Boletín 3 - Sociedad Asturiana de Filosofía

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07.05.2013 Views

III Olimpiada. Tercer premio ¿La democracia herida? Libertad, igualdad y fraternidad “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad, y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti”. John Donne. I En la misma raíz griega de nuestro pensamiento el maestro Aristóteles ya decía que el hombre no se basta por sí mismo si como fiera o como dios pretende vivir aislado, que ha nacido para vivir en sociedad la vida de ciudadano y que sólo alcanza su máximo desarrollo y su plenitud como animal político en la complejidad de la polis. Nadie es capaz de alcanzar sus metas en solitario, en especial porque estando solo es muy posible que ni siquiera se las haya planteado. Es precisamente el trato con los demás, la convivencia, aquello que nos hace crecer y ser quienes somos. Este mismo razonamiento puede ser llevado a cabo a escala mundial. Hoy en día no somos tan sólo parte de una pequeña ciudad aislada y amurallada tras sus leyes, sus ejércitos y sus marcas culturales y territoriales. Nuestro tiempo es el llamado de la globalización o el de la mundialización, que no es tan sólo ni mucho menos una globalización financiera o meramente mercantil. Hoy, más que nunca, formamos parte de una ciudadanía cosmopolita, y somos cada vez más conscientes de aquel hecho que Immanuel Kant señalaba y describía con rigor y precisión en La paz perpetua: “Como se ha avanzado tanto en el establecimiento de una comunidad, más o menos estrecha, entre los pueblos de la tierra que la violación del derecho en un punto de la tierra repercute en todos los demás, la idea de un derecho cosmopolita no resulta una representación fantástica ni extravagante, sino que completa el código no escrito del derecho político y del derecho de gentes en un derecho público de la humanidad, siendo un complemento de la paz perpetua, al constituirse en una condición para una continua aproximación a ella”. Como parte de un conjunto con identidad propia, al que llamamos la humanidad, tenemos una doble responsabilidad que podría concretarse en “cuidar” del medio que nos rodea y de los miembros que la forman. Cualquier pérdida arbitraria o injusta, por insignificante que parezca, nos tendría que provocar un gran pesar, pues nuestro patrimonio más importante se habrá visto reducido. II 14 de Julio de 1789. En París el cielo está teñido de rojo. Rojo procedente del reflejo de los fuegos, de las antorchas, e incluso de los ánimos enardecidos de aquellos que se estaban rebelando. Frente a la cárcel de La Bastilla hay una gran multitud congregada. Algunos enarbolan banderas y todos conocen la consigna, el lema de la Revolución que acabará con el Antiguo Régimen: libertad, igualdad y fraternidad. Los más altos ideales que hayan sido propuestos alguna vez por la historia de la humanidad y que condujeron a los sistemas políticos preferidos en la actualidad: las democracias. El clamor que se levantó aquel 14 de Julio tuvo una de las mayores influencias en la posteridad. Aquellos que despectivamente tan sólo constituían el tercer estado, comenzaron a darse cuenta de que una luz estaba tras las tinieblas en que vivían, una calma tras la tempestad, un mundo nuevo donde habría sitio para ellos, donde como ciudadanos ya no podrían ser discriminados por su nacimiento. En las calles de París, luego en toda Francia, más tarde en toda Europa y pronto hasta en las colonias del Nuevo Mundo la sociedad estamental se tambaleaba y desmoronaba. Y, superándola, nacía la sociedad de los ciudadanos. La soberanía reside en el pueblo, un pueblo dotado de voluntad política propia y de capacidad para gobernarse a sí mismo. Eso es lo que venían teorizando y exigiendo los grandes maestros de la Modernidad –especialmente Locke, Montesquieu y Rousseau–, aquellos que influenciados por las luces abrieron los caminos para la implantación de las libertades del pueblo y el progreso guiado por el despertar de la razón. Ellos fueron la “linterna”, la antorcha que iluminaría los caminos de las naciones, conduciendo a sus ciudadanos a entender los 49

