Boletín 3 - Sociedad Asturiana de Filosofía

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El título de “Platón y el cine” pretende poner en contacto dos ámbitos completamente distanciados en apariencia o al menos alejados por diversos motivos: el que afecta al estudio, formación y aprendizaje de los mecanismos abstractos y complejos del conocimiento con el espacio del ocio, la diversión, el disfrute y el entretenimiento en general. Cabría, pues, objetar en un principio que así se mezcla la obligación con la devoción, porque sabido es que Platón forma parte del bagaje correspondiente a la esfera del colegio y no a un mundo de ilusiones que se proyecta en la pantalla. En un plano generoso sería más edificante recordar que Platón tiene en su haber la forma peculiar en que llega hasta nosotros, poco frecuente en los serios libros que analizan el pensamiento, porque en realidad Platón escribe conversaciones, sus famosos Diálogos: una especie de piezas artísticas asimilables a una novela o a una obra de teatro, aunque la profundidad de sus temas y el rigor del tratamiento marquen las distancias correspondientes. Curiosamente “Platón y el cine” adquiere sentido no precisamente por la modernidad de Platón o porque sus temas formen parte de los argumentos propios de guiones de películas. En ese sentido ejemplos griegos mucho más antiguos resultarían incluso más cercanos; así si hubiéramos titulado este artículo “Homero y el cine” nadie se estaría preguntando ahora de qué íbamos a tratar: la guerra de aqueos y troyanos, donde la figura de Helena ha servido no sólo para películas como la de Robert Wise en 1955, con Rossana Podestá en el papel estelar sino, en su día, para introducir a los estudiantes atenienses en el arte de la argumentación judicial “cinematográfica”: el discurso como recorrido de las posibilidades de la persuasión, de manos de Gorgias, cuyos alumnos, entre los que probablemente se encontraría el propio Platón, tenían que mostrar la inocencia de Helena. O las aventuras de Ulises, que tienen figura particular y propia desde aquella película de Camerini, de 1955, donde Kirk Douglas encarnó la imagen del héroe griego que navega de vuelta a su casa, donde le espera su esposa y que nunca llega. Por cierto que, gracias al arte cinematográfico, la figura de la esposa, Penélope, y de la hechicera Circe se generan a partir de un mismo parámetro de comportamiento encarnadas ambas por Silvana Mangano. Es verdad, pues, que modelos, argumentos e incluso manera de tratarlos en el cine han bebido en la vieja epopeya helénica, pero no lo es menos, en este caso, recordar que el mundo de las imágenes de Homero, con sus metáforas y comparaciones que como fórmulas incomparables de precisión determinan situaciones y momentos permiten construir perfectamente los recursos cinematográficos más elementales, desde planos a secuencias, pasando incluso por Conferencias y artículos monográficos PLATÓN Y EL CINE Conferencia pronunciada en el Club de Prensa de La Nueva España de Oviedo Santiago González Escudero PROFESOR DE FILOSOFÍA ANTIGUA. UNIVERSIDAD DE OVIEDO cortes y duraciones. Nadie como Homero para determinar el gesto exacto del rostro, el primer plano y el contraste con el plano general, el campo y el contracampo. Y, por si acaso, veamos una muestra de tales logros: “Como a un furioso león de un cercado de bueyes le están echando perros y gentes del campo, que, toda la noche en vela, no le dejan aprovecharse de la opulencia de los bueyes. Mas él, ansiando la carne, ataca, pero no coge nada: pues frente a él hay un manojo de picas blandidas por diestras manos y antorchas encendidas, que le desaniman aunque va decidido; y al amanecer se marcha lejos con el ánimo contrariado, así Ayax contrariado en su corazón se alejaba, contra su voluntad, de los troyanos, pues temía por los barcos de los aqueos. Y como cuando un asno, que iba a lo largo de un campo sembrado, arrastró terco a unos niños, y, aunque muchas varas le rompían encima, entrando en él se pone a pastar las mieses: los niños le golpean con palos, ingenua violencia la de ellos, que con esfuerzo lo echaron cuando se había hartado de forraje... así entonces al imponente Ayax, hijo de Telamón, valerosos troyanos y aliados congregados le hostigaban de continuo…” (Iliada, XI, vv. 548-565.) No estaría de más recordar que un truco cinematográfico característico tiene que ver precisamente con el uso de ejemplos y referencias, cuya presencia se atribuye a la casualidad: uno de tantos. No es cierto que un ejemplo 75

