literatura.<br />
Creo que un segundo déficit es el de la adición y no la simbiosis <strong>del</strong> mundo afro y<br />
<strong>del</strong> mundo indígena. Pareciera que los volvemos a descubrir en las últimas décadas,<br />
dejándolos reaparecer en los imaginarios teóricos, políticos, programáticos,<br />
epistémicos. Pero tanto los indígenas como los afros estuvieron siempre ahí, sino<br />
que no quiso vérselos. Y aún así, como la integración de estos grupos siempre ha<br />
sido problemática y desigual, sigue habiendo desconfianza en los lazos sociales que<br />
se proponen en la actualidad. Al no existir un balance crítico de ese “tercero<br />
ausente” (como dirían los cursos de teoría política), que no tendrían que hacerlo las<br />
oligarquías sino nosotros, sigue simplemente sumándoselo a nuestro relato, pero<br />
no se permite su integración a una cosmovisión de cultura por lo menos dialógica;<br />
por lo cual trabajamos una lógica de retazos, o sea, avanzamos por pedacitos en<br />
una suerte de archipiélago analítico.<br />
El tercer déficit que veo es lo que señalaba al principio de la exposición como el<br />
sentido de la culpa, de clara tradición católica hispánica, o sea, el sentido de la<br />
culpa como parte de una falta de construcción de nuestra propia identidad.<br />
Nosotros somos culpables de hablar fuerte, de criticar, de polemizar, de escribir, de<br />
diferenciar; vivimos una situación de una larga culpa. A propósito de lo que se<br />
señalaba <strong>del</strong> tiempo alargado, el nuestro ha sido una larga culpa. Este sentido de la<br />
culpa ha producido o vertebrado una idea de la resignación y aquí curiosamente se<br />
articulan discursos no políticos sino culturales. Entonces la resignación como tema<br />
es una fatalidad, es uno de los problemas más graves que tenemos. Somos sujetos<br />
resignados, porque en ese largo tiempo siempre pensamos que las cosas cambiarán,<br />
de tal modo que volvemos al discurso teológico y político que señalé al principio. El<br />
tema de la resignación, de verdad, es una de las dificultades de la libertad y la<br />
democracia política en América Latina. La resignación siempre contiene<br />
ontológicamente la culpa: o sea, yo me resigno porque de alguna manera me asumo<br />
como culpable. Y así, resignación y culpa se vinculan en nuestra tradición política.<br />
En resumen, diría que estamos sedientos de una filosofía social y política propia y<br />
que tenemos todos los elementos para armar una analítica rigurosa y contundente<br />
en este capítulo. Estamos al mismo tiempo divorciados de una tradición<br />
democrática en América Latina que ha ido más por la comunidad y por la base que<br />
por la cúspide, porque no la hemos entendido, y aunque parezcamos ignorarlo, la<br />
16
democracia de los comuneros desde México hasta Chile, la democracia de la<br />
comuna, de la comunidad, por decirlo de una manera más amplia, ha sido parte<br />
intrínseca de nuestra historia social. Y, sin embargo, no hay una recuperación de<br />
esa tradición en términos de su valor político, sino más bien desde una suerte de<br />
valor humanístico genérico: “qué buenos somos los latinoamericanos. Si hay<br />
terremoto todos nos ayudamos” (no sé cuál es la sugerencia que podría venir<br />
después de una <strong>reflexión</strong> de esta naturaleza). Aunado a esto, estamos gravemente<br />
desactualizados respecto a cómo ingresamos al siglo XXI.<br />
Estoy convencido de que las cartas de América Latina se juegan grandemente en los<br />
próximos veinte o treinta años. Estoy convencido de que por el hecho de que<br />
América Latina pese hoy día bastante menos que en la década de 1970 en la<br />
economía mundial, los futuros de nuestros mercados laborales, materias primas y<br />
calidad de vida –que de eso se trata el asunto– son <strong>del</strong>icados. Estoy convencido de<br />
que si no usamos pensamiento crítico y si no investigamos en ciencias duras en<br />
nuestras universidades, la situación va a ser aún más <strong>del</strong>icada (vamos a seguir<br />