50 BOLETÍN Nº 3 asuntos políticos como asuntos propiamente públicos sometidos al interés general y no a interés de parte, por noble o sagrada que ésta ficticiamente se pretendiese. III La libertad siempre ha sido un valor reclamado por todos los pueblos, especialmente por aquellos que se han visto sometidos al poder de los imperios. Así les ocurrió a los griegos frente a los persas y, poco tiempo de después, a muchas ciudades griegas sometidas y subyugadas por la hegemonía de la rica y poderosa democracia ateniense. Desde los albores de la humanidad cada pueblo ha sentido la necesidad de forjar su propia identidad, de ser libre frente a los demás, de intentar ser como quería ser, de dotarse de su propia constitución y de sus leyes. Pero la libertad es también un derecho de los ciudadanos, un derecho que en sus múltiples manifestaciones se pretende constitutivamente humano. Así, las libertades que hoy en día en todas partes se reclaman como derechos tienen carácter personal y también político: libertad personal frente a detención arbitraria, libertad de movimientos, libertad de expresión, libertad de culto, libertad de reunión, de asociación, de manifestación... Y, sin embargo, es necesario hacer un examen de nuestras libertades individuales y públicas y ver cómo están limitadas y amenazadas por condicionamientos económicos, sociales y políticos. Con frecuencia se nos intenta conducir hacia lo que las clases dirigentes de la sociedad quieren que hagamos, admiremos o compremos. Así la libertad en nuestra sociedad de consumo se entiende y se confunde con lo que la propia sociedad de consumo, sirviéndose de poderosos medios, empuja a hacer: sobrevalorar ciertas cosas, no siempre las más importantes, e infravalorar otras, no siempre las más triviales. La libertad individual de cada persona también tiene que estar basada en su capacidad de separar lo que quiere y lo que no quiere, de no dejarse llevar por las ofertas consumistas que cada día pican a su puerta, mediante la publicidad y la propaganda. El contar con una personalidad ampliamente formada, permitirá a la persona ser una parte activa y no pasiva de la sociedad, de la democracia, no un muñeco de la misma. Otra vez conviene tener bien en cuenta aquel lema que Kant propuso para la Ilustración: sapere aude!, esto es, atreverse a pensar por sí mismo, salir de la minoría de edad, ser capaz de servirse del propio entendimiento sin la guía interesada de otro. Si es consciente del mundo que le rodea, el ciudadano no será manipulado ni se dejará engañar por la aparente libertad de la que disfruta, una máscara tras la cual se ocultan los verdaderos intereses de la sociedad capitalista que al no encontrar oponente, una vez desaparecido el comunismo y prácticamente el socialismo, camina a pasos agigantados hacia su deshumanización. Tampoco la libertad de expresión y de manifestación están muy claras hoy en día. Y más en una socie- dad como la española, donde demasiada gente vive aterrada por los brazos de terrorismo. Sin poder salir a la calle sin escolta. Con ojos atentos espiando en cada esquina o callejón. Levantándose con la incertidumbre de saber si ese día será el último, porque determinado grupo está en contra de su forma de pensar, actuar o del partido al que está afiliado. ¿Es eso compatible con una democracia? ¿Qué importa que pueda votar si los que ganan las elecciones no condenan los atentados, burlan la autoridad de los jueces y se ríen del sufrimiento de la sociedad española? ¿Por qué no se hace algo para que todos, en todos los lugares de España, podamos ser capaces de decir lo que pensamos en voz alta, de salir a la calle tranquilos y respirar, darnos cuenta de que estamos vivos, y que aún hay tantas cosas por hacer? No sólo corresponde a la población esta tarea: debe ser también un primordial objetivo de los gobiernos. Lo imprescindible para que la democracia funcione bien es que se escuche la voluntad del pueblo y que no se proceda según los intereses de las grandes potencias que gobiernan el mundo. Hay que construir un estado libre, de voluntad ciudadana, donde la corrupción del poder quede atrás y lo que interese sea el bien de los habitantes: no una democracia sin ciudadanos, no una democracia ficticia, no una democracia herida sin esperanzas de recuperación, que espera como un enfermo terminal que llegue el día de su liberación, sin dar pasos para remediar su dolencia. El vacío de cabeza es aún más nefasto para un país que el vacío del estómago. Además, la libertad ha de ir acompañada de la tolerancia que debe ser enseñada desde pequeños, pues con ella podrá asumirse la tarea de no rechazar al otro por ser diferente, la de reflexionar sobre la diversidad cultural de un país como modo de enriquecer el bagaje de ideas, mediante el crisol de culturas. Respetar el pluralismo de una sociedad nos conduce a la formación más completa que se puede desear: el rechazo del etnocentrismo, la capacidad de elegir los elementos de cada cultura que nos interesan y la a la vez clara y confusa “docta ignorancia”. Lo que tenemos en casa no es necesariamente lo mejor ni lo más completo, pero ¿cómo aceptar esto si no conocemos lo que hay puertas afuera? ¿Cómo podemos considerarnos mejores que los otros si ni siquiera nos hemos interesado en conocer sus costumbres y formas de pensar? Ante esto cabe desear que el pluralismo sea protegido por medios de comunicación y gobiernos, pues no todo es negro o blanco en nuestras sociedades complejas de hoy. Existen numerosas tonalidades de color que conforman las diferentes realidades sociales y que debemos aprender a mirar con otros ojos. Saber mirar la diversidad humana libremente con los ojos de la igualdad y de la fraternidad. IV La igualdad es otra de las metas ansiadas por todo el mundo. Según nuestra Constitución de 1978,