76 BOLETÍN Nº 3 sea igual que cualquier otro de posible uso. Platón siempre usa ejemplos, modelos y referencias y siempre también escogidos con toda intención para que su presencia ya no se borre. Mecanismo cinematográfico, si entendemos que este término supone la “descripción en movimiento y mediante el movimiento”, que juega con dos resortes sensoriales: el impacto que se produce en el espectador y la emoción que le despierta. Esta capacidad del ejemplo es la que Homero domina con mayor fluidez y que violentamente censura Platón cuando pretende eliminar de su ciudad hasta el recuerdo del viejo aedo, aunque nadie como Platón lo manejó con tanta habilidad que lo convirtió en un enclave fundamental del conocimiento. Pero el problema del que quiero ahora hablar tiene otra motivación, toda vez que ya hemos sacado a relucir el tópico de la presencia de los griegos en las películas de nuestra infancia. Así al menos nos hemos ahorrado, por el momento, el tener que hablar de los dioses griegos y de las narraciones mitológicas, filón y punto de partida de cuantas películas hablan de héroes, seres inmortales y figuras de fantasía desorbitada, desde Superman hasta el Señor de los Anillos, pasando por Harry Potter. Pero había que empezar de alguna manera reivindicando con justicia el espacio que ahora recorre la capacidad de proyectar, nunca mejor dicha, del cine, reforzado por el video y catapultado a la realidad por la televisión. Nosotros, los que aquí estamos, somos el producto gnoseológico del fenómeno cinematográfico, es decir que la capacidad de imaginar, de pensar, de soñar y hasta de vivir con la que contamos responde al estímulo de las imágenes contempladas, admiradas, contadas, vividas, y hasta imitadas en la medida de lo posible. Esto es así desde que los griegos impulsaron un modelo de sociedad en el que las figuras pintadas en la cerámica, o sea, en los envases que exportaban dondequiera, abría paso a discursos, explicaciones y fantasías sobre maneras de entenderse y alternativas vitales (Para un rápido informe sobre la sociedad griega antigua como un mundo de representación comunicada mediante la figura artística se puede ver J.J. Pollitt, Arte y experiencia en la Grecia Clásica (1972), Xarait edic., Bilbao 1984, 1987.). La técnica, las matemáticas y la ingeniería hacían posible la ilusión y permitían el control del futuro. Y siempre que se mencionan semejantes cuestiones hay que hacer referencia a los miembros de la Academia de Platón, cuyas aficiones iban desde los números irracionales hasta la robótica, en la búsqueda del control del movimiento y de la representación de las auténticas líneas que mueven el mundo (un estudio sobre las líneas de la imagen física del mundo en S. Sambursky, El mundo físico de los griegos (1956) trad. Alianza, Madrid 1990. Sobre el nacimiento de la tecnología en la época helenística, Bertrand Gille, La cultura técnica en Grecia (1980), trad. Barcelona 1985). Esas líneas tienen también una vertiente teológica, en cuanto que no reflejan apariencias cambiantes, que es la pesadilla del género humano, sino lo auténtico lo que de verdad funciona y se encuentra en la base de todo. Por ese camino sin duda llegan hasta nosotros y tienen mucho que ver con el cine. Claro que su discusión probablemente nos llevara más lejos, entre otras cosas a entender el sentido de la filosofía, de su utilidad y de porqué se suele decir que toda la filosofía no es más que un conjunto de notas a pie de página en los Diálogos de Platón. Seguramente es verdad y tenemos cine como resultado de lo que Platón nos enseñó a hacer y fue seguido por todos los filósofos que en el mundo han sido. De otra manera tal vez sería bastante complicado explicar que estemos dispuestos a aguantar varias horas sentados ante una pantalla de sombras y que empleemos recursos asombrosos para hacerlas. Aristóteles, a lo mejor, nos podía echar una mano en la explicación del tema, diciéndonos que todo se debe a que la gente, los seres humanos, somos animales que disfrutamos con la representación (“Efectivamente, el representar (“mimeîsthai”) es algo natural en los seres humanos desde niños, y en esto se diferencian de los demás animales, por ser el más proclive a la representación, porque hace los primeros aprendizajes a través de representación y por disfrutar todos con las representaciones” Aristóteles, Poética 4, 1448 b 5-9), y que nos enfrascamos en el representar como si fuera lo mejor que podíamos hacer y de ello dependiera nuestro papel en la comunidad, cuando el resto de los animales la única justificación para sus movimientos la ponen en comer y sobrevivir. Tal vez por eso no se ríen, ni se explican, ni disfrutan con la actuación. Peor para ellos. Sin embargo, el cine no es algo más de lo que hay, es un arte y todo arte tiene una finalidad importante, el cine nos transforma. De esa transformación que, repito, nos afecta sobre todo a nosotros, al fin y al cabo productos de una valoración excesiva de la imagen a todos los efectos, no se puede librar la Historia de la Filosofía, ni el propio Platón, ni tampoco el hacer filosófico si cabe. Eso quiere decir que, si es verdad que hemos cambiado merced a la influencia del cine y resulta que este tipo de arte sirve para algo, hemos de plantearnos una visión diferente de todo lo anterior. El cine brinda posibilidades hasta ahora no contempladas y permite comprender planteamientos filosóficos de una manera nuea (Christopher Falzon en Philosophy goes to the movies. An introduction to philosophy. Routledge, New York 2002 construye desde el cine todo un programa de enseñanza para la filosofía, que va dividiendo de acuerdo con los filósofos más importantes y con los grandes temas de sus doctrinas.). Esto vale para todo filósofo y cualquier doctrina al efecto, de la misma manera que se puede esgrimir para cualquier tipo de conocimiento tanto en el campo de las ciencias como en el de la literatura, pues si decimos que una obra literaria en el cine se enfrenta a su poder de representación, atracción y emoción, no desvelamos ningún secreto (un comentario ético, político y pedagógico para el aprendizaje desde el cine se puede ver en la colección de diversos ensayos presentados por Henry A. Giroux, Cine y entretenimiento. Elementos para una crítica política del filme. (2002), trad. Paidós, Barcelona 2003). Sin embargo Platón constituye un mundo aparte en esta referencia, y no sólo por su doctrina que de por sí atañe ni más ni menos que al fundamento e instrumentación de la técnica cinematográfica: baste mencionar palabras como “ideas”, “líneas que se entrecruzan”, “rememoración” o “anamnesia”, “planos de realidad”, “juego de sombras”, “caminos del pensamiento”, “representación”, etc., sino sobre todo por su modo de hacer filosofía, de sacar a