comprando computadores y jamás vamos a producir uno). Estoy convencido de que<br />
si no somos capaces de reconciliar no una sola historia, sino todas las historias en<br />
un discurso abierto, vamos a seguir dependiendo de los autoritarismos de moda,<br />
por más modernizantes que éstos parezcan. Estoy absolutamente persuadido de<br />
que si ponemos todas nuestras fuerzas morales e intelectuales en juego tenemos<br />
algo más que una esperanza, tenemos un futuro.<br />
Intervención de William Ospina 3<br />
NUESTROS DOSCIENTOS AÑOS<br />
En los días pasados tuve la oportunidad de visitar la Mojana. Tantos años viviendo<br />
en mi país y no tenía idea de lo que significa esa región de la que han brotado<br />
algunas de las músicas y algunas de las historias más famosas de nuestra tierra.<br />
Ahora tienen para mí otro sentido el país de las aguas, la rosa momposina, la gran<br />
depresión, la región de las ciénagas, y me he dicho que tal vez leyendo en una<br />
significativa fracción <strong>del</strong> territorio sea más fácil intentar un balance de estos dos<br />
siglos de nuestra Independencia.<br />
Lo primero que habría que señalar es que una región completamente coherente en<br />
términos naturales, económicos y culturales está hoy fragmentada en cuatro o<br />
3 Poeta y ensayista colombiano.<br />
17
cinco mapas distintos, el de Bolívar, el de Sucre, el de Córdoba, el de Antioquia. Los<br />
mapas administrativos de la modernidad fragmentan los viejos y lúcidos mapas de<br />
la memoria y de la cultura.<br />
Y allá, en esa región, un gran dibujo primigenio, sobre la superficie estremecida de<br />
las aguas, el trazo de los canales con que los zenúes controlaron durante cientos de<br />
años el régimen de las inundaciones. ¿Por qué, de toda la vastedad <strong>del</strong> país, sólo<br />
esta cultura llegó a desarrollar un tan complejo sistema hidráulico, con una<br />
ingeniería tan ingeniosa como eficaz, y en unas dimensiones tan asombrosas?<br />
Seiscientas cincuenta mil hectáreas en las cuencas <strong>del</strong> río San Jorge y <strong>del</strong> río Sinú,<br />
surcadas de canales, les permitieron tener una relación armoniosa con el agua y el<br />
clima, producir y vivir en una alianza sorprendente <strong>del</strong> trabajo con el conocimiento.<br />
Una de las respuestas es que sobre esa región convergen las aguas de Colombia. El<br />
río Cauca recoge las aguas de toda la región occidental entre dos c0rdilleras, el río<br />
Magdalena recoge las aguas de toda la región central entre dos cordilleras, y la<br />
Mojana es el punto donde se unen las aguas de esos dos grandes ríos de Colombia.<br />
Toda el agua que ha recorrido el país se explaya en ese vórtice donde terminan las<br />
montañas, y pesa de tal modo sobre la tierra que acaso a eso se deba la depresión<br />
momposina, esa región de tierras cálidas abrumada por el agua y por todas sus<br />
manifestaciones.<br />
Este es un planeta de agua: es importante señalar que casi todo aquí es agua, los<br />
arboles, los animales y los seres humanos. Agua sembrada que florece, agua que<br />
vuela y canta, agua que sueña y piensa. Ya en esa época primera fue necesario el<br />
conocimiento para controlar un poco el poder de los elementos, que, si no se<br />
dialoga con ellos, se convierten para nosotros en lo que Álvaro Mutis llama “Los<br />
elementos <strong>del</strong> desastre”.<br />
Lo asombroso es que con la conquista española lo que hicimos fue reemplazar el<br />
saber milenario de los zenúes sobre su tierra por el dudoso saber de una cultura<br />
que tenía una relación con el agua mucho menos intensa. Yo no sé si es cierta la<br />
leyenda de que a comienzos de la Edad Media una ardilla podía correr de un<br />
extremo a otro de la península ibérica sin bajar de los árboles, no sé si es verdad,<br />
como lo afirma Aldous Huxley, que fueron los rebaños de cabras de la Edad Media<br />
los que convirtieron en un desierto buena parte de la cuenca <strong>del</strong> Mediterráneo, el<br />
