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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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Los cuatro días ulteriores sobresalieron por el trabajo intenso. Talía, que de codos en una<br />

ventana contemplaba melancólicamente el paisaje de la colina del Licabeto, cubierta por<br />

la arboleda, y en el segundo plano el Pentélico, cuyas canteras blanqueaban al sol, de<br />

repente dejaba a desgano su observatorio, y acudía a secar la frente transpirada del<br />

poeta y a cercarlo con estimulantes susurros y risas. Acto continuo, y en tanto<br />

Aristófanes, retozando, hacía crujir el papiro bajo el cálamo burlesco, la musa volvía a la<br />

ventana y reasumía su fatigada y compungida posición.<br />

Por fin estuvo lista la obra. Esa parte final, sobre la cual corrí y vacilé en el dedo del<br />

maestro, me interesó poco; carecía de gracia y de inspiración, mal pese a Talía: la paz se<br />

lograba en Grecia; los personajes se casaban, y los únicos protestadores eran los<br />

mercaderes de corazas, de cascos, de armas y de penachos, a quienes el término de la<br />

guerra les arruinaba el negocio. Me intrigó la mención de un escarabajo. Trigeo, el héroe<br />

rústico y cómico, originador de la paz difícil, le preguntaba a Mercurio por su escarabajo,<br />

y el dios le respondía que estaba uncido al carro de Júpiter y que tendría por alimento la<br />

ambrosía de Ganímedes. A Aristófanes, eso le provocaba unas carcajadas demenciales, y<br />

a la musa una vaga sonrisa, pues, según parece, estaba saturado de doble sentido. Yo no<br />

lo entendí, y como cuanto alude a los escarabajos, sean ellos de piedra o simplemente<br />

coleópteros, me atañe, se avivó mi inquietud por resolver el misterio. Aguardé, pues, la<br />

anunciada lectura, por de contado con más preocupación que el escultor, el pintor y el<br />

señor joven.<br />

Acudieron éstos a la cita a la hora fijada. La mujer de Aristófanes había conseguido que<br />

los chicos se acostasen temprano, y quizá suministrarles un narcótico, porque se<br />

durmieron al punto. <strong>El</strong> autor y sus tres invitados se estiraron, apoyados en el codo<br />

izquierdo, sobre sendos lechos de los que los griegos utilizaban para comer, lo cual me<br />

sonó a peligroso, tratándose de una sesión literaria. La mujer se mantuvo detrás, como<br />

una esclava, calladita, y de vez en vez colmaba los vasos con resinoso vino, como era<br />

costumbre en los simposios de la filosofía, lo cual también me sonó a arriesgado. Junto a<br />

ella, Talía, puesto el sombrero de hiedra y la máscara en la mano, me dio la impresión de<br />

estar medio nerviosa. Otras dos máscaras —la de Cleón, que Aristófanes había usado<br />

cuando ninguno más se atrevió a desempeñar el papel del tirano, en «Los Caballeros», y<br />

la de Sócrates, correspondiente a la comedia «Las Nubes»— constituían, colgadas de la<br />

pared, el único ornato del cuarto, que iluminaba un par de antorchas y cuya ventana<br />

cerraron desde el principio. Aristófanes carraspeó y explicó que la escena inicial tenía<br />

lugar en Atenas, delante de la casa de Trigeo, entre dos esclavos. Luego el fatuo leyó con<br />

voz engolada la porquería que a continuación reproduzco y que sé casi de memoria. Se la<br />

repetí a Poseidón, para que se pronunciara con ecuanimidad sobre si mi manera de<br />

reaccionar fue o no la correspondiente:<br />

Esclavo Primero: Vamos, trae pronto su pastelito al escarabajo.<br />

Esclavo Segundo: Toma, dáselo a ese maldito. Esclavo Primero: Dale otro de<br />

excrementos de asno.<br />

Esclavo Segundo: Aquí lo tienes. Pero ¿dónde está el que hace un momento le trajiste?<br />

¿Se lo comió ya?<br />

Esclavo Primero: ¡Por supuesto! Me lo arrebató, le dio una vuelta entre las patas y se lo<br />

tragó enterito. Hazle otros más grandes y espesos.<br />

Esclavo Segundo: Oh, poceros, limpialetrinas, socorredme, en nombre de los dioses, si<br />

no queréis que me asfixie.<br />

Esclavo Primero: Otro, otro pastel, confeccionado con excrementos de sodomita. Ya<br />

sabes que la masa muy molida es la que más le gusta.<br />

Esclavo Segundo: Toma. Lo que me consuela es estar al abrigo de sospechas: nadie dirá<br />

que me como la pasta al amasarla.<br />

Esclavo Primero: ¡Puf!, venga otro y otro; no pares de amasar.<br />

Esclavo Segundo: ¡Imposible! No resisto ya el olor de esta cloaca. Voy a llevarlo todo allá<br />

adentro.<br />

Esclavo Primero: Idos al Infierno los dos.<br />

Esclavo Segundo (al público): ¿Me dirá alguno de vosotros dónde puedo comprar una<br />

nariz sin agujeros? Porque esto de ser cocinero de un escarabajo, es el más repugnante<br />

48 <strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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