El título <strong>de</strong> “Platón y el cine” preten<strong>de</strong> poner en<br />

contacto dos ámbitos completamente distanciados en apariencia<br />

o al menos alejados por diversos motivos: el que afecta<br />

al estudio, formación y aprendizaje <strong>de</strong> los mecanismos<br />

abstractos y complejos <strong>de</strong>l conocimiento con el espacio <strong>de</strong>l<br />

ocio, la diversión, el disfrute y el entretenimiento en general.<br />

Cabría, pues, objetar en un principio que así se mezcla la obligación<br />

con la <strong>de</strong>voción, porque sabido es que Platón forma<br />

parte <strong>de</strong>l bagaje correspondiente a la esfera <strong>de</strong>l colegio y no<br />

a un mundo <strong>de</strong> ilusiones que se proyecta en la pantalla.<br />

En un plano generoso sería más edificante recordar<br />

que Platón tiene en su haber la forma peculiar en que<br />

llega hasta nosotros, poco frecuente en los serios libros que<br />

analizan el pensamiento, porque en realidad Platón escribe<br />

conversaciones, sus famosos Diálogos: una especie <strong>de</strong> piezas<br />

artísticas asimilables a una novela o a una obra <strong>de</strong> teatro,<br />

aunque la profundidad <strong>de</strong> sus temas y el rigor <strong>de</strong>l tratamiento<br />

marquen las distancias correspondientes.<br />

Curiosamente “Platón y el cine” adquiere sentido<br />

no precisamente por la mo<strong>de</strong>rnidad <strong>de</strong> Platón o porque sus<br />

temas formen parte <strong>de</strong> los argumentos propios <strong>de</strong> guiones<br />

<strong>de</strong> películas. En ese sentido ejemplos griegos mucho más<br />

antiguos resultarían incluso más cercanos; así si hubiéramos<br />

titulado este artículo “Homero y el cine” nadie se estaría<br />

preguntando ahora <strong>de</strong> qué íbamos a tratar: la guerra <strong>de</strong><br />

aqueos y troyanos, don<strong>de</strong> la figura <strong>de</strong> Helena ha servido no<br />

sólo para películas como la <strong>de</strong> Robert Wise en 1955, con<br />

Rossana Po<strong>de</strong>stá en el papel estelar sino, en su día, para<br />

introducir a los estudiantes atenienses en el arte <strong>de</strong> la argumentación<br />

judicial “cinematográfica”: el discurso como<br />

recorrido <strong>de</strong> las posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la persuasión, <strong>de</strong> manos<br />