sur de Italia, toda Grecia y toda el Asia Menor, porque esos animales de labios<br />
<strong>del</strong>gados arrancan hasta las más finas raíces y van dejando a su paso un rastro de<br />
desiertos, pero lo que sí sé es que España tendría muy poco qué enseñarnos en el<br />
18
arte de manejar estas moles de agua dulce, la tumultuosa vegetación de estas<br />
regiones equinocciales, la abundancia de sus criaturas y el concierto de sus pájaros.<br />
El triunfo de España, más que la derrota de los pueblos indígenas, fue sin duda la<br />
derrota de la naturaleza por mucho tiempo, no en el sentido de que fuera<br />
dominada, pues esta naturaleza por fortuna no se dejará dominar, sino en el<br />
sentido de que instauró una lógica infernal de la lucha contra la tierra en lugar <strong>del</strong><br />
diálogo fecundo y productivo con ella.<br />
La secuencia económica de la Mojana es curiosa: primero la codicia sobre el reino<br />
mineral, después, sobre el reino vegetal, y finalmente sobre el reino animal.<br />
Primero el oro, después los árboles, después el ganado. Y después todos los saqueos<br />
mezclados. Se derribaban los árboles, ceibas y hobos corpulentos, para acceder a<br />
las tumbas de oro que había bajo ellos. Porque tendríamos que decir, en el espíritu<br />
de Quevedo, que las ceibas eran el epitafio de los señores de los valles. Después,<br />
agotado el oro de las tumbas, se derribaban los árboles, buscando sus valiosas<br />
maderas. Y los bosques se convirtieron en casas y en mesas y en sillas, en<br />
artesonados y en envigados. Y después se derribaban los bosques para convertir la<br />
región en potreros.<br />
Y cuando volvieron los humanos a vivir en el territorio, ya se habían olvidado los<br />
saberes indígenas, dónde construir y donde no, por donde pasa la memoria <strong>del</strong><br />
agua, cómo dialogar con esa memoria. Nuestra arrogancia unida a nuestro olvido<br />
construyó los pueblos sobre el surco de las grandes inundaciones, así como en el<br />
Tolima construimos Armero sobre el surco de las grandes devastaciones <strong>del</strong><br />
pasado, porque ya en las páginas de Fray Pedro Simón es posible leer una<br />
descripción minuciosa de la avalancha de Armero ocurrida tres siglos antes de que<br />
Armero fuera arrasada. Por eso no sólo lo que ocurrió en Sucre sino todo lo que<br />
ocurre aquí podría llamarse la “Crónica de una muerte anunciada”, y García<br />
Márquez se revela como una gran voz chamánica que acuña con precisión el<br />
nombre de nuestras tragedias.<br />
Pero queda el trazado de los canales de los zenúes, que todavía es posible ver desde<br />
el aire, como la vasta huella dactilar de una cultura que nos recuerda que tuvimos<br />
conocimiento, que tuvimos voluntad, que tuvimos capacidad de dialogar con el<br />
mundo, y que lo que fue incluso podría de nuevo ser, sólo si por momentos siquiera<br />
actuamos como una comunidad y no como individuos aislados enfrentados a la<br />
naturaleza y también los unos a los otros, en una suerte de locura furiosa. Pero es<br />
que, como bien lo dijo Schopenhauer, “la locura es la pérdida de la memoria”.<br />
19
Queda ese trazado, que hoy podemos asimilar a los grandes grafismos <strong>del</strong> arte<br />
moderno, y queda la pregunta de por qué, como se lo oí decir ayer a un gran<br />
conocedor de nuestro país de las aguas, nos conmueven las pirámides de<br />
Tenochtitlán, y las alturas de Machu Picchu, y las líneas de Nazca, y no sabemos<br />
respetar, y recordar, y conservar, y mostrar al mundo ese dibujo exquisito de un<br />
arte milenario que es también ingeniería y religión.<br />
Estos dos siglos de Independencia nos dieron una relación precaria con el<br />
territorio. Recordemos aquí que todavía hace ciento veinte años ni siquiera<br />
sabíamos cómo nos llamábamos, y que la palabra Colombia, soñada por Miranda y<br />
heredada por Bolívar, sólo se convirtió en el nombre definitivo de nuestro país con<br />
la Constitución de 1886. Esa constitución ya comenzaba esas fragmentaciones<br />
arbitrarias de las que hablaba inicialmente. Pero obró muchas otras cosas, unas<br />