III Olimpiada. Tercer premio<br />

¿La <strong>de</strong>mocracia herida?<br />

Libertad, igualdad y fraternidad<br />

“Nadie es una isla, completo en sí mismo;<br />

cada hombre es un pedazo <strong>de</strong> continente,<br />

una parte <strong>de</strong> la tierra; si el mar se lleva una<br />

porción <strong>de</strong> tierra, toda Europa queda disminuida,<br />

como si fuera un promontorio, o la<br />

casa <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> tus amigos, o la tuya propia.<br />

La muerte <strong>de</strong> cualquier hombre me disminuye,<br />

porque estoy ligado a la humanidad, y por<br />

consiguiente, nunca hagas preguntar por<br />

quién doblan las campanas; doblan por ti”.<br />

John Donne.<br />

I<br />

En la misma raíz griega <strong>de</strong> nuestro pensamiento<br />

el maestro Aristóteles ya <strong>de</strong>cía que el hombre no se<br />

basta por sí mismo si como fiera o como dios preten<strong>de</strong><br />

vivir aislado, que ha nacido para vivir en sociedad la<br />

vida <strong>de</strong> ciudadano y que sólo alcanza su máximo <strong>de</strong>sarrollo<br />

y su plenitud como animal político en la complejidad<br />

<strong>de</strong> la polis. Nadie es capaz <strong>de</strong> alcanzar sus<br />

metas en solitario, en especial porque estando solo es<br />

muy posible que ni siquiera se las haya planteado. Es<br />

precisamente el trato con los <strong>de</strong>más, la convivencia,<br />

aquello que nos hace crecer y ser quienes somos.<br />

Este mismo razonamiento pue<strong>de</strong> ser llevado a<br />

cabo a escala mundial. Hoy en día no somos tan sólo parte<br />

<strong>de</strong> una pequeña ciudad aislada y amurallada tras sus<br />

leyes, sus ejércitos y sus marcas culturales y territoriales.<br />

Nuestro tiempo es el llamado <strong>de</strong> la globalización o<br />

el <strong>de</strong> la mundialización, que no es tan sólo ni mucho<br />

menos una globalización financiera o meramente mercantil.<br />

Hoy, más que nunca, formamos parte <strong>de</strong> una ciudadanía<br />

cosmopolita, y somos cada vez más conscientes<br />

<strong>de</strong> aquel hecho que Immanuel Kant señalaba y <strong>de</strong>scribía<br />

con rigor y precisión en La paz perpetua:<br />

“Como se ha avanzado tanto en el establecimiento<br />

<strong>de</strong> una comunidad, más o menos estrecha, entre<br />

los pueblos <strong>de</strong> la tierra que la violación <strong>de</strong>l <strong>de</strong>recho en<br />