<strong>de</strong> Gorgias, cuyos alumnos, entre los que probablemente<br />

se encontraría el propio Platón, tenían que<br />

mostrar la inocencia <strong>de</strong> Helena.<br />

O las aventuras <strong>de</strong> Ulises, que tienen<br />

figura particular y propia <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquella película<br />

<strong>de</strong> Camerini, <strong>de</strong> 1955, don<strong>de</strong> Kirk Douglas<br />

encarnó la imagen <strong>de</strong>l héroe griego que navega<br />

<strong>de</strong> vuelta a su casa, don<strong>de</strong> le espera su esposa y<br />

que nunca llega. Por cierto que, gracias al arte cinematográfico,<br />

la figura <strong>de</strong> la esposa, Penélope, y <strong>de</strong> la<br />

hechicera Circe se generan a partir <strong>de</strong> un mismo parámetro<br />

<strong>de</strong> comportamiento encarnadas ambas por Silvana<br />

Mangano. Es verdad, pues, que mo<strong>de</strong>los, argumentos e<br />

incluso manera <strong>de</strong> tratarlos en el cine han bebido en la vieja<br />

epopeya helénica, pero no lo es menos, en este caso, recordar<br />

que el mundo <strong>de</strong> las imágenes <strong>de</strong> Homero, con sus metáforas<br />

y comparaciones que como fórmulas incomparables<br />

<strong>de</strong> precisión <strong>de</strong>terminan situaciones y momentos permiten<br />

construir perfectamente los recursos cinematográficos más<br />

elementales, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> planos a secuencias, pasando incluso por<br />

Conferencias y artículos monográficos<br />

PLATÓN Y EL CINE<br />

Conferencia pronunciada<br />

en el Club <strong>de</strong> Prensa <strong>de</strong> La Nueva España<br />

<strong>de</strong> Oviedo<br />

Santiago González Escu<strong>de</strong>ro<br />

PROFESOR DE FILOSOFÍA ANTIGUA. UNIVERSIDAD DE OVIEDO<br />

cortes y duraciones. Nadie como Homero para <strong>de</strong>terminar<br />

el gesto exacto <strong>de</strong>l rostro, el primer plano y el contraste con<br />

el plano general, el campo y el contracampo. Y, por si acaso,<br />

veamos una muestra <strong>de</strong> tales logros:<br />

“Como a un furioso león <strong>de</strong> un cercado <strong>de</strong> bueyes<br />

le están echando perros y gentes <strong>de</strong>l campo, que, toda la<br />

noche en vela, no le <strong>de</strong>jan aprovecharse <strong>de</strong> la opulencia <strong>de</strong><br />

los bueyes. Mas él, ansiando la carne, ataca, pero no<br />

coge nada: pues frente a él hay un manojo <strong>de</strong> picas<br />

blandidas por diestras manos y antorchas encendidas,<br />

que le <strong>de</strong>saniman aunque va <strong>de</strong>cidido; y al<br />

amanecer se marcha lejos con el ánimo contrariado,<br />

así Ayax contrariado en su corazón se alejaba,<br />

contra su voluntad, <strong>de</strong> los troyanos, pues<br />

temía por los barcos <strong>de</strong> los aqueos. Y como cuando<br />

un asno, que iba a lo largo <strong>de</strong> un campo sembrado,<br />

arrastró terco a unos niños, y, aunque muchas<br />

varas le rompían encima, entrando en él se pone a pastar<br />

las mieses: los niños le golpean con palos, ingenua violencia<br />

la <strong>de</strong> ellos, que con esfuerzo lo echaron cuando se<br />

había hartado <strong>de</strong> forraje... así entonces al imponente Ayax,<br />

hijo <strong>de</strong> Telamón, valerosos troyanos y aliados congregados<br />

le hostigaban <strong>de</strong> continuo…” (Iliada, XI, vv. 548-565.)<br />

No estaría <strong>de</strong> más recordar que un truco cinematográfico<br />

característico tiene que ver precisamente con el<br />

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la casualidad: uno <strong>de</strong> tantos. No es cierto que un ejemplo<br />

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