útiles y otras dañinas. Su redactor, Miguel Antonio Caro, era un gran erudito, un<br />
gran latinista, un gramático notable, un poeta esforzado, un traductor insigne, un<br />
orador admirable pero un colombiano muy precario. Y no por falta de amor por su<br />
tierra sino por falta de conocimiento. No salió nunca de la Sabana de Bogotá, no<br />
sabía o no quería saber que le tocó vivir en la región equinoccial de América, vivía<br />
en la Roma de Virgilio, en las conjugaciones y en los gerundios, sabía qué era una<br />
hipálage y un oxímoron pero no sabía qué era la Mojana, y creo que, como buen<br />
castizo, no le gustaba la palabra Orinoco. Y ese curioso señor redactó la<br />
Constitución que gobernó a Colombia durante cuatro generaciones. Esos cien años<br />
de soledad fueron suficientes al menos para crearnos una mínima conciencia<br />
nacional, porque la Independencia, de la que Bolívar esperaba tanto, apenas<br />
alcanzó para formar en todos estos países una vaga conciencia nacional. En algunos<br />
más fuerte que en otros, no por la voluntad sino por la mayor o menos facilidad<br />
para reconocerse en una tradición. Un país mayoritariamente indígena, como<br />
México, encontró en esa memoria y en esa tradición un sustento suficiente para la<br />
construcción de su imaginario nacional, e incluso fue más lejos. Avanzó en el<br />
camino <strong>del</strong> mestizaje cultural desde las instituciones de un modo muy notable. El<br />
hecho de que la independencia tuviera un alto contenido indígena, familiarizó a los<br />
indios mexicanos con los ideales de la Ilustración: tampoco en México se abría<br />
camino en sueño imposible de la reconstrucción de una ilusoria arcadia indígena.<br />
La Independencia se hacía contra la Edad Media, contra el absolutismo español, y a<br />
favor de la modernidad. Por eso, cuarenta años después de la Independencia, se dio<br />
en México la Reforma, un paso de avanzada hacia la sociedad liberal. México se dio<br />
el lujo de derrotar a los ejércitos de Napoleón III, fusiló a un extraviado emperador<br />
de la casa de Habsburgo Lorena, rechazó la imposición de los mo<strong>del</strong>os europeos,<br />
20
tuvo un presidente indígena ilustrado en la segunda mitad <strong>del</strong> siglo XIX, y en<br />
cuanto hubo expulsado a los franceses, en defensa de su orgullo nacional, entonces<br />
sí dialogó con Francia con holgura y con dignidad. Manuel Gutiérrez Nájera leyó a<br />
Verlaine y a Víctor Hugo, y recibió su influencia. Y empezó a escribir en español<br />
con esas nuevas libertades de los parnasianos y de los simbolistas, con esas<br />
sonrisas verlenianas.<br />
Toco, se viste, me abre, almorzamos<br />
con apetito los dos tomamos<br />
un par de huevos y un buen beafsteak<br />
media botella de rico vino<br />
y en coche juntos vamos camino<br />
<strong>del</strong> pintoresco Chapultepec.<br />
Había nacido el modernismo latinoamericano. Y de la palabra mariage surgió la<br />
palabra mariachi, y después Diego Rivera avanzó en el ejercicio de combinar la<br />
memoria estética mexicana con los lenguajes de la modernidad, y después Alfonso<br />
Reyes puso a dialogar su conciencia de mexicano con el rigor profundo de la lengua<br />
y con sus fuentes helénicas, y después Juan Rulfo alió para siempre los descensos al<br />
Hades de Virgilio y de Dante y de Poe con la fiesta de los muertos <strong>del</strong> primero de<br />
noviembre.<br />
Aquí fue mucho menos visible ese proceso, porque las instituciones se encargaban<br />
de negar día a día a la gente y a sus creaciones. Si todavía en los años cuarenta, en<br />
los clubes sociales de Barranquilla, sólo se podía bailar al ritmo de las orquestas<br />
internacionales que tocaban fox trot, y estaban prohibidos los porros, la expresión<br />
musical <strong>del</strong> alma popular. Aquí la cultura insistía en sus creaciones, pero la alta<br />
sociedad y el estado procuraban no darse cuenta. Esas son las consecuencias de la<br />
falta de una revolución liberal. O siquiera de una Reforma liberal, para no usar<br />