un punto <strong>de</strong> la tierra repercute en todos los <strong>de</strong>más, la<br />

i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> un <strong>de</strong>recho cosmopolita no resulta una representación<br />

fantástica ni extravagante, sino que completa el<br />

código no escrito <strong>de</strong>l <strong>de</strong>recho político y <strong>de</strong>l <strong>de</strong>recho <strong>de</strong><br />

gentes en un <strong>de</strong>recho público <strong>de</strong> la humanidad, siendo<br />

un complemento <strong>de</strong> la paz perpetua, al constituirse en<br />

una condición para una continua aproximación a ella”.<br />

Como parte <strong>de</strong> un conjunto con i<strong>de</strong>ntidad propia,<br />

al que llamamos la humanidad, tenemos una doble<br />

responsabilidad que podría concretarse en “cuidar” <strong>de</strong>l<br />

medio que nos ro<strong>de</strong>a y <strong>de</strong> los miembros que la forman.<br />

Cualquier pérdida arbitraria o injusta, por insignificante<br />

que parezca, nos tendría que provocar un gran pesar,<br />

pues nuestro patrimonio más importante se habrá visto<br />

reducido.<br />

II<br />

14 <strong>de</strong> Julio <strong>de</strong> 1789. En París el cielo está teñido<br />

<strong>de</strong> rojo. Rojo proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l reflejo <strong>de</strong> los fuegos,<br />

<strong>de</strong> las antorchas, e incluso <strong>de</strong> los ánimos enar<strong>de</strong>cidos<br />

<strong>de</strong> aquellos que se estaban rebelando. Frente a la cárcel<br />

<strong>de</strong> La Bastilla hay una gran multitud congregada.<br />

Algunos enarbolan ban<strong>de</strong>ras y todos conocen la consigna,<br />

el lema <strong>de</strong> la Revolución que acabará con el<br />

Antiguo Régimen: libertad, igualdad y fraternidad.<br />

Los más altos i<strong>de</strong>ales que hayan sido propuestos alguna<br />

vez por la historia <strong>de</strong> la humanidad y que condujeron<br />

a los sistemas políticos preferidos en la actualidad:<br />

las <strong>de</strong>mocracias.<br />

El clamor que se levantó aquel 14 <strong>de</strong> Julio tuvo<br />

una <strong>de</strong> las mayores influencias en la posteridad. Aquellos<br />

que <strong>de</strong>spectivamente tan sólo constituían el tercer<br />

estado, comenzaron a darse cuenta <strong>de</strong> que una luz estaba<br />

tras las tinieblas en que vivían, una calma tras la tempestad,<br />

un mundo nuevo don<strong>de</strong> habría sitio para ellos,<br />

don<strong>de</strong> como ciudadanos ya no podrían ser discriminados<br />

por su nacimiento. En las calles <strong>de</strong> París, luego en<br />

toda Francia, más tar<strong>de</strong> en toda Europa y pronto hasta<br />

en las colonias <strong>de</strong>l Nuevo Mundo la sociedad estamental<br />

se tambaleaba y <strong>de</strong>smoronaba. Y, superándola, nacía<br />

la sociedad <strong>de</strong> los ciudadanos.<br />

La soberanía resi<strong>de</strong> en el pueblo, un pueblo<br />

dotado <strong>de</strong> voluntad política propia y <strong>de</strong> capacidad para<br />

gobernarse a sí mismo. Eso es lo que venían teorizando y<br />

exigiendo los gran<strong>de</strong>s maestros <strong>de</strong> la Mo<strong>de</strong>rnidad –especialmente<br />

Locke, Montesquieu y Rousseau–, aquellos<br />

que influenciados por las luces abrieron los caminos para<br />

la implantación <strong>de</strong> las liberta<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l pueblo y el progreso<br />

guiado por el <strong>de</strong>spertar <strong>de</strong> la razón. Ellos fueron la “linterna”,<br />

la antorcha que iluminaría los caminos <strong>de</strong> las<br />

naciones, conduciendo a sus ciudadanos a enten<strong>de</strong>r los<br />

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