palabras tan fuertes. Nuestra Independencia no redimió a los indígenas, no liberó a<br />
los esclavos, no reconoció el territorio, no derrocó las leyes coloniales, y el paso de<br />
la encomienda a la hacienda no obró las transformaciones modernizadoras a las<br />
que podía y debía aspirar una sociedad basada en los Derechos Humanos y el<br />
ejemplo de la Ilustración. Las tareas pendientes fueron muchas y eso no significa<br />
que lo que se hizo no haya sido necesario e importante. Tener una patria es ya una<br />
ganancia, aunque uno esté todavía desterrado <strong>del</strong> festín de la vida. Todavía no era<br />
posible Gaitán gobernando pero ya era posible Gaitán sembrando su discurso en el<br />
alma de un pueblo. Todavía no era posible Benito Juárez o Emiliano Zapata, pero<br />
21
ya eran posibles Barba Jacob, y José Barros, y Aurelio Arturo, y Gabriel García<br />
Márquez.<br />
Luchábamos por la modernidad, y llegó la modernidad. Esa época traía beneficios y<br />
desgracias para todos los seres humanos, pero a nosotros nos llegó en una versión<br />
rudimentaria. Basta poner un ejemplo: llegaron los automóviles, pero no llegaron<br />
las carreteras. Ni siquiera después de los ocho años de continuidad <strong>del</strong> gobierno <strong>del</strong><br />
doctor Uribe llegaron las carreteras. En cambio sí llegaron las retroexcavadoras que<br />
convierten una llanura en un campo bombardeado para buscar el oro que<br />
sobrevivió a la conquista. Y las aguas que convergen sobre la Mojana desde el<br />
comienzo de este mundo, llevan ahora los desechos industriales <strong>del</strong> país entero, lo<br />
que arrojan a los ríos todas las grandes ciudades. Sí llegó la contaminación. Sí llegó<br />
el mercurio que arranca el oro de la escoria y envenena los arroyos y baja por los<br />
ríos y envenena a los peces, y contamina la Mojana, y envilece el medio ambiente<br />
por siglos, y hace nacer a los niños con el paladar hendido. Llegamos al mercado<br />
mundial pero de contrabando, y vendiendo sustancias ilícitas, y desarrollando<br />
industrias que no siempre cumplen con las mínimas responsabilidades<br />
ambientales, y sacrificando los bosques en una vasta depredación, y sacrificando<br />
nuestra juventud en sórdidas guerras de supervivencia.<br />
Y aún así tenemos un país, y una cultura, y los mestizajes dan su flor de mil<br />
maneras distintas, y la cultura se va convirtiendo ante el mundo en el emblema de<br />
un pueblo tenaz que no se rinde, que no renuncia a buscar su grandeza y su<br />
concordia y, por qué no decirlo, también su felicidad. Muchas cosas faltan. No<br />
hemos acabado de construir el relato necesario que nos permita la certeza de tener<br />
una nación y ya nos llegan con la prédica de que no existen las naciones. Estábamos<br />
a punto de creerlo cuando vimos que los países que más hablaban de globalización<br />
empezaban a alzar muros en sus fronteras, entonces comprendimos que la<br />
globalización era más para los capitales que para las personas, que cada vez se<br />
hacía más difícil cruzar las fronteras, y que cuando lo lográbamos, cada vez nos<br />
recibían peor más allá de nuestro suelo.<br />
Ello no sería tan grave si la patria fuera una patria, no un suelo que te expulsa de la<br />
parcela y <strong>del</strong> centro de las ciudades y <strong>del</strong> propio territorio. Las naciones que Bolívar<br />
dirigió en la lucha por la Independencia hoy con frecuencia expulsan a muchos de<br />
sus habitantes. Estos, en cambio, con una generosidad que sólo el amor explica,<br />
responden a ese destierro trabajando duro para enviar divisas que gobiernos<br />
indignos exhiben sin pudor como parte de la prosperidad nacional. Exigua<br />
prosperidad acumulada sumando suspiros y lágrimas.<br />
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Hace dos siglos fuimos pioneros en la lucha contra el colonialismo. Fundamos<br />
repúblicas en un suelo, como diría Víctor Hugo “todavía blando y mojado <strong>del</strong><br />
diluvio”, cuando en Europa ese sueño de las repúblicas apenas pugnaba por abrirse<br />
un camino. Hubo aquí provincias que les dieron el voto a las mujeres cuando en el<br />
mundo nadie soñaba con dárselos. Empresarios nuestros fundaron la segunda<br />
aerolínea comercial <strong>del</strong> mundo. Algunos ejemplos positivos y negativos podemos<br />
mostrar de grandes aventuras de la iniciativa y de la audacia, de la inteligencia y de<br />
la sensibilidad. Y no tenemos los cinco mil años de civilización continuada que<br />
puede mostrar la China, sino cinco siglos de desmemoria, y dos siglos de esfuerzos<br />
por alcanzar la modernidad, que nos ha traído sobre todo sus venenos y sus armas<br />
destructoras. Y a pesar de su horror, un siglo de nuestra violencia no ha producido<br />
el millón de muertos que produjeron en España tres años de Guerra Civil. Pero<br />
todavía tenemos que hacer desde aquí una lectura de la modernidad y de sus<br />
locuras, de esta vasta conspiración contra el mundo, contra la noche, contra el<br />
silencio, contra la austeridad, contra el contacto real entre seres vivos, de este<br />
proceso ya alarmante que nos aparta de la realidad natural y nos virtualiza el<br />
mundo para vendernos sólo sus simulacros.<br />
Vuelvo a pensar en la Mojana, y en las navegaciones y las fiestas y los hermosos<br />
actos humanos que pudimos vivir en estos días previos. Pienso en los muchos<br />
colores <strong>del</strong> cielo de las ciénagas, las nubes azules sobre horizontes rosados, las<br />
inmensas y fugaces esculturas <strong>del</strong> agua. Y el vuelo moroso de las garzas, y los<br />
grupos de cormoranes que se alejan rayando el agua con su vuelo. Es una inmensa<br />
flor de agua, la rosa momposina que le hizo decir a José Benito, “mi vida está<br />
pendiente de una rosa”. Ejemplo de una riqueza natural que todavía sobrevive a<br />
pesar de los peligros y de los asedios, de los ejércitos y de las industrias, tiene una<br />
memoria que recuperar, una riqueza que salvar, una comunidad humana<br />
extraordinariamente llena de afecto, de ingenio y de creatividad, un espíritu de<br />
fiestas y rituales, una suma de leyendas y ceremonias, que pueden hacer de ella una<br />
de las regiones mágicas <strong>del</strong> futuro. No por azar entre sus ríos y sus relatos surgió el<br />
destino y el universo verbal de García Márquez, el más visible de los escritores <strong>del</strong><br />
siglo XX.<br />
Por todo eso la valoración de lo que somos y lo que hemos sido no se puede agotar<br />
en grandes palabras abstractas, requiere de matices y de detalles. Como decía<br />
Estanislao Zuleta, no necesitamos respuestas definitivas sino más y mejores<br />
preguntas. No estamos leyendo el final <strong>del</strong> relato, a lo sumo, el libro está abierto en<br />
la mitad.<br />
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*****<br />
A modo de síntesis, que incluye el conversatorio posterior a las<br />
intervenciones.<br />
En su intervención Patricio Rivas problematizó el tipo de relaciones de poder que<br />
heredamos de la vida colonial y que, de sinuosas maneras, fueron entreverándose<br />
con los nuevos procesos de las naciones declaradas independientes, dando a luz<br />
realidades ambiguas y complejas que es menester discernir para situarnos en el<br />
presente siglo con perspectivas esperanzadoras y libertarias. A pesar de que dos<br />
siglos de independencia no signifiquen un destino armonioso y próspero, vale<br />
celebrar el <strong>bicentenario</strong>, pero sin hacer de él una oportunidad para la industria <strong>del</strong><br />
espectáculo y, en vez de esto, propiciar espacios de diálogo ciudadano, de <strong>crítica</strong>, de<br />
tal manera que sea posible reconocer las plurales historias que han discurrido en<br />
estos siglos, lo cual serviría a las construcciones democráticas que aún tenemos en<br />
mora.<br />
Consciente de que el destino político de nuestros pueblos deviene de las<br />
elaboraciones de sentido que se hacen en los diferentes ámbitos de la sociedad (y<br />
desde lo privado, lo cotidiano, hasta lo público), Patricio Rivas invitó a una<br />
apropiación de nuestra historia, de la pasada y de la futura, sin miedos, sin culpas,<br />
sin resignación, con voluntad creativa, para romper la tradición autoritaria y dejar<br />
de ver nuestra historia (la de los pueblos, no la de los Estados) como una continua<br />
expropiación de sentidos, ante la que permanecemos atemorizados o<br />
quejumbrosos. A cambio de esto último, apareció en el discurso de Patricio esa<br />
bella palabra que es la “invención”, que bien pudiera tomársela como principio de<br />
la historia, pues ella exige cada vez la disposición a hacer algo en el mundo, a<br />
apostar creativamente por una humanidad más propia, más digna y más justa.<br />
Por su parte, William Ospina nos hizo pensar que la historia, que a veces nos<br />
parece un saber abstracto y lejano, en verdad se encuentra imbricada en nuestro<br />
territorio, es nuestra geografía: ríos, montañas, llanuras, fauna, vegetación, formas<br />
de producción. Su evocación de La Mojana, una región prodigiosa en términos<br />
naturales y fragmentada en los mapas políticos, puso de presente que la memoria<br />
no consiste en la mera enumeración de los acontecimientos o de las cosas que han<br />
dejado de existir con “el paso <strong>del</strong> tiempo”, sino que está impresa en las formas<br />
mismas de los relieves que habitamos, y que hemos de descubrirla y darle su lugar<br />
en el presente.<br />
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Y es cierto que la historia vivida puede ser en buena medida la historia de la<br />
arrogancia y de la ignorancia ante saberes pasados –tal el caso <strong>del</strong> saber de los<br />
zenúes sobre el agua en la región de La Mojana–, a los cuales renunciamos,<br />
venciendo las tradiciones a los intereses desmesurados <strong>del</strong> capital, que pasan por<br />
alto el conocimiento que diversas culturas tienen de la naturaleza, imponiendo no<br />
más que la racionalidad de la explotación y <strong>del</strong> lucro.<br />
Según comentó William Ospina, no se trata en la contemporaneidad de enjuiciar la<br />
voracidad de los españoles, pues su sangre, igual que la indígena y la afro, corre por<br />
nuestras venas. La lógica <strong>del</strong> resentimiento es infructuosa y aunque haya pérdidas y<br />
ruinas hay también logros y, en todo caso, hilos de sucesos que condicionan<br />
nuestra historia presente y que sería un error desconocer. Si hablamos de América<br />
Latina, hemos de ver en el mestizaje su principal característica, y en vez de buscar<br />
discursos legitimadores que partan <strong>del</strong> desprecio de lo que no nos parece, de lo que<br />
nos viene de ultramar, habría que ponderar aquello que pudiera denominarse<br />
nuestro “pecado original”, el de ser hijos de víctimas y verdugos (si quiere vérselos<br />
de ese modo), asumiendo desde aquí la responsabilidad de “la cara que tenemos”<br />
en la actualidad.<br />
En fin, siguen abiertas algunas preguntas sobre aquello que denominamos<br />
memoria histórica: ¿Por qué la invocamos diciendo que es necesaria? ¿Cómo se<br />
construye? ¿Cuáles son los mecanismos de olvido y de recuerdo, cuáles los vínculos<br />
con el pasado que ayudan a explicar nuestra existencia presente? Ante todo hay que<br />
declarar el carácter político de la memoria, pues sumidos en la ignorancia de<br />
nuestro pasado difícilmente podremos apostar creativa y libremente a un mejor<br />
futuro para nuestras sociedades latinoamericanas. Es responsabilidad de los<br />
pueblos, de los ciudadanos, hacerse a una memoria colectiva que no se conforme<br />
con los relatos de las élites dominantes ni de las instituciones, que se muestran<br />
demasiado coherentes, desestimando así las realidades variopintas dibujadas por<br />
nuestros singulares procesos históricos, realidades que exigen imaginación y<br />
pensamiento auténticos, no dogmas ni sistemas que pretendan resolverlo todo.<br